Epílogo (segunda parte)
¡Lo logré!, juro que no puedo creer que haya terminado este fic que ahora parece novela. Me disculpo por la tardanza, seguiré hablando en las notas finales... por los momentos, disfruten de estas 35 k palabras de amor :')
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Se hallaba dormitando entre claveles; derramando de sus belfos tibios balbuceos, sin inmiscuirse a la imagen que pudiera ofrecer a quien irrumpiera en la habitación, peor aún, quien se atreviera aprovecharse de su estado de vulnerabilidad. Todavía, las probabilidades de que fuese otro aparte de su prometido quién tuviera la dicha de contemplarlo todo baboso y aletargado presumían ser tan bajas que, aún dormido, su cuerpo actuaba a su antojo: se arropaba a medias; subía las piernas; se enredaba con las sábanas; se abrazaba a la almohada; daba vueltas en la cama..., dormía y disfrutaba del espacio ahora que palpaba; sobre todo sabiendo la injuria de verano que les acechaba. Con la temperatura elevándose afuera, encontrar algo fresquito en lo cual reposar se tornaba una divinidad, pero incluso así, sabía que algo estaba fuera de lugar.
Tras soltar un profundo suspiro fue desligándose de la fantasía, volviendo a la realidad entre respiros que conferían a sus lánguidos sentidos un gramo de lucidez a la vez. Enfocarse no fue fácil, mas, al deslizar su mano por la llanura del otro extremo de la cama sus ojos se abrieron al instante, descubriendo la ausencia del pelinegro donde su mano tanteaba y ahora estrujaba una fría sábana.
— Mh... Yunho. — Murmuró con la voz rasposa. Ni bien terminó enterró la cabeza en la almohada, estando aún medio adormilado y sin ganas de ir por el hombre que seguía negándose a despertar junto a él.
No sabía cuántos días habían pasado desde la concepción de la nueva maña de su prometido: dejarlo a sus anchas en la cama por las mañanas. Tampoco es como si fuese un problema real, todavía, a diario se preguntaba qué gracia tenía despertar ofrendando su primer suspiro a la nada cuando bien podía convidarlo al de labios acorazonados.
Reconocía que el pelinegro estaba cerca — siempre lo estaba a las primeras horas de la mañana — y que su actitud vespertina era culpa de sus nuevas responsabilidades para con su trabajo, pero nada le costaba a Yunho quedarse cinco minutos más a su lado antes de irse a saldar cuentas con su laptop. Mil veces le había dicho al pelinegro que trabajase en la cama mientras él satisfacía los caprichos de su ciclo circadiano; sin embargo, este se negaba a hacer su voluntad alegando que no quería interrumpirlo con el sonido del teclado; o el movimiento que hacía al acomodarse; o quizá alguna maldición que soltarse al estresarse, etcétera..., en realidad, no importaba; como esa tenía cientos de excusas baratas. La verdad, no hallaba consuelo en ninguna de estas y si bien su problemática carecía de color, siquiera subsistía a expensas de su ardor, aún así, sentía el derecho de quejarse cada que se repetía aquel patrón.
Intentó llenarse de serenidad al respirar profundo, encontrando fútil la acción al estar todavía con la cara enterrada en la almohada con aroma madera y al agua salada de la playa; el olor inequívoco de la colonia de Yunho. Sonrió, pese a su descontento anterior, dejándose mimar por la ternura varonil de esa fragancia como si fuese una nana. Le constaba que era sábado por la mañana y que los pendientes podrían esperar hasta la otra semana, por lo tanto, no tendría sentido desperdiciar la tranquilidad que le embargaba, aunque Yunho no estuviese con él para disfrutar de ella en la cama.
— Ya vendrá luego a pedir que lo perdone y cuando lo haga..., juro que no me va a convencer... — refunfuñó tras haberse acomodado de nueva cuenta, haciéndose un ovillo con las sábanas; y si no hubiera sido por el frustrante despertar que tuvo, tal vez, hubiese recordado lo que ese día significaría en un futuro próximo para él.
Tan olvidadizo y renegado como se hallaba pretendió dormir otro rato, gozando de la frescura que aún vagaba por la habitación, todavía, estando a un peldaño de lograr su cometido, el sonido de la puerta abriéndose lo hizo caer de vuelta en la realidad. Sin hacer movimiento alguno, peló los ojos y vio al pelinegro ingresar a la habitación con un semblante estoico, balanceando su laptop en uno de sus brazos. Lo vio cerrar la puerta con delicadeza, completamente ajeno a lo que a su alrededor ocurría y antes de que este diese un paso más, se incorporó en la cama poniendo los brazos como jarras, pareciéndose una sirena en un peñasco a pleno cantar del alba en un mar embravecido.
— M-mi amor, lo siento... ¿te desperté? — se disculpó el pelinegro tan pronto advirtió su lucidez.
— No, ya estaba despierto. — respondió roncamente aún descruzar los brazos; tanto su voz como su actitud podían decir misa, mas, en el fondo advertía el carácter efervescente de su molestia.
Tras dejar la laptop en el escritorio, su prometido entonces se acercó a la cama, hincándose en una de sus rodillas para luego posar la zurda en su mejilla y con esa tersa caricia inclinarse hasta tocar sus labios en un merecido beso de «Buenos días». Cerró los ojos tan pronto su boca descubrió la ajena en aquel ósculo, reparando entonces en el tibio metal que congraciaba con la piel rostro. Aún le sorprendía la predilección de Yunho por su sortija de compromiso; el pelinegro ni siquiera se lo quitaba para bañarse o dormir, alegando que, para él, era un placer portar invaluable promesa en su dedo corazón.
— Buenos días, vida..., ¿dormiste bien? — susurró su novio tras unos segundos, apenas apartándose de su boca mientras sonreía con ternura.
Sin ánimos de responder, tiró de la camisa del pelinegro en una silenciosa petición que este acató al acomodarse a su lado en el lecho y, en un suspiro, estuvo resguardado entre el cariñoso embrace de su amado.
— ¿Por qué la cara tan larga? — cuestionó un acongojado Yunho tras acomodarlo en su pecho. — ¿te pasó algo?
Se encogió de hombros ante la pregunta, prefiriendo cerrar sus ojos y disfrutar de la serenidad que les envolvía, aunque le urgía pararse para hacer algo por su cara; no le gustaba sentir sus pestañas pegoteadas, la baba seca y la presión en su vejiga al despertar, pero Yunho siempre sabía cómo poner su incomodidad a cabecear. Ajeno a lo que le pasaba a su cuerpo, el pelinegro siguió esperando por una respuesta que jamás llegó, aunque inconforme, igual aceptó su silencio, dejando el tema de lado al presionar sus labios contra su frente en un mero gesto de disculpas.
— Yah... te iba a despertar de todas formas, pero me distraje haciendo algo del trabajo. — comentó el susodicho tras unos minutos en silencio, tratando de hacer conversación.
Enarcó una ceja al oírle al tiempo que se incorporó para encarar al mayor.
— ¿Para qué me ibas a despertar?, es sábado... más bien tenías que volver conmigo y quedarte flojeando en la cama — reprochó en tono infantil, buscando acurrucarse.
A los efectos de su indiferencia para con la fecha, la reacción de Yunho fue inmediata: lo miró pasmado antes de hacerse el escándalo en un estallido de risillas que fue de la mano con un fuerte abrazo. Falló al dar sentido a la reacción del pelinegro, todavía, que este lo meciera contra su cuerpo mientras reía con aquel estrépito se sintió como el cielo.
— Mi amor, Mingi... ¿acaso se te olvidó qué día es hoy? — cuestionó su amor viéndolo a los ojos, completamente interesado en su próxima respuesta.
Sabiendo que Yunho le estaba haciendo algún tipo de insinuación, rebuscó en su mente tratando de hilar un pensamiento coherente y, cuando la encontró, el fruncir de sus cejas se despejó abriéndose sus ojos cual flor saludando al sol.
— ¡Yah, hoy es nuestra boda! — exclamó dando un salto en la cama.
Yunho soltó una carcajada al presenciar la escena, echando la cabeza hacia atrás, riéndose con todo el cuerpo, mientras él, continuaba procesando el hecho de que hubiese pasado por alto semejante acontecimiento. Suspiró y se dio un golpecito en la frente con la palma de su mano, soltando un «¡aaaj!» tan rabioso como el sonrojo que le pintó los pómulos; decir que estaba abochornado era poco, pero al menos su prometido se tomó las cosas con humor.
— ¡Yuyu!... ¡no te rías! — reclamó todavía apegado a su actitud aniñada. — Lo siento, es que de verdad anoche me acosté muy cansado y yo-... — Intentó disculparse, mas, el mencionado lo interrumpió.
— Mi vida, Mingi... por qué te disculpas, está bien. Yah, no pasa nada; vente pa'cá... cosita pechocha... — dijo un sonriente pelinegro antes de envolverle con los brazos y traerlo de nuevo a su pecho, pese a su actitud esquiva.
Allí, al resguardo que le facilitaba su novio, se dedicó a refunfuñar contra el cuello ajeno como había hecho previamente con la almohada, escuchando aún el remanente de las risillas del susodicho que acrecentaban su actual bochorno.
«¡Cómo se me olvidó algo tan importante!, y yo que pretendía hacerme el difícil..., no puede ser. ¡Ya estoy chocho!... ¿habré llegado a viejo y por eso se me están olvidando las vainas?»
Volvió a reprocharse, pensando lo peor de sí.
— Hm... ya deja de refunfuñar — oyó en tono de reclamo. — Mira que, aunque lo hayas olvidado, igual tengo ganas de casarme contigo — declaró su eterno amor al tratar de buscar su mirada, encontrándola justo cuando pensaba refutar su palabra. Quedó prendado ante la luminosidad de esos ojos que lo contemplaban y sin dar explicación alguna, le robó un pico al corazón sonriente.
Aquel beso supuso el método más efectivo para librarse de las conjeturas malignas y los vicios; incluso Yunho sonrió satisfecho al advertir el cese de sus lamentos. De a poco volvieron a acomodarse en la cama como antes, quedando acurrucados mientras cada uno pensaba en lo suyo, en las mil y una cosa que pudieran sacarse del contexto que les uniría esa fecha.
Aún no se creía cómo había dejado que semejante cuestión se le traspapelara, pero allí donde estaba, lúcido y consciente de la situación, falló al tratar de mantener la calma. Era estúpido quizá, porque había estado esperando ese momento con ansias desde hacía meses; desde mucho antes de comprar el anillo y ponerlo en el dedo de Yunho. Sin embargo, ahora que estaba por cumplirse su deseo, parecía lejano en el tiempo todas las horas que invirtió en aquel desvelo; su boda..., su día soñado junto a la persona que más amaba.
Hasta el día de ayer se estuvo sintiendo igual: agotado, pero entusiasmado de entrar en la recta final; un sentimiento que empezaba a recobrar. Todavía, sentía cosquillas en la panza de sólo imaginar el agite que les esperaba. Siquiera admitía el estar preparado para ello, aunque sí daba por sentado que todos los preparativos estaban hechos; después de todo, aquel recorrido había sido un verdadero suplicio.
Las noches sin dormir planificando esto y aquello también, las peleas con Yoora y Seonghwa sobre qué hacer o qué decir las guardaba en su memoria como fiel recordatorio de que jamás debía volver a hacer enojar a uno de los dos — mucho menos ambos estando en la misma habitación —, pensar que había llegado hasta allí a partir de aquel puñado de vicisitudes se le antojaba surreal, tal como ahora que sabía, el fruto de su esfuerzo sería plausible. En su vida pensó que tendría que afrontar tales experiencias para organizar la ceremonia "perfecta", en más de una ocasión pensó rendirse ante la presión, porque si bien no dudaba de querer desposar a Yunho, el desgaste físico y emocional de planificar una boda era una barbaridad. Ahora entendía porque las mujeres sufrían tanto por hacer realidad sus sueños. Pese a todo eso, una de las cosas que al final lo hizo persistir fueron los consuelos por parte de sus amigos, pero, ninguna otra conversación le caló tan fuerte en el alma como la que sostuvo con su padre hacía solo una semana...
«Ni siquiera entendía el concepto de una fiesta de compromiso; no tenía sentido despilfarrar el dinero en algo como eso a tan pocos días del verdadero evento. Sabía que algo así se estilaba para homenajear a las parejas y hacer saber a otros de la tan ansiada fecha, mas, todos los presentes en la fiesta sabían de su compromiso desde hacía meses; incluso antes de poder escoger la comida que servirían en la boda, sus familiares ya sabían de esta. Aunque claro, tenía más sentido realizar esta reunión privada que una estúpida cena de ensayo.
Agradecido estaba con Yoora por el gesto para con ellos, sin embargo, seguía reacio a la idea de estar allí como un monigote bajo el techo de los Kim, allí arrimado al lado su prometido, sonriendo a la fuerza para mantener las apariencias.
— ..., ¡Parece que fue ayer cuando conocí a Yunho!; estaba todo flaquito y se la pasaba con Mingi guindado el brazo de un lado a otro en la facultad... ¡ay, el tiempo pasa volando, pero ellos no cambian! — habló Yoora toda melancólica, llevándose una mano al pecho mientras con la otra sostenía vulgarmente una costosísima copa. — aunque, bueno..., Yunho si está más rellenito, pero qué bien se ve con esos kilos de más, ¿no?
Se suponía que la susodicha haría un brindis, pero, como era de esperarse, la muchacha terminó haciendo de este un monólogo que la mayoría de los invitados siquiera terminó de escuchar. No los culpaba, hasta él estaba abrumado de tener que oír las adulaciones de la castaña; lo único que agradecía es que esta se hubiese ahorrado las obscenidades delante de sus queridos padres.
— En fin..., ¡qué vivan los novios! — exclamó la muchacha tras alzar su copa sin gracia alguna, derramando par de lágrimas de sus pestañas alquitranadas, además de la suntuosa champaña que estuvo bebiendo como agua y ahora manchaba la alfombra.
Pese a su descontento, sabiendo los verdaderos sentimientos de Yoora, se conmovió por la desfachatada escena y alzó su copa junto a Yunho, sonriendo al ver que todos los invitados volvían a dispersarse por la estancia.
— Si así se puso ahorita, no quiero saber cómo se va a poner cuando nos casemos de verdad — comentó Yunho a modo de broma, haciendo que se le saliera una carcajada.
Razón tenía el pelinegro con su comentario, Yoora podía ser realmente intensa cuando se trataba de ellos, pero reconocía que aquel exceso provenía de su naturaleza bondadosa, porque quién más si no Yoora — la muchacha rica de cuna — les contrataría un cuarteto de cuerdas para tocar en la opulenta sala de su casa que de por sí estaba decorada con los arreglos florales más excelsos jamás creados. Hasta ese día no creyó posible que se pudiera hacer tales maravillas con un par de rosas y margaritas, ¡siquiera sabía que una simple mesa pudiera verse tan exquisita!... Ya en otro momento de su vida tendría las maneras de retribuirle la dádiva a la susodicha, mientras, seguiría convenciéndose de disfrutar de aquella fanfarria.
— Sólo espero que el día de nuestra boda sea más tranquilo... — pensó en voz alta, despertando el interés de su prometido, quien le sostuvo la mirada antes de traerlo por la cintura a su cuerpo.
Estando recostado de Yunho, se permitió entonces soñar despierto con aquel día, en las inmediaciones, el pelinegro sostenía una conversación con la madre de Yoora sobre cualquier tontería. Entonces, se mantuvo ajeno a todo con la mirada puesta en la suculenta mesa de postres sin tocar, mas no veía nada en especial..., sólo pensaba en el mañana y hasta en el quizá..., y así se hubiera quedado por horas, a no ser por el repentino saboteo que ganó.
Se giró entonces para encarar al oportunista, sin embargo, al reconocer a su padre su semblante se ablandó.
— Disculpa, Yunho; ¿me permites hablar un momento con Mingi? — solicitó el hombre refiriéndose a su prometido antes que a él; la sola acción le produjo un fuerte retorcijón en el estómago.
Yunho miró entre los dos un tanto confundido por la situación; ninguno de los dos estaba acostumbrado a esos actos de diplomacia, mas, no quiso pensar que ello implicaría un problema real. Con un asentimiento el pelinegro soltó el firme agarre que tenía en su cintura, dejándole ir junto a su padre a quien siguió desconfiado, no sin antes, mirar una última vez a su pareja para luego continuar el recorrido hasta un lugar más apartado, lejos del bullicio.
— Papá... — murmuró tras largar un suspiro —, no hagas que me dé un infarto en mi fiesta de compromiso, por favor. Sea lo que sea que me vayas a decir que sea ya — reclamó exasperado, viendo a su padre dar vueltas en aquel diminuto espacio.
La respuesta de su padre no fue audible, mas sí visible; el susodicho sólo lo miraba con las cejas enarcadas, arrebatado por la súbita confrontación, todavía, no se molestó por ello, al contrario, le dio una palmada en el hombro y le ofreció el mismo esbozo que estaba acostumbrado a ver cuándo algo bueno estaba por suceder.
— Tranquilo, hijo. Cómo podría arruinarte el día después de todo lo que hizo Yoora; ¡sería un desperdicio! — profirió el hombre viendo hacia la sala al tiempo que se llevaba las manos a los bolsillos del pantalón.
Bien conocía esa pose y esa actitud; su padre estaba tan nervioso como él.
— Papá... qué es lo que querías decirme. — insistió un tanto preocupado.
En seguida el hombre pareció recapacitar y, luego de una larga expiración, terminó por hablar.
— No es nada malo, puedes estar tranquilo..., la verdad, creo que simplemente me es difícil imaginar que dentro de poco serás un hombre casado — suspiró. — Hace unas noches hablé con tu madre y ella opina lo mismo... pareciera que fue ayer cuando nos dijiste que Yunho y tú estaban saliendo, que salieron del colegio y entraron a la universidad... ahora estoy aquí, viéndote en el hombre que te has convertido sintiéndome como la muchachita Yoora — comentó su padre con el mismo gesto melancólico que le había visto a la mencionada.
Jamás pensó que vería a su padre tan acongojado por algo, aunque lo que decía era cierto; sin embargo, no pillaba por qué hacer de ello un escándalo.
— Disculpa al corazón de este viejo, hijo... sólo quería venir aquí a decir que estoy orgulloso de ti — reveló el hombre tomándolo nuevamente por los hombros antes de continuar. — Si a tu edad hubiese tenido siquiera la mitad de tu madurez quizá hubiera hecho mejores cosas, pero me basta con saber que te eduqué bien — una pausa acompañada de una sonrisa. — Estoy orgulloso de todo lo que has logrado en tan pocos años siendo que hasta hace nada eras un niño consentido... — continuó mientras les daba a sus brazos un ligero apretón.
Con el corazón estrujado volvió la mirada a los ojos de su viejo, notando las patas de gallo que este lucía hacia las cienes y las canas que brillaban con la luz del candelabro sus cabezas. Sin importaba la edad que tuviera este, aquel siempre sería el rostro de cariñoso su padre; su modelo a seguir.
No sabía qué cara tendría, pero a juzgar por el nudo en su garganta debía ser algo poético. Ten removido estaba por la ola de sentimientos que incluso se olvidó que a la vuelta de la esquina había al menos veinte personas esperando por él. Allí donde estaba parado, aguantaba las ganas de llorar, porque si bien su padre no era un hombre tosco, mucho menos amargo para con él, aquella era la primera vez en años que lo sentía tan genuino, si acaso espontáneo, en su hablar.
— Lamento si en el pasado no te ayudé cuando lo necesitabas; sé que me equivoqué demasiadas veces contigo por ser mi único hijo, pero el que me tomes en cuenta ahora para compartir este momento contigo y con Yunho me hace feliz; que seas mi hijo me hace feliz, Mingi — expresó de corazón su padre, haciendo que la primera lágrima se le escapase. — No me cabe duda de que a ti y a Yunho les espera un futuro brillante. Ya no los han demostrado en todos estos años que han estado juntos; luchando contra cada obstáculo... — exhaló. —, sabes, siempre estuve nervioso de que este momento llegara y, aunque tuve mis dudas en un principio, ahora sé que tomaste la decisión correcta.
Sorbió sus flemas mientras el hombre seguía sonriendo, completamente compuesto, como si no afectase su sensibilidad lo que estaba diciendo, todavía, con diamantes asomándose por sus lagrimales no tenía nada que ocultar.
— Yunho y tú tienen nuestra bendición, Mingi. Sé que juntos serán felices — finalizó el susodicho con una sonrisa tan grande como el significado de sus frases.
Sin decir palabra alguna se arrojó como un niño a los brazos del hombre, sollozando al tiempo que intentaba agradecer entre hipidos la repentina apertura de sentimientos. Al efecto, el susodicho se limitó a reír y, sabiendo que no podría verlo en esa posición se permitió derramar una que otra lagrimilla como tributo a ese momento de beatitud.»
Tan escéptico no se consideraba como para pensar que algo así no iba a pasarle jamás, todavía, aquella conversación con su viejo logró desbordarle el corazón. Saber que su padre estaba complacido por las decisiones que en vida estaba tomando; que aceptaba orgullosamente su compromiso con Yunho y, a su vez, le sobraba júbilo para compartir sus emociones significaba el todo que no sabía indispensable hasta el instante que ese pequeño discurso llegó como miel a sus oídos.
— Mi amor..., ¿te me fuiste otra vez? — escuchó decir al pelinegro sobre el cual reposaba.
— ¿Hm?... q-qué..., ¿qué dijiste? — fue todo lo que respondió apenas despertó de aquel trance; Yunho entonces le obsequió una mirada mansa, comprensiva.
— Yah, en qué tanto piensas si me tienes justo aquí, ¿acaso estás nervioso por la boda?
— dedujo su prometido mientras trataba de picar sus costados.
Aguantando las ganas de reír, buscó refugio en el cuello del mayor al tiempo que, en un quejido, rogaba por algo de clemencia; no estaba de ánimos para cosquillas esa mañana.
— E-estaba pensando en la conversación que tuve con mi papá en la fiesta de compromiso...
— contestó tras un profundo suspiro, quedándose quieto mientras Yunho esparcía mimos por la amplitud de su espalda baja.
— ¿Oh?... ¿y eso es algo bueno o malo? — preguntó el pelinegro intrigado a lo que sólo pudo encogerse de hombros.
Resolvió incorporarse para quedar sentado hombro a hombro con su prometido, quien buscó su mano a modo de transmitirle el apoyo que probablemente pensó necesitar.
— No es nada malo; sólo que... aún me tiene sorprendido que me dijera esas cosas, aunque sé que la conversación que tuvo contigo fue incluso más épica. — habló más calmado, girando para ver a su novio, encontrándose con su semblante pensativo.
— Pues sí, lo fue..., la verdad, se sintió bastante bien — se relamió los labios antes de continuar. —, es decir, me hizo bastante bien saber que tus padres, a pesar de todo..., siguen confiando en mí — comentó el de ojos pardos al tiempo que ofrecía una tímida sonrisa.
Sabía que el mayor tenía mucho más por compartir, cosas que quizá hubiera pensado antes, pero que, allí a la intimidad de su hogar con una boda a tan sólo unas horas..., era mejor ocultar. No tenía que ser un genio, estaba seguro de que las palabras de Yunho se completaban con un: «Me hubiese gustado que mi padre me dijera eso.», sin embargo, el pelinegro no estaba listo para reconocerlo y él, a pesar de ser su futuro esposo, no era quien para adelantar la culminación de su duelo. Por muy cabrón que fuese el señor Jeong, en el fondo si deseaba que las cosas hubiesen sido distintas y que los padres de Yunho pudieran cumplir el mismo papel que los suyos.
— Mh... ¿pero sabes quién confía más en ti? — murmuró esta vez hundiendo la punta de su nariz en la mejilla ajena, sintiendo los músculos bajo su tacto tensarse a la naciente de un nuevo esbozo. — Yo — afirmó una vez estuvo encaramado en el regazo de su amor. Acto seguido, se dedicó a besar las mejillas de este mientras se deleitaba con la risilla que sacaba a punta de cariñitos de Yunho.
— Y-yah, Mingi..., mi amor, tenemos que pararnos de la cama — sentenció Yunho entre cada pausa que hacía al darle un beso.
Entonces, dejó las manos quietas sobre las mejillas del susodicho, viéndolo directamente a los ojos mientras sonreía; gesto que se reflejaba imperturbable en el rostro de su amante. Sentía la manos de Yunho en su cintura, el calorcillo de sus belfos contra los propios, el estrépito del corazón del pelinegro contra su pecho y así, estando tan juntos, envueltos en tanto amor no le pareció apropiado desprenderse de este, mas, sabía que los pendientes aguardaban por ellos, que la boda no se haría a menos que se movieran, pero qué tan malo sería llegar tarde a su cita con el estilista, sí, de todas formas, ese era su día.
Sopesó la situación al tiempo que amansaba los labios de Yunho, besándolo con parsimonia sin desatender al resto de su piel, la cual bañó con caricias furtivas; roces que el otro iba replicando en sus costados y espalda baja. Quería estar así para siempre, aunque su consciencia tildaba con cada minuto que pasaba, fastidiándolo hasta que, por fin, en una última succión se dignó a separarse del mayor.
— Unas ganas tremendas de quedarme aquí contigo todo el día, eso es lo que tengo... pero bueno, nada que hacer. Iré al baño a cepillarme. — anunció tras un suspiro.
Valiéndose con toda su fuerza de voluntad, logró bajarse del regazo ajeno, sin embargo, se interpuso en acción al tomarlo de la mano. Se giró con curiosidad para ver a su prometido, quien simplemente le esperó con los labios estirados en una boquita de pato; enternecido por el amago, le concedió el beso que estos esperaban antes de irse sonriendo al cuarto de baño.
Estando solo se centró en hacer lo suyo: usar el escusado; lavarse las manos; quitarse la ropa e ingresar a la ducha; cepillarse los dientes..., ese mismo orden que practicaba desde la primaria y que Yunho también conocía. Una vez la regadera, permitió que al placebo que era el agua caliente mojando sus cabellos, desprenderle de cualquier conjetura amarga. Ya con la cabeza tan ligera, no se sorprendió cuando empezó a divagar en el itinerario que debían seguir Yunho y él: lo primero en la lista era ir a su cita con el estilista; después iría a almorzar con la madre de Yunho, mientras este almorzaba con la suya; luego tendría que ir hasta su casa y probablemente se quedaría encerrado en su habitación con su padrino de bodas para alistarse y aguardar hasta que la ceremonia empezase en la tarde.
«Espero todo salga como lo planeamos; no quiero ningún tipo de sorpresitas, mejor dicho... no creo soportar ningún tipo de sorpresitas hoy. Suficiente tengo conmigo.»
