Capítulo IV - Amor (y más amor) séptima parte

Buenas noches, mis lunas... lo prometido es deuda. Me tardé un mes en terminar esto, pero como dicen por ahí... lo bueno se hace esperar. Disfruten sus veinte mil palabras de Yungi ♥

Advertencia: el siguiente trabajo contiene escenas de violencia y lenguaje ofensivo que puede ser inadecuado para menores de edad. 

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Se despertó sobresaltado a razón del bullicio que provenía de la entrada, cayendo de cara en el suelo a pesar del sólido agarre que Yunho tenía en su cuerpo. Estando un poco atolondrado, soltó un ligero siseo de dolor consecuencia del golpe que se dio, viendo luego en dirección al lugar donde procedía todo el escándalo; donde lo imposible ocurría. La puerta se estremecía con cada golpe y patada que tras esta.

«Quién coño toca así a esta hora de la mañana...»

Libró su aturdida mente al tiempo que pudo incorporarse para quedar sentado junto a un distraído pelinegro quien, le miró con la misma expresión de desconcierto que cargaba él en su rostro.

― ¿Estás bien?... ¿quieres que yo vaya a abrir?

Cuestionó Yunho tras dar un largo bostezo; aquel inspiro no fue suficiente para borrar el temor que de un instante a otro se enfundó en las facciones del mayor.

De pronto, el sonido se detuvo haciendo que ambos dirigieran su atención de nueva cuenta hasta la susodicha puerta que ahora parecía inerte como el objeto inanimado que era. La asonancia que retumbó en las paredes después de ello resultó incluso más aterradora que el eco del llamado inicial. Eso sólo le sirvió para corroborar que, ni el ruido ni la falta de este significaban cosas buenas.

Tragó en seco y giró para encarar a Yunho una vez más; el mayor lucía un poco más pálido de lo usual. Aquel detalle logró acentuar los escalofríos que corrían por su columna, pues ello se acentuó la creencia propia de que sólo la discordia sonaba de esa forma. Y de ser cierta su suposición, ninguna circunstancia le haría abrir la puerta para dar refugio en su morada al engendro tras ella.

― Q-quizá uno de los vecinos se quejó y la persona ya se-...

Comenzó a decir tratando de parecer calmado, más no le dio tiempo de culminar la oración cuando aquel fragor volvió redoblando su fuerza. Como resultado, dio un brinco en su lugar y se llevó una mano al pecho de la impresión.

Sin tener sus gafas a la mano y, pese al pésimo estado de su visión, igual fue capaz de advertir que esta vez el intruso intentaba forzar la cerradura de la puerta que con fidelidad seguía haciéndoles de barricada.

«¿Qué es esto, allanamiento de morada?, ¿acaso tengo que llamar a la policía?, ¿¡Y si es la policía que vino por nosotros?, ¡p-pero ni Yunho ni yo hemos hecho nada!»

Exclamó para sus adentros, sintiendo un nuevo subidón de ansiedad con cada pregunta sin respuesta que facilitó su ingenua cabeza.

Congelado a razón del miedo, pensó en quién en su sano juicio vendría a querer buscarlos, hacerles daño, lo que fuera... porque si de un ladrón se tratase, no estaría protagonizando semejante escándalo. Fue así como, entre una cosa y otra, en cuestión de segundos en su mente brotó un pensamiento tan apabullante como coherente.

― Y-yunho... no que será tu papá o alguien-...

La voz le temblaba por motivos de sobra, tanto que le fue imposible culminar aquella oración; el miedo ya habría tomado partido de su voz. Honestamente, tenía demasiado miedo, temblaba de pavor, aunque tampoco es como si fuese una persona muy valerosa, siempre temía relatar sus desconfianzas en voz alta porque pensaba que estas se harían realidad.

De allí partía la primicia... pensar en que el padre de Yunho hubiese enviado a alguien para ir tras el pelinegro le provocaba náuseas, porque sí, obviamente temía por su integridad física, sin embargo, le importaba más la del pelinegro a su lado. Muy a su pesar, el susodicho no pareció corresponder a su desvelo.

