Capítulo 26
~Gala~
Bajo el cristal de la ventanilla y saco la cabeza para admirar mejor el paisaje que se abre ante nosotros. Una sonrisa boba se extiende en mis labios al percibir el aire puro y escuchar el canto de las aves. Me permito respirar profundo, lleno mis pulmones y luego lo vacío, esto provoca que me relaje por completo.
Fue bueno dejarlo manejar después de un tiempo, porque pude disfrutar del viaje y perderme en la armonía de la naturaleza.
La entrada, rodeada de árboles, llega a su final y nos encontramos con un espacio enorme lleno de establos, animales correteando por doquier, cercas y, a lo lejos, casetas que supongo son los puntos de encuentro.
La vegetación se expande tanto que el horizonte es un verde que no tiene fin.
—Hemos llegado, Sirenita —dice León mientras conduce hacia lo que creo es el parqueo—. Por ahora dejaremos nuestras cosas aquí hasta que nos ubiquen. —Asiento.
Encontramos algunos autobuses y camionetas estacionadas, pero hay lugares suficientes para nosotros.
—Es increíble —expreso, ensimismada, sin dejar de mirar a nuestro alrededor.
—Y esto no es nada para lo que nos espera.
—Qué oso, León, llegamos tarde.
Él me abre la puerta del copiloto y me ayuda a bajar, pero nos quedamos quietos en una batalla de miradas.
—Eso no es problema, deja de preocuparte —susurra y lleva una de sus manos hacia mi mejilla—. Me encanta cuando sonríes y eres feliz. Deseo verte así siempre.
Sus palabras provocan que la piel se me erice y que un sinnúmero de sensaciones me hagan temblar. El estómago me da un vuelco cuando se agacha y posa sus labios sobre los míos.
Me levanta un poco para su comodidad, y se lo hago más fácil porque encierro con mis brazos su cuello. Nos besamos con mucha pasión y deseo.
La brisa hace volar nuestros cabellos, pero no nos importa en lo absoluto. León posa sus dos manos sobre mi rostro, me ahueca las mejillas y hace maniobras con su lengua en mi cavidad bucal.
—Leonidas. —Nos separamos deprisa—. Disculpa que los interrumpa, pero el jefe te está echando de menos.
Nos separamos y mantengo la cabeza agachada por la vergüenza. Quiero que la tierra me trague.
—Ah, sí. Ya íbamos para allá —dice él de lo más normal—. Leila, ella es Gala.
—Mucho gusto, es un placer tenerte aquí.
Levanto la mirada ante la voz dulce y cordial de la chica. Está vestida con un uniforme parecido al de León, sus ojos oscuros son amigables al igual que su sonrisa.
—Hola, Leila.
Ella me extiende una mano y se la correspondo enseguida. Me agrada.
—No perdamos más tiempo...
—Sí, señora —interrumpe León y estallan en carcajadas.
Al parecer es un juego de ellos, así que no sé qué decir ni cómo actuar. Siento que León posa su mano sobre la mía y luego la aprieta. Caminamos hacia no sé dónde porque no aparto los ojos de la alianza.
Es raro estar así con él, como si fuéramos una pareja de verdad. Una sensación de calidez me invade el pecho ante este pensamiento, ¿cómo seríamos León y yo en una relación formal?
Por unos segundos olvido todos los secretos que me abruman, esos que no me dejan dormir ni ser feliz, y me imagino junto a León como pareja. Dormir con él, vernos a cada momento, hacer el amor...
Los nervios me hacen cerrar los ojos con fuerza, solo imaginarme teniendo relaciones sexuales con él me pone mal. Muy mal.
¿Cómo será? Estoy segura de que tiene mucha experiencia en el área y él mismo dijo que no es el mismo niño que recuerdo. Ahora es todo un hombre, con músculos en todas partes...
—Gala, ¿estás bien?
Lo miro directo a los ojos, él luce preocupado.
—Ah, sí —digo en un hilo de voz y carraspeo—. Solo estaba pensando.
Leila no opina, pero su sonrisita me deja saber lo cómica me veo.
Caminamos hacia un pabellón todo de blanco. León abre la puerta y entramos a un salón lleno de sillas, mesas con comida y gente hablando muy animada. Vislumbro que hay una pantalla enorme encendida y un hombre verifica diapositivas, todas de animales y cosas de veterinarios.