Afortunado era sabiendo que no tendría que preocuparse demasiado por la logística de todo el asunto; teniendo a Yoora y Seonghwa actuando de helicópteros confiaba en que nada saldría mal. Tal vez, por la fe ciega que acaecía en su amiga estaba tomándose las cosas a la ligera, sin embargo, hasta cierto punto sentía foráneo el no participar activamente en los últimos preparativos de su boda.
«¿Serán así las otras bodas?, no creo que todos tenga a una Yoora gritándoles en la pata de la oreja a los organizadores para que hagan sus tareas...»
Recapacitó mientras se lavaba el cabello con el champú de Yunho.
Contrario a lo que pensó, el pequeño masaje en su cuero cabello despertó un sinfín de inquietudes que ni siquiera pudo sacudirse cuando prosiguió a tallarse el cuerpo con la esponja, pero, quién hubiera podido en su momento y condición; al menos eso le pasaba de refilón.
— Ojalá fuera como Yunho... que incluso hoy igual está más pendiente del trabajo que cualquier otra vaina — murmuró por lo bajo. — Dios perdóname, pero es que no entiendo cómo puede estar tan relajado... — continuó con su monólogo al tiempo que agachaba la cabeza bajo la regadera.
Estaba negado a admitir que el corazón le latía con vehemencia, que la piel le ardía y no precisamente por la temperatura del agua que se vertía; estaba verdaderamente nervioso y esa no era una nueva noticia. Un ataque de pánico pensó que tendría ni bien cerró la llave del agua, quedando absorto al ver como esta se escurría por el drenaje; era estúpido, mas, casi podía apreciar sus problemas escalar por el albañal hasta tocar sus pies. Al efecto de su impávida imaginación, llevó las manos a la pared de mosaico y respiró tres veces, largo y profundo, cerró los ojos y contó pausadamente del uno al diez. Cuando terminó volvió la mirada a sus manos, centrándose en un solo dedo: el que más tarde llevaría una argolla como símbolo de su eterna alianza con Yunho.
— Yo puedo con esto — susurró, pese al temblor en su voz. — yo quiero casarme con él — admitió tras una profunda inhalación. — Yo puedo con esto — remarcó, esta vez sonriendo.
Sin nada más que decirse o demostrar, se apartó de la pared y corrió la cortina de la ducha para así alcanzar su toalla y envolvérsela en la cintura. Ya frente a la lavabo, tomó su cepillo de dientes, prosiguiendo entonces a cumplir con su aseo bucal mientras examinaba sus facciones en el espejo. Esperaba que el estilista pudiera hacer algo por su cabello y su rostro, porque definitivamente ambos tuvieron días mejores, pero nada de qué preocuparse.
Seguía intentando distraerse con trivialidades para no caer en vicios, tanto así que en un descuido estuvo a punto de tragarse la espuma en su boca, todavía, logró ahorrarse la pésima vivencia y salir con vida del baño; fresquecito, seguro y de paso renovado.
— Yuyu, ¿has hablado con Yoora?... no he revisado mi teléfono desde ayer, de seguro anda reventando esa miera a llamadas... — comentó tan pronto entró a la habitación con su ropa sucia embojotada en una mano y la otra sosteniendo la toalla en su cintura. Al entrar lo primero que identificó — pese a la carencia de sus gafas — fue al dichoso pelinegro con su laptop de regreso en sus manos.
— Lo revisé hace cinco minutos, me dijo que estuviéramos pendientes por que a las once nos venía a buscar y-...
— ¿Y?... — coreó al mayor, quien recién despegaba los ojos de la pantalla para verlo; ante la penetrante mirada del susodicho se arrimó hasta la cómoda para empezar a buscar una muda de ropa.
Yunho fue sigiloso con sus movimientos, apenas lo sintió cuando se puso detrás de él, pero fue su aliento tibio rozando con la piel húmeda de su cuello lo que le hizo estremecer.
— ¡Yah!, ¿qué estás haciendo? — reclamó a su prometido, dándose la vuelta para encontrarse con una sonrisa ladina y un par de ojos que resplandecían con sagacidad.
— Estoy haciendo lo que todo buen hombre comprometido debería hacer el día de su boda..., admirar a la persona que ama — respondió este, mas, no se dejó convencer por la arrogante astucia de su prometido.
Achicó los ojos al oírlo, negando con la cabeza antes de intentar apartarse, sin embargo, el mayor se adelantó a su acción, encerrándolo entre sus fuertes brazos y el cajón abierto de la cómoda.
— Yunho, más te vale que me sueltes... no podemos andar en estas hoy — advirtió al mayor mientras seguía rebuscando dentro del cajón; distrayéndose para no caer en las tretas del pelinegro
— Pero ¿qué estoy haciendo?... no sí, ahora es un delito que esté sabroséandome a mi prometido — bufó el susodicho, haciéndose el ofendido hasta resolver hincar el mentón en uno de sus hombros desnudo. Entonces, lo sintió, el calor incitador que el perverso de Yunho le confirió al pegarse a su espalda, rozando su aliento en cada expiración contra su cuello; como si de tentaciones mudas se tratara.
— No lo sería si no fuera por la intención con la que lo haces — contestó a regañadientes, tratando de no sucumbir por la gentileza que su prometido comenzó a exhortar en caricias a su torso desnudo.
— ¿Y con qué intención lo estoy haciendo?, ¿hm?... Dime, si se puede saber — susurró un Yunho juguetón justo a la base del lóbulo de su oreja; imposible fue ignorar la sonrisa de este ensanchándose contra tu piel al notar el efecto instantáneo que surtían sus caricias en él.
No le molestaba que su novio estuviese sacándole fiesta, en otro momento hubiera caído antes de siquiera recibir el primer aviso, todavía, le restaba en el cuerpo un microgramo de decencia para ponerle un parado con tal de no comprometer la bienhechuría de su anhelada boda.
«Uno de los dos tiene que pensar con la cabeza fría y, aparentemente, tendré que ser yo.»
Resolvió en su mente, rodando los ojos mientras Yunho seguía aderezando sus verdaderas intenciones con monerías.
Decidió ignorar los besos que el susodicho le plantaba a modo de tersa manipulación sobre su fragante piel; le costaba, pero, después de tantos años sabía cómo reprimir los temblores y hasta los suspiros. Hasta tenía una maniobra de emergencia para zafarse de posiciones comprometedoras sin hacer desplantes, no obstante, esperaba no tener que recurrir a ella.
Entre toda la distracción, logró encontrar lo que buscaba en el cajón para luego cerrarlo de un empujón que provocó un brinco de parte de su mayor. Al efecto, se dio la vuelta cuando los brazos de este se aflojaron, aunque no se apartó de su lado; quería al menos regañarlo.
— Oh, vamos... — abultó los labios. — no me mires así, mi amor; sólo quería ayudarte con los nervios. Hace rato estabas demasiado tenso — intentó persuadirlo el pelinegro, viendo escapatoria alguna ante su inquebrantable juicio.
Yunho entonces, en último y desesperado intento, pretendió coaccionarlo con caricias y pequeños gestos que, aunque se le antojasen tiernos, su consciencia no se dejaba aletargar por estos.
— Ajá, pero debo recordarte que fuiste tú el que dijo que quería pasar una semana sin sexo para hacerlo el día de la boda y que se sintiera... "especial" — citó al pelinegro tal como este lo había propuesto hacía exactamente siete días atrás.
Su prometido lo vio sin dar crédito a su intrepidez, todavía, transcurridos un par de segundos la mueca de asombro que este vestía se desdibujó en una socarrona sonrisa que derivó en una respuesta para nada recata; tal como lo haría el abogado que encuentra la falla sustancial en el contrato para ganar la demanda de su vida. Se relamió los labios anticipando una salida a ese error.
— Ah, pero tú mismo acabas de decirlo bebé... para hacerlo el día de la boda — musitó el otro con autosuficiencia. —, nunca dije si sería antes o después de esta — concluyó su prometido antes de alzarlo en brazos, haciendo que un gemido de sorpresa buscase rápidamente la salida por entre sus labios. Su reacción inmediata también lo llevó a reafirmarse en el pelinegro, a quien sujetó del cuello por mero reflejo.
Estúpido fue al pensar que sería más sagaz que este, que podría ganarle al competitivo Jeong Yunho en su propio juego; al menos había sido entretenido darle batalla al susodicho; apreciar su reacción al tratar de encontrar la manera de meterse bajo su piel; de convencerlo para estar como ahora: apretujados en la cama, besándose como si no hubiese un mañana. Hacerse el digno en función de evadir aquellas trampas lo hizo, de alguna forma, invicto, porque sentir de nuevo las manos de su hombre recorriéndolo entero, era sin lugar a duda, el mejor premio.
— ¿Todavía prefieres esperar a después de la boda? — cuestionó el pelinegro con saña tras apartarse de su boca en medio de un suculento beso.
Agitado, contempló sus opciones por un segundo, resolviendo absurdo cualquier reclamo. Le convenía más aprovechar el tiempo que restaba antes de que Yoora se apareciera y los arrastrara fuera de la cama.
— Cállate y hazme tuyo, Yunho — respondió sin molestia alguna en su voz, pese a su elaborada respiración.
— Tan exigente y dulce, mi amada princesa... — musitó su novio en suspiro anhelante para segundos más tarde obrar en su cuello a punta de besos.
Para el momento que sintió la lengua del otro recorrer sus clavículas su erección todavía estaba en proceso, aún así, su exaltación y anticipo era suficientes para hacer que sus manos tirasen de los cabellos ajenos, llamando la atención de Yunho, quien supo interpretar la petición que danzaba en los labios.
Sin fineza alguna recibió la boca acorazonada que tanto amaba sobre la suya, imponente y bravía, con besos decadentes que desbordaban saliva combinado con el regusto potente del néctar de la pasión para deleite de su paladar. Sentía que ya la piel le quemaba por donde Yunho lo tocaba, suspiraba, jadeaba y se retorcía mientras este intentaba complacerlo hasta dejarlo enrojecido por la creciente necesidad de tener más; más de Yunho; más de sus besos; más de su atención; simplemente más.
Al carajo la hora, al carajo su cita con su estilista, podían esperar los compromisos para su boda, total, ese era su día..., todo podía aguardar, pero seguir esperando a que Yunho lo ablandara, eso jamás; suficiente había tenido con esa semana de abstinencia infernal.
— Creo que nunca te he dicho lo mucho que me gustan tus lunares — habló el pelinegro luego de postrar sus húmedos labios a un ladito de su cuello.
Se relamió los propios al recibir tan mimoso tacto al tiempo que, inconscientemente, perseguía el placer que el pelinegro le pudiera ofrecer sin siquiera atender del todo a sus palabras, aunque este insistía en darle a probar el verdadero sabor a romance, a amor y otras verdades...
— ... me encanta este lunarcito que tienes debajo de tus ojos, porque parece el lucero lejano que me alumbra cuando te veo — murmuró su prometido tan pronto salió de su escondite, obsequiando un beso fugaz a la manchita que describía en su conservadora lírica.
Acabada el atisbo de poética verdad, Yunho captó su mirada en un parpadeo. Sabiéndose hipnotizado, quiso interpretar el mensaje de aquellos orbes, mas, lo único que supo identificar — entre tantos destellos — fue una intenso centello de afecto; siquiera tuvo que ir muy lejos para descifrarlo, aquel era el mismo amor que Yunho usaba a diario para colmarlo. Encandilado, se removió bajo el pelinegro, quien aún se reafirmaba sobre sus manos en la cama y encima de su cuerpo con tal de contemplarlo. Teniendo las suyas libres, acarició bajo la camisa de su amado, lento y con propósito; pretendía en silencio alentarlo a continuar y justo eso obtuvo así no más.
— Adoro también este que tienes al lado del mentón, porque te hace quién eres... — confesó un sensiblero Yunho al pasarse por el lugar citado, un poquito más arriba de su mandíbula; otro beso fue plantado en el lunar al cual refería su admiración.
Suspiró apenas pudo, sintiendo su cuerpo entero vibrar con el empuje de su acelerado corazón que retumbaba hasta sus oídos, dejándolo aturdido, mientras tanto, el de ojos pardos seguía por un sendero que le llevó de vuelta a sus labios; refugiándose a la templanza de su boca. Antojado, besó al pelinegro tan pronto tuvo la certeza de que este no se apartaría. Se hizo con él a su antojo, despojando el aire de sus pulmones un suspiro a la vez hasta dejarlo exhausto, clavado a su frente como si tratase de compartir sus pensamientos a falta de palabras que pudiese elaborar con el aliento para continuar la prosa que deseaba dedicar.
— ... pero de todos... — una alegre pausa. —, ¿sabes cuál de todos tus lunares me gusta más?... — preguntó su amado haciendo que abriera sus ojos, mas, ni bien abrió la boca para sortear una negativa, el aludido supo sorprenderlo interrumpiéndolo al dejarlo de panza sobre la cama. Aunque pasmado por el abrupto cambio, se mostró sumiso a la mano que le acariciaba desde el encuentro del hombro con el cuello hasta la estreches de su cintura, deteniéndose justo al borde de la toalla que peligraba aún atada a su humanidad.
Impaciente por la respuesta del pelinegro, sin saber qué hacer o qué decir, se abrazó al primer revoltijo de sábanas que encontró al tiempo que unos labios mojaditos presionaban un beso justo a la depresión; el valle al final de su columna donde bien sabía reposaba otro lunar. Así, Yunho fue escribiendo una cadencia en la partitura que era su piel, beso tras beso, poniendo expresión, sentimiento y deseo al tronar de sus labios que, dulcemente, se desvivían por amansar aquella marquita.
Creyó que lloraría del desespero que ello le produjo, todavía, la impaciencia se tornó al placer, provocando reacciones que eran cada vez más frecuentes; más violentas.
— Este..., este es el que me gusta más, porque sólo yo lo puedo ver — afirmó su amor desbordando sentimiento en su voz, posesividad que se hizo canción. Aquel sentido de pertenencia que correspondía y hervía en la sangre de los dos.
Sin darse cuenta empuñó las sábanas en su poder al mismo tiempo que Yunho resolvía apretar el agarre en sus caderas, hincando las garras hasta apretar la carne; suerte tendría que ninguna marca que este pudiera dejar se vería más tarde al ponerse el traje. Sin previo aviso el mayor pasó la lengua por sobre la marca de su espalda baja, haciendo que por una milésima de segundo olvidase hasta cómo se llamaba. La caricia resultó tan divina que, mientras más se alejaba la lengua ajena, más se alzaba sus caderas como quien persigue el atardecer a la cordillera. Tampoco el fresquito que dejaba la saliva ajena al cercarse en su piel no restaba vigor al embrujo sobre su piel.
— Y-yunho... por favor... — rogó sin aliento, aunque apenas estuviesen empezando ya se sentía al borde de la locura.
Pese al restrictivo espacio, su erección ya la sentía dura, empalmada entre la cama y su vientre; a ese nivel ningún roce que obtuviera en esa posición no le bastaría, por muy intenso que fuera. Necesitaba fuego; necesitaba pasión; necesitaba las manos de Yunho para hacer a su cuerpo romper en hervor.
— Yunho, por favor... más, más, más... — insistió, pidiendo más como acostumbraba: presentándose y meneando las caderas para el pelinegro.
En vez de doblegarse a la dulzura de su suplica, el susodicho se apartó, resultando en una sensación fea de vacío que logró espantar parte de su delirio. Confundido, en seguida buscó a su adoración, pero no le dio tiempo de siquiera incorporarse en la cama cuando este le arrancó la toalla y una gran palma se estampó contra su nalga. Al efecto de tan impávida acción, sintió la piquiña asentarse en su piel junto al estrépito que cortó con el silencio y cualquier ruego pendiente por salir de su rozagante boca.
— Creo que alguien olvidó sus modales hoy... ¿quieres repetir eso que dijiste, princesa?
— comentó un autoritario pelinegro, sin titubear; siquiera soltarlo. Sabía que Yunho intentaba imponerse para cerciorarse que siguiera las reglas de aquel juego y él no tenía, pero ni el arranque en su humanidad de llevarle la contraria a su voluntad.
— L-lo siento, Hyung... — respondió con la cara enterrada en el bojote de sábanas, abochornado por lo que pasaba.
Yunho le premió con beso donde todavía dolía, otro en su espalda cerca del lunar y un último más arriba al centro de su columna; sólo para hacerlo temblar.
— Hm, así está mejor, pero creo que igual te mereces un castigo por incumplir las reglas hoy.
— sopesó un pensativo Yunho a sus espaldas.
Tuvo que morderse la lengua para evitar responder. La falta de sexo de verdad que sacaba a relucir lados cuestionables en la personalidad y las aptitudes de Yunho, porque hundirse tan profundo en aquel rollplay no era cuestión de todos los días. Todavía, quién era él para juzgar si allí estaba complaciendo con hambruna la salacidad de su contraparte, peor era él por disfrutar anticipando el castigo que su prometido pudiera darle a razón del supuesto irrespeto.
Asintió y respondió con un monosílabo para acceder a los deseos de su amante; cantarle la luz verde que ambos codiciaban. Como respuesta sintió otro beso en su hombro y unas manos que, con gentileza, acomodaban su postura hasta dejarlo con la retaguarda expuesta y la espalda arqueada. Tiritó un poco por los nervios que le produjo la cuestión, mas, al sentir los mimos del pelinegro se relajó para entregarse de brazos abiertos a la sumisión.
— Vas a contar hasta diez; lento... ¿me di a entender? — ordenó Yunho contra su oído, sintiendo esas palabras tan lascivas como el movimiento sugerente que llevaban sus cuerpos con tal de encontrarse, sin ellos siquiera saberlo.
— S-sí, Hyung-...— aceptó un tanto cohibido por el arranque de su prometido.
La primera nalgada llegó de la nada, siendo apremiada con un «¡Ah!» que salió del fondo de su garganta. — U-uno — respiró profundo. La segunda le siguió sin tregua, esta vez sin exclamación, pero acentuando el efecto de la anterior. — Dos — apretó los párpados. La tercera y la cuarta cayeron como lluvia después de una pequeña sobada. — T-tres... — elaboró con dificultad, quedándose en la 's' hasta que su piel dejó de arder. — C-cuatro..., ¡cinco! — Para la quinta, la piel ya le escocia, pero negaba la salida a cualquier blasfemia.
Sabiendo el amante comprensivo que era Yunho, después de la primera tanda, aflojó el cuerpo y se dejó caer lacio en la cama. Aún podía sentir la imponente presencia tras de sí junto a unos ojos pardos que parecían taladrar desde su retaguardia hasta el mínimo reconcomio de su alma, todavía, estaba demasiado abrumado como para figurar una respuesta, siquiera rogar por su compasión; para cuando el mayor lo volvió a acomodar y le dio el último aviso, sólo rogó que se acabase cuando antes aquel martirio.
— ¡S-seis! — gritó al sentir su piel hormiguear luego de aquel azote infernal. El pelinegro dejó su mano quieta allí, esperando por alguna negativa que no se permitió. Sería digno, aún no le rogaría al retrato vivo de la soberbia que era su novio estando a ciegas. Ante la séptima nalgada un quejido resopló de sus belfos entumecidos en vez del canto del número acordado, pero Yunho lo dejó pasar; en otra ocasión dos nalgadas se hubieran adicionado al conteo por su falta de concentración. Con la llegada de la octava sus ojos se tornaron acuosos con diamantes en bruto, semejantes a los que adornaban la tensión en sus puños. Dolía, pero él seguía siendo medio masoquista. — Och-cho... — murmuró ya sin aliento, recibiendo un besito en el cuello. La novena se hizo de rogar, sin embargo, al llegar quebró una parte de sí cual trueno, estremeciendo la tierra con su estrofa indiscreta. La magnitud de esta fue tal que apenas pudo pronunciar el bisílabo del número, antes de una décima irrumpiese con privilegio en la nalga que no fue ultrajada hasta ese último momento. — ¡D-diez!... — lloriqueó el número rezagado como si hubiese un calderón coronándolo.
Sabiéndose a salvo volvió a recostarse en el lecho con asistencia de su amado, quien fue presionando besos cálidos por los lugares donde había quemado con su mano. Aunque lo supiese efímero, por un instante saboreó otra vez las ternuras del Yunho dadivoso a quien se suponía desposaría a las cinco treinta de la tarde de ese mismismo día.
— Lo hiciste muy bien, princesa — lo felicitó un complacido Yunho.
Sonrió, aunque una partecita de sí quisiera golpear al susodicho; después de todo, no estaba acostumbrado a que Yunho llegase tan lejos, pero mentiría si dijera que no amaba variar en el juego previo.
— Ahora... ¿qué quieres de premio? — susurró el mayor mientras acariciaba sus costados.
En esa posición se le dificultaba voltear para ver, siquiera alcanzar los labios de Yunho, cosa que al nivel de su excitación incrementó su exaspero.
— Un besito; quiero un besito, Hyung — el solícito deseo salió de su boca quebrado y basteado a sus casi olvidados modales.
Encantado por tal petición, el de cabellos azabaches pasó a moverlo para dejarlo una vez más acomodado bajo su cuerpo. Lacio ante el tacto opuesto, se dejó hacer por este, cerrando sus brazos tras la nuca ajena al tiempo que un divino corazón le hablaba de amor a sus belfos adormecidos por el trato irrespetuoso de sus incisivos. Yunho aún tenía ropa, pero esta no le molestaba del todo, no cuando todas eran prendas holgadas que le permitían seguir sintiendo la firmeza del cuerpo ajeno; al mayor se le empezaban a notar las horas invertidas en su físico.
Pese a las ternuras del comienzo, los besos fueron cobrando fuerza, alimentados por la latente pasión que quemaba al interior de los dos. Ya ni siquiera podían seguir el ritmo del otro, complacerse era dificultoso, pero ambos se las arreglaban entre succiones y caricias para ver qué tanto podían aprovechar de ese momento de codicia.
— A-ah... fuiste muy bruto conmigo, Yunho — soltó de improvisto tras tomar algo de aire.
El acusado abrió los ojos para mirarlo entre conmovido y agitado.
— Lo siento, bebé... pero tú tampoco me pediste que parara.
— Porque se sentía muy rico, pero ahora no sé cómo haré para sentarme en nuestra boda — reprochó un tanto indignado, mientras su novio parecía regodearse por su declaración.
— No te atrevas a reírte — advirtió tan pronto reparó en la sonrisilla del mayor; no estaba de humor para más juegos como ese.
— Yah..., pero no te me pongas arisco — comentó para tratar de alivianar la tensión. — si mi princesa me lo permite, me gustaría compensarlo por el castigo — propuso el pelinegro al tiempo que hacía un guiño con sus ojos.
Accedió sin siquiera preguntar, sabiendo que Yunho era digno de confiar; sobre todo si se trataba de amar. Fue así como se descubrió segundos más tarde con una almohada en su espalda baja, las piernas enganchadas a los hombros del pelinegro y la boca de este tentando sus áreas privadas.
— ¡H-hyung!, por favor..., p-por favor... — pidió, más bien, demandó al de sedosa cabellera cuando paseó su lengua justo sobre su entrada.
Aceptando la suplica, el mayor resolvió darle lo que pedía, empezando a mover su boca contra aquel anillo de músculos que se rendía a las ricuras conferidas. Privado por tan repentina oleada de placer, apretó la cabeza de Yunho entre sus muslos al tiempo que se aferraba con ambas manos a la cama. La posición era bastante cómoda y, gracias al almohadón bajo su espalda se sentía libre de moverse y empujar contra la lengua que empezaba a penetrarlo lentamente. Sí, ese hubiese sido el desenlace perfecto, a no ser por cierto pelinegro que de nueva cuenta volvió a ponerse en tono soberbio.
— Quédate quieto o me detendré — gruñó el mayor sin apartarse demasiado de su lugar, pero hasta el aliento de este rozando con su humedecida piel le hacía tiritar del placer.
Para su fortuna y, pese a la bravura en su voz, Yunho se mantuvo comprensivo y continuó una vez logró su cometido, con las manos de vuelta en las sábanas y la cabeza orientada a la cabecera de la cama.
Era difícil conservar su fuerza cuando su cuerpo rogaba por una salida a la tensión en sus músculos, sin embargo, todo lo que sus articulaciones y extremidades callaban lo vocalizaba, acompañado de aquel honorario que tenía a Yunho actuando. Alentaba a su novio con frases espontáneas, nada sucio, pero sí eficaz; lloraba y suspiraba el nombre del otro en voz baja mientras este parecía entregado a la idea de devorarlo por completo.
De refilón lo único que podía ver era la mata despeinada de cabellos azabache sacudirse cada que su dueño se acomodaba para llegarle en una nueva caricia; los sonidos que estas hacían siendo la razón por la cual sus mejillas se enrojecían. Sentía tan húmedo el tacto en la parte más austral de su anatomía, pero ello lo encontraba divino, porque Yunho sabía trabajar cada terminal nerviosa con su lengua y sus labios para hacer de ese exceso de saliva un encanto. Todavía, cada vez que se juzgaba apto de rozar las nubes, su meta se distanciaba, así como el pelinegro quien, cansado, se tomaba una milésima de segundo para limpiarse la quijada con la mano. Entendía el arduo trabajo que conllevaba aquella actividad, pero estaba harto de ver su falo babearse en su abdomen, palpitar cada que Yunho sorbía más fuerte; si no hacía algo los testículos le iban a explotar. Con esa idea en mente, no le importó las consecuencias que pudiera traer su siguiente acción, simplemente, se hizo con la diestra y empezó a masturbarse al ritmo de la minuciosa e insuficiente penetración que sentía de parte de su amor.
— Ngh..., Y-yun-..., ¡Hyung!... — exclamó al rozarse con los dedos en la punta de su miembro, viendo estrellas tras sus ojos cuando un inadvertido Yunho adicionó dos de sus dedos a la ecuación.
Se hubiera salido con la suya de no ser por el insistente meneo que llevaba su cuerpo al masturbarse, eso sin mencionar el sonido que hacía su carne y..., oh, cuánto lamentó que su prometido se diera cuenta de su travesura, porque ni bien lo descubrió le negó la salvación.
— Con que esas tenemos..., vaya... y yo que pensé que mi princesa se estaba portando bien
— murmuró tras incorporarse en la cama, secándose con la zurda el exceso de sus babas.
Tan alebrestado como estaba, le tomó un par de segundos evidenciar la magnitud de su error, para cuando lo hizo se sentó en la cama ignorando el jaloncito en su espalda y rápidamente buscó a su amante para tratar de explicarse.
— P-pero, Yuyu, yo sólo-...
— Ya que te estás portando tan mal... demuéstrame entonces qué tan ansioso estás de que Hyung te haga suyo — lo cortó antes de siquiera poder pensar en una excusa.