A diferencia de él que continuaba anclado a la fría cerámica del apartamento, Yunho, sin ofrecer explicación alguna de lo que haría, armándose con una coraza de intrepidez hizo a un lado las cobijas para hacer el ademán de colocarse de pie. Adivinando la pretensión de su exnovio, al instante tomó una de las muñecas de este deteniendo por completo su movimiento; la puerta seguía retumbando al otro lado de la estancia, haciéndole agradecer la resistencia del seguro y las bisagras.

― Mingi, deja que vaya a ver quién es. Si es el hijo de puta ese ya veré qué hago para calmarlo, no me voy a calar que por su culpa después los vecinos nos pongan otra amonestación por ruido.

Expuso un irritado pelinegro al zafarse con sutileza de su agarre.

Quiso detenerle, llamar por su nombre al mayor, más el miedo acabó por subyugar a su voz. A lo mejor sus acciones hubiesen sido en vano, pues sabía el nivel de determinación que cargaba Yunho (lo veía en sus ojos), pero haber hecho algo en vez de quedarse de brazos cruzados, supuso hubiese sido una mejor decisión. Todavía, cómo elaboraba en ello, mejor dicho, cómo hacía que su cuerpo, víctima del pánico, recobrara la facultad de moverse.

Mientras él seguía reprendiéndose por su cobardía, el pelinegro, aunque vacilante ya se había acercado hasta la puerta y sin emitir sonido alguno, en medio de una pausa en la que ambos contuvieron el aliento, resolvió abrir la puerta al demonio que les esperaba a las adyacencias.

― ¿¡Ahora es que te dignas a abrir, maldito malagradecido!?... Qué, acaso te sorprende verme.

Sentenció el padre de Yunho al dar una patada a la puerta e irrumpir en su hogar con su desagradable presencia.

Jamás en su vida pensó volver a oír aquella voz que, cual trueno, desgarró sin piedad la calma y dio paso al tormento en su cuerpo. Nunca creyó ver de nuevo a ese hombre infame que por desgracia era una versión envejecida de su adorado pelinegro; aquel sujeto se asemejaba a un Yunho concebido tras consumarse la unión del odio y la soberbia. Una alianza intrépida, prohibida, que sin más... dio vida a tal ultraje que dejaba a su paso solemne desgracia.

Se hizo para atrás con cierta torpeza, justo como su exnovio que, pese al susto inicial, se las apañó para demostrar bravura ante la presencia del sujeto, pero el hombre, lejos de verse impresionado por la valentía de su primogénito sólo rio a secas.

― Increíble, Yunho. Después de todo lo que hice por ti, después de toda la mierda que me hiciste pasar... ¡vuelves y haces la misma cagada de siempre!

Sentenció un enfurecido señor Jeong.

Con cada pisada que daba el susodicho Yunho retrocedía, tratando de alejarse de la penumbra que parecía perseguir aquel hombre. A los ojos de su corazón Mingi sólo esperaba que esa excusa de ser humano no fuese como Atila el Huno, tornando infértil los lugares que contaminó tras la marcha de su celaje; rogaba porque esa ruin aparición no fuera a desterrar la poca dicha que Yunho y él consiguieron atrapar tras el regreso del primero.

― Papá... este no es un buen momento, yo-...

Comenzó a hablar su exnovio refiriéndose al otro con cierta cortesía que el susodicho, a criterio propio, no merecía.

Aunque respetuosas, las palabras que el pelinegro pretendió conferir a su padre tuvieron un abrupto final cuando este arremetió con la palma desnuda contra la cara de su hijo. Un poco más fuerte y Mingi creyó que dejaría a Yunho hablando por la nuca.

De pronto las náuseas tomaron partido de cuerpo, aunque por fuera se viese compuesto. No se movía, no respiraba, no pestañeaba, únicamente veía con ojos cristalizados como abusaban de su expareja.

― No te atrevas a dirigirme la palabra, Yunho. Aquí quien habla soy yo. No voy a tolerar que sigas comportándote como un carajito malcriado y que me pongas en ridículo delante de otros.

Escupió aquel hombre de forma amarga al inclinarse sobre el cuerpo de hijo, quien mantuvo la mirada y el rostro esquivo.

― Que esta sea la última vez que me entero de que saboteas mis planes. O es que pensaste que no me iba a enterar de que rechazaron tu solicitud y que de paso te escapaste de la casa.