—Por fin llegas —se dirige a León, este solo asiente y camina hacia la mesa de la comida.
—¿Qué quieres almorzar? Estaremos por dos horas en esta charla.
Le señalo lo que me apetece en silencio y él me entrega un plato para después servirse. Algunos compañeros se acercan para saludar, pero estoy tan nerviosa y avergonzada que camino hacia una de las sillas sin esperarlo.
Recorro cada rincón y me percato de lo fuera de lugar que me encuentro. Todos están vestidos casi iguales, se nota que se sienten cómodos y felices. León sigue enfrascado en una conversación muy animada, pero esto no impide que me mire cada dos por tres.
Desvío los ojos hacia otra parte. Vislumbro bebederos, neveritas y cajas que no tengo idea de qué contienen. Sigo mi recorrido hasta que me detengo en Mera. Ella me observa con la cara seria y sin pestañear. Estoy segura de que le caigo mal, porque noto que hace una mueca de desagrado.
—Gala, no has probado la comida aún —dice León, quien se sienta a mi lado—. Ya va a empezar.
Miro al frente y me percato de que todos han hecho silencio y que el hombre, quien supongo es el jefe, está hablando de algo que no entiendo.
—Te estaba esperando —alego sin pensarlo mucho.
—Ya estoy aquí, Sirenita, ahora a comer —demanda.
Me llevo un pedazo de pan a la boca bajo su atenta mirada y me sonríe, complacido. Mira hacia el frente, ahora toda su atención está en la pantalla.
Me siento observada, así que poso los ojos en Mera de nuevo. Ella me sigue mirando sin disimulo, al parecer no le importa que yo sepa o no se ha dado cuenta de lo que hace.
════ ∘◦❁◦∘ ════
Luego de la charla, muy interesante y entretenida, nos ubicaron en cuartos donde vamos a dormir. La habitación es compartida hasta por tres personas, pero en la que me asignaron somos seremos Leila y yo.
Hay una cama twin, un camarote doble, un armario y un pequeño baño. Lo típico.
—Tú vas a dormir en la de arriba, como eres más delgada y pequeña —dice Leila mientras recorre cada rincón del cuarto.
—¿Esa se quedará libre? —Le señalo la cama individual, confundida.
—Ah, no. Esa...
Hace silencio cuando entra Mera con una mochila y varias bolsas a rastras.
—¿Qué? —cuestiona de malhumor al ver mi cara de espanto.
—Mera la va a utilizar —aclara Leila.
No sé si se da cuenta de la tensión densa, o de la mirada de muerte que me está dando su colega. Es oficial, yo no le agrado.
—Ah, no sabía —digo, tratando de mostrar indiferencia y me dispongo a sacar mis cosas de la pequeña maleta que traje.
—¿Eres veterinaria? Porque déjame decirte que pareces menor de edad.
Las palabras de Leila me sorprenden, así que niego de inmediato a lo que ha dicho.
—No, pero estudio Medicina —respondo, amable—. Y tengo veinticinco años.
Ella se ríe, apenada, mas no se le quita la cara de curiosa.
—Qué bien, ¿qué especialidad?
—Pediatría.
Su entusiasmo me contagia y sonrío por la emoción que muestra.
—Perdón que me meta, pero ¿cuánto tiempo llevas de novia con Leonidas?
—Ellos no son novios —responde Mera por mí—. Leo me lo hubiese dicho si fuera el caso.
Leila y yo nos quedamos en silencio ante sus palabras. La mirada que me da Mera me hace entender que está molesta y hastiada, quizás no es una persona que le guste socializar...
—¿En serio? —pregunta Leila, confundida.
Y no es para menos, ella nos encontró de una manera muy comprometedora en el parqueo.
—Estamos saliendo —digo, dudosa, en un hilo de voz.
Leila asiente con cara de "no te creo, pero no voy a presionar" y se dispone a sacar ropa de su mochila. Mera, por su parte, sale de la habitación deprisa.
—No le hagas caso, ella es buena persona. Creo que hoy no es su día.
Asiento a sus palabras, convencida de que yo le caigo mal a Mera y le es imposible disimularlo. Mi mente va hacia la pregunta de Leila otra vez, ahora esa duda no me dejará en paz.
¿Qué somos León y yo? Es claro que esto no es solo una amistad, los amigos no se besan. Quizás no hay necesidad de etiquetar lo nuestro o él no desea hacerlo. Es lo mejor, así es más fácil alejarme de él.