A razón de tan cortante argumento, se echó para atrás un tanto asombrado, mas, el prospecto del asunto no le causó desagrado. Sin embargo, no supo cómo tomar la iniciativa para hacer lo que el mayor le pedía. Yunho, por el contrario, le pilló en medio de su disyuntiva y se acercó hasta él para besar sus labios; la acción supuso un respiro a toda la locura de hacía un rato.
— ¿Te parece bien si te masturbas y me dejas ver? — cuestionó el pelinegro mientras esparcía besos por sus mejillas en descenso tortuoso y rozagante a sus clavículas.
Asintió y emitió una corta respuesta aprobatoria, mas, su prometido no se mostró satisfecho.
— Sabes que podemos parar, ¿no?... — susurró su amor justo después de chocar sus frentes con ternura; le encantaba cómo Yunho podía ser un hombre dominante y de la nada saltar a su actitud de siempre.
— Lo sé... y por eso no te he dicho nada; quiero hacerlo.
— ¿Estás seguro?
— Sí, Yuyu... yo te diré si es mucho — afirmó tras enmarcar el rostro ajeno entre sus manos. Acto seguido, se inclinó para dejar un beso en el corazón que hicieron los belfos ajenos.
Derretido a causa de su ternuras, Yunho correspondió a su fogoso tacto, volviendo a las andadas. Después de un rato, se cuadró delante de él, tomándolo por la cintura en caricias hasta lograr acomodarlo en su regazo; ni bien tomó asiento en aquel trono, sintió cuán dura y cruda se perfilaba la erección ajena entre sus piernas, todavía, no le prestó la debida atención.
— Vas a masturbarte lento; no aumentarás la velocidad ni te correrás a menos que yo lo diga, ¿entendido? — instruyó el mayor apartándose apenas de su boca; tantas eran las ansias de ambos en esos momentos que incluso entonces siguieron unidos por una hebra de saliva.
Asintió sin más, tomándose un segundo para recobrar el aliento, tratando también de disipar las nubes en su mente, todavía, antes de siquiera encontrar una posición cómoda Yunho lo tomó por las manos, haciendo que volviera la mirada a sus ojos.
— ¿Recuerdas tu palabra de seguridad? — preguntó un consternado pelinegro haciendo que el corazón casi le saltase del pecho.
Aquella pregunta significaba que lo que sea que estuviese por pasar estaría bueno, que gozaría en demasía de una pasión desinhibida, y pudiera quizá estar solo a horas de su boda; pudiera ser que su teléfono estuviese reventándose a mensajes y llamadas, pero qué más daba, si la promesa tácita en esa pregunta resultaba más tentadora, Por décimo quinta vez en una sola hora escogía olvidarse de sus responsabilidades, porque su verdadero compromiso se hallaba ahí, aguardando por su respuesta.
— Durazno — respondió en un susurro a complacencia del mayor.
Como por arte de magia, la palabrita le pasó los suiches a Yunho, haciendo que el susodicho retornase a su actitud impositiva de antes, dejándolo a sus anchas, acomodándose en la cama para tener una vista privilegiada del espectáculo que estaba por montarle. Y armándose de brío, a expensas de la lujuria procuró no decepcionarlo cuando empezó a tocarse, lento, como se le había sido indicado; moviendo su mano de arriba hacia abajo en su falo hasta encontrar el ángulo exacto.
Con la poca lubricación la acción no resultaba tan satisfactoria, pero lo que no conseguía por su cuenta lo obtenía con la mirada ajena: Yunho parecía contener las ganas cuando lo veía consentirse de esa manera; con aquel ímpetu que le hacía retorcerse sobre el regazo ajeno.
— A-ah, ah-g..., Hyung — gimió en voz baja, al tiempo que Yunho libraba una pesada exhalación. — s-se siente tan r-rico... hm...
Sin detenerse, cambió el ángulo de su mano y centró los estímulos a la cabeza de su masculinidad, abriendo y cerrando sus dedos para formar un anillo que se iba lubricando con los jugos de su pecado. Mentiría si dijera que no dolía desperdiciar tanta energía delante de su pareja, pero el agarre sólido de Yunho y la atención que este daba a cada mínimo movimiento que hacía lo traía fascinado. Tan absorto estaba en su tarea que ni siquiera era capaz de registrar los sonidos que hacía; los movimientos espontáneos; lo espasmos..., todo lo que a Yunho provocaba, mas, nada de ello era suficiente para ambos.
Sabiendo que necesitaba del permiso de su prometido para obrar de forma diferente, quiso pedir por una siguiente instrucción, todavía, el placer que de momento se daba a sí mismo le cegó. Con la mandíbula floja, jadeaba y sin querer se babeaba apenas antes de morderse los labios, absteniéndose de aumentar la velocidad de su mano que seguía frotando su enrojecida carne.
— Hyung, Hyung-... Mh... — insistió alzando la otra mano con la cual venía apoyándose en la cama, sólo para acariciar una de las mejillas opuestas mientras encontraba las palabras para hacer su propuesta.
Yunho siguió admirando cómo se deshacía sobre sus piernas, esperando pacientemente a que dijera algo, lo que fuera, sin embargo, al no obtener una oración completa, sino palabras dispersas, buscó llamar su atención con beso que depositó en la palma de su mano.
— Dime, princesa... ¿qué quieres? — cuestionó quedando hipnotizado a la intensidad de esos brillantes ojos pardos.
Desprovisto de palabras, se mantuvo como antes, esperando a que este interpretara su silencio, cosa que hizo, mas no de inmediato. Con parsimonia el pelinegro rozó su mejilla con el pulgar antes de recoger la baba que se escurría por la comisura de su boca, devolviéndola a su lugar de origen para luego presionar en su lengua haciendo que, por reflejo, terminase chupando su falange.
— Hazlo despacio, no demasiado rápido..., no quiero que te corras todavía — instó su prometido con la voz más gruesa de lo habitual, pareciendo un ronroneo sensual.
— ¿Y-y puedo darle un besito a Hyung?...
— Todos los que quieras, princesa.
Valiéndose de la palabra de su amado, no tardó demasiado en caer al magnetismo de aquellos labios acorazonados, volviendo a besarlos con fervor hasta dejarlos tan tintos como los suyos. Yunho le correspondió a razón de la misma pujanza, filtrando por ahí las ganas — que supuso — tenía de estallar, aunque si de algo estaba claro es que, si aguantar se trataba, Yunho saldría invicto de toda batalla.
Con la nueva velocidad que tenía su mano los espasmos en su abdomen eran cada vez más frecuentes, así como sus jadeos y lloriqueos que le hacían perder la coordinación en sus movimientos. Ya para ese momento ansiaba tanto su orgasmo que no tenía reparo en lo que hacía y Yunho lo dejaba ser, porque hasta él sucumbía a los efectos de su cuerpo, le constaba, porque sentía el choque tímido, pero persistente de las caderas ajenas contra sus magulladas nalgas.
Al efecto de la nueva adición su cuerpo pareció perder el control, estaba empezando a ascender rápido por la colina; estaba llegando a la cima; ya casi podía saborear la dulzura de aquella venida, pero temía que nuevamente le fuera negada la partida.
— ¡H-hyung, Hyung!... por favor, déjam-me..., déjame correrme, por favor — rogó con desespero, pegando su sudorosa frente a la opuesta; recién entonces remedió en que su cabello seguía húmedo y que probablemente necesitaría otra ducha después de eso, pero ya habría tiempo para eso.
Creyó que al nivel de sumisión que había llegado — rayando ya en lo ridículo — endulzaría al mayor para que este le concediera el ansiado permiso, sin embargo, este lo sorprendió cuando de un momento a otro, detuvo su mano y le confirió un rotundo «No.»
Su primera reacción tras oír dicha declinación fue soltar un reclamo seguido de una pequeña rabieta que su prometido se caló hasta que su irritación se disipó; en todo el rato no hizo más que obedecer, simplemente pagando su frustración con el hombro del otro, antes de caer aferrado al cuerpo de su novio.
— Eres un coño de madre cuando te lo propones, ¿te lo habían dicho?... — voceó con petulancia, aún sin alzar el rostro.
Yunho no se inmutó a sus palabras, sólo buscó su rostro y lo calló todas su insolencias con un beso. Después, el susodicho lo empuñó en su mano y empezó a masturbarlo con rapidez, haciendo que algo se quebrase dentro de su ser.
— Cállate y deja que Hyung se haga cargo del resto — sentenció contra su boca, la cual tenía entreabierta con tal de permitir la libertad a sus constantes gemidos.
Sin siquiera haber aceptado la primicia se vio de piernas abiertas con la espalda en la cama mientras un seductor pelinegro se despojaba de su ropa delante suyo. Desde allí su prometido parecía un tirano, el más sensual jamás citado en la historia, pero nadie más sabría eso porque todo lo que tocaba con la mirada era suyo; ese metro ochenta y seis centímetros de piel nevada era de su propiedad.
Para cuando Yunho estuvo desnudo, el pelinegro volvió a instalarse entre sus piernas esta vez con una botella de lubricante en su diestra, la cual abrió para verter una cantidad generosa en su índice y medio. Sin previo aviso, los dígitos desaparecieron de su vista y se enterraron en sus entrañas, comenzando de una abusar la flor más sensible y olvidada al interior de su fisiología.
— ¡A-ah!... ¡Yunho!... j-joder, ¡no pares, por f-favor! — exclamó siendo víctima del placer, sin dar importancia a su error. Todavía, el castigo del mayor no fue tan severo como imaginó: con una palmada en seco le reprendió, mas, ello sólo alentó el alce de su excitación.
Con tres dedos dilatando su entrada, se dedicó únicamente a disfrutar de la atención que su prometido le daba, deshaciéndose en cada rápida estocada. Los lloriqueos se hacían cada vez más quebrados y su respiración más errática, ya casi no veía a razón de las lágrimas, pero se negaba a rechazar las ricuras que Yunho le traía.
Estando sobre su cuerpo, el mayor no le dio descanso cuando atrapó uno de sus pezones entre sus labios, chupando y moviendo su lengua en círculos antes de dar el mismo tratamiento a su compañero. Esto bastó para que volviese a llorar pronunciando el nombre de su verdugo, pero ya no había castigo que pusiera fin a su altanería; el pelinegro lo sabía, por eso continuaba abusando de sus puntos erógenos con las manos y la boca. Pero..., acaso era así como quería terminar aquel momento tan especial; la respuesta era equivalente al resultado del límite de efe de equis cuando tiende a cero por la izquierda.
— D-detente-... Hyung, Y-yunho-... ¡durazno! — gritó y, tan pronto lo hizo, todo paró.
Agitado como estaba, lo único que sintió fue las manos de Yunho en su rostro coaccionando su regreso a la tierra. Al abrir los ojos lo primero que apreció fue a un alterado pelinegro, quien seguía repitiendo al misma pregunta una y otra vez «¿Mi amor, estás bien?»
— S-sí... lo siento, no pasó nada malo, Yunho. Es sólo que iba a correrme y ya no quiero hacerlo sin ti — se excusó cansado de aguantarse la ganas, pero eufórico por llegar al final junto a su pareja.
Yunho, aunque reacio a su palabra, se calmó ni bien se incorporó para besarlo. De forma inexplicable una de sus manos fue a parar hasta el miembro de su pareja y, siguiendo el ritmo que había tenido para consigo, se dispuso a estimular a su prometido.
— ¿Cómo me quieres esta vez, Hyung?... — musitó tan lujuriosa pregunta contra la boca ajena, sonriendo al ver a su prometido tratar de elaborar una respuesta subjetiva.
— En cuatro..., te quiero en cuatro.
— ¿En cuatro?... ¿en cuatro balcones o en cuatro caminos? — susurró mofándose del letargo de su prometido; por algún lado tenía que cobrarse las injurias que había vivido.
— No jodas, Mingi — refunfuñó este, aunque bien podía ver la sonrisa que se le asomaba en los labios al reconocer su referencia.
— Yah, no te me pongas arisco — lo remedó antes de plantarle un besito. — tus deseos son órdenes, mi amor — culminó con dulzura, dejándose de juegos para volver a su rol anterior.
Dejó lo que hacía para buscar su lugar en la cama, quedando justo al centro apoyado en sus rodillas y manos, con la espalda trazando un ligero arco. Fue así como encantó a Yunho, quien no perdió tiempo en lubricarse y, posteriormente, enterrarse lentamente en su carne.
Aunque esa no fuese su posición preferida, debía aceptar que en los últimos meses le había agarrado el gusto a tomar de esa forma a Yunho. Le complacía porque de esa forma el mayor llegaba más rápido a los lugares que quería; inclusive el movimiento era más fluido y rápido; sin embargo, aquella posición la asumía un tanto impersonal, más aún tomando en cuenta el calibre de las promesas que se obsequiaban cada que daban un buen uso a la cama. Pese a ello, no se centró en pensar en ello cuando Yunho empezó a moverse, todavía acoplándose a la estrechez de sus paredes.
— M-mingi..., mi amor...
— Rápido, Hyung..., por favor — pidió con la voz ahogada contra la almohada.
De inmediato su prometido se puso en acción, tomando un respiro antes de empezar a mover su cuerpo en estocadas certeras que enviaban corrientazos de placer por toda su columna. Ya no había nada más coherente que decir; sólo que Yunho lo tomaba con el entusiasmo y el mismo amor de siempre. No obstante, el mayor siempre encontraba la manera de hacer que cambiara de parecer.
— Si antes era el único que podía tocarte, después de hoy no podrán ni verte — escuchó decir a un agitado Yunho contra su nuca.
El mensaje en las palabras de su pareja era bastante conciso; era obvio que su promedio quería hacerse el posesivo, y eso además de enternecerlo, le trabajó la fruición hasta dejarlo privado del goce.
— De todas formas, n-nunca dejaría que nadie más me viera así, ¡a-ah!... — confirmó para deleite de Yunho, quien no paró de embestir contra su cuerpo.
El aplauso que hacían al encontrarse sus pieles era revitalizante, así como cada minucia de placer que hallaba al rozarse con las sábanas. Yunho no volvió a recalcarle el que fuera de su pertenencia, mas, sí se ensañó en dedicarle palabras que relataban su profunda devoción.
Con cuidado el mayor le ayudó a incorporarse para quedar sentado en su regazo aún estando de espaldas. Así, sentía el placer triplicarse, pero teniendo todo el trabajo por delante le era difícil moverse sin la ayuda del pelinegro. Por suerte, Yunho nunca soltó sus caderas, al contrario, le fue guiando para disfrutar ambos de tacto tan íntimo; claro que, el pelinegro también disfrutaba del visual que tenía, pero eso no le concernía.
— Y-yuyu, Yunho... — llamó al otro al sentir los músculos de sus piernas engarrotados; estaba exhausto.
El aludido respondió con un beso en su hombro, sabiendo de qué se trataba y sin ponerlo a esperar demasiado, le asistió para que volviera a la cama, no sin antes acomodar las almohadas para que reposara con comodidad. Agradeció la galanura de su prometido con un beso fugaz, que derivó en nuevos besos que florecieron en su piel al paso de los labios de su amor sobre él.
Entre suspiros, Yunho volvió a acomodarlo para que estuviese sobre su costado, así tomó una de sus piernas y la alzó para buscar camino en su interior. No le molestaba en lo absoluto que el otro tuviera arranque e iniciativa, no si ello se traducía en el placer que ahora recibía.
— A-ah-ah-ah... más, más, más, Hyung... justo así-sí... — exigió entre jadeos, aferrándose a la almohada que olía a Yunho; a su hogar, a amor, al que en cuestión de horas podría llamar esposo.
Embriagado por ese aroma, no se percató de la sonrisa que tenía el mencionado en los labios, pero si algo consideraba inequívoco a su realidad, era el saber a su adorado pelinegro amándole hasta el último átomo de su compleja integridad.
No era tanto por la velocidad que llevaba al caer cual copiosa lluvia en resonantes estocadas, sino por la manera como lo sujetaba; el cómo entraba y salía con tal cortesía; las molestias que se tomaba para llegar y besar su hombro siempre rebasándolo con su cuantiosa amabilidad..., todas esos detalles hacían la diferencia y lo empujaban al retorno; al único camino conocido para sufragar su incipiente necesidad. Estaba cerca del final otra vez y con suerte esta sería la última que se hallase en un escenario semejante por lo pronto, pero algo le faltaba; quería, mas, no podía del todo atender al llamado de sus ansias. Todavía, antes de siquiera elucubrar en ello, Yunho lo supo; le leyó intrépido el pensamiento.
Sin mediar palabra alguna el pelinegro abandonó su calor momentáneamente con el propósito de acurrucarse entre sus piernas. Encantado por volver a la posición de siempre, cruzó los tobillos en la espalda de su valeroso prometido y con los brazos llenos de amoroso pelinegro, se dejó hacer por el susodicho, quien buscó librarlos a ambos con rapidez de aquel libidinoso letargo.
— M-me encanta verte cuanto estás cerca-ah... — confesó entre jadeos, sonriendo al ver la reacción de su pareja.
— ¿C-cómo sabes que lo estoy?
— Porque siempre me lo haces más rico cuando lo estás — respondió a centímetros de la boca ajena, tentándolo con el deseo, pero sin darle a probar de este.
Aunque arrebatado, Yunho siguió en su labor, llevándolo cada vez más alto con cada estocada y caricia que propinaba a su entumecida humanidad; con el pasar de los segundos sentía al otro palpitar del desespero, fundiéndose en sus adentros mientras ambos disfrutaban de la cercanía y el esmero ajeno. Imposible le fue pensar en otra cosa que no fuera el resplandor de esos ojos pardos; la blancura de esa piel perlada; la primorosa forma de esa boca; el calor que emanaba de su amor; el impetuoso latir de su corazón..., de poder, embotellaría cada uno de los sentimientos que esas pequeñeces le hacían sentir, porque así de avaro era cuando se trataba de compartir a su pareja.
— Estoy cerca... no te detengas, por favor — suplicó contra la piel del cuello ajeno, simplemente respirando — o intentándolo — contra este.
Apenas terminó el aviso, en un arrebato su orgasmo le rasgó, más poderoso que nunca, llevándolo a las alturas donde hizo morada, aún privado y sin decir nada. Al efecto, Yunho le siguió un minuto después de hacerse con los espasmos que estremecían todo su ser; en su apretado esfínter siguió sosteniendo a su prometido, quien abusaba de la ternura de sus paredes, pese a haber encontrado el paraíso.
Abrumado, soltó un quejido que hizo al pelinegro detenerse en el acto, sin embargo, los mimos que este dejaba con sus labios en sus clavículas y hombros desnudos nunca cesaron.
— Qué acabamos de hacer... — murmuró, escuchándose su voz rasposa.
— No lo sé, pero habrá que repetirlo alguna vez — declaró un pasmado Yunho con las pupilas apuntando al cielo.
— Siento que me corrí mil veces en una sola, Yuyu... no creo que mi corazón de para tanto; siquiera sé si podré llegar bien a nuestra luna de miel — confesó un tanto consternado por la respuesta de su amado.
Aún percibía el remanente de su orgasmo haciendo cosquillas en sus manos, su cuerpo también seguía tiritando bajo el peso de Yunho, pero aquello no era nada que el aludido no estuviese imitando.
— Ahora sí tenemos que pararnos; Yoora nos va a joder si nos-... — sus palabras fueron cortadas al escuchar la irritante cancioncilla que tenía el pelinegro como tono de llamada que ocupaba para nada más y nada menos que la dichosa castaña.
Ambos se vieron a la cara por un instante, justo después Yunho pareció volar por los aires, atendiendo la llamada a una furiosa muchacha que pareció atravesar la bocina con sus gritos.
— ¡Coño de la madre, Yunho!, ¿¡dónde carajo estás metido!?
— Estoy en mi apartamento, ¿dónde más voy a estar?
— ¡Qué coño voy a saber yo!, ¡abre la puerta, nojoda! — y con aquella ternura inusitada la muchacha colgó.
Desde su lugar, explayado en la cama, vio a un mosqueado Yunho ponerse los pantalones antes de correr a la puerta, dando paso a iracundo metro cincuenta y ocho de reclamos que tenía por amiga. Aún entre las sábanas escuchó el murmullo de aquel torbellino quebrantando la paz de su nicho.
— ¡Una hora, estuve tocando la maldita puerta por una hora! — continuó la castaña, ingresando a la sala del apartamento como Pedro por su casa. — entonces yo estoy «¡tacataca-tacataca!» como un puto carpintero — soltó haciendo la mímica contra la pared. — ¡tengo tres cafés y dos Monter's encima para aguantar la pela y ustedes bien gracias!, ¿¡y yo!?... — gritó postrándose de brazos abiertos a mitad de la estancia. — ¿¡será que alguna vez piensan en mí!?
Desde el cuarto aún parecía que el bullicio lo tenía encima; algo inapropiado a tan tempranas horas de la mañana, si se lo preguntaban. Suspiró pensando en la cara que tendría Yunho y, como muestra de solidaridad hacia su futuro esposo, se envolvió en las sábanas y, con cierto temor, caminó en dirección a la sala, prefiriendo quedarse en el pasillo cuando vio al dragón de tres cabezas que los vino a buscar a los dos.
— ¡Coño ya deja de joder y cállate!... ¿Qué ganas con que todo el puto edificio se entere de eso? — cuestionó con fastidio el pelinegro; asomado sigiloso desde el pasillo veía todo en caso de que su prometido necesitara refuerzos.
— Mira, recontracoñísimo de tu-... — dijo la castaña apuntándolo con un dedo, quedándose callada al escanearlo de pies a cabeza con la mirada. — Tú me tienes que estar jodiendo... — musitó por lo bajo. — ¡Yunho! — le reclamó esta vez al borde de las lágrimas.
— ¿¡Qué coño hice ahora!?
— ¡Me lo prometiste imbécil!, ¡me dijiste que no ibas a coger hasta que la boda terminara para no distraerte! — siguió la muchacha con sus irritantes reclamos, pisoteando el suelo para liberar algo de su furia. — cuál será el castigo que estaré pagando yo contigo, Dios mío... — se lamentó esta con una mano en la frente; haciéndose la víctima delante del mayor. Justo entonces, sintió esa afilada mirada atravesarlo al caer desprevenido. — ¡Y tú!, ¡coño de la madre, Mingi!, ¿¡por qué no pudiste decirle al marido tuyo que dejara de pensar con el pene!?
— P-pero-... ¡sí lo hice! — se defendió de inmediato.
— No sí, ya veo que sirvió de mucho — dijo la muchacha con ironía, llevándose ambas a la cintura — Tú porque piensas con el culo y aquel porque piensa... no sé, Yunho, mi amor... ¿tú piensas? — soltó con guasa. — Ay, no, saben qué... me importa una mierda. Anda a bañarte, Mingi — ordenó esta vez chasqueando sus dedos, como si con eso fuese a adelantar el tiempo.
Sin querer dar pie a otra discusión se apresuró a ir hasta el baño, todavía, en medio del agite, olvidó las sábanas que lo envolvían y casi tropieza con ellas, pero pudo frenar con éxito una estruendosa caída, sin llamar la atención de nadie. Con una sonrisa se dispuso a caminar cuando vio sus pies libres, mas, unas palabras en particular lo hicieron detenerse.
— ¿Por qué te empeñas en sabotearte a ti mismo, marico? — preguntó una indignada Yoora a su prometido; su voz ahora más recatada. — llevo tres días sin comer para poder caber en el puto vestido que me compré y tú... — hizo una pausa para respirar, apretando el puño; estaba a nada de otra rabieta monumental. — ¡Y tú no puedes hacer el veintiúnico sacrificio que te propusiste!
Caminando sobre las puntas de sus pies, devolvió sus pasos hasta quedar escondido tras el muro que daba con el pasillo, allí agudizó sus audición para seguir escuchando la conversación. Y no es como si le gustase fisgonear, siquiera meter las narices en asuntos que no eran de su incumbencia, pero tenía una corazonada de que quizá... la información que los amigos iban a compartir sería beneficiosa para él.
— Verga, ya deja la ladilla..., perdón, ¿sí? — soltó el pelinegro en una pesada exhalación. — me dejé llevar porque llevaba una semana sin coger; yah, fue mi error.
— Coño, pero es que si sabes todo lo que tienes pendiente por qué te pones con esas — continuó rezongando la muchacha. — ¿tienes una idea de todo lo que tuve que hacer para que se te dieran esta mierda?... tuve que jalarme las bolas que no tengo hasta poder conseguirte esa puta reservación, Yunho; coño vale... piensa un poquito en de los demás, pana...
Abrió los ojos de la impresión que le causó aquella declaración. Nada sabía sobre la reservación de la que hablaba Yoora, siquiera entendía bien el contexto de todo; hasta donde alcanzaba su entendimiento, no podía estar tan retrasado para ninguna de las actividades previas a la boda — él mismo se cercioró junto a Seonghwa que hubiese tiempo de sobra por si ocurría alguna eventualidad — todavía, con una mano en la boca, en rotundo silencio, procuró abandonar el lugar, escabulléndose de nueva cuenta a baño.
Estando allí no se permitió ahondar en lo que escuchó; las mil y una cosas; los incontables escenarios que podían dar pie a esa bendita reservación..., pero develar aquel misterio era un lujo que no se podía permitir. Aunque el bichito de la curiosidad le siguiera picando, tendría que esperar para saberlo, si acaso podría preguntarle a alguien, pero..., ¿a quién?
«Quizá ni siquiera sea una sorpresa para mí..., quizá sólo es una cuestión que Yunho quería para él.»
Razonó al momento de consumar, por segunda vez consecutiva, la culminación de su ritual de aseo personal.
˚
Al salir del baño lo único que encontró fue una muy ocupada castaña, mandando notas de voz en su teléfono, que bien hubiesen sido la causal de una tercera guerra mundial. La excusa de la ausencia del pelinegro la supo después entre gritos y regaños de parte de la castaña que demanda ver ropa adecuada sobre su cuerpo. Refunfuñando se fue de nuevo al cuarto y se vistió, soñando despierto con la idea de reencontrarse con Yunho en la tarde, todavía, hubiese querido despedirse de pelinegro con la promesa de verse ambos en el altar; tener un momento dulce y mágico, quizá..., cualquier fuera su anhelo, ya no tenía remedio.
— ¡Mingi, coño de la madre, apúrate! — gritó su amiga mientras caminaba hacia su habitación; con cada fuerte pisotón de la castaña iba en aumento el volumen de su voz. — P-pero qué coño-... ¡Mingi!, ¡dale marico, ¿no entiendes que tienes que casarte esta tarde y que tenemos que seguir un cronograma!? — bramó la muchacha al encontrarlo con un solo brazo metido en la camisa. —
— ¡P-podría vestirme más rápido si dejaras de gritarme!, ¡no soy un carajito de cinco años! — protestó al tiempo que sus dedos inquietos luchaban por abotonar su camisa.