Masculló el padre del pelinegro mientras sostenía al susodicho empuñando la tela de su camisa con la zurda.

― ¿¡No te da vergüenza!?... ¡Cómo se supone que vine a terminar con un hijo tan inútil, tan cobarde!, ¡toda esta mierda es culpa de tu madre!... Debí haberte criado con mano dura como quería, así no me habrías salido como un marica.

Puntualizó el padre de su ex como si lo que de su boca emanaba fueran sólidas verdades.

Con cada palabra dicha el arrojo del sujeto se iba duplicando (como si las sílabas y los acentos fuesen la yesca que alimentaba la chispa de su rabia) y con ello las arremetidas al cuerpo de un impotente pelinegro también.

Simplemente veía como Yunho era sacudido cual muñeco de trapo, mientras este arrugaba la cara cual perro rabioso cada que el hombre se le acercaba demasiado.

Desde su posición, los eventos continuaban desarrollándose delante de él, las injusticias rebasaban la estancia mientras él yacía completamente inerte, aletargado, como si sólo estuviese contemplando un recuerdo y no la infausta realidad; fallaba en admitir que ese fuese realmente su presente. Todavía, su cuerpo reaccionaba a punta de reflejos en función de la adrenalina que esas palabras foráneas inyectaban en sus venas. Apretaba los puños y la mandíbula, veía borroso, pero no debido a las lágrimas, sino al furor, el humo que supuraron las ardientes llamas en su interior.

Fue entonces, cuando tuvo la desdicha de cruzar miradas con aquel tipo, que supo el quebranto de una parte importante de su alma; un deterioro que posteriormente concibió a una bestia hambrienta de justicia. De existir el infierno en la tierra, Mingi creyó estar viviéndolo en carne propia, sin embargo, más que prestar atención a las señales de alerta que enviaba su cuerpo, se enfocó en lo que aquel repugnante ser tuvo para decirle a él.

― Si estabas tan urgido hubieras contratado a una puta en vez de venir a revolcarte con esta escoria.

Murmuró el señor Jeong con desidia al mismo tiempo que sacaba un cigarrillo del bolsillo de su costoso traje de marca para llevárselo a los labios.

Sin cuido alguno el hombre dejó caer a su hijo en el piso; Yunho se mordió los labios para evitar emitir quejido alguno al caer aparatosamente contra el suelo. Por su parte, aun estando paralizado, con las emociones a flor de piel, observó al pelinegro quien, le dedicó una mirada indescifrable. Veía brillo, ardor en esos ojos pardos que, además de la roja impresión en su mejilla y sus lacios cabellos azabaches, eran lo único que daba color a su rostro... pero qué significaba aquello.

«Qué hago, qué hago, ¡qué hago!»

Exclamó dentro de sí mientras sus dedos titubearon ansiosos de una orden.

Por un momento creyó que el otro le estaba indicando que esa era su oportunidad de... lo que fuera en realidad. Estaba dispuesto a aprovecharla, hacer lo que sea, quería ir con todo contra ese mastodonte, más el chasquido de un encendedor le distrajo, haciendo que cortase la comunicación con el mayor y con ello, que perdiera la poca bravura que consiguió.

― Una mujer, ¡un par de tetas es lo que necesitas en tu vida para volver a ser un hombre!

Exclamó el hombre tras guardar aquel encendedor negro en su bolsillo y retirar el cigarro de sus pútridos labios, exhalando una nube densa de humo en su dirección.

Como respuesta a su temerario comentario, estuvo a punto de abrir la boca para callar a aquel imbécil, pero Yunho le tomó la delantera tras tomar a su padre a la fuerza por el cuello de su camisa; las venas en los brazos y el cuello del pelinegro brotaron impávidas ante su arrojo. Yunho lucía aterrador, tan frío y calculador como el hombre repugnante al cual sostenía a unos centímetros de sí, examinándolo, como si se contuviera las ganas de darle la paliza que se merecía.

No supo en qué momento se puso de pie, más quería evitar a toda costa que Yunho pudiera hacer algo de lo cual pudiera arrepentirse. Es decir, por supuesto que quería ver sufrir al padre del susodicho, pero un movimiento en falso y podrían verse perjudicados. Todavía, ni bien dio un paso para ir a separarlos, Yunho le detuvo tras hacerle una seña con la mano.

