Capítulo IV - Amor (y más amor) sexta parte
Buenas tardes, mis soles. Así es, su fiel servidor ha regresado para traerles una dotación contundente de Yungi (son más de 17 mil palabras, tómelo con calma, lol).
Me causa gracia porque dije que el capítulo anterior fue todo un reto escribirlo, pero este fue peor. Literal me ha costado muchísimo reorganizar mis ideas, pero el esfuerzo está valiendo la pena; todos los resultados están saliendo mejor de lo que esperaba.
Comentarios sobre el capítulo, hm... pues se van a reír mucho. Esto es un respiro para todo el drama anterior, ciertamente es un tanto melancólico, pero las cosas ya empiezan a tomar color y ya hay luz al final del túnel para Mingi y Yunho. Por supuesto que también hay una sorpresa al final, pero yo no me preocuparía por eso ahora.
Antes de comenzar también les quería agradecer por su paciencia y por todo el amor que le han dedicado a este fic, sé que siempre lo digo, pero leer sus comentarios me hace muy feliz. Bueno ya, no los pienso aburrir más... ¡disfruten la lectura!
Advertencia: el siguiente trabajo puede incluir lenguaje y escenas inapropiadas para menores de edad.
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El que dos personas distintas puedan compartir ideas similares (por no decir idénticas), que hablen al unísono u ofrezcan las mismas respuestas no es mera coincidencia.
Así como para otras cuestiones que ocurren a nivel del subconsciente, la ciencia también posee una explicación lógica para esto que, en muchos casos, denominamos de manera inapropiada 'telepatía'.
Con el pasar de los años, el uso de dicho término se ha vuelto más común, pues resulta idónea la existencia de una habilidad extrasensorial que permita explicar hechos que la ciencia no puede abarcar.
El asunto con la telepatía es que ningún dogma ajeno a las novelas u obras de ficción disfruta de las evidencias necesarias para certificar el que un ser humano posea, realmente, la destreza de transferir contenidos psíquicos a sus allegados u otros individuos.
Mingi hacía caso omiso a la mayor parte de la charlatanería de los psíquicos y personas que, sin explicación alguna, parecían gozar de una habilidad innata para el arte de la adivinación; y la telepatía en cuestión.
Ciertamente, en una ocasión consintió que le leyeran su carta astral por mera curiosidad. También que hasta cierto punto le daba validez a la creencia popular del Tarot, más ello era consecuencia inmediata del arraigo que tenía con su cultura, aun así, nada le pesaba lo suficiente en el alma como para erigir su vida en función de esto; sólo creía fielmente que todos los días, él mismo, acaecía en la potestad de reescribir su destino.
«Se supone que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros, pero pareciera que nada más nos hubiera dado herramientas para sabotearnos nosotros mismos las vainas.»
Negó con la cabeza ante aquellos pensamientos que rebasaban su mente mientras esperaba en medio de una concurrida avenida a que fuese su turno para cruzar; todo apuntaba a que esa noche su cabeza permanecería en un estado similar al de las calles por donde transitaba.
Esperaba que al menos Yunho tuviese con qué distraerse, desahogarse incluso, en vez de volverse un ocho como estaba haciendo él.
Era el entonces, el ahora y el quizá lo que le mantenía exacerbado; la incertidumbre de saber si de verdad estaría haciendo las cosas bien.
Siguió caminando un tanto cabizbajo al otro lado de la avenida, apretando los labios mientras algunas imágenes de su dichosa tarde con el coprotagonista de sus fantasías se adicionaban al revoltillo que formaban sus pensamientos.
Con tantos enredos y tropiezos opinaba que se había descarriado del supuesto plan que tenía el Todopoderoso para él. Que esa proyección que tenía de su futuro forjada con tanto esmero y pasión había hecho lo mismo que el rubor en las mejillas de una ex señorita: desvanecerse.
Era angustioso para él cargar con esa sensación de haber arruinado todo lo que pudo haber sido el resto de su existencia. Las cosas iban a continuar, sí, pero quizá todo ahora sería más irrelevante, más triste porque él prefirió 'jugar a las barbies' con su vida, pensando que todo se iba a reiniciar así no más.
No es que Yunho resultase impune de sus propios pecados, pero qué había hecho él, Song Mingi, para merecerse que el pelinegro retornase a su lado, si más bien todos esos días se comportó como un patán al echarle la culpa a los demás.
Honestamente, agradecía el hecho de haber sido objetivo al idealizar cuán cegado le tuvo su egoísmo durante los últimos días. Quizá era cierto eso que dicen las personas de que uno nunca termina de conocer a otros, siquiera a sí mismos porque él jamás había conocido ese lado suyo.
«Pero yo no quiero ser esta mierda de persona, esto no va conmigo. Ni porque sea de vez en cuando, yo no quiero terminar como 'el que tira la piedra y esconde la mano' porque no me sé controlar.»
Sentenció para sus adentros con cierto deje de molestia.
No quería temerse, es más, deseaba empujar fuera de su mente aquel tumulto de desconfianzas, pues en ellas residía el poderío que le llevó más temprano a clavarle un puñal en la espalda de la persona que decía amar; tenía como misión buscar la manera de erradicar de su alma todo rastro de soberbia.
Se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz antes de pasarse una mano por el revoltijo de ondas castañas que tenía por cabello.
Pensó entonces en la posibilidad de que su temor (la parte insana de su ser) fuera a convertirse de nueva cuenta en ese ser odiado le hubieran hecho creer que no se merecía estar con Yunho, al menos no esa noche. Quizá por ello habría aprovechado la oportunidad de alejarse del pelinegro; la presencia del susodicho, después de todo, opinaba que debía verla como una recompensa... pero ¿realmente lo sería? Es decir, Dios se había apiadado de su alma devolviéndole lo que más anhelaba y allí estaba él, porfiando la providencia del destino.
Mingi no quería pensar en una vida sin Yunho, no importaba cuántas veces lo hubiera puesto en duda o cuántas trampas se habría montado para llegar a la conclusión de que para ser alguien debía librarse del pelinegro.
No era cuestión de pensar que estuviese esclavizado a una elección porque a él nadie le había obligado a pasar toda su vida junto a Yunho, él lo decidió de esa manera porque Yunho era eso que él necesitaba... su persona.
Asumir que toda su duración en la tierra era perpendicular a la del pelinegro, no era desacertado, peor sería querer estar solo y morir como un viejo rabioso. Deseaba con fervor que las ganas recíprocas de estar juntos por siempre no cambiasen, pero sus decisiones distaban de corresponder a tal persuasión.
«Todo es tan confuso... por qué mi vida no puede ser tan simple como antes, qué tenía de malo, ¿¡es realmente necesario sufrir para aprender algo!?»
Cuestionó desesperado; aunque por fuera lucía bastante compuesto.
Detuvo su caminar por unos segundos y elevó la mirada al cielo, centrando su atención en un diminuto punto luminoso justo como lo había hecho horas antes en el parque, y se preguntó entonces si en ese mismo instante Yunho estaría viendo lo mismo que él; por cómo le sonreía la luna, le invitaba a pensar que sí.
«Qué vaina... de seguro el carajo este tiene la oreja caliente de tanto que lo he nombrado. Ay no, soy insoportable...»
Comentó para sí mismo, soltando un resoplido ante tal estupidez. Se rascó la nuca y devolvió su mirada a las abarrotadas calles antes de seguir caminando, ignorando a todas las personas que le juzgaban a su paso.
Probablemente Yunho ni siquiera estaría pensando en él; el mayor obviamente tenía mejores cosas que hacer.
De forma escueta, las teorías asociadas al fenómeno que insta la acción de comunicarse a través de la mente sin emplear medios físicos aluden a la tendencia espontánea que practica un individuo al vincularse con personas similares a este.
En otras palabras, se dice que la sincronización entre dos mentes comienza a partir de la atracción que siente una persona respecto a los intereses que comparte con la otra; las semejanzas pueden determinarse a razón de distintos atributos, como: la edad, creencias religiosas, gustos musicales, principios, valores, etcétera.
Si bien consideramos axiomático el hecho de que un individuo mantenga la necesidad de codearse con sus iguales, lo que resulta una especie de práctica instintiva también está ligada a la compatibilidad.
De coexistir dos personas con fascinaciones análogas en un mismo lugar, la posibilidad de que ocurra una conexión entre ellas dependerá estrictamente de la afinidad que compartan. Todavía, el ser compatibles (afines) a su vez recae en otra vertiente a la que denominamos "complementación".
Las dos palabras que empiezan por "c", en cuestión, constituyen el punto de partida para identificar a aquellas personas que guardan una correspondencia irrefutable.
En el plano que nos incumbe como seres pensantes, es usual ver a la mayoría en pares o grupos compuestos por individuos que, si bien comparten una similitud, distan de ser iguales respecto a sus aptitudes esenciales; argumento que es admisible para establecer un equilibrio.
Aquí puede aplicarse la ley de que 'los opuestos se atraen', sin embargo, si profundizamos en ello, dicho estatuto no se rige únicamente por esa frase. A pesar de cumplirse la regla no en todos los casos lo que resulta de su aplicación es satisfactorio; las personas que se atraen no siempre están destinadas a estar juntas por mero capricho de la naturaleza. Al contrario, si conferimos su sentido a la complementación, tendríamos pares significativamente más funcionales.
De este modo, se puede decir que para que exista la atracción se necesita un mínimo de interés de ambas partes (individuos), no obstante, para que estos opuestos se tornen el complemento del otro es preciso añadir a la fórmula una palabra clave que ya se mencionó con antelación: comunicación.
No hay que ser un erudito para entender las ecuaciones que conllevan al éxito de una relación, en muchos casos ni siquiera puede explicarse, simplemente ocurre y eso también es aceptable.
Por ello, pese a cuán convincentes pueden resultar las explanaciones científicas, en ellas concurre una forma más jocosa de explicar el origen de la sincronía entre dos partes (almas, mentes) distintas.
Un poeta griego de nombre Aristófanes, relató alguna vez el cómo los vínculos emocionales entre las personas se forjaban en función de una maldición que, muy poco parecido guardaba con el tema de los procesos mentales a nivel cognitivo.
Por medio de la famosa obra de Platón llamada "El Banquete", el sujeto narraba que, al inicio de los tiempos, los mortales vagaban por el mundo en parejas, cada uno siendo una mitad habitualmente perfecta; similar a las dos partes que conforman una naranja.
En aquel entonces, a falta de imperfecciones, la soberbia era un rasgo inherente de la humanidad; un precio que debió pagar nuestra raza a manos de la furia de los dioses. Es así como un día Zeus, hastiado de la presunción de los seres inferiores, sumido al poder del rayo castigó a los humanos al dividirlos por la mitad y, en consecuencia, puso fin a sus delirios de grandeza.
A los efectos de tal voluptuosa acción, estando divididos, los seres, ahora incompletos, fueron obligados a rondar por la tierra en la afanosa búsqueda de su contraparte igualitaria; sólo entonces, de encontrarse con su mitad faltante, hallarían la paz, y con ella, permanecerían enlazados hasta desistir y morir por debilidad.
Llámenlo como quieran, "media naranja", "almas gemelas", es indiferente. El propósito de la creación de estas ideologías se ciñe en un mismo hecho de la realidad: todas las personas invertimos parte de nuestra vida en buscar el amor.
Algunos tienen la dicha de conseguirse con esta persona, la cual exclusivamente satisface sus requerimientos a nivel físico y emocional, otros, perecen aguardando al cumplimiento de una promesa... Todavía, en el caso de nuestro protagonista, Mingi podía jactarse de que, en vida, no sólo había hecho 'clic' con la persona correcta, sino que su existencia entera rondaba a los límites de una fantasía perfecta.
Una leve sonrisa se formó en sus labios al pensar de esa manera, pese a las contradicciones, las desconfianzas, los enemigos y el calvario general de los últimos dos meses y medio que vivió a costilla de la soledad, ello no era suficiente para eclipsar las hermosas memorias que compartía con Yunho.
Una vez más posó su atención en la serenidad del vasto cielo nocturno, esa noche ya había permanecido en la calle más tiempo del necesario, pero no tenía prisa alguna por llegar a encerrarse en el apartamento.
En esa ocasión el azul negruzco de la inmensidad sobre su cabeza no se le antojaba una penumbra indeseada, de hecho, lo percibió saturado de vida... de esperanza. Cosa que lo llevó a reflexionar en que quizá no estaba tan perdido como realmente se sentía, mejor aún, que todavía tenía una oportunidad de redimirse.
Esa misma tarde la podía ver como un punto de partida, porque las cosas habían resultado mejor de lo que había planificado, no tenía por qué 'criar fama y acostarse a dormir'. Tenía que ser fiel a su principio de que mientras no acabase el día todavía podría seguir reescribiendo su destino; lo único que conspiraba en su contra para lograr dicha acción era su persona.