— ¡Ah, pero pareces y actúas como uno!... ene pe ese, eres igualito al jevo tuyo... — bufó. — ¡Si no hubieses pasado la mañana cogiendo con el jevo tuyo no estaría gritándote! — contraatacó la castaña llevándose el teléfono a la oreja para seguir hablando sabrá Dios con quién. — ¡Te dije que no íbamos a hacer esa mierda!, las flores blancas van en el arco y las demás van a los lados, ¿¡en qué idioma hablo yo!? — vociferó saliendo finalmente del cuarto.
La tranquilidad en esos momentos parecía fabricada con cristal. Entre más gritaba Yoora, más ansias le daban, pero tenía que recordar que ese era el precio por pagar por una ceremonia bien hecha, aunque nada le costaba a la muchacha tratar bien a los de la floristería; después de todo, ella era quien había contratado a la mejor de todo Seúl. Soltó un suspiro mientras peinaba hacia atrás sus cabellos, acto seguido, caminó hasta la cómoda para tomar sus lentes y colocárselos frente al espejo. Entonces lo vio... su aspecto era aceptable, si acaso atractivo — como siempre —, todavía, esa sería la última vez que se vería a sí mismo de esa manera: sin un anillo en su mano; sin una promesa que habría de valer el resto de su vida. ¿Tendría tanto efecto adornar uno de sus dedos?... tal vez estaba siendo demasiado extremista. Se iba a casar con el pelinegro de sus sueños; el hombre de los labios acorazonados; su ingeniero favorito en todo el universo... Yunho era su primer y único; sí después de esa tarde su aspecto cambiaba sería para mejor.
— ¡Mingi, mueve el culo que tenemos que irnos ya! — saltó la castaña mutilando su profunda cavilación.
Se dio una última mirada al espejo y con una sonrisa en los labios salió de la habitación apresurado. De allí todo lo recordaba como un borrón blanco; como el traje que vestiría ese día para contraer nupcias con su amado. Demasiadas emociones en pocos minutos por poco hacen que deje algunas cosas en el apartamento, sin embargo, logró devolverse a tiempo para agarrarlas antes de subirse al carro de Drácula. Debía admitir que ir de copiloto de la castaña no era una experiencia para nada gratificante, con tener guáramo no era suficiente, pero no tenía siquiera el empuje para cuestionar su desaforada forma de ir tras el volante.
— ¡Quítate, malparido! — gritó, pese a no ser escuchada por el otro conductor; el único que tuvo el infortunio de calarse aquel castigo fue él. Con una mano en el pecho y la otra aferrada al descanso de la puerta, vio el otro vehículo con el cual casi chocan alejarse despacio por la calle. — Dios mío, juro que nunca en mi puta vida me voy a casar y si lo hago... le voy a dar rial a alguien para que organice todo, porque yo ya no puedo más — murmuró la castaña yendo a cincuenta maldiciones por metro sobre segundo.
— N-no vamos tan retrasados; podrías al menos calmar-...
— No te atrevas a terminar esa oración, Mingi — advirtió la muchacha con una amenaza de muerte tácita en su lengua viperina.
Se encogió de inmediato en su asiento, poniendo los labios como boca de pez a modo de impedir que de su boca saliera cualquier idiotez.
— Lo siento; yo-... — suspiró la castaña, antes de orillarse en una avenida, recostando la frente del volante con los brazos caídos. — he estado demasiado estresada estos últimos días y por culpa del marido tuyo — admitió, mas, no identificó desprecio alguno en su voz. — Yunho de verdad que hizo... — una pausa súbita. — no, no te lo diré. Después voy a ser yo la pajua y no pienso calarme ese chaparrón; no mi hermano, suficiente he tenido estos días con aguantar al picky de Seonghwa — bufó mirando por el retrovisor para luego incorporarse de nuevo a la vía. — si no fuera por Yeosang, ya nos habríamos esmoñao', peor, le hubiese quemado el rancho pa'que sea serio, nojoda...
Temeroso a emitir siquiera un sonido, falló a favor de la castaña en función de su desahogo personal. Por encimita sabía ciertas de las peripecias que sus amistades tuvieron que hacer con el propósito cubrir las desfachatadas entre un malentendido y otro. No había sido fácil en ningún sentido; la masa no estaba para bollo, pero igual ellos habían hecho y desecho con lo poco que tenían, evitando que Yoora invirtiera más de los recursos que habían aceptado. Ya tenía una hipoteca encima, no quería — de paso — deberle hasta la ropa interior a su única amiga; no importaba su buena voluntad, simplemente para él y Yunho no estaba bien abusar. Pero entre tanta oscuridad siempre había un rayito de luz. Personas como Yeosang, a quien menos creyó ver de lleno con los preparativos de la celebración, de todos sus amigos, fue quien más cosas hizo para solventar los problemas que incurrían en Yoora o Seonghwa.
«Yeosang nos cayó del cielo, hay que dar gracias por ello.»
Recordó las palabras que, con retintín, dijo su prometido semanas antes del gran compromiso. Y algo tenía razón en lo dicho. Según las anécdotas fresquecitas de Yoora, el amante del pollo frito hasta le había ido a buscar el traje a Yunho cuando al pelinegro se le olvidó recogerlo una hora antes de que la tienda cerrara ese mismo día. Ni siquiera su padrino de bodas — o el de su futuro cónyuge — había sido tan atento; aunque sabía que eso se gastaba por declinar la propuesta del visionario contemporáneo de Hongjoong de diseñar su traje.
«Primero muerto antes que usar una vaina fosforescente el día de mi boda.»
Comentó para sí antes de ser interrumpido el hilo de sus pensamientos por otro comentario de Yoora.
— ¿Será que después me caso yo con Yeosang?, será Dios mío, ay... no sé, soy muy lesbiana y el muy gay; mejor no — balbuceó la castaña al doblar en una esquina. — pero ya se me ocurrirá algo para agradecerle después — por cierto, Seonghwa anda ahorita buscando las flores, porque los de la floristería son unos incompetentes de mierda y yo tengo que ir por la torta, así que... bájate, anda — lo apuró al terminar de estacionarse delante de un modesto restaurante de comida tradicional. — Hongjoong vendrá por ti cuando termines de almorzar, así que por favor cuando termines... llámalo — rogó la castaña.
Respondió con un asentimiento; en seguida se despidió de la muchacha y se bajó del auto. Sin mirar atrás, entró en el establecimiento buscando con la mirada a la señora Jeong hasta dar con ella; en lo que esta advirtió su llegada, alzó su mano, llamándolo. A paso tranquilo caminó hasta la mesa donde la mujer lo recibió con una sonrisa.
— ¡Mingi, qué alegría!, ya estaba por llamarte para ver dónde estabas; Yunho no contesta su teléfono... — comentó la señora con cierta tristeza. — ha de estar muy ocupado con todo lo de la boda, pero... ¿qué haces ahí parado?, ¡siéntate, siéntate! — insistió ella haciendo que de inmediato ocupara el asiento delante de ella.
— ¿Cómo ha estado, señora Min? — recordó llamarla esta vez por su apellido de soltera. —, lamento el retraso, Yunho y yo... hm, tuvimos una mañana ocupada — dijo tras carraspear un poco, omitiendo por supuesto la razón principal de su demora. La señora lo vio y volvió a sonreír, moviendo su mano en el aire.
— No hay por qué preocuparse, hijo; todo está perfecto, y dime... ¿estás ansioso? — cuestionó con interés. — Oh, recuerdo que el día de mi boda estaba hecha un manojo de nervios, pero todo salió espléndido — musitó con añoranza. Era en extremo satisfactorio, si acaso tranquilizador, que la mujer, después de todo el calvario vivido — y que aquellos recuerdos de los que hablaba incluyesen el nombre de aquel nefasto del cual ahora no pronunciaba ni el apellido. — pudiera expresarse con esa facilidad. — ¡Oh!, espero que no te moleste, pero ya pedí la comida — agregó cambiando por completo el tema de la conversación.
El almuerzo transcurrió sereno; disfrutó de la comida tanto como de la compañía de su suegra. La verdad, le intimidaba un poco referirse a la mujer de esa forma, sin embargo, suponía el caso la consecuencia inmediata desde un inicio; tomando en cuenta el tiempo que llevaba atado a su adorado pelinegro, nada podía hacer por ir en contra de los calificativos establecidos por la sociedad. Todavía, adoraba el hecho de poder llamarse yerno de aquella simpática señora que, pese a los años — y las tribulaciones implícitas — seguía teniendo este trato maternal para con su persona.
— Me sorprendió mucho cuando Yunho me dijo esto que querían hacer — dijo la señora tras una pausa prolongada; confundido, dejó sus palillos sobre el cuenco de arroz, resolviendo ofrecer la debida educación a su mayor. — lo del almuerzo, me refiero... — comentó esta vez mirándolo con complicidad, haciendo que se recogiera en su lugar. — oh, vamos... Yunho me dijo que había sido idea tuya; no tienes que apenarte... es un gesto muy bonito de tu parte el que hayas querido venir aquí en vez de estar con él.
— B-bueno... ya tendremos tiempo de sobra para estar juntos; quería que le dedicáramos un momento a nuestras familias antes de... ya sabe, la luna de miel y todo eso — murmuró desviando la mirada al tiempo que batía su mano delante de él en un vago intento de disipar el sonrojo acentuado en sus pómulos. — además... — soltó tras aclarar su voz. — nunca se lo pedí realmente y... aunque sé la respuesta, quería pedirle la mano de Yunho formalmente — compartió con cierta incomodidad.
Tuvo la decencia de mirar a su suegra a los ojos mientras musitaba la dulce petición que ablandó la mirada de la señora en cuestión.
— Mingi, hijo... — empezó esta, viendo hacia la ventana como si sus palabras se hubiesen escapado por allí. — creo que jamás podré agradecerte todo lo que has hecho por mi hijo..., ni siquiera yo fui capaz de velar por él como tú y tu familia lo hicieron — suspiró melancólica. — desde ese día que fui a recoger a Yunho al preescolar; ese momento en el que empezó a repetir «Mingi esto y Mingi aquello...» con aquella emoción... desde entonces, conociendo como era mi pequeño Yunho, supe que tu nombre sería parte de nuestro día a día... ¡y no me equivoqué!, porque la palabra favorita de Yunho siempre fue Mingi — rio risueña. —, incluso cuando discutía contigo en el colegio y decía que no volvería a hablar contigo, seguía hablando de ti... de todo lo que quería decirte o de la manera cómo arreglarían las cosas... — contó la señora haciendo que su corazón rimbombante, latiera de goce — es un poco tarde para pedirme algo así, pero la respuesta siempre ha sido sí... no le confiaría a mi hijo a nadie más, sino a ti.
La imagen que veía a través del grueso cristal de sus gafas se tornó borrosa ni bien terminó de hablar la señora Min. Estaba acostumbrado a que personas cercanas le hicieran llorar en esos días por diversas razones: por estrés, por tristeza, por las dudas que atestaban su cabeza..., pero vez era diferente; las lágrimas que ahora derramaba significan la alegría que de él se rebosaba. Desconocía la razón por la cual Dios estaría siendo tan bueno con él; no todos podían jactarse de haber recibido la bendición de todos sus amigos y familiares para consumar la unión más importante de su vida. Capaz era incluso más bendecido que el promedio, pues a ningún otro su suegra lo halagaría tanto como a él, ¿o sí?
— Oh, querido... — murmuró una comprensiva mujer antes de enjuagar las lágrimas de sus mejillas con afecto. — no sigas llorando que después estarás todo hinchado y necesitas verte perfecto para la tarde — dijo esta con humor.
Después de calmarse, buscó su teléfono para revisar si había alguna novedad, todavía, lo único que le alarmó fue la hora.
— ¡Carajo!, ¡cuándo se hizo tan tarde! — exclamó, disculpándose luego por tal grosería. — T-tengo que llamar a Hong-... — dijo y como si este pudiera leerle la mente, en seguida saltó su nombre en la pantalla con un mensaje que rezaba: «Voy por ti. Estoy ahí en cinco minutos.»
— Es una pena que tengas que irte tan pronto... — suspiró la señora. — ¡tenemos que volver a hacer esto pronto! — sugirió, sacándole una sonrisa.
Si hubiese sido por él, habría pasado al menos una hora más escuchando anécdotas desconocidas — hasta ese momento — de su futuro esposo, pero si no iba él a buscarlo al altar..., nadie más lo haría.
— Mingi — lo llamó, haciendo que elevase el rostro confundido. — no estés nervioso... todo saldrá bien, ¿sí?... déjalo en manos de Dios que ya suficiente hicieron todos ustedes.
Suspiró al oír a la mujer, sabiendo que eso no era del todo cierto.
— La verdad... siento que hubiésemos hecho más si el dinero nos hubiese dejado — se lamentó, guardando su teléfono.
— Oh, claro... Yunho me habló del lugar donde querían hacer la boda en un principio...
— Sí, ese jardín era bellísimo, pero demasiado costoso para nosotros... — dijo tras encogerse de hombros; resolviendo que no había caso en llorar sobre la leche derramada cuando igual tendría una boda de ensueño en un jardín hermoso gracias a la cordialidad de la familia de Yoora. Pese a ser la última opción, de todos modos, la cuestión en casa de la castaña estaría igual de buena, eso sin mencionar la ayuda que ello implicaba para sus finanzas y las de su futuro esposo.
— Debo admitir que, sí me desilusionó un poco que no quisieran hacer una ceremonia más tradicional, pero entiendo la posición de ustedes respecto al matrimonio — comentó la señora con cierta renuencia.
Bajó la mirada al oírla, rogando porque eso no derivase en otra discusión relativa a sus principios. Tenía muy en claro a quién pertenecía, honraba su tierra lo suficiente y su moral nunca había estado tan alta como para flaquear por una nimiedad. Hacer una boda tradicional coreana nunca estuvo en sus planes ni en los de Yunho, cuestión que dejaron en claro tras acometer los primeros preparativos para la boda. Por supuesto, había sido un trago amargo para sus mayores, si acaso un insulto, pero estaba decidido a hacer las cosas a su manera sin tener que rendir cuentas; de nada valía poner en riesgo la felicidad de su pareja y él por el inminente rechazo que hubiesen recibido a manos cualquier persona, dizque competente, capacitada quizá... para certificar su matrimonio frente a los demás.
— Tal vez se pueda después... quien quita que podamos hacer ambas — contestó a complacencia de ambos.
— Así será... — respondió la mujer al otro lado de la mesa. Y quizá siendo menos despistado, hubiese reparado en lo sospechosa que lucía su sonrisa.
— ¡Oh, ahí está Hongjoong! — exclamó antes de pararse de la mesa.
Con un fuerte abrazo y promesa de verse más tarde se despidió de su suegra, pagó la cuenta y salió expedido del local hasta la lujosa nave que conducía su padrino, quien aguardaba por él estacionado unos metros más adelante del restaurante.
— Menos mal que no tuve que llamarte; estoy harto de tener que agarrar el maldito teléfono y ver el nombre de Yoora en la pantalla — fue el recibimiento que le dio el rubio ni bien acomodó su trasero en el asiento del copiloto.
— Hola, sí... yo también estoy emocionado por mi boda, gracias, Hongjoong — contestó, siendo impertinente.
— Gran verga, todos sabemos que estás brincando en un pie porque ya no vas a tener que mearle encima a Yunho para decir que es tuyo — murmuró mientras conducía hacia la estética.
— ¡Y-yah!, ¿¡por qué insinúas que soy celoso y controlador!? — reclamó indignado por el comportamiento de quien debía ser su mano derecha durante esa fecha.
— Ay, sí... hazte el santo, coño de tu madre — soltó el rubio con esa sonrisita ladina que a Seonghwa derretía. — todos estaríamos de mejor humor si no te hubieses negado a la idea de hacer una despedida de solteros — expresó su queridísimo padrino de bodas.
— Y qué tienen de interesante esas vainas — bufó con indignación. — total... Yunho y yo siempre estuvimos juntos; no hay soltería que celebrar — con los brazos cruzados se puso a refunfuñar.
Hongjoong le respondió poniendo los ojos en blanco, dejándolo acompañado con sus pensamientos.
No entendía el revuelo de los demás por hacer valer la tradición, siquiera aquello tenía que ver con sus raíces para implementarlo en su vida; los americanos podían meterse sus costumbres por dónde les pareciera. No estaba en obligación y Yunho tampoco de adoptar modismos extranjeros, menos si estos implicaban que su futuro esposo se fuese de farra la noche entera a peligrar por las calles, tentando y buscando lo que no se le había perdido entre las piernas de un extraño. Sabía que Yunho no era capaz de ponerle los cuernos, pero con la mejor amiga que se gastaba..., aquello era otro cuento.
Amaba a Yoora, incluso le tenía un lugarcito desempolvado en su corazón sólo para ella darse el tupé de clamar el ser la única muchacha que había llegado hasta allí, pero por Dios que no confiaba en la pequeña y maquiavélica mente de esa ingeniera. Bastaba con echarle un vistazo a sus recuerdos para recapacitar de nuevo en ello...
«Una semana para su boda, siete días, no más para el gran día. Estaba ansioso de que todo terminase, ya hasta había pedido sus vacaciones por adelantado en el trabajo con tal de tener su preciada luna de miel; al pelinegro también le habían garantizado que tendría la próxima libre.
Esa misma tarde Yunho lo sorprendió con su comida preferida y como postre, unos besos divinos que hubiese disfrutado con propiedad de no ser por la intromisión de cierta castaña que ahora se paseaba inquieta por su sala de estar, para acabar sentadita en la silla que su prometido arrimó para ella. Rodó los ojos al oír las tonterías que los amigos compartían desde la mesa del comedor; lo único que se escuchaba desde el comedor era similar al barullo que hablaban los papás de 'Charlie Brown'.
En un principio pensó que Yoora estaría allí para notificarle algún pormenor de la boda, todavía, la muchacha lo único que había hecho — aparte de quitarle la atención de su marido — era hablar de trabajo y sus vivencias laborando en planta. Ingenieros al fin.
— Entonces el marico ese vino a querer explicarme a mí lo que eran las 'ISO nueve mil uno'... ¡a mí! — comentó alzando la voz al final al tiempo que se apuntaba con un dedo. — inaudito, ¿verdad?... — se respondió a sí misma; por el rabillo del ojo adivinó la falta de interés de Yunho. — Te juro que, si esa gente sigue allí creyendo que van a poder pasar por encima de mí, me voy a terminar de arrechar y me los voy a coger a toditos — murmuró la castaña antes de echarse dramáticamente sobre la mesa, desparramando sus cabellos por toda la superficie. — Ugh... necesito una cerveza.
— Sí... yo también — secundó su novio con la cara espachurrada contra su mano.
Se compadeció de su prometido al verle la carita de fastidio; sin embargo, antes de siquiera ocurrírsele algo para sugerir, y quizá agilizar la partida de Yoora, esta dio un brinco en la silla viendo al pelinegro directo a los ojos; como quien tiene la más grata epifanía.
— ¡Eso es, Yunho!
— ¿El qué?... — cuestionó el nombrado sobrecogido por el súbito arrebato.
— ¡Tenemos que hacerte una despedida de soltero! — tan pronto la muchacha — con aquella efusión — dio a conocer su idea, mil y una alarmas se encendieron en su cabeza.
— ¿Y de qué soltería es la que va a despedirse exactamente? — inquirió receloso antes de que el pelinegro pudiese replicar.
— ¡Pues eso precisamente! — exclamó la muchacha y ante el gesto de confusión de ambos agregó: — ¿no entienden?... ¡Tenemos que celebrar exactamente lo que nunca tuviste porque pasaste toda la vida oliéndole los peos al mismo carajo! — resolvió orgullosa de su pasmosa conclusión.
La negativa fue inmediata, tanto así que el cuerpo entero le tembló y en un estrépito soltó un rotundo y bravío «No.»
— Ay, Mingi... no seas cuaima, coño... dale, aflójale la cadena al Golden — dijo esta bataqueando el espaldar de la silla en un arranque de malcriadez. — ¡Yunho, échame una ayudaita ahí!
— ¡Que no! — masculló. — No vas a llevarte a mi prometido a un bar para que un stripper le baile encima — reiteró con inquebrantable convicción.
Hasta entonces Yunho, quien siempre tenía algo para opinar, optó por el silencio en función de resguardar esa noche su lugar en la cama.
— Ay, ya vas a empezar otra vez... ¡aburrido! — gritó la castaña. — ah, pero y si...
— ¡Tampoco te lo vas a llevar a Jejudo!
— Verga, pero tú... nojombre, Mingi — chasqueó la lengua, haciendo un gesto de desprecio con la mano. —Yunho, marico... todavía puedes huir y no casarte con esta cuaima, ¿sabías? — murmuró con saña tras su mano derecha, alzando las cejas al tiempo que Yunho suspiraba.
— ¿Siquiera era lo de Jeju una opción? — habló el mencionado por primera vez en largo rato.
— ¡Por supuesto que sí!, ¿no estás viendo la cara de zángana que carga la carajita? — la acusó. Al efecto, la susodicha se plantó ambas manos delante del pecho y con la mirada elevada trató, inútilmente, de recrear la imagen de una muchacha de bien; nada más le faltaba la aureola para disfrazar a la diabla de santa.
— No, pero... y qué te parece, mi querido Yunho, ¿si nos vamos a Estambul? — comentó la susodicha, acto seguido, recargó el codo sobre la mesa en una movida dizque seductora, poniendo la voz gruesa como un tipo.
— Esta qué... — respondió su prometido.
— No puede ser... esto es el colmo — murmuró por lo bajo, dándose con la palma en todo el medio de la frente.
— ¡Eso!, ¡Estocolmo!, ¿quieres ir conmigo a Estocolmo? — preguntó la muchacha con notorio desespero.
— ¡Basta, Yoora! — sentenció, poniéndose de pie. — ¡No te lo vas a llevar ningún lado y tampoco le harás una despedida de soltero! — decretó enfurecido.
Yunho lo miró turulato desde su silla. Podía advertir las ganas que tenía el pelinegro de refutar su intransigencia, todavía, con una mirada bastó para este se mordiera la lengua. De ser más astuto, habría adivinado que las cosas no pintaban como lo veía a través de sus redondas gafas.
— ¿De verdad vas a dejar que la cuaima te siga controlando? — cuestionó una encrespada Yoora, obteniendo como respuesta un mala cara. — Ay no, mijo... si así va a ser esto antes de que se casen no quiero saber cómo será cuando ya ande por la calle con tu apellido — razonó la castaña empezando a recoger sus cosas para irse. — Ahí se ven; cuídense el salado y... — se detuvo en la puerta después de ponerse los zapatos. — si cambias de opinión, Mingi... me avisas — comentó con una sonrisa tan plástica como todos los guindalejos que llevaba colgando de su teléfono.
Sin decir nada más la castaña se desapareció tras la puerta, dejando atrás un serio remanente de incomodidad.
— ¿Puedo preguntar por qué te molesta tanto todo este asunto? — soltó Yunho levantándose de su silla para luego acomodarla en su lugar junto a la de Yoora.
La pregunta lo tomó por sorpresa. Pasó saliva por su garganta y bajó la guardia, pese a no dar por culminada la batalla.
— ¡Ya lo dije! — soltó exasperado. — no nací ayer, Yunho; sé bien lo que pasa en todas las despedidas de solteros — expresó con tenacidad, cruzándose de brazos una vez más. — no quiero que esa niña crea que tiene el derecho de contratar a nadie para que haga lo que solo yo puedo hacer contigo — respondió tras cruzarse de brazos.
— Y tú... ¿De verdad me crees capaz de acceder a una vaina así, Mingi? — inquirió un mosqueado Yunho. Ese ceño fruncido y esa pose con las manos en los bolsillos lo decía todo: su novio estaba muy molesto por lo ocurrido. — responde.
— N-no... — contestó vacilante.
— Hm, dale... voy a estar en la oficina un rato; me dices cuando quieras disculparte conmigo —anunció el pelinegro dirigiéndose a donde había dicho.
— P-pero de qué me tengo que disculpar — se atrevió a decir.
Yunho entonces detuvo sus pasos y se dio la vuelta, luciendo desconcertado.
— ¿Es en serio?
— Es que no entiendo por qué te molestas, si yo-...
— ¡Acabas de sugerir delante de mi mejor amiga que te sería infiel si me permitías ir a una despedida de soltero! — reclamó el mayor.
— ¡No lo hice!, yo sólo-...
— Sí lo hiciste, Mingi — lo interrumpió. — pensar que no tengo suficiente autocontrol para negarme a esas vainas solo porque se trata de Yoora me demuestra que aún no confías lo suficiente en mí — habló un irritado Yunho con una mano en el pecho, a una distancia prudente de él. — de paso tienes el descaro de decidir por mí; sabes, yo no iba a aceptar desde un principio porque no me gustan esas vainas, pero ni siquiera me dejaste opinar.
— Yunho... — musitó apenado.
— Estamos a una semana de nuestra boda, Mingi... ¿qué más tengo que hacer para que dejes de celarme?, ¿hm?... — preguntó esta vez acercándose. — ¿qué más tengo que hacer para que tus inseguridades se vayan?
La pregunta llevaba consigo un ruego silencioso, una súplica que advirtió tan pesada como para invertir la siempre alegre mueca en los labios de su amor. Sintiéndose arrepentido, bajó la mirada y con fuerza intentó tragarse el nudo que tenía en la garganta, todavía, una lágrima lo traicionó ni bien completó su acción; Yunho la detuvo con su pulgar, secándola contra su piel.
— Lo siento, Yunho... — murmuró con honestidad, encontrando amargo el chocolate de aquellos orbes.
— Yo-... ya no tenemos veinte años, Mingi; la ternura no te va a funcionar — manifestó antes de soltar un profundo suspiro. — no tengo fuerzas para esto; no ahora... — expresó, mas, al ver sus intenciones, lo detuvo antes de que pudiera irse.
— Por favor, no... — comenzó apresurado. — perdón por haber dudado de ti; no dije esas cosas con esa intención, Yunho.
— Pero no es el deber ser que me celes y me trates como un objeto, Mingi — le recalcó de nuevo, como tantas veces había hecho en el pasado. — soy tu prometido; no tengo porqué tolerar estas rabietas después de todo el tiempo y las cosas que hemos pasado juntos — el pelinegro se dio una pausa para seguir recolectando sus lágrimas. — podrías... por favor, confiar en mí... por favor — repitió esta vez tocando su frente con la suya.