― No te atrevas a hablar así de, Mingi.

Ordenó el pelinegro a secas, haciendo que el aludido quedase en frío; jamás escuchó la voz de exnovio tan grave, tan... lúgubre.

A los efectos de su juicio, el papá de Yunho se echó a reír, una risa airosa que enfureció más al pelinegro. El hombre, sin apartar la vista de los penetrantes ojos de su hijo le dejó hacer y decir lo que quiso mientras él sigilosamente se acercaba hasta ellos.

― ¿Vas a seguir protegiendo a esa mierda, Yunho...? ¿¡de verdad vas a volver a mandar tu vida al carajo por el hijo de los Song!?

Cuestionó un enfurecido hombre alzando cada vez más la voz, con la firme intención de provocar a su hijo; no había que ser un genio para saber que el tipo sólo quería ver a Troya arder.

― ¡Aquí la única mierda eres tú!, ¡No te atrevas a hablar mal de él otra vez, ni siquiera vuelvas a pronunciar su nombre o te mataré!

Bramó un iracundo Yunho mientras zarandeaba con fuerza a su padre; la sola acción pretendía reafirmar el ultimátum que declaró entre dientes. Se detuvo entonces, con el corazón en la boca, completamente abatido por la escena que presenciaba.

Aquellas palabras le habían quebrado el corazón a la persona equivocada por motivos ulteriores. Así, para infortunio de ambos jóvenes, tal amenaza no tuvo efecto alguno en el hombre quien, luciendo fastidiado llevó el cigarro que aún mantenía entre su índice y medio a la altura del cuello de su distraído hijo. El chillido que emitió Yunho fue instantáneo cuando el cilindro de nicotina se apagó contra su piel.

― ¡Hijo de-...!

Exclamó Yunho tras soltarlo y llevarse ambas manos al cuello, queriendo expresar su odio, no obstante, su padre le cortó en el acto tomando un puñado de sus cabellos azabaches entre sus dedos.

― Aquí el único hijo de puta eres tú.

Concluyó el hombre, mofándose de su primogénito al pagarle con la misma moneda.

Ante la osadía del hombre y, viendo a su amor en aprietos, Mingi dio un paso adelante para salvar al pelinegro de las garras de aquel engendro, pese al súbito empuje en su cuerpo, el aludido le mantuvo en su lugar, haciendo que se atragantara con el poderío que cargaba.

― No te atrevas a venir por él o quien se va a morir eres tú.

Decretó el señor Jeong modulando aquellas palabras sin alterar la cínica expresión de su rostro; los ojos de aquel demonio penetraron hasta su alma, más no le dio el gusto de verle flaquear.

Con las manos hechas puño a cada lado del cuerpo, miró de soslayo a un derrotado pelinegro que ya no daba pelea alguna a su padre. La humillación se ceñía a este y avergonzaba a su persona al empapar sus mejillas, pero si de algo estaba privado no era del llanto, sino de rabia.

Fue entonces cuando el padre del pelinegro terminó de quebrarlos a ambos al alzar el rostro del susodicho obligándolo a encontrarse con su mirada, inmediatamente, sin poder contener más el alboroto de sus emociones encendió las fuentes, mojándose con la misma amargura que rociaba la cara del mayor.

― Míralo. Esa es la patética puta por la cual echaste todas las oportunidades que te di a la basura, ¡ese que ni siquiera mueve un dedo por ayudarte!... recuerda esa imagen porque es la última vez que lo verás en tu vida.

Afirmó el hombre sin una pizca de remordimiento en su voz; con cada sílaba podía notar por la expresión de Yunho que el infeliz estaría apretando el agarre en sus cabellos.

El tiempo que duró su contemplación apreció cuán ultrajado estaba el vivaz espíritu de la persona que todavía amaba en fausta demencia. Leyó el desespero y la súplica que Yunho tenía en los ojos, un sentimiento mutuo tan crudo que hasta sintió el desgarre de cada respiración que tomó su amante hasta ser arrastrado lejos de sí por el mismo monstruo que les hizo separarse la primera vez.