Sin embargo, si Dios consentía darle otra oportunidad, él no la iba a desaprovechar. Encontraría la manera de absolverse de sus complejos porque eso tenía que ser otra prueba para validar su fortaleza. Es decir, cuántas veces no habría tenido que cambiar en el pasado... con Yoora había dejado de ser un Mingi controlador, con el peso de las responsabilidades había aprendido a ser paciente y con esa ruptura... bueno, el qué cambiaría dentro de sí esa situación estaba por descubrirlo, pero si algo era cierto es que de esa mala racha nacería un nuevo y mejorado Mingi; uno que de verdad mereciera la pena concebir.
«No hay mal que por bien no venga.»
Se repitió antes de cerrar la reja de la residencia tras de sí, dejando el peso de sus enredos mentales de patas en la calle.
˚
De regreso al apartamento recordó el objetivo principal que se propuso al despedirse de Yunho: resolver las diferencias restantes con amigos y familiares. Una tarea particularmente tediosa que no le sorprendía haber olvidado; no después del viaje astral que se decidió hacer por los lugares más recónditos de su mente.
Largó un suspiro y cerró los ojos mientras seguía recostado de la fría madera de la puerta. Se hallaba verdaderamente exhausto, pero llevaba al menos diez minutos allí parado en medio de la penumbra sin encontrar empuje alguno que lo llevase a cumplir con su meta, o bien, apartarse de la puerta.
Fue entonces cuando pensó en salir de nuevo y acercarse a la casa de sus padres para explicarles lo sucedido; quizá hasta podría pedir un consejo de sus viejos. Muy a su pesar, ya se había comprometido con Yunho a quedarse en el apartamento en caso de que este tuviese que volver por sus cosas.
Debido a esa traba, no le quedaba más remedio que obtener su desahogo a través de la tecnología. Quizá no le molestaba del todo la primicia, pero sí sentía que contar esas cosas por teléfono a sus padres hacía la cuestión bastante impersonal. También estaba el tema de sus amigos, pese a todas las barbaridades que había pensado y dicho el día anterior, esa noche se le antojaba más que nunca verlos a la cara.
«Ni modo, supongo que esto es lo mejor. Tampoco es como sea burda de mala la situación, siempre podría ser peor.»
Comentó para sus adentros al encogerse de hombros, aún sin conseguir el arrojo para mover los pies.
En sí, luego de vivir una tarde espléndida, su noche carecía de chiste, sin embargo, Mingi se sentía decidido a tornar esa monotonía a su favor, porque si algo había aprendido después de tanto, es que la casta soledad se oscurece no por voluntad propia, sino por las conjeturas que uno le adiciona.
Dentro de su morada creyó que lograría sentirse aliviado, más pronto se supo equivocado. Ser recibido por un apartamento a oscuras y sin vida estaba entre la lista de cosas que aborrecía; anhelaba traer a la profundidad de su apartamento la misma esperanza que vio pintada en el cielo. Por muy alta que estuviese su convicción, odiaba el hecho de tener que encerrarse entre esas paredes de frío e inhóspito concreto.
Era verídico que, sin importar el contexto de la situación, todavía aguardaba por el día en el que pudiera volver allí en compañía de Yunho para ser feliz, para pintarrajear con alegría los lienzos a sus costados que en el presente permanecían sublevados a la tintura de sus pesares; esos recuerdos infames que una vez más le hicieron exasperarse.
«Calma pueblo. Prohibido perder el enfoque, Mingi. Un paso a la vez.»
Reafirmó al proceder, finalmente, a quitarse los zapatos y dejar las llaves en su lugar.
Tras completar la acción se aventuró a dar un paso en la oscuridad y a tientas encontró el interruptor de la luz; presionó sobre este cerrando sus ojos de inmediato para evitar la incomodidad que le provocó el destello inicial. Para cuando abrió los ojos esperó encontrarse lo de siempre, aún, la realidad distaba mucho de sus pretensiones.
Si bien el desasosiego era un problema, lo que hacía de esa bienvenida particularmente desdichada no eran las circunstancias al presente, sino las huellas frescas de un inescrutable pretérito. Largó una pesada exhalación al reconocer las cosas que aguardaban por él en la mesa, ignorando las maletas del pelinegro que parecían burlarse a un costado de él.
― De pinga... si es verdad que se me olvidó recoger todo lo del desayuno antes de irme a trabajar.
Dejó caer la cabeza en señal de derrota tras pronunciar aquellas palabras; había mucho más implícito en ese lamento de lo que hubiese querido decir.
Más temprano ese mismo día después de que Yunho le dejó solo, no tuvo las agallas de mover un dedo por deshacer la escena que el susodicho había montado para ellos; dentro de sí tenía el irrefrenable deseo de pensar que, si dejaba todo quieto, el mayor retornaría a sus brazos y todo volvería a la normalidad. Aquel deseo caminaba sin rumbo alguno, distante del sendero que guiaba a los pensamientos lógicos siendo un menester para sentirse bien.
Vio de nueva cuenta hacia la mesa. Los platos y los cubiertos seguían allí, intactos, al igual que la comida para nada apetitosa; con algo de saña se acercó al mueble para indagar un poco más. A juzgar el olor que llegó a su nariz, no le pareció que nada estuviese descompuesto, pese a ello, con el calor que estuvo haciendo durante el día no se atrevería a poner eso en su estómago.
Suspiró, cerrando los ojos una milésima de segundo mientras cogía algo de fuerza y deliberaba entre sus prioridades; obviamente tendría que echar todo al traste.
― Y aquí es donde vendría mi mamá a decirme que soy un ingrato por no pensar en los que no tienen para comer y-... hablando de mi mamá... quizá a ella sea a la primera que deba llamar.
Murmuró en voz alta, tratando de avivar por cuenta propia el aura tristona que cargaba el ambiente de la estancia.
Se llevó una mano a la nuca, masajeando la misma mientras se preparaba para lo que venía. No obstante, más temprano que tarde se halló a sí mismo sentado en el sofá con el teléfono contra su rostro escuchando el desesperante repiqueteo del teléfono.
Por suerte no tardó nada en ser atendido y escuchar la amable voz de su madre quien le recibió con la misma efusividad de siempre; una sonrisa casi imperceptible se formó en sus labios ante ello.
― ¡Mingi, hijo!, ¡qué bueno que llamas!, tu papá y yo justo estábamos hablando de ti.
Escuchó al otro lado de la línea a lo que sólo rio con ligereza.
― Yo también estuve pensando en llamarlos desde hace rato, pero recién me desocupé.
Comentó con simpleza, al tiempo que se ponía cómodo en el sofá. Apoyó la espalda del descanso y echó la cabeza hacia atrás dirigiendo su mirada a las alturas, buscando figuras entre las manchas del techo.
― Lo imaginé hijo, no te preocupes, pero... qué pasa, te escucho como desganado, ¿ocurrió algo malo?
Inquirió la mujer con un deje notorio de inquietud en su voz; se reprochó a sí mismo por ser tan evidente.
Cerró los ojos al hacer una pausa para tomar en una gran bocanada de aire el vigor que precisó para comunicar a su progenitora el motivo principal de la insuficiencia en su voz.
― Sí y no... es decir, sí pasó algo malo, pero creo que ya está todo resuelto.
Habló con desgano tras dar un suspiro tan largo como sus piernas que ahora permanecían extendidas sobre el sofá.
De momento ya no se sentía tan ansioso como antes, sin embargo, la idea de contarle todo a sus padres le evocaba una sensación incómoda que se hincaba a los costados de su cuerpo.
Honestamente, tenía miedo a ser juzgado, peor aún, reprendido por haberse liado en tantos pleitos consigo mismo. Es decir, no era así como le habían criado sus padres; qué iban a pensar estos cuando les contase sobre el monstruo en el que se había convertido. Tal tendencia le hizo fruncir los labios en una mueca de tristeza.
― ¿Es algo de la universidad?, ¿tuviste una pelea con tus amigos de nuevo?, no seas así hijo, dile a tu madre lo que pasa.
Rezongó la mujer al otro lado de la línea, casi pudo ver la adorable expresión de indignación que se pintó en las facciones de la susodicha; esa que siempre adquiría cuando necesitaba decirle algo y le daba largas al asunto.
― Yah, tranquila, mamá. No tiene que ver con eso, hm... ¿papá está por ahí?... quisiera que el también escuchara la conversación.
Soltó con cierta reluctancia; le resultaba imposible no cohibirse teniendo en mente cuán significativo era lo que iba a decir.
De inmediato, la mujer le contestó que iría por su esposo y en menos de lo que esperó ya se encontraba hablando con ambos en altavoz. Se mordió los labios ante la indecisión de cómo debía abordar aquel tema, más prontamente resolvió que era mejor dejar hablar a su corazón.
― Bueno, lo que tenía que decirles es que... Yunho volvió... ayer por la noche...
La pausa que hizo al hablar, aunque breve, la creyó necesaria.
Ya podía imaginarse las caras de desconcierto que cargaban sus padres, quiso esperar a una respuesta de parte de ambos, pero las ansias le traicionaron y sin dar tregua al asombro de los progenitores, tomó la palabra de nuevo.
― Ayer fui a lo de Hong y Hwa y él estaba ahí con ellos... Fue bastante pesado todo el asunto, porque yo ya venía sintiendo que todos me estaban ocultando algo, pero no pensé que fuera a ser eso.
Habló con cierta dificultad, percatándose entonces de cuán seca estaba su garganta; cerró los ojos para intentar aplacar sus nervios.
El silencio al otro lado de la línea le hacía sentir inquieto, estaba a la expectativa de lo que dirían sus padres y no quería hacerse mentes, pero ya empezaba a sentirse nuevamente intimidado por lo que pudiera ocurrir después de ello, eran tantas las posibilidades que se apreciaba...
― ... confundido. ¿Hablaste con él?, ¿te dijo qué había pasado?
Abrió los ojos de la impresión; tan ensimismado quedó en sus propios pensamientos que ni cuenta se dio de cuando su padre comenzó a hablarle.
― Pues... sí, hablamos, más bien, discutimos. Aish, no lo sé papá... todo fue horrible. Estaba muy molesto cuando lo vi allí como si nada, pero también me sentía dolido.
Confesó sin titubeos, esperando que la siguiente respuesta de parte de su viejo le trajera algo de calma al cuerpo.
― Bueno, hijo... es entendible que te sintieras así, las cosas entre ustedes no acabaron en los mejores términos. Aunque me sorprende que prefiriera ir primero con los demás en vez de ir a buscarte.
Comentó su padre, echándole una pizca de sal a las heridas que pensó cerradas. Respiró profundo antes de continuar, no debía perder los estribos apenas empezando la conversación.
― A mí también me molestó eso, pero me dijo que fue porque tenía miedo y lo entiendo... hablando con él me dijo todas las razones por las cuales terminó conmigo y fue-... fue simplemente demasiado, yo creo que es más de lo que cualquier persona pudiese tolerar.
A medida que iba soltando verdades, explicando a sus padres los hechos acontecidos en las últimas horas, todo se tornaba un tanto más claro en su mente; los bordes difusos a los que temía enfrentar resolvían acoplarse, por sí mismos, al resto de la realidad.
Si bien nada de lo que decía era nuevo, en su lengua aquellas palabras se sentían como un idioma completamente distinto que curiosamente dominaba a la perfección. Conferir aquellas revelaciones a sus padres era cada vez más sencillo para él, aunque de vez en cuando debía tomarse una pausa para no ahogarse con las palabras; no era fácil domar la bravura de los hechos.
En varias ocasiones su madre le detuvo para hacer alguna exclamación, entre las oraciones que resonaban en su mente estaban: ― ¡Dios mío, pobre Yunho! -, ― ¡Cómo es posible que pasara eso, qué hombre tan repulsivo! -... y pare de contar.
A diferencia de su madre que gustaba de expresar su descontento, su padre optó por adoptar (como siempre) una actitud taciturna. No le molestaba ni una ni la otra, en realidad, fuese o no un mutismo consentido, igual la conversación le facilitó la compañía que tanto ansió.
Pero en conformidad con las leyes de la física, todo lo que sube tiene que bajar, y así como lo haría el cese de la lluvia tras una tormenta, el furor del cual se alimentaban sus cuerdas vocales y su lengua para proferir aquellos percances, de un momento a otro se agotó al llegar a la parte donde debía explicar su propio fallo para con Yunho.
Largó un suspiro mientras oía a sus padres comentar cuán injusto era todo el asunto; no podía continuar dándole largas al asunto y quedarse a medias. Tenía que ser honesto si quería seguir adelante y no volver a equivocarse.
― Tantas cosas que ha tenido que pasar ese pobre muchacho y sus padres no dejan de mortificarlo, ¿dónde está Yunho ahora?, ¿está ahí contigo?...
Habló su madre tras apaciguar un poco la angustia que se apoderó de su voz.
Ante la pregunta, no pudo evitar morderse los labios a causa de los nervios y por impulso su mirada se desvió hasta toparse con las maletas del pelinegro; cerró los ojos y se pasó una mano por los cabellos antes de responder.