Respondió con un asentimiento y un tembloroso «Sí.» que precedió la sonrisilla melancólica de Yunho. Viendo la oportunidad se abrazó al pelinegro, escondiendo su rostro en el cuello de este. No tardó en ser envuelto por unos largos brazos, todavía, sentía el agarre del pelinegro algo flojo.»
Sí, a ciento sesenta y ocho horas de su boda casi pierde todo por un arranque de celos; uno como ningún otro, de esos que llevaba años sin hacer delante de Yunho. Pese a todo, esa noche las cosas resultaron mejor de lo que esperaba, su prometido perdonó su petulancia de buena gana y con un beso — como los que recordaba haber recibido al inicio de esa tarde — se fue a dormir libre de culpas. Pero todo ello era la prueba de por qué las tradiciones no siempre son buenas, o algo así se había dicho con tal de subirse el ánimo. Lo cumbre del asunto — y quizá lo más satisfactorio también — fue ver a Yunho aplicarle la misma modalidad cuando Hongjoong sugirió hacerle una despedida de soltero a él. Comprendía que el pelinegro lo hizo para remedar su conducta, todavía, aquella escenita de celos falsa sólo le produjo un fresquito en el alma.
— ¿En qué tanto piensas? — preguntó Hongjoong. — te ves igualito a cuando estábamos en el colegio y te quedabas mirando el infinito acostado encima de Yunho — se mofó.
— ¡Y-yah!, sólo-... — se contuvo al decir lo que realmente pensaba. — estoy nervioso, es todo.
— ¿Y eso por qué?, ni que fuera un matrimonio arreglado — bufó el rubio al tiempo que maniobraba el volante para estacionar el auto en paralelo.
— Creo que igual tengo el derecho de estar nervioso, ¿no?... es decir, es mi boda; q-quiero que todo salga perfecto y-...
— Mingi, ¿amas a Yunho? — cuestionó su padrino de improvisto.
— Por supuesto que lo amo, qué te hace-...
— Entonces no tengas miedo y deja de ser tan inseguro — dijo tajantemente, acompañadas sus palabras de una sonrisa danzante. — sé lo que pasó hace una semana porque Yunho nos lo contó a Hwa y a mí..., no estuvo bien, pero es algo que pueden superar, mejor dicho, que tú puedes superar — se corrigió mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad.
Sin saber qué decir, se quedó viendo sus manos como si entre ellas hubiese valor, siquiera alguna palabra — un atajo — para terminar adecuadamente esa conversación; sin embargo, no hizo falta ni una ni la otra. Con una palmada en el hombro, Hongjoong lo exhortó a olvidar sus complejos, dándole el empuje faltante para seguir adelante.
— Vamos, ya antes de que se haga más tarde... te juro que si escucho los chillidos de Yoora otra vez la luna de miel la vas a pasar en la comisaría, dando tu testimonio de por qué el padrino mató a la niña de las flores — soltó el rubio, guardando sus cosas para después bajarse del auto.
Lo siguió tras murmurar un simple «Gracias.» que bordó a una sonrisa forzada. Ya después al entrar en la estética no tuvo mucho más tiempo para pensar, apenas entró, lo sentaron en una silla para empezar a aplicarle el maquillaje y a dar forma a la maraña sobre su cabeza. Todavía, no estaba acostumbrado a recibir atenciones de esa índole, siquiera era ese el lugar donde iba a cortarse el pelo; sólo Dios sabía cuánto amaba a Hongjoong por haber aceptado ese regalo en vez del traje que pretendía confeccionarle para casarse. Dudaba de todo desde que vio el cartel en colores neones que rezaba: «Estética Aurora.» junto a su llamativo eslogan: «Sacamos de ti la mejor versión de tu persona.», pero nada más le quedaba si no tragarse el miedo y rogar porque la muchacha no le clavara las tijeras en el cuello, peor aún, que rebajara demasiado su cabello.
— N-no quiero que el maquillaje sea demasiado recargado — musitó un tanto cohibido al ver la cantidad de productos y utensilios que pretendía usar el maquillista en su rostro; algunos los reconocía por Wooyoung, incluso por Yoora, otros parecían más objetos sacados de una dulcería que cosméticos en sí.
— Tranquilo, corazón..., vas a quedar perfecto; tanto que tu novio no va a esperar a poder besarte cuando te vea — respondió el estilista con aquel tono... ¿aterciopelado?
Las personas que trabajan allí tenían un aspecto bastante... peculiar, por no referirse de forma despectiva. Se veían como compañeros de clase de Hongjoong, usando esas prendas que, suponía, estaban a la moda de esos días; algo completamente diferente a lo que estaba acostumbrado a usar, siquiera Wooyoung con su vibra extrovertida se lanzaba esas pintas. Al menos aceptaba que el trato hacia su persona era agradable. Un punto a favor de las personas con estilos raros; no todas tenían mal genio como su pedante padrino.
— Tampoco es como que Yunho te vaya a dejar de casarse contigo si te ve con un maquillaje a lo Seonghwa — se burló el susodicho a sus espaldas.
De no tener una brocha paseando por su párpado derecho hubiese girado para recriminarle por ello, pero tendría que dejar las discusiones para otro momento.
— Y el tal Yunho... ¿cómo es?, ¿es un hombre apuesto? — preguntó interesada la muchacha que, con cepillo y secador, acicalaba su recién cortada melena.
— Verga, pues sí..., Yunho es un tipo bastante apuesto — admitió el rubio. — algo así como mucho con demasiado para Mingi.
— Estoy justo aquí y todavía puedo oírte — respondió irritado ni con el estruendo del secador podía dejar de oír el tono nasal de la voz de Hongjoong.
La chicha a su derecha empezó a reír al presenciar el intercambio entre ambos, mientras, el maquillista seguía en lo suyo, disfrutando cada pincelada que daba para acentuar un poco los contornos de su rostro.
— ¿Y es bueno en la cama? — cuestionó el muchacho, viéndolo a los ojos tras terminar con sus pómulos.
Lo primero que oyó fue la risa de Hongjoong resonando en el lugar; por suerte eran los únicos clientes en ese momento, de lo contrario, ya habría escondido el rostro de la pena en el lugar donde lavaban el cabello. Por lo menos nadie lo había recriminado por sus preferencias sexuales; otro punto a favor de los excéntricos visuales.
— Nada más te digo que cogió con él una vez y más nunca se bajó de ahí — escuchó decir a Hongjoong haciendo reír a ambos estilistas.
— Vaya... tiene que ser un muy buen partido entonces — murmuró la muchacha. — pero, espera... eso quiere decir que están juntos desde hace mucho tiempo, ¿o no?
— Desde que tienen memoria; se conocieron en preescolar — se adelantó a decir Hongjoong. — han pasado toda la vida pegado al otro como un chicle; primer novio, primera vez, primer todo... — contó el rubio, suspirando al final.
— ¡Oh!, eso es tan romántico... casarte con tu mejor amigo; con una persona con la que tienes tantos recuerdos debe ser una fantasía — expresó la chica risueña mientras daba los toques finales a su cabello con el fijador; había tenido la cortesía de cubrirle los ojos con su mano para que este no le cayera en los ojos.
— Lo es — se atrevió a decir, muy seguro de sí mismo.
— Bueno, espero después vengas a mostrarnos las fotos de la boda; ya nuestro trabajo aquí está listo — anunció el muchacho terminando de arreglar el maquillaje de sus labios.
En un giro elegante se postró, aún sentado en la silla, de frente a un boquiabierto Hongjoong.
— Q-qué pasa... ¿t-tan mal me veo? — tartamudeó a razón de los nervios. Todavía tenía miedo de enfrentarse a su reflejo.
— N-no, es que-... — con esa pausa sus ansias incrementaron. — te ves bellísimo; de pana.
Mostrándose escéptico al halado de su siempre inmutable padrino, se levantó de la silla y caminó hasta el espejo más cercano evidenciando — con sus propios ojos — la veracidad de aquellas palabras. No era demasiado lo que habían hecho, apenas sentía el maquillaje que le aplicaron en los párpados, pero sus labios se veían increíbles e irresistibles; las facciones de su rostro se apreciaban con sutileza, nada demasiado exagerado, pues los ángulos de su cara eran suficientemente afilados. En definitiva, el resultado era excelso; inclusive su cabello se veía como el de los ídolos en los programas de televisión.
— Te faltan estos — comentó un sonriente rubio al tenderle sus gafas. Con un sutil agradecimiento las cogió y las colocó en su rostro, adorando lo bien que calzaban con el resto de su nuevo aspecto.
— Bueno, ya tenemos que irnos; gracias Jiah, gracias Minchan por hacer de este desastre algo aceptable.
Y allí estaba de nuevo el Hongjoong de siempre.
— No es nada, primor... vuelve cuando quieras con tu amigo — dijo la chica, sin quitarle los ojos de encima; su mirada lo cohibía, todavía, sabía que esta lo veía sólo con simpatía.
Con una pequeña reverencia se despidió de ambos estilistas, agradeciéndoles una vez más por su tiempo.
— ¡Trae a tu esposo después de la luna de miel! — escuchó decir a Minchan justo antes de salir por la puerta junto a un complacido Hongjoong.
— Bien... — dijo este caminando hasta el auto mientras revisaba su teléfono. — queda tiempo de sobra para que te lleve a tu casa, te vistas y te lleve a la casa de Yoora — decretó este aún con esa aura serena.
— ¿Oh?, ¿Yoora no te ha dicho nada? — cuestionó extrañado de que la castaña no hubiese preguntado por su paradero; siquiera había escuchado que su teléfono sonara.
— Claro que lo hizo, pero adivina qué... — dijo el rubio yendo en sentido contrario a él para subirse al auto. — me sabe a culo — sentenció con una radiante sonrisa tras abrir la puerta y treparse al vehículo.
Falló al tratar de encubrir la reacción que tal resolución le confirió, todavía, su padrino de bodas no se inmutó a ello y, feliz, encendió la radio del auto tan pronto terminó de abrocharse el cinturón.
El inicio del recorrido fue tan silencioso como su teléfono que, hasta el momento, se mostraba libre de notificaciones y mensajes de su prometido. Desde la mañana no sabía nada de Yunho y, pese a saber el propósito de su ausencia, era incapaz de suprimir sus nervios.
— ¿Estás bien? — preguntó Hongjoong al detenerse en un semáforo en rojo; giró para verlo a los ojos, advirtiendo la preocupación en la cara del rubio.
— N-no lo sé... estoy muy nervioso; me siento ahogado — confesó en voz baja al tiempo que se echaba para atrás en el asiento. Todo parecía tan distante y a la vez tan cerca; tenía calor, pero el aire acondicionado del auto estaba a toda marcha, soplándole en la cara.
— ¿Quieres hablarlo? — ofreció Hongjoong tras unos segundos en silencio; el susodicho volvió a poner el auto en marcha, y de pronto, las náuseas hicieron aparición.
Sintiendo el almuerzo en su garganta, se negó a hablar y cerró apretó los párpados con fuerza. Una inhalación a la vez se fue calmado, alejando cada pensamiento negativo que procuraba irrumpir en su cabeza. No permitiría que conjeturas inciertas trajeran desdicha en el día que venía esperando desde hacía tanto tiempo, pero... ¿y Yunho?, ¿su adorado pelinegro estaría igual que él?
Necesitaba saber si sus ansias eran compartidas; necesitaba a muerte saber si el pelinegro le correspondía aquel desespero con el que deseaba clamar por su nombre y huir, lejos de allí. Era demasiado, todos los meses de preparación para ese día suponían más de lo que podía tolerar. Necesitaba un minuto para respirar lejos de tanta presión; una pausa, quizá, en brazos de aquel a quien igual quería desposar.
— Mingi... ¡Mingi! — gritó su padrino al tiempo que lo zarandeaba por los hombros.
Del susto despertó de aquel ataque de pánico y con los ojos llorosos enfocó la mirada en el semblante arrugado del rubio que lo veía confundido.
— No te atrevas a llorar; arruinarás tu maquillaje — avisó el susodicho, aunque no sentía el regaño en su voz.
Asintió sin ganas, bajando la mirada a la pantalla de su teléfono; la interfaz se mantuvo igual que antes: libre de notificaciones de la persona a quien tenía de fondo de pantalla.
— Yah, Mingi... ¿qué es lo que te tiene así?, no dejaré que te bajes del carro hasta resolver este peo — y con esa sentencia atropellada el diseñador le instó a contar la causa de su retraimiento.
Recién entonces reparó en el vecindario donde estaban y codeando su derecha; ¿cómo habían llegado tan rápido hasta allí?
— ¡Mingi! — sórdido fue el grito que le arrancó de sus pensamientos.
— ¡Tengo miedo! — soltó al encarar un pasmado rubio. — Q-qué pasa sí... — vaciló antes de continuar. — ¿qué pasa si Yunho se arrepiente de casarse conmigo?, ¿qué pasa si no soy un buen esposo?... — la concepción de aquellas preguntas supuso la revelación de sus dudas, esas que fueron escuchadas, sin comentarios agrios de por medio. — ¿qué pasa si la vida de casados no es para nosotros, Hongjoong?, he escuchado tanto de personas como nosotros que comparten toda una vida juntos y al final... — tragó en seco. —, cuando se casan, todo el amor se pierde... — cerró los ojos, aguantándose las lágrimas para satisfacción del mayor; tampoco quería echar al traste el tiempo y el dinero que este había invertido en su imagen. — t-tengo miedo de que eso nos pase a Yunho y a mí...
Pronunciar esa última oración le costó lo que nunca. Jamás en su vida había sentido aquel nivel de inseguridad, siquiera entendía cómo era posible que su cuerpo tuviese la disposición para ablandarse al poder de esas perversas interrogantes; ¡Y tenía muchas más de donde habían salido esas!, con sólo elucubrar en los hechos incurría en una nueva fluctuación que apabullaba su razón; los motivos — que por montones — daban muerte al titubeo, pero ni siquiera eso le ayudaba a contrarrestar el miedo.
— Mingi... — escuchó su nombre seguido del «Clic.» del cinturón de seguridad del rubio; lo siguiente que sintió fueron unos cortos brazos rodearle en silenciosa plegaria al cese de sus necedades. — escucha... sé que no puedo garantizarte que tendrás una vida de ensueño, pero... — suspiró el padrino; y en aquella expiración pareció meditar lo que diría a continuación: — ¿y qué si te casas con Yunho y te vuelves el esposo perfecto?, ¿qué si en vez de acabarse el amor entre ustedes, este sigue creciendo?, ¿hm?...
A la inversa esas preguntas no se le antojaban tan atemorizantes, de hecho, las consideró plausibles, porque... el porcentaje de éxito siempre estaba allí; apostando por él.
Aún con la mirada gacha, sonrió; un esbozo melancólico, pero una sonrisa al fin. Viendo el efecto que empezaban a tener sus palabras en él, su padrino continuó.
— Esas preguntas que te haces... yo también me las hice cuando estaba por decirle a todos que estaba, mejor dicho, estoy en una relación con Seonghwa — habló el rubio con parsimonia, acariciando uno de sus brazos de forma afectuosa. — decía cosas como: «Hemos pasado tanto tiempo en secreto, ¿qué pasa si todo se complica por sacarlo a la luz?», pero luego recordaba lo que me dijiste y las conversaciones que tuve con Hwa y entendí que... no había caso en seguir ocultado algo así; no tenía caso seguir escondiéndolo a él — murmuró sonriendo, pese al dolor que presumía, el rubio debió sentir al momento de vocalizar tales confesiones. —ahora, no iba tener una respuesta si no me arriesgaba y lo mismo pasa contigo — dijo encontrando su mirada.
Aún seguía haciendo un esfuerzo titánico por aguantar las lágrimas, siquiera pestañaba para evitar que cualquier salada chispita se derramase, todavía, el que Hongjoong estuviese tomándose la molestia para hablar con él de esa forma le colmaba emociones cuyo nombre desconocía. Apreciaba que el diseñador estuviese abriéndose con tanta seguridad a su persona, confiriéndole vivencias tan íntimas a él; una persona que, pese a conocerse desde hace años, seguía comportándose con reverenda inmadurez.
— Mingi, ya te lo dije antes y creo que todos hemos hecho énfasis en eso... Yunho te ama más que a nada en este mundo — declaró y tan dulce como sonaba así se sintió a su paladar la verdad. —, así que déjate de pendejadas y ve a casarte con ese carajo que lleva todo el día corriendo de un lado a otro para darte la boda de tus sueños.
Escuchar eso último, sin duda, le bastó para recobrar la fe en sí mismo. No sería la persona que despreciara el esfuerzo de todos; incluyéndose a sí mismo. Estaba decidido, iría a casarse con el amor de su vida: el pelinegro de labios acorazonados con quien soñaba despierto.
Tras un minuto más de aliento, cortesía de Hongjoong, se bajó del auto junto a este y entró a su casa, encontrándose a su padre en la sala.
— ¡Hasta que por fin!, ¡La niña esta!... ¡Yoora! — chilló al recordarlo. — ¡joder qué intensa esa muchachita, tiene una hora torturándome! — prorrumpió el hombre. —, Seonghwa también ha estado preguntando por ti, Hongjoong, dice que por favor atiendas el teléfono — continuó su padre mientras desfilaban los tres en dirección a su habitación.
— Verga, no sé... que espere; si este carajito no está listo ahorita no vamos a llegar temprano — concluyó un presuroso Hongjoong, marchando hasta su closet. Para entonces, su padrino ya conocía de memoria el escondrijo donde se hallaba su traje; al extremo izquierdo, justo detrás de su viejo uniforme del colegio.
Hacía un mes que el traje estaba allí, aguardando al momento especial ni siquiera recordaba que fuese tan hermoso; cuando Hongjoong lo sacó de la bolsa de tintorería parecía recién salido de un cuento. Todavía, el rubio distaba de ser su hada madrina.
— Coño, Mingi... dale, marico; quítate la ropa — ordenó el rubio empezando a abrir los botones de la camisa de vestir con presurosa irritación. Aunque reacio a desvestirse delante del mayor, accedió al mandato y, en un soplo, estuvo vestido de punta en blanco como la novia que todos esperaban que fuera para Yunho. Poco le importaba el qué pudieran decir respecto a su escogencia de colores; casarse ambos de negro hubiera sido un verdadero sacrilegio.
— Perfecto, ya estás — declaró Hongjoong al acomodar la pajarita en su cuello. — ahora me toca vestirme y... — murmuró este al recorrer con su deslucida habitación. — dile a tu papá que llame a Seonghwa — agregó y, justo cuando estaba por llamar al hombre, se detuvo al grito del mayor. — ¡No, no!, deja que yo lo hago, es que... ¡aaaj! — cerrando los ojos, el rubio quedó de pie a mitad del cuarto; todo despeinado y agitado; para nada apropiado para la ocasión. Preocupado por el estado de este, intentó acercarse para ofrecer algo de confort, sin embargo, este se lo negó. — No, sólo-... dame un momento a solas; ahora quien tiene una crisis soy yo.
De haber sido una persona distinta, hubiera insistido, mas, al tratarse de Hongjoong..., era más beneficioso salvar su integridad. Tras una pesada expiración abandonó el lugar, dejando al rubio sentado a orillas de su cama con la mirada fija en la pizarra de corcho donde reposaba una foto de todos sus amigos; una escena melancólica que resultó en la compunción de su alma.
Vestido de gala para su boda, migró al baño principal de su casa donde terminó de acomodarse el saco del traje frente al espejo, premiándose con una sonrisa al apreciar el resultado. Amén de una pretenciosa finura se ajustaba a su figura, acentuando el talle de su cuerpo en cada curva y línea recta repasando así de los talones hasta los hombros.
«Me veo increíble... ojalá a Yunho le guste.»
Suspiró anhelante, pues quería verse magnifico para casarse con el hijo más bello jamás nacido en su nación. Yunho merecía verlo de esa manera, todavía, él también se desvivía allí..., parado frente al espejo, imaginando cómo sería tener a su adorado pelinegro, siendo arropado por la tela de un suntuoso traje de gala.
— Te ves como un atraco; hasta yo me casaría contigo — comentó Hongjoong al ingresar en el reducido espacio del baño con una caja blanca en las manos. El susodicho ya se apreciaba más compuesto, sobre todo con la pinta recatada que cargaba; completamente contrario a lo que estaba acostumbrado a llevar.
Curioso por la repentina intromisión, observó la caja mientras se hacía a un lado.
— ¿Qué es? — preguntó con interés.
— Un obsequio de Yunho para ti; aunque quien tuvo la idea de esto fue Yoora — recalcó antes de tirar del bonito listón que aseguraba la tapa, abriendo la hermosa caja. Acto seguido, el rubio reveló una corona con margaritas y rosas blancas entretejidas minuciosamente a un alambre floral. Quedó boquiabierto al ver cuán delicada era la pieza, lo hermosa que se vía allí inmaculada esperando a ser postrada sobre su cabeza.
— Yunho la mandó a hacer para ti. Dice que su princesa — hizo énfasis en la última palabra, sosteniendo la corona. —, no puede caminar al altar sin un ramo, pero..., en vista de que esto no es una boda tradicional, decidió que una corona era mejor.
Las lágrimas casi se le escapan al terminar de oír a Hongjoong, todavía, logró contener el llanto de felicidad y, con una sonrisa, se inclinó dejando que su padrino de bodas colocase la hermosa decoración en sus cabellos. Al terminar volvió echó un vistazo hacia el espejo, quedando anonadado al ver semejante resultado.
De lo deslumbrado que quedó casi pierde el detalle de la tarjeta al fondo de la caja. Mientras Hongjoong se terminaba de acicalar, la curiosidad le ganó y dio vuelta a la tarjeta para leer el reverso de esta:
«Sé que tuvimos dudas en el pasado..., pero agradezco que pudimos resolver nuestras diferencias, porque te juro que nada me ha hecho más feliz que compartir todos mis logros con la persona que amo. Te espero en el altar, mi princesa.
ATT: Tu Yuyu 😊»
Si pudiera poner en palabras lo que sintió al leer tales palabras jamás encontraría la frase indicada, todavía, poco tiempo le dio la vida para regodearse en lo que su amor le había escrito cuando el grito de su padrino lo estremeció: — ¡A la verga!... bueno, el carajo tenía razón; pareces una princesa — bufó un rubio enternecido. — ajá, una cosa más, tengo que-...
— ¡Hongjoong! — el grito resonó desde la entrada de la casa y en segundos un agitado señor Song se acercó al mencionado. — ¡Te dije que llamaras a Seonghwa, toma! — regañó el hombre, extendiendo su propio teléfono al rubio.
El arrebato de su padre hizo que diera un paso para atrás, quedando solo y timbrado en el baño momentos después de que ambos se salieran: su padre rezongando cualquier cosa sobre «Los carajitos de ahora...», detrás de un Hongjoong que intentaba calmar a un irritado Seonghwa.
La idea de que algo anduviera mal lo condujo a pecar; para cuando se dio cuenta ya estaba detrás de una pared, escuchando la acalorada discusión telefónica que su padrino sostenía con su madre putativa.
— Cómo que-... — una pausa. — cómo que Yunho dice que no quiere casarse, ¿¡qué coño le pasa al güevón ese? — murmuró bajando la voz. — ¡Y cómo coño de la madre se te escapó!, se supone que estaba contigo y Yoora... ¡qué mierda está pasando hoy! — dijo en tono de reclamo entre susurros gritados. — ya-... ¡ya sé que no debo gritarte, pero Mingi!...
No estaba y jamás estaría preparado para oír esas palabras; la sola secuencia de estas le produjo un malestar tan grande que su estómago protestó. Sosteniendo la diestra sobre su boca se quedó allí, estático, esperando que todo fuese una broma y que las inseguridades de Yunho fuesen tan efímeras como las suyas.
— Yah, pero-... ¡Hwa, escúchame! — otra pausa. — e-se carajo sólo está nervioso, habla con él y-... ¿qué?... — el suspenso lo estaba matando para ese momento. — nojoda, ¡ponle una correa para que no se escape de nuevo! — escuchó el clamor del rubio, quien sonaba aliviado. — Sí, sí, sí..., voy a buscar a Mingi para irnos y que esta mierda termine antes de que alguno de los dos vuelva a arrepentirse — terminó apresurado.
Contrario a la mañana, no le dio tiempo de planificar siquiera su escapada. Los pies no le respondían cuando Hongjoong lo pasó de largo en el pasillo, mas, este giró al advertir su presencia.
— Mingi, qué haces-... — el rubio de inmediato se dio cuenta al ver su cara de espanto. — ay no, ¿escuchaste la conversación? — cuestionó ofuscado. — no, no, mira esto-...
— Yunho no quiere casarse conmigo — decretó soltando una risa nerviosa.
— No, Mingi; él-...
— Yunho no quiere casarse conmi-go — repitió y a la última sílaba su voz se quebró. Y como si su cuerpo trabajara en inglés, aquel monosílabo selló el precedente de sus lágrimas. Al verlo, Hongjoong corrió alarmado para asistirlo, alzando sus gafas antes de secar sus lágrimas con los puños de su camisa en toques superficiales para no arruinar la fina base de su maquillaje.
— Oye, Mingi, Mingi... — insistió. — Yunho sólo estaba abrumado, lo que sea que oíste no es verdad.
— P-pero tú..., ¡tú lo dijiste, Hongjoong! — soltó a modo de reclamo. Se sentía estúpido, traicionado.
— Ya sé lo que dije, pero no pasó nada... Yunho te está esperando, ¿no me crees? — intentó con exaspero el rubio mientras buscaba su teléfono.
Lo que fuera a mostrarle el diseñador, prefirió no verlo. Alzando su mano, detuvo al rubio al tiempo que movía la cabeza en señal de negación.
— Yo-... te creo, pero... — el nudo en su garganta le dificultaba el habla. — dame un momento, ¿sí?, por favor...
Un asentimiento, esa fue la respuesta que recibió y con ello se fue de regreso a su habitación.
Sentado en su cama, en el reducido espacio que conformaban las cuatro paredes de su cuarto pensó..., pensó en toda su vida, en el trazo que había hecho para llegar hasta ese punto. Recordó que allí esas mismas paredes azules habían presenciado la concepción de aquel complejo romance entre amigos — hermanos del alma — quienes guardaban recelosos impensables memorias compartidas, cosas que vivió junto a su primer y único: Yunho; el pelinegro de labios acorazonados que casi lo deja plantado en el altar. Quizá estaba exagerando, su amor era incapaz de contravenir los planes de ambos al cometer semejante alevosía, pero la duda le seguía hincando dolorosamente cual espina al corazón.