Permaneció estático mientras los vio partir por la misma puerta; el hombre ni siquiera dejó al mayor tomar sus pertenencias, siquiera que su hijo se pusiera los zapatos, simplemente le arrastró fuera de aquel lugar. Entonces, lloró a mares sin emitir sonido alguno, sin mover un solo dedo pese a ser despojado de su felicidad porque, aunque el pelinegro no lo dijera, igual escuchaba su voz llamándole... clamando su nombre para que despertara del letargo inducido por el padre del susodicho.

No quería creer lo que ese demonio le había dicho segundos antes a Yunho, pero qué hacía... qué era lo correcto para ellos en ese momento.

«¿¡Vas a dejar que se lo lleve a sí no más!?, ¿le viste la cara, Mingi...? ¡cómo le vas a hacer eso al hombre que amas!»

Tan pronto escuchó lo que su conciencia tuvo para decir, fue como si un balde de agua fría hubiese caído sobre su cabeza, haciéndole despertar del shock inicial. Se dio cuenta de que había cometido un error, sin embargo, todavía tenía tiempo de solucionarlo.

A los efectos de su realización, no tardó en salir corriendo del apartamento; no se puso zapatos, no se puso un abrigo, no pasó primero por sus gafas, porque nada importaba más que Yunho. Suficiente tiempo cedió al infeliz de su padre, dejando que este maltratase al pelinegro delante suyo, pero ya no más.

Doblando en una esquina por el largo pasillo del quinto piso, echó una mirada hacia abajo para ver a ambos bajar las escaleras a prisa, sin dudarlo los imitó y corrió con toda la fuerza que sus largas piernas le permitieron. A lo lejos escuchaba los murmullos del hombre enojado y uno que otro quejido de Yunho; ambos sonidos hicieron que su sangre terminase de hervir.

Era tan temprano, aunque fuese verano el sol no se había elevado lo suficiente en el cielo para calentar el ambiente que continuaba marchitándose ante la presencia del hombre, pero ni la gélida sensación que hartaba su humanidad le hicieron retroceder; la abrasadora cólera mantuvo su sangre caliente.

Así, mientras su cuerpo se colmaba de ira, en medio de su desenfreno comenzó a bajar los escalones de dos en dos hasta llegar a la planta baja y seguir el camino hasta el estacionamiento de la residencia donde pudo divisar a lo lejos el lujoso auto del padre de Yunho y a estos dos forcejeando.

Sintiendo que sus pulmones se sumían al ardor de su cuerpo, corrió un poco más hasta detenerse, colapsando con las manos sobre las rodillas al tiempo que trataba de recuperar el aliento. Estando allí escondido tras los matorrales del jardín, le costó ver lo que pasaba con el pelinegro, más al advertir cómo el señor Jeong intentaba meter a la fuerza a Yunho dentro de su auto, la ira terminó de cegarlo.

Sin meditar en sus acciones, buscó un par de piedras y las tomó entre sus manos, entonces, acarició el filo de esta contra su pulgar y sin meditar su objetivo lanzó el primer proyectil que más tarde impactó contra el parabrisas del carro; el crujido que hizo el vidrio fue suficiente para llamar la atención de los dos hombres.

― ¡Déjalo en paz de una maldita vez!

Gritó con tanta fuerza que sintió el desgarre de sus cuerdas vocales.

Teniendo la atención de los dos no le importó nada más cuando tiró la segunda piedra consiguiendo un tiro limpio a la cabeza del padre del pelinegro. Regodeándose en su pequeña victoria, le vio soltar a Yunho, quien corrió lejos de su padre mientras este tanteaba la herida en su cabeza; la piedra apenas le había roto la frente.

― Maldijo hijo de puta.

Bramó el hombre tras azotar la puerta de su vehículo.

Sentía que iba a desmayarse, que podría vomitar en ese momento, pero no dudó un segundo en caminar hasta el hombre quien le tomó del cuello de la camisa con tanta fuerza que escuchó el crujir de las costuras; finalmente estaba cara a cara con su mayor pesadilla.

― Quién coño de la madre te crees. ¿¡Acaso crees que me va a temblar la mano cuando quiera terminar de joder tu miserable vida!?

