Capítulo 28

~Gala~

León y yo quedamos para pasar la noche juntos. La última aquí, luego regresaremos a la dura realidad. Esa que me paraliza por el temor y la incertidumbre de qué sucederá con nosotros en lo adelante.

Sacudo la cabeza e intento no pensar en eso, ahora debo enfocarme en qué me voy a poner para dormir. La piel se me eriza al caer en cuenta de que es muy probable que tengamos sexo. Las imágenes de su cuerpo desnudo sobre el mío me producen calor, una sensación extraña me recorre y el corazón me late desenfrenado.

Busco en mi mochila algo decente, pero no encuentro nada que sea apto para la ocasión. Joder, joder, joder.

—¿Qué te sucede? —pregunta Leila y doy un salto por el susto—. Perdón.

—Nada, es que creo que dejé algo en la casa —digo sin siquiera mirarla. La vergüenza no me lo permite.

—Ah.

Es lo único que dice y entra al baño. Me permito respirar, debo tranquilizarme si quiero que todo salga bien. Además, no es seguro que lleguemos a eso.

Acamparemos en tiendas de campañas un poco lejos de aquí, incluso iremos en su auto al lugar. Me da miedo, y no solo porque ya es de noche, sino por lo que pueda suceder entre nosotros. No voy a negar que quiero hacerlo, lo deseo a gritos. El problema es lo que vendrá después.

Leila sale del baño y camina hacia la puerta como una zombi, sin dejar de teclear algo en su celular. Me siento más tranquila cuando ella se marcha, así que me apresuro a cambiarme de ropa interior y me pongo un vestido corto y ancho.

Me miro las piernas, lo ideal es que las cubra porque estaremos a la intemperie. Rebusco en mis cosas una vez más y saco una malla tipo licra, me la pongo y reviso que en el bolso tenga todo lo que necesito.

El timbre del teléfono me da a entender que León ya me espera. Los nervios me hacen dar saltitos, corro, me acomodo el pelo detrás de las orejas, aliso mi vestido.

Al fin salgo de la habitación, mirando a todos lados como si fuera una delincuente o esté haciendo algo malo. Troto hacia el parqueo mientras aprieto la tira del bolso. 

—Tengo casi media hora aquí, amor —se queja León y me hace puchero.

Me río por lo infantil que es y él me imita. Nos abrazamos, su olor me hace cerrar los ojos y disfruto de lo bien que se siente estar entre sus brazos. Deja besos en mi frente con dulzura sin dejar de apretarme contra su pecho.

—Es mejor que nos vayamos —le digo, pero no lo suelto—. No quiero que venga mañana —confieso, sincera.

Un silencio nos arropa, solo nos quedamos abrazados escuchando los diferentes sonidos de los animales nocturnos.

—Yo tampoco, Sirenita, este ha sido mi mejor año aquí —dice, sin despegar sus labios de mi pelo—. Pero no te preocupes, mañana el plan es ir a la playa desde temprano. Vas a disfrutarlo mucho, de eso me encargaré yo mismo.

Sonrío ante sus palabras y la manera en que se aferra a mí.

—Suena divertido...

—Lo será —habla deprisa—. Debemos irnos.

Me guía hacia su auto y me abre la puerta del copiloto. León entra al volante para después empezar a conducir en silencio.

No se aleja tanto, apenas maneja por unos minutos y entra a un claro que solo está iluminado por la luna y las estrellas. Es maravilloso ver todos esos puntos brillantes en el cielo, algo que no podemos apreciar en la ciudad debido a la contaminación.

—Es hermoso —expreso, ensimismada, sin dejar de mirar hacia arriba.

Una risita es su respuesta. León está muy concentrado sacando cosas del baúl de su auto.

—¡Demonios! Dejé la tienda de acampar —se queja entre dientes.

—¿Qué! ¿Dónde vamos a dormir? —pregunto entre nerviosa y enojada—. Tampoco hay una hoguera para el frío.

Él se queda quieto, sin dejar de mirarme ni reír. Idiota.

—Te ves hermosa cuando estás airada, Sirenita. —Me le acerco como un rayo y lo empujo con todas mis fuerzas. Esto lo hace reír más—. No te preocupes, traje mantas y podemos dormir en el auto sin problemas.

Me cruzo de brazos y le doy la espalda. Siento que me acorrala y deja besos por todo mi cuello, esto provoca que la piel se me erice.