Presentaba una disyuntiva, era más que obvio. Estaba listo para seguir ese día. Lo estaba en un cien por ciento, pese al quiebre de antes. Siendo muy honesto, no desconfiaba de Hongjoong; sabía cuán dado era el rubio y que, de haber un problema real, se lo hubiera dicho. Todavía, no hallaba fuerza para pararse de su cama e ir a su boda soñada.
«Esto es lo que querías... ya va a suceder — afirmó. — no sigas dudando; se te va a hacer tarde.»
Lo alentó la razón, sin embargo, el temor lo oprimió. Con los puños apretaba la gabardina de sus pantalones, librando por allí la fuerza que, osada, lo instaba a derramar más lágrimas; sólo se permitió una. Un grueso lagrimón que secó tras una bocanada de aire. Después se puso de pie y con una sonrisa salió de su cuarto con un objetivo muy claro: ir a crear el momento que decoraría el espacio faltante del estante en la sala de su apartamento.
Entonces se despidió de su inexistente soltería. Le confirió el más sincero «Adiós.» a las niñerías escritas en cuadernos y servilletas; la infamia del adolecer estrujada entre sábanas y grietas; los sortilegios infructuosos producidos por la amargura; las promesas infantiles procuradas durante las tardes y las madrugadas..., pues había una más importante que cumplir. Iría a convertirse en hombre para dar fe a todos cuán comprometido estaba a dar el «Sí.» que siempre cantaba al guardián de su corazón.
«Despertó a causa de una cancioncilla que entre murmullos se escapaba de unos acorazados belfos para deleite de su audición. Conocía tan bien esa voz que entonaba las más dulces baladas..., y ese bolero que ahora cantaba su novio a la supuesta nada, lo traía con la guardia baja.
Abrió uno de sus ojos y alzó para cabeza, viendo en la dirección en la que provenía la melodía, hallando al instante al pelinegro sentado de espaldas al escritorio con un cuaderno en las piernas, mientras ocupaba una calculadora en sus manos y un lápiz iba a parar hasta su boca. Yunho concentrado en sus estudios era una visión que merecía la pena cada segundo; la entrega de su novio a sus quehaceres inspiraba tranquilidad, más aún con la tibia vibración — los soniditos — que este emitía aún con aquel trozo de grafito y madera entre sus dientes.
Al conjuro de la serenidad, cayó de vuelta en la almohada, sin embargo, al cese de la nana volvió a elevar su mirada.
— ¿Por qué te detuviste? — tomó al pelinegro por sorpresa al incorporarse en la cama hablando con voz adormilada. Un puchero adornó sus labios en todo momento.
— A-ah... no-... — intentó decir su novio apenado, dejando caer el lápiz de sus boca. — no sabía que estabas despierto yo-...
— Sabes que me encanta cuando cantas, Yuyu... que no te de pena — musitó mientras se estiraba. Bajo la atenta mirada el susodicho se incorporó para salir de la cama y arrastrar los pies a su lugar predilecto: las piernas del pelinegro.
Estando frente a su amor, sustrajo el cuaderno que ocupaba su lugar y, arrugando la nariz, lo arrojó junto con la calculadora que este sostenía confundido entre sus manos. Segundos más tarde ya estaba acurrucado a la esbelta figura de su pareja, quien reía incrédulo, mas, no se oponía a su interrupción.
— ¿Y bien? — comenzó imprimiendo sus palabras en besos pausados. Con los labios flojos adoraba a los opuestos. — ¿no vas a seguir cantando? — protestó aún rozando aquellos belfos.
— ¿Qué quieres que te cante? — preguntó quién ahora lo sostenía contra sí.
— Esa que estabas cantando... el bolero — contestó tras un tierno bostezo.
En seguida tuvo al pelinegro complaciendo sus caprichos, mientras, se arrullaba entre los brazos de su amado, envolviendo su cuello, besándolo casi con flojera..., siempre profesando su pasión.
— Pasarán más de mil años... yo no sé si tenga amor — entonó su amor cual profesional desde el diafragma — y el corazón — para su disfrute personal. — la eternidad; pero allá tal como aquí... — continuó haciendo a su núcleo retumbar. — en la boca llevarás...
— Sabor a mí — completó y, pese a su pésima técnica vocal, el mayor sonrió, postrando sus labios una vez más en los suyos.
— Prometo que voy a cantarte todos los días cuando nos casemos — musitó un risueño pelinegro al moverse hacia su frente; estampando esa promesa a la piel antes cubierta por su flequillo.
El prospecto de ello lo dejó fantaseando con el momento; el simbolismo implícito. Se apresuró a tomar el rostro de su novio entre sus manos, besando diez veces consecutivas aquel sonriente corazón mientras afirmaba.»
Iba cruzando el pasillo cuando recordó aquella promesa; no hacía mucho desde ella — unos tres años quizá —, el tiempo que fuera..., debía saber si Yunho daría fe de su palabra.
Al llegar a la sala lo único que encontró fue a un ansioso Hongjoong, punteando el piso con sus pies; la cabeza le reposaba sobre el cruce de sus manos y la mirada la tenía clavada en ningún lugar y todos a la vez. Le resultó gracioso verlo de esa manera, por lo que tuvo tacto al llamar su atención, apenas sobando su hombro.
— ¡Yah! — sobresaltado dio la vuelta como si hubiese visto un espectro, todavía, su mirada se ablandó al ver la sonrisa que le confirió. — hm, estás-... ¿estás listo?
— Sí.
— Excelente — dijo al ponerse de pie. Vio al rubio ir de un lado a otro, sin saber qué hacer primero, murmurando cosas para sí mismo hasta pasar nuevamente delante de él. — Esto es... — se relamió los labios. — Yunho tiene una última sorpresa para ti, pero me pidió que te colocara esta venda y que te la quitara solo cuando llegáramos a casa de Yoora — explicó sosteniendo una venda rojo borgoña entre sus manos.
Se mostró un tanto escéptico por el asunto, mas, dejó que el rubio le vendara los ojos en la entrada de la casa, después de ponerse los zapatos.
Fue un proceso tragicómico entrar en el auto. Las risas por lo menos sirvieron para soltar algo de la tensión inicial, todavía, ya al sentir el auto en marcha, sus manos comenzaron a sudar. No sabía qué anticipar, no tenía idea de qué le habría pasado por la cabeza a Yunho; qué sería tan importante como para privarlo de aquel sentido hasta llegar a su boda.
«¿Tendrá algo que ver con la reservación?»
El solo recuerdo — aquel amalgama de duda que cargaba desde la mañana —consumió con rapidez la nada que sobraba de su estoicismo. De nuevo volvía a estar nervioso, al punto que su pierna rebotaba incesante mientras sus manos se retorcían en su regazo. No podía ver nada a través de la venda que sobre sus ojos se posaba, siquiera podía ver el piso del vehículo; sentía que hasta el aire le faltaba. El remanente de lógica a su disposición le instaba a coger un poco de templanza y, entonces se preguntaba, ¡de dónde iba a sacarla!
— ¿Estás bien? — escuchó decir a Hongjoong tras cuarenta minutos de rotundo silencio. No recordaba que la casa de Yoora quedase tan lejos; de por sí el rubio estaba conduciendo como si fueran tras una caravana. — ¿Mingi?
— ¿¡Cómo quieres que esté bien si no puedo ver nada!? — preguntó histérico. — Qué coño se yo si me estás llevando a mi boda, ¡podrías estar llevándome a la frontera para entregarme como fugitivo!
La sagacidad de su comentario provocó la risa del rubio, quien maniobró el volante para estacionar el vehículo, sin que él se percatase de ello.
— Verga, tú si hablas feo, nojoda... — se quejó, mas, podía aún escuchar la risilla en voz. — ¿de verdad desconfías de mí?, ¿de tu propio padrino?
— ¿Tengo que recordarte quién fue el que me dijo que me intentó pasar la cero por el coco cuando me quedé dormido en el sofá? — enfurruñado en su lugar empezó a sacarle en cara sus 'hazañas'.
— Ay, nojoda... ya vas a empezar — rezongó el diseñador. — quien te manda a dejar ese desastre en la casa; mira que quien se caló ese palo de agua de Seonghwa fui yo — repuso el susodicho.
Hubo una pausa entre ambos, un silencio tan denso y sin explicación aparente; ninguno de los dos quería aceptar que a cada segundo las cosas se tornaban más reales. Tangible era el sudor que empezaba a perlarle la línea del cuero cabelludo bajo la corona de rosas que ahora pesaba más que una olla de arroz.
— Bueno... estás-... ¿estás listo?
— Q-qué... ¿ya llegamos? — preguntó incrédulo, descruzando los brazos y alzando la cabeza como si pudiera ver tras la gruesa tela que sentenciaba su visión a la oscuridad.
— Hace rato, sí... — respondió el rubio con cierta reluctancia.
— Oh...
Pasó saliva por su garganta, indeciso de si debía decir algo más, todavía, leyéndole el pensamiento su padrino lo tomó por sorpresa confiriendo calma en simples palabras: — Estamos a tiempo; puedes darte... — murmuró alargando la 'e' mientras buscaba su teléfono para revisar la hora. — ¡cinco minutos! — declaró. — sí, tienes cinco minutos más antes de que venga Seonghwa o Yoora a sacarnos de aquí.
No supo si contestó, lo que sí, es que esos cinco minutos se la pasó pensando en nada y en todo a la vez. Cual espuma se disolvió el tiempo y, aún con el velo sobre sus ojos, fue asistido por Hongjoong para bajar del auto una vez el compás de espera acabó. Aunque angustiado, caminaron juntos hasta lo que supuso era la entrada de la casa de Yoora; él con un brazo enroscado al del su mayor y Hongjoong guiando sus pasos con paciencia por la caminería que bajo sus zapatos se sentía como gravilla. Al detenerse sus piernas siguieron temblando impacientes, entonces, el rubio anunció que le removería la venda y en un soplo se deshizo el nudo tras su cabeza, revelando la verdad... el lugar donde estaban no era la suntuosa mansión de su amiga ingeniero, sino el jardín que, durante semanas mencionó entre lamentos. El claro entre árboles y matorrales escondido entre las calles de aquel lujoso distrito; un oasis arrancado de entre las páginas del diario de la mixtura nebulosa de un artista. Eso era aquel lugarcito ante su mirada vidriosa que apenas se acostumbraba al fulgor de la tarde mansa, dormitando con la cabeza en el poniente: la inflorescencia de un épico sueño.
— Tú de verdad te sacaste la lotería con ese carajo, Mingi — comentó Hongjoong parado a su derecha mientras llevaba las manos a los bolsillos de su pantalón. — Yunho tuvo que jalar las bolas de todo el mundo para poder conseguir esta reservación; nadie pensó que lo lograría, pero aquí estamos... — murmuró antes de soltar una larga exhalación. — ese carajo de verdad es capaz de hacer lo que sea por y para ti.
Que Yunho constatara su más profundo afecto para con él de esa manera, no tenía precio. Sentía su cuerpo agazapado en mimos con solo ver el precioso cielo despejado sobre su cabeza y la sensación de regocijo se amplificó al asomarse y apreciar la decoración que les saludaba desde la entrada; el letrero que rezaba: «Bienvenidos a nuestra boda; Yunho y Mingi», ¡esa era la guinda de la torta!... Estaba tan feliz que, de poder, saldría corriendo para casarse ahí mismo junto a ese hermosa pizarra con sus nombres escritos en letra cursiva. Todavía, se mantuvo a la par de la ceremonia y esperó a que Hongjoong le instruyera los detalles del itinerario.
— Yoora debería estar aquí..., ya les avisé a todos que estamos esperando y-...
— ¡Hongjoong! — gritó la castaña, apareciendo con una cesta decorada en listones, similares a los que cargaba enredados a su cabello que caía en adorables tirabuzones. Yoora se vía preciosa en ese vestido azul cielo; los detalles lila en el encaje acentuaban la calidez de su piel trigueña y la dotaban de dejada inocencia. No podía pedir una mejor 'niña de las flores' para asistir a su boda. — Verga... ustedes — se frenó al verlos a ambos inconforme de pies a cabeza. — ay no..., después los jodo, no hay tiempo pa'esta verga — concluyó la muchacha corriendo de un lado a otro para llamar al resto.
De inmediato apareció su padre junto a Jongho; ambos se veían despampanantes en sus trajes. Este último quedó maravillado al verlo con la corona y su traje, incluso pensó ver una lágrima correr por su mejilla, mas, no le dio tiempo siquiera de regocijarse en la reacción obtenida por el menor de sus amigos cuando otro grito de Yoora lo trajo de vuelta a esa dimensión.
— ¡Ajá, ya avisé que todo va a empezar! — informó la susodicha. — Señor Song, usted entra con Mingi después de mí; primero van Hongjoong y Jongho, ¡cómo lo ensayamos! — exclamó esta entre susurros.
Ni cuenta se dio del momento en que sus pies cayeron al lugar; la franja dividía el corredor y guiaba sus pasos hasta el altar. Aferrado al brazo derecho de su padre, tiritaba y se relamía los labios, deseando poder salir huyendo del compromiso que estaba por aceptar. Tenía más dudas que recuerdos y razones por las cuales seguir allí; pensamientos contradictorios que lo llevaron a cuestionarse hasta la mínima de sus facultades... ¡hasta olvidó todos los detalles del ensayo días antes!
«¿Y si se arrepiente de casarse conmigo porque cocino mal?, aún no se lavar bien la ropa... ¿querrá Yunho que aprenda a planchar?, no es como que esté acostumbrado a planchar la ropa, pero uno nunca sabe...» sopesó al ir caminando, un paso a la vez hasta llegar a la esquina donde espesos matorrales seccionaban el hermoso jardín; «¿qué pasa si no soy incapaz de cumplir sus expectativas?, ¿me pedirá el divorcio cuando se entere que sigo teniendo miedo de salir del cuarto de noche cuando las luces está apagadas?» ... pensó tan pronto escuchó la música sonar; el dulce violín que en arpegios armonizaba con los colores del ansiado encuentro.
No hubo marcha atrás después de ver Jongho caminar en dirección al altar y, aunque la hubiera, jamás habría dado la vuelta, pues al ver a Yunho de espaldas el mundo se deshizo. El muchacho no había girado aún para verlo y él ya tenía el corazón en la garganta con sólo admitir lo apuesto que este se notaba de espaldas. A la marcha nupcial caminaba un paso a la vez, apreciando todo con bordes difusos; algo semejante a un sueño, si acaso un recuerdo.
A paso torpe, siguió el celaje de flores que iba dejando Yoora sobre la alfombra al pasar delante de ellos. A su izquierda, en los banquitos de madera barnizada, vio a su madre sentada al lado de Yeosang; ambos sonriendo gozosos de presenciar aquel inusitado momento a las cinco treinta y siete en punto de ese fresco verano. Lo siguiente que captó fue la sonrisa gatuna de San; el padrino de su futuro esposo, a quien creyó la tercera persona más feliz del mundo, así como Wooyoung, quien a su izquierda le sonreía conteniendo un mar de lágrimas. Su madre putativa que esperaba por ellos al filo contrario del altar sostenía entre sus manos y contra su pecho una pequeña libreta verde olivo; sonriendo mostraba una perfecta fila de perlas. Todos parecían contentos de estar allí para acompañarlo, pero ninguno como su padre; al ver a los ojos del hombre sintió su corazón henchido de tanto amor que resultó imposible para él aguantar su congoja. Pese a todo, cuando este tocó el hombro de Yunho, al momento en que lo vio girarse, contuvo la respiración y en esa pausa su núcleo chilló de júbilo, descubriendo entonces los grandes ojos pardos que entre pestañas lo contemplaron — por primera vez — embelesado.
— Aquí te lo entrego, Yunho... confío en ti, muchacho — afirmó su padre deshaciendo su agarre, no sin antes abrazarlo y obsequiarle otra sonrisa de ojos vidriosos, tan centellantes como las canas que denotaban su avanzada edad y quizá también... la razón por la cual, le dio las gracias antes de verlo marchar.
El pelinegro entonces lo tomó de ambas manos, inclinándose con suavidad en su espacio para depositar un besito en su mejilla y un halago que le supo a un sabor particular que antes habría estado buscando en los labios acorazonados. Aquel «Estás precioso, mi amor» le siguió dando vueltas en la cabeza. Mareado allí a la luz del atardecer y de las pocas centellas que alumbraban el jardín, entretejidas entre los arbustos y arcos florales, estrechó la mano de su esposo, cogiendo fuerza para subir el último escalón al altar; el enclave que les uniría a continuación.
Admitía el estar más nervioso que nunca, Yunho lucía tan apuesto en su traje; tan elegante y buenmozo como ningún otro. Parecía arrancado de los cuentos que leían de niños, donde el príncipe se quedaba al final con la preciosa damisela, jurándole amor y una vida repleta de fruición. Aquel par de orbes no dejaban de verlo con interminable querer, mientras una sonrisa perpetua acentuaba las facciones de su cara y sus manos — demasiado elegantes para ser las de un ingeniero mecánico — lo sostenían cerca de sí. Estaba eufórico por tener a Yunho en esa presentación de prometido; aunque más ansiaba la metamorfosis final de esta. Tan cautivado lo tenía el pelinegro que ni cuenta se dio de cuando Seonghwa empezó.
— Si están todos listos; me complacerá iniciar esta boda — habló fuerte y claro para las casi cuarenta personas que habían asistido a su día. — Estamos reunidos hoy para presenciar una unión sin igual; una amistad que se forjó a base de perseverancia y cariño... aflorando en la liturgia de dos almas jóvenes que toman el nombre de: Jeong Yunho y Song Mingi. Juntos, un amor de verdad, de aquel que acepta Dios sin importar el color, la raza, el género ni la edad que ha de portar el simple mortal — continuó, leyendo en voz alta los párrafos anotados en su libreta. Con brío el moreno estremecía a sus cuerdas vocales, acrecentando esa sensación de ansiedad y llenura que agitaba su propio corazón. — Los que estamos aquí reunidos, creemos en la dicha que implica amar, no negamos las mil y una formas que toma el amor, al contrario, celebramos su venida, pues qué es la vida sin ello... ¿qué sería de nuestras pieles sin ese sentimiento que une cada filamento? — expuso el poético muchacho, alzando la mirada para ver entre ambos.
Cual prédica dominguera, la boda transcurría lenta, los segundos le rozaban las mejillas sonrojadas, refrescando su cara que a la nada estaría empapada en lágrimas. Sonreía, pese a la mezcolanza de emociones cada que su amor le dedicaba una mirada de soslayo o acariciaba con el pulgar el dorso de su mano.
— ... los novios quisieron escribir sus propios votos para compartirlos en esta ocasión — de pronto Seonghwa captó su atención. — Yunho, ¿nos harías los honores? — cuestionó al tiempo que postraba su mirada en el pelinegro.
El susodicho asintió y con una sonrisa galante, soltó su mano y extrajo un pequeño pedacito de papel del bolsillo trasero de su pantalón.
— Mingi, mi amor... — la vocalización de su nombre llegó modesta, dulce a sus oídos, tan tierna como el casi imperceptible temblor en las manos del mayor. — la primera vez que hablé contigo apenas siendo un niño... no tenía idea de cuán importante serías para mí, incluso a medida que crecíamos juntos, tampoco me percaté de cuán grande era el lugar que ocupabas en mi corazón — manifestó el pelinegro, encontrando su mirada por encima del papel. Para entonces sus manos sudaban y, lentamente, su corazón se disolvía en un menjurje de espesa miel. — Eso... hasta que a los dos se nos ocurrió la brillante idea de darnos unos besos a escondidas en tu habitación — comentó para agregar un poco de humor. — Pensé durante mucho tiempo lo que debía decirte en este día tan especial; sé que lo esperaste por mucho tiempo, incluso más que yo, pero no encontré nada más valioso y hermoso para ofrecerte que el "te amo" que ahora dejo a tus oídos y de quienes nos acompañan... — pasmado estaba; cada que su amor modulaba una nueva palabra, sentía la tierra desvanecerse a sus pies. Yunho no era de rimas ni versos, todavía, había puesto empeño en inmortalizar sus sentimientos en cientos de palabras. — ... Jamás creí en cuentos de hadas; nunca me gustaron las fantasías ni las cosas adorables, pero aquí estoy... casándome con el muchacho más tierno, el protagonista de nuestro cuento y de mis sueños — agregó tras aclararse un poco la voz. Se le empezaba a notar por la vacilación, el llanto que contenía, sin embargo, se hacía el fuerte y entre pausas volvía a navegar con la corriente. — Dicho esto, prometo que, estando juntos... no te hará falta un techo sobre tu cabeza, comida sobre la mesa y tampoco abrazos cuando tengas frío — declaró con certeza, citando las palabras en voz alta al recordarlas. Acto seguido, lo vio guardar el papel en su bolsillo y, tomándolo de las manos dijo: — De darte amor me encargaré por siempre, así como de protegerte, honrarte, respetarte y..., todas esas cosas que un buen esposo hace.
La primera y única lágrima que derramó sirvió de riego al corazón que tanto amaba y presionaba contra su pómulo izquierdo. La caricia tan efímera le hizo saber que estaba bien, que Yunho estaría allí; que todo lo que decía era ley y podía confiar en él.
— Dios mío, Yunho... eso fue bellísimo... — comentó un afectado Seonghwa. Entonces, reparó en la reacción del colectivo. Todos parecían gratamente sorprendidos por lo escuchado; Wooyoung incluso lloriqueaba, al igual que Yeosang y la niña de las flores, que no paraba de sollozar sobre el hombro del mencionado. Sintió nervios de compartir sus propios votos con los demás, ya Yunho había hecho un excelente trabajo aflojando los corazones ajenos, todavía, no estaba allí para demostrar nada a nadie; su única misión era enamorar al pelinegro de preciosos ojos, cuyo interés se volcaba únicamente en su persona.
— Uhm, y-yo-... — carraspeó un poco antes de hablar, haciendo más evidente su nerviosismo con una risilla. Yunho le sonrió y acarició su mejilla mientras buscaba dentro del saco de su traje la hoja que había rescatado esa mañana antes de salir apurado del apartamento. Con cuidado la desdobló y miró a Yunho antes de tomar aire y empezar a leer, lo que con tanto amor le escribió: — Para mí amado Yunho, mi yuyu, mi dulce, testarudo, afectuoso y competitivo ingeniero... desde que reforzamos nuestra unión comprendí que rico de cuna soy, porque nunca me faltó amor. De ti pude llenarme hasta volarme los tapones y ser feliz sabiendo que el día de mañana la providencia de tus ternuras continuaría para con mis caprichos satisfacerme la eternidad — hablaba pausado y a la fuerza de cada valeroso latido de su corazón marcaba los acentos de cada oración. — Desde que con intrepidez nos fuimos de bruces contra la madurez, entendí que no hay bien en ser avaro y por eso tu amor comparto, pero hoy te pido me mires nada más a mí... porque mi corazón solo tiene ojos para ti — continuó elevando la mirada, encontrando ganas derramándose del marco de pestañas de aquellas preciosas ventanas. — Desde siempre te prometí amor en todos colores y formas, pues de entre todas las personas eres la única que de verdad me soporta — musitó sin ver a la hoja, hallando fuerza en su prometido para seguir con sus votos. — S-sé... que el camino no ha sido fácil, que a veces me ensaño con nimiedades, pero te agradezco p-por nunca soltar mi mano mientras íbamos caminando por este sendero resquebrajado; por cuidarme en momentos de debilidad y hacerme saber cuándo algo estaba mal — sus propias lágrimas no lo dejaban leer con claridad. Tuvo que detenerse un momento para tomar aire y en ese instante sintió a Hongjoong asistirlo, tocando su cara con un pañuelo para secar el río que se vertía de sus ojos. Agradecido por la atención del diseñador, le confirió una sonrisa antes de continuar. — Desde que te conocí arropado en las alas de la infancia; cuando reconocí la belleza de tu cara en el adolecer de mi alma; cuando volviste a mí en plena adultez con esperanza..., en cada uno de esos momentos que un pintoresco atardecer se inmortalizó en tu sonrisa, supe, de algún modo, que te pertenecería toda la vida. Y quizá me llevó algo más de tiempo entenderlo, aún así pude descifrarlo; el mensaje que hoy día frente a los presentes, henchido de orgullo y amor, comparto: el que almas gemelas somos y Dios nos hizo para el otro — afirmó, escuchando las exclamaciones que entre susurros compartían los oyentes, todavía, más importante para él fue ver a Yunho sonreír, irradiando gozo con su típica expresión de cachorro. — No hay nadie en la tierra a quien confíe mi integridad; eres tú la otra mitad de esta naranja; mi complemento perfecto; mi templanza... incluso si la comunicación falla, la esperanza siguen alta, porque si de algo estoy seguro, es que no hay fuerza en el universo que nos combata... hoy doy fe de ello, pues quienes más si no nosotros, para enseñarle al mundo cómo se aman los hombres devotos — sus versos hacían a todos contener el aliento, sollozar, pero más que nada, envidiar la pujanza del recíproco amor que sabía compartía con Yunho en esa y cualquier otra ocasión. Lo único que estaba haciendo en ese momento era hablar de corazón, darle forma de palabras a todo lo que había sentido durante años hasta llegar a esa fecha y lugar del compromiso. — Quisiera decirte que te amo, pero eso ya lo sabes... así que, para cerrar, te prometeré lo que nunca antes, atendiendo a las bases de lo que el amor nos hace: amarte y respetarte en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza; hasta que la muerte nos separe e incluso después de eso... ¡juro que voy a buscarte! — manifestó con alegría. — a-así sea descalzo o volando, te hallaré porque no hay nada en el mundo que me complazca más que estar a tu lado... mi mejor amigo, mi novio, mi esposo; mi amor eterno que me llena de gozo... te amo y te amaré por siempre, Yunho.
Al cierre de su boca el pelinegro se inclinó para besarlo en ambas mejillas. La acción lo tomó desprevenido, produciendo una tierna conmoción entre los invitados e incluso los músicos a la derecha del altar, suspiraban conmovidos por la dulce escena.
— Te amo más — murmuró Yunho segundos antes de apartarse, volviendo a tomar sus manos, arrugando el papel con sus votos en el proceso.
— Bueno... e-eso; uhm... — tosió Seonghwa. — ustedes de verdad no respetan a mi corazón — agregó al llevar una mano a su pecho. — terminemos con esto antes de que nos dejen a todos secos — resolvió al tiempo que abría de nuevo su libreta, haciendo reír a todo el cortejo nupcial por su cambio y espontaneidad. — Declaradas sus intenciones de unir sus almas por el resto de sus vidas, procedo a preguntarle al novio... — el moreno hizo una pausa dirigiéndose a su prometido. — Yunho, ¿prometes cuidar y honrar a Mingi hasta que la muerte los separe?
— Acepto — respondió el pelinegro sin titubeos.