Inquirió el hombre exasperado, sacudiendo su cuerpo entero como si fuese una simple hoja de papel.

Si bien no podía hacer caso omiso a las palabras que le dedicó el sujeto, la coraza que se había puesto por dentro impidió que esas palabras hicieron mella en su corazón. No sabía que estaba esperando, pero si ese hombre iba a desquitarse con alguien sería con él, no con Yunho; nunca más dejaría que este le tocase un pelo a su adorado pelinegro.

― Vienes aquí a tratar de salvar al estúpido de mi hijo como si él estuviese a su altura... ¡lo único que ha hecho toda su vida es estar contigo por lástima!

Declaró el señor Jeong con saña, mostrando siempre aquella sonrisa prepotente; ese esbozo que tanta repulsión le causaba.

Oír semejante mentira hizo que el puño le temblara a causa del vigor que contenía en el cuerpo a espera del momento correcto para arremeter con aquel rostro; quería borrar de esa cara todo cinismo, todo rastro de soberbia y limpiar su nombre de aquella asquerosa boca.

Si iba a rebajarse hasta el nivel de ese hombre, peleando como si de animales se tratase, no le importaría hacerlo otra vez. Renunciar a su compostura era lo de menos cuando había tanto en juego.

― Qué... vas a llorar como el marica que eres por escuchar la verdad. Tú maldita familia es una desgracia, ¡tú eres la peor desgracia que le pudo pasar en la vida a Yun-...!

Sin permitir que el padre del pelinegro continuase profanando el nombre de su familia, de un escupitajo en el rostro cortó con aquellas furiosas palabras mientras gruesos lagrimones enjuagaban sus mejillas.

Ante tan intrépido movimiento, sintió un puño estamparse contra su cara, en consecuencia, al instante la sangre comenzó a brotar a borbotones por las heridas que ahora había en su boca. Aturdido por el golpe no fue capaz de escuchar el grito de Yunho, tampoco pudo recobrar la consciencia cuando un segundo puño arremetió con el lado opuesto de su cara; escupió la sangre que se había acumulado en su boca y antes de saberlo cayó como peso muerto al pavimento.

― ¡Cómo te atreves a escupirme en la cara, maldita bastardo!

Exclamó el iracundo hombre al tiempo que daba una patada a su costado.

Se encogió de dolor ante las punzadas que castigaron su abdomen y entre lamentos intentó apartarse de su atacante. Pese a tener la mirada borrosa, desde su lugar pudo ver a Yunho luchando contra su padre, el pelinegro parecía hacerle algún tipo de llave mientras gritaba su nombre, una orden, no podía entenderle... todo se escuchaba distante, como una alarma, más bien, como una sirena.

Intentó colocarse de pie, más su visión se puso blanca por una milésima de segundo; escuchaba movimiento a su alrededor, sentía a la gente ir y venir, gritar, pero le costaba identificar lo que pasaba.

«¡Despierta, Mingi, Despierta!, ¡No lo puedes dejar solo!»

Escuchaba esas palabras repetirse una y otra vez en su cabeza, no entendía mucho cómo es que debía despertar, mejor aún, con qué clase de letargo estaba batallando si en el fondo sabía que antes de caer allí no estaba soñando, ¿o sí?... lo único que sabía era que Yunho, él... lo necesitaba.

Se removió inquieto sintiendo puntadas fugaces. Estaba adolorido y quería saber la razón, el por qué... estaba tan compungido, desesperado incluso. Trataba de hilar un pensamiento coherente con otro, dar con el motivo de su angustioso estado, pero todo lo que veía y escuchaba era el pelinegro gritando.

«¡Mingi, despierta por favor!»

Rogó aquella voz en su cabeza, haciendo que al instante mil imágenes sobre el altercado con el padre del pelinegro se filtraron a su cabeza. Era cierto, debía despertar, tenía que hacerlo porque debía ayudar a...

― ¡Yunho!

Exclamó al abrir los ojos desmesuradamente viendo de lleno al esplendoroso cielo azul sobre sí.