—Ven, traje algunos aperitivos.

Me suelta de repente y me giro con brusquedad. Lo veo colocando algunos recipientes sobre la manta y varios almohadones. Pone una música suave en su celular y se sienta. Me da risa las señas que hace con las manos para que me acerque.

Suspiro y me acomodo frente a él. Saca de los envases algunos sándwiches y chocolate caliente, tal y como me gusta. Hablamos de todo un poco mientras devoramos la comida, entre anécdotas graciosas y extrañas.

Nos acomodamos uno junto al otro; él encima de los almohadones y yo sobre su pecho. Sigue contando algo que no tengo idea, solo me concentro en su respiración calmada, las vibraciones de su pecho al hablar y lo bien que se siente su cuerpo contra el mío.

Entonces, las ganas de besarlo me embargan. No pierdo tiempo, atrapo su rostro con una mano y junto nuestros labios. Él se queda quieto, así que me permito tomar el control y me subo en su regazo.

Me acaricia la espalda hasta que llega a mi trasero y lo aprieta sin pudor alguno.

—¿Sientes cómo me pones, Sirenita? —pegunta con la voz ronca por el deseo.

Quiero decirle que sí, pero la manera en que se frota contra mí no me permite emitir ningún sonido.

Nos besamos con desespero, como si esta fuera la última vez y quisiéramos grabar este momento en nuestras mentes. Por lo menos es así que me siento, necesito recordar cómo saben sus besos en un futuro.

Me separo un poco y empiezo a subirle la camiseta con manos temblorosas, deseo sentirlo sin esto. León me detiene, me agarra los brazos para que no siga. Un vacío se apodera de mí al entender lo que ha hecho, y que quizás me apresuré.

—No te pongas así, Gala, solo quiero saber si estás segura de esto.

Sus palabras me dejan atónita, ¿no es obvio?

—Responde, Sirenita, ¿quieres hacer el amor conmigo?

—¿Tengo que firmar un maldito papel? —pregunto, entre broma y en serio.

Una carcajada brota de lo más profundo de su ser. Se ríe tan fuerte que me suelta y se encorva, agarrándose el estómago en el proceso. Verlo así me contagia, así que ahora estamos riendo como dos locos sobre una manta en medio de un claro a la luz de la luna y las estrellas.

León se levanta, aún entre risas, y camina como puede hacia el auto. No comprendo lo que hace, hasta que regresa con algo en la mano. Me arde la cara cuando se acuesta a mi lado y me enseña el preservativo.

—Eso sí no lo olvidaste —suelto con sarcasmo.

—Se lo pedí a un compañero hace unas horas, te juro que no tenía idea de que íbamos a llegar a esto antes.

Un bufido de molestia es mi respuesta, pero eso cambia al momento de que él se acerca y une sus labios con los míos. Le correspondo de inmediato, con hambre y necesidad.

—¿Tienes idea de lo mucho que me gustas? —pregunta contra mis labios mientras me levanta el vestido—. Eres preciosa.

No le respondo, hay algo en la manera que me toca y mira que me hace sentir que tengo un nudo en la garganta. No me quiero separar de él ni que me rechace cuando sepa la verdad. ¿Qué podría hacer para estar juntos?

—Espera, León —pido y él retira sus manos de mí—. Creo que no estoy lista aún para esto.

Nos quedamos en silencio, sin dejar de mirarnos a los ojos. Puedo escuchar su respiración agitada, aun así, asiente y se deja caer por completo en uno de los almohadones.

—Te entiendo, no te preocupes —dice con voz suave y me hala hacia su pecho.
Me abrazo a él y disfruto de sus caricias.

No dejo de darle vueltas al pensamiento de qué podría hacer para que nuestra relación funcione, lo mejor es ser sincera y contarle todo lo que me sucedió.

El miedo a que se aleje de mí me aturde y me aferro a él con fuerza.

—No quiero perderte —susurro con la voz entrecortada, dándome cuenta tarde de lo que acabo de decir.

Besa mi pelo varias veces mientras me aprieta contra su pecho.

—Eso nunca sucederá, Sirenita. Es una promesa.

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¡¡Capítulo sorpresa!!

Espero que les haya gustado. Mañana subo el otro. 😏

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Nos leemos mañana. 💋

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