Complacido con su respuesta, Seonghwa se movió apuntando con su mirada y la libreta abierta hacia él.
— ¿Y tú, Mingi?... ¿prometes cuidar y honrar a Yunho hasta que la muerte los separe? — cuestionó su amigo con una sonrisa confianzuda desbordando de ternura.
— Acepto — repitió en voz alta, atrapando la mirada de su novio, quien sonrió con amplitud, apretando el agarre de sus manos.
— Deben respetar sus votos y el compromiso que aceptan hoy, pues ello es constancia de su voluntad para con Dios entregarse al otro en afable reciprocidad — sentenció el moreno antes de dirigirse hacia el padrino del pelinegro. — ¿me permites los anillos?
San, que hasta ese momento había estado compuesto, empezó a buscar los anillos dentro de su traje con cierto desespero hasta dar con ellos en su bolsillo. Con cierta pena el de rasgos afilados los tendió a Seonghwa, volviendo a su lugar. Toda la escena más que molestarle, le causó gracia, todavía, contuvo su risa con tal de dar el ejemplo a los demás.
— Mingi — lo llamó el moreno, tendiéndole uno de los anillos, el cual tomó sin pensarlo. — mientras colocas el anillo en el dedo de Yunho, viéndolo a los ojos repite después de mí: Yo, Song Mingi — instruyó el susodicho haciendo repitiera sus palabras. — te entrego este anillo como símbolo de mi amor, de mi entereza y mi pasión... — terminó Seonghwa y con ello, le siguió su voz en canon justo cuando deslizó la fina argolla dorada por el anular de su casi esposo.
La alianza se asentó perfectamente contra el anillo de compromiso que ya decoraba la falange del pelinegro. Parecía mentira, pero Yunho se veía incluso mejor que hacía un rato ahora que — por fin — lo estaba desposando; era simplemente cautivadora la manera como este sonreía y sus ojos se rebosaban potentes, salpicados con salada escarcha como la mar. Acarició ambas joyas con su pulgar antes de soltar la mano de su pareja.
— Ahora, Yunho; mira a los ojos de Mingi y repite después de mí: Yo, Jeong Yunho — habló el mayor, siendo secundado por su amor. De momento las ansias burbujeaban, haciendo una revuelta en su interior. Sintió el anticipo de un inmenso estallido cuando Yunho tomó el anillo que le alcanzó Seonghwa y lo alineó con su dedo, sosteniendo su mirada como si no existiera otra cosa en el universo.
— ... te entrego este anillo como símbolo de mi amor, de mi entereza y mi pasión... — musitó su siempre dulce pelinegro, deslizando la alianza por su anular hasta asegurarlo con suavidad en su lugar.
Recapacitó entonces en cuán ligero se sentía, en el agite que sentía en su panza y los estragos que hacía el contener el llanto en su garganta. Se sentía feliz, completo, amado..., y un sinfín de maravillas.
Completado el antiguo ritual de matrimonio, Seonghwa procedió con el siguiente paso.
— Antes de finalizar... si hay alguien aquí que se oponga a esa unión, que hable ahora o calle para siempre — al pronunciar esas palabras un incómodo silencio se instauró en el jardín.
No quiso ver a los invitados, sentía miedo de ver el arrepentimiento en la mirada de alguno de ellos, todavía, tras unos segundos no hubo objeción alguna. De haber girado la mirada hubiese visto las enormes sonrisas de todos los presentes, pero de ello sabría el cielo, que se vestía de sus colores favoritos justo como lo imaginó la primera vez que paseó por ese lugar. Otro atardecer se inmortalizaba en los orbes que tanto fascinaban a su interior; otra vez volvía a caer por el corazón que sonreía para él; otra vez y quizá la última... sería de Yunho.
— El amor es una fuerza asombrosa capaz de mover montañas, romper barreras y resolver diferencias... — la voz de Seonghwa quebró el silencio. —, pero la clave para amar, en todo sentido de la palabra, está en la paciencia. No olviden ser pacientes y comprensivos con el otro — recalcó en tono paternal. — ahora... por el poder que me confiere Dios e internet... — el suspenso empezó hacer mella en él y con esa una pausa, cual redoble de tambores su corazón se aceleró, sus manos apretujaron las ajenas y viendo a los pardos orbes de su amado, escuchó la más ansiada declaración: — ¡los declaro marido y marido! — anunció el moreno con alegría. — Yunho, por favor... sella esta unión con un beso, ¡y has que se vea hermoso pa'la foto!
Cantada la orden el pelinegro no esperó siquiera un segundo para tomarlo por las mejillas. Cual papel de seda las manos del susodicho se deslizaron sobre su piel y en un aleteo de mariposa sus labios se encontraron, sonrientes en el primero de muchísimos besos. De gozo tembló entre los brazos de su ahora esposo, sujetándolo por la cintura mientras reía al compás del coro de felicitaciones.
— Te amo — susurró Yunho contra sus labios, depositando un último besito en estos. Sus gafas les estorbaron, pero ello no le restó encanto.
Tras responderle, se apartaron lo suficiente para dar la cara a su familia, amigos e invitados; sus padres lloraban de felicidad, sus amigos parecían orgullosos y también portaban lágrimas acompañadas de trémulas sonrisas, aunque Yoora se veía más dormida que despierta ni siquiera le importó, no cuando tenía la mano de su esposo enlazada a la suya.
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Después de la ceremonia Yoora y Seonghwa los escoltaron hasta el área del jardín donde sería la sesión de fotos. Allí se dio vida posando primero con su cortejo nupcial, después en compañía de su adorado pelinegro; ansiaba poder ver el resultado una vez las fotos fuesen reveladas. El escenario para ellas: inimaginable; la dulzura de Yunho al tomarlo por las caderas, del rostro, a la vez que lo acariciaba con sus manos..., tan sublime e irrepetible. Estaban ambos prendados de por vida como el sol a la luna a fuerza de amor. Y lo sentía más allá de lo impensable..., aquel vínculo; esa correspondencia conocida latiendo a la par de su núcleo cada que sus ojos se posaban en la banda de oro en el anular de su esposo. ¡Finalmente lo tenía todo!
— ¡Repitamos esa toma! — indicó el fotógrafo. De inmediato acató la orden, guardando su cercanía para con el pelinegro que sonreía captando la luminiscencia del crepúsculo en sus pardas pupilas. — ¡Perfecto! — exclamó un complacido muchacho, revisando las tomas en la pantalla de su cámara.
Mientras esperaban a la siguiente instrucción se dedicó a admirar a su amor; Yunho entonces se veía precioso con los rosales de fondo.
— En qué tanto piensa la princesa — canturreó el de labios de corazón, acercándose para abrazarlo de costado.
— Hm... en que te amo y que este jardín es más bonito que tú — respondió con simpleza, girando su cabeza a tiempo para corresponder el beso que hubiese caído en su mejilla de no ser por su adelanto. Conteniendo la risa, besuqueó despacio los labios de su esposo al tiempo que el flas volvía a iluminarles el rostro.
Al terminar con las fotos individuales de cada uno, recorrieron las caminerías del jardín junto a al fotógrafo con tal de aprovechar el encanto del atardecer en las últimas tomas entre cayenas y sauces. Satisfechos, ambos fueron de la mano hasta el lugar donde se llevaría a cabo la recepción; allí los esperaba la siempre obstinada Yoora, punteando las baldosas del piso con sus conservadores tacones negros.
— ¡Era justicia, nojoda! — musitó tan dulce la niña.
— Relaja la raja, marica — indicó su cónyuge para fastidiar a su amiga.
— Anda a cagar, Yunho— castañeó los dientes. — No, no, mejor... ¡muevan el culo que ya van tarde otra vez! — agregó empujando las puertas para ingresar a la estancia; al instante escucharon el anuncio: — ¡Y con ustedes, por primera vez los señores Song!
Miró a los ojos de su esposo antes de dar ambos el primer paso dentro de la estancia, alzando sus manos enlazadas como si portasen la gloria misma entre ellas. Ningún otro sentimiento se equiparaba con el saber que Yunho se había despojado del último vestigio de su padre a favor del máximo juramento para con su persona, jurarle la entrega, el respeto y lealtad. Para efectos de la ley, en los papeles seguiría firmando 'Jeong Yunho', de resto, en su hogar, sería 'Song Yunho', el nombre más afectuoso que sus labios pudieran modular.
Hongjoong, Seonghwa, Yoora, sus padres..., todos estaban en lo correcto al decir que era bendecido al desposar semejante candidez; Yunho valía su integridad en metales preciosos, en riquezas inenarrables que jamás opacarían el fulgor de su divina pasión.
— Y ahora, presenciemos el primer baile de los enamorados — continuó la jocosa voz del introductor.
Poco le importó el cambio de luces; la atmosfera romanticona que seguro significó un golpe a su patrimonio económico..., lo único que tenía en mente era dejarse hacer por la gentil guía de su esposo a los primeros compases de 'All about us' de He is we. Eso fue lo primero que llegó hasta él acompañado de los mimos que Yunho susurraba a sus oídos: — Mejoraste mucho desde el ensayo — le premió al apegarlo por la cintura a su cuerpo mientras el coro hacía su magia: «Cause lovers dance when they're feeling in love..., It's all about us», derritiendo los corazones de suspiro en suspiro. Su mano entonces se afianzó a la opuesta y al hombro de su pareja y sin abandonar las lumbreras en la cara de su cónyuge.
— Tú también... aunque nos vemos mejor bailando bachata — musitó sólo para ver la reacción del mayor; el adorable ceño fruncido y esos labios que besó sin tregua mientras seguían deslizándose sobre la pista de baile.
Sin saberlo, los invitados los contemplaban maravillados; suspirando halagos que jamás alcanzaría a oír, pero que hacían armonía con la estética fantasiosa del lugar. De azul, blanco, lila y negro se pintaban las sillas junto a las mesas llenas de costosa platería y arreglos florales que ni tiempo tendría para detallar estando en brazos de Yunho.
Hubiese podido bailar la noche entera junto a su amado, entregarse una y otra vez entre compases de música lenta, todavía, la ceremonia debía continuar y con ello el intrincado itinerario de la boda que planeó durante meses. Finalizado su primer baile, tomó asiento junto a su esposo en la mesa de los novios en espera de la primera alma caritativa que agarrase el micrófono para alabar su unión. No le sorprendió en lo absoluto cuando vio a su padre ponerse de pie, tampoco le tomó por sorpresa las lágrimas que enjuagó con una servilleta junto a una cantidad copiosa de base. Sus madres fueron las siguientes, ambas compartieron un brindis exquisito, tan dulce como sólo una madre podría crear para sus hijos. No faltó la típica de: «No perdí un hijo, sino que gané otro.», aunque esto ya fuese evidente — y bien sabido — oírlo una vez más le cayó estupendo.
— Sí, sí, ahora me toca a mí — comentó una sonriente castaña contra el micrófono. Al efecto, se contrajo en su lugar, desconfiado por lo que su ordinaria amiga fuese a decir. — Todos han dicho maravillas y yo, bueno... yo quería decir que estoy muy orgullosa de que mi amigo tenga a alguien que lo soporte, porque Yunho de verdad que a veces eres inmamable, pana; tú también Mingi, pero ese es otro cuento — habló la muchacha, gesticulando con las manos mientras caminaba de un lado a otro como si de un 'Stand up Comedy' se tratase; acto que le hizo hervir la sangre, todavía, su esposo reía con cada palabra dicha. — todos aquí saben que conocí a Yunho en la universidad; el carajo en ese entonces llegaba al salón y se quedaba dormido en clases, siempre se sentaba en la parte de atrás y yo que siempre andaba de chupamedias del profe me preguntaba: «Qué coño con este pana, ¿¡cómo saca mejores notas que yo sin hacer nada!?» — hizo una pausa para reír junto al resto. — pero ya en serio, la vaina me tenía intrigada, entonces un día fui y le hablé, ¿y qué hizo Yunho? — cuestionó para agregar un poco de suspenso. Al instante, salió Wooyoung gritando: «¡Te clavó el visto!» — ¡Erga, tú sí sabes, marico! — exclamó una sonriente Yoora apuntando hacia su amigo. — En efecto, me sacó el culo delante de todo el mundo, y yo en vez de dejarlo ahí, seguí ladillándolo hasta que... ¡por fin!, se dignó a hablarme y entonces lo escuché por primera vez hablando de Mingi — estaba furioso, apenado y confundido por lo que oía, tanto así que Yunho lo tenía sujeto a la silla, mas, al oír su nombre fue bajando la guardia. — les juro que jamás en mi vida había escuchado a alguien hablar así de otra persona; ¡Yunho estaba tan enculado de Mingi que iba a novecientos 'te amo, Mingi' por segundo! — afirmó al tiempo que cambiaba con el micrófono de mano. — era una cosa increíble, nojoda, hasta yo empecé a enamorarme de Mingi; es que no había manera... Yunho es un tarajallo de dos metros, ¡pero ni en eso le cabe todo el amor que tiene por este comunicador social! — un suspiro risueño. — honestamente, aprecio haber vivido mis cinco años de carrera presenciando la entrega y la dejadez de este hombre por su único amor... — continuó viendo hacia la mesa a la vez que señalaba con su mano abierta. De momento, la calentura que cargaba había menguado a una extraña mezcolanza de sentimientos. — Agradezco a Dios por haber puesto a Yunho en mi camino por más de una razón y entre ellas está el haberme enseñado lo que es... ¡ese sentimiento tan bonito!... — vio a la castaña hacer una pausa, sonriendo mientras contenía las lágrimas. — e-eres el mejor maestro en esa cátedra y te quiero que jode, porque también eres el mejor amigo que podría haber deseado; tú también, Mingi... de verdad me hace muy feliz ser t-tu amiga y malcriarte cada vez que me v-visitas — prosiguió esta vez alzando la primera copa que encontró en dirección a ellos. — Dios los bendiga y me les de muchos años de felicidad, ¡denme un amén!
— ¡Amén! — corearon todos sus amigos junto a sus respectivos padres y el resto de los invitados.
Aquel fiasco de brindis lo dejó chirriando los dientes pensativos al tiempo que un conmovido Yunho se limpiaba la naciente de sus lágrimas. Rodó los ojos, resignándose a la situación y con cierta reluctancia agradeció a Yoora cuando esta vino corriendo a abrazarlos a ambos; ya después les reñiría a los dos ingenieros por tal ordinaries.
— Bueno, ¿está funcionando?... — comentó un temeroso Seonghwa, captando la atención de todos. Respiró profundo, sabiendo que el mayor ayudaría a resarcir la desfachatez anterior. — Quería darles las gracias a los novios y a Yoora por dejarme ser el oficiante del matrimonio; la verdad es que estaba nervioso, pero espero haber hecho un buen trabajo — comentó relamiéndose los labios al finalizar. — Honestamente... creo que todos los presentes sabíamos que esto iba a pasar, la boda me refiero, pero eso no le resta sentimiento. Conozco a Mingi y a Yunho desde que éramos chamitos y ya en el liceo pensaba: «¿Bueno y qué esperan estos dos para empatarse?» — la pregunta le hizo sonrojar, pero no tanto como lo que le siguió a continuación: — les juro que ambos eran demasiado obvios, pero quién era uno para andar hablando o diciéndoles algo, es decir, te volteabas y estaba Mingi sentado en las piernas de Yunho; Yunho dándole comida en la boca a Mingi... ¡en fin!, no importa por cuál de los dos nombres empiece la oración, al final siempre estaba el del otro — se rio con suavidad, viendo hacia la mesa. — Y la verdad es que jamás había conocido personas tan entregadas como lo son ellos; es irrefutable el amor que tienen estos dos y me complace muchísimo haber vivido casi todas las etapas de su relación, sobre todo ayudarlos cuando lo necesitaron... — el moreno hizo una pausa al mirar hacia el techo, conteniendo sus lágrimas. — Mingi siempre has sido bueno para escuchar y tú Yunho... siempre fuiste bueno para hablar; lo que no tiene uno lo tiene el otro, por eso se complementan perfectamente y sé... que sin importar lo que pase van a seguir adelante; confío en Dios que les dará mucha salud para disfrutar muchos años de este hermoso matrimonio — finalizó al imitar a Yoora, alzando una copa en honor a ellos. — Ahora, por qué no vienen los padrinos a decir unas palabras — sugirió el moreno a un pasmado Hongjoong y un sonriente San que se puso de pie, tirando del brazo del diseñador en función de arrastrarlo al lugar que antes había ocupado Seonghwa.
Removiéndose aún entre las oleadas tibias que dejó su madre putativa al hablar, advirtió a ambos padrinos discutir por lo bajo quién sería el primero; la disputa se resolvió cuando San observó la renuencia en Hongjoong. Entonces, el de hoyuelos acercó al micrófono a su boca para hablar.
— Creo que ya todos aquí dijeron lo que se tenía que decir, pero haré el intento para que Mingi quite la cara de cañón que carga — comentó entre risas el de sonrisa gatuna. Instantáneamente sintió una mano afianzarse a la suya y de soslayo vio el esbozo que le obsequió su esposo. — A ver... bueno, si no fuera por Mingi y Yunho creo que no sería feliz; lo digo con propiedad, porque sin ellos creo que jamás habría tenido el valor de salir del closet, así que les agradezco por eso — murmuró al tiempo que Wooyoung le lanzaba un beso desde su lugar. — La verdad es que me sorprendí mucho cuando Yunho me pidió que fuera su padrino, estábamos tomándonos unos tragos después del trabajo y fue que me contó que se había comprometido con Mingi y... bueno, ya sabemos todos cómo festejamos los ingenieros. Mingi no estaba feliz cuando nos vio llegar, pero qué tanto — dijo con picardía, ganándose un par de risillas; incluso su esposo tuvo la osadía de corresponder a estas, mas, lo dejó ser. — Luego cuando fuimos a comprar los anillos Yunho me contó que estaba emocionado, ¡pero juro que nunca en mi vida lo había visto tan nervioso como esta mañana! — hizo una pausa para reír. — el hombre parecía que se iba a tirar por la ventana y estábamos en un primer piso..., la verdad, fue difícil calmarlo, pero me bastó con recordarle el nombre de Mingi para que se le pasara la berraquera — un suspiro. — Debo admitir que no es fácil ser amigo de estos dos, mucho menos ser el padrino de un perfeccionista, sin embargo, me llena de orgullo verlos allí sentados... juntos; como siempre los he visto en mi mente — el conmovedor monólogo de San hizo sus labios temblar. De pronto las lágrimas amenazaron con bajar, todavía, se centró en reforzar su agarre a la mano de su esposo, recibiendo un beso en su mejilla como premio. El de hoyuelos seguía viéndolos enternecido. — Y ahora, les daré un consejo... — dijo a modo de preámbulo. — Cada que tengan un problema, háblenlo, no dejen que la ira los reprima a decir lo que sienten..., sean como siempre y no dejen de amarse; miren que el día que se acaben... ¡ese día habré perdido mi fe en la humanidad! — afirmó a todo gañón. — Yah... los amo; les deseo una vida llena de felicidad, riquezas y buen sexo — finalizó este con un coqueto guiño antes de pasarle el micrófono a un patidifuso rubio.
Rio al ver a Hongjoong tan contrariado, meciendo el micrófono entre sus manos sin saber qué decir.
— Ehm... bueno, cómo están todos; espero estén disfrutando la boda porque organizar esto de verdad que fue un infierno — murmuró por lo bajo, siendo secundado por Yoora, quien al oír el testimonio del rubio despertó de su letargo sobre el hombro de Yeosang, diciendo: «¡Tú si sabe'menol!» antes de volver a babear su almohada provisional. — Jajaja, sí — soltó una risilla sarcástica para luego aclararse la voz. — Sinceramente, lo único que sé, es que no sé nada, pero ellos dos... — apuntó su índice a la mesa donde estaban su esposo y él. — Ellos dos saben muchísimo de lo que significa la vida y todas las cosas que hay que deben pasar... — una significativa pausa. — los sacrificios que se hacen y los problemas que se superan para ser una pareja feliz— se corrigió tras un suspiro. La brutalidad en el tono de su padrino le removió las entrañas hasta hacerlo abrazarse a su desvelo; con ternura, Yunho lo acobijó y, una vez se supo resguardado, siguió prestando atención. — Les doy las gracias a ambos por hacerme partícipe de todas esas lecciones de vida y también por obligarme a darme cuenta de que soy un orgulloso de mierda y por eso... — alzó la mirada curioso al captar el titubeo en la voz del diseñador; Hongjoong parecía más nervioso de lo usual y no pillaba el por qué. ¿Querría decir algo más?, lo que fuera, esperaba no tener que aguantar alguna otra blasfemia. — De verdad les agradezco por todo y sé que tendrán el matrimonio más asombroso de todos; los quiero que jode, par de idiotas — al terminar se empinó la copa que le ofreció San y sonrió antes de entregar el micrófono, dando por concluido el momento del brindis.
En un respiro supo obtener alivio tras ese dramático acto que, sin duda alguna, les daría de qué hablar el resto de sus vidas; a ellos y a todos los testigos de su matrimonio. Lo siguiente en el itinerario de su boda fue la cena a dos tiempos; Yunho y él optaron por una comida ligera, algo tradicionalmente occidental que dejase saciados a sus invitados y les ayudase a deshacer los nudos que las ansias antecesoras le confirieron a su panza. Sí, todo estaba medio meticulosamente, por ese motivo, se llevó una grata sorpresa cuando el plato fuerte llegó a su mesa.
— ¿Pollo frito?... — cuestionó al ver la conservadora pieza que decoraba su plato junto a lo que parecía ser el puré de papas más refinado jamás preparado. Extrañado alzó la mirada, encontrándose solo deleite en las facciones de su esposo. Al efecto, arrugó el ceño. — Yunho, esto no fue lo que pedimos — sentenció con notorio enojo, siendo ignorado por el apuesto pelinegro que ya había empezado a devorar su cena.
— Pero mi amor, quita esa cara... ¡esto está increíble! — declaró el susodicho con una sonrisa tras limpiarse la boca con la servilleta de tela.
Refunfuñando clavó la mirada a través de sus cristales hacia el frente mientras su mano rabiosa empuñaba el tenedor. Fue entonces cuando lo vio, el bailecito de victoria que la niña de las flores y su queridísimo asistente hicieron al probar la colación.
— Me las vas a pagar, carajita'er coño... — masculló por lo bajo, afilando la mirada en busca de algún indicio de inconformidad. Todavía, ninguno de sus invitados parecía estar en desacuerdo con la cena infantil que estaban por ingerir, siquiera Hongjoong puso mala cara; todos de hecho, se veían contentos.
Largó un suspiro de pesada resignación, olvidando el motivo de su abstracción para hincar el diente en la jugosa presa que le sirvieron. Debía admitirlo, fue una experiencia placentera comer aquello, ¡hasta se olvidó del risotto a las finas hierbas que pidieron originalmente!; jamás ni nunca había comido algo tan delicioso y bien preparado. Ya después tendría que agradecerle al servicio de banquete y a su ridícula mejor amiga por aquel inadvertido cambio de planes.
Estando ya todos con el estómago y el corazón contento, los invitados se apoderaron del centro del salón. La energía entonces le resultó magnifica; se respiraba dicha entre la masa de cuerpos que se movían justo como él y su madre que ahora bailan juntos.
— Ay, mijo... esta boda hasta el momento ha sido hermosa — comentó su madre con una sonrisa que reflejaba su honestidad.
— Pues sí, aunque el brindis..., bueno, no voy a pensar más en eso — resolvió en función de seguir disfrutando el momento; la mujer sólo rio al escucharlo.
— Yah, créeme que es mejor cuando los brindis son así — rio, moviéndose ambos aún al ritmo de la canción. — sabes que todos tus amigos estaban preocupados por cuán estresado estaba Yunho; el muchacho no quería decirte nada, ¡pero de verdad buscó hasta debajo de las piedras!... — fue su momento de suspirar al oír aquello; la verdad, empezaba a hartarse de escuchar siempre lo mismo. Él también había hecho sacrificios para que su boda fuese el acontecimiento del siglo.
— Lo sé, lo sé... estoy muy agradecido con Yunho y con Yoora por todo.
— Esa chiquilla se las trae — murmuró su madre al tiempo que ambos pillaban a la susodicha de pie junto a la mesa de postres en compañía de Yeosang y Jongho. — pasó tres días sin dormir haciendo de tapadera a Yunho con tal de que no sospecharas nada — acotó la mujer con una expresión indescifrable, pero igualmente cálida.
Una vez más reparó en quienes lo rodeaban; sus invitados que parecían más que a gusto en la recepción; sus amigos, quienes bailaban entre ellos, comiendo y bebiendo; su esposo, que hasta entonces abrazaba a su madre con la excusa de bailar junto a ella. Es última escena le conmovió lo suficiente para querer hacer lo mismo, y lo hizo, abrazó tan fuerte a su madre que la mujer se quejó entre risas. Todavía, el momento culminó al sentir un llamado en su hombro. Curioso, se giró para ver de quién se trataba.
— Disculpe, señora Song; quería saber si me permite unos minutos con el novio — habló amablemente un prístino Seonghwa.
— Por supuesto, muchacho; ¡adelante! — y con eso la señora se fue en busca de su padre.
— Ya que están bailando con sus madres me pareció adecuado que tuvieras un baile conmigo, ¿no? — inquirió el mayor lanzándole una mirada socarrona.
— Yah, claro que sí... ¡cómo iba yo a olvidar a mi madre putativa! — expresó con dejes de ironía. Pese a todo, se dejó hacer por la guía del moreno, disfrutando del momento. — Oye, ¿no te parece que Hongjoong anda raro? — preguntó después de unos segundos.
— Ah... pensé que eran vainas mías — soltó el mayor decepcionado. — lleva días así; como si quisiera decirme algo, pero no sé... no he podido sacarle nada — comentó desganado. — al principio pensé que era el estrés por la boda, pero ahora...
— Dale tiempo; él te lo dirá cuando esté listo, Hyung — se apresuró a decir a modo de contener la tristeza que empezaba a asomarse en los ojos del moreno. Por un instante se sintió culpable de haber dado rienda a la conversación; después de todo, no era de su incumbencia real lo que pasaba entre ellos dos. Todavía, sentía este deseo de ayudar a Seonghwa.
El intercambio de palabras entre ellos fue breve, tanto como su baile con Wooyoung y San, mientras, Yoora se apoderó de la atención de su esposo, bailando con él entre sollozos y risas; los dos se veían tan tiernos, como un hermano mayor — todo alto y apuesto — junto a la niña de sus ojos: su hermanita consentida. Al final se quedó con las ganas de bailar con Yeosang, pero verlo tan entretenido con la castaña le bastó para quedar satisfecho e ir de regreso a los brazos de su adorado pelinegro.
— Qué tal, señor Song... ¿disfrutando de su boda? — musitó un jocoso Yunho contra su cuello al abrazarlo de costado.
— Y-yah... — protestó sonrojado, acomodándose para así rodear el cuello de su amado. — Sí, estoy disfrutando todo... me encanta este lugar — suspiró con aires de paz.
— Y a mí me encanta verte feliz — decretó el pelinegro antes de besarlo en los labios.
Teniendo el corazón llenito el resto de la celebración se le pasó en un destello. Su esposo siguió riendo junto a él, llevándolo de la mano, obsequiándole besos aquí y allá como todo buen enamorado. Y él que no aguantaba dos pedidas, se mecía feliz entre nubes de algodón.
Cuando llegó la hora de picar la torta, Yunho y él eran más alegría que persona.
— ¡Llénale la cara de torta! — exclamó Yoora quien sostenía dos teléfonos para grabar el momento.
Ante la incitación al odio, lanzó una daga con la mirada en dirección a la castaña y, sin decir nada, procedió a cortar el torta, sosteniendo el cuchillo con la asistencia de su marido. Después de servir el primer trozo, tomó una pequeña porción con un tenedor imitando la acción de Yunho al acercar el bocado al pelinegro, quien lo recibió con una sonrisa, relamiéndose los labios luego. El susodicho no le hizo esperar tampoco; de un momento a otro, su paladar degustó el más airoso y dulce merengue que tuvo la dicha de probar, sin embargo, más dulce que ello, fue el beso que le estampó el pelinegro al tomarle del rostro para complacer la petición de todos.
— Te amo — con exquisito afecto aquel sentimiento le llenó por dentro y a la inmensidad de su sentir, siquiera se inmutó cuando Yunho, de forma juguetona, le manchó la nariz con la crema de la torta; sólo supo hacer lo mismo, embarrando las mejillas de su esposo antes besarlo de lleno en sus acorazonados y sonrientes labios, mientras le susurraba el meloso retintín de las dos palabras que más le gustaba oír.
La escena quedó grabada para la posteridad, así como mil y una vivencias que le contarían días, semanas, meses y años quizá..., lo que fuera, sólo tenía ganas de vivir aquel momento. Después de la torta se fue a bailar con Yunho, bailó y besó a su esposo hasta hartarse, suspirando cada que este le acariciaba los costados o, deliberadamente, lo apretujaba contra su cuerpo. Las palabras sobraron, pues con gestos se expresaron hasta el último y más ínfimo sentimiento. Brillaba cada que Yunho le dedicaba una mirada; sonreía cada que este le besaba las mejillas; vibraba cada que sus labios se rozaban; suspiraba cada que respiraba el perfume de su esposo..., todo era perfecto; justo como lo había soñado meses antes en su departamento.
— Gracias por darme todo lo que te pedí... — con delicadeza musitó aquel agradecimiento sólo para oídos del pelinegro.
— Gracias a ti por darme otra oportunidad — respondió el susodicho, tocando sus frentes.
Quiso llorar de lo abrumado que estaba, todavía, se contuvo y en cambio se dedicó a sonreír, mientras sus piernas se movían al compás de un bolero viejo.
Casi al final de la velada, Yoora los sorprendió a ambos con una proyección de una recopilación de vídeos de él y Yunho a lo largo de su vida. No tenía idea de dónde habían salido la mitad de esos filmes, lo que sí podía decir, es que agradecía la cantidad de recuerdos que trajeron consigo; siquiera podía ver entre tantas lágrimas de felicidad, porque evidenciar la reciprocidad, el compromiso, el amor mismo que hubo desde el momento cero hasta el presente..., resultó sublime. Yunho no dejó de abrazarlo y reír conmovido al ver los últimos momentos que parecían grabados en momentos en que ambos estaban desprevenidos; en ellos constató la pureza del querer, el grado de entrega que tenían sus almas jóvenes para con el otro, porque hasta las jugarretas y las palabras ofensivas adjudicadas carecían de malicia.
— Bueno, espero les haya gustado esto porque me hacer esto me costó tres sobornos, dos lloraditas... — enumeró la castaña con el micrófono en la mano. — eso y una noche en vela sustrayendo los vídeos de la tarjeta de memoria de sus teléfonos — completó orgullosa de sí misma.
— Nojoda, ¿¡pa'eso usaste las clases de programación que nos dieron en la universidad!? — cuestionó su sonriente esposo.
— ¿¡Tas' en contra!?, tú me dices y nos esmoñamos ahora — ofreció la muchacha en un timbre de voz firme. Su esposo lo único que hizo fue echarse a reír antes de pararse y correr al encuentro con la castaña, a quien envolvió en un abrazo de oso.
La respuesta del público fue igual a la suya: una inspiración de añoranza. Desde allí advirtió cuán conmovidos estaban los padres de Yoora viendo la escena y, aprovechando la distracción decidió ir hasta ellos para agradecerles por su presencia; bien sabía que el padre de Yoora era una persona ocupada y que su influencia también había ayudado a conseguir todo lo que le rodeaba.
— ¡Oh, Mingi! — fue el caluroso recibimiento de la señora Kim. — Íbamos a ir a hablar contigo, pero no queríamos interrumpirte — agregó, inclinándose en el hombro de su esposo.
— ¿Cómo está todo, muchacho?, de verdad que todos se botaron con esta boda — comentó el hombre mientras le indicaba la silla a su lado.
Tras una reverencia procedió a tomar asiento y con ello, una animada plática inició.
— Sabes que, en un principio pensamos que Yoora estaba enamorada de Yunho — confesó el padre de la susodicha. — fue extraño, porque ella nunca quería traerlo a la casa o hablar de más sobre su relación, después entendimos que era porque tenía miedo de perderlo — bajó la mirada en un lastimero suspiro, mientras él se acomodó las gafas incómodo. — Nuestra niña nunca tuvo suerte con las personas, pero cuando llegó Yunho a su vida todo mejoró significativamente... la verdad, quisiera que existieran más hombres como tú y Yunho, pero agradezco el que al menos ahora tiene amigos que la cuidan — murmuró apretando la mano de su esposa sobre la mesa al tiempo que la mirada de los tres se redirigía a los amigos que bailan como si no hubiese un mañana.
Sin habla quedó al oír aquello, siquiera lo sintió como algo malo, todavía, le nubló el corazón recordar cuán sombría fue la vida de Yoora.
— Ay, ¡qué con esas caras largas!, estás en tu boda, cariño... — murmuró la señora Kim al palmear su hombro. — No pienses en el pasado y céntrate en tu futuro con Yunho, y mira que siempre que lo necesiten tendrán refugio con nosotros, ¿sí? — continuó la mujer, siempre sonriente al igual que su retoño.
— Así es, Mingi... para lo que quieran mi hija, mi esposa y yo estaremos para ustedes — recalcó el padre de familia haciendo que un par de lagrimillas corrieran por sus mejillas.
Luego de agradecerles se movió de mesa hasta la de sus amigos, donde todos parecían aguardar a su llegada con una sonrisa; como de costumbre las bromas de Wooyoung no tardaron en salir, tampoco los comentarios con doble sentido de San, seguidos de los reproches de Seonghwa junto a las felicitaciones de Jongho... él único que se mostraba ausente era su padrino.
— Oye, Hyung — se acercó a Hongjoong después de un rato de plática. Este al oírlo pareció despertar de su trance y con una sonrisa forzada lo invitó a sentarse.
— Qué pasó, ¿todo en orden? — cuestionó el rubio al tiempo que se acomodaba en su silla.
— Qué pasó es pa'pelear, Hyung — respondió para animar el ambiente; cuestión que logró. — Yah, ¿estás bien?, estás como-...
— Lo estoy — lo interrumpió con rapidez. — Sólo estoy cansado por todo; fue una semana difícil y...
— ¿Y? — repitió antes de ver a los ojos de su padrino. Segundos más tarde se vio siendo arrastrado por el susodicho hasta uno de los extremos apartados del jardín. — H-hyung, Hyung, más despacio, ¿qué pasa?...
— ¡Seonghwa pasa! — soltó el diseñador tirándose de los pelos. — Me ofrecieron un trabajo en una modista de New York y aún no he decidido si aceptar porque si lo hago... — lo vio tragar en seco. — s-sí lo hago tengo que mudarme y no quiero dejar a Seonghwa, pero tampoco sé si él quiera abandonar su vida por un sueño que no es suyo — pasmado lo dejó el adelanto del rubio, quien parecía al borde de un ataque de pánico. — H-he querido decírselo, pero no sé cómo..., también estaba el asunto de tu boda y-y... — el mayor soltó el primer sollozo junto sus brazos acompañados de la primera lágrima. — lo lamento, estoy arruinando tu día...
Haciendo caso omiso a la disculpa, envolvió el tembloroso cuerpo de su padrino entre sus brazos, palmeando sus hombros dándole valor para sacar todo lo que venía conteniendo. Pasaron al menos cinco minutos antes de que Hongjoong se despejara, apartándose de su cariñoso embrace.
— Gracias, Mingi... yo-...
— Hyung, no tienes nada que agradecer — fue su turno de interrumpirlo. — Y por lo de Seonghwa... creo que debes hablarlo con él; como me dijiste antes, nunca sabrás la respuesta a las preguntas que tienes si no lo intentas.
Qué era una boda sin un drama; tal parecía que eso era lo que aportaba la magia al momento. Y no le importaba que Hongjoong fuese la causa de esa añadidura, más bien, adoraba saberse útil para uno de sus mejores amigos y compañeros, porque quién más si no Kim Hongjoong; el exitoso diseñador de modas podría armar un mejor drama el día de su boda. Sonrió al pensar en ello, burlándose del rubio al ver su cara hecha un desastre, por suerte, el mencionado se lo tomó con humor, hablando de cualquier cosa de camino al baño para ayudarle a refrescar su apariencia.
— ¿Qué hora es?, de seguro te andan buscando — dijo Hongjoong mientras se secaba las manos con una toalla de papel. Un segundo más tarde, entró un desaforado Wooyoung, buscándole.
— Dónde coño-... qué verga-... — habló el moreno aún bajo el umbral de la puerta, viendo entre ambos. — Ay, bueno, después me cuentan — dijo este al batir el aire con las manos. — Mingi, mueve el culo que Yoora te está buscando.
Y así fue como terminó siendo arrastrado de regreso a la recepción para uno de los actos finales: arrojar el ramo; sólo que, en esa ocasión, algún afortunado acabaría con su preciosa corona entre sus manos. Casi le dio lástima deshacerse de esta de aquella manera, sin embargo, al ver el entusiasmo de sus amigos y demás invitados, se dio la vuelta, retirando el accesorio y tras una breve cuenta regresiva, arrojó el supuesto ramo a sus espaldas. Emocionado por ver el resultado, giró sobre sus talones viendo con asombro cómo la corona ahora se asentaba divinamente en los cabellos azabaches de cierto moreno.
— ¡Eeeeso!, ¡vamos a tener otro bonche pronto! — declaró un entusiasmado Wooyoung, aplaudiendo al igual que el resto. La única que no parecía divertida con el asunto era Yoora, quien miraba al tiempo que lamentaba el haber cogido una sola margarita magullada.
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Acabada la recepción Yunho y él emprendieron camino a la salida del jardín, donde un Uber esperaba por ellos. No obstante, de camino hasta este le tocó presenciar la patética partida de una ebria Yoora en brazos de Yeosang; los padres de la castaña hacía rato que se habían marchado por su cuenta, gesto que no fue de agrado para Jongho, quien seguía refunfuñando el ser la única persona sobria de todo el cortejo nupcial.
— ¡D-déjame aquí-í!, ¡qué no vez que yo puedo caminar! — protestó la muchachita al otro lado del estacionamiento, lanzando puños al aire.
— Yoora, por Dios... estás demasiado ebria, ¡deja de moverte! — exclamó un agitado Jongho; jamás en su vida había visto al oso tan molesto.
— ¡No estoy ebria!, ¡tú lo estásss! — insistió en un fútil intento por mantenerse de pie contra la puerta del auto en el cual intentaban meterla. — ¡No, no, me quieren secuestrar! — chilló desconsolada. — ¡Yunho!, ¿dónde está mi mejor amigo?... Ay, cómo amo a ese pendejo de pelito negro... — hipó. — ¡qué bueno que se casó con Mingi!, porque yo no me hubiese calado ese palo'e agua... — agregó tras recostarse nuevamente de Yeosang. — Yah... mi querido Yeosang... tú si me quieres, ¿verdad?
— Sí, Yoora; vamos... yo te llevo a casa para que descanses — contestó el mencionado tras poner los ojos en blanco.
— Eso es... t-tú nunca me vas a fallar porque eres SangYeo... ¿o era Yeosang? — murmuró aquel tono alcoholizado, machucando las palabras y los nombres mientras dejaba la mirada perdida en un punto cualquiera.
Se llevó una mano a la frente al ver aquel desastre, todavía, él único en compadecerse fue su esposo, quien se acercó para terminar de escoltar a la señorita al auto.
— ¡Menudo desastre!... — escuchó a sus espaldas, sabiendo a quién pertenecía esa voz. — menos mal que le dio por emborracharse al final — dijo San al hacer su aparición, apretando uno de sus hombros. — ¿Cómo estás?, ¿Yunho y tú irán al hotel? — ante la pregunta enarcó una ceja con curiosidad.
— ¿Hotel?
— A la verga... — soltó el de hoyuelos al notar su error. — ¡Ah, bueno!... estuvo hermosa la boda, ahora yo tengo que-... — en medio de su escapada, salió Wooyoung a su rescate, cargando entre sus manos uno de los costosos centros de mesa que adornaban la recepción. — ¡Mi amor!, eso... ahora, Mingi; si nos disculpas, nos tenemos que ir.
Ambos le dejaron con la palabra en la boca cuando un agitado San se llevó a rastras al moreno.
— ¡Llámanos mañana para saber qué tal estuvo la luna de miel! — pidió Wooyoung antes de subirse al auto de San.
Si no fuera por el moreno, capaz nunca hubiese recordado aquel pequeño detalle que según debía acontecer — o más bien, empezar — al terminar su boda. ¡Oh, qué estúpido había sido al olvidar su luna de miel!, se sintió abochornado por su despiste, mas, al poco tiempo su ahogo se transformó en las ansias de siempre.
— Bien, ya dejé a Yoora con Yeosang y Jongho, ¿estás listo para irnos princesa?, nuestro carruaje espera... — musitó su caballero al aparecerse de nuevo en su campo visual.
— S-sí, sí — respondió para salir del paso, dejándose llevar de la mano de su esposo hasta el auto. Una vez allí, ingresó junto al pelinegro y, sin poder contenerse, habló: — San dijo algo de un hotel y-...
— ¡Coño de su madre!, ¡Aaaj, les dije que no me cagaran la sorpresa! — y con esa cruda sentencia su novio le interrumpió. — Lo siento, es que-...
— ¿De verdad vamos a un hotel? — cuestionó a costas de su incredibilidad. Yunho entonces lo miró entre confundido e incómodo.
— Pues sí, qué... ¿no quieres?
— ¡No, no!, es decir... ¡Sí! — se corrigió antes de seguir. — Digo, claro que quiero ir contigo; sólo que no me lo esperaba y ya me has dado tantas sorpresas hoy...
Al oírlo el pelinegro ablandó la mirada y sin más se acercó para rodear sus hombros y atraerlo a su pecho.
— ¿Y eso qué?... sólo nos casaremos una vez — susurró confiado tras depositar un beso en su frente. — tú sólo déjame malcriarte por una noche, ¿si va?
Respondió con un asentimiento antes de robarle un besito de los labios a su esposo. La verdad, es que aún le costaba creer todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Hasta hacía unas horas era el novio de Yunho, ahora la alianza que adornaba el anular de su zurda revelaba el gran compromiso que acababa de asumir. Todavía, estar entre los brazos de su pelinegro se sentía como siempre: sereno, amoroso y correcto.
Inhaló de más de aquella templanza mientras veía las luces de la ciudad difuminarse en la oscuridad. Lo que fuera que tuviera Yunho preparado debía ser especial, pues reconocía aquellos barrios refinados; estaban lejos de su hogar, demasiado cerca del corazón de la prestigiosa conurbación.
«¿A dónde me estará llevando?»
La respuesta a su cuestionamiento llegó más rápido de lo esperado cuando el auto se detuvo frente a la puerta de un lujoso hotel cuatro estrellas; excesivamente costoso para el — casi inexistente — presupuesto que manejaban ambos para efectos de la suntuosa boda que acaban de disfrutar.
— Y-yunho, ¿qué hacemos aquí?, esto-... — la preocupación lo embargaba ni bien siguió al pelinegro hasta el lobby del hotel. — ¡esto es demasiado caro para nosotros! — en voz baja reclamó a su esposo, pese a todo, el susodicho lo ignoró y campante se aproximó al mostrador de la recepción, llevando una maleta de pequeñas dimensiones consigo; siquiera sabía de dónde la había sacado.
— Buenas noches, señor. Bienvenido al hotel 'Aurora Palace' ¿en qué puedo ayudarle? — hablo cordialmente la mujer al otro lado del mesón de mármol.
— Buenas noches, tengo una reservación a nombre de Jeong Yunho — respondió con cierta renuencia al pronunciar su apellido real.
— Espere un momento mientras reviso el sistema para comprobar su reservación — continuó la señorita con genuina simpatía mientras movía sus dedos rápidamente en el monitor táctil delante de ella. Suspiró, preocupado por el futuro de sus finanzas al ver a su alrededor, Yunho parecía muy compuesto, todavía, él no hacía más que pensar que el cuadro que estaba detrás de la recepcionista debía costar más que su propio apartamento. — Lo siento, señor... no he encontrado ninguna reservación a ese nombre — se disculpó la tal Heejun; como rezaba su etiqueta de identificación.
— ¿Qué?... e-eso-... no es posible, hice la reservación hace un mes — reprochó el pelinegro. — ¿puede buscar de nuevo?
— Lamentamos la molestia, señor Jeong, pero ya revisé dos veces y no-...
— Entonces deme cualquier habitación — la cortó su esposo de forma tajante.
— Me temo que eso no será posible; todas las habitaciones están ocupadas debido a la temporada alta, señor — con una reverencia la muchacha dio por culminada la conversación, dejando a un cabreado Yunho, caminando de un lado a otro con una mano en los cabellos.
La rabita duró lo que el pelinegro tardó en resolver el problema, porque obviamente su competitivo esposo no iba a dejar las cosas de ese tamaño. Fue así como terminó en otro Uber camino al hotel de cuatro, cinco..., quizá siete estrellas que disfrutarían por cortesía de la siempre dadivosa — y obstinada — Yoora.
— ¿Qué fue lo que te dijo Yoora? — preguntó al volcar su atención en el distraído pelinegro a su izquierda. El trajín de todo el día empezaba a pasarle factura.
— Se quejó de que soy un pendejo y que no sirvo porque esta era la única cosa que me dejó a cargo — soltó en medio de un bostezo. — Ya sabes cómo es ella de dramática — agregó con indiferencia.
Bufó un tanto indignado al evidenciar cuán despreocupado podía ser su esposo en momentos como ese, mientras él se debatía cuál sería el futuro de sus finanzas después de ese día de excesos que acaban de tener. Yoora probablemente no diría nada al respecto, a la niña no le dolían los riales como a ellos, pero lo sentía tan incómodo..., recibir un regalo de bodas de ese calibre sabiendo que la mitad de los obsequios que llevaron el resto de sus invitados eran seguramente electrodomésticos de gama media.
— Lo que sí me llamó la atención es que se escuchaba más sobria y... — en suspenso lo dejó su esposo al quedarse mirando por la ventana. Al efecto, se arrimó a su lado, quedando recostado en su hombro para poder escucharlo. — seguía en casa de Yeosang y también pude escuchar la voz de Jongho; me parece que estaban un poco... ¿agitados? — la suspicacia en el tono de su esposo lo dejó pendiente.
Notaba cuán contrariado estaba el pelinegro por lo que había oído, todavía, no dio tiempo de elucubrar en suposiciones de ninguna índole, pues más temprano que tarde arribaron al hotel. En seguida fueron atendidos por el botones de la entrada, quien se ofreció a llevar la única maleta que cargaban. El chequeo fue breve; apenas oyeron el nombre de Yoora la recepcionista les mostró una sonrisa y les tendió la tarjeta de la suite matrimonial que la castaña había reservado a último minuto para ellos.
Debía admitir que se sentía incómodo caminando por entre los pasillos pomposos repletos de espejos y artilugios decorativos cuyo nombre desconocía, sin embargo, su asombro inicial no llegó siquiera a ser la milésima parte del pasmo que le produjo entrar a la dichosa habitación.
— Mierda... — soltó Yunho tan pronto el botones se despidió de ellos, cerrando la puerta tras de sí. — Verga, lo que hace la plata — declaró antes de echarse a reír, tomando su mano de improvisto para correr ambos por la amplia estancia hasta acabar arrojándose en la cama. Pese al aparatoso aterrizaje que dio en el pecho de su amor, las risas pronto rebosaron la habitación.
A razón del grato ambiente fue fácil caer en la tentación; envueltos en un manto soñador se besaron con desenfrenada pasión recordándose entre succiones y sensuales lengüetazos sus votos de matrimonio.
— ¡A-ah!... Hm, Yunho — suspiró al advertir la fogosidad de su eterno amante al este ir tirando de su prendas superiores. Apenas pudo quitarse el saco y soltarse los tres primeros botones de su camisa cuando este le interrumpió, haciéndose con su gallardía para sostenerlo del rostro y obsequiarle un par de tiernos ósculos. — D-deja que vaya al baño a limpiarme un poco — murmuró aún contra la ansiosa boca de su esposo.
Tras decir aquello el pelinegro lo soltó, no sin antes obsequiarle un par de besos más. De allí fue hasta el dichoso baño y al entrar allí su mandíbula casi roza el piso.
— ¡Esta vaina tiene jacuzzi! — comunicó exaltado, yendo de inmediato hasta la poza de agua para probar su temperatura. Al encontrarla agradable, resolvió deshacerse de su ropa con rapidez y, aprovechando la ausencia del pelinegro se zambulló con agrado en el agua templada, soltando un gemido al sentir cómo la temperatura comenzaba a deshacer los nudos en su cuerpo. — ¡Yuyu, ven a ver, esto es increíble! — llamó a su esposo con los ojos cerrados, hundiéndose de a poco en el agua mientras su espalda reposaba en el ergonómico soporte del jacuzzi.
— ... Pasarán más de mil años; yo no sé si tenga amor... — el susurro acarició lánguido sus oídos; la frase inequívoca de aquella canción que solía cantar a coro con el de labios acorazonados; esa misma que removía su alma. — Yo no sé si tenga amor... ¡la eternidad! — continuó la dulce voz, fluyendo la melodía en su cabeza, como si estuviese escuchando la pieza en vivo y en directo. Su corazón anticipaba con creces la culminación y, a su vez, rogaba en erráticas sacudidas que el sonido perdurase la eternidad que rezaba. — pero allá tal como aquí... — apareció cantando la causa de su alebrestar, meciendo en sus manos una botella de costosísima champaña y dos finas tulipas. — llevarás...
Quedó perplejo ante la imagen de su apuesto pelinegro con esa mata azabache cayendo vaporosa en todas direcciones y los puños de la camisa arremangados, enfilando hacia su encuentro; perpetuo su gesto de romeo más candente que el mismísimo infierno.
— S-sabor a mí... — completó al pillar la indirecta en la mirada de su amor, casi ahogándose con su saliva en el proceso. El susodicho sonrió complacido al oírle y, en un suspiro, prosiguió a dejar las copas y la champaña al borde del jacuzzi. Acto seguido, se inclinó hacer un dobladillo a sus pantalones.
Impaciente y decepcionado estuvo al ver cómo este se sentaba en la orilla del jacuzzi de nuevo con la botella en sus manos. Hubiese querido sentir al pelinegro más cerca, todavía, al evidenciar su dicha, se permitió el contagio de esta al oír el descorche de la botella. Victorioso, el pelinegro alzó la botella y prosiguió a servir una generosa cantidad en ambas; al instante le tendió una, la cual tomó con ambas manos mientras se arrimaba a su lado.
— Por nosotros... — anunció Yunho antes de chocar sus copas llenas, bañándolo en el candor de su mirada. Segundos más tarde su boca bebió de la champaña en los labios de corazón del azabache que después le hizo el amor hasta que salió el sol.
Consumaron así la unión, el compromiso que ya sabían, uno particularmente longevo, uno que pudiera romper los parámetros de la ciencia y el arquetipo tradicional del romance en su fase más estable, porque así de intenso se evidenciaba el amor entre ellos. Pero qué compromiso sería ese, si el amor de hecho no echa raíces en compromisos reales, no se compra ni se vende con etiquetas ni se atiene a otras vanidades. El amor es reservado para quien lo interpreta desde que abre los ojos hasta que se acuesta; para personas que sepan vivir, pues la vida es amor y eso... Mingi y Yunho sabían hacerlo a la perfección: vivir por amor, amar para vivir; vivir amándose entre sí. En fin, un compromiso, sí, pero sin clausulas conocidas, porque el amor es así... salvaje, tierno, complaciente, tenaz; algo que nadie puede controlar.
Pero si de algo estoy seguro es que el amalgama que compone el amor se hace de a dos devotos a su santa unión y, a su vez, se pintan con el color del adiós que os canto a continuación:
— Colorín colorado, este cuento ahora sí se ha... ¿acabado? —
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¡Qué emoción!, lloré demasiado escribiendo esto... me dije a mí mismo que debía darle un final épico y creo que lo logré, ¿ustedes qué piensan?... Cualquier cosa, pueden venir a quejarse si no les pareció suficiente.
Lamento haberme tardado tanto, como no me quiero lo suficiente me conseguí dos trabajos nuevos y tuve que acostumbrarme a equilibrar mi vida. También tuvieron que cambiarme la medicación y todo eso fue un proceso mediante el cual casi me desaparezco para siempre, pero aquí estoy... echando pa'lante. Me siento mejor y siento una satisfacción innenarrable por estar publicando esto la noche de hoy.
Espero de verdad hayan disfrutado este año de crecimiento junto a esta novela tanto como yo. La hice con mucho amor, así que espero haberles causado una buena impresión. Espero también me sigan leyendo en mis próximos trabajos que, espero no sean tan largos como este, pero igual de hermosos.
Sin nada más que decir, me despido de ustedes con un fuerte abrazo de oso. Les deseo una hermosa semana y que pasen un maravilloso verano/invierno. Nos leemos en otra ocasión ✧*。٩(ˊᗜˋ*)و✧*。
♥Ingenierodepeluche
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