Capítulo 24

~Gala~

Entro a la casa seguida de mi madre, quien no ha parado de decirme todas las razones del porqué debo aceptar el trabajo que me está ofreciendo el hijo de su esposo.

Ella me llamó hace días, como si nada hubiese pasado entre nosotras, y pidió que nos viéramos. Creo no tiene idea de lo mal que me dejaron sus palabras en esa boda, porque ni siquiera ha tocado el tema. 

Luce muy feliz y relajada, es obvio que su matrimonio le ha sentado bien. Me contó que ha viajado mucho junto a su actual marido, que se la pasa de compras y vive como siempre quiso.

Me alegra que esté así. Yo sé lo mucho que ha sufrido a lo largo de su vida, quizás por eso actúa de la manera que lo hace.

—¡Gala! —llama y me espanto—. Otra vez estás en las nubes.

Su reclamo me saca de mis pensamientos, así que trato de prestarle atención.

—Discúlpame, ¿qué me decías? —pregunto, apenada.

—Está muy bonito el apartamento... —Hace silencio porque Bob corre hacía mí como un rayo.

Sonrío ante sus ladridos eufóricos y lo cargo, pero él no se deja tan fácil por lo mucho que se mueve.

—¿Quién es el bebé de mamá? —le hablo con ternura y él se vuelve loco.

Lo dejo en el suelo, esto provoca que de vueltas y corra hacia todos lados.

—Vaya, aún conservas a ese perro —dice mi madre mientras se sienta en el sofá—. ¿Qué me dices? ¿Le aviso a Faviani para que hable contigo? —retoma el tema anterior.

Desvío los ojos de Bob y miro a Amilca, quien me observa expectante ahora.

—No lo sé, yo te aviso...

—¿Cuándo? No te entiendo, se supone que debes estar feliz por esta oportunidad.

Resoplo porque es evidente que ella no conoce casi nada de mí. No sabe que mañana me iré con León por tres días a un lugar muy lejos de la ciudad y que no me interesa verme involucrada con el hijo de su esposo.

—Es que tengo trabajo y... otros proyectos en mente.

La mirada que me da provoca que me encoja. Sus cejas están fruncidas y me recorre entera con sus ojos verdes llenos de reproche e incredulidad.

—Yo pensé que te ibas a poner muy feliz por esto —expresa, dolida—. Tú misma dijiste que no tenías un empleo estable.

Abro la boca para decir algo, pero el sonidito de mi celular, anunciando un mensaje, no me lo permite.

El corazón se me paraliza por unos segundos, después empieza a latir con una velocidad abrumadora cuando veo de quién se trata. ¿Cómo pude olvidarlo?

—¿Estás bien? Parece que viste un fantasma.

No le respondo a mamá porque estoy muy ocupada en tratar de estabilizar mi respiración y no morir de un paro cardíaco. ¿Qué dirá ella si se entera de que León y yo nos estamos viendo? No tengo idea, y no deseo averiguarlo.

—Gala, tocan la puerta —avisa.

Los ladridos de Bob me aturden así que me dispongo a acercarme a la puerta para abrirla.

La sonrisa, brillante y genuina, de León es en lo primero que vislumbro. La paz que me transmite con este gesto es algo que no comprendo aún ni puedo explicar. Pero solo sé que su presencia, clara y feliz, me produce cierta armonía.

—Encontré tu apartamento, tuve que preguntarle a un vecino porque no me contestabas —habla calmado entre risitas.

No me pasa desapercibido lo bien que se ve con esa camiseta sin mangas,  pantalones jeans y su pelo hecho un lío. No parece que vino directo del trabajo, o tal vez sí y se vistió allá.

—¿Quién es? —pregunta mi madre y regreso a la realidad.

Una que será muy incómoda cuando vea de quién se trata.

—¿Llegué en un mal momento? Estoy aquí porque quedamos en que te ayudaría con tus tareas pendientes.

No respondo, solo asiento y me hago a un lado para que entre. León da algunos pasos hacia el salón y se arrodilla para jugar con Bob y acariciarlo.

Poso los ojos sobre mi madre, ella se ha quedado mirándolo y él ajeno a esto, porque toda su atención está en mi bebé que se deshace en sus fuertes y tatuados brazos.

León se levanta y ve a mi mamá, al fin. Sonríe para después acercarse.

—Señora Amilca, cuánto tiempo —expresa con alegría mientras le extiende una mano.

Observo la escena con horror, y no solo por el hecho de que ella no le corresponde. Mi madre recorre con los ojos a León, es una mirada de desagrado y enojo a la vez.

—¿Qué significa esto, Gala? —cuestiona con enojo.

Noto cómo León se mete la mano en uno de los bolsillos de sus pantalones. Está incómodo y avergonzado, la manera en que mira a todas direcciones lo delata.

—Es Leonidas, má...

—Sé muy bien quién es —me interrumpe con desdén—. ¿Estás saliendo con el hijo de Leonardo?

—No es lo que cree, señora —habla él con una tranquilidad que me sorprende—. Gala y yo solo somos amigos.

Nos quedamos en silencio. No hay rastros de Bob ahora, creo que se ha escondido en mi cuarto. La tensión densa nos arropa, estoy segura de que mi madre está creando muchas cosas que no son en su cabeza.

—Pues yo creo que ni eso deberían ser ustedes —espeta con molestia—. ¿Ya se te olvidó todo lo que te hizo pasar este chico?

—Señora...

—Creo que debes irte, mamá —interrumpo a León porque no quiero que ella diga algo sobre el embarazo—. El lunes te dejo saber lo del empleo.

