Épilogo (primera parte)
Buenas noches, mis lunas. Ando emocionado porque recién terminé de corregir esto y... la idea era esperar a tener todo listo para publicarlo, pero sé que me va a tomar un rato escribir lo que falta, así que decidí adelantar la actualización.
Espero les guste porque todo el tiempo estuve escribiendo esto con el corazón en la garganta. Quería hacer un final épico porque esta historia se lo merece y como yo lo veo, hasta el momento se lograron los objetivos, así que.... nada. Disfruten.
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Compromiso.
Una palabra dispuesta en pares: cuatro sílabas, diez letras, cuatro vocales y seis consonantes. Procede del latín compromissum, término empleado antiguamente para definir un acuerdo que debe cumplirse bajo concesión de uno o varios árbitros.
Aunque humilde, esta palabra reposa en el poder sustancial que todo individuo otorga acorde a ciertos parámetros que aluden a sus principios, sentido de pertenencia y raciocinio. El grado de responsabilidad emocional, individualismo y salud (tanto física como mental), igualmente, interfieren en la concepción y posterior aprobación del compromiso en cuestión.
Compromiso, es sinónimo del sustantivo 'deber'; algo que ejecutamos especialmente como obligación moral. Sin embargo, esta palabra con c también es equivalente a la parte más ínfima de un adeudo, una contingencia, un trato... todavía, más relevante que lo anteriormente expuesto, un rasgo inequívoco de este vocablo es la similitud que guarda con un valor que nos instruyen a temprana edad: la responsabilidad.
Un compromiso es una responsabilidad y una responsabilidad es un compromiso por el hecho de ser imputados a una persona indistintamente de su nacionalidad y las características fehacientes de su personalidad. Por supuesto, esto aplica sólo, y sólo sí, hablamos de compromisos gubernamentales para con la sociedad hacer valer la legislación propuesta en un estado consolidado. Del respeto hacia los compromisos cívicos surge la armonía entre comunidades.
Acorde a esto, intuimos que al nacer adquirimos un compromiso ineludible como hijos y ciudadanos de una nación, pues nadie queda exento de las raíces biológicas que lo sitúan dentro de una delimitación geográfica. Más tarde será sumado a la lista el compromiso de la educación, que a su vez es un derecho, pues nadie habrá de negarnos el conocimiento que luego nos servirá para develar las incógnitas tras los compromisos de taya mayúscula.
A partir de esta simple tripleta se adjuntan compromisos de menor magnitud, cuyo significado puede variar, así como el tiempo determinado para su desempeño. Un ejemplo muy simple de ello es el siguiente: si un padre obsequia una mascota a su hijo y este acepta el compromiso (la responsabilidad) que conlleva, estará sujeto a la manutención del animalillo el tiempo que este dure en la tierra.
Como seres pensantes también nos afecta un compromiso que hablamos en capítulos anteriores y es alusivo a la igualdad, bien sea, de género, accesibilidad a recursos, libertad de expresión, entre otros. Todas estas situaciones describen compromisos sociales, porque un tercero debe responsabilizarse de sus acciones para que cualquier persona ajena celebre sus beneficios, no obstante, de no existir correspondencia se rompe un eslabón de la cadena y el compromiso en cuestión es atenuado, o quizá, sancionado; el que se niega a ejercer su deber, perjudica al que, por compromiso (pactado o no acordado), necesita de esta acción para crecer.
Sin importar la gravedad vinculada al compromiso, una vez establecido, es responsabilidad de cada uno hacer mella en él y adaptarse a sus cláusulas. Las personas asociadas a dicha disposición están en obligación de actuar en conformidad con los términos concertados para con el compromiso alcanzar una meta, o bien, satisfacer una necesidad (deseo) por igual.
De ello entendemos, que no existe un compromiso que sea concebido sin intención, el que sea buena o mala dependerá de factores congénitos, pero esto no revierte el que eso (sea lo que sea) pueda adquirir tal denominación.
Dadas estas características, los compromisos vienen en diversas formas e incluso pueden moldearse a complacencia de su progenitor. Sin importar el lugar, la hora o el estado de su concepción los compromisos también adquieren grados de complejidad definidos por el valor sentimental que confiera su autor, además de las vicisitudes que lo relacionen a diferentes normativas y conventos sociales.
Es cosa de todos los días establecer, ejecutar, recordar e incluso cerrar compromisos, porque plantear los escenarios conferidos a esta palabra forja un vínculo indispensable en los individuos, cuya vocación es encontrar iguales con quienes establecer relaciones interpersonales. En este sentido, no es desfachatado decir que la palabra con c nos dispensa una virtud; quien respeta un compromiso es bien visto por su disciplina y moral.
Dicho esto, asumiendo un compromiso, cualquiera tiene la potestad de obtener una imagen pulcra a ojos de quien convenga, siempre y cuando se juegue bajo sus reglas. En caso contrario, aunque el compromiso sea cubierto, la persona que hubiera cumplido con este infringiendo los estatutos concertados, atendiendo a lo implícito en la frase: «Ojo por ojo, diente por diente.», de ser descubierto, podrá ser reprendido por sus semejantes.
Cuando nacemos estamos obligados a satisfacer compromisos que no nos competen, siquiera nos explican. Todavía, de no ser conocimiento propio, estos compromisos nos pueden valer una sentencia por el simple hecho de su existencia. Vivir entonces es prácticamente un juego, cuyas normas debemos descubrir a través de compromisos que ponen a prueba nuestras aptitudes.
Ciertamente, es un proceso extenuante, pero de qué otra manera hubiera progresado nuestra especie si aquel hombre de las cavernas no se hubiese comprometido consigo a cazar para saciar su apetito. Los cultos tampoco hubieran marcado un precedente en la historia de no ser por el fiel comprometido para con los discípulos de cierta religión. Inclusive, nadie gozaría de las comodidades modernas si no hubiese sido por el fulano dedicado a hacer de sus labores matutinas algo sencillo para sus sucesores.
Después de cursar cada materia de Comunicación Social, Mingi entendía el peso de un compromiso por muy pequeño que fuera. Claro que había excepciones, porque incluso siendo un hombre de palabra, se las echó al hombro un más de una ocasión para callarle la boca a los ineptos que tuvo por compañeros.
En las contadas ocasiones que le fue imposible librarse de un compromiso con aquella gentuza, las excusas las hizo sus mejores amigas; un par de palabras que, tras un razonamiento adecuado, creaban una sentencia irrefutable. Hacer esto le permitió saltarse fiestas, reuniones, trabajos grupales, proyectos, en fin... compromisos en los que sabía no era indispensable su participación para asegurar su bienestar o la nota de una evaluación.
Obviamente, el hacer esto afectó su imagen. En la facultad le conocían como el muchacho introvertido con cara de pocos amigos. Las malas lenguas incluso inventaban rumores sobre su falta de tacto y aislamiento arraigado, pero su escasa fe en el compañerismo en varias oportunidades fue alabada por sus docentes, quienes procuraron en cinco años y medio de carrera gravarle a fuego en la memoria que, si quería prosperar en su campo, debía olvidar a los demás. Resultaba egoísta sí, pero sabía poner límite a sus intereses y le bastaba con saber que sus allegados todavía lo percibían la persona dulce y honrada que realmente era.
Si era por amigos, los llamados compromisos equidistaban de cualquiera fuera su peso potencial, porque casi siempre estaba dispuesto a dar sin recibir las veces que aquel puñado de carajos pedía un cachito de su bondad.
Y hablando de amigos, hacía un par de horas que se hallaba entretenido leyendo un libro en su teléfono por recomendación de Yeosang. Siendo su día de descanso se permitió aquel momento de relax, sin embargo, por muy interesante que estuviese la cuestión le pareció suficiente tiempo de procrastinación.
Con ganas de estirar las piernas se levantó de la cama, dejando el teléfono sobre la cama.
De camino a la puerta se detuvo a recoger una sudadera y otras prendas que descartó en el cesto de la ropa sucia, pensando que pronto tendría que ir a la lavandería con Yunho si no quería quedarse sin ropa limpia.
«Pero la lavandería está muy lejos y sale muy caro lavar todo esto...»
Negó con la cabeza al llegar a esa conclusión; por cómo estaba la economía era mejor ir a casa de sus padres y ahorrarse los riales. Con eso mente, pasó de largo la puerta de la habitación, topándose en el pasillo con el agradable recibimiento del silencio. Apenas escuchaba el sonido de la calefacción compitiendo con la vibración del purificador... la melodiosa armonía artificial que gustaba escuchar en su hogar.
No había mucho que hacer, tampoco con quién conversar. A esa hora Yunho solía estar en el trabajo y ese domingo no era la excepción, todavía, agradecía que el pelinegro pudiera pasar el día trabajando desde casa en el cómodo intento de oficina que habían hecho para ambos dentro del cuarto de huéspedes.
— ¿Será que voy a ver si necesita algo?...
Dijo en voz alta, mas, al ver la puerta de la habitación cerrada decidió rechazar el llamado de curiosidad.
«No vaya a ser que esté haciendo una vaina importante y lo desconcentre... peor, que esté en una de esas reuniones de último minuto y venga yo de imprudente.»
Concluyó al retomar su camino y adentrarse en la sala. Jamás entendería porque los ingenieros tenían horarios tan particulares para hacerse videollamadas, tampoco la concepción errada que tenían sobre el tiempo de otros, pero qué le iba a hacer, si su novio era feliz así... ultimadamente, él también.
Con cierto desdén encima, se acercó hasta la cocina para servirse su consabido jugo de naranja en una taza, dejando el cartón medio lleno a su lado. Ya con el pocillo en la mano, se recargó de espaldas a la encimera, apreciando el silencio que le rodeaba; en cada sorbo se bebía más de esa templanza que, aunque fría, se diluía en tibieza para con él.
En días tan parsimoniosos como ese, lo usual, era ir de visita a casa de sus padres y si tenía suerte Yunho le acompañaba, sin embargo, en esa ocasión prefirió quedarse para atender al pelinegro por cualquier eventualidad. No le molestaba la verdad, mientras Yunho trabajaba siempre encontraba la manera de distraerse u ocuparse y cuando las ideas escaseaban una llamada a su madre resolvía su problema de aburrimiento.
En lo que respecta al ámbito familiar, eran raros los momentos en los que buscaba zafarse de algún compromiso relativo a sus padres, incluso con la participación reciente de la madre de Yunho, casi nunca carecía de voluntad para negarse a cumplir un encargo, una responsabilidad que, pese a las posibles dificultades, una vez consumado el acto, este reforzaba su integridad.
Gran parte del tiempo sus compromisos familiares ni siquiera los pensaba antes de hacerlos, siendo una persona tan dada, su corazón fallaba al tratar de desprestigiar la magnitud de los compromisos en los que se veía envuelto. Incluso a veces obviaba a propósito indagar en el contexto de estos para matar dos pájaros de un tiro, o quizá, olvidar que este alguna vez había existido.
Como hijo, reconocía que por respeto debía pagar la cuota que sus progenitores consintieron para con él traerlo al mundo y, siendo honesto consigo, creía haber hecho un excelente trabajo con ello. Sus padres debían darse con una piedra en los dientes, porque vaya que había cumplido su parte. Lejos de ser el muchachito tonto que sugirió más de uno, desatendiendo a los comentarios negativos sobre su falta de aptitudes y destrezas, parte de su labor estaba hecha en el ámbito de enorgullecer a sus padres con la exitosa culminación de su educación superior.
Ciertamente, había cosas por pulir y otras a las que simplemente tendría que agradecer de por vida como mínima remuneración, pero no se sentía tan dadivoso como para acceder a cumplir caprichos ajenos; ni queriendo convertiría a sus padres en abuelos. Triste, pero cierto, esa parte del linaje de los Jeong y los Song moriría con ellos.
Tras guardar el zumo y enjuagar la taza que había usado, se paseó por el apartamento hasta llegar a la puerta corrediza del balcón. Estando allí se dedicó a sonreír mientras admiraba el impoluto color pardo que tintaba los árboles; el otoño nuevamente estaba sacudiendo al verano. Aquella víspera la había estado anticipando, contando los días en el calendario como cada año, todavía, este sería diferente, su estación preferida tendría un valor agregado; pronto celebrarían el primer aniversario del juicio del señor Jeong.
La última noticia que tuvo del hombre tuvo que ver con la prolongación de su sentencia. Quince años más fueron sumados a esta después de que los fiscales descubrieran que el tipo andaba metido en asuntos de narcotráfico.
Por como las verdades venían esclareciendo, a esas alturas no esperaba que el padre biológico de su novio saliera vivo de prisión, cosa que no le inmiscuía, pero igual suponía un sentimiento de goce a su corazón.
La divina intervención de la justicia aquel día mitigó las preocupaciones en su vida. Salir a la calle ya no era un problema, usar el transporte público menos, hablar con extraños, comprar en la tienda, usar sus redes sociales, contratar cualquier servicio, pedir comida a domicilio, vivir... todo dejó de apreciarlo como un riesgo potencial.
Ahora, todo lo podía a libre albedrio junto a Yunho. Ya no existía rastro alguno de su paranoica y trastorno de ansiedad relativos al pasado, las pocas sesiones de terapia (que accedió a consciencia) hicieron su trabajo con magnificencia y, tal como el pelinegro le había prometido, vivían a salvo.
A los efectos, ese otoño tenía ganas de hacer algo especial, algo distinto para conmemorar su juventud y el reverdecer de su relación, algo... que mucho tenía que ver con compromisos, situaciones especiales que sólo suspiran los enamorados llegado el momento ansiado.
No sabía de dónde, pero desde hacía rato venía soñando con el tintineo de las campanas de bodas... una melodía que iba en desacuerdo con sus raíces culturales, aun así, su mente estaba saturada con ese eco en particular; el que había escuchado un centenar de veces en las películas románticas que tanto le gustaba mirar de un tiempo para acá.
Si Yunho era observador, habría pillado el pequeño cambio en su actitud ahora en más se pintaba vaporosa, pero, de ser lo contrario, tampoco le tronaba el que su novio anduviera de despistado frente a sus nuevos amagos. Con tanto trabajo y quehaceres pendientes ni siquiera él tenía suficiente tiempo para fantasear con el quizá.
El quizá que lo agazapaba e incitaba a pensar que tal vez era demasiado pronto para sugerir un compromiso de tal magnitud. En el pasado cercano, con Yunho ya habían hablado sobre el matrimonio, sin embargo, en sus recuerdos aquellas sólo eran conversaciones superfluas que cualquier otro adolescentes sostiene al remojarse los pies en las vertiginosas aguas de romance.
Dulces resultaban esas declaraciones al presente, todavía, a sus veintiséis primaveras el contraer nupcias con su enamorado (hacer valer la promesa atañida a ese compromiso adelantado) era cuando mucho, la fantasía que deseaba bordar a fuerza bruta en su próxima realidad.
Todos los días se iba a dormir entre claveles de indecisión con la sugerencia que anhelaba clamar a oídos de su eterno amor, porque razones tenían de sobra para hacer una proposición. Levaban años viviendo exitosamente bajo su propio techo compartiendo las deudas, así que, por posibles conflictos de pareja, no había problema; Yunho y él sabían perfectamente cómo resolver sus diferencias.
Si de sus familias se trataba, tampoco debía complicarse la existencia; sus padres ya se conocían y trataban sin necesidad de su intervención.
Y en cuanto al amor, bueno, de eso había pa'tirar pal'techo.
Sin ánimos de transmitir un sentimiento de superioridad, creía tener todas las cosas indispensables para consumar una unión de ese tipo. Inclusive pensaba que estando casado con Yunho, por razones obvias podían ser la envidia de cualquier matrimonio convencional, entonces... ¿quién le decía que no podía tener la boda que soñaba?
Giró su mirada buscando la repisa donde tenían algunas fotos enmarcadas; esa de madera que habían montado Seonghwa y Yunho tras la mudanza. Aquel era uno de sus rincones preferidos, debido al significado que yacía sobre esos rústicos leños.
Allí, enmarcadas, estaban las fotos de su primer día de secundaria junto a Yunho, el día que celebraron los mil días de relación, una ellos conmemorando su cumpleaños número dieciocho, otra con sus amigos en la graduación de Hongjoong y Seonghwa, otra de las navidades pasadas junto a sus padres, del día que bautizaron su primer apartamento, del día que entraron y salieron de la universidad... toda una secuencia que poco alcanzaba a cubrir los recuerdos de una vida entera. Aquellos eran retazos de su memoria que decidió inmortalizar para revivir en un segundo.
Cada fotografía tenía motivo para ocupar un lugar en la repisa, porque marcaban un antes y un después, porque se traducían en un importante logro que, si bien no le causaban añoranza, lo hacía llenarse de ganas, pero ninguna otra lograba hacer tal conmoción en su corazón como la adición más reciente: la foto de su graduación...
«¿Qué si había soñado con ese día?... la respuesta era sí, desde el instante que puso un pie en el aula de clases, anheló el momento que pudiera sostener su título en mano para así ser llamado licenciado.
Pese a haberse negado rotundamente en su tiempo, resultaba en extremo jocoso pensar que de verdad extrañaría la universidad, pues era cierto, el dejar atrás las herramientas de un estudiante era un despido indirecto a los mejores días de vida y un saludo a la excentricidad del amargo campo laboral. Sin embargo, después de todo lo vivido en los últimos años junto a Yunho, dejar de calificarse como estudiante, sólo significaba el cierre de una etapa, una que podría repetirse... con ciertos ajustes.
Respiró profundo mientras veía a sus alrededores la auditorio lleno de graduandos; el ánimo colectivo cargaba el ambiente con esta vibra que nunca había sentido, algo tan contagioso que burbujeaba en su garganta similar al arranque de un clamor. Esas mismas ansias que podía sentir en un reencuentro, el sentimiento que evoca un primer beso, las ganas de probar algo nuevo. Todo eso junto y revuelto.
Tal como en el ensayo, los graduandos se encontraban dispuestos en fila atendiendo a las instrucciones del equipo de protocolo. En sí, el proceso era bastante simple, todavía, de vez en cuando verificada estar en el lugar correcto para evitar percances a sus colegas.
Era una lástima que los dividieran por carreras, porque incluso ahora deseaba tener en sus manos las del pelinegro, compartir cada segundo que durase la ceremonia junto a este. Aun así, que eran esos pocos metros de distancia en aquel recinto cuando su novio, desde que se puso su toga y birrete esa misma mañana, compitió con el sol para ver quien confería mayor fulgor. No era quien para entristecerse por sandeces.
Estaba seguro hasta la médula de que por las venas de su novio lo que corría no era sangre si no horchata. Y cómo no iba a estar feliz su adoración, si tras meses de inconvenientes, batallas e intervenciones la vestimenta de este estaba decorada por una inmaculada estola blanca. Aún le hacía gracia que Yoora segundos antes de separarse pretendiera robársela. A la muchacha le había faltado un pelo para alcanzar a su novio, pero todos (incluyéndole) estaban orgullosos de sus propios logros.
Entre tantas cosas jamás pensó que Yunho sería el orador de la quincuagésima octava promoción, pero estando allí escuchando la dulce voz de su novio se sumó a la reacción general de sus compañeros, alabando la forma como las palabras se vertían con sentimiento de esos labios de corazón.
— ... en los pupitres, escritorios y pizarras quedará una parte de mí. — una pausa. — Con suerte los próximos estudiantes sabrán aprovechar el empuje que, así como yo, otros han dejado en función de continuar nuestro legado, porque fuimos parte del corazón que mantiene unida esta institución, y también, seremos el futuro de nuestra nación.
Le hizo gracia el que una muchacha a su lado le dijera con aquel anhelo "Tienes tanta suerte, Mingi... tú novio es un verdadero poeta.", porque si alguien merecía el mérito por esas conmovedoras palabras era él, sin embargo, no le importaba en lo absoluto quedar en el anonimato, no cuando Yunho le había felicitado entre lágrimas tan pronto terminó de escribir aquel breve, pero significativo discurso.
"Jamás dejes una responsabilidad como esa en manos de un ingeniero mecánico que trabaja de sol a sol y de paso usa su tiempo libre para comer, coger, dormir y jugar en su pc."
Recordó para sí tras soltar un profundo suspiro mientras aplaudía con ganas a la última línea del discurso de su pareja. Todavía, el pelinegro supo sorprenderlo cuando de un momento a otro dio vuelta a la hoja leyendo lo que hasta ese momento permaneció oculto.
