Capítulo 7

La luz del contestador emitía un centelleo avisando de la entrada de un mensaje. Hale pulsó el botón. La estentórea voz de Alice Montgomery ahogó los rumores de movimiento en el edificio.

—Detective Hale, quisiera notificarle que ya no precisaré más de sus servicios. Supongo que está informado de los últimos acontecimientos. Sí, la zorra que se acostaba con mi marido ha muerto. ¿El karma? ¿Dios? Sea la ayuda divina que sea, nuestra colaboración termina aquí. Le agradezco que hubiera aceptado ayudarme. Y me adelanto a usted y le confirmo que no, no necesitaré su consejo para confrontar a la policía. En esto me sirvo de mis abogados. El pobretón de mi marido tendrá que pagar por lo que ha hecho. Le deseo un buen día, detective.

Sonó el agudo pitido de finalización del mensaje.

—¿Podría estar la señora Montgomery detrás del asesinato de la amante de su marido? —murmuró Lea.

—No digas estupideces —desechó Hale la idea con un revoloteo de la mano, y se recluyó en una deliberación silenciosa.

Lea podía leer el derrotero de pensamientos del detective con tan solo observar sus ojos. La terminación del contrato con Alice Montgomery se le había olvidado tan rápido como había concluido el mensaje. Su mente estaba de regreso a la escena del crimen. La ausencia de parpadeo, así como la neutralidad de sus facciones, le decían que se había abstraído del todo. Lea se retrepó en la silla. Intuía que el comportamiento del detective ocultaba mucho más de lo que parecía a simple vista. Ya lo había considerado en el coche, de regreso al despacho, y se lo había expuesto con franqueza.

—Detective Hale... ¿iba a tocar a la chica... a Macie? —le había preguntado, sintiéndose extraña al nombrar a la fallecida por su nombre—. Me he dado cuenta de cómo la miraba. ¿De verdad no la conocía?

Pero Hale estableció un muro de ignorancia. No intercambiaron opiniones hasta ese momento, y había sido breve y cortante.

En su fuero interno, Lea debatía la misma cuestión que él, salvo que desde un enfoque más personal; Hale buscaba esclarecer el dolor que había experimentado por sorpresa y que resucitaba emociones y recuerdos suprimidos a conciencia; ella deseaba entender a su mentor en profundidad, al hombre que había conquistado grandes hazañas como policía y que ahora malvivía en el rol de detective.

Tocaron a la puerta. El inspector Taegan se introdujo en el despacho sin esperar una invitación.

—Tengo que adiestrar mejor a ese chucho —se quejó Hale—. Deja entrar a cualquiera.

—Es un gran perro guardián —contrapuso Taegan. Lea se levantó de inmediato para cederle su asiento, pero este se negó—. No hace falta, y perdóname por cómo me he dirigido a ti esta tarde. Soy Taegan Medrox, inspector de homicidios. Un placer conocer a la nueva ayudante de Hale.

Le tendió la mano y Lea la estrechó con el rubor coloreando sus mejillas.

—No es mi ayudante.

—El detective es mi mentor —aclaró Lea—. Soy Lea Spencer.

—Por una semana.

—Bueno, la compañía siempre es bien recibida. —Taegan dedicó una sonrisa sincera a Lea y se acopló al borde del escritorio. Cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Estás dispuesto a contarme lo que sabes?

—¿Y tú a permitirme andar por donde quiera sin hacer preguntas?

—Eres un proscrito —le recordó.

—Puedes ponérmelo difícil, eso no va a detenerme. En realidad, hace más interesante la investigación.

Taegan suspiró.

—¿Tengo otra opción?

Confrontaron miradas.

—Eres un maldito manipulador —chistó el inspector al rato—. Suelta lo que sabes, ya que vosotros estabais metidos en esto primero.

Hale abrió la boca, pero no dijo nada. Trasladó la mirada hacia Lea, sumamente entregada a la reunión por la manera en que estiraba la espalda hacia adelante y dividía su atención entre Taegan y él, y la señaló con el dedo.

—Tú —Lea se sobresaltó ligeramente—, ya que te has adjudicado el puesto de segunda detective de mi plantilla sin mi consentimiento, actúa como tal y cuéntale al inspector de qué va todo esto.

El rostro arrebolado de Lea hizo reír a Taegan.

—Te escucho —la alentó a hablar.

Tras una ligera aclaración de garganta al comenzar con un hilo de voz tan débil que rozaba el susurro, Lea relató al inspector lo sucedido en los dos días de investigación. No se guardó ningún detalle, lo que impacientó a Hale, que habría realizado un escueto resumen del caso, y Taegan apreció. Aún no llegaba a comprender cómo aquel expolicía había asumido la labor de profesor de una joven novata con nada de experiencia de campo. 

No era la primera vez que algún listillo arrogante proponía a Hale una asociación que este declinaba despiadadamente aludiendo a las inseguridades y debilidades de quienes se habían atrevido a cruzar sus dominios. Pero con Lea había sido distinto. Su aspecto ingenuo no le había despertado pena, eso lo tenía claro. Existía otro motivo para que el detective permaneciera en un silencio taciturno observando a su pupila proporcionar demasiada información confidencial a un policía en lugar de soltar migas de pan.