Sus ojos se posan sobre mí ahora, es una mirada cargada de ira y decepción.

—Esto me confirma el porqué de tus depresiones y crisis. No has aprendido nada en todos estos años —dice y se retira deprisa.

Salto en mi lugar ante el ruido seco de la puerta cerrarse. Una tristeza me invade al analizar sus palabras, y no solo por lo equivocada que está en cuanto a mis sentimientos.

—Tu mamá me odia.

Poso los ojos sobre León ahora y nuestras miradas se cruzan. Su rostro está rojo, quizás por la vergüenza o molestia de lo que pasó. Quién sabe.

—Ella solo está preocupada —aclaro, pero no sé si esto sea cierto.

Hay varias razones del porqué Amilca actuó como lo hizo, y una de ellas es que aún sienta rencor hacia Leonardo por lo que pasó entre ellos. Recuerdo que cuando nos mudamos de su casa ella lloraba mucho y me decía cosas feas de él.

No lo entendía, se supone que ella fue la infiel; pero lo culpaba de todo lo que había sucedido. Creo que hay cosas que León y yo aún no sabemos de la relación de ellos.

—¿Me voy? —pregunta en un hilo de voz.

Niego con la cabeza varias veces en automático.

—Lamento esto, León. Luego hablaré con ella y le explicaré todo.

Él asiente, para después pasarse las manos por el pelo. Entonces, me quedo como boba mirando cómo sus músculos se mueven y la manera en que aprieta la mandíbula. El deseo de besar sus labios y pasarle la lengua por el cuello me embarga.

Parpadeo y sacudo la cabeza para que estos pensamientos me abandonen. Estoy mal, debo ser fuerte para seguir con el plan que he trazado.

Un carraspeo me saca de mis pensamientos y me da vergüenza la mirada que él me está dando. Seguro piensa que estoy loca.

—¿Y bien...?

—Vamos a mi cuarto —respondo de inmediato y me encamino hacia la habitación, sabiendo que me sigue.

════ ∘◦❁◦∘ ════

Si León no fuera un veterinario, su otra carrera hubiese sido la de Maestro. Es increíble cómo él pudo explicarme muchas cosas que no entendía de una manera tan fácil y simple.

Es paciente, divertido y usa fórmulas prácticas. Estoy segura de que fue el sabelotodo de su clase mientras estudiaba en la universidad.

—Eres todo un nerd —digo en voz alta, ganándome una risotada de su parte.

—Para nada, solo me mataba estudiando hasta muy tarde. ¿Por qué crees que uso lentes algunas veces? Me quedé medio ciego de tanto leer en la madrugada.

Sonrío como boba ante sus palabras. Nosotros estamos sobre la cama, rodeados de muchos libros y carpetas, mientras él dibuja un cráneo con un lápiz de carbón. Es mi última tarea, al fin.

—Lo haces muy bien, a mí no se me da el dibujo.

—Ah, pero si es fácil —dice y posa sus ojos sobre mí por unos segundos—. Puedes practicarlo con cosas simples como una manzana o algo.

No me interesa eso, aunque no se lo digo. Él sigue explicando algo más mientras sigue trazando con el lápiz, pero me pierdo en lo bien que se ve en esta habitación. En mi cama.

Estamos uno junto al otro, acostados boca abajo y descalzos. La posición no es la mejor para escribir ni dibujar, y por esto nos hemos cambiado varias veces de lugares.

—¡Ya está! Creo que terminamos rápido.

Su grito me espanta y asiento a lo que ha dicho, aún en las nubes.

Me siento para recoger todo y él toma una almohada para acomodarse mejor. ¿En qué momento llegamos a esto?

León está en mi cuarto.

Acostado en mi cama.

Guardo todo con prisa y me levanto, espantada por la realización de que esto está muy mal.

—¿Sucede algo? —pregunta al mismo tiempo que se pone de pie y se detiene frente a mí.

Niego, incapaz de proferir alguna palabra. El rico olor de su colonia y la mirada que me está dando me lo impiden.

—C-Creo que debes irte, muchas gracias por ayudarme —tartamudeo como una tonta.

—¿Estás nerviosa? —pregunta, divertido, sin dejar de verme a los ojos.

Desvío los míos y agacho la cabeza, no quiero que sepa todas las cosas que me hace sentir con su sola presencia.

—Gala...

Lleva dos de sus dedos hacia mi mentón, esto provoca que lo mire de nuevo. Toca con suavidad mi mejilla, traza con las yemas cada contorno de mi rostro.

—Nos vemos mañana, León —digo, seria, pero la verdad es que estoy temblando por culpa de su toque.

—Eres hermosa —dice, ensimismado—. ¿Cómo pude perder el tiempo contigo?

Su pregunta me sorprende, y no sé si me la hace a mí o a él.

—No entiendo a qué te refieres.

La garganta se me seca al ver cómo se pasa la lengua por los labios. Quiero probarlos una vez más.

—A ti, nosotros —susurra y siento que me alza con una mano.

Temo caerme, así que me sostengo de su cuello y rodeo sus caderas con mis piernas. Cierro los ojos cuando siento el roce de sus labios con los míos.

Nos besamos despacio, saboreando la boca del otro como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Sus caricias me hacen olvidar mi nombre, quiénes somos y el porqué no deberíamos estar como estamos.

El calor de su cuerpo me hace querer desistir, por unos segundos, de la decisión que he tomado. Pienso irme a vivir con mi padre luego de que regresemos de la granja.

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