― No, no está aquí ahora. Pasamos la tarde juntos y eso, pero le dije que ya que está en eso de reconciliarse con los demás fuera a ver a Yoora un rato. No lo sé, no quería estar solo, pero eso me pareció mejor después de todo lo que pasó...
Murmuró mientras se pasaba el teléfono de un lado a otro y movía el cuello para calmar un poco la tensión que había acumulado durante los veintiún minutos que había durado la llamada hasta ese momento.
― Está bien eso. Por todo lo que has dicho se nota que está muy preocupado y que sólo está intentando hacer las cosas bien, debes ser paciente con él Mingi, sobre todo ahora que el asunto podrían ponerse más difícil... la carga que lleva sobre sus hombros no es cualquier cosa.
Explicó su padre de forma pausada, aunque la intranquilidad seguía haciendo mella en su voz.
Cerró los ojos con fuerza y se echó para atrás en el sofá tras oír aquella verdad; le dolía reconocerlo, pero sabía que había fallado en eso. Tal vez ya estuviese mejor con el pelinegro, más pasarían años antes de que tuviese la oportunidad de borrar el pasado tan ruin que les había adjudicado.
― Lo sé... sé que debo, más bien debí hacer eso, pero lo entendí tarde...
Se lamentó en voz baja, más sus padres alcanzaron a oírle.
― ¿Tuvieron otra discusión además de lo que nos contaste?
Cuestionó su padre con cierto deje de curiosidad a lo que asintió por acto reflejo.
― Es que anoche todo quedó como muy inconcluso, pero fue culpa mía porque yo no quise seguir hablando de ello. Estaba muy confundido, mejor dicho, sigo muy confundido y de paso enojado. Entonces esta mañana Yunho hizo el desayuno, pero a mí me molestó que siguiera tan triste y terminamos discutiendo porque soy un pendejo burda' e terco.
Explicó de forma rápida, sin pausas de por medio para sacarse todo lo que tenía en el pecho.
Ciertamente, estuvo hasta el último segundo mortificado de contar aquello a sus padres, pese a sus preocupaciones, los susodichos actuaron de forma comprensiva para con él.
A medida que iba profundizando en la conversación con sus viejos, más era el tiempo que pasaba desahogándose y menor el que empleaban los susodichos para hablar.
No se percató de cuánto tiempo pasó desde la última vez que tomó un respiro, sólo sintió la necesidad de parar cuando apreció lo secos que estaban sus labios y su garganta. También estaba medio mareado, pero quién no lo estaría después de ofuscarse tanto.
Para cuando terminó tenía el corazón latiendo desbocado y los ojos llenos de lágrimas que se negó a derramar, eso más el temblor imperceptible sacudía su cuerpo de a ratos, haciendo que se contrajera en su lugar, apreciándose despavorido ante la soledad que le acechaba; deseaba estar en casa de sus padres, que estos le abrazaran en vez de sólo escucharle.
― Hijo, hijo. Intenta calmarte... estás muy acelerado.
― Mingi, coge aire, te vas a desmayar. Sé que todo parece muy difícil, pero vas a estar bien, tú y Yunho lo estarán. Tienes que confiar en que hiciste lo correcto ahora que hablaste con él.
Comentó su padre siendo precedido por las palabras colmadas de preocupación de su esposa.
Ante la acotación, resolvió atender a la sugerencia y respiró profundo, ignorando el nudo constrictor que advertía en la boca de su estómago. Una vez se sintió repuesto tuvo la intención de volver a hablar, más su padre se adelantó a su intención.
― Hijo, ¿has considerado que toda esa amargura que llevas por dentro no va dirigida hacia a Yunho, sino a sus padres?... es decir, por lo que me cuentas pareciera que te sientes insatisfecho por cómo resultaron las cosas ahora que ellos aparecieron.
Dijo su padre, sonando bastante convencido de lo que decía; y quién era él para refutar su sapiencia.
Tragó en seco ante la pregunta; aquella observación había dado en el clavo. De pensarlo, claro que lo pensó, esa misma mañana se había dicho a sí mismo que de no ser por terceros todo su mundo con Yunho hubiese continuado en un barco rumbo a la afanosa perfección, pero allí la circunstancia, que en el mar las tempestades han de marginar navío alguno.
En esos últimos días de tormenta sintió su vida hundirse y doblegarse a la miseria de esa supuesta tragedia; trastornado por la advertencia de un naufragio que jamás aconteció. Y qué no había dicho para culpar a otros de su ofuscación, específicamente a los padres del bendito pelinegro que, después de todo, eran ellos los que habían apartado a Yunho de su lado.
Era él contra la irrefrenable amargura del pasado que al presente se mantenía como su sombra y cada vez que le daba la luz aparecía con el propósito de traer desdicha a sus días; le constaba porque ese día había sido el epítome de ello.
Entonces, sí. Lo aceptaba, en efecto, estaba muy molesto con los padres del pelinegro por hacer de su vida 'más enredada que un kilo de estopa'. Sin embargo, ¿merecía la pena elucubrar al respecto?, ¿de verdad tenía que hacer algo respecto a ello?, eran esas las preguntas sin respuesta que probablemente le impedían hacer lo correcto y aceptar la realidad, en vez de resignarse a ella.
― Yo-... sí lo pensé, pero no-...
― Creo que deberías darte un tiempo para buscar en tu corazón cuál es la verdadera raíz de ese descontento, Mingi. Te lo digo como tu padre, no podrás avanzar más de la cuenta mientras sigas guardando eso en tu corazón.
Se sorprendió ante la interrupción del aludido quien pareció endulzar sus palabras, todavía, su argumento le supo al más amargo de los remedios.
No podía evadir más la verdad que encerraba aquella declaración de parte de su progenitor, el hombre tenía razón y no se lo decía para regodearse en ello, sino para ayudarle a entenderse a sí mismo.
Ahora que lo sopesaba, tal vez carecía de convicción para hacer de frente al problema, pero con sólo identificarlo ya tenía suficiente a su favor.
Respiró profundo al tiempo que soltó sus piernas, descubriéndose al vasto silencio que le rodeaba en su pequeña sala. No supo realmente cuánto tiempo estuvo callado, más no le pareció tanto; sólo se quedó pensativo mientras escuchaba al otro lado de la línea alguno que otro murmullo.
― ¿Hijo?, ¿sigues ahí?
Cuestionó su madre con un deje notorio de ansiedad en su voz.
― Sí, aquí estoy. Me quedé pensando y... papá tiene razón... pero es que tengo miedo de hacer-... lo que sea. No lo sé... siento que esto es demasiado complejo y tengo miedo de seguir involucrándome en cosas que no puedo controlar, y con esto me refiero a lo de Yunho.
Murmuró con pesadez, girando su mirada a la ventana para distraerse un rato viendo las luces de la ciudad; se iba a volver loco si seguía viendo de reojo las maletas de Yunho.
― No tienes que sentirte presionado a hacer nada, Mingi. Dudo que Yunho te esté obligando a hacer cualquier cosa, sólo tienes que hablarlo y decirle cómo te sientes al respecto, hijo. Siempre has hecho eso, por algo han pasado tanto tiempo juntos.
Hubo una pausa demasiado sustancial en el pequeño discurso que le confirió su padre, un silencio que, sin darse cuenta, le sirvió para terminar de encajar en su lugar lo que todavía parecía disperso dentro de su mente.
― Si ustedes se aman no permitirán que esto los acabe. Sé qué harás lo correcto y que encontrarán una solución y si necesitan ayuda, saben que no están solos, tu madre y yo estamos con ustedes.
Con aquellas palabras el hombre que le dio la vida culminó lo que, en resumidas cuentas, asumió como la afirmación más significativa que le hubiera dedicado en su joven vida.
Sin voluntad de reprimirse, resolvió dejar caer un par de lágrimas de sus ojos, al tiempo que una temblorosa sonrisa de instalaba en sus labios.
― G-gracias, papá... de verdad les agradezco mucho que hayan hablado conmigo y que sigan aquí a pesar de todo-... de todas las cosas horribles que les dije en las últimas semanas. Y-ya sé que no he sido el mejor hijo, pero-...
― Mingi, de qué hablas... no tienes que ser perfecto, tampoco debes demostrarnos nada, somos tus padres. Sabemos quién eres y de lo que eres capaz, siempre estaremos para ti.
Reafirmó su padre, esta vez con un grado de determinación superior en su voz. En seguida su madre le secundó, agregando un par de palabras que terminaron de hacer que su corazón se hinchase de júbilo; qué más podía pedir en el mundo.
Se limpió las lágrimas como pudo e intentó aclarar su voz en función de no hacer de su llanto algo incuestionable, sin embargo, sus intentos fueron infructuosos.
Después de eso la llamada no duró mucho más, simplemente decidió disculparse con sus viejos y decirles que los amaba antes de colgar, no sin antes escuchar a su madre decir que recordara cenar y cepillarse los dientes antes de ir a dormir.
Para cuando apartó el teléfono de su rostro, tanto su mano como el resto de su brazo estaban acalambrados de permanecer tanto tiempo en la misma posición. De soslayo revisó la hora, abriendo los ojos como platos al notar que había hablado más de cuarenta minutos con sus padres, aun así, sentía que toda la conversación le sirvió a tal punto, que no pudo evitar sentirse completo; después de tanto tiempo se profesaba verdaderamente pleno. Era como si finalmente estuviese viendo la luz al final del túnel y no un sórdido espejismo.
Quiso reprocharse por no haber hecho eso antes, por vacilar tanto en vez de pedir ayuda (para las cosas correctas), pero no tenía sentido amonestarse a sí mismo por pequeñeces. Estaba bien si se tomaba el tiempo para dilucidar el contexto de sus emociones, aunque aún quedaban un par de cosas pendientes por hacer, y entre todo el trajín y el sube y baja de emociones que tuvo a lo largo del día, sinceramente, sólo se le antojaba dormir.
― Ay, no tengo ganas de llamar a más nadie hoy...
Confesó a la nada, al tiempo que se llevaba una mano a la cabeza, para luego masajearse con ligereza la sien.
Desde su lugar el desayuno servido a la mesa seguía esperando por él; debía deshacerse de eso sino quería que se metieran bichos al apartamento.
Antes de que terminase por consumirle la flojera, decidió guardar su teléfono en su bolsillo y pararse del sofá para así recoger todos los trastes y la comida sobrante. Con las manos ocupadas, de camino a la cocina pensó en qué podría hacer para cenar y si Yunho ya habría comido; la verdad él no tenía hambre, pero todo el día se la había pasado en ayunas.
Para cuando reparó en lo que hacía, estaba terminando de echar los desperdicios en la basura, viendo al fondo del basurero los restos del plato que había recogido Yunho esa misma mañana; sonrió al recordar cuán adorable y apenado lució el pelinegro al encontrarle en ese momento. Negó con suavidad y volvió a lo suyo.
Si Yunho estuviese allí probablemente se habría ofrecido a lavar los platos, pero ya que no había más nadie en casa... comenzó a buscar sus guantes para dedicarse a cumplir con su deber, sin embargo, un particular sonido le hizo detenerse en el acto. Esa inconfundible melodía... aquel timbre que sólo escuchaba cuando Yunho le mandaba un mensaje.
Quedó pasmado por unos segundos a razón de la conmoción que le produjo aquel dulce y adorable sonido, hacía tanto no lo escuchaba que, sin darse cuenta, le pintó una sonrisa en la cara. Sin perder el tiempo y sin pensar siquiera para qué podría estar escribiéndole el pelinegro, buscó el dispositivo en su bolsillo, marcó la contraseña y entró a Kakao para leer los mensajes.
♥ Yunho:
«Hola, quise escribir para avisar que no volveré esta noche, me quedaré aquí en lo de Yoora. Espero no te moleste.»
«Te avisaré con tiempo cuando vuelva mañana. No olvides cenar si no lo has hecho, nosotros ya comimos, y... bueno nada, que duermas bien.»
Releyó los mensajes entre las grietas que había en su pantalla al menos cinco veces, como si no quisiera aceptar lo que veía. No iba a mentir, en el fondo esperaba que fuera algo diferente, pese a ello, el que Yunho le volviera a escribir por mensajes era por sí solo un pequeño milagro.
Ignoró el picor en sus ojos y la tristeza que tomó posesión de su voz, no quería quebrarse ahora que sabía que el pelinegro estaba bien, que todo parecía marchar en pro de ambos estar reconstruyendo su relación.
Se recordó a sí mismo que debía ser fuerte para no caer de nuevo en malos hábitos que resolvieran satisfacer sus ideologías individualistas, porque ganas le sobraban de responder al pelinegro con una petición para hacer que este cambiase de opinión y regresara al apartamento con él, más no era el deber ser. Yunho, tal como había hecho él, debía disipar una cantidad inhumana de dudas de su mente y él, lo que menos quería era influenciar en las decisiones que el mayor pudiese tomar.