Estando aún confundido, se incorporó con rapidez, pese a los quejidos que emitió su cuerpo, fue entonces cuando sintió un par de manos sobre sus hombros y una voz desconocida que llamaba a su nombre; le tomó tiempo enfocar su mirada, pero cuando por fin pudo poner rostro a esa voz, sintió su núcleo contraerse a razón del desconcierto.

― ¡Mingi, Mingi, escúchame! No te muevas, soy el oficial Kim. Todo va a estar bien, muchacho.

Escuchó decir al policía a su lado quien, lucía completamente compuesto dentro de su traje pese al despelote que había a su alrededor.

Relamió sus labios secos, soltando un leve gemido al tantear sobre la herida en estos, seguía un tanto deslumbrado por todo el asunto, pero ello no le impidió mirar en todas direcciones hasta encontrar al pelinegro.

― ... ¡Dejó a mi novio tirado en la acera todo ensangrentado, le estoy diciendo que nosotros sólo nos estábamos defendiendo!

Explicó Yunho parado a unos cuántos metros de él; el mayor no parecía tener más heridas visibles de las que anteriormente había detallado, lo cual era un verdadero alivio.

A pesar de esto, advirtió la conmoción de este quien, intentaba hacerse oír por un policía obtuso que trataba de controlarlo y hacer que se calmara. Intentó entonces buscar con la mirada al padre del susodicho, más no encontró rastro alguno del tipo.

― ... ¿Mingi?, Mingi.

Oyó su nombre con cierto deje de preocupación; era la voz del oficial.

Giró su rostro para encararlo una vez más, sintiendo otro pinchazo en el torso. Se llevó ambas manos al lugar, presionando sobre este para tratar de aminorar el dolor, gesto que no pasó desapercibido por el policía.

― Hey, muchacho, ¿te encuentras bien?

Cuestionó el hombre a su lado un tanto más sereno al ver que aún respondía.

Observó entonces el botiquín de primeros auxilios que yacía abierto junto a ellos, y la toalla donde su puso había reposado su cabeza mientras estuvo inconsciente.

― Puede que sigas aturdido por un par de horas más, trata de tomártelo con calma. Por suerte no tienes ningún hueso roto, pero te aconsejo acudir a emergencias si te sientes muy descompensado, ¿de acuerdo?

Habló el oficial al tiempo que organizaba las cosas dentro del maletín con parsimonia.

Asintió, aunque el gesto pasó desapercibido por el mismo; ciertamente todavía se opinaba en extremo aletargado como para elaborar en palabras. Pese a esto, el oficial tras culminar con su labor le ofreció una sonrisa y una palmada en el hombro como gesto de confort.

― Tu novio y tú tuvieron una mañana difícil, pero pueden estar seguros de que ya el asunto está resuelto.

Sentenció el fulano oficial Kim en un tono de voz que pretendía ser comprensivo; como si aquel hombre de verdad supiera el calvario por el cual estaban atravesando.

Le restó importancia a la partida del policía y, en un empuje, resolvió colocarse de pie; las piernas le temblaron un poco y la cabeza le dio vueltas, pero todo fue pasajero. Estando más estable, no dudó en ir hasta su encuentro con el pelinegro quien, lo vio entre asombrado y aliviado.

― ¡Mingi!, Dios mío... ¿estás bien?, ¿cómo te sientes?... por Dios, te ves horrible, ese cabrón-...

Dijo un ofuscado Yunho mientras examinaba a profundidad su rostro.

La verdad es que, lejos de sentir dolor, al sentir las tibias manos del pelinegro enmarcar su rostro sintió que cada herida en su cuerpo se sanaba a sí misma; poder ver nuevamente a los ojos pardos de Yunho era un milagro, el mejor remedio de todos. La razón por la cual había puesto en riesgo su propia vida... ahora sabía que había valido la pena.

― Yuyu, yuyu... estoy bien. No me hizo nada malo, estoy bien.

Murmuró con honestidad a pesar de lo seca y lastimada que estaba su garganta.

El mayor se relajó visiblemente ante su testimonio y sin agregar palabra alguna se inclinó para juntar sus frentes por unos segundos, tiempo que invirtió para recobrar toda la fuerza perdida en aquella lucha.

― Perdón por haberte puesto en esta posición. Yo-... los oficiales, ellos-... se llevaron a mi padre, pero sé que él va a pagar su propia fianza y eso me tiene muy preocupado, Mingi.