— El día que me pidieron ser el orador estaba nervioso, a tal punto que le pedí a mi novio escribir el discurso, espero que lo hayan disfrutado porque, honestamente, yo lloré al escucharlo, pero... como ingeniero no podía irme sin hacer una cita a uno de los enunciados más importantes que rige nuestra profesión.
Comentó su adorado pelinegro, haciendo que contuviera el aliento.
— Según el primer principio de la termodinámica, un sistema cerrado puede intercambiar energía con su entorno, acumulando energía interna. Atendamos entonces a esto, seamos uno para ganar pasión de nuestra labor y concedamos a nuestro entorno la mejor y más potente versión de nosotros. — otra pausa, una sonrisa. — Demos gracias hasta por lo malo y digamos con fuerza... ¡Lo logramos!
Con los ojos llorosos aplaudió orgulloso a las palabras del sonriente pelinegro que hizo una reverencia a los presentes y al magistrado antes de bajar las escaleras.
Las palabras de sus profesores también consiguieron hacer que lagrimeara un rato, mas, al subir la tarima, recibir su título y ser apremiado con una hermosa medalla... su humanidad era toda sonrisas. En su mente perduraría el eco del vitoreo de su pareja, más el escándalo de su familia y conocidos; ese había sido su momento de gloria y por muy pequeño que fuera lo apreciaría hasta el fin de sus días.
La dicha no se agotó al momento en que, tras una última felicitación, el decano les permitió hacer volar sus birretes tan alto como la fuerza de sus sueños lo permitieron. Ni siquiera se inmutó a cubrirse de la lluvia que se les devolvió, tampoco se detuvo a buscar el birrete que le correspondía, sólo tomó el primero que consiguió y con su título en mano corrió hasta el lado opuesto de la sala, mezclándose entre los estudiantes de ingeniería hasta encontrar el resplandeciente rostro de su persona favorita.
— ¡Yuyu, Yuyu, lo logramos!
Exclamó tan fuerte como pudo, llamando la atención del mencionado.
En un chasquido corrió a su encuentro y se arrojó a los brazos ajenos, apretujándolo contra su cuerpo mientras era cargado en peso por el aludido. La alegría entonces fue tan grande que rebasó su naturaleza, derramándose en forma de lágrimas y murmullos que fueron escuchados únicamente por su confidente.
— Te dije que lo lograríamos, mi amor.
Contestó el mayor quien, con una mano en su nuca, continuaba sosteniéndolo tan cerca como les era posible.
No supo cuánto tiempo estuvo abrazado, lloriqueando en el hombro de su pareja. Durante ese lapso únicamente sentía pasos acercarse y alejarse de ellos, personas que se le hicieron conocidas por sus voces, pero que ni siquiera quiso parar a saludar; estaba más comprometido a la idea de compartir ese momento con su novio, quien entre felicitaciones seguía susurrando ternuras a sus oídos.
Para cuando logró recuperarse, buscó separarse de este más sus medallas les impidieron la acción, quedando unidas por los listones rojo y azul que diferenciaban su profesión. Soltando una carcajada buscó deshacer el nudo con la mano la zurda, mas, Yunho lo detuvo, haciendo que elevara la mirada y en un santiamén... sus labios se vieron apresados por los de este en el más divino beso que jamás soñó.
La amabilidad de los belfos ajenos amansó los propios una vez empezaron a moverse, así como la mano en su cintura que entre caricias le atrajo sin escrúpulos tornando la distancia nula... eso lo dejó endulzado, perplejo, saciado.
De hacerse su voluntad, aquel beso hubiese durado la eternidad, todavía, el flas de una cámara lo hizo apartarse un tanto asustado del sonriente pelinegro que giró junto a él para descubrir a los responsables de aquella interrupción.
Ninguno se percató cuando el nudo se deshizo por sí solo.
— ¡Mingi, Yunho, felicitaciones!
Exclamó su madre al acercarse a ellos con paso presuroso.
Detrás de la mujer vino su padre y la madre de Yunho; los tres los atraparon en un abrazo grupal que más tarde se dividió en felicitaciones individuales. Sin embargo, su atención no se desvió de cierta muchachita que más tarde se acercó a ellos para congratularlos junto a sus padres.
— Fuiste tú quien tomó la foto, ¿no es así?
Preguntó ya tras dejar el barullo y salir de la sala con la mano de su novio enlazada a la suya.
— ¡Es que no pude evitarlo!... nojoda, ustedes siempre se ven, así como pa'tomarles una foto toda 'Tumblr aesteti'. Y no, no voy a dejar que la veas, es mía, ya tú tienes muchas.
Se quejó la muchacha que ese día lucía más hermosa de lo usual, con sus bucles castaños y aquel maquillaje tan natural.
— Coño, pero no seas marica. Déjame verla, yo la quiero.
Exigió luego de que el pelinegro lo dejara para ir a despedirse de sus compañeros. Le costó un poco convencer a Yoora de compartir el supuesto tesoro que había conseguido, pero tan pronto vio aquella foto supo por qué la castaña quiso conservarla.»
Aquella foto era de las cosas más preciosas que había visto; una representación espontánea de amor, algo difícil de capturar, pero que, gracias al gran Hacedor, Yoora tuvo la cortesía de retratar para los dos.
En la foto se veía claramente el nudo de sus medallas, las sonrisas compartidas pese a sus labios apretujados, la dicha que bañaba sus radiantes facciones, el ímpetu con el que sostenían al otro... todo iba acorde con el ambiente; la decoración de su alma mater que de fondo relucía con la pujanza de su amor.
Esa fotografía le hacía dudar que alguien pudiera capturar un suceso más extraordinario, pero una idea llevaba a la otra y cuando menos reparaba en sus pisadas, estaba de vuelta en la tierra del quizá. Aquel que le susurraba el que una foto de su boda con Yunho sería incluso más especial.
«Y es que esa es la última que falta en la repisa...»
Sopesó al ver justo el lugar donde la pondría, allí en medio de todas donde un espacio vacío rogaba por ser convidado con la misma dicha que sus semejantes.
— ... ¿Qué tanto piensas?
Preguntó en un susurro el pelinegro que le traía levitando.
Inmerso en sus añoranzas, no pudo ocultar el asombro que le provocó aquella intromisión, tampoco el rubor que se cobró el mayor al afianzarse a su cintura por detrás.
Yunho se sentía tibio, pegado a su espalda como si ese fuese su lugar predilecto; sólo esa sensación, ese suave apretón le ponía a suspirar.
— N-nada en particular.
Mintió para sacudirse la pena.
Aunque reacio a su respuesta, el pelinegro resolvió dejar las preguntas para otra ocasión.
Justo entonces se despidió de sus coloridos recuerdos para posar sus ojos en el tono otoñal que prefirió admirar: los ojos de Yunho chispearon apenas le correspondió la sonrisilla que este llevaba en sus labios.
Hipnotizado por el cálido resplandor de aquel par, permitió a sus manos hacer cuanto quisieran, encontrando así su lugar en la nuca ajena. Ahí donde los mechoncitos azabaches se enredaban curiosos a sus falanges. A la cercanía que guardaba en ese momento con Yunho, no pensó siquiera lo que hacía, sólo se dejó por el cariño que le arropaba e hizo morada entre esos brazos que siempre lo acurrucaban.
— ¿Te puedo hacer una pregunta?...
Cuestionó Yunho en voz baja, casi como si temiera romper el hilo que los conectaba.
Estando a punto de besar el mentón ajeno, optó por rozar la piel de esa partecita con sus belfos mientras ofrecía una vaga respuesta.
— Pero si lo acabas de hacer.
En consecuencia, una risa sutil llegó a sus oídos y antes de siquiera aceptar lo que venía, el pelinegro se las arregló para robarle un beso; demasiado corto a su parecer.
— Muy graciosito tú... pero ya, en serio... ¿por qué estás tan bonito hoy?
Murmuró su novio al tiempo que frotaba la nariz contra su mejilla.
Fue incapaz de contener la risa que le provocó aquella tersa caricia que pasó a corresponder en un tierno beso esquimal. Y si le hubiera preguntado quien fuera, incluso Yunho, hubiese mentido al decir que su corazón no andaba latiendo desaforado por dicha interrogante que seguía dando vueltas en el aire.
— ¿Esa era la pregunta que ibas a hacerme?
Cuestionó con fingido interés; de momento estaba más prendado a la idea de seguir enredado a su pareja.
— Sí, pero no.
Fue la corta respuesta que el mayor le confirió segundos después de tomarle por los muslos, alzarlo y empotrarlo contra la pared contigua a la puerta del balcón.
Un jadeo de sorpresa salió de su boca y antes de exhortar una protesta, una ansiosa boca se afianzó a la suya en otro beso, esta vez más lento, casi sensual; una caricia que borró casi todo pensamiento racional.
— Y-yunho...
Suspiró el nombre de su amado en aquel tono grave, pero quebradizo tal como la resolución que tenía de contener a su opuesto.
— Yuyu... t-te dije que no podemos hacer esto aquí, l-la puerta-... a-ah... nos pueden ver.
Intentó de nuevo, siendo acallado por una húmedo mimo que el mayor dejó al tantear el lóbulo de su oreja entre sus mullidos labios, terminando por plantar estos cerquita de su mandíbula. Las cosquillas, aunque decorosas, le eran insuficientes; deseaba sentir más.
Alterado por tan dulces mimos, cerró sus ojos permitiendo que el pelinegro continuara el malicioso recorrido devuelta a su boca, mientras, las manos de este le sostenían con firmeza y apretujaban la carnosidad de sus tonificadas piernas que se aseguraban a la figura adversa.
Privado a razón del repentino placer se dejó hacer por su amante, cubriendo al susodicho con sus extremidades cual excéntrica flor que recelosa cuida su fragancia con sus pétalos; quién más si no él podría disfrutar así de Yunho.
— ¿Ves que sí estás más bonito hoy?... más posesivo también.
Murmuró un sonriente Yunho contra sus labios antes de volver a besarlos.
Asintió a modo de respuesta, apresurando al mayor a continuar en lo suyo, mas, un recuerdo surcó su mente, haciendo que dejara aquel amoroso intercambio a medias.
— E-espera... ¿no estabas trabajando?, no quiero que te metas en problemas otra vez por-...
Comenzó tratando de no perder la compostura, aunque el calor de Yunho, su aroma, sus manos sobre su cuerpo lo distraían en demasía.
— No, ya terminé. Más bien, estuve encerrado jugando un rato, pero quise venir a ver cómo estaba mi princesa.
Confesó el pelinegro, riendo tras ver el cambio de su semblante a uno de indignación.
Tras fruncir los labios, buscó soltarse del mayor dando golpes al pecho de este, pero su novio siguió riendo, buscando su boca con el firme propósito de transformar con besos aquella mueca en una pequeña sonrisa. Cosa que logró sin mayor esfuerzo; era demasiado débil como negarse a las artimañas de su hombre.
— Yah, Gigi... no te pongas así.
Insistió el pelinegro al tomarlo de la mano y devolverlo a su lugar predilecto; entre sus brazos.
Aunque necio, se dejó consolar por unos minutos mientras paseaban sin rumbo fijo entre la cocina y la sala. No pasó mucho tiempo hasta que ambos terminaron desplomados sobre el sofá hablando sobre las cosas pendientes que tenía para esa semana que estaba por iniciar.
— ¡Ah, cierto!... ya sabía yo que algo me faltaba por decirte, ¿me acompañas ahí rapidito a llevarle unas cosas a mi mamá?
Preguntó Yunho tras incorporarse en el sofá.
Aún sin decir nada, imitó al mayor y plantó un beso en su mejilla antes de llevárselo de la mano a la habitación.
— No sé ni para qué preguntas si ya sabes la respuesta.
Musitó en suspiro, sin llegar a reparar en la enorme sonrisa que provocaron sus palabras en su amor.
Luego de cambiarse la ropa los dos salieron con suficiente abrigo a dar tumbos por las calles de buscando las cosas que la mamá del pelinegro necesitaba; ingredientes más que nada, y una que otra tontería que terminaron comprando en la tienda de conveniencia cerca de la casa de la tía de Yunho.
La travesía en sí se le hizo entretenida. Las calles estaban sosegadas, así como sus ánimos, pero su mente seguía activa divagando en el quizá que aún no estaba seguro de confesar. Yunho continuaba desatento a sus malas mañas de quedarse más tiempo recostado de la ventana del autobús suspirando. El susodicho incluso obvió el hecho de que se hubiera quedado embobado viendo una tienda de decoraciones que, dada la época, presentaba un suntuoso arreglo de bodas en la entrada.
En definitiva, su novio era bastante despistado, pero no podía decir lo mismo de la madre de este, que ni bien le puso un ojo encima... se supo arruinado. Oh, cuánto le costó evadir las preguntas de la señora Jeong esa noche; la mujer con su sabiduría ancestral parecía sacar conclusiones hasta en la forma como movía las manos (como si con cada gesto estuviese tratando de prendar más a Yunho, y quizá fuera el caso, pero no era para tanto, ¿o sí?). Tan pendiente estaba la mujer de sus movimientos que pensó imposible soportar aquella presión que invitaba a quebrantar su voto de silencio para con ese único secreto.
Al menos debía agradecer que con eso y todo, Yunho no reaccionó, incluso advirtiendo la extraña interacción entre su madre y él, pese a la recurrente tensión en el ambiente, ni una sola palabra salió de su acorazonada boca. Tampoco escuchó comentario alguno antes de ir a la cama esa noche, cosa que agradeció, pues nada se le antojó más que acurrucarse junto a su adoración, sin interrogatorios de por medio.
Sencillamente, quiso tomar ese tiempo de intimidad para seguir fantaseando con su secreto hasta caer rendido en una extensión de sus sueños.
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Con el pasar de los días seguía tachando fechas en el calendario sin ninguna novedad; los días de otoño, aunque cortos, pasaban tan lento como las hojas que veía caer de la copa de los árboles desde la ventana del apartamento.
El trabajo le mantenía lo suficientemente ocupado como para no entretenerse con sus anhelos, sin embargo, cada que Yunho lo deleitaba con un mimo, que tenía un dulce gesto para con él, lo que fuera... volvía al punto inicial, a la pregunta de las cincuenta mil lochas: «¿qué otra prueba necesitas para saber que este hombre si está dispuesto a casarse contigo?»
Honestamente, muchas. Porque no era simple hacer una pregunta de ese calibre, no si pensaba en sí como la típica persona que creía el matrimonio una unión única e irrepetible. No todos los días una persona sentaba cabeza y resolvía pedir la mano de alguien, bueno, tomando en cuenta la densidad poblacional en el mundo sí, pero a él que le importaba si esto pasaba, su caso era excepcional en comparación a los demás.
Indistintamente de cuanta seguridad proclamase, su voluntad fluctuaba como la señal a lo alto de una montaña. Inclusive sabiendo que tendría la bendición de la madre de Yunho, dudaba de tener arrojo suficiente para sugerir la idea.
Bajó su mirada al lavabo, sin poder soportar más la patética imagen que le devolvió el espejo del baño. Estaba perdiendo la fe en sí mismo sin razón aparente, porque aquel conflicto emocional que mecía entre sus brazos era extremadamente irracional.
«Quizá sólo tenga que esperar a que pase cuando tenga que pasar... que sea él quien se decida a preguntar.»
Comentó para sus adentros antes de mover su cabeza de un lado a otro aún con el cepillo de dientes en su boca. Por suerte, su acción no resultó en un desastre y pudo terminar con su aseo bucal sin percances. Todavía, se tomó su tiempo delante del lavamanos para repensar la situación.
Lo único que le molestaba de tener que esperar por Yunho era eso: la espera. El tiempo que bien pudiera traducirse en días, meses, años; una incertidumbre cuyo final se desdibujaba en los intrincados bordes de su desespero. Detestaba imaginarse que ese tiempo pudiera convertirse en una pausa, un estancamiento para su relación con Yunho, porque por muy buena que fuese la comunicación ni siquiera con la supuesta 'telepatía' de pareja que se gastaban ambos sentía que el pelinegro advirtiera su tormento.
Cerró los ojos y apretó las manos, sosteniéndose así de los bordes del lavamanos. Quería gritar si era posible hasta que el espejo se quebrara y dejase de reflejar la pena en su mirada, pero nada hacía con lamentarse y flagelarse a escondidas. Tampoco era el momento para pensar en fantasías, no teniendo a su novio enfermo en cama.
El apilar tantos sentimientos encontrados nunca resolvería la tensión entre ellos (la que supuestamente percibía), y con esa carga emocional menos le sería de utilidad a su pareja en ese momento de debilidad.
«Tanta verga de que quieres casarte, pero no eres capaz de atender bien al que quieres de marido.»
Dispuso su conciencia en tono burlesco; aquel ataque le hizo rechinar los dientes.
Dejó caer su cabeza, aferrando los puños al lavabo hasta tornar sus nudillos blancos. Estaba harto de sabotearse con comentarios agrios, quería hallar brío, no una razón para abandonar la batalla sin siquiera comenzarla.
«Ya sabes lo que tienes que hacer, Mingi.»
Sentenció al clavar los ojos en su reflejo. Sin titubeos, se sostuvo la mirada, retándose, dándose ánimos mientras en su mente una misma frase se repetía en bucle: «Si quieres algo, ve por ello.»
Tal vez su afán por perseguir aquel deseo rayase en la impertinencia; sabía que estaba arriesgando mucho, y que tenía la chance de caer en un momento incómodo, porque obvio temía no estar en la misma página que Yunho, pero era cierto... si tanto quería unirse en santo matrimonio con el pelinegro haría valer su posición. Se valdría de su integridad y sacaría el pecho para surcar hasta las profundidades del mar con tal de atender a esa responsabilidad.
Aún con la mirada fija en sus resplandecientes orbes esbozó una sonrisa confiada. En aquella conclusión encontró arrojo, halló pasión. Saliera sapo, saliera rana... él se tomaría el atrevimiento de saltar al próximo capítulo y-...
— ¡Mingi!
Saltó tan pronto escuchó el débil grito con su nombre, recordando al instante su verdadera responsabilidad. Así, aunque aturdido, pegó una carrera a la habitación sólo para encontrarse con un trompudo pelinegro envuelto en sábanas hasta el cuello.
— Q-qué... ¿qué pasó?, ¿estás bien, mi amor?
Preguntó atropellando las palabras al tiempo que escaneaba el cuarto en busca de algún posible atacante o inconveniente que pudiera estar perjudicando a su amor. No obstante, lo único fuera de lugar seguía siendo el pelinegro cruzado de brazos a pocos metros de él.
— Cómo que qué pasó... llevo rato esperando que regreses del baño... qué, ¿estabas cagando y por eso tardaste tanto?
Indagó su novio en un tono nasal, enarcando una ceja bajo su espeso flequillo. Pese a ello, el tono sugerente y su expresión eran suficientes para saber el descontento que cargaba este.
Intentó tragarse la pena que le produjo aquella pregunta fuera de lugar y en un suspiro soltó toda la frustración antes de ir cual hormiga obrera hasta el lecho donde reposaba su pareja.
— No estaba cagando, pero gracias por preocuparte por mi tránsito intestinal, mi vida. Estaba cepillándome los dientes.
Murmuró tras acomodarse en su lado de la cama.
El pelinegro entonces se mostró un tanto suspicaz, mas, lo dejó ser y se acurrucó entre sus brazos.
— ¿Te sientes mejor?...
Cuestionó tras dejar un beso en la coronilla de su amor.
— Hm, no lo sé... creo que ya no tengo fiebre.
Respondió el aludido tras sorber sus mocos.
La forma tan adorable en que habló el pelinegro le arrancó una sonrisa, sin embargo, al notar el sonrojo en las facciones del aludido dicho esbozo se esfumó dando paso a una mueca de preocupación.
Con paciencia, alzó su mano para tocar la frente ajena, chequeando su temperatura; estaba tan tibio como para suponer un quebranto. Suspiró ante la evidencia. Llevaba todo el día tratando de bajarle la fiebre a Yunho, pero apenas se descuidaba este volvía a tomar temperatura.
— Parece que no, pero pareciera que te va a subir de nuevo... ¿seguro que no quieres que llame al doctor?
Inquirió con suavidad, esperando ablandar con ello a su opuesto.
— Ya dije que no necesito un doctor, Mingi.
Murmuró su novio tras cerrar los ojos llorosos.
— Sólo tengo que descansar aprovechando que me dieron los días de reposo en el trabajo.
Agregó el susodicho al tiempo que buscaba acomodarse en su pecho.