Y esta vez es para siempre.
════ ∘◦❁◦∘ ════
El resto de la tarde nos la pasamos recorriendo la granja, atendiendo animales y dándoles de comer. También los superiores pusieron al tanto de las cosas que tienen pensado llevar a cabo.
León no me ha dejado sola ni por un segundo, y más después de que algunos de sus compañeros mostraron mucho interés en mí. Fue gracioso, me rodearon como una manada y me hicieron muchas preguntas.
Debo decir que me ha venido de maravillas estar aquí. Siempre he escuchado que la naturaleza te hace bien, y lo he comprobado en estas horas. Los animales, la brisa, la paz que emana este lugar me han permitido disipar la mente y olvidarme de los problemas.
—Mañana te llevaré a montar a caballos —dice León, quien camina junto a mí hacia el pabellón—. Claro, después de terminar las labores.
—¿En serio? —pregunto, emocionada, y él asiente—. Muchas gracias por traerme.
Nos detenemos y él lleva una de sus manos hacia mi mejilla. Cierro los ojos mientras me deleito en su toque.
—Yo estoy muy feliz de que estés aquí —susurra.
Siento sus labios sobre los míos, es un beso suave y casto. Se separa, esto me hace abrir los ojos y lo veo sonreír. Me quedo embobada en esos orbes marrones, la manera en que le caen los rizos por la frente y su piel sonrojada.
—Debemos irnos, León, no es bueno que llegues tarde de nuevo.
Reímos al unísono, él me agarra de la mano y caminamos juntos por el sendero de tierra. Todas las mañanas y las tardes, ellos deben reportar sus trabajos y llenar unas hojas que no sé bien para qué son.
Entramos, están todos esparcidos hablando y comiendo algún refrigerio. A León lo alejan de mí de inmediato, así que me siento en una de las sillas que hay. La que está más lejos, cabe decir.
Él se sienta con algunos compañeros mientras siguen en una animada conversación. Entonces, ya no escucho los murmullos y cada cosa que está sucediendo se detiene cuando Mera se acomoda en las piernas de León y encierra uno de sus brazos en su cuello.
Es una pose muy íntima, pero lo que más llama mi atención es que nadie se sorprende. Todos continúan en su charla mientras ella sigue sobre él y le dice algo al oído.
La ira, acompañada de algo más, me hace desviar la mirada. Siento la cara arder, aprieto las manos en puños y mi respiración se ha tornado irregular. Quiero gritarle, pero sé que no estoy en condiciones ni puedo hacerle una escena de celos. Porque eso es lo que siento.
Estoy celosa.
Me levanto de la silla y salgo corriendo hacia el cuarto. Entro, la pobre puerta rechina de lo fuerte que la he cerrado. Camino en círculos y me muerdo los labios para no gritar todas las groserías que deseo.
—¡Gala!
León entra, noto que su mirada muestra alivio y sigue cada uno de mis movimientos.
—¡Largo de aquí! —grito, conmocionada—. No puedes venir...
—Escúchame, no tienes por qué ponerte así. Sabes que la chica que me gusta eres tú.
Una risa, burlona y cínica, se escapa de mis labios. Él me observa con una cara de espanto que me hace reír mucho más.
—No me importa lo que hagas con ella, solo no me vuelvas a tocar en tu vida.
—No sé por qué te enojas conmigo, Gala, fue Mera la que se sentó en mí. Ya le dije que no lo vuelva a hacer, no es necesario que te pongas celosa...
—¿Celosa! —grito y él asiente—. No te creas la gran cosa, León. Además, tú y yo no somos nada.
—Sé mi novia, entonces.
Todo se ha paralizado. El corazón se me detiene por unos segundos, el habla no me sale y creo que ni respiro. La realización de lo que significan sus palabras me han dejado en un estado inerte donde he olvidado hasta mi nombre.
—Ya le dejé claro a Mera que entre ella y yo no hay nada, pero dime que sí y le añado que debe respetarte —continúa, serio.
Un sinnúmero de emociones me golpean, los latidos erráticos están haciendo estragos en mi pecho y los nervios me tienen temblando.
—¿Qué...?
Él se acerca y atrapa mi rostro con sus grandes manos. Puedo notar que también está nervioso, lo rojo de sus mejillas y lo fría de su piel lo delatan.
—¿Quieres ser mi novia, Sirenita?
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