A partir de allí el tiempo que les tomase recobrar lo que habían perdido lo marcarían ambos, como siempre debió haber sido; ya no era cuestión de que el pelinegro esperase por él, sino el esperarse mutuamente para encontrarse otra vez.
A los efectos de su nueva convicción, miró por última vez la pantalla y apretó los labios al tiempo que surtía otra disposición. Con algo de prisa escribió un mensaje corto, pero significativo y sin dar cabida a ningún arrepentimiento, se lo envió al pelinegro.
Mingi:
«Tranquilo, yo aún no he cenado, pero pienso hacerlo. Me da gusto que tú y tu enana estén reconciliados. Mándale saludos y no se acuesten tarde.»
Contempló el mensaje en la pantalla al tiempo que una solitaria lágrima caía sobre la misma.
Por supuesto que deseaba poder decir más al pelinegro, quizá hasta contarle todo lo que había hablado y descubierto gracias a sus padres, pero ese no era el mejor momento.
Pese a todos los complejos, se sentía tranquilo. Mañana sería un nuevo día y estaba ansioso por ver qué le depararía. Probablemente buscaría la manera de hablar con los chicos y arreglar las cosas, vería a Yunho y estarían a un paso más cerca de solventar sus diferencias. Sí, era mejor inclinarse por una vertiente sana y positiva antes de caer, como siempre, en el extremo pesimista.
Esbozó una sonrisa al dar con los guantes y así, tras guardar su teléfono, se puso en acción para fregar los trastes, viendo de soslayo las maletas del pelinegro que en ese momento no se rieron de él, sino con él.
Entre una cosa y otra mientras fregaba los platos, le fue imposible no ponerse a divagar en lo que hubiese pasado si el pelinegro se hubiera bajado del autobús para alcanzarle en algún punto del camino; como si este pudiese haber adivinado la calle exacta donde se había metido después de dar tantas vueltas por la ciudad. Que este luego se detuviese delante de él tratando de recuperar el aliento por la carrera que echó, ceñido a la actitud galante de un caballero que busca redimirse frente a una damisela nada más con el propósito de decirle... bueno, a esas alturas qué importaba lo que pudiera haber dicho.
Honestamente, ningún reencuentro fortuito como el que fantaseaba su corazón le hubiese resultado tan útil como las horas que pasó devanándose los sesos con el propósito de entenderse mejor. Todavía, era obvio que a pesar de dar con explicaciones lógicas y sentirse más tranquilo respecto a su relación con Yunho le era insuficiente a su humanidad para aplacar el desasosiego que colmaba su corazón; sólo el dichoso pelinegro era capaz de atenuar la complejidad de dicho sentimiento.
Se mordió los labios y cerró la llave del agua creyendo que había terminado con su labor hasta ver que todavía faltaba una taza sin lavar. Suspiró y tomó el pocillo vertiendo el contenido en el fregadero, quedando estático al reconocer el color naranja de este. Yunho le había comprado jugo de naranja y él ni pendiente.
Soltó una alegre carcajada ante la atención del pelinegro a esos detalles.
◦
Los siguientes días después de aquel trágico reencuentro pasaron sin ningún acontecimiento que mereciera la pena relatar. Yunho brillaba por su ausencia como había hecho hasta la noche del pasado viernes y en cuanto a Mingi... él permanecía en un estado perpetuo de confusión y desaire, mientras se mecía entre los brazos de la incertidumbre de no saber si debía (más bien, le correspondía) preguntar al pelinegro cuándo pensaba volver.
Aún con la mente saturada hizo lo impensable para mantener sus inquietudes al margen y no desplomarse, sin embargo, era bastante obvio cuán difícil resultaba para él distanciarse de cualquier conjetura que le relacionase con el pelinegro cuando las pertenencias de este seguían allí a la entrada del apartamento; cada vez que salía de su habitación, que cruzaba por el pasillo, que iba hacia la cocina... todo el tiempo, lo único que veía eran esas benditas maletas.
«Si se va a quedar que arregle su mierda de nuevo en el closet y ya. Esa vaina ahí lo único que hace es estorbar.»
Murmuró para sus adentros al tiempo que viraba los ojos; recordar el asunto le ponía histérico.
Desde el sábado por la noche no tuvo noticias del pelinegro, siquiera Yoora se dignó a contestar sus mensajes; la muy falsa había hecho justo lo que esperaba: darle la espalda. Soltó un bufido al recordar lo que su mamá le decía de niño «Cuando hay santos nuevos, los viejos no hacen milagros.», en todo caso, el verdadero 'santo viejo' era Yunho, no él. Por qué tendrían entonces que ignorarle de manera campante.
― Pajuos los dos... yo que siempre ando con buenas intenciones y lo que hacen es clavarle el visto a uno.
Refunfuñó al tiempo que empujaba sus gafas por el puente de su nariz para luego enfocar su atención en la pantalla de su laptop.
Para hacer el cuento corto, al pasar un día entero y estar al corriente de que aquel dúo no se molestaría en responder, resolvió volver a las andadas y centrarse en sus propias vainas. Con todo el drama del fin de semana se le olvidó por completo que tenía tareas pendientes de la universidad y demás compromisos relativos al término de sus estudios; porque, al fin y al cabo, el pelinegro no era el único que estaba por graduarse.
Respiró hondo al advertir la hora en la pantalla, dándose cuenta de que había pasado al menos otros treinta minutos sin avanzar en su asignación. Cómo dejar de pensar en el pelinegro, he allí la cuestión... en esos momentos lo que le provocaba era tener un interruptor en la cabeza para él presionarlo y dejar de pensar en tanto pajarito preñado.
Resignado a la idea que su mente pudiese tener algo de misericordia para con él, observó la página en blanco del documento de Word que abrió hacía quizá dos horas atrás para comenzar el informe que sabía, tenía que entregar más tardar esa noche si no quería reprobar la evaluación.
En sí, la asignación era cualquier cosa, un simple reporte sobre algún tema controversial para la sociedad, aun así, las únicas ideas que despuntaban en su cabeza estaban asociadas a la polémica que le inmiscuía a él y a su expareja.
― Vamos, Mingi. Enfócate en tus vainas que, si a ellos no les importa, a ti también te tiene que valer verga.
Comentó en voz alta, sonriendo antes de tronarse los dedos y, con los ánimos renovados, ponerse en acción.
A gran velocidad sus dedos iban presionando sobre las teclas de la laptop, leyendo cada palabra y borrando las que no le satisfacían; estaba echando humo de lo rápido que escribía. Sin embargo, ni bien llevaba dos párrafos se dio cuenta de lo que realmente estaba redactando.
Permaneció estático por un par de segundos mientras repasaba las casi doscientas palabras que había escrito en menos de diez minutos, sólo para acabar con la dulce sentencia de «Tú me tienes que estar jodiendo.» que se bordó a orillas de su pensamiento.
Cerró la laptop sin cuido alguno y la dejó a un lado de la cama tras proferir a la nada un intenso gruñido; cómo era posible que hubiese pasado alrededor de seiscientos segundos escribiendo sobre el estúpido pelinegro sin darse cuenta de ello.
Se pasó las manos por el cabello y cayó de espaldas en su lecho, posando su mirada en el techo para segundos más tarde patalear como el propio niño malcriado sobre la cama; estaba harto de lo disfuncional que se tornaba cada que se sumergía en un mar de inquietudes. Pero no todo era turbio en su pensamiento, aún recordaba la tan hermosa tarde del sábado y se lamentaba por todos los besos que el mayor y él no se habían dado.
Le consumía el orgullo y le picaba en los labios la sensación fantasma que el pelinegro le generó desde ese momento perdurando hasta el presente, todavía, en medio de su remembranza evocaba la preciosa sonrisa de Yunho y entonces pensaba... ¿estaría siendo correspondido?...
― Verga, no. Mingi, ya basta. Coño, pero es que... ¡cómo carajo hace uno para dejar de pensar en su exnovio arroba Yahoo! respuestas!
Exclamó tras cruzar los brazos sobre su cabeza en función de esconder el bochorno que le llenaba, aunque en el fondo también se reía de lo que salía de su boca.
A lo mejor no fuese la sensación más grata del mundo lo que estaba experimentando, es decir, aún quedaban muchos cabos sueltos y cuestiones que debía resolver, pero esa situación, esa inclinación que tenía su pensamiento e incluía al pelinegro, no era ni la sombra del suplicio que había vivido; su existencia, una vez más, se pintaba de color rosa.
Cómo había hecho para prendarse tan rápido del pelinegro... tal vez nunca se había 'desenamorado' de Yunho, también podría ser que fuese un pendejo sin escrúpulos, quién sabe, cual fuera la respuesta... igual ese no era precisamente el tema controversial que su profesor esperaba leer en su reporte.
Suspiró y se colocó de costado sobre la cama, viendo hacia el espacio vacío en el closet. Quizá lo único que debía hacer era distraerse y despejar la mente, el asunto era con qué. No es como si no lo hubiese intentado ya, porque, sinceramente, pensar en la tramoya y en las cosas que debía decirle al bendito pelinegro le estaba destruyendo, pese a esto, no tenía mayores opciones.
Ya había usado el comodín de llamar a un amigo; no podía seguir atosigando al WooSan y a Seonghwa. Tampoco tenía ganas de ir a dar una vuelta; le daba pereza siquiera pensar en cambiarse de ropa y renunciar a la comodidad que le proveían sus sábanas revueltas.
Un último recurso era recurrir a la vieja confiable de hacerse la paja e irse a dormir. No obstante, De aquello implicaba seguir pensando en el pelinegro (porque obviamente si iba a jalársela iba a pensar en el único hombre que se la paraba sin siquiera proponérselo), más resultaba completamente incorrecto; su misión era dejar de pensarle, no honrarle.
Soltó una pesada exhalación al tiempo que se quitaba las gafas y se frotaba los ojos, se le estaban acabando las opciones, pero más que nada, se le estaba agotando el tiempo para hacer y entregar su asignatura.
― Dios mío, ilumíname... qué procede, ¡qué tengo que hacer!
Exclamó a modo de súplica al tiempo que alzaba los brazos en dirección al techo, como si este fuese el cielo y alguna deidad fuese a responder a sus lamentos.
Permaneció unos segundos a la expectativa, más al ver que seguía sin ocurrir nada comenzó a lloriquear pataleando una vez más en su cama. Al menos corría con la suerte de que ese día no tenía que ir a trabajar.
Sin querer estar ni un segundo más en su habitación y dejar que sus complejos se alimentasen de su maltrecho pensamiento, se levantó de la cama y fue hasta la cocina, ignorando como siempre las maletas intactas pertenecientes al hombre por el cual suspiraba.
De momento seguía sin corresponder al silencio ensordecedor que se apropió de su pequeño hogar. El desprecio que profería hacia aquel mutismo resultaba exuberante, de tal forma, que semanas atrás había comprado un estúpido humidificador de ambiente que dejaba encendido día y noche con tal de cortar la afonía instaurada dentro de esas cuatro paredes; le valía madres la cuenta de electricidad mientras él pudiera sentir algo de paz.
La cuestión era que ni siquiera eso le ayudaba a calmar sus ansias en esos días, tampoco le servía poner música o pensar en voz alta como ya acostumbraba; nada de eso resultó ser una solución después de que cierto pelinegro apareció. Y eso que no habían pasado más de un día juntos.
Torció los ojos y frunció los labios, continuando su trayecto hasta la heladera. Sin meditar demasiado abrió la puerta para tomar el cartón de jugo de naranja que el pelinegro le compró, pegó su boca al pico del envase y de un solo jalón se acabó la bebida pensando «ojalá las ansias se calmasen tan fácil como la sed.»
Un pesado suspiro se escapó de su boca tras desechar el cartón en la basura y contemplar el ambiente que le rodeaba.
― Esta mierda parece uno de esos lugares donde velan a la gente...
Comentó con desidia tras secarse la boca con el cuello de la sudadera gris que llevaba puesta; esa que ni por el coño desamparaba.
No mentía cuando decía que su hogar se sentía frívolo, incluso siendo él el propietario, pese al aura alegre y chispeante que se gastaba no se daba abasto para llenar de brío esos treinta metros cuadrados; al menos no sin Yunho.
Sin tener una explicación lógica, se quedó mirando hacia la pequeña sala de estar del apartamento, teniendo los antebrazos apoyados en la barra de la cocina mientras se regodeaba en el desasosiego que le transferían las paredes blancas del apartamento. Todo carecía de gracia, tan insulso e inexpresivo.
«Pero así no será el resto de mi vida, ¿o sí?... la verdad es que ya no lo sé.»
Pensó al tiempo que se mordía los labios y desviaba la mirada hacia las maletas del pelinegro.
Honestamente, no sabía de qué tanto se quejaba si, a fin de cuentas, esa era la vida que aspiró hasta no hacía mucho; la vida del Mingi independiente que deseó ser.