Consternado por la actitud de su pareja, rodó los ojos, mas, se resignó a dejarlo ser, permitiendo a este reposar hasta quedarse dormido.
Eran raras las ocasiones cuando el pelinegro pescaba un resfriado, pero cada que esto ocurría siempre resultaba en lo mismo: un Yunho obtuso que prefería curarse a punta de remedios naturales. Aunque tuviese el seguro básico que facilitaban por su trabajo este se negaba a usarlo.
Gracias a Dios las cosas nunca habían pasado a mayores, agradecía también el hecho de que su sistema inmunológico no le fallara en situaciones como esa, porque el desenlace de dos personas mimadas en cama no pintaba nada interesante.
Sin nada que hacer decidió tomar su teléfono para revisar sus notificaciones; sin embargo, antes de hacer cualquier cosa procuró dejar el dispositivo en silencio. Sabía que tendría que despertar al mayor para darle su medicina, pero, hasta entonces, podía distraerse viendo necedades en Instagram mientras este descansaba.
Se entretuvo viendo los posts de sus amigos: fotos de Seonghwa luciendo alguno de los diseños de Hongjoong, otras de San y Wooyoung en el parque y uno que otro meme; todavía, al llegar a la sección de Reel's el corazón le dio un vuelco ni bien corrió el primer vídeo.
«Tú me tienes que estar-... ¡maldito algoritmo!»
Sin poder creer lo que veía, deslizó el pulgar por la pantalla para ir al siguiente vídeo, encontrándose con algo similar. Exasperado, siguió negándose a ver el corto, no obstante, los siguientes cuatro posts fueron iguales.
Tras soltar un bufido bloqueó la pantalla del teléfono y echó la cabeza hacia atrás tratando de no moverse demasiado para no despertar a su novio.
Si bien no creía que la curiosa aparición de vídeos de bodas era una especie de confabulación del universo para con él, estaba seguro de que sus ondas cerebrales, que su voz, que lo que fuera que Naver pudiera sacarle ya había hecho su trabajo y ahora... bueno, qué más daba el ahora si ya estaba jodido.
Bajó la mirada al pelinegro que dormitaba con la boca entreabierta, babeando su camiseta; con esa carita lo único que le provocaba era estamparle un beso y en el proceso desposarlo.
«¡Basta, Mingi!, ¡tienes que ser realista!»
Se reprochó sabiendo que en el fondo tenía razón, todavía, recordó el dialogo que tuvo en el baño y la supuesta conclusión a la que había llegado.
Qué tan difícil sería proponerle matrimonio a Yunho, por qué simple y llanamente no podía ir a sellar ese compromiso por sus propios medios.
«Porque no tienes con qué hacerlo.»
Justo al oír aquel eco en su cabeza su mirada se desvió a la mano izquierda del pelinegro, la que reposaba sobre su abdomen luciendo ese anular desprovisto de ornamentos.
˚
Reviró los ojos por segunda vez esa mañana al ver a su novio parado de brazos cruzados junto a la entrada de la cocina. Con su cara de cañón el pelinegro apretaba los labios de manera cómica mientras él esperaba a por un permiso que aludido no estaba dispuesto a dar.
— Yuyu... no me mires así, ya te dije que me puedes acompañar otro día.
Comentó tras acercarse con cautela al mayor, esperando un rechazo de su parte.
Sin embargo, el susodicho le permitió la cercanía e incluso le instó a que lo abrazara. Desde la fiebre de la semana pasada el muchacho andaba más mingón de lo usual y él como buen alcahueta que era, no había parado de consentirlo, aun así, ese día le urgía estar a solas y su novio tan malcriado como estaba, se negaba a acceder.
— ¿Pero por qué te mandaron a trabajar hoy?, esa oficina siempre está cerrada los sábados.
Insistió el pelinegro presionando para que le contase la verdad.
Se hizo el loco mientras sujetaba al mayor contra su pecho, escuchando como este refunfuñaba al tiempo que, discretamente, revisaba la pantalla de su teléfono.
Excelente, Hongjoong aún no veía su mensaje; tenía tiempo de sobra para llegarse a su apartamento.
— Mi amor, ya te dije... esto es por un asunto importante, nos mandaron a todos a asistir a la reunión.
Repitió por enésima vez esa mañana.
— De paso, no me voy a arriesgar a que te enfermes de nuevo con el pingo de frío que está haciendo afuera.
Agregó con auténtico afecto antes de plantar un beso el mentón ajeno.
— Además... sé que tienes mucho trabajo pendiente y no quiero que te atrases más sólo por acompañarme al trabajo.
Concluyó con irrefutable sensatez, sonriendo al oír nada más que un suspiro a modo de respuesta de parte del pelinegro.
Siendo honesto consigo, no tenía ganas de separarse de Yunho, la mañana, en efecto, la sintió más fría desde que puso un pie fuera de la cama, pese a ello, aquella era la oportunidad perfecta de llevar a cabo su plan. Con todo el trabajo acumulado que tenía su amor, el pelinegro no tardaría en distraerse y olvidarse del disgusto que cargaba encima.
«Y si todo marcha de acuerdo con el plan de regreso podría comprar la cena.»
Declaró para sí al esbozar una sonrisa picarona; no había pele en su plan 'malévolo'.
A pesar de las silenciosas protestas y tirones que dio el pelinegro a su abrigo, logró soltarse de su agarre para ir hasta la puerta. Allí se colocó los zapatos y se envolvió el cuello con su bufanda preferida. Una vez listo, anunció su salida, mas, una advertencia le hizo frenar en seco.
— ¿No se te olvida algo?
Cuestionó un ofendido pelinegro mientras giraba para verlo.
Por un segundo imaginó que estaría dejando alguna de sus pertenencias, mas, al tantear sus bolsillos encontró todo en orden. No fue sino hasta que volvió su mirada al puchero en los labios del susodicho que comprendió lo que este quiso decirle.
Sonriendo apenado se acercó en dos zancadas al más alto para así tomarlo del rostro con gentileza y presionar sus labios a los ajenos. El beso fue tan tierno como cualquier otro, una caricia apenas húmeda, pero en extremo amorosa.
— Te amo, Yuyu... que tengas un buen día.
Murmuró aún contra los belfos de su amor, lo suficiente para que el susurro sólo lo escuchase el dueño de esa locución.
Culminado el pequeño ritual, sin decir nada más o siquiera mirar atrás, dejó al pelinegro en el apartamento, cerrando la puerta tras de sí para empezar a caminar rumbo a su nueva aventura.
Pese al mal genio de su novio, el gris casi perpetuo que les ensombrecía, sumado al hecho de haberse encontrado en el ascensor con el viejo homófobo del cuarto piso... pese a todo eso, aquel día prometía ser lo que él quería.
Caminando por la acera hasta la parada de la autobús reparó en ello, en el cómo parecía tomar todo con más calma. En el pasado cercano ni siquiera había salido de advertir la melancolía del cielo, todavía, incluso a mitad del lúgubre saludo invernal, hallaba ánimos de sobra para salir de su zona de confort resplandeciendo a razón de su pujanza interior.
Quizá era por su nueva posición para con la sociedad, o también, por las modestas, pero novedosas comodidades adjuntas a su vivienda actual; aquel somier había valido cada won que invirtió junto a Yunho. En fin, lo que fuera que estuviese guiándolo por aquel sendero floreado lo tenía henchido de goce, con unas ansias irrefutables de seguir adelante con su último plan: ir en busca de un anillo de compromiso para Yunho.
De sólo pensarlo la piel del cuello se le ponía chinita y las manos que siempre andaban quietas le temblaban a razón de la emoción.
Desde aquel instante que detalló la mano desnuda del pelinegro sobre su pecho, quedó estupefacto ante las ansias de desposar al susodicho. Soñaba despierto con vestir ese fino anular con una sortija que hiciera justicia a la belleza inmaculada de esa garra. Anhelaba el momento en que pudiera tomar esa mano y besarla justo cuando este profesara un «Sí, acepto.»
No tenía tamaño ni edad para las fantasías que se gastaba, pero siendo un hombre de esa centuria todavía se permitía soñar; por muy sensiblero que resultase su razonamiento, no debía ser el único en un radio de treinta kilómetros (por decir un número cualquiera) con esa aspiración. Hacía rato que había cruzado las fronteras del reconcomio inicial y por ello estaba seguro de poder darse el gusto de intentar.
Sin embargo, mientras hacía planes a lo grande su mente resolvió recordarle algo importante: los demás participantes. En su vida jamás conoció a nadie que hubiera celebrado su boda solo en compañía de su pareja, tampoco es como si incurriese al criticar preferencias ajenas, pero siendo ese un día tan importante consideraba foránea la idea de ocultarse. Tanto era el estigma de ello que solo con verlo en la televisión le parecía una experiencia disparatada. Todavía, después de su vivencia con la mamá del pelinegro aún no estaba seguro de poder compartir esa noticia con su familia.
Se acomodó la bufanda para así cubrirse la helada punta de su nariz antes de meter las manos en los bolsillos de su gabardina. A juzgar por la cantidad de gente en la parada, el autobús parecía retrasado, mas, no tenía prisa de ir a ningún lado.
Así como él, la cuestión con su familia podía esperar, de todas formas, no es como si pensara en casarse el día de mañana justo después de comprometerse; si es que lograba comprar el anillo, más aún, proponérselo al pelinegro.
Siendo honesto, no sentía desespero alguno para vivir el desenlace de los acontecimientos. No era una muchacha cazafortunas, tampoco una pueblerina alumbrada por el resplandor de hombre de ciudad, simplemente, era un muchacho de casa con una meta fija, y si algo había aprendido de su desgaste en la universidad, es que el éxito de las grandes metas estaba en hacer y esperar.
«Al amor paciencia y viceversa.»
Repitió para sí mismo, cerrando los ojos al recibir un soplo de brisa; el frío le hizo retraerse en su lugar hasta que la ventisca pasó.
De unos días para acá venía pensando el tema y, entre una cosa y otra llegó a la conclusión de que debía sacarle el jugo a la situación, a todo el proceso de planificar una boda a la antigua: desde escoger la fecha y el lugar, hasta mandar a hacer la torta y escoger su traje; incluyendo además las decepciones que pudiera sortear en el transcurso. Quería esas experiencias a cuentagotas para asegurarse de que ese día fuese la maravilla que apetecía, pero siempre tomaba el camino de regreso a Roma al pensar en la frase: «Una boda no se planifica sola.»
Soltó una pesada exhalación tiritando al tiempo que veía el autobús doblar en la esquina. Agradeció al cielo que este llegase rápido, sin embargo, esperó a que todos abordaran primero antes de subir al vehículo. Una vez allí, pagó por el pasaje y se arrimó al fondo donde un asiento calefaccionado le estaba esperando.
Tras tomar su lugar junto a la ventana, echó un vistazo a la calle para luego revisar su teléfono. Aún no tenía novedades de la persona a quien pretendía buscar; su amigo el afanoso diseñador.
Lejos de querer una ceremonia tradicional coreana, quería una boda acorde a las nuevas usanzas de su generación; un acto que reservado para su círculo cercano carente de tramoyas y opulencias que nadie, siquiera el mismo Yunho se detendría a apreciar. Pero ello implicaba que, además de un oficiante, necesitaba el comúnmente denominado padrino.
Según sus conocimientos, el padrino debía ser el equivalente a una dama de honor, alguien de confianza, un hombre a quien pudiera delegar su matrimonio y más importante que ello... su vida. Para su suerte, disponía de seis posibles candidatos, seis amistades incondicionales que le conocían y habían estado allí para socorrerlo en sus peores momentos, todavía, lo que supuso una ventaja se transformó en desgracia, porque yendo contra corriente al favoritismo, escoger solo uno entre todos le resultaba infructuoso.
«Pero no puedo complacer a todo el mundo, además... no se trata de ellos sino de mí.»
Se recordó al ver la foto que tenía de protector de pantalla; esa que había tomado mientras Yunho estaba desprevenido mirando hacia el balcón.
Entre más lo pensaba más claro estaba en su vaina. Al comienzo, su primera opción fue San, el siempre amable y respetuoso hombre de mirada felina a quien no le temblaba la mano para hacer justicia, pero San tenía esta particularidad de agobiar cuando de compromisos se trataba.
Negado a la idea de sentirse más presionando de la cuenta, aquella condición le dio razones de sobra para descartar al que por apenas unos días era mayor.
Como segunda opción tuvo a Jongho, el dulce y corpulento osito que aborrecía el contacto físico. Conferirle la responsabilidad de ser su padrino de bodas no presentaba ninguna dificultad significativa, todavía, no quería interferir en los estudios y el riguroso calendario del susodicho; la experiencia en estos casos hablaba por sí sola y le daba motivos para sentirse cohibido.
De tercero pensó en Seonghwa, su madre putativa, el de los abrazos y palabras comprensivas. Cualquiera pensaría que siendo tan organizado este sería su mejor opción para guiarlo y aconsejarlo, pero en el fondo entendía que ese rasgo perfeccionista del mayor le jugaría en contra durante los preparativos para la boda.
En cuarto lugar, tuvo a Wooyoung, la meca de la irreverencia, pero también la persona más leal y apasionada que hubiese conocido jamás. El único problema con Wooyoung además de su excesiva confianza, era la forma como hacía de todo un chiste. Siendo ese un momento tan crucial, estaba negado a ser víctima de las quisquillosas jugarretas del menor; aunque, pensándolo bien... quizá su novio terminaría escogiéndolo a él.
Escondió una risilla tras la palma de su mano al imaginarse el panorama y las discusiones que acontecerían de esa potencial alianza.
Continuando en lo suyo, reposó el mentón en su mano al mirar por la calle y recordar que aquel clima era el preferido de su quinta opción: Yeosang. Oh, el bien parecido Yeosang con su lengua bífida y actitud introvertida. Su sigiloso amigo que siempre conseguía lo que quería. Si bien no era su mejor opción, sabía que el otro siempre guardaría las apariencias y se comprometería a darle la boda perfecta. Todavía, una corazonada le advertía que poner en esas al mayor, de momento, no era su más acertada decisión.
Largó un suspiro tras acomodar la bufanda en su cuello, volviendo la mirada a la pantalla de su teléfono para descubrir que su sexta y última opción seguía sin responder a sus batiseñales.
Llegar a la conclusión que Hongjoong sería el padrino de bodas perfecto para él fue... un suceso digno de respeto. Tomando en cuenta que la relación entre ellos se asemejaba a estar patinando sobre hielo, que los piques duraban meses hasta poder resolverlos (y que necesitaban de un tercero para ello), que el susodicho no era precisamente la persona más cercana a él por más razones que una brecha de edad pueda proporcionarle, con eso y todo... Hongjoong era el candidato perfecto para el puesto.
El solicito capitán berrinchudo del grupo, de paso ególatra y celópata; toda una joya. Pese a los aspectos negativos de su persona, siendo su padre putativo reunía todas las características para optar por el cargo: la entrega de San, la fuerza de Jongho, la dirección de Seonghwa, la pasión de Wooyoung, la convicción de Yeosang; todo lo arrejuntaba y meneaba junto a una chispeante personalidad que estaba acostumbrado a tratar.
Aunque no se sintiera del todo confiado, entendía que si le pedía a este ser su padrino de bodas no habría oposición alguna y que el resto estaría más que feliz de su decisión por el simple hecho de ser Hongjoong.
Porque quién más sino él, el chichón de piso que, armado en tolerancia y decoro, tuvo la paciencia para consolidar una amistad entre siete personas equidistantes entre sí. Aún recordaba los viejos tiempos cuando Hongjoong hacía de intermediario para resolver diferencias entre ellos.
Mientras más lo pensaba, más seguro estaba de ejecutar esa disposición, pero si algo le preocupaba de la actitud de su padrino era por qué este no contestaba sus mensajes esa mañana.
Inmerso en la laguna, alzó la mirada de la pantalla al ver que había llegado a su parada. En un último suspiro guardó el dispositivo y se bajó del cálido autobús para emprender su corta caminata hasta la residencia del diseñador. El día entonces comenzaba a despejarse, sin embargo, la sensación térmica continuaba imperturbable.
Moviéndose acompasadamente por entre las calles imaginó que Yunho estaba demasiado absorto en el trabajo o quizá muy molesto con él, porque este ni siquiera había enviado un mensaje para saber si ya se hallaba sano y salvo en la oficina. Negó con la cabeza, sonriendo ante el pensamiento; si supiera él lo que estaba por hacer.
Cuando llegó a la entrada del edificio donde vivía Hongjoong estuvo a punto de llamar al aludido, mas, tras ser reconocido por el guardia este le permitió el acceso a la residencia.
A razón de su suerte, estuvo hecho un manojo de sonrisas al subirse al ascensor, incluso cuando llegó a la puerta tocó a esta copiando una alegre melodía; sin embargo, no obtuvo respuesta alguna.
Extrañado, revisó la hora en su teléfono para cerciorarse de que no fuese demasiado temprano.
— Son pasadas las diez... aparte Seonghwa me dijo que iban a estar aquí.
Murmuró para sí mismo, volviendo a probar suerte al tocar más fuerte.
Esperó unos segundos para ver si escuchaba la voz de Seonghwa o de Hongjoong. Aún sin respuesta empezó a impacientarse, pese a ello, antes de usar su último recurso aplicó la regla de siempre y, por tercera vez consecutiva, tronó sus nudillos contra la puerta para hacerse atender. Aún así, la nada fue lo único que le respondió.
Con el teléfono en la zurda estuvo listo para marcar al mayor. Deslizó los dedos por la pantalla, navegando en la interfaz de la aplicación de llamadas, mas, justo cuando estaba por presionar la opción de llamar la puerta se abrió dando paso a un agitado Seonghwa.
— ¿M-mingi?... ¿qué haces aquí?
Cuestionó el mayor extrañado a su presencia. Ante la pregunta su boca se torció en una mueca de extrañeza.
— Cómo que qué hago aquí... te dije ayer en la noche que vendría a hablar con Hongjoong.
Comentó al tiempo que se abrió paso dentro del apartamento, sin importarle cuán grosero fuese su gesto; estaba acostumbrado a tomarse libertades con ellos.
Se quitó los zapatos, se aflojó la bufanda, mas, se dejó el abrigo puesto y siguió su camino como si nada bajo la nerviosa mirada de su amigo.
Sin advertir las ansias del susodicho, se paseó por la sala en busca de su futuro padrino, frunciendo el ceño al no verlo.
— M-mingi, ¿crees que puedas venir en otro momento?, Hongjoong está-...
Cuestionó un inquieto Seonghwa al moverse hacia la sala. De haber atajado el señuelo hubiese advertido las extrañas miradas que este lanzaba al pasillo.
Giró sobre sus talones al oír su nombre y solo entonces, reparó en la falta de prendas superiores en su adverso, el sudor de su piel acanelada, el estado alborotado de sus cabellos, el sonrojo en sus pómulos que hacían juego con el carnoso rosado de sus belfos... apartó la mirada para no continuar con ese descenso y evitarse extrañas sorpresas.
Sin cavilar demasiado, de un momento a otro se vio asediado al obviar lo que relataba la evidencia. Abrió los ojos desmesuradamente al caer en cuenta al atar cabos sueltos y entender que esa era la razón por la cual el mayor tampoco había abierto la puerta, sin embargo, antes de disculparse por la interrupción, siquiera pensar en qué tenía que ver eso con Hongjoong, el mencionado hizo su aparición.
— Hwa, vuelve a la cama.
Fue lo primero que escuchó en una especie de sensual ronroneo que atravesó las paredes y taladró su mente.
Seonghwa, quien aún permanecía a pocos metros delante suyo palideció a sus ojos mientras ambos permanecían estáticos. Sin decir palabra alguna, sólo atendió al sonido a los pasos de la persona que se aproximaba por el pasillo haciendo que girase el rostro automáticamente, encarando al personaje de su efímera pesadilla; Hongjoong apareció medio envuelto en una costosa bata de baño que poco dejaba a la imaginación.
— Hwa qué coño pasa, por qué no-...
Horror fue lo que percibió al ver la mueca que se dibujó en el rostro de Hongjoong. Horror mezclado con vergüenza y otras emociones ajenas, cuyo nombre no se detuvo a pensar mientras reía con fuerza allí a plena mañana nublada del sábado en la estancia del hogar del más bajo.
— N-no... ¡No puedo creerlo!, ¿¡ustedes dos, en serio!?
Exclamó al tiempo que se llevaba ambas manos a la panza.
— ¿Cómo es que es la vaina?... 'Hwa, vuelve a la cama'...