—¿Y bien? —inquirió Hale, que había acomodado los pies encima de la mesa y se retrepaba en la silla.

—Suena jugoso —aceptó Taegan—. Al empresario ya lo teníamos fichado gracias a los mensajes del móvil de la víctima. Tenía guardado su número con una "D" y un corazón. Te habría encantado escuchar la llamada de teléfono que ha recibido. En cuanto a la señora Alice Montgomery, me encargaré yo mismo de ella. No obstante, no descartamos que esa chica pudiera estar envuelta en asuntos turbios con otros sujetos.

—Veo que descartas que su muerte se haya debido a un robo fortuito.

—La escena del crimen estaba impoluta. Y sus efectos personales seguían con ella: su bolso, su cartera y los billetes que tenía guardados. Los pendientes eran de imitación, pero cualquier ratero podría haberles sacado tajada. No, no existen indicios que demuestren que Macie Blossom fue víctima de un robo que terminó en homicidio.

—Un crimen pasional.

—¿Con una chica así de guapa? Pinta mal para ese tal Dustin —respondió el inspector—. Y para ti. La esposa va a hacer uso de sus abogados para que le salven el pescuezo, por lo que tu figura profesional es dispensable.

Hale removió los labios, dubitativo. Elevó la vista al techo y se quedó callado. No iba a ser él quien le comentara el mensaje de voz de su excliente.

—¿Ya has hablado con los padres? —preguntó de pronto. Taegan alzó las cejas como afirmación—. Imagino que habrán reclamado el cuerpo de su hija. ¿Te han dicho cuándo desean enterrarla?

El inspector emitió un sonido de disconformidad.

—Me gustaría presentar mis respetos a la familia —manifestó Hale—. Conversé con Macie en su exposición dos días antes de que muriera. Me pareció una chica agradable, y creo que le caí en gracia. 

—Pero ¿de qué coño vas? —Taegan subió el volumen de la voz, enfurecido—. Estás loco si piensas que voy a darte esa información. Tampoco eres el más indicado para presentarte al funeral. Harán preguntas.

—Mira, Taegan, solo estaba compartiendo contigo mis próximos movimientos. Puedo obtener esa información por otros medios.

—¿Qué se supone que quieres encontrar allí?

Hale se incorporó. Ojeó a Lea, que seguía la discusión con total entrega, y se giró hacia el inspector.

—A diferencia de ti, creo que el señor Montgomery estaba enamorado de esa joven. —Lea lo miró con evidente resquemor, puesto que se había adueñado de su valoración sobre los sentimientos del esposo infiel hacia la artista. O tal vez coincidían, pero el detective había eludido adrede un intercambio de observaciones—. Hacerle daño sería como hacerse daño a sí mismo. Dudo que le pusiera una mano encima. En cuanto a su esposa, es una candidata de peso, sí, pero eso no cierra el cupo de posibles culpables. Esa artista se codeaba con personalidades notorias de la ciudad. Ninguna de ellas aconsejable, pero no desde el punto de vista desde el que tú lo enfocas.

Taegan agachó la mirada con los puños anclados a las caderas.

—Tú sigue tus pesquisas —lo animó Hale—. Investiga a esos dos, descártalos si tienen coartadas sólidas y profundiza en la vida de la chica. Entonces ven a verme. Cabe la posibilidad de que tenga información para ti.

—Estamos en contacto —se despidió el inspector, arqueando las cejas como aviso de que no iba a permitir ninguna evasiva por su parte. Le dedicó un guiño rápido a Lea y los dejó a solas.

—Se está haciendo tarde —Hale consultó su reloj de muñeca—, es mejor que te vayas a casa.

Lea tanteó la hora en su móvil. Eran pasadas las nueve. La tarde había volado desde el descubrimiento del cadáver.

—¿Y usted?

—Yo tengo que hacer unas comprobaciones.

—¿Y por eso se ha enfundado su arma? —dijo Lea actuando con la firmeza de una aspirante a actriz de segunda. No estaba dispuesta a renunciar al caso—. Voy con usted.

—Este asunto no te compete.

—Si está relacionado con el caso de Macie Blossom, por supuesto que sí.

—Eso no lo dictaminas tú.

—Pero su amigo el jefe Fitz sí.

Ambos se habían puesto de pie y se miraban fijamente.

—Si no quiere que vaya con usted, puedo seguir la pista a alguno de esos sospechosos que ha referido al inspector Taegan. No hablaré con ellos —se apresuró a decir—, solo observar, escuchar y registrar información. Pero, como me deje de lado, no me voy a mover de este despacho.

—Allá tú —se encogió de hombros Hale—, esa silla es muy incómoda para dormir.

—Sé apañármelas.

Mantuvieron un silencio retador. Hale refunfuñó al fin. Cogió de mal humor un papel del escritorio y apuntó un nombre y una dirección. Se lo estampó a Lea en el pecho.

—Intenta ser invisible.

Lea sonrió.

—Confíe en mí.

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