Indistintamente de ello, sabía que su anhelo siempre era eclipsado a manos del poderío de algo que Yunho le había sembrado... una promesa; la de estar juntos contra viento y marea.
«Por cómo incidían los rayos del sol a través de la persiana de su habitación serían no más de las cinco de la tarde, sus padres no estaban en casa y no llegarían pronto, así que no tendría que preocuparse por andar en una carrera con Yunho; podía simplemente quedarse echado allí a horcajadas sobre el cuerpo semidesnudo de su novio.
Suspiró satisfecho por ello para luego alzar la cabeza y acomodarse, de modo que pudiera apoyar el mentón sobre el pecho de Yunho. Acaban de hacerlo, así que el susodicho aún lucía aquella aura post orgásmica que le invitaba a llenarle de besos; tan complacido y sereno que también le daban ganas de hacerlo de nuevo.
― Yuyu...
Musitó el mote del mayor; el llamado por sí sólo atrapó la atención del pelinegro que le respondió sólo con un '¿Hm?' cuya vibración sintió en todo el cuerpo.
― Pero mírame, si no me miras no te digo un coño.
Exigió al poner su voz un pelín más aguda de lo usual.
A los efectos, el mayor soltó una corta risa y terminó por abrir los ojos. Sintió entonces no sólo la mirada del susodicho, sino las caricias que este comenzó a dejar por su espalda, surtiendo de agradables cosquillas a su piel.
Entonces, permaneció en trance sumido al vaivén de aquella cálida mano y de los ojos que le contemplaban amorosamente a pesar de la luz que, con cada segundo disminuía su fulgor; Yunho se miraba como el retrato de la juventud con aquel naranjo que besaba su cara e intensificaba el pálido rubor de sus mejillas.
― ¿Y bien?... qué ibas a-...
Sin ofrecer explicación alguna, siquiera recordando lo que iba a decirle al pelinegro en primer lugar, se movió sobre el susodicho hasta alcanzar sus labios en un beso pausado.
Besó al mayor con tal parsimonia, que sintió su corazón derretirse por la intensidad de su sentir. Con la lengua fue amansando los labios que desde hacía rato llevaba probando, tanteando el terreno como si fuese la primera vez que daba lugar a los hechos, lo curioso, es que en todo momento encontró un nuevo tesoro. Versos que deshizo y habló con su lengua mientras la ajena le explicaba el trasfondo de estos; le enseñaba sobre todo lo bueno que ya había oído.
Jadeó con ligereza tras sentir el brío con el que le correspondió el pelinegro, dejando a este chupar sus belfos antes de buscar camino dentro de su boca para sellarse una vez más a la humedad que compartían ambos; Yunho le acariciaba una de las mejillas mientras le besaba con propósito. Mientras le amaba con la intensidad de su adolescencia.
― Hm... yuyu, más...
Pidió en un leve gemido que se inmoló en los labios del aludido y dio paso a la concepción de una sonrisa.
Cómo no iba a querer más otra vez, si ellos dos eran jóvenes y las tardes como esa únicamente existían para vivirse, jugarse; Yunho estaría loco de no sacar provecho de la situación.
― ¿Más?... pero si acabamos de hacerlo, bebé... andas muy mingón hoy.
Se mofó un agitado pelinegro; haciendo lo posible para que no se le notasen las ganas que tenía de actuar a favor de suplir sus necesidades carnales.
― ¿Y de quién es la culpa?... además, cuál es el problema... como si te molestara de verdad hacerlo dos veces seguidas.
Comentó como si nada al tiempo que volvía su atención al cuello de su pareja, para plantar un par de besos mojados sobre la piel expuesta; le gustaba el salado que su lengua proaba tanto como el dulce de la boca de Yunho.
Sin previo aviso el mayor invirtió las posiciones y le dejó bajo su cuerpo, limitando su movimiento al colocar sus manos a cada lado de su cabeza, para luego entrelazar sus dedos.
― Dios... te tengo demasiado consentido, Mingi... esto no puede seguir así.
Sentenció Yunho en un susurro a una milésima de rozar su boca con la suya; dada la cercanía casi pudo saborear la poca importancia que le confirió Yunho a sus palabras.
De manera inconsciente apretó el agarre en las manos del mayor y sin mediar respuesta alguna, se alzó para encontrarle en otro beso, resolviendo soltar sus manos para llenarse los brazos con su adorado pelinegro. Siendo correspondido, Yunho no tardó nada en acomodarse entre sus piernas, haciendo que la parte más caliente de su anatomía rozase con intención contra la suya.
― A-ah-... tú me quieres así de consentido, sino no harías todo lo que te pido.
Se defendió entre leves gimoteos, como si valiera la pena retomar el hilo de esa conversación.
Yunho sólo rio con sutileza, la misma que imprimía en las caricias que dejaba a los costados de su cuerpo y en los besos con los que recorría su frente, pasando por sus labios hasta llegar a su cuello.
Enredó sus piernas en la cintura ajena, sintiendo una oleada de placer instantáneo nublar su visión, pese a ello, Yunho recobró su atención tras tomarle del mentón con una mano, mientras la otra la mantenía apoyada en el colchón.
― Yo no te quiero, Mingi... yo te amo así.
Soltó el pelinegro en un suspiro que al mencionado le supo a gloria.
Con el corazón a millón y las ganas a tope, volvió a cobrar todos los besos que la boca ajena pudiera darle. Bebió hasta el cansancio de Yunho quien, no paró de corresponder con la misma dicha que sentía retumbar en su pecho.
― A-anda, hazlo... hazme tuyo...
Murmuró entre jadeos contra la boca del pelinegro.
Sonrió al ver la mirada ida y el deseo que de soslayo chisporroteaba en los orbes ajenos y sin dar tregua a su petición, el mayor consiguió clavarse en su interior; todavía estaba húmedo y dilatado del magnífico juego previo que Yunho había hecho, primeramente.
― ¡A-ah!... Yunho-... yuyu... más, más, más...
Suplicó con desespero, siendo atendido al instante por la afanosa y energética alma de su pareja.
― Sí, bebé, sí... todo lo que tú quieras.
Confirmó Yunho con la voz ligeramente más grave a razón del deseo.
Enterró sus uñas en la carne de los costados del pelinegro, se volvió uno con su cuerpo que nuevamente se perlaba de sudor y así continuó, besando de a ratos su boca hasta que el mayor se detuvo tan abrupto que abrió los ojos confundido.
― Q-qué-... yuyu, por qué paraste.
Se lamentó al tiempo que enfocaba la mirada en los orbes pardos de su enamorado; sintió a Yunho tan potente en ese instante que su presencia fue insignificante.
― Sólo-... quería decirte que te amo y que nunca me iré de tu lado, Mingi.
El manifiesto, la determinación en la voz de Yunho le hizo temblar como nunca; casi como si hubiese llegado a una nueva etapa del éxtasis.
Impávido como se sentía, tan henchido de pasión reclamó los labios de su novio en un beso que, pese a ser lujurioso, se le antojó tan puro como ningún otro que le hubiese dado antes a Yunho.
Era extraño, pues ya había escuchado esas palabras en boca del mayor, pero era eso... el atardecer que salpicaba sobre la piel inmaculada del susodicho, los cabellos azabaches que se pegaban ligeramente a la sudorosa sien, el corazón de su boca que brillaba sonrosado por una promesa que había hurtado y correspondido.
Todo eso le colmó hasta condensar la pasión de su cuerpo en lágrimas que el mayor besó entre más sonrisas y frases cariñosas que no dudó ni un segundo en responder a pesar de la fiereza con la que este le llenaba y arremetía contra su ser; se sentía pleno, se sentía inmensamente feliz por ser amado así.»
Había pasado tanto tiempo desde eso... Yunho y él tenían apenas dieciocho años cuando empezaron a jurarse cosas de esa magnitud, aun así, percibía ese pasado como el ayer y sentía esas promesas grabadas como fuego contra su piel.
Su espíritu que desde el inicio se mantuvo a la par del de Yunho continuaba siendo fiel a ese manifiesto, y es que, necesitaba creer que eso seguía siendo verdad porque el mayor había regresado y no se hubiese tomado la molestia de hacerlo si todavía no satisficiese el mismo fervor.
Ese panorama deslucido y tristón, era únicamente una quimera del futuro que le hubiera tocado en el caso fortuito de querer pasársela de listo, porque si Yunho fuese otra persona... ni siquiera las maletas del susodicho le acompañarían mientras él se desvivía mirando hacia el atardecer que se postraba al horizonte y a través de su ventana; si no fuera por los edificios delante del suyo podría apreciarlo con claridad.
Pero todo había cambiado y esas fantasías, esos recuerdos todavía podían repetirse; volverse un futuro, su futuro ideal.
Sin darse cuenta sus parpados cayeron, haciendo que se transportara al momento exacto en el que contempló el mismo sol por la ventana, pero no la de su sala, sino las ventanillas de cierto pelinegro; el suspiro que se escapó de sus labios denotaba cuán afanado estaba a disfrutar de eso, aunque fuese sólo un recuerdo.
˚
Total, que conseguir el empuje que necesitaba para hacer su reporte fue lo de menos; qué más controversial y sencillo que redactar tres mil quinientas palabras acerca del "Extraño humor de la nueva generación". Lo que sí le costó fue impedir que su convicción se tintase del color de la amargura tras recibir la agresión de un tumulto de dudas e ideas desacertadas.
La indignación era una vaina seria y sin bien la humanidad de Mingi se hallaba revestida por una coraza de ilusiones, era fácil para él perder los estribos cuando sentía que alguien le había fallado; y por alguien, obviamente se refería a Yunho.
Terminar su asignación no le llevó más de tres horas, lapso en el cual se la pasó viendo el teléfono de reojo en espera de una llamada, de un mísero mensaje del dichoso pelinegro, pero ni una ni la otra. Él no quería sucumbir a sus rabiosas tentaciones, quería mantenerse del lado donde sólo reinaba el Mingi risueño y enamorado, sin embargo, el mayor estaba haciendo que su paciencia se agotara; como si la ilusión que proyectaba fueran dulces y su enojo las hormigas que los devoraban.
«Es que yo tampoco me valoro, porque de paso que el pana no me escribe yo todavía voy y pregunto pa've dónde coño se metió.»
Meditó en su cabeza mientras echaba un vistazo a sus conversaciones en Kakao; todavía se estaba reprochando el haberle preguntado a Seonghwa una hora antes si sabía del pelinegro. La respuesta, cabe destacar, fue negativa y para rematar, ahora no sólo él se hallaba desconcertado, sino que había metido al resto de sus amigos en el saco.
Dejó caer el teléfono sobre la cama al tiempo que hundía la cabeza en la almohada, balbuceando cosas ininteligibles.
Podían culparle por estar tan molesto, si acaso preocupado, era Yunho de quien estaban hablando y pensar en todas las posibilidades por las cuales el susodicho se hubiese esfumado le traía desde hacía rato con los pelos de punta. Los eventos que se imaginaban habrían podido perjudicar al pelinegro lo suficiente como para que este desapareciera por tanto tiempo, eran como uvas en un racimo; él se las comía y, siendo tan torpe, se ahogaba con las semillas.
Pensar que la madre del pelinegro le hubiese sonsacado para que este volviera resultaba congruente. Imaginar que el señor Jeong se hubiera aparecido para terminar de joderle la vida a su hijo también lo era. En fin, seguía comiendo de aquel racimo como si estuviese contando las doce campanadas para recibir el año nuevo, pero su boca no era lo suficientemente grande como para impedir que se atragantase.
― Por qué... por qué coño todo tiene que ser tan complicado...
Murmuró, siendo su lamento amortiguado por la mullida superficie de la almohada donde se hundía.
Estaba harto de saberse condicionado a tantos partidos ajenos al suyo, él ya había resuelto lo que quería para su futuro y eso involucraba en cuerpo y alma a Yunho. Todavía, aunque él no insistiera demasiado por miedo a espantarle, seguía sintiendo que el universo confabulaba en su contra para alejarle de su adorado pelinegro.
― ¡Es tan difícil entender que quiero estar cerca de-...!
Quizá el cosmos conspiraba a favor de destruir sus sueños, pero si de algo estaba seguro es que igual a la vida le encantaba dejarlo con las palabras en la boca.
Soltó un suspiro al oír nuevamente el insistente golpeteo en su puerta, la razón principal por la cual había dejado su desahogo a medias. No tenía idea de quién podía ser y sinceramente no estaba preparado para recibir visitas, pero tampoco haría esperar a esa persona; por el cómo tocaba a su puerta parecía que necesitaba algo.
― ¡Ya voy!
Gritó al pararse de la cama, sabiendo que aquel extraño podría escucharle.
De inmediato el ruido cesó y, estando complacido arrastró los pies hasta la puerta, abriendo la misma con desinterés, no obstante, quedó helado al ver quien le esperaba al otro lado de la entrada.
― Hola, perdón que me aparezca a esta hora... yo-... sé que debí llamar antes, pero me quedé sin batería en mi teléfono y dejé mi cargador en-...
Habló un apenado Yunho con una temblorosa sonrisa en los labios.
Ni siquiera dejó que el pelinegro terminase hablar, simplemente se arrojó sobre Yunho quien, a pesar de tambalearse un poco, logró mantener el equilibrio de ambos y corresponder a su fuerte abrazo.
No le importaba en lo más mínimo el por qué el pelinegro no le había escrito, cuán relevantes podrían ser esas explicaciones si finalmente le tenía allí. Un largo paseo al carajo fue lo que dieron todas sus dudas y molestias tan pronto le vio allí parado en el umbral de su puerta, con la misma ropa que le vio el sábado y una sonrisa afectuosa.
Se dio el lujo de preservar aquella cercanía para con el mayor durante unos largos segundos que le sirvieron para saberse el hombre más dichoso sobre la faz de la tierra. Allí nadie le haría daño, mientras Yunho le sostuviera con aquella pasión y le diera el gusto de sentir los latidos de su corazón, todo ello sería recíproco, porque estaba tan feliz que no sólo su boca sonreía, sus ojos también lo hacían, su núcleo, su cuerpo entero vibraba en armonía con su amado pelinegro.
― Mingi...
Musitó Yunho al mismo tiempo que paseaba una mano cariñosa por su espalda, más no se sintió capaz de atender a su llamado; prefirió entonces seguir disfrutando de la gentileza de aquel tacto. También del aroma masculino que desprendía Yunho, de su calor, de su confort, de todo lo que era ese hombre de cabellos azabaches.
― ... Mingi... Gigi, ¿estás bien?...
Insistió el pelinegro; su voz pendía en un hilo de preocupación.
Un tanto inquieto por las acciones del menor, intentó apartar a Mingi de su cuerpo con modestia, sólo para cerciorarse de que este estuviese bien, más el susodicho se lo impedía al aferrarse con más ganas a su cuerpo.
Pasaron unos segundos hasta que finalmente, el menor pareció despertar de un extraño letargo y se apartó alarmado, dando un paso hacia atrás; ambos se quedaron viendo a los ojos un tanto asombrados por lo sucedido, más aún por el comportamiento del menor. Todavía, Yunho, dejando de lado las inquietudes, esbozó una sonrisa al advertir el sonrojo en las mejillas de su risueño cuatro ojos.
― L-lo siento, yo-...
Comenzó al aclararse la garganta, optando por ver en todas direcciones en vez de encontrar los ojos del mayor.
― Hey... está bien, no pasó nada.
Sentenció Yunho al acercarse de nuevo hasta sí para posar una mano en su hombro.
Fue entonces cuando se atrevió a sumirse a la inmensidad de los orbes castaños por los cuales deliraba, sin embargo, el encantamiento que estos surtieron a su cuerpo duró muy poco, pues el mayor interrumpió su momento de magia para hacer una acotación.
― No sé si ya cenaste, pero traje comida y... de verdad hubiese querido llamar primero, pero sí... este, tenía la esperanza de que quisieras cenar conmigo.
Murmuró el pelinegro luciendo entre avergonzado e ilusionado mientras esperaba con paciencia por una respuesta.
Fue entonces cuando desvió su mirada a las bolsas en la mano del pelinegro; reconocería ese logo impreso donde fuera, pues era el de su local favorito de pollo frito. Sonrió amplio hasta hacer de sus ojos rasgados dos medias lunas que iban a juego con la dicha que irradiaba su cuerpo. Sin decir palabra alguna tomó de la mano al pelinegro y lo llevó consigo dentro del apartamento.
Tras cerrar la puerta ayudó al pelinegro con las bolsas, recibiendo un leve «Gracias.» que se limitó a responder con otra sonrisa.
― Ah, puedes ir a lavarte las manos y si quieres yo acomodo todo en la mesa.
Ofreció al mayor tras entrar en la cocina mientras él terminaba de quitarse los zapatos en el descanso de la entrada, aunque de soslayo fue capaz de advertir el asentimiento del aludido para luego verle desaparecer al fondo del pasillo.
Pese a su convicción, por alguna razón se quedó estático apreciando su alrededor, las maletas de Yunho seguían allí, pero nuevamente parecían estar riéndose con él. Giró su cabeza y vio los zapatos del pelinegro arreglados junto a los suyos, miró el mesón de la cocina donde reposaban la comida que compró el mayor todo mientras escuchaba el sonido del agua correr desde el baño, y bueno, sólo pudo pensar en que eso era lo que quería; por fin su hogar se sentía con vida.
Ese día se la pasó suspirando con anhelo, más ahora el motivo de sus espiraciones había cambiado, ya no respiraba añoranza, únicamente se llenaba de gozo, lo mismo que le hizo flotar hasta la sala para acomodarse en la mesa en espera de un pelinegro quien, al hacia su lugar no tardó en carcajearse antes de tomar asiento en su lugar de siempre.
― Entonces... veo que no has perdido todas tus costumbres.
Insinuó el pelinegro al tiempo que una sonrisa ladina se asomaba en sus labios.
Aunque sutil, el mayor igual logró ver el rubor en sus mejillas, detalle que le complació en demasía. A duras penas intentó no parecer abochornado y simplemente se llevó una mano a la nuca mientras Yunho tomaba sus palillos para empezar a comer directamente de los envases; porque sí, todavía pensaba que era innecesario ensuciar platos cuando se trataba de comida rápida.
― Yah, deja la pena y come que estás muy flaco.
Le regañó el pelinegro, más en su sentencia no residía pizca alguna de malicia; sólo registró la actitud juguetona del susodicho haciendo mella en su voz.
― ¡Yah, mira quién lo dice, acaso te has visto en un espejo!
Inquirió al alzar un poco la voz, intentando lucir enojado, siendo ignorado olímpicamente por el pelinegro que se limitó a llenar su boca con un trozo de pollo justo cuando iba a proferir otra queja.
Intentó aplacar su bochorno al refunfuñar y masticar mientras el mayor seguía riendo tras la palma de su mano; indignado por su actitud le propinó un sutil golpe en el hombro que le hizo recobrar la compostura.
― Lo siento, es que de verdad que eres adorable en todo. A veces hasta me da arrechera porque cambias en todo menos en eso.
Se sinceró el pelinegro tras recobrarse de su ataque de risa.
Le miró un tanto sorprendido por aquel comentario, sin embargo, optó por dejar las cosas de ese tamaño y encogerse de hombros antes de seguir comiendo.
― Y... ¿cómo estuvo tu día?, cuéntame... qué hiciste aparte del ridículo.
Cuestionó Yunho hablando con aquella facilidad; con esa aura naturalmente traviesa que de no ser por su voz igual la habría pillado a razón del resplandor en sus ojos pardos.
Rodó los ojos y se mordió la lengua, prefiriendo no darle el gusto de saber que eso le había cabreado.
― Fíjate que mi papel de ridículo es muy importante para el mundo, pero ajá... no hice nada más que estar echado en la cama y hacer vainas de la uni, ¿y tú?, qué hiciste aparte de clavarme el visto.
Dijo con cierto aire de autosuficiencia, intentando hacer el digno al hablar y seguirle el juego al mayor, sin embargo, se arrepintió tan pronto advirtió el desaire que su comentario le provocó al aludido.
― Lo siento... quería tiempo para pensar y supuse que tú también querrías algo así, no lo sé, Mingi... sé que fui medio egoísta, pero esos dos días en casa de Yoora me sirvieron bastante; tuviste razón.
Contestó Yunho tras dar un largo suspiro que le supo a frustración.
Vio al mayor dejar sus palillos sobre la mesa y coger de la mesa una lata de gaseosa, la cual le ofreció y tomó al instante antes de verle replicar su acción. Pese al decaimiento del ánimo colectivo en la sala, el mayor a criterio propio no lucía tan desganado, sólo un poco cansado. Sentado de piernas cruzadas delante de este, siguió contemplándole en silencio mientras daba un par de tragos a la lata de soda.
― Está bien, lo dije echando broma.
Murmuró de la nada, por mero intento de volver a la plática tan amena que estaban teniendo.
― Entre broma y broma la verdad se asoma.
Dijo Yunho con auténtica seriedad, hasta tenía los labios y las cejas fruncidas como si hubiese compartido un trocito de sapiencia trascendental.
A pesar de ello, aquel refrán sólo hizo que riera con ganas; suerte que pudo cubrirse la boca antes de escupir toda la gaseosa que pretendía tragar mientras el mayor hablaba.
― ¡Yah!, no digas esas vainas que me da risa. Casi haces que me ahogue.
Protestó en medio de un pequeño carraspeo, llevándose una mano al pecho antes de toser; de reojo advirtió la sonrisilla que se asomó en los labios del mayor.
― Bueno, dicen que eso sólo le pasa a los gafos y a los chamos bonitos, me pregunto cuál de los dos serás tú.
Comentó el mayor como si nada, entrando en esa faceta 'moja pantaletas'; cómo le gustaba que el otro fuese todo un casanova.
Frunció los labios tratando de reprimir un chillido de frustración, no entendía por qué estaba pensando en cosas semejantes a esa, pero ver la actitud socarrona de Yunho, en efecto, le bajaba las defensas de la mejor manera. A todas estas, qué importaba, si al fin y al cabo se sabía enamorado.
― Veo que antes de venir te tragaste un payaso porque andas es burda de graciosito, ¿no?... ¡Yah!, es en serio... qué tanto hiciste con Yoora en su casa, podrías al menos haberme respondido con un "No voy a volver hoy, Mingi."
Lejos de sonar despectivo y, pese a mofarse del tono de voz contrario al hacer una ridícula imitación de su ex, aquel reproche salió de su boca por mero acto de satisfacer su curiosidad.
Todavía quería saber, más bien, confirmar que era lo que había tenido tan distraído al mayor en esos últimos dos días, sobre todo, ansiaba que Yunho se abriera a él una vez más. No le hacía falta que el pelinegro le pintase un mundo de fantasía para hacerle feliz mientras él se desplomaba por dentro, quería lo que debió haber valorado desde el inicio: que Yunho le hubiese buscado para ser su punto de apoyo.
Por supuesto que también deseaba las cosas bonitas, no iba a mentir, se deleitaba con cada tontería que salía de la boca acorazonada que tanto se le antojaba besar, pero era ello... quería hacer sentir a Yunho de la manera que este se merecía; quería escucharlo para demostrarle que le seguía amando.
Cuando el silencio hizo acto de presencia entre ellos, lo tomó como una oportunidad para transmitir esa sensación de confort al mayor, cosa que hizo al dejar sus palillos y la gaseosa sobre la mesa, para ocupar una de las manos del pelinegro.
Aunque un poco vacilante, Yunho le miró a los ojos y pareció entender el mensaje y, para cuando se dio cuenta ya el mayor estaría sacándose del pecho todo lo que afligía.
― Si quería responderte, pero tuve que apagar el teléfono el domingo porque mi papá no dejaba de escribirme. Le dije a Yoora que te avisara, pero entre una vaina y otra a ella también se le traspapeló... ella lo que andaba era pendiente de que a mí no me diera un patatús.
Explicó el pelinegro un tanto cabizbajo mientras continuaba moviendo la comida de uno de los envases de un lado a otro con los palillos.
― El viejo ese quería saber si mi mamá estaba "comportándose como debía" y también quería contarme unas vainas sobre la empresa, cosa que me importa una mierda.
Profirió con amargura al tiempo que sintió el apretón que dio la mano ajena a las suyas; aunque no era el momento, igualmente sonrió satisfecho por ello.
Yunho no alcanzó a ver su sonrisa, y lo prefirió de ese modo, porque sólo quería escuchar al mayor desahogándose.
― ... de paso que a mi mamá todo el tiempo le dan ataques de ansiedad cuando está sola en casa y ahora como me tiene a mí me llama a cada rato para que la calme...
La pausa que se tomó el pelinegro en medio de su lastimera explanación le hizo contener el aliento; sin darse cuenta estaba luchando para aplacar el bravo enojo que se alzó de un momento a otro en su cuerpo.
― No quiero ser un mal hijo, pero siento que ya tengo demasiadas preocupaciones encima y a veces no me doy abasto. No siempre puedo ser el pilar que ella necesita y eso me jode...
Concluyó Yunho al buscar su mirada; en ese mismo instante que captó la atención de su exnovio, el susodicho cambió por completo su expresión de tristeza a una de molestia.
― Qué-...
― ¿Por qué haces eso?
Le interrumpió de inmediato el mayor.
Extrañado por el cambio tan abrupto de actitud de parte del aludido, intentó salir en su defensa.
― No he hecho nada, sólo te estaba escuchando, de qué hablas.
Reclamó con cierto deje de fastidio en su voz, más en ningún momento dejó de sujetar la mano ajena.
― No me jodas, Mingi... cada vez que hablo de mi mamá pones una cara de culo horrible. Por qué te molesta tanto que hable de ella, qué coño fue lo que te hizo.
Masculló un enojado pelinegro, pese a ello, pareció reluctante a seguir reprochando sus actos, casi como si esperase una respuesta lógica de su parte.
Lo cierto es que, la confrontación de Yunho le hizo caer en cuenta, que si bien sabía el problema que tenía con la madre del susodicho, aún carecía de respuestas para responder esa interrogante; de dónde provenía todo ese rencor, era lo que él más ansiaba saber.
La madre de Yunho, la señora Jeong, ese ser humano tan benevolente, cuyo vientre gestó al amor de su vida. Él no debía sentir rencor por la persona que con tanto amor cuidó de su más grande tesoro, hasta de sí mismo, quizá no fuese su madre, más en algún momento de su vida la sintió como una, porque esas manos primorosas también le habían secado las lágrimas cuando era apenas un niño asustadizo, porque esa dulce voz los acompañó en risas al ser cómplice de las travesuras que su expareja y él hicieron en la adolescencia, pero...
«... pero ella no nos apoyó cuando debió hacerlo.»
Tal como si alguien hubiese descorchado una botella, aquel ínfimo pensamiento floreció hacia la penumbra de su mente, esparciendo un mensaje, una verdad que jamás esperó encontrar; la causa más sustancial de su rencor. Porque sí, existían razones de sobra para creer en esa señora como un ángel de la guarda, sin embargo, era aquello, ese fallo lo que provocó que desterrase a la susodicha de su corazón.
La tan repentina revelación le provocó náuseas, pensó que hasta podría devolver ahí mismo todo lo que había comido, más un movimiento le hizo despertar de su letargo; ya no sentía el peso de aquella mano sobre la suya.
― ... vete a la mierda, Mingi. Dios mío por qué será que ahora siempre terminamos en lo mismo. No me escuchas, te cierras y vuelves con esa actitud...
Escuchó decir a un ofuscado pelinegro que ya iba a mitad del pasillo. Entonces, recordó lo que le habían dicho sus padres cuando les llamó y no dudó ponerlo en práctica. Ni corto ni perezoso se incorporó y en dos zancadas atrapó al mayor, abrazándole por la espalda.
― ¡N-no!... No dejaré que te vayas esta vez y-yo-...
Balbuceó aquellas palabras mientras forcejeaba por mantener al pelinegro contra su cuerpo.
― Mingi, será mejor que me sueltes porque de verdad no estoy de humor para otro drama, ya por favor, sólo-...
― ¡No, Yunho!... déjame-... déjame hablar, yo sólo... estoy molesto, ¿sí?... estoy molesto con tu madre porque ella nos dio la espalda cuando tu padre te echó de la casa, pudo decir a-algo... lo que fuera y e-ella... simplemente no lo hizo.
Le interrumpió haciéndose oír al alzar la voz y dejar que de su boca salieran aquellas palabras mordaces.
Estaban en pleno furor, en una subida descontrolada, todavía, aquella confesión trajo un alivio instantáneo a su alma, incluso a la de Yunho quien, hasta escuchar lo que tuvo para decir permaneció rígido entre sus brazos.
No supo en qué momento había empezado a llorar, sólo acallaba sus sollozos contra el hombro del pelinegro y le estrujaba entre sus brazos como si estuviese previendo su desvanecimiento; tenía miedo de que sincerarse no fuese suficiente, de que eso no los llevase a ningún lado. Sin embargo, Yunho le probó lo contrario.
Con sutileza el mayor se removió, pese a sus intentos por permanecer en su lugar y finalmente le sostuvo el rostro con ambas manos, enjuagando los lagrimones que descendían por sus mejillas.
― Mingi-...
― N-no... yo sólo-... es egoísta, p-pero el que ella quiera intentar recuperarte ahora después de hacerte eso me molesta, s-siento que sólo te ve como su salida de ese infierno, es decir, eres su único hijo, e-ella debió-...
Logró confesar aquello con cierto desespero.
Sabía que al decir esas cosas estaba tanteando en terreno desconocido, que Yunho bien podría dejarle y marcharse una vez más; después de todo, le estaba faltando el respeto a su madre. Todavía, qué clase de madre hace un acto semejante, si se supone que una madre ama de forma incondicional y apoya a sus hijos para todo, no es como si Yunho estuviese metido en un cartel de narcotráfico, lo único que hacía 'diferente' al pelinegro eran sus preferencias sexuales, cosa que no debía pesarle en la conciencia a ninguna madre, mucho menos si tu hijo es el ser humano más bondadoso y amoroso del mundo; o al menos así lo veía Mingi.
Escuchó entonces que Yunho llamaba a su nombre, pero se escuchaba lejano, no quería abrir los ojos tampoco, le temía lo que pudiera encontrar en los ojos pardos del mayor, pese a ello, las mismas manos gentiles de antes apartaron las manos de sus oídos y le hicieron poner los pies en la tierra una vez más.
― Hey, Mingi... mírame por favor... no hiciste nada malo, no llores más, ¿sí? Está-... está bien que me dijeras la verdad sobre lo que sientes...
Murmuró el pelinegro con la voz estrangulada como si también estuviese conteniendo su propio llanto; quizá había tocado un punto débil en el susodicho.
Aunque reluctante, su mirada permaneció en la del mayor, en aquellos ojos que ya no le veían con molestia, sino con simpatía; con el mismo cariño de siempre. Largó un suspiro entrecortado y sorbió sus mocos antes de bajar la mirada a sus manos, Yunho desde hacía rato le acariciaba los brazos, gesto que agradeció, pues necesitaba ahora más que nada sentirse cercano al mayor.
― H-hablé con mis padres en estos días y ellos me dijeron que tenía que decirte esto... que si habíamos pasado tanto tiempo juntos era porque sabíamos escucharnos, y yo-... p-perdóname si no supe hacerlo antes, yuyu... n-no sabía lo que me pasaba, perdón...
Habló en un hilo de voz, sintiendo que su alma con cada palabra se desprendía de un peso más, sin embargo, por muy alto que esta quisiera volar, él quería quedarse allí anclado a la realidad con el pelinegro.
Alzó la mirada una vez más para encontrarse la luminiscencia, la inmensidad que eran los ojos de su pareja; aquellos orbes salpicados con estrellas que amenazaban con caer del cielo. Sin querer dar lugar a los hechos, unió su frente a la de Yunho y respiró profundo, tomando de aquel empuje el valor que necesitaba para decir lo que seguía.
― N-no-... no quiero seguir guardando rencor en mi corazón. Quiero ayudarte, quiero ayudarla a ella porque sé cuánto te importa y ya no quiero que sigas sufriendo por esto, Yunho...
Susurró un poco más calmado, procurando que cada palabra dicha exudase el nivel de compromiso, de amor que pretendía transmitir al mayor.
Sabiendo la respuesta del otro, alcanzó con sus manos las mejillas de este y secó las lágrimas del susodicho con sus pulgares correspondiendo a sus atenciones anteriores. Fue entonces cuando le sonrió al pelinegro y este, inmerso en un mutismo reconfortante, le devolvió la sonrisa, aunque un tanto temblorosa.
Pensó por un segundo besarle, pues las ganas estaban y sobraban, pero algo dentro de sí le contuvo, pero para no dejar a sus labios con las ganas, aquel beso que anheló obsequiar a los labios de su pelinegro... lo sembró en la frente descubierta del susodicho.
― Yah, no llores más... sabes lo mucho que me duele verte así.
Pidió en voz baja, modulando sus cálidas palabras contra la sien del mayor a modo de confort.
Con los roles invertidos, era él quien ahora sostenía la figura temblorosa de un muy descompensado pelinegro. En momentos como ese quería tener una varita mágica que pudiera agitar para solucionar los problemas del mayor, para arreglar las cosas entre ellos; la verdad es que se conformaba con que algo, mejor dicho, alguien, pusiera en su boca las palabras correctas para consolar a su expareja.
― Perdóname por hacerte pasar un mal rato antes. Todo va a estar bien ahora, Yunho. Tu mamá estará bien y-... nosotros también.
Sentenció esta vez un poco más animado, tratando de que su voz se mantuviera estable; al único que le correspondía derramar sus pesares en ese momento era al pelinegro.
Desesperado por cambio, resolvió tomar de los brazos del mayor para colocarlos en torno a su cuerpo, indicándole así que le abrace con fuerza, cosa que el susodicho atendió sin rechistar. Sentía las manos del pelinegro empuñar la tela de su camisa y los sollozos de este que, pese a ser tenues, continuaban siendo persistentes.
Ciertamente, en el pasado tuvo que estar en situaciones similares; ambos siempre invertían sus posiciones transformándose en el estribo del otro. Sin embargo, esa ocasión la advertía tan foránea. Podía de forma escueta decir que el llanto desahuciado del mayor le evocaba una sensación de protección. Todavía, el contexto real de aquel extraño sentimiento iba y venía simulando el nostálgico vaivén de los columpios en un parque sin niños. Así percibía al mayor, como todo aquello que hace a un llorar niño entre los brazos de su protector por alguna injusticia.
Se quedó meditando sobre ese pensamiento mientras acariciaba los cabellos del pelinegro y este terminaba de vaciarse contra su pecho. Los minutos siguieron pasando acompasados, el mundo siguió girando y ellos permanecieron absortos en el otro hasta que el mayor decidió imponerse contra el silencio.
― P-perdóname tú a mí por ser u-una carga...
Fue lo que respondió un lloroso y compungido Yunho entre hipidos, pese al malogrado estado de la voz ajena, aquella disculpa fue tan consistente que incluso le estrujó el corazón.
― Oye, no. Yunho-... Yunho, mírame.
Solicitó con cierta firmeza a pesar de hablar entre susurros.
Trató entonces de zafarse del sólido agarre del aludido con la firme intención de llevar un mensaje a este. No quiso ser demasiado rudo, más no le quedó más remedio que apartarse bruscamente del mayor para enmarcar con sus manos esas mejillas empapadas.
En un respiro tuvo la atención del otro y, tan pronto sus miradas se cruzaron, sintió lo imposible... el mundo se detuvo ante ellos y la inmensidad del cosmos se encerró en los orbes que le contemplaron entre atemorizados y expectantes.
― No eres y jamás serás una carga para nadie, ¿me escuchaste bien?... o sea, quién te metió esa mentira en la cabeza... por Dios, s-sólo... ¡Mírate!... ¡eres un ser humano maravilloso!, tan dedicado, respetuoso, inteligente, amoroso, carismático-...
Sin darse cuenta el brío se apoderó de su voz y con aquel empuje comenzó a enumerar una por una las maravillas que siempre había admirado del Yunho; con aquel arresto también nutría la luminiscencia de aquellos ojos que le miraban amenazando con volver a llover.
Entonces, se detuvo abruptamente al darse cuenta de que en medio de su fulgor lo que consumió para estar tan energético no fue energía, sino la distancia entre ellos; estaba a un suspiro de volverse uno con aquellos labios acorazonados que a su parecer clamaban por ser besados.
Con el corazón en la mano, detalló una vez más los ojos del mayor que, pese a estar entre cerrados, seguían chisporroteando a razón de la curiosidad, pasó su mirada última vez a los labios del mayor y pensó... «Si no quisiera besarte ya se hubiese apartado. Anda, Mingi... no seas pajuo.»
En lo que duró su reproche, acomodó sus manos sobre el rostro del pelinegro, tomándole con más gentileza, borrando con sus dedos cualquier rastro amargo de aquellos mofletes al tiempo que ladeaba la cabeza en el ángulo ideal, porque si ese iba a ser su primer beso después de tanto sería perfecto. Un beso de película, algo que podrían no haber olvidado jamás.
Podrían, sí, porque si quiera el destino llegó a dejar que lograse su cometido cuando un resplandor cobró toda su atención, siendo acompañado de un estrepitoso sonido que les hizo apartarse del otro de un brinco. Para cuando abrió los ojos la luz se había ido, y la único que les iluminaba eran los rayos que se dibujaban en el cielo a razón de una imponente tormenta eléctrica.
― Q-qué mierda-... ¿¡en qué momento empezó a llover!?
Exclamó aún con las manos en el pecho, tratando de calmar su acelerado y asustadizo corazón.
A su lado Yunho parecía igual de confundido; si no fuera por la escasez de luz en la habitación ambos hubiesen sido capaces de advertir el rubor en las mejillas del otro.
A pesar de esto, el bochorno no les duró nada en el cuerpo y, lo que pudo resultar un momento incómodo, terminó en un épico ataque de risa, ni siquiera sabía quién se había reído primero, sólo sabía que estaba tirado en el piso con las manos en la panza, riendo junto a Yunho. Ambos parecían competir para ver quién aguantaba más la risa; por supuesto, Yunho hizo trampa al hacerle cosquillas mientras él se defendía y gritaba cosas como «¡Deja de hacer trampa, yuyu!»