Imitó de forma patética el gimoteo de su mayor con toda la intención de burlarse la pena de ambos.
Aún en medio de su risa histérica no prestó atención a los mayores que, sin nada que acotar, bajaron la mirada resignados al haber sido descubiertos infraganti en el peor momento.
— ¡Quién lo diría!, el muy heterosexual Hongjoong y el puritano Seonghwa... no, pero es que la vida es una cosa bárbara y ustedes dos son de lo peor.
Dijo en voz alta tras secarse una falsa lagrimilla. Siquiera en sus sueños más demenciales hubiese pensado en pillar ese dúo en una situación tan comprometedora, pero el que calla otorga y con ese silencio... sabrá Dios los pecados que cometieron en la habitación.
— Mingi, por favor... no vayas a decirle nada a nadie, nosotros-...
Murmuró Seonghwa esta vez acercándose preocupado.
— Qué... ¿por qué no?... ¿es que no son oficiales?
Indagó tras recuperar el aliento, obteniendo su respuesta al ver las expresiones de incomodidad en ambos.
Olvidando su desliz, optó por ser una persona sensata, atenuando las ganas de fastidiarlos para ahorrarse futuros inconvenientes; sin embargo, no pudo evitar sentirse acomplejado por lo que entendió implícito en aquella oración.
— No, pero ya va... están cogiendo nada más, ¿no son novios o lo que sea?, ¿de verdad?...
Insistió al no obtener respuesta alguna. Al instante vio a Hongjoong rodar los ojos mientras caminaba a la cocina para servirse una taza de café.
— No es que no seamos oficiales, o no sé... ¿Seonghwa lo somos?
Cuestionó el diseñador ya con la taza en su mano viendo a su amante, quien permanecía abrazándose los costados en silencio al otro lado de la estancia.
— Como sea... no queremos que digas nada porque no estábamos listos para hablarlo, pero ya qué...
Expresó un irritado rubio, tras acomodarse el albornoz.
Pestañeó incrédulo ante la respuesta conferida por este; jamás pensó que sus mayores (sobre todo Seonghwa) tan rectos y decididos al compromiso estuvieran envueltos en una relación de ese tipo.
— Bueno, pero-... ¿cuál es el peo?, es decir, tampoco es como que me parezca tan raro que ustedes dos estén juntos.
Comentó para tratar de sacudirse la incomodidad y hacer sentir a gusto a aquel par.
Con cierta incredulidad el mayor le vio por encima de la taza que sostenía entre sus pequeñas manos, girando a ver a su amante que ahora se mordía los labios.
— Igual... creo que sería mejor si nos dieras un tiempo para pensarlo. Eso incluye el hecho de que le vayas con el chisme a Yunho.
Dijo por primera vez Seonghwa, quebrando su voto de silencio con esa sentencia mordaz.
Su amigo entonces pareció atravesarlo con la mirada, haciendo que sintiese escalofríos de sólo pensar en el castigo que le tocaría si se le ocurría soltar la lengua. Cual niño regañado, asintió con rapidez viendo como ambos soltaban en un suspiro la carga estridente en sus espaldas.
— Ajá... ¿y entonces?, ¿qué viniste a hacer aquí?
Preguntó Hongjoong tras una larga pausa, volcando su atención en su persona tras dejar la taza sobre la encimera.
Saliendo del trance inicial, se acercó hasta la cocina con una sonrisa al recordar la verdadera razón de su visita vespertina.
— Bueno, le dije ayer a Seonghwa Hyung que quería hablar contigo algo importante y eso es que...
Dejando a ambos en suspenso, quiso ver la curiosidad en los ojos de ambos antes de develar, por primera vez, su gran secreto.
— Quiero pedirle matrimonio a Yunho.
Agregó completamente seguro, si acaso orgulloso de compartirles su veredicto.
Tan pronto esas palabras dejaron su boca, los dos muchachos compartieron miradas incrédulas antes de volver sus perplejas facciones a él.
— ¿Escuché bien?, ¿matrimonio?
Preguntó un escéptico Hongjoong.
De inmediato su sonrisa se transformó en una mueca de desconcierto y todo el brío que cargaba encima fue difuminándose en el recelo de sus opuestos.
— Pues sí... qué... ¿es algo malo?
Cuestionó aún sin tener pista de lo que continuaba inquietando a los mayores.
— No, no. No es nada malo, Mingi. Es sólo que... bueno, vivimos en Corea, sabes que aquí el matrimonio igualitario no es algo aceptado, al menos no legalmente.
Explicó un apacible Seonghwa, siendo secundado por Hongjoong.
Escuchando a su mayor, su mente esclareció en un potente rayo de júbilo que segó a los dos.
— Eso ya lo sé, Hyung. Pero igual quiero pedirle matrimonio. No pienso en la parte legal de todo el asunto, sólo quiero...
Empezó a hablar apasionadamente sobre sus anhelos, mas, al llegar a la parte clave, bajó la mirada hasta sus manos sintiéndose avergonzado.
— Entiendo que somos muy jóvenes, que nos falta mucho por experimentar... pero después de todo lo que vivimos este último año entendí que no quiero estar con nadie más. Quiero demostrarle que lo amo, entregarme a él...
Hizo una pausa para calmar el imperioso latir de su corazón.
— Quiero ser quien lo acompañe después del trabajo, quien lo escuche cuando tenga un mal día, quien le ofrezca un abrazo si hace frío, quien le convide galletas en la merienda... sé que puede sonar muy cliché, incluso viniendo de mí, pero... deseo que cada día despierte a mi lado y pueda decir "Oh, sí... escogí a la persona correcta, a mi alma gemela."
Musitó en voz baja sintiendo las ansias seguir picando al filo de su garganta.
Era la primera vez que se exponía con aquella crudeza y sentimiento delante de sus amigos más cercanos, probablemente no fuera nada nada del otro mundo, palabras comunes, sueltas y sin ensayos, pero a él le gustaba eso... la modestia que obtenía al abrir su corazón con tal espontaneidad.
— Sé que hemos estado juntos desde hace mucho, pero un día así... yo quiero compartir un día así junto a él.
Al terminar sintió al instante los brazos de un conmovido Seonghwa sostenerlo en un afectuoso embrace. Confundido alzó la mirada para encontrarse con los ojos llorosos del mayor y la mirada embelesada de un Hongjoong que se aferraba con las manos a su albornoz como si sus palabras le hubieran derretido el corazón.
— Verga, pero es que tú... ¡ugh, no te soporto!, no te soporto ni a ti ni a tu ridículo amor por ese carajo de dos metros.
Sentenció Hongjoong tras elevar el rostro y secarse con las manos la naciente de sus lágrimas; como si así pudiera eludir el estremecimiento de sus palabras.
Impresionado por la reacción de ambos, se dejó hacer por Seonghwa hasta que este encontró certeza para poder apartarse con una sonrisa de su persona.
— ¿Dije algo malo?
Cuestionó incrédulo, riendo más por la confusión y la pena que cualquier otra cosa.
— No, no Mingi. Al contrario, es que-... te hemos oído hablar muchas veces de Yunho, pero hoy... bueno. Yo digo que, si quieres hacerlo, lo hagas.
Acotó Seonghwa luciendo aún afectado por su confesión.
— Concuerdo con Hwa, Gi... estoy seguro de que Yunho dirá que sí.
Concluyó Hongjoong mientras iba en busca de la calidez entre los brazos de Seonghwa.
Se tuvo que morder la lengua para no hacer comentario alguno, mas, falló al primer intento de contener la ternura que le produjo aquel acto tan puro; estaba feliz sabiendo que por fin el arisco de Hongjoong encontrara comodidad en alguien más, sobre todo si ese alguien era Seonghwa.
Sin perder el tiempo corrió al encuentro de ambos, uniéndose al abrazo de sus mayores pese a las quejas que estos presentaron. No le importó el que ambos estuviesen semidesnudos, de momento lo único que pasaba por su mente era retribuirles el gesto.
— Gracias, Hyung... de verdad, me hacía falta decirle esto a alguien porque no saben lo difícil que ha sido para mí escondérselo a Yunho.
Murmuró antes de soltar a sus mayores a petición del más bajo que no paró de reprocharle.
Riendo por lo bajo volvió a su lugar para así anunciar la otra noticia, o más bien, hacer la petición que venía guardando para el final de la conversación.
— Ahora que ya saben los planes... iré directo al grano. Me puse a pensar que necesitaba un padrino de bodas y decidí que quería que fueras tú, Hongjoong.
Decretó con autosuficiencia, esperando justo la reacción que el mencionado le propinó.
Atónito, el diseñador se señaló a sí mismo antes de ver entre su pareja y él, buscando la pista que indicase el que eso fuese una simple jugarreta. Todavía, al ver la seriedad en sus alegres facciones se atrevió a preguntar.
— ¿Yo?... ¿por qué yo?
Seonghwa entonces se rio y pasó un brazo por los hombros del más bajo, atrayéndolo a su cuerpo para luego dejar un beso su mentón.
— Qué es esa pregunta, Joongie... ¿dudabas el que Mingi pudiera pedirte algo así?
Comentó el mayor de los tres, luciendo enternecido a causa del rubio.
Interesado por la respuesta del diseñador, se apoyó en la mesada junto a la taza del susodicho, vistiendo una sonrisa y mirada expectante.
— Y-yo-... es que me tomó desprevenido.
Murmuró el aludido un tanto presionado al tener la atención sobre sí.
Escuchar aquello hizo que su sonrisa se ensanchara; tal como esperó, había cumplido su meta de impresionar al mayor.
— Era la idea, Hyung, pero eso no responde mi pregunta... ¿serías mi padrino de bodas?
Cuestionó con aires de ilusión.
El susodicho entonces se atrevió a encontrar su mirada, asintiendo sin siquiera pensarlo, marcando la pauta para iniciar una ronda de aplausos y agradecimientos.
— ¡Excelente!, ahora que es oficial, tu primera misión como padrino será acompañarme hoy a comprar el anillo de compromiso.
Informó tras alejarse de la mesada.
— Qué, ¿ahora?...
Preguntaron ambos al unísono.
— Pues sí... necesito aprovechar el tiempo y que Yunho cree que ando en el trabajo. Les juro que fue un peo lograr que ese hombre me dejara salir solo.
Explicó para constatar su desventajosa situación.
A los efectos, Hongjoong pareció meditar la situación antes de resignarse a ella, luciendo entre irritado e inquieto por la situación en la que se vio envuelto. Seonghwa tampoco parecía muy a gusto con el repentino cambio de planes, mas, tras rascarse la nuca le sugirió a su rubio amante que fuese a darse una ducha.
Mientras esperaba a que Hongjoong terminase, Seonghwa, quien había ido antes a ponerse ropa más adecuada, le convidó una taza de café. No era fanático de la bebida, pero debía aceptar que ese café era excepcionalmente bueno; supuso que esa era una de las tantas ventajas de tener holgura económica para comprar marcas importadas.
Dejando su taza sobre la mesa, resolvió echar un vistazo a las notificaciones en su teléfono, encontrando un solo mensaje de Yunho donde este le deseaba un buen día y reiteraba el extrañarle en casa. Sonriendo, no dudó en contestarle con alguna mentirilla blanca asociada a la supuesta reunión en la que estaba, mensaje que acompañó con un sticker de un adorable lobo gris.
— Y dime... ¿ya le contaste a alguien más sobre esto?
Preguntó Seonghwa para romper el hielo.
Atrayendo su atención, guardó su teléfono al tiempo que negaba para responder al mayor.
— No, ustedes son los únicos que lo saben, aunque creo que la mamá de Yunho sospecha que le estoy escondiendo algo.
Habló con parsimonia, revolviendo el contenido en su taza bajo la intensa mirada de Seonghwa, quien se dio su tiempo antes de volver a hablar.
— Ya veo... pues, me agrada ser uno de los primeros en recibir la noticia. Honestamente, cuando hablamos ayer no pensé que nos saldrías con esta.
Expresó el aludido moviéndose por la cocina tan sereno como siempre.
Confundido a causa de la confesión, enarcó una ceja y preguntó.
— ¿Por qué no?, es decir, sí fue una sorpresa, pero lo dices como si no esperases a que tuviera la iniciativa de hacer algo así.
Inquirió con un evidente tono de aflicción en su voz.
Seonghwa entonces se giró para encararlo, mostrando una sonrisa de labios apretados y mirada afectuosa.
— Siendo sincero contigo Mingi... pensé que Yunho te lo pediría primero. Teniendo en cuenta todo el tiempo que han estado juntos y, conociendo al personaje, me hubiese sorprendido menos.
Comentó su opuesto para luego llevarse la taza a los labios.
Un tanto acomplejado por el derroche de honestidad, bajó su mirada mientras tanteaba su nuca con una de sus manos. Le resultaba incómodo seguir pensando que otros pudieran creerle incapaz de hacer algo como eso; como si los zapatos que quisiera calzarse fueran sólo del porte de Yunho.
— Oye, Mingi... no lo dije para mal.
Dijo Seonghwa, interrumpiendo su pequeño diálogo de inseguridades.
— Lo sé, es que-... yo de verdad quiero hacer esto porque Yunho me pidió ser novios dos veces, entonces-...
— No debes hacer esto sólo porque te sientes comprometido o porque sientas que debes demostrarle algo a otros, Mingi. Se supone que te salga del corazón.
Intervino el mayor en un auténtico tono de consternación.
Cerró los ojos y suspiró profundo, rebuscando en su mente las palabras para quitar aquella idea errada del mayor.
— Eso lo sé, Hwa. No lo estoy haciendo por eso créeme, simplemente... siento que estoy preparado para esto y ansió poder llamar a Yunho mi-..., mi esposo.
Finalizó tras recobrar fuerza en una inhalación, siendo esa la primera vez que dejaba al descubierto esos sentimientos.
Seonghwa lo contempló por largos segundos en los que sintió algo de pena, mas, no dejó que ello reprendiera sus deseos, si acaso intensificó el brío de hacer su voluntad para con el pelinegro.
— Sé que no soy tu mamá de verdad y esto va a sonar extremadamente raro, pero igual... tienen mi bendición, Mingi. Eres la mejor persona que podría pedir para Yunho y viceversa.
Sentenció Seonghwa en un soplo que supo traer quietud a su interior.
Con las palabras de agradecimiento pujando para salir de su boca, fue interrumpido por un rubio que apareció de improvisto luciendo una pinta tan modesta y cómoda que hasta él se vio sorprendido por la escogencia del diseñador estrella.
— Bueno, vámonos que tengo vainas que hacer.
Dispuso el rubio tras pasarse una mano por sus cabellos, tomando sus llaves y abrigo junto a la entrada del apartamento.
Se apresuró entonces a ir tras Hongjoong, no sin antes ofrecerle otra sonrisa y un abrazo a Seonghwa. Sin embargo, antes de siquiera ponerse los zapatos, el rubio lo dejó solo en el descanso de la entrada volviendo sus pasos hasta el moreno, quien se sorprendió por el repentino acercamiento.
Sin conversación de por medio, Hongjoong se puso de cuclillas, atreviéndose a posar un beso en los labios del mayor. Seonghwa, aunque incómodo por su presencia, resolvió corresponder los mimos de su amante, esbozando una sonrisa tras este dedicarle unas palabras que no alcanzó a escuchar.
Teniendo el corazón llenito con la escena que acaba de presenciar, se colocó los zapatos y salió del apartamento para dar algo de espacio a la pareja. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho a que Hongjoong saliera vistiendo la expresión de indiferencia de siempre, pero él sabía mejor. Los ojos del mayor resplandecían como diamantes a la luz que se colaba por los amplios ventanales del corredor.
— ¿Y bien?, ¿sabes a dónde quieres ir para comprar el anillo?
Cuestionó el diseñador tras ajustarse el cuello del abrigo.
Bajó la mirada para ver al susodicho, asintiendo aún sin poder recobrarse del golpe de júbilo que fue descubrir el que sus dos Hyung estuviesen juntos.
— Yah, entonces me cuentas en el auto.
Declaró el mayor, liderando así el camino hacia el ascensor.
— ¿Oh?, ¿tienes auto?... No sí, de qué tanto me perdí.
Preguntó alzando la voz sorprendido.
Sin respuesta alguna, despertó del transe al ver al rubio que sin agregar nada más ingresaba al ascensor. Tuvo que correr para alcanzarlo y una vez estuvo allí, se dedicó a bombardear con preguntas al susodicho, quien no paró de rodar los ojos con una expresión falsa de fastidio.
Ya estando cómodo en el lujoso auto deportivo de Hongjoong, se permitió jorungar los mil accesorios y terminarles del vehículo, exclamando al descubrir la función de cada una mientras el asistente de voz les indicaba a ambos cuán cerca estaban de llegar a su destino.
En todo el rato, Hongjoong se mostró paciente ante sus niñerías; sólo regañándolo cuando era necesario. De soslayo lo vio sonreír más de una vez, situación que le dio seguridad para hacer y hablar hasta por los codos como usualmente hacía cuando estaba emocionado.
Al arribar al centro comercial donde estaba la joyería sus emociones encontraron un motivo para retroceder, sin embargo, Hongjoong armado con la tolerancia de antes le dio una palmada en la espalda y lo alentó a continuar el corto trayecto hacia la joyería que venía contemplando de camino al trabajo desde hacía una semana.
— Tranquilo tigre, todo está bien. Sabes que si no consigues nada o si te sientes indeciso podemos venir después.
Le tranquilizó el rubio una vez estuvieron rodeados de mostradores repletos con joyas y metales preciosos.
Respiró profundo y asintió antes de acercarse para detallar las sortijas de una de las exposiciones. Tenía la vaga imagen de lo que deseaba para Yunho, todavía, creyó prudente explorar entre sus opciones para saber si algo mejor cautivaba su atención.
Fue entonces que uno de los vendedores se acercó hasta él para asistirlo que sus nervios tomaron partido de su voz.
— Buenos días, soy el señor Ji, asistente de ventas, ¿en qué puedo servirles?
Cuestionó el hombre en sus cincuenta, sonriendo amablemente.
— Sí, ¿sería usted tan amable de mostrarle los anillos de compromiso a mi amigo?
Habló Hongjoong a sus espaldas.
Al instante el hombre asintió e indicó con su mano el camino que debían seguir. Con cierta desconfianza en sí mismo caminó tras el mayor, quedando a su lado tras uno de los mostradores de cristal que contenía variedad de ejemplares en sortijas de compromiso en variedad de tamaños y colores; algunos anillos se notaban que bien podían sobrepasar el millón de wones, otros, aunque modestos, seguían luciendo costosos por el corte y la precisión de sus intrincados detalles.
Abrumado por el brillo y la suntuosidad de las joyas, dio un paso hacia atrás, mas, una mano en su espalda le hizo permanecer en su lugar.
— ¿Tiene alguna idea de lo que le gustaría a su novia?
Cuestionó el hombre empezando a sacar algunas de las piezas de la exhibición.
El estómago entonces se le apretó en un incómodo retorcijón, impidiendo que cualquier palabra, siquiera objeción saliera de su boca. Por fortuna, el rubio a su lado salió a socorrerlo una vez más, corrigiendo al hombre que poco se sorprendió al escuchar la rectificación.
— No es para una chica, es para un chico.
Acotó Hongjoong con la vista fija en los anillos.
— Ya veo... es algo inusual, pero estoy seguro de que podremos encontrar el anillo perfecto para su pareja.
Comentó el señor tras guardar algunas de las opciones que se a su parecer lucían demasiado femeninas.
— ¿Tiene algún límite en su presupuesto?
Preguntó el hombre tras unos segundos de silencio. Con las manos tras la espalda el hombre continuaba viendo en su dirección, haciéndole sentir algo de presión.
Sin darse cuenta se aflojó la bufanda del cuello y bajó la mirada de regreso a los intimidantes aros que seguían implorando por su atención. Entonces, sintió un codazo de Hongjoong traerlo de vuelto al plano físico.
— P-pues... algo que no sea tan costoso, quizá... algo de quinientos dólares americanos.
Carraspeó mientras se sobaba el brazo.
No sabía si eso sería suficiente para comprar un anillo que hiciera justicia a la belleza de su novio, después de todo, tenía que pensar en la boda que vendría en breve si Yunho le daba el sí. No podía darse el lujo de raspar su cuenta de ahorros en esa joyería, aunque si fuera por su pelinegro... quien sabe si pudiera ser capaz de robar.
— Con ese presupuesto puede optar por un diseño clásico. Quizá algo en oro amarillo...
Sugirió el hombre tras sacar otras de las opciones a la izquierda del mostrador.
— Hm, no lo sé... no creo que algo de ese color le luzca a Yunho.
Comentó Hongjoong a su derecha, frunciendo los labios al tomar una de las piezas entre sus dedos.
Curioso por el anillo que este había escogido, lo escudriñó con la mirada, intentado recrear en su mente la imagen de aquella joya en el dedo anular de su pareja, resultando en algo insatisfactorio; la banda era demasiado gruesa, tosca, para nada recordaba a las sortijas que ponderaba.
— Tienes razón, yo-... me había imaginado un anillo en oro blanco, quizá...
Comentó algo dubitativo de su elección.
Para su sorpresa Hongjoong le dio la razón, dejando el anillo de vuelta en su lugar.
— Los anillos en oro blanco son de las piezas más delicadas hechas por nuestro orfebre.
Dijo el señor antes de tomar unos cuantos ejemplares.
Para su delite nuevas joyas aparecieron sobre el mostrador; a menor detalle lucían menos intimidantes, accesibles incluso. Pese a la simpleza, las sortijas eran justamente lo que el vendedor prometió: piezas trabajadas con delicadeza que bien pudieran estar en posesión de una princesa, mejor aún de su príncipe, Yunho.
Se mordió los labios al pensar en ello, mas, una centella le puso la mente en blanco. De inmediato buscó de donde había provenido, quedando prendado al fulgor de una delicada banda con un brillante rosado enclavado justo al centro de la unión.
— Este. Es este.
Afirmó al tomar el pequeño anillo entre sus dedos.
De forma instantánea, una imagen embistió a su mente, la de sus dedos deslizando aquel fino anillo en el anular de su adoración. Regocijándose en el goce que su imaginación le proveyó, siguió contemplando la pieza bajo la curiosa mirada de Hongjoong y el vendedor.
— Es una elección bastante peculiar la que tiene allí. No todos se sienten atraídos por las piedras de ese estilo.
Comentó el hombre auténticamente cautivado por su reacción hacia la joya que sostenía.
— ¿Oh?, ¿por qué si es tan hermoso?
Cuestionó con interés dejando que Hongjoong tomase el anillo para examinarlo de cerca.
— Lo normal es que los hombres vengan con la idea de obsequiar diamantes, no obstante, el diamante no es un verdadero mineral que refleje el amor.
Explicó el hombre mientras guardaba el resto de los anillos.
— ¿No lo es?, ¿entonces por qué la gente se empeña en comprarlos?
Preguntó el rubio a su derecha, intrigado por todo el asunto.
— La respuesta es sencilla... a simple vista parece el más costoso de todos.
Respondió el señor tras ofrecer una sonrisa a su amigo.
Con cierto recelo a las palabras del hombre, se detuvo una vez más al ver la sortija que había escogido, dejándose seducir por la calma sensación que esta irradiaba al modesto brillo de su cristal pulido. De geología no tenía, pero ni pista, sin embargo, sin siquiera corroborarlo, se sabía en lo correcto al pensar que esa pequeña piedra tenía un poder especial.
— Y esto que tiene el anillo... ¿qué es entonces?
Cuestionó, sólo para estar seguro de su elección.
— Eso es una variante rosada del cristal de cuarzo, también conocido como piedra de estrella.
Afirmó el hombre tras tomar la sortija y hacer una pequeña inspección a esta.
— La tradición dice que estas piedras son capaces de intensificar el amor, la prosperidad y fidelidad en las relaciones establecidas.
Continuó este, sonriendo al ver el resplandor conferido por el anillo; como si este fuese uno de sus mayores orgullos.
Fuese o no palabrería de un comerciante experimentado, con cada palabra que el hombre decía, su corazón latía con mayor entusiasmo, ratificando el que no debía ir a ningún otro lado, que esa era la sortija que debía ofrecer a Yunho. Pasó saliva por su garanta, deleitándose una vez más con la sencilla magnificencia de la pieza postrada en el mostrador.
— Es curioso que haya escogido este anillo y a la misma vez no. Tomando en cuenta el tipo de ceremonia que desea celebrar, una joya inusual es la mejor opción, más aún sabiendo que quien obsequia cuarzos rosados desea profesar amor y proteger a su enamorado.
Concluyó el vendedor dejándole sin aliento tras soltar esa última revelación.
— Yah, no entiendo para qué coño me trajiste si tenías todo fríamente calculado, Gi.
Bufó su padrino.
El señor se militó a reír ante los amagos del diseñador, mas, él ni se inmutó a estos, absorto en el anillo que parecía tener el tamaño exacto para el dedo anular de Yunho.
— ¿Puedo probármelo?
Preguntó tomando la pieza de nuevo.
El vendedor asintió y sin más, lo deslizó por su falange, notando la poca resistencia que tenía para con su piel. Al llegar al final se asentó perfectamente en su lugar, luciendo tan hermoso, pero no tanto como lo haría una vez estuviese en manos de su verdadero dueño.
— Te sienta bien, pero eso le va a quedar mejor a los dedos de pianista del jevo tuyo.
Sentenció el rubio con una sonrisa ladina.
Sin razón para objetar, imitó al mayor, despojándose de la banda para dejarla nuevamente sobre el mostrador.
— Es obvio que lo voy a llevar, pero sólo para saber... ¿qué precio tiene el anillo?
Inquirió con cierto temor.
— Trecientos ochenta dólares. Los ajustes vienen en el precio, pero como es un anillo de compromiso, puede traerlo después para hacerlos en caso de que sea necesario.
Explicó un complacido señor Ji al tomar la joya de vuelta en sus manos.
Respiró largo y tendido, sintiéndose más que tranquilo al saber su bolsillo protegido; no obstante, esto no impidió que sus dedos temblasen al tenderle su tarjeta de débito al hombre. Qué suerte tenía de que su cuenta de ahorros fuese ajena a la de Yunho, de ser de otra forma no habría manera que pudiera justificar el gastar tanto dinero en una sola compra.
Una vez hecha la transacción, el amable hombre le dejó escoger la cajita donde guardaría el anillo hasta el día de la gran pregunta; se decidió entonces por la más simple, la de forma cuadrada, cubierta en terciopelo azulado.
Ya con el anillo en su poder, lo guardó en el bolsillo interno de su abrigo y agradeció al vendedor antes de salir de la tienda con un complacido Hongjoong.
— ¿Te gustaría ir por algo de comer?, yo invito.
Preguntó el rubio tras quitarle la alarma a su auto.
Sorprendido por la extraña iniciativa de su mayor, lo miró por unos segundos para asegurarse de que no fuese una broma, todavía, al verlo tan sereno confirmó lo opuesto. Sin ánimos de volver a casa, aceptó la propuesta y se subió al vehículo. Probablemente, Yunho seguiría ocupado, así que no importaba demasiado si se tomaba el rato para ponerse al día junto a su padrino.
˚
Agradeció con creces el que el lugar al que Hongjoong le llevó no fuese nada pomposo o excéntrico. Un establecimiento tradicional fue justo lo que su espíritu precisó para caldear las emociones y asentar las ansias que se evaporaban, imitando la humeante carne asentada en la parrilla frente a ellos.
Mientras los bocados se cocían la plática fluía. Una trivialidad tras otra era conferida por el rubio que, sin miramientos lo ponía en contexto para con su vida desligarse de todo misterio. En medio de la plática también hubo risas, anécdotas compartidas y uno que otro choque entre los vasos de sus bebidas.
Mentiría si dijera que no echó de menos la cercanía con otra alma que no fuera la de su consabida pareja, pero no era tanto el sentirse aprensado por la constante vigilancia y necesidad que Yunho tenía para consigo; el pelinegro a todas estas no era tan invasivo. Nada más extrañaba compartir un momento a solas con un viejo amigo.
— Pareciera que ha pasado una eternidad desde que no nos poníamos a hablar.
Comentó asombrado tras escuchar la última vivencia de Hongjoong en su trabajo.
Aunque lo hubiese escuchado en boca de Seonghwa, no dejaba de sorprenderle lo envidiado que era el joven en cruel mundo de la moda. Tampoco es como si tuviese motivos para acceder a información como esa, siendo que el mayor era su único vínculo a los diseños y las pasarelas; de cualquier manera, entendía la naciente de aquella envidia colectiva hacia el rubio. Jamás en su vida había conocido a una persona con la mitad del talento que Hongjoong mecía en uno de sus dedos.
— Tal parece que sí... aunque ni siquiera recuerdo que hayamos hecho esto alguna vez. Salir a comer los dos solos me refiero.
Acotó el mayor tras acercar un trozo de carne a su plato.
Sonrió a modo de agradecimiento, llevando la comida a su boca bajo la atenta mirada de un sereno, pero melancólico rubio.
Desde hacía rato venía notando el desdén del susodicho, el cómo sus ánimos menguaban, pese a la insistencia de este por apocar sus penas con cada trago de alcohol, con cada bocado de comida que bien pudiera no tener demasiado sabor.
Se sentía abatido por la escena, mas, no encontraba valor para preguntar qué tenía tan acongojado a su mayor. Las palabras del aludido tampoco ayudaban, todavía, le dejaban entrever una supuesta respuesta al dilema.
— Sabes Mingi... siempre envidié tu relación con Yunho.
Soltó Hongjoong de improvisto tras acomodarse en su asiento, dejando los palillos a un lado del cuenco de arroz.
El ambiente entonces se tornó incómodo, tanto como para hacer que masticase más lento de lo usual; el bocado que tenía en la boca lo creyó la píldora más dura que jamás hubiese tenido la desgracia de tragar.
Azorado y confundido por la repentina revelación, resolvió imitar al rubio que, con pena siguió mirándolo a lo otro lado de la mesa, esperando a que terminase de procesar lo dicho.
— Siempre envidié la facilidad con la que se muestran afecto incluso estando en público... y también la manera como parecieran comunicarse con la mirada.
Confesó el diseñador al apartar la mirada, apoyando el mentón en la diestra mientras echaba un vistazo por la ventana.
Aunque acomplejado, intentó sacudirse la incómoda sensación que esas palabras confirieron a su persona. Ni siquiera sabía qué decir o cómo reaccionar ante el monólogo que parecía sostener el mayor, mas, pronto halló la respuesta en la forma en que este pareció pedir a por un segundo de su compasión, cosa que no le negó.
— No me enorgullezco de esto, pero estando en el colegio le fui infiel a tres de mis novias con Seonghwa.
Hubo una pausa tras esa sentencia que le hizo tragar en seco. Debía decir que no se sentía atraído a la idea de la infidelidad. Hasta cierto punto sintió que un perdió un ídolo, pero conociendo la naturaleza de Hongjoong, siendo compasivo... entendía que el mayor también tenía permitido errar.
— Una de ellas fue comprensiva, sintió pena por mí y lo dejó pasar. Las otras dos... Bueno, fueron una historia diferente.
Suspiró el rubio, sonriendo de forma amarga.
— Amabas me persiguieron y amenazaron con contarlo en más de una ocasión, sin embargo, toda esa ira se fue perdiendo y cuando vine a ver todo se transformó en un horrible recuerdo.
Concluyó el susodicho antes de servirse un trago para luego empinárselo.
Sin desatender a su opuesto, continuó pensando en la penosa imagen que reflejaba el mayor. No estaba acostumbrado a ver un deslucido Hongjoong vacilar tanto al hablar, todavía, prefirió guardar silencio antes de estropear el necesario desahogo del mayor.
— Siempre me pareció absurda la manera como Seonghwa y yo nos buscábamos, sé que éramos unos carajitos, pero... qué decirte, es obvio que lo de nosotros no tuvo un comienzo bonito como el del Woosan o el de Jongho con Yeosang...
Expresó el mayor sacándose cada espina del corazón.
Aún no sabía cómo sentirse ante lo que escuchaba, siquiera podía imaginarse estando en los zapatos opuestos. Todo le resultaba tan descabellado y ajeno a lo que profesaban como personas, como amigos... cómo fue tan ciego para no darse cuenta de ello. Frunció la boca mientras era embargado por la tristeza.
Quizá no fuera del todo su problema, pero si Hongjoong lo estaba contando era por algo.
— Nosotros-..., sobre todo yo — se corrigió —, pasamos mucho tiempo luchando contra nuestros sentimientos. Nos buscábamos como los propios ardidos porque el sexo era bueno. Más de una vez nos usamos para sacarle las ganas al otro y al día siguiente actuábamos como si nada hubiese pasado porque era lo más sencillo y hasta práctico.
Habló el diseñador a secas, moviendo sus manos como si el amago le ayudase a destilar parte de sus zozobras.
Preocupado por el estado del mayor y toda la información que este confería, apretó los puños sobre su regazo, sabiendo que aún no era el momento para intervenir con un forzoso testimonio que bien pudiera distanciar a ambos de una salida.
La comida tan apetecible pasó a segundo plano ni siquiera podía olerla sin sentir náuseas, sin embargo, supo guardar las apariencias; nada importaba realmente cuando Hongjoong estaba allí, desgarrándose el corazón para él.
— Fue extraño, pero llegué a un punto en el que cada vez que me encontraba con Hwa quería que sus besos, sus abrazos, todo..., fuera sólo para mí. Pero lo seguía tratando como a un objeto, como si fuese de mi propiedad y, aunque sabía que eso estaba mal, no podía parar.
Agitado, el rubio se detuvo un momento para calmarse, pero sin atreverse a encontrar su mirada.
— Es enfermizo, lo sé. En aquel entonces él intentaba hablar conmigo para tratar de arreglar las cosas, pero yo seguía siendo un obtuso de mierda. No les daba lugar a sus sentimientos porque tenía miedo de asumir los míos.
Confesó tras bajar la voz; por suerte el restaurante el barullo en el restaurante le permitió escuchar los susurros del mayor.
Aunque intentase llevar la fiesta en paz, empezaba a impacientarse con todo lo que escuchaba. Ya no estaba tan conmovido, menos preocupado; sólo le apetecía estampar su puño contra la cara del mayor. A ese nivel de indignación su talante justiciera le impedía compadecerse por otra persona que no fuese Seonghwa. Pero también le hervía la sangre imaginar que, en el pasado, el aludido no tuvo las agallas para poner al rubio en su lugar y recobrar algo de dignidad.
— Luego cuando salimos del liceo siempre que tenía una mala noche lo llamaba, cada vez que me iba mal con una jeva, un cuadre, lo que fuera... lo buscaba, pero a la mañana siguiente él amanecía en una cama vacía.
Agregó Hongjoong tras unos segundos de incómodo silencio.
Como si este hubiese bebido hasta la última gota de compasión en su alma, sembró una de sus manos en la mesa con fuerza; las uñas las tenía encajadas en la palma a razón de la rabia. Sus ojos entonces ardían compitiendo con las brasas entre ellos.
Toda esa furia que estaba conteniendo, esperaba no costarles la vajilla a los dueños del local, todavía, bien merecido que Hongjoong hubiese tenido el pagar las consecuencias de una rabieta de su parte.
— Hongjoong... qué coño de la madre... ¿¡por qué le hiciste todas esas cosas!?, estás-... ¡Estás hablando de Seonghwa!... cómo pudiste, marico.
Masculló indignado a la vez que ignoraba las miradas curiosas posadas sobre ellos.
Respiró hondo tras ver la cara de sorpresa en el mayor, debía lucir como un monstruo como para obtener ese tipo de reacción. Pese a ello, el susodicho encontró coraje para soltar lo que restaba.
— D-déjame terminar. No era sólo yo, Mingi. Él también estaba negado a la idea de estar juntos. A ambos nos dolía en el orgullo la palabra homosexual...
Facilitó el mayor esta vez apuntando a sus ojos, desangrándose por heridas que bien supo existentes.
Después de todas las veces que en juegos los habían hecho besarse, tras todas las caricias que los había visto compartir en reuniones, las ocasiones que se sumían a un íntimo tacto en recreos, el irse a vivir juntos, ayudarse mutuamente, siquiera autodenominarse padres putativos de siete hombres homosexuales y bisexuales... cómo podía ser posible que Hongjoong viniera y expresase con esa simpleza que temía ponerse una etiqueta.
Una palabra que nada inmiscuía en sus acciones, su talento, si acaso la integridad de su persona. No pensó prudente decirlo en voz alta, mas, toda la cuestión le cobró algo de dureza. Se sentía lastimado por la manera cómo uno de sus modelos a seguir sugirió el que su orientación sexual fuese algo por lo cual debiera él avergonzarse.
Sabía en el fondo que nada de esto debía tomárselo a pecho, todavía, reprimir aquel sentimiento le infringía más dolor. Cuántas estrellas más se apagarían para él en esa noche al Hongjoong terminar de hablar; sólo en eso podía pensar.
— Hwa fue el primero en olvidarse de todo y decirme lo que quería... mejor dicho, decirme que me quería.
Murmuró el rubio con la voz estrangulada.
Aunque irritado, la lágrimas que el otro contenía no pasaron desapercibidas. Esto fue suficiente para hacerle vacilar, compadeciéndose una vez más del mayor que parecía tan constipado a nivel emocional como para llorar a mares una semana entera y sin parar.
— Eso pasó un año después de mudarnos juntos... en ese momento no me estaba yendo bien y que Hwa me dijera eso se sintió como si el mundo se me terminase de destruir. Yo-... no pude seguirle la corriente, no pude aceptar lo que sentía, sólo-... salí corriendo como un cobarde.
Soltó el otro tan pronto la primera lágrima corrió por su cara.
Apretó la mandíbula al imaginar la escena que el otro le pintaba. No sabía si apiadarse del rubio o sentir pena por Seonghwa, cualquier fuera la mejor alternativa, resolvió hacer nada. Total, escuchar los problemas ajenos, cuando mucho se le daba mejor que pelear batallas pasadas.
— Hasta no hace mucho seguíamos sorteando algunas cosas de nuestra r-relación, sentimientos encontrados por mi falta de tacto. Fue todo un proceso que más de una vez terminó en una ruptura, pero él nunca se fue...
Comentó Hongjoong en un hilo de voz, como si este aún no pudiera creer en ello.
— Siquiera dudó cuando le pregunté si me aceptaría como su... pareja. Sólo aceptó.
Agregó el susodicho tras secarse las lágrimas con la manga de su suéter.
— Siempre admiré de Yunho que desde el primer momento estuvo decidido a trabajar para darte una mejor vida, Mingi. Lo admiraba porque yo a esa edad en lo único que pensaba era en mí, ni siquiera me importaba Hwa. Entonces venía este carajo de dos metros a bajarte el cielo sin tú siquiera pedírselo y yo sólo me preguntaba... ¿por qué?...
Musitó el rubio un tanto más calmado, sumido a una reflexión del pasado que ni él supo eludir.
Ante el repentino cambio de dirección en la conversación, sus puños se aflojaron y el corazón se le aceleró por otra razón.
— Tú no te imaginas la cantidad de cosas que hizo Yunho para ganar dinero estando en la universidad, Mingi. El carajo se la pasaba matando tigritos todos los días, ahorrando cada won para sacarte a pasear, para comprarte lo que necesitaras... — hubo otra pausa prolongada en la que el rubio se relamió los labios, meditando sus palabras antes de continuar — Yunho sabía que contaban con el apoyo económico de tus padres, aún así, y creo que eso lo sabes bien... siempre quiso independizarse para cumplir con todo lo que según él te prometió recién se empataron.
Expuso un muy serio Hongjoong, sin una pizca de altanería en su voz.
— Sé que tu facultad no tenía mucho que ver con la de ingeniería, pero hasta en mi instituto llegaban los cuentos del carajo inteligente y carismático que era capaz de resolverte una integral doble en un minuto. — suspiró antes de continuar — Yunho ganó toda esa fama de la dizque 'mafia' que tenía entre secciones de hacer trabajos y tutorías. — de nueva cuenta el mayor pareció indeciso de continuar, pero ya el mal estaba hecho. — Alguna vez le prometí a él que no te diría nada de esto, todos lo hicimos, pero creo que estamos grandes como para revelarnos este tipo de... secretos.
Terminó el susodicho para luego tomar un merecido respiro.
En pleno arrebato, aún con preguntas atoradas en la garganta se dispuso a procesar las verdades que recién habían quedado expuestas. De cierta forma se sintió traicionado al saber que Yunho nunca fue capaz de confesarle tales hazañas, pero qué de ello era un crimen real, si el pelinegro tomó aquel riesgo para reafirmar su lealtad.
Vergüenza fue lo que sintió al pensar en todos los reclamos que le hizo a su amor durante largos y tediosos semestres. Aquellos días en que pagó sus inquietudes con el pelinegro, y todavía, tuvo el descaro de pedir por más de su tiempo alegando que el aludido nunca estaba en casa cuando lo necesitaba.
Era estúpido pensar que la mitad de ese tiempo Yunho hubiese estado trabajando para cuidar de él. No es como si fuese una persona inválida, un muchacho con necesidades especiales; sólo era un ser humano corriente al lado de su bondadoso novio.
— Mingi, oye...
Llamó el rubio sacándolo de su estupor.
— No te dije todo esto para que te sientas mal. Yunho siempre que hablaba con nosotros... siempre dejó en claro que le gustaba trabajar y que estaba bien, porque al llegar a casa te tenía allí. Que te preocupabas por él, que estabas presente... así como él lo estaba para ti.
Instó Hongjoong tras conseguir su mano sobre la mesa, obsequiándole un cálido apretón.
Aunque dudoso, supo dispensar del confort que le fue conferido en aquel gesto para resarcir los efectos de una incipiente culpabilidad. Razón tenía Hongjoong al haber dicho lo último, tampoco podía desprestigiarse y asumir un papel de dictador, no cuando había estado para el pelinegro en cada paso, en cada caída, cada lágrima de frustración derramada contra la almohada... pese a ello, creyó abrumador el nivel de entrega de su amor para con él.
Saberse tan anhelado, querido, codiciado, pensado... tan amado. Era esa su realidad desde siempre y caer en cuenta de ello, aunque preciosa complacencia para su corazón, tildaban en su cabeza unas cuantas advertencias que esperaba olvidar, porque, a fin de cuentas, era esa la razón por la cual quería desposar a Yunho. Esa correspondencia absoluta era su motivo y razón.
— Me tomó mucho tiempo entender por qué Yunho hacía todo eso, pero el tiempo que estuvieron separados lo entendí... y créeme que si no hubiese sido por ustedes quizá jamás habría sido capaz de ver que lo que tenía delante de mí era todo lo que pedía y más.
Comentó el rubio con cierta facilidad.
El ambiente de pronto se ceñía a la templanza de siempre, no había miradas sobre ellos, la comida, aunque fría ya no causaba repulsión a su interior; todo era mejor.
— Creo que nunca te lo he dicho, pero de verdad quiero agradecerte por todo lo que me has enseñado estos años sin saberlo. Sé que todo el tiempo me he mostrado distante, pero es por todo lo que te dije antes... — bajó la mirada al decir eso al tiempo que soltaba una risa apagada. — Te envidiaba por cosas estúpidas por eso me mostraba tan recto e intentaba apartarte de los demás. Siempre pensaba que si tenías a Yunho no necesitabas la atención de nadie más.
Pese a cuán egoísta resultó aquella sentencia, falló a favor del mayor, sintiendo simpatía por el hombre rubio que le hablaba desde el corazón. Esta vez fue él quien devolvió el apretón a la mano del susodicho, quien a los efectos le contempló esperanzado.
— Mingi-... siempre admiré tu convicción de salir adelante con tus sueños y aún tener tiempo para dedicarle a Yunho. Eres-... eres definitivamente una persona digna de admiración por todas las cosas que has soportado en nombre del amor.
Manifestó el mayor al tiempo que una sonrisa aparecía en sus labios.
— Sé que fue difícil escuchar todo esto, pero siempre quise decírtelo y pensé que ahora que seré tu padrino merecías saberlo. Claro que... si ahora no quieres que lo sea lo entenderé.
Aclaró un apenado Hongjoong tras librar su mano.
— ¿De qué hablas, Hyung?... cómo se te ocurre decirme todas esas cosas y pensar que te vas a zafar tan fácil de tu tarea.
Cuestionó para tratar de aminorar la tensión restante en su mayor.
Al instante, Hongjoong encontró en su mirada y volvió a sonreír con algo de recato. Satisfecho agrandó su esbozo hasta poner sus ojos chiquitos, haciendo al otro reír complacido.
Cuando aceptó salir a almorzar con el diseñador jamás pensó terminar escuchando una parte tan oscura de su pasado, todavía, pensó en ello como una ganancia inesperada. Si antes sentía que Hongjoong era su opción predilecta para padrino de bodas, el mayor supo cómo darle vueltas a su vida reafirmando su decisión; su boda estaba en manos del mejor.
— Eso sí... tendrás que prometerme algo.
Advirtió a su opuesto recobrando un pizca de seriedad para el momento.
Hongjoong entonces le miró entre confundido y pasmado, mas, no le dio tiempo de sublevarse a los nervios cuando expuso su condición.
— Antes de mi boda tendrás que hacer oficial lo tuyo con Seonghwa, ¿si va?...
Propuso al tiempo que mostraba su meñique al mayor.
A los efectos de tan infantil acto, su adverso pareció pensárselo, mas, al poco tiempo su falange se vio engarzada a la opuesta en un sólido agarre.
Con una última sonrisa esperó transmitir a Hongjoong la fuerza que precisaba para estar preparado para cuando el momento se diera. Sabía las dificultades que esa revelación pudiera proveer, pero bien sabía que ambos hallarían plenitud en la aceptación, cosa que nadie les negaría una vez vieran los felices que eran el Hongjoong y Seonghwa como pareja.
Aclaradas las dudas entre ambos el resto del almuerzo transcurrió sin mayores altercados; comieron y bebieron lo que había sobrado por educación, aunque después de la tan agitada conversación ninguno de los dos tenía ganas de continuar con el pequeño festín.
Hongjoong pidió la cuenta luego de hacer una pequeña sobremesa. De allí salieron del local con el estómago y el corazón llenitos de vuelta al auto del susodicho.
— ¿Quieres que te deje en el apartamento?, Yunho debe estar preguntándose dónde te metiste.
Comentó el rubio mientras encendía el auto.
Tras escuchar la mención de su novio dio un brinco en su asiento alarmado; hacía rato no le escribía al pelinegro y este, en efecto, debía estar cuestionándose su paradero.
Sintiéndose un poco nervioso, buscó su teléfono para revisar las notificaciones, mas, recibió la grata sorpresa de no encontrar ninguna con el nombre de su pareja.
— Yah, no me ha escrito... creo que lo tienen como esclavo. De seguro tampoco ha comido...
Consideró tan pronto terminó de acomodarse el cinturón de seguridad.
— Hyung, ¿crees que puedas dejarme cerca en el restaurante al que vamos con el Woosan?... No tengo ganas de ponerme a cocinar cuando llegue a casa.
Murmuró cual niño mimado a la expectativa de que su capricho fuese concedido.
Con una sonrisa en los labios el diseñador asintió, girando el volante para tomar el desvío correspondiente hacia el nuevo destino. Complacido, se recostó en el asiento y resolvió escribirle a su pareja para hacerle saber que estaba cerca.
El resto del trayecto en auto, aunque silencioso, fue tan reconfortante que ninguno tuvo la voluntad de quebrar con aquel mutismo; siquiera lo sintieron necesario. Todo lo que tenían que decir estaba dicho y cada parte de su plan había sido completada con éxito.
Al efecto, recordó entonces el tesoro que escondía al fondo del bolsillo de su gabardina. Entre tanto agite se olvidó por completo del anillo, mas, ahora que volvía la imagen de este a su pensamiento, volvía a sentirse extasiado.
«¿De verdad compré un anillo de compromiso?, ¿de verdad voy a proponerle matrimonio a Yunho?»
Increpó para sus adentros, respondiéndose a sus propias inquietudes con el mismo monosílabo de siempre: sí.
Jactándose con su positivismo, no paró de sonreír hasta que Hongjoong le sacó de sus pensamientos para avisarle que habían arribado al lugar. Apenado, sonrió y agradeció al mayor con un abrazo fuerte que el otro, aunque pasmado, no tardó en corresponder.
Al finalizar, se desabrochó el cinturón y se dispuso a bajar del auto, sin embargo, un llamado le detuvo en el acto.
— Mingi... yo-... gracias de nuevo por todo.
Musitó el rubio aún con las manos devuelta en el volante.
— No tienes nada que agradecer, Hyung. Yah, anda a coger con Hwa que yo también tengo cosas que hacer.
Sugirió antes de reír, abriendo la puerta rápido para bajarse del coche antes de que el diseñador pudiera vengarse de su pequeña broma.
— ¡Nos vemos después!
Exclamó antes de cerrar la puerta no sin antes ver la cara y la sonrisilla de resignación de su mayor.
Ansioso por volver a casa con su amor, resolvió pasar por el restaurante para comprar la comida preferida de Yunho. Una vez tuvo todo listo, caminó las cuadras restantes hasta su condominio.
Durante su caminata pareció estar brincando en un pie, incluso en el ascensor no podía contener su energía, todavía, se mantuvo a raya para no tirar la comida que llevaba.
Ya al llegar al apartamento, procuró hacer el menor ruido posible al quitarse los zapatos, la bufanda y el abrigo donde todavía reposaba el anillo. Pensó entonces en la posibilidad de llevarlo consigo, pero era en extremo riesgoso hacer aquello sabiendo cuán obseso era su novio con el contacto físico; terminaría encontrando la caja en un santiamén si la dejaba dentro de sus ajustados jeans.
Decidido, se aseguró de que la caja estuviese bien escondida y prosiguió a dejar las bolsas sobre la mesada de la cocina. Revisó desde allí el que no hubiera moros en la costa y, al notar el área libre caminó de cuclillas al pasillo hasta encontrar la puerta de la oficina abierta. Con curiosidad se asomó, viendo al pelinegro teclear rápidamente algunos comandos en el tecleado de su laptop.
La escena en sí le dejó embelesado, a tal punto que le fue imposible resistir el magnetismo que un muy varonil Yunho tenía para consigo. Cuando reparó en su posición, ya tenía las manos cubriendo delicadamente los ojos de su pareja y una tonta, pero adorable pregunta al filo de sus labios a modo de saludo.
— ¿Quién soy?
Cuestionó, mas, el mayor no respondió; al menos no de forma verbal.
Sin decir nada, Yunho retiró el velo sobre sus ojos e hizo su silla para atrás antes de encararlo con una sonrisa y atajarlo por la cintura.
— ¿Por qué tardaste tanto?, ¿estuvo buena la reunión?
Preguntó el pelinegro tras plantar un beso en su mejilla y otro cerca del lunar de su mentón.
La acción hizo que su pulso se disparase, haciendo además que su cuerpo respondiera a voluntad propia, acercando más al mayor; con los brazos enredados en el cuello de su pareja, la distancia entre ambos se esfumó.
— Sí, estuvo... interesante. Nos hablaron de muchas técnicas que podremos en práctica para mejorar la dinámica de trabajo en la oficina.
Mintió como todo un maestro mientras Yunho veía maravillado el movimiento de sus labios.
— ¿Y tú?... ¿qué tal estuvo tu día?
Preguntó con cierto deje de autosuficiencia, sabiendo que su pareja estaba más que prendado a sus encantos.
Con la diestra acariciaba sutilmente la nuca del mayor, percibiendo entonces el ligero cambio en el agarre del susodicho, siendo ahora más posesivo... más autoritario.
— Nada en especial. También tuve una reunión y justo a acaba de terminar.
Respondió el pelinegro luego de una pausa.
Mientras hablaban sus labios se rozaban con el aliento y hormigueaban por el deseo, mas no se dejaban sucumbir a la tentación del otro. Todavía, el mayor ya había tomado partido de la situación, guiando sus pasos inconscientemente hasta dejarle arrinconado contra una pared.
Tan pronto sintió el muro a sus espaldas, soltó un jadeo y, sólo entonces, un acalorado Yunho reclamó sus labios en un beso voraz, tan húmedo y divino... pero tan corto a la vez. Apenas estaba acostumbrándose a la bravura de la boca ajena cuando el pelinegro se apartó súbitamente presionando sus labios contra la longitud de su cuello.
De pronto el susodicho volvió sobre sus pasos con nuevos besos y succiones, tomando el dulce desvío hasta el lóbulo de su oreja, haciendo que se estremeciera y aferrase con los puños a la camisa ajena.
— Por qué será que cada vez que me hablas de tu trabajo o llegas de este me dan ganas de comerte...
Inquirió el mayor en tono seductor.
A sabiendas que esa no era una pregunta real, se limitó a corresponder vagamente los mimos, tras alzar una de sus piernas y envolverla como pudo en la cintura adversa.
— ¿Hm?, ¿no hay respuesta de mi princesa?... entonces supongo me tendré que quedar con la duda de por qué me pareces tan perfecto, tan hermoso, tan...
A medida que Yunho hablaba las palabras se iban evaporando junto a su juicio condensándose tímidamente en sus gafas mientras el susodicho bajaba por su cuerpo, recorriéndole la figura con sus curiosos dedos hasta caer de rodillas al suelo.
Pero así de desaforado, su mente supo traicionarlo al ligar sus más frenéticas fantasías con la realidad que ante sus ojos veía. Un Yunho de rodillas, susurrando palabras en medio de besos plantados estratégicamente en sus manos para suavizarlo. Un Yunho de rodillas con una sonrisa, llamando a su nombre para despertar su atención. Un Yunho de rodillas admirándolo con devoción. Un Yunho de rodillas...
— Y-yunho, n-no... ¡no espera!
Chilló sintiendo los latidos del corazón en la garganta.
Entre preocupado y agitado por tan desaforada reacción de parte de su amante, el aludido se incorporó tomando del rostro al menor, viéndolo a los ojos, llamándolo para calmarlo.
— ¿Mingi?, Mingi... ¿qué pasó?
Cuestionó el mayor aún sin entender la situación.
Le costó un poco volver en sí, sin embargo, tan pronto recobró los estribos se dio cuenta de su error. Con la cara roja se maldijo mil veces aquel estúpido desliz y cerró los ojos con fuerza al tiempo que se mordía la lengua.
«Pero hay que ver que tú si eres imbécil... ¿¡De verdad pensaste que te iba a pedir matrimonio!?, no marico... ya paraste a loco.»
Se reprochó a sí mismo mientras Yunho continuaba aguardando por una explicación.
— Y-yo-... lo siento, es que no quería-... es que no me he bañado.
Tartamudeó hasta dar con una respuesta certera.
El pelinegro le miró extrañado, casi con un signo de interrogación plasmado perfectamente en sus facciones, todavía, fue cuidadoso al interrogarlo.
— ¿Sólo eso?... estás-... ¿estás seguro de que no te incomodó otra cosa, algo de lo que hice?
Averiguó con cierto recelo, manteniendo además cierta distancia para no atosigarlo.
Se apresuró a negar con la cabeza, obsequiándole una sonrisa antes de atraerlo a la posición de antes; sólo entonces Yunho se la pensó antes de cerrar sus brazos en su cintura.
— ¿Y si tomamos una ducha juntos?, anda Yuyu...
Intentó convencerlo, endulzando su petición con besos que de a poco fueron derrumbando las defensas del pelinegro.
Si bien le sintió vacilante, al final logró persuadir a su amado para que le siguiera hasta el cuarto de baño donde se las ensañó para hacer que el otro olvidase su alarmante desacierto.
Pese a las ternuras compartidas durante un rato ameno en compañía de su pareja entre las burbujas de su jabón preferido, una pregunta siguió presionando en la parte de atrás de su cabeza, algo inquietante que más tarde tuvo que pensarse a profundidad: «¿Por qué había reaccionado de esa manera?»
Pensó quizá fue por la sorpresa, aunque más tarde intentó convencerse de que claramente no quería que el pelinegro se adelantara cuando él ya hasta había comprado un anillo para ofrendar al susodicho. Cualquiera fuera la explicación en ningún momento se atrevió a pensar que tal vez... despreciando a sus ansias arrejuntadas, no estaba listo para hacer o aceptar una proposición.
˚
Tras aquella tarde, siendo partícipe de su extraño comportamiento, su adorado pelinegro empezó a juzgarlo más de lo normal. No es como si el susodicho viniera con interrogantes demás, todavía a querer sonsacarlo para escupir la verdad. Tampoco sentía mayor presión al estar bajo la lumbre de los ojos de su pareja, tan sólo intuía que el otro estaba pendiente de cada paso que daba, porque conociéndose desde la infancia Yunho más temprano que tarde adivinaría la presencia de asuntos escondidos.
La pregunta era dónde, cómo y mejor aún... por qué. O al menos esas eran las preguntas que imaginó exaltaban en el recién despertar de su adoración.
Para su fortuna Yunho nunca fue ni sería de esos que registraban las cosas ajenas; el pelinegro apenas y rebuscaba una que otra cosilla entre los cajones de su propio neceser. Demasiado perezoso como para gastar su tiempo en vez de preguntar por el paradero exacto de un objeto. Pese a ello, advertía las ganas del susodicho de ponerse a buscar el algo que, ciertamente no lo tenía en claro, pero era esa cosa que ahora sabía sin forma, pero con vida en la pensamiento ajeno... aquello que le ponía a sudar en frío cada que el otro revolvía los abrigos.
Aunque hubiese más puntos a su favor, desde del día que compró el anillo, la joya seguía guardada estratégicamente en el lugar de siempre. Ni siquiera había ido de fisgón a ver si la susodicha continuaba allí; sólo pensar que al sacarla pudiera salir Yunho de la nada y atraparlo (muy literalmente) con las manos en la masa, le traía descolocado. Todavía, con esa nueva piedra en el morral contar los días se le hacía vago e irracional.
El fin de año estaba aproximándose a gran velocidad y él, que se creía un auto más a la última vuelta de esa carrera, pensaba que antes de siquiera estar cerca a la meta, con único movimiento en falso, su carro se estrellaría contra el barandal.
Se acomodó las gafas y como de costumbre suspiró, largando en ese soplo toda la pena que de momento le ensombreció. Llevaba un par de horas en la oficina tratando de descifrar cómo acabaría con el encargo de un cliente para nada fácil de tratar, todavía, ya no hallaba a cuál de todas sus neuronas exprimirle una gota de creatividad.
— Maldición... tengo que terminar esta vaina sí o sí.
Murmuró por lo bajo al tiempo que echaba un vistazo a los escritorios vacíos de sus colegas; era hora del descanso y él seguía allí clavado.
Intentó concentrarse una vez más al repasar las especificaciones del artículo, descartando las nimiedades para atacar lo imperativo, sin embargo, a mitad de camino su cerebro le traicionó al pensar en Yunho y la cuerda vicisitudes ligada a este.
Soltó un gruñido de frustración y cerró los ojos, tratando de no ahondar en la misma retahíla de conjeturas antes de embargarse en lo que rezaba la pantalla.
Si bien no era un versado para el puesto que le competía, tampoco podía llamarse una desgracia. Al contrario, en la práctica había encontrado gusto y facilidad para manejar sus labores e imponerse como profesional, mas, esos últimos días su trabajo como editor le estaba costando más de lo normal.
Se encontraba tan perdido que incluso pensó en pedir ayuda a sus compañeros, pero de qué manera procedía a ello, resultaba absurda la sola idea de dar a entender que estaba en aprietos, si desde su primer día de trabajo no necesitó el socorro de nadie, si acaso un par de instrucciones. No creía prudente caer tan bajo, en vez, debía demostrar que valía lo suficiente para conservar su puesto y quizá aplicar por un ascenso.
«Así es Mingi, tienes que echarle ganas no hay de otra. Vamos que si se puede.»
Se alentó al tiempo que sus dedos volaban por el teclado de la computadora, escribiendo una idea tras otra; tan absorto quedó a expensas de su despertar creativo que al sentir una mano sobre su hombro pegó un auténtico grito de horror.
— ¡Tranquilo Mingi, soy yo, Keonhee!... No te espantes.
Comentó el muchacho entre risillas.
Con una mano en el pecho giró en su silla para ver al susodicho aquel gesto socarrón inequívoco de su persona. El carajo era un pelo más bajo que él, pero su cuerpo se presentaba incluso más esbelto que el suyo, casi rozando la sublime elegancia, aunque de eso último el muchacho realmente no tuviese nada.
— ¿Por qué no has salido?, si sabes que puedes terminar esa vaina después, ¿verdad?
Inquirió el de castaña y lisa cabellera al apuntar a su artículo sin terminar.
— No, no... el jefe dijo que tenía que estar listo para hoy y-...
— ¿Oh?... creo que no escuchaste hace un rato cuando regresó y dijo que todos los trabajos podían ser entregados más tardar el viernes.
Interrumpió el joven en tono burlesco.
Tardó un poco en procesar lo que su colega le dijo, mas, al internalizar aquello no hizo más que desparramarse en su silla, agradecido con el de arriba que tendría tres días más para sortear aquel mandado infernal.
Su acción debió interpretarse como una invitación, porque en un chasquido Keonhee tomó asiento a su lado, ocupando la silla de otro compañero para así arrimarse a su espacio de trabajo.
— ¿Qué es lo que te tiene tan distraído últimamente, Hyung?
Cuestionó el pilluelo tras apoyar el codo en la mesa posando el mentón en la zurda.
Sabía que Keonhee carecía de escrúpulos, que el menor era en extremo curioso y más de una vez le habían llamado la atención por meter las narices en asuntos que no eran de su incumbencia. Al menor se lo pintaban cual diablillo con ademanes excéntricos y un extraño humor negro.
Quizá no creyera en pusilánimes alegaciones que solían crearse en una oficina cualquiera; encontrarse una cotilla era demasiado común en el mundo empresarial y lo único que le importaba a él de ello era no ser el lienzo de cuchicheos. Atendiendo a ello y, debido al poco tiempo que llevaba allí, no se había tomado el tiempo para conocer a fondo, más aún desmentir los chismes relativos a Keonhee, sin embargo, aquel modo que tuvo el menor de aproximarse hacia él y preguntar por su estado le resultó inofensivo.
Claro que todavía tenía sus reservas, después de todo, no era el más conversador fuera de su círculo social, aun así... que alguien estuviese buscando entablar una conversación con él se le antojó... agradable.
Tuviera o no Keonhee motivos ulteriores para con él, resolvió desahogarse con la esperanza de que el menor pudiera obrar en pro de erradicar el disgusto en su semblante.
— Pues... estoy indeciso de hacer algo.
Inició a tientas, sin saber cómo proceder.
— ¿Y ese algo qué sería?, ¿robar un banco?, ¿declarártele a alguien?
Cuestionó un intrigado Keonhee viendo a sus ojos con auténtico interés.
— Cómo-... ¿cómo coño saltas de robar un banco a una declaración de amor?
Expresó sin entender realmente lo que pasaba por la cabeza del menor.
El susodicho sólo se encogió de hombros para luego acomodarse en su silla, girando en esta como si le diera tiempo a preparar una mejor respuesta.
— Yo-... bueno, la verdad es que, sí tiene que ver con una declaración, más bien una proposición.
Reiteró al final, pillando al instante la atención del castaño, quien a media vuelta retornó a su lado.
— ¿Planeas proponerle matrimonio a alguien?
Preguntó Keonhee al invadir deliberadamente su espacio personal.
A los efectos de tan incómoda acción, sólo pudo asentir mientras se recogía cohibido en su silla y el otro daba un chillido de emoción.
— ¡Eso es increíble, Hyung!, ah... sabía que eras de ese tipo de hombres que aún creen en el matrimonio. — suspiró un risueño Keonhee. — Y dime, ¿quién es el afortunado?...
Finalizó el aludido colocando ambas manos sobre la mesa.
— Ya va, ¿cómo sabes que es un hombre?
Indagó curioso al oír la manera como fue formulada la pregunta. Al escucharlo el menor escondió una risilla tras su mano.
— Mingi Hyung, por Dios... no es por ofender, pero se te nota demasiado que no andas con una mujer.
Comentó un soberbio Keonhee al tiempo que se gastaba un ademán bastante amanerado a su parecer.
Lejos de sentirse ofendido, la sentencia pintó un lindo rubor en sus pómulos, detalle que no pasó desapercibido al menor. Todavía, ninguno mostró interés de continuar por esa vertiente de la conversación.
— Hm, sí... bueno, desde haces unas semanas que estoy pensando en proponérselo a mi novio. Incluso compré el anillo, pero por alguna razón siento que aún no estoy... ¿listo?
Dijo un tanto dubitativo mientras se pasaba la mano por la nuca.
Entonces Keonhee, haciendo caso omiso a sus palabras, estalló causando una pequeña conmoción en su interior.
— ¿¡Ya tienes el anillo!?, ¿¡puedo verlo!?
Exclamó el muchacho con verdadero entusiasmo.
Aunque extrañado por al súbita consulta, asintió con la cabeza y buscó en el bolsillo de su gabardina la bendita cajita. No se atrevió ese día a dejarla en el apartamento, no con los ojos de halcón de Yunho escudriñando cada partecita de su hogar.
Con la caja en la mano, la abrió delicadamente revelando la joya ante el menor, quien no contuvo su arrebato al conferirle el grado de su emoción.
— Oh, es tan hermoso, Hyung. No conozco a tu novio, pero sé que le va a encantar.
Declaró Keonhee muy seguro de lo que decía.
— Espero que sea así, pero de verdad no tengo idea de cómo se lo voy a dar... la propuesta, digo... antes de comprar el anillo estaba muy decidido, pero ahora no tengo idea qué tengo que hacer.
Confesó mientras contemplaba la inocente joya reposar entre dos almohadillas blancas; aún no podía sacarse de la cabeza que luciría mejor estando en el anular de su amor.
Suspiró largo y tendido tras cerrar la caja y devolverla a su sitio. Para cuando alzó la mirada Keonhee volvía a verlo con esa expresión picarona y a la vez risueña que tanto le caracterizaba. A la salvedad, pensó entonces que en su vida pasada el menor debió ser un gato, porque no había motivo ni manera para creer lo contrario.
— Yah, sabes Hyung... esto me recuerda a cuando mis novios me pidieron estar con ellos.
Comentó Keonhee al mirar hacia la ventana.
Ni bien escuchó al mayor sus ojos se abrieron de par en par, estrechando sus asiáticas facciones hasta doler.
— Disculpa, creo que escuché mal... acaso dijiste-..., ¿dijiste novios?... cómo, ¿en plural?
Cuestionó sintiendo la garanta seca.
El menor de inmediato sonrió y asintió antes de pillar su expresión; debió ser todo un poema, pues el otro no paró de reír por al menos un minuto.
— Lo siento, lo siento. Es sólo que siempre me da risa la cara que pone la gente cuando les digo eso, pero sí... en plural, novios.
Aclaró un muy confiado Keonhee, alzando el pecho mientras mostraba una simpática sonrisa con retenedores.
Aún acoplándose a la idea, intentó pintar aquel panorama en su mente donde en vez de uno, eran dos los que cuidaban del susodicho. Empezando a conocerlo, la cuestión más temprano que tarde no le pareció tan curiosa, todavía, no creyó posible hasta ese día el conocer a una persona (alguien menor que él) que tuviese el brío de esta en una relación poliamorosa.
Había que tener guáramo para terminar en semejante cosa; él ni en sueños compartiría a Yunho con un tercero, de vaina y lo compartía con sus amigos.
— Quién soy yo para juzgar, si eres feliz así...
Murmuró para luego reír con cierta incredulidad.
— Si bueno, sé que esto no es para todos, pero a lo que iba con ello es que mis novios me dijeron que antes de proponérmelo, estuvieron mucho tiempo tratando de... cómo se dice... — hizo una pausa para hallar las palabras adecuadas y, tras un adorable gesto continuar. — ¡Ah!, estuvieron buscando la mejor forma de decímelo porque lo querían hacer especial.
Explicó el muchacho con alas de ilusión, como si estuviese recordando aquel mágico momento.
— Creo que eso es lo que te tiene aguantado ahorita, Hyung. Que quieres hacer algo especial, pero aún no te decides por nada.
Concluyó Keonhee al tenderle una mirada comprensiva.
Razón tenía el muchacho con lo que decía, siendo honesto consigo, había pensado un par de veces los posibles escenarios que tenía a disposición inmediata para con Yunho hacer una propuesta adecuada. Sin embargo, muchas de sus ideas resultaban insulsas, otras demasiado cliché y el resto le parecían tan ordinarias que no tardó en olvidarlas.
De momento la idea que más le robaba el aliento era proponérselo a Yunho en la playa o el parque, al filo del atardecer, justo al instante en que se escucha el último silbido del sol... cuando pareciera que los ojos de Yunho se colmaran de amor. Esa imagen la tenía tan clara, la de un Yunho salpicado en rosado y naranja, tan cálido, risueño... como las sonrisas que se gastaba a esa hora exacta al tomar de su mano, robarle un beso, tenderle una caricia o sostenerlo tan cerquita como para hacerse uno con el rozagante cielo.
Soñaba con arrodillarse ante el pelinegro mientras su boca acorazonada sonreía y aquellos remolinos achocolatados lo contemplaban cual caballero honrado. Quería ese día usar sus mejores galas, quizá arreglar el camino con girasoles, que al fondo se escuchase una balada romántica; como esas que Yunho adoraba. La intrincada escena constaba de tantos detalles, cada uno seleccionado minuciosamente para garantizar el que su amado sintiera de lleno el empuje de su amor, incluso antes de la proposición.
Quería hacer de ese el momento más precioso para ambos, otra vivencia única que pudieran conmemorar... Pero qué tan onírica era su percepción de aquella moción.
Cerró los ojos mientras soltaba una pesada exhalación, entonces, sintió nuevamente el peso de una mano en su hombro. Sabiendo de quién se trataba se tomó un momento para abrir los ojos antes de corresponder a su compañero.
— No te sulfures pensando por algo así, Hyung. Cuando Youngjo y Hwanwoong Hyung me lo propusieron todo fue espontáneo. Estábamos almorzando y la oportunidad sólo se dio.
Contó el menor con simpleza, aunque podía notar en la forma como este sonreía lo feliz que le hacía compartir esa vivencia.
— Sé que para muchos podrá ser medio insulso, pero yo creo que todo depende de la persona. O sea, ellos sabían que no necesitaban sorprenderme con obsequios o arreglos, porque a fin de cuentas lo que importa es la intención que le pongas a la pregunta, ¿no?
Inquirió su compañero al propinarle otra de sus sonrisas felinas.
Quiso responder al menor, agradecerle, aunque fuera por esclarecer su mente, sin embargo, tan pronto abrió la boca sus otros colegas aparecieron retornando uno a uno a sus puestos; sólo alcanzó a murmurar un leve «Gracias.» que Keonhee contestó dándole un par de palmadas en la espalda.
Con sus pensamientos más organizados, no le costó tanto volver a su atención al trabajo, aún así, su mente de vez en cuando divagaba en concordancia al eco de las últimas palabras del menor: «... Lo importante es la intención que le pongas a la pregunta, ¿no?»
En efecto, todo cuanto pudiera pensar para engrandecer la propuesta era un aditivo insustancial; las flores, la música, el lugar... qué importaba eso cuando mostrarse el anillo y revelase su anhelos al viento.
Despegó sus ojos de la pantalla para ver hacia el poniente, pillando la cercanía de este para con el sol. Pese a ser invierno la tarde estaba despejada, así como la calle a los pies de su oficina; según su criterio, era entonces un día así ideal para hablar y sellar compromisos como ese.
Regresó la mirada al monitor donde la barra continuaba titilando a mitad de una oración incompleta. Qué estaría haciendo Yunho a esa hora mientras él luchaba por concentrarse en tan ardua tarea, ¿estaría pensando en él?, ¿estaría viendo al cielo como él?...
Sin ánimos de trabajar permitió que su mente lo transportara al inicio de todo; al recuerdo más memorable de todos...
«Seguía esperando acurrucado en una esquina a que su mamá fuera por él. Se estaba haciendo tarde, pero las maestras continuaban revoloteando de un lado a otro, llevando a sus compañeros de la mano hasta la entrada del preescolar.
Ese era su primer día allí, no conocía nadie y ni un solo niño había tenido el decoro de ir a presentarse, siquiera ofrecerle unirse al grupo.
Aún recordaba las palabras que le había dicho su madre antes de dejarlo esa mañana al cuido de su nueva maestra: «Mingi, hijo... no tengas miedo, ya vas a ver que te divertirás en tu nueva escuela. Prométele a mami que te portarás bien, ¿sí?... vendré por ti a las cinco.»
De momento sabía que había cumplido con su promesa, pero qué pasaba con su madre que no atendía igual a la suya. No sabía si ya eran las cinco, tampoco quería preguntar a la maestra que aún le seguía pareciendo intimidante, mas, al seguir corriendo los minutos comenzó a impacientarse.
No quería llorar, aunque la soledad lo embargase. Quería, mejor dicho, debía ser un niño grande, demostrarle a su mamá que podía con eso y más, pero... ¿podría?
Se mordió los labios para impedir que un sollozo se le escapase al tiempo que se abrazaba a sus piernas, acercándolas a su pecho. Creó así una barrera donde pudo enterrar la cabeza, pese a esto, ni bien completó su acción sintió una mano sobre su hombro haciendo que se moviese alarmado en busca de aquella persona que le había importunado. Pensó que podría ser la maestra, mas, lo único que encontró fue a un niño de cabellos negros agachado a su lado.
— Perdón, es que te vi solito y quería saber si estabas bien.
Escuchó decir en aquel tono infantil, tan similar y simpático como ningún otro.
Alumbrado por la presencia del otro niño, se removió inquieto en su lugar reacio a la idea de responderle. El pelinegro entonces formó un puchero con sus labios, pero no se rindió ante su timidez.
— Mi nombre es Yunho, ¿cuál es el tuyo?
Intentó el pelinegro con aquel carisma tan marcado que hasta su corazón se vio afectado. Era ello, o el simple hecho de que el atardecer que se posaba a la lejanía del jardín parecía más hermoso a los ojos pardos del otro.
Prendado por el rosado de esos mofletes regordetes ni siquiera se percató de cuando empezó a enredar sus dedos en su camisa, nervioso, cohibido incluso por ver algo tan bonito como la sonrisa acorazonada de aquel que esperaba pacientemente a escuchar su voz.
— M-mingi...
Susurró con cierto temor, las vocales sintiéndose más pesadas de lo normal, a pesar de tratarse de una palabra conocida.
— ¡Qué nombre tan bonito!
Exclamó Yunho aún agachado a su altura, con las manitas sobre sus pequeñas rodillas y el crepúsculo ardiendo en sus pupilas.
Frunció los labios, sintiéndose abrumado por la efusividad del pelinegro, mas, bastó con que este riera para contagiarse con su energía y bajar un poco la guardia.
— Oye, Mingi... ¿quieres que seamos amigos?
Preguntó el niño tomándolo por sorpresa.
A punto de dar su respuesta, escuchó su nombre en la voz de la maestra y al mirar en la dirección que provenía su voz encontró a su mamá. De inmediato se levantó para correr hasta ella aferrándose a las azas de su mochila, todavía, al recordar al pelinegro volvió al lugar donde encontró a un cabizbajo Yunho.
— S-sí quiero ser tu amigo, Yunho.
Declaró con seguridad, pintando una sonrisa en los labios del pelinegro.
Quiso quedarse allí y decirle algo más, sin embargo, al escuchar otra vez su nombre corrió de nuevo no sin antes exclamar un — ¡Nos vemos mañana! — al tiempo que agitaba su mano, viendo a Yunho corresponder a su saludo.»
Sonrió tan pronto rememoró aquel hermoso primer encuentro con su amor, tan casto y vivaz como cualquier otra memoria que guardaba junto a Yunho; como cualquier otro recuerdo inocente que dos infantes pudieran crear. En aquel entonces no tenía ni edad ni tamaño ni léxico necesario para entablar conversación alguna sobre el amor y las ternuras, aun así, el mayor le había prendado en una sola mirada. Un segundo y un solo gesto aniñado para con él robarle el corazón justo al atardecer...
Allí radicaba la importancia de esos minutos de inmolación astral, porque cada que veía el naranjo rosado vibrando en esos ojos, en esos pómulos, en esa boquita de corazón se sentía sofocado ante la magnitud de su devoción; atrapado estaba bajo ese conjuro que juraría podría volver a enamorarlo todos los días de ser siquiera necesario.
Recordar aquello le llevó a pensar en cuán espontáneas eran las demostraciones de afecto del pelinegro desde el primer momento. Sin importar la ocasión, Yunho conseguía a razón de su elocuencia enamorarlo hasta la médula. Lo sabía y lo afirmaba, porque si fuera de otra forma jamás habría aceptado ser su amigo, incluso ser su novio con aquellas ingenuas, pero bienaventuradas preguntas.
«Keonhee tenía razón...»
Fue todo lo que pensó antes de echar un último vistazo al atardecer.
Dejando de lado sus anhelos procuró centrarse las últimas dos horas de su jornada en adelantar todo lo que fuera posible. Ya al terminar comprobó que esos minutos de reflexión fueron todo lo que requirió para esforzarse en su labor.
Terminado su trabajo, guardó los documentos, organizó su escritorio, recogió sus pertenencias y se despidió de sus colegas para ir hasta la entrada del edificio. Todavía era temprano como para que Yunho hubiese salido del trabajo; sin embargo, una vez fuera del edificio decidió probar suerte a ver si se encontraba con el pelinegro a mitad de camino.
Con el teléfono en la mano, marcó el número del mayor, llevándolo a la altura de su oreja esperando a que contestara el mayor; sólo repicó dos veces antes de que este le dejase escuchar su voz.
— Aló, ¿hablo con la persona más bella del mundo?
Cuestionó Yunho al otro lado de la línea.
Ante tal cursilería arrugó la nariz.
— Yah... no sé si la persona más bella del mundo, pero igual quería saber dónde estabas. Acabo de salir del trabajo y pensé que podíamos volver juntos a casa.
Habló conta la bocina del teléfono, viendo como sus palabras se volvían tangibles al frío que hacía; la sensación térmica era tan helada como para que pensase en ir de regreso a la oficina.
— Ah tú ves, yo ya me adelanté a eso, bebé. Mira a tu izquierda que te tengo una sorpresa.
Solicitó un alegre pelinegro.
Al instante obedeció a la orden, girando sobre sus talones con una mano en el bolsillo y la otra aún sosteniendo el dispositivo contra su mejilla. Tan pronto se dio la vuelta lo primero que vio fue al pelinegro dentro de un auto que identificó como el de sus viejos; lo más curioso fue ver a su novio en el asiento del conductor y ni rastro de sus padres.
Confundido, caminó hacia el vehículo sin despegar la mirada del mayor, cuya risa aún podía escuchar al otro lado de la línea. Una vez allí, el pelinegro bajó la ventanilla del auto y colgó la llamada para hablarle de frente.
— ¡Yah!, qué es todo esto, ¿y mis padres dónde están?
Cuestionó al adelantarse a cualquier explicación.
— Esa es la sorpresa, mi vida. Tu papá me acompañó hoy a mi examen de conducir y... ¡aprobé!, ¡ya tengo mi licencia!
Exclamó un muy eufórico Yunho tras quitar el seguro de la puerta, instándole a entrar y para resguardarse del frío junto a él.
Sin pesarlo dos veces, alebrestado por la gran noticia guardó el teléfono en su gabardina para luego acomodarse en el auto, cerrando la puerta aún sin apartar sus ojos de un sonriente pelinegro.
— Yuyu estoy muy feliz por ti, pero todavía no entiendo qué hacemos en el carro de mi papá.
Comentó algo confundido, pero agradecido de no tener que caminar con ese frío.
— Esa es la otra parte de la sorpresa, vida. Tu papá me dejó tener el carro por esta noche para que fuéramos a celebrar. — apuntó el susodicho con un esbozo imperturbable. — Ahora, ¿dónde está mi beso?
Cuestionó este en un tono entre infantil y demandante que se le antojó de lo más adorable.
Contagiado por el júbilo de su pareja no tardó en tomarlo por las mejillas y plantarle el beso que ambos deseaban.
— Felicitaciones, Yuyu... ahora serás el chofer oficial de la familia Song.
Bromeó al tiempo que sembraba nuevos besos entre las pausas de esa oración.
Yunho entonces se apoyó en su frente antes de cubrirle las manos para calentárselas mientras reía; su tibio aliento continuaba rozando sus belfos y él se dejaba encantado, pese a la incómoda posición en la que se hallaban ambos dentro del auto.
— Sabía que me saldrías con esa y... tienes razón. La condición que me dio tu papá para poder llevarme el auto fue que primero pasara por unas cosas a la tienda.
Explicó el pelinegro mientras sobaba sus manos contra las suyas.
— Eso y me hizo jurarle que no íbamos a coger dentro ni fuera o cerca del carro.
Agregó su novio un tanto abochornado.
A los efectos de tal disposición, enrojeció hasta las orejas e intentó cubrirse, mas, su novio se lo impidió entre nuevos besos, que más tarde se transformaron en risas compartidas.
