Sam había llorado. Bucky había llorado. Ambos habían llorado a mares. Pero, por primera vez en años, esas lágrimas no caían por alguna tristeza. Esta vez las lágrimas eran sinónimo de la felicidad y alegría que sentían en sus corazones.

Debido a sus profesiones como héroes, les había tomado tiempo formalizar su relación. Sin embargo sucedió. Sam se había armado de valor tiempo después para arrodillarse frente al otro, sosteniendo una pequeña caja con un pequeño anillo, mientras le decía lo mucho que lo amaba y preguntándole si le concedería el honor de ser su prometido.

Bucky había comenzado a llorar, lágrimas saliendo de sus ojos azules rápidamente debido a la sorpresa. Después de haber estado tanto tiempo oscuros debido al dolor, sus ojos ahora brillaron de pura felicidad. 

Y le había dicho que sí. Y los ojos marrones de Sam comenzaron a desbordarse al ser correspondido. Algo bueno por fin estaba sucediendo en la vida de ambos, porque ahora compartían sus vidas.

Después de colocarle el anillo, Sam abrazó a Bucky. Y Bucky lo abrazó de vuelta, dejando que el llanto lo consumiera, y Sam entendía porqué. Finalmente, dejaría de esconderse de los demás, sin temor de ser juzgado por sus decisiones, permitiéndose a sí mismo amar y ser amado, dándose una nueva oportunidad de vivir. Por fin podría casarse con un hombre. Y vaya gran hombre que era Sam.

Por primera vez, ambos eran completamente felices.