En fin, afuera diluviaba, pero entre esas cuatro paredes que daban forma a la sala del pequeño apartamento, ellos se mantenían ajenos al poderío del cielo, aprovechando el apagón para ponerse al día.
― ¡Ah, y no te conté!... Yoora me acompañó a control de estudios hoy en la mañana a ver qué coño, si podía cancelar la petición de mi traslado a Gwanju y-...
Comentó un eufórico Yunho siendo interrumpido a mitad de camino por un tragicómico eructo.
A los efectos de aquel expelo, soltó una risotada infantil al tiempo que aplaudía, haciendo que el pelinegro riera junto a él, pese a la vergüenza que sintió. Pasado el momento, tras recuperar el aliento fijó su atención nuevamente en el susodicho, quien estaba recostado de espaldas al sofá aún con una lata de soda en su mano.
― Entonces... me ibas diciendo que tú y la enana fueron a control de estudios.
Dijo con un deje de entusiasmo palpable en su voz.
― ¡Ah, sí!... bueno, la cuestión es que cuando fui a hablar con el Coordinador de evaluación el tipo me saludó así de lo más normal y luego me dijo como si nada que si había ido a reincorporarme al trabajo.
Habló Yunho con parsimonia antes de llevarse la lata de gaseosa a los labios para darse el último trago de la bebida.
Probablemente su cara para ese momento era un poema, porque ni bien el otro dejó la lata vacía sobre la mesa le miró y se echó a reír nuevamente.
― Sí, así mismo quedé yo.
Sentenció un alegre pelinegro, riendo esta vez tras la palma de su mano.
Pensó por un instante que Yunho le estaba tomando el pelo, y de no ser por el estado de ineptitud en el cual cayó tras ver aquella sonrisa que le enamoraba... quizá no hubiese quedado como un tonto al pedir explicaciones al aludido.
― ¡Y-yah!... pero qué coño, marico. Cómo así.
― Pues, ve la vaina... viene el tipo y me dice que tal, que él firmó los papales nada más por complacer a mi papá, pero sabía que nunca me iban a aceptar el cambio. De paso, no le había dicho nada a mi papá porque cito, en palabras textuales del Coordinador de evaluación 'ese bicho es medio loco y me da paja hablar con él'.
Explicó Yunho como la propia cuaima que cuenta el chisme más jugoso del momento a su mejor amiga.
Y quizá si eran dos cuaimas sentados ahí a oscuras, siendo iluminados sólo con la linterna de su teléfono a mitad de la sala del apartamento mientras a sus espaldas el cielo seguía cayéndose sobre las desiertas calles de Seúl, pero qué más daba, la vaina estaba buena y Mingi estaba que le pinchaban y no echaba sangre por lo buenas que eran aquellas noticias.
― Verga, no puede ser. Entonces por qué esa gente no te dijo nada antes, qué coño.
Inquirió con curiosidad, acercándose hasta el pelinegro quien, volvía a sonreír por el interés que el menor mostraba.
― No pues, dizque él quería meter la coba a mi papá porque el hombre estuvo con una ladilla montada durante semanas para que le hiciera el favor, pero al final lo que hizo fue echarse a reír y luego me dijo 'te reincorporas el próximo lunes', y yo 'a chiquita, oks'.
Expresó el pelinegro, cambiando su voz al final de su pequeño discurso sólo para remedar al hombre del que hablaba y quizá para hacerle reír; cosa que consiguió al instante.
Obviando el hecho de que su exnovio estuviese usando demasiadas expresiones y modismos que atribuía a la enana de Yoora, escuchar a Yunho tan feliz y complacido le hacía inmensamente feliz; por fin sentía que algo iba bien, que había ganado una de tantas disputas en esa gran contienda con el padre del pelinegro.
― Me encanta, el bien triunfó sobre el mal. Es bueno saber que tienes tu trabajo de vuelta, más bien que nunca lo perdiste, sé cuánto te gusta trabajar ahí, aunque viven sacándote la mierda.
Murmuró contento antes de llevar una de sus manos a la altura de su boca para cubrir un largo bostezo.
En ese preciso instante, la energía volvió y para cuando abrió los ojos, tuvo que cerrarlos de inmediato, propinando una maldición a la nada a causa del daño a sus sensibles retinas que prontamente se ajustaron a la claridad.
Después de eso, no hubo mucho más que pudieran decir, mucho menos hacer. Reconocía que estaba realmente cansado y el pelinegro se veía peor que él (con unas ojeras de aquí a Pekín), aunque no le hiciera mucha gracia debían irse a dormir.
Sin muchos ánimos los dos se pusieron de pie al mismo tiempo y sin mediar palabra alguna, parecieron ponerse de acuerdo para recoger todo de la mesa y echar los desperdicios en el traste; Yunho no lo dijo, pero Mingi sabía que estaba agradeciendo su iniciativa de no ensuciar la vajilla. Pero fue allí, cuando ambos salieron de la cocina y se quedaron viendo a las caras que todo el entusiasmo que cargaban encima se diluyó como azúcar en un vaso con agua.
― Creo que es mejor si nos vamos a dormir. Yo-... mañana tengo que ir a ver a mi mamá y-... sí. Bueno... que descanses, Mingi.
Empezó el pelinegro sonando bastante inseguro de si era correcto decir aquello.
Frunció los labios mientras Yunho se masajeaba la nuca y veía a todos lados menos a su rostro. Hasta ese momento no se le había cruzado por la mente que debían dormir separados, a fin de cuentas, para qué iban a compartir una cama si no estaban... juntos; indistintamente de ello, aquella situación le producía un extraño tironcito en el pecho.
― ¿Tienes con qué arroparte?... estuvo lloviendo así que probablemente haga frío.
Apuntó con la esperanza de que Yunho decidiera cambiar de opinión.
― Eh, sí. No te preocupes... tengo mi cobija en una de las maletas.
Respondió el pelinegro con una sonrisa forzada en sus labios; al menos le había sostenido la mirada.
Se mordió los labios para evitar hacer un comentario al respecto. No quería tornar aquella plática más incómoda de lo que era, no después del gran avance que habían dado. Al final se tuvo que conformar con pasar un último rato compartiendo el baño junto al mayor para cepillarse los dientes y lavarse la cara. Todavía, aquello no resultó suficiente para él, pues tan pronto su cabeza tocó la almohada supo que esa noche no iba a dormir nada.
˚
Dicho y hecho, literal pasó al menos una hora antes de siquiera sentir que empezaba a pescar el sueño, pero tan pronto se iba quedando dormido una nueva idea saltaba a su mente haciendo que abriera los ojos.
Largó un suspiro al llevarse las manos al rostro, frotando su cara antes de dejar caer los brazos extendidos sobre la cama, todavía podía escuchar la lluvia cayendo y, para su desgracia, aquel sonido no le evocaba ningún atisbo de calma.
Buscó a tientas su teléfono sobre la mesa de noche y presión sobre el botón de desbloquear para ser golpeado en la cara por un enorme y brillante número sobre su pantalla quebrada que le informó que seguía despierto a las cuatro y media de la mañana.
― De pinga... y yo mañana tengo que trabajar...
Murmuró tras dejar el teléfono a un lado, volviendo su mirada al techo.
Bien podía quedarse el resto de la madrugada dando vueltas en la cama o intentar solucionar su problema, sin embargo, he allí el dilema... el único inconveniente que tenía es que su cama de momento se sentía demasiado grande, sobre todo teniendo a la persona perfecta para ocupar aquel inmenso vacío a menos de cuatro metros de distancia.
Cerró los ojos mientras decidía qué hacer, intentando por todos los medios caer rendido a los brazos de Morfeo, todavía, el cabrón siquiera tuvo la decencia de aparecerse o rondar por los límites de su cuarto; seguro el pajuo le tenía miedo a los truenos y la tormenta lo terminó espantando.
Necesitaba conciliar el sueño de alguna manera, pero cómo, si tampoco podía dejar de pensar en que al día siguiente el pelinegro tendría que irse de nuevo a ese... lugar; a su estúpida casa. Tenía motivos de sobra para pensar que corría peligro de perderle nuevamente por meses y ya no quería estar más de un día separado de este.
― Ay no, no me importa.
Sentenció en voz alta al haber agotado hasta la última gota de paciencia.
Con algo de prisa, hizo las sábanas a un lado antes de incorporarse y salir de la habitación en puntillas para caminar hasta la sala, lugar donde encontró a un apacible Yunho dormitando en una posición bastante incómoda sobre el sofá.
Sonrió al ver la expresión tan serena en el rostro de su exnovio, hasta estuvo tentado a regresarse a su cuarto porque no quería importunarlo, más al ver sus brazos abiertos no pudo sino interpretar aquello como una silenciosa invitación.
A sabiendas que el mayor tenía el sueño tan ligero como una pluma, siguió caminando de puntillas hasta llegar al sofá, agachándose para quedar a la altura del rostro ajeno. Estaba completamente tentado a simplemente acurrucarse a su lado, sin embargo, algo dentro de sí le llevó a despertar al susodicho con un ligero golpeteo en su hombro.
La respuesta fue instantánea, Yunho se removió un poco hasta despertar, frunciendo el ceño ligeramente en pleno estado de confusión al abrir los ojos y encontrarse de lleno con el rostro del menor.
― M-mingi, qué-... por qué me despertaste, ¿pasó algo?
Cuestionó un adormilado pelinegro quien, a duras penas lograba mantenerse alerta.
Se mordió los labios ante la ternura que le transmitió el mayor, tan dulce e inocente se veía con los ojos entreabiertos y envuelto en una sábana lila; cómo no se le iba a derretir el corazón.
― No podía dormir...
Confesó en apenas un susurro, esperando a que Yunho pillase la indirecta.
Para su fortuna, el mayor, aunque adormecido, atendió a su insinuación y sin decir palabra alguna, se acomodó en el sofá para darle espacio. Fue entonces cuando esbozó una sonrisa tan grande que hasta le dolieron las mejillas y sin perder tiempo se acurrucó de costado dando la espalda al pelinegro que le rodeó con uno de sus brazos.
A ninguno de los dos les importó que no hubiese espacio suficiente para ambos en aquel mueble; Mingi simplemente no podía estar más feliz. Sin embargo, al cerrar los ojos algo llamó su atención.
― Yunho... ¿apagaste el purificador de aire?
Preguntó extrañado debido al silencio instaurado en aquel lugar.
― Sí, esa mierda no me dejaba dormir.
Comentó el pelinegro al tiempo que le apretujaba contra su cuerpo y hundía el rostro en su cuello para dormir acurrucados.
Sonrió nuevamente al oír aquel comentario, decidiendo que no importaba el silencio, no cuando podía arrullarse con el sonido de la respiración de su adorado pelinegro.
Finalmente fue capaz de conciliar el sueño y, a pesar de las circunstancias y de la incómoda posición en la que estaban, ese hubiera sido el descanso más reparador que pudo tener en meses. Sí, hubiera... pero tan pronto salió el sol alguien decidió arruinarles la fantasía tocando furiosamente a la puerta.
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¿Quién estará tocando a la puerta? -sonido de suspenso-.
Ajá, qué tal les pareció el capítulo, ¿lloraron o rieron? mi beta me dijo que ambos y yo concuerdo con él porque también lloré escribiendo esto.
Debo decir... que la introducción de este capítulo fue la más difícil de redactar hasta el momento, dar con esa idea y relacionar una cosa con la otra me tomó al menos dos semanas. Ustedes creerán que fue cosa fácil, pero la verdad es que este capítulo lo estoy escribiendo y estructurando en mi cabeza desde hace más de dos meses. Les juro que cuando por fin pude terminar de escribirlo fue como el cielo, todo el tiempo que estuve buscando las palabras correctas para redactarlo se sintió como estar constipado emocionalmente, pero ya no más. Espero esta sea la última vez que tenga que redactar un mental breakdown de Mingi, porque en serio es extenuante meterse en la cabeza de este hombre(?)
En otras noticias, mientras escribía esto tuve que borrar y mover muchos de los párrafos de lugar para que tuviera sentido y entonces... se me ocurrió una idea. La verdad es que han habido muchas cosas que he eliminado de la historia porque no son necesarias para la trama, entonces pensé que podría incluirlas al final del fic como un extra, ¿les gusta la idea? Sí es así, comenten este párrafo con un emoji de flor.
Ahora, ya que terminé de contarles todo es tiempo para un poco de publicidad. Como verán... la escritura no es mi única pasión, también se pintar y coser. De hecho, en estos meses he tenido tiempo de hacer algunas cosas, por lo que decidí abrirme un Instagram para postear fotos y vídeos de mis creaciones. Si gustan seguirme la cuenta es: ingdepeluche.art
Bien, ya no tengo nada más que decir, así que... les deseo una hermosa semana. Recuerden cuidarse, tomar agua y comer bien. Les mando un abrazo de oso, cariñitos virtuales y... nos leemos a la próxima ☆。゚+.(人-ω◕ฺ)゚+.゚
♥Ingenierodepeluche
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