— Me causó gracia que dijera eso, teniendo en cuenta que de carajitos lo hicimos en el carro de tu mamá.
Le recordó el mayor viendo a sus ojos al tiempo que se mordía los labios en una mueca que acentuaba su picardía natural.
— Dios mío... se me había olvidado esa vaina. Fue esa vez que andábamos super calientes porque la noche anterior estuvimos de graciositos a ver quién aguantaba más.
Habló a medida que recordaba aquella tarde tan desastrosa como si de los recuerdos de un oficial retirado se tratase.
— Ajá, luego tu mamá nos llevó a hacer diligencias con ella y lo hicimos en el auto porque el estacionamiento donde aparcó estaba vacío.
Completó el pelinegro largando un suspiro tras acomodarse en el espaldar de su asiento.
— Ese día fue... interesante. Pero qué va... ni tú ni yo podemos hacerlo aquí, ahí muy poco espacio.
Dijo tras imitar a su amor, viendo por el parabrisas la gente que paseaba por las calles.
— Opino que para una vez está bien, pero para algo uno compra un colchón y un somier, ¿no, bebé?
Cuestionó el mayor antes de inclinarse hacia sí, propinando un sonoro beso a su mejilla.
— Ahora, abróchate el cinturón que voy a ir a llevarte a cenar al lugar más elegante de la ciudad.
Afirmó el pelinegro; ni bien completó la orden el susodicho ya tenía el auto en marcha.
No esperaba menos de su pareja estando este al volante; Yunho manejaba tan sabroso y suave como para echarse un siesta en el auto. No obstante, se mantuvo despierto para disfrutar del paisaje de la ciudad y de la serena voz de su amante mientras hablaban de cualquier trivialidad.
El ambiente dentro de auto le confirió tanto agrado que de un momento a otro se olvidó de a dónde iban, tampoco es como si hubiese tenido mayores expectativas, más bien, cuando el pelinegro giró a la esquina del autoservicio del McDonald's sintió que había coronado a escoger una pareja de gustos tan humildes como el mayor. A fin de cuentas, los restaurantes lujosos no eran lo suyo de todos modos, eso sin mencionar que las comidas costosas no le causaban tanto agrado como los refritos industriales de aquel ordinario establecimiento.
— Hm... me encanta el concepto que tienes de elegancia, Yuyu.
Comentó sin una pizca sarcasmo en su voz.
Seguían ambos acurrucados en el auto, comiendo de las papas fritas del otro con el sonido de la radio de fondo.
— Si bueno, dicen que los ingenieros siempre sabemos cómo ganarnos el corazón de otro.
Respondió el pelinegro antes de llevarse un nugget de pollo a la boca.
Negó al sentir la falta de modestia en las palabras ajenas, aunque ya estaba más que acostumbrado a oír comentarios así.
— ¿Y bien?... estás muy callado, ¿te pasó algo en el trabajo?
Preguntó su novio, luciendo algo inquieto ante su retraimiento.
Al escucharle lo primero que hizo fue bajar la mirada al vaso de helado que continuaba apenas intacto, derritiéndose al calor de sus palmas y el asiento calefaccionado del auto. Pese a despreciar el auténtico porqué de su comportamiento, resultaba difícil para él ignorar la extraña mezcolanza de sentimientos que apretaba su estómago.
Rebuscando en su interior, sabía de ante mano que su aflicción tenía que ver con la conversación que había tenido con Keonhee en la oficina. Todavía, le irritaba que algo como ello pudiera seguir afectándolo, quería mostrarse feliz ante Yunho, celebrar la pequeña hazaña del pelinegro como era debido, bañarlo en elogios, pero cada que lo miraba sentía unas inmensas ganas de echarse a llorar.
— Mingi... ¿mi amor?... oye, ¿de verdad estás bien?
Insistió el mayor tras dejar la comida de lado.
Decidido a cambiar su humor, despegó la mirada de sus manos y volcó su atención en el mortificado rostro de su amor.
— No pasó nada, Yuyu. Es que estoy un poco cansado.
Murmuró aquella respuesta parcialmente honesta, esperando con ello aminorar las ansias de ambos.
Yunho se mostró un tanto desconfiado, mas, no lo presionó para hablar; cosa que agradeció. Sin ánimos de estropear la noche, buscó hacer tema de conversación para con su novio obrar en un momento tranquilo. Incluso se atrevió a comer más de su helado mientras el otro seguía devorando todo a su paso.
Contrario a su negativa percepción, logró domar sus inseguridades lo suficiente como para deshacerse de las ataduras y así pasar un rato ameno junto a su pelinegro; todo marchaba fenomenal hasta que reajustó su posición en el asiento para estar de cara a Yunho.
Entonces lo sintió... la cajita de terciopelo azul hincando más fuerte que nunca en su costado. De pronto, las ganas que venía arrejuntando entre risas y tonterías se desvanecieron al ascenso de un nudo, un tumulto de nervios que puso a su núcleo en desenfreno.
Vio entonces a Yunho, quien ignorante al cambio, continuó contando alguna anécdota sobre Yoora, algo sobre un viaje que alcanzó no a entender del todo, dado el revuelo dentro de su ser. Sus sentidos de a poco lo fueron abandonando, haciéndose sordo, con las papilas dormidas y el olfato ajeno al olor de Yunho y de la comida grasienta. Oh, pero sus ojos... esos seguían más alerta que nunca, embelesados con la juventud que irradiaba el pelinegro. Mientras que su tacto, hipersensible, rogaba por deleitarse con la tersa la piel ajena.
Cada puntada que daba la caja en su costado se hacía, a complacencia de su alma, una razón para amar al muchacho que tenía en frente.
Veía el amago que hacían los dedos grasosos, sin encontrar repugnante que este los chupase en vez de ocupar una servilleta para limpiarse. Admiraba el que este no se acomplejara al no tragar antes de hablar, o siguiera haciéndolo al masticar. Hasta glorificaba la desarreglada apariencia de su pareja, porque hallaba hermosa la forma como esas desgastadas prendas se abrazaban al susodicho... porque eso era Yunho en ese preciso instante y fuera ese o cualquier otro, fuera más elegante, mejor vestido, más faustoso, más magnífico... seguía siendo Yunho; la razón por la cual deseaba despojarse de toda libertad.
— ¿Puedes creerlo?... de verdad no entiendo cómo carajo Yoora se mete en esos betas, mucho menos cómo logra salirse.
Comentó un distraído pelinegro al tiempo que limpiaba la grasa de los dedos con una servilleta.
— Sí, de verdad que yo tampoco entiendo.
Respondió en automático, asintiendo, aunque el mayor no estuviera viendo.
— Deja que busque una foto para que veas cómo quedó su apartamento después de la vaina.
Anunció su novio tras encontrar su teléfono y centrarse en dicha labor.
Mientras pasaba el encantamiento, giró su mirada a la ventanilla para ver hacia el estacionamiento. No había nada que destacar, el lugar estaba prácticamente vacío y, a juzgar por el aspecto de las calles probablemente la temperatura había descendido.
Esa noche era como cualquier otra durante el invierno en Seúl, todavía, las pequeñeces hacían de ella algo memorable, o eso creyó tras escuchar a su corazón. De nueva cuenta las palabras de Keonhee volvieron hacer eco en su cabeza y la cajita, más insistente, volvía a hundirse entre sus costillas.
«¿Será este el momento? ...»
Pensó para sus adentros, viendo como el pelinegro parecía concentrado en revisar algunos mensajes en su teléfono; la tarea de buscar la dichosa foto tan olvidada como el helado a medio comer entre sus manos.
Indeciso y con un picor tan intenso en los dedos, dejó el helado en el posavasos y hurgó en el bolsillo de su gabardina hasta encontrar la fastidiosa cajita; el terciopelo pareció arder al tacto, tan caliente como percibió su propio rostro. Siguió mirando a su pareja de soslayo, advirtiendo cualquier movimiento mientras retraía aquel objeto de su bolsillo de la manera más discreta posible.
Tras completar exitosamente la acción agradeció que sus manos fueran grandes, porque sólo así pudo esconder la caja de los ojos que le vieron por una milésima de segundo.
— Lo siento, bebé. Es que tuve que contestar unos mensajes, pero ya te muestro la cuestión.
Aclaró el mayor entre apenado y divertido; como si acabase de hacer una travesura.
Pero más travieso era él al ocultarle en sus narices algo tan importante como un anillo de compromiso. Se mordió los labios al reparar en ello, sintiendo las palmas sudorosas apretar el terciopelo.
— Tranquilo, Yuyu... tómate tu tiempo.
Murmuró con tranquilidad, intentando no levantar sospechas.
«Bueno, ¡es ahora o nunca Mingi!... ¡hazlo, tú puedes!»
Se alentó al tiempo que tomaba coraje en una elaborada inhalación.
En completa calma, consiguió abrir la caja y extraer el anillo de esta, dejando la joya danzar entre el claustro que ahora hacían sus largos dedos mientras pensaba en una forma, una manera espontánea, pero agraciada de mostrárselo a su pareja.
No podía ponerse de rodillas en el auto, tampoco quería salir del vehículo arriesgándose a quedar como un inepto una vez el frío le congelara las ideas, peor aún, que en medio de todo la sortija se le escapara y terminase perdiéndola. Eran muchos los riegos y pocas las oportunidades, pero ya tenía todo a su disposición: un ambiente controlado, el fondo musical, un anillo, la intención, las palabras en la boca y más importante que nada... a un sonriente e inadvertido Yunho esperando su proposición.
Sintiendo el corazón en la garganta exploró una vez más en el auto en busca de un algo que encontró ni bien puso los ojos en el objeto más insulso de todos.
Fue así como, decidido, pasó saliva por su garganta antes de extender su diestra hasta el vaso de Yunho, dejando que la sortija se deslizara limpiamente por la pajilla que lo atravesaba.
Viéndolo allí a la escasa luz sobre sus cabezas, la joya pareció resplandecer, proyectando no sólo su intención si no las ganas que tenía de ser descubierta por los ojos de su amor.
Se mordió los cachetes mientras jugaba con la caja entre sus manos, intentando no soltar una carcajada a razón de los nervios; estaba tan nervioso, pero a la vez tan emocionado de que el mayor voltease. Todavía, el susodicho no se inmutó al desbarajuste.
Tan absorto estaba el pelinegro en su teléfono que tomó el vaso sin mirarlo, acercando la pajilla a sus labios para tomar un sorbo de su bebida. Durante esos tortuosos segundos el suministro de aire en sus pulmones se tornó cero, su corazón en vez de latir zumbaba contra su pecho. Estando a la expectativa, creyó haber perdido la oportunidad cuando este bajó la mano que sostenía el vaso, sin embargo, así como los ojos de su novio, el anillo brilló captando finalmente su atención.
Se hizo el silencio después de ese instante, tornando el aire en nubes que se disiparon tan pronto el mayor salió de su estupor.
— Mingi... tú-...
Pronunció un atónito Yunho, con el teléfono en la diestra y el vaso en la zurda, aún examinando la joya que le sonreía coqueta, encantadora.
— Cásate conmigo.
Pidió, aunque por la demandante en su voz pareció más una orden que una petición.
Yunho, quien hasta ese momento se mostró perplejo cambió su semblante a uno de confusión; como si este esperase por una explicación y vaya que se la dio. Armándose con la pujanza misma de su joven humanidad, logró tomar valor para declararse como nunca imaginó.
— Yunho, desde hace semanas vengo pensando que más enamorado ti no puedo estar. Me siento que si tuviera diecisiete otra vez y cada que te veo por las mañanas digo... "Dios mío, qué habré hecho yo de bueno para merecerme a este hombre".
Inició, dejando que cada palabra fuese acorde al pulsar de su corazón. Derramaba así sus más ínfimas intimidades; las cosas que había guardado para un momento propicio.
— Te escucho hablar y el corazón se me salta. Te pienso e imagino todas las cosas que desearía hacer para expresarte cuánto te amo, pero soy humano y, aunque quisiera... las estrellas no están a mi alcance para hacerte una corona con ellas.
Habló sin dejar de mirar a esos ojos salpicados con ese ininteligible ardor que le quemaba hasta chamuscar sus pómulos.
Se estaba ahogando con tanto que decir, no era suficiente el aire que le llenaba, por eso movía las manos como si con el aire pudiera dibujar las mil y una cosas que deseaba ofrendar. Todo por y para Yunho, a quien advertía etéreo, vaporoso, risueño...
Tragó en grueso en un vago intento por controlar sus ansias. Debía terminar lo que había empezado, pero necesitaba darle un giro especial, algo que hiciera justicia a los orbes castaños que le veían embelesado.
— Te juro que pensé en esto por mucho tiempo y mientras más lo hacía... más convencido estaba de querer casarme contigo. De expresarte cuánto te amo de la única manera que me falta, porque tú... Yunho, tú eres mi sol, mi otra mitad, mi norte, mi punto y coma, mi variante perfecta, mi constante después de la integral...
Continuó con su pequeña declaración de amor empleado términos alusivos a la carrera de su mayor; sólo con el propósito halagarlo y quizá ganar más puntos a su favor.
— C-creí que debía hacerte una propuesta al atardecer con flores y música y-... y-ya sabes, lo que quiero decir es que-...
Bajó la mirada tras reparar en el quiebre de su garganta; el pelinegro entonces le miraba aún estupefacto sin decir nada.
Raspando el poco valor que le quedó al fondo de la olla, alzó la mirada y se clavó en la ajena, con tal determinación que sintió a su novio contener el aliento. Fue entonces el momento en que su devoción, a punto de caramelo, con la intensión más pura jamás concebida... se derramó dulcemente en forma de un nombre y una pregunta: — Jeong Yunho, ¿te casarías conmigo?... —
Las cosquillas que sintió en los labios tan pronto soltaron la proposición le fueron insoportables, tanto como el agite en su estómago y las vueltas que dio su cabeza al frenético paso de su rimbombante corazón. Todavía, Yunho permaneció inmutable, sin siquiera batir sus pestañas, sin emitir sonido alguno; sólo esperaba que el otro estuviese anonadado y no intimidado, peor aún, reprimido a causa del llanto.
— Mingi.
Escuchó decir a su novio a secas.
Yunho ni siquiera le sostuvo la mirada al nombrarlo, únicamente tomó el anillo entre sus temblorosas manos antes de continuar.
— Bájate del auto.
Ordenó el pelinegro tras quitar el seguro de las puertas.
Acobardado por el miedo trató de hablar, sin embargo, ninguna palabra salió de su boca, siquiera un sonido que detuviera al mayor cuando este abrió la puerta. Pensando lo peor, ya con lágrimas en los ojos abrió la puerta del auto para recibir la fría ventisca que le hizo recogerse, pero seguía ardiendo por dentro, esperanzado de que el otro pudiera corresponder a sus sentimientos.
Temblaba tanto que hasta la caja aterciopelada se calló de las manos mientras caminaba al frente del auto. En esos pocos segundos intentó elaborar una disculpa, pero no tuvo que decir cosa alguna, siquiera seguir pensando en cómo retractarse de sus palabras sin salir ambos lastimados. No tuvo que hacer nada para borrar el pasado, porque al encontrarse con su amado, este selló aquel pacto con el beso más ansiado.
Aquella caricia de labios apretados derritió hasta el último de los témpanos, adelantó la primavera, revivió su alma, pero más importante... le confirió la respuesta que tanto ambicionaba.
— Sí, s-sí... ¡Sí!
Repitió un extasiado pelinegro entre besos, presionando sus bocas con mesura.
Era difícil besar estando tan entumecido, tan conmovido y arrebatado. Había pasado de darse por muerto a renacer en menos de un minuto, pero estaba feliz por ello.
— Dios mío... Mingi... claro que quiero casarme contigo.
Suspiró su amor tras tocar su frente con la propia.
Desde hacía rato venía aferrándose al mayor temiendo que el piso pudiera desvanecerse bajo sus zapatos encharcados. El frío lo tenía tullido hasta los huesos, pero allí en ese minúsculo espacio la afectuosa llama de júbilo proveniente de Yunho lo mantenía caliente; a salvo.
— P-pensé por un momento que dirías que no.
Murmuró aún sin abrir los ojos; ni cuenta se dio de cuándo los cerró.
Al instante se llenó con la risa de Yunho y un par de manos le tomaron del rostro alentándolo a mirar. Y así lo hizo, despertó de su ensoñación topándose con la candor de aquel ángel de cabellos azabaches.
— Nunca dudes de nada ni de mis sentimientos por ti, ¿sí?... te amo, Mingi...
Musitó su amor en el tono más dulce que jamás oyó.
Henchido de amor, se limitó a asentir al tiempo que un par de curiosas lágrimas se escurrían por sus mejillas, esas que fueron adoradas por la ternura de unos labios acorazonados que sonrieron hasta el cansancio.
¿Era esa la máxima prueba de amor que tenía para dar a Yunho?, quizá no... pero por los momentos estaba satisfecho con el resultado. Total, de allí a la boda tendría suficiente tiempo para sorprender a su adorado.
— ¡Oh, cierto!... ¿Me pones el anillo?
Exclamó el susodicho separándose para luego entregarle la sortija.
Con los dedos temblorosos recibió la joya y se dio un momento para apreciar la escena. En un instante se prendó a los ojos adversos y creyó enloquecer cuando vio el atardecer en estos; sus ojos casi como soles justo sobre el poniente a las colinas rosaditas.
Anonadado, sonrió hasta que sus ojos volvieron a nublarse y, haciéndose con ese sentimiento empujó la sortija por el fino anular de su prometido, dejándola delicadamente en la coronación de este.
Fue entonces cuando supo que su elección era la indicada, así como la fecha y la intención de su propuesta.
Justo después recibió otro sublime ósculo contra sus labios, uno en su mejilla, otro en su mentón y de regreso a sus belfos que tomaron partido de los ajenos, amansándolos allí... a la luz de las farolas del estacionamiento de un McDonald's, un día de invierno cualquiera; el frío era inclemente, pero con los brazos se daban a la tarea de protegerse.
Hubiese estado allí por siempre, adorado la forma como sus labios se acoplaban a los conocidos a no ser por la bocina del auto que acabó con el romanticismo.
Alarmados se apartaron para ver a un hombre tras un volante, pitándoles para que se hicieran a un lado. Bajó la mirada confundido para ver que estaban parados en todo el medio de otro puesto de un estacionamiento. Apenado, estuvo a punto de hacer una reverencia y llevarse de la mano a Yunho, mas, este sólo alzó sus manos unidas y soltó un extasiado chillido.
— ¡Nos vamos a casar!
Exclamó a lo que el conductor sólo retrocedió, sin embargo, antes de seguir su camino escuchó la bocina junto a una respuesta: «¡Felicitaciones!»
Después de eso solo reconoció el agarre de unos fuertes brazos que le cargaron sin dificultad, para luego hacerle girar. En cada vuelta sintió la dicha, sintió amor, sintió tanto que más lágrimas mojaron sus pómulos mientras continuaba aferrado al cuello de su novio.
Ya para cuando tuvo los pies de nuevo en la tierra, sus labios volvieron a ser apremiados con un beso y un cálido «Te amo...», que resonó tan majestuoso como para con su fuerza quebrar las nubes y hacer que el cielo escarchara sobre ellos.
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¿Si les gustó?... a pero fue más épica la aparición de Keonhee y la revelación del Seongjoong.
Honestamente, si me llegasen a pedir matrimonio de esa forma tan balurda yo diría que no, pero a Mingi le quedó hermoso.
Tengo que decir algo y es que... esta escena. La escena final donde Mingi le pide matrimonio a Yunho es la razón por la cual escribí esta novela. Pasé exactamente un año imaginándome cómo iba a escribir esto y ahora que pude, no tienen idea de lo bien que me siento.
Tengo que admitir que también me divertí escribiendo la parte de la graduación. Allí coloqué algunos de los versos que hubiera incluido en mi discurso si mi universidad no fuera una basura y no me hubiesen quitado los puntos para graduarme con honores. Les juro estar a diez milésimas de ser cumlaude es lo peor que te puede pasar, pero qué más da... uno sabe en el corazón cuál es la verdad.
Es una locura pensar en todo lo que pasaron estos dos, siento que cuando termine este fic me va a costar desprenderme de este Yungi, pero seguiré escribiendo porque, ciertamente, si no lo hago me muero.
Espero de corazón les haya gustado esta primera parte del épilogo y esperen con ansias al verdadero final. Les mando un abrazo de oso y nada... nos leemos en la última ೕ(⁍̴̀◊⁍̴́ฅ)
♥Ingenierodepeluche
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