Capítulo 1

~Gala~

En momentos como estos es que me arrepiento de no haber aprendido a conducir. ¿De qué me sirve tener un auto si no lo uso? Bueno, solo cuando Leah se apiada de mí y me lleva a dónde necesito de vez en cuando.

Nunca más confiaré en el pronóstico del tiempo, se supone que hoy el sol iba a brillar en todo su esplendor. Pero no, está cayendo un diluvio y no hay líneas de taxi disponibles. Así está mi suerte.

Doy saltitos, en un intento de no pisar los charcos que se han formado, mientras sostengo el paraguas y la mochila llena de libros. Por cosas como estas es que a veces me cuestiono si hice bien en elegir una carrera tan larga y tediosa.

Aprovecho que el semáforo está en rojo y salgo corriendo para cruzar la calle que me lleva a la esquina más próxima del apartamento donde vivo. El viento me azota al mismo tiempo que escucho las bocinas de los autos sonar con un estruendo que aterra.

—¡Hago lo que puedo, maldición! —vocifero airada mientras subo la acera.

Los zapatos de goma que llevo puestos están mojados, esto hace que los pies me resbalen y tambalee. Es inútil, caigo al piso lleno de agua.

Estoy empapada, mi bata blanca sucia al igual que la mochila y la sombrilla vuela lejos de mí. Maldigo mi suerte una y otra vez, solo espero que no se me hayan dañado los libros y demás cosas que cargo.

Indignada, agarro mis cosas y camino hacia la entrada del edificio. Doy pasos lentos porque voy mojando el piso y esto hace que me resbale. El alivio me recorre completa cuando abro la puerta de mi hogar.

Sonrío al ver la alegría que muestra mi amado bebé al verme. Sus ladridos eufóricos y correteos por todos lados provocan que mi amiga despegue la vista de la televisión y pose los ojos sobre mí.

—¿Quién es el niño más bonito de mamá? —pregunto mientras le acaricio la cabeza con dulzura.

—¿Qué te pasó, Gala? —inquiere Leah al acercarse a mí—. Me hubieses llamado para pasarte a buscar.

La mirada de muerte que le doy la detiene a que diga algo más.

—Revisa tu teléfono.

Ella lo busca por todo el sofá sin tener éxito. Niego varias ante lo desesperada que está mientras sigue revisando cada rincón de nuestra sala.

Amo a mi amiga, de verdad lo hago, pero es una persona que siempre está en el aire. Debo mantenerme alerta con el pago de cada servicio, con la comida y hasta de ella misma. He tratado de que visite a un psicólogo, que vaya a terapia, el problema es que no quiere.

Me dirijo hacia mi habitación seguida de Bob, quien se mantiene aún ladrando y saltando por la alegría. Coloco la mochila empapada en el piso y camino directo al baño.

La imagen en el espejo me da lástima porque parezco una muerta. Debo hacer algo pronto con los consejos que me dio el doctor acerca de cómo debo alimentarme. No tengo apetito la mayoría del tiempo y esto ha provocado que adelgace demasiado.

Los recuerdos de los momentos más tristes de mi vida me torturan y duelen como la primera vez. Por esto odio mi reflejo, me devuelven a la realidad que muchos desconocen.

Doy pasos hacia atrás, aturdida por el peso de mis decisiones.

La ducha caliente me calma el frío, es relajante hasta cierto punto donde quiero mantener la mente en blanco y decirme a mí misma que, quizás, fue lo mejor que pudo haber sucedido.

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Leah no ha parado de decirme cada teoría que tiene del porqué Bob no quiere consumir las croquetas que le compramos. Me río por la ironía de que, mientras ella está preocupada por eso, yo le estoy dando parte de mi cena.

Es un perro consentido que quiere lo que uno come y no lo que debería. Un alma libre a mi parecer.

—¡Dios mío! —vocifera, haciendo que salte por el susto y que el perro la mire con sorpresa.

Ella sale corriendo como si estuviera poseída para luego regresar de la misma manera.

—Déjame adivinar, Leah, olvidaste algo —afirmo divertida.

—Sí, el doctor me dio una tarjeta para que me comunicara con él. —Me extiende la dichosa ficha—. Pero es mejor que lo hagas tú, es que ya me da vergüenza porque sabes que he ido varias veces...

Dejo de escuchar su perorata al leer el nombre del veterinario que ha estado visitando con Bob. No, el mundo no puede ser tan pequeño como para que sea él. Además, no es el único con ese nombre.

Leonidas Santiago.

Leo de nuevo mientras mi amiga sigue diciendo algo que no comprendo, solo estoy tratando de entender qué voy a hacer si logro verlo una vez más. No, no, no.

—¿Cómo es él? —pregunto y ella me mira raro.

—Pues, un veterinario.

Ruedo los ojos ante su respuesta.

—Sí, pero me refiero a su físico —replico obvia.

—Mmm..., usa lentes.

Bien, puede que no sea él. León no usaba anteojos, por lo menos nunca lo vi con unos.

—¿Lentes? ¿Cómo tiene el cabello?

—Bueno, rizado...

El corazón se me acelera aún más.

—¿Castaño?

—No lo sé, yo estaba pendiente de Bob.

A este punto, las manos y piernas me tiemblan por los nervios. Es imposible que él y yo estemos en la misma ciudad.

—¿Es más alto que yo? —cuestiono, esta vez con desesperación.

—Gala, cualquiera es más alto que tú —responde y se echa a reír.

Esto cambia cuando observa lo seria que estoy o como sea que me vea ahora mismo.

—¿Estás bien? ¿Por qué tanto interés en ese veterinario?

Agacho la cabeza con pesar, no sé cómo decirle que sospecho que se podría tratar de mi primer amor.

—Así se llama León.

Solo eso digo, y basta para que su postura calmada cambie. Leah sabe muy bien de quién hablo, ella presenció todo lo que sufrí hace unos años por él.

—Ese hijo de puta, te juro que no tiene cara de que sea un patán. Las apariencias engañan, mira que me pareció un buen doctor para Bob e incluso...

—Leah —la interrumpo porque sé que solo está despotricando sin tomar en cuenta sus palabras—, él no es un patán.

—No lo defiendas, te dejó en el peor momento —habla con impotencia y dolor.

—No es su culpa, sabes que yo no era un angelito.

—¿Lo estás defendiendo? —pregunta con indignación casi al borde del llanto—. No es justo que él sí esté muy bien cuando tú aún sufres las secuelas de sus errores.

Parpadeo para evitar llorar, este es un tema delicado para mí.

—¿Sabes qué haré? —prosigue con enojo—. Iré a su consultorio y le diré cada una de sus verdades.

—No vas a hacer nada, Leah. Es más, buscaremos a otro veterinario para que trate a Bob.

—Gala...

—No quiero verlo ni saber nada más de él. Por favor, ya no lo menciones.

Dicho esto, salgo de la cocina a pasos rápidos y me dirijo a la habitación. Aprieto la tarjeta entre los dedos hasta que se arruga por completo y camino hacia la papelera. La echo ahí y me quedo paralizada, sin poder despegar los ojos de ella.

Me siento una inútil, puede que no se trate de León y yo haciendo un drama. Aunque es mejor esto a arriesgarme, no puedo darme el lujo de verlo nunca más.

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Sus opiniones y teorías aquí . 👉

Gracias por leer. ❤

Ilustración de Gala:


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