Confesó Yunho en voz baja como si tuviese miedo de romper la paz que de un momento a otro se había instaurado entre ellos. Sin embargo, a criterio propio, el testimonio de este resultó suficiente para quebrar aquel cachito de calma.

Largó un pesado suspiro al tiempo que intentó tragarse el nuevo nudo en su garganta. Bastante pesada que había sido la mañana y parecía ser que ese sólo sería el comienzo; sólo rogaba por un poco de tranquilidad, qué era eso mucho pedir.

Tanto Yunho como él necesitaban darse un respiro de esa situación, pero entendía las preocupaciones del mayor, más bien, ahora las sentía en carne propia, todavía... qué les quedaba para luchar, ¿un alma resquebrajada, un espíritu afligido y un cuerpo dolido?... cómo eso les iba servir para marchar hacia la nueva contienda que les aguardaba. Aún opinaba que era inaudito estar en pleno siglo XXI y que ambos tuviesen que actuar como unos bárbaros en vez de tener la certeza de que apelar por la justicia sería suficiente para acabar con sus problemas.

Abrió sus ojos sin darse cuenta de cuando los había cerrado y paseó su mirada por el estacionamiento, preguntándose entonces en qué momento se habrían ido todos los policías en sus patrullas, ni siquiera el auto del señor Jeong estaba allí; un punto a favor de este porque de haber visto el vehículo probablemente hubiese ido a espicharle los cauchos.

― ... Gigi, oye...

Escuchó aquel mote ser pronunciado con la voz, el tono que tanto hacía derretir su corazón y volvió su atención al pelinegro que le veía entre preocupado y contento.

― ¿De verdad te sientes bien?...

Preguntó el susodicho enmarcando su rostro entre las palmas de sus manos una vez más.

Como reflejo se removió un poco en su lugar, lo necesario para hacer que sus magullados labios besaran la palma que le sostenía y así, sonrió a su opuesto para transmitir un poco de calma este.

Fue instantánea la reacción de Yunho, el mayor no podía ocultar el rubor que cubrió sus mejillas, pese al deplorable estado de sus facciones; todavía lamentaba él no haber actuado antes de que ese hombre lastimase a su adorado pelinegro.

― Mejor-... vamos al apartamento, ¿sí?... Está haciendo frío esta mañana y sigues descalzo.

Sugirió el pelinegro tras dar una última caricia a sus mejillas y dedicarle una leve sonrisa.

Asintió sin ganas de objetar nada y comenzó a caminar cabizbajo mientras el mayor lideraba su paso. Ninguno de los dos se dio cuenta de cuando Yunho decidió sería prudente enlazar una de sus manos a la suya y quizá era mejor de esa manera; haber dicho algo hubiese acabado con el sentimiento que tal unión les facilitó a ambos.

Curiosamente, el corto trayecto hasta el apartamento no desató un mar de dudas en su cabeza, quizá era porque, así como le había dicho el oficial, su cuerpo y mente seguían resentidos por la paliza, o tal vez simplemente quería darse un momento para respirar... cual fuera la respuesta, se dejó llevar a la puerta de su hogar pensando que podría ir a la cama y descansar un rato, más alguien interrumpió el ir directamente a llevar a cabo sus planes.

― ¡Mingi, Yunho, gracias a Dios están bien!... escuché todo el alboroto y llamé a la policía. No quise ir porque con esta edad bajar las escaleras no es fácil para mí, mijo, pero... ¡vaya susto que me dio ese hombre!

Dijo su vecina quien, pareció salir de la nada, pues tanto Yunho como él dieron un brinco del susto al ver a la anciana.

Tras haber pasado el susto, lo único que quedó en sus rostros fue una simpática expresión de confusión; jamás pensó que la razón por la cual tenían tantas amonestaciones por ruino les llegaría a hacer un favor. Aunque un tanto suspicaz, advirtió la autenticidad en las palabras de la señora quien, sonreía a pesar de verlos parados allí incómodos, desaliñados y descalzos frente a la puerta de su hogar.

― Uhm... gracias por llamar a la policía, señora Min. De verdad nos hizo un favor.

Comentó el pelinegