Capítulo 17
~Gala~
Me pongo las manos en la cintura y paseo de un lado a otro mientras Leah sigue tomando fotos y ordena que haga tal o cual pose.
—Creo que ya es suficiente, tienes buen material para la tienda.
—Es una suerte tener a una amiga como tú —habla con energía y entusiasmo.
Me hace sonreír lo feliz que se pone por esto. Ella me hace modelar cada prenda, accesorios o maquillaje que le llega para colgarlo en su negocio virtual. Hoy no es la excepción.
—Lo mismo digo —respondo con ternura—. Creo que ya debo irme, Leah.
—Puedo llevarte, escuché que las lluvias van a continuar.
—No es necesario, mi madre mencionó que enviará a alguien por mí —respondo, ganándome un puchero de su parte.
Sonrío por lo tierna que luce para después caminar hacia el gran espejo. No puedo apartar la vista porque, por primera vez en mucho tiempo, me siento bonita. El vestido crema que me recomendó Leah, ajustado y corto, se me ve muy bien.
Doy varias vueltas para mirarme en todos los ángulos y detectar cualquier desperfecto.
—Estás preciosa, te dije que era la mejor opción —interviene, aplaudiendo y dando saltitos.
Esto despierta a Bob, quien empieza a ladrar y caminar por todos lados eufórico.
—Ya ves lo que provocas, ahora se pondrá triste cuando me vaya.
Me agacho para acariciarlo, pero se mueve tanto que no me deja.
El timbre de mi teléfono me paraliza, de seguro es la persona que envió mi madre. Lo reviso y, efectivamente, un amigo de ella me está esperando fuera.
—Estás a tiempo de poner una excusa para no ir —propone Leah.
Suena tentador, la realidad es que me da miedo verla y más si hace tiempo que no hablamos sobre nuestras vidas. Me avergüenza el hecho de que yo no sea aún una profesional como ella aspiraba ni que tenga ninguna pareja formal.
—Estoy bien, quizás solo exagero —hablo con una fingida calma para que mi amiga se quede tranquila, mas yo sé que no funciona.
—Me llamas si necesitas algo, lo que sea.
Asiento a sus palabras, solo espero que nada de eso sea necesario. Me despido de ella y de Bob, reviso que todo esté en orden y salgo a encontrarme con la persona que me va a llevar a la boda. Agradezco que ahora mismo solo cae una llovizna porque no traje conmigo un paraguas.
Vislumbro una camioneta que está estacionada frente al edificio y corro hacia ella deprisa.
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La ceremonia se está desarrollando en una finca. El lugar es muy amplio, con árboles alrededor y una gran carpa donde están instaladas las mesas. Está todo decorado con detalles delicados en blanco y dorado, flores frescas y tela fina.
Hasta ahora no he podido pasar palabras con mi madre, creo que ni siquiera me ha visto, debido a la algarabía que muestran sus invitados. Está demás decir que me siento fuera de lugar, excluida al no reconocer las caras ni sentir la alegría que todos muestran.
La lluvia aumenta, pero esto no impide que sigan disfrutando del momento porque estamos resguardados. El olor del agua, mezclada con la tierra, me da cierta calma y decido acercarme al puesto del cóctel para tomar algo.
—¡Gala!
Me giro al escuchar mi nombre de la boca de mamá. Ella se acerca como un tornado, y me abraza con fuerza.
—Muchas felicidades —digo mientras trato de seguir sus movimientos.
—Debiste avisarme que habías llegado —reclama y se separa un poco de mí, mirándome de arriba abajo—. Ven, que quiero que conozcas a alguien.
No deja que le responda, me hala de un brazo y me conduce hacia un pequeño grupo de hombres que hablan muy animados. Ella los interrumpe y me presenta como "la hija pródiga".
Me da vergüenza el calificativo, aun así, sonrío y correspondo el saludo de ellos.
—Tú eres la famosa Gala —expresa con chulería Esteban, el marido de mi madre—. Amilca me ha hablado mucho de ti.
Quiero responderle, pero la risa de los hijos de él no me lo permiten. Son tres, todos aparentan tener la misma edad, y están vestidos de negro a excepción de su padre. Este lleva un traje blanco a juego con el de mi mamá.
—No comiences, cariño —interviene ella mientras me pasa un brazo por los hombros—. Estoy segura de que Gala ha cambiado bastante. Diles, mi vida, háblales de tu profesión y las cosas que has hecho.
El corazón me late con fuerza, tiemblo y siento que me sudan las manos ante las miradas que me dan. No sé si es cosa mía, pero percibo una tensión asfixiante que no me deja pensar con claridad. ¿Qué cosas les habrá dicho ella de mí?
—A-Ah, yo estudio medicina —tartamudeo como una tonta.
Todos se quedan en silencio mientras me observan a la expectativa.
—Igual que Faviani —expresa de repente Esteban—. Él es un médico cirujano, el jefe de una clínica —alardea, esto hace que el aludido sonría con arrogancia.
Me siento pequeña, y no hablo solo de mi estatura, necesito irme de aquí.
—Me disculpan —habla mamá y me agarra de un brazo para después dirigirme a otro extremo, lejos de las demás personas.
Le hace señas a un mesero y este nos entrega dos copas de alguna bebida. Ella se la toma despacio, sin dejar de mirarme con intensidad, como si quisiera descubrir lo que estoy pensando.
—¿Qué has hecho en todos estos años, Gala? ¿Cómo manejas tu vida? —pregunta al fin.
Por mi mente pasan muchas cosas, una de ellas es que podría mentirle y decirle que todo está de maravillas. El problema es que no tengo deseos de aparentar nada.
—Apenas llevo dos años en la universidad, no tengo un trabajo estable y vivo sumergida en una depresión eterna —vomito las palabras como si fuera lo más normal del mundo.
Nos quedamos en silencio, sin despegar los ojos de la otra. El maquillaje de Amilca es hermoso y natural, su pelo está recogido de manera impecable con una diadema plateada que la hace ver como una princesa.
—Eso suena a que no has superado nada...
—No vayas ahí, por favor —ruego y ella niega con la cabeza—. Visito a un doctor y siento que las cosas han mejorado.
Ella bebe de su copa mientras yo me quedo paralizada sin saber qué hacer o cómo salir de esta conversación.
—Gala, ya eres grande. Se supone que tienes que saber manejar tus emociones —explica condescendiente—. Tu padre nunca supo criarte, siempre has sido muy débil.
Sus palabras, lejos de hacerme bien como es seguro que ella piensa, me duelen de una manera indescriptible.
—Eres mi única hija —prosigue con voz amable—, me hubiese gustado sentirme orgullosa y presumir tus logros de la misma manera que Esteban hizo con los suyos.
—Por eso me invitaste —afirmo en un hilo de voz—. Lamento no ser esa hija que querías, mamá.
Ella no responde, sigue tomando su bebida sin dejar de observarme. Desvío la mirada y me fijo en que todos están disfrutando de la fiesta, ajenos al caos que se ha desatado en mi interior.
—Pásala bien, Gala —dice y camina lejos de mí.
Me quedo paralizada, incapaz de moverme o emitir algún sonido. La palabra "débil" hace eco en mi mente, me aturde y me hace sentir miserable.
¿Será que exagero? ¿Podría estar emocionalmente bien si solo pongo de mi parte?
Aprieto los ojos para impedir que las lágrimas abandonen mis ojos. No quiero seguir siendo débil...
Me muevo, errante y con la vista nublada, dejo la copa sobre una mesa y corro hacia la salida. La lluvia me moja un poco, así que me dirijo hasta un rincón que hay debajo de una columna.
Saco mi celular del bolso para llamar a Leah, necesito irme y acurrucarme en mi cama. Ella no responde, le dejo varios mensajes y la ubicación de dónde estoy para cuando los vea.
Me quedo quieta, esperando que Amilca venga a buscarme y me diga que necesita tenerme junto a ella. Eso no sucede, logro escuchar que todos disfrutan y siguen en lo suyo como si nada hubiese pasado.
Y es así, a nadie le importa lo mediocre que me siento ni el dolor que me produce que mi propia madre se avergüenza de mí.
Los minutos corren y no hay señales de Leah, ni siquiera ha visto los mensajes. La desesperación que siento me hace mover las piernas y pellizcarme los dedos de las manos. En medio de mi angustia, logro recordar a alguien.
No, no. Es mejor no molestarlo, tengo que ser fiel a mi palabra de estar alejada por mi bien. Además, seguro él está ocupado, quizás con una chica o haciendo algo importante.
La lluvia arrecia, tanto que el agua salpica y me moja las piernas. No quiero que se me arruinen los zapatos.
[Necesito que vengas por mí. Por favor].
Mensajeo con manos temblorosas mientras lloro de impotencia, sabiendo que es poco probable que él me responda.
Pero me equivoco, no ha pasado ni un minuto y ya veo su respuesta:
[Mándame la ubicación, ahora mismo paso a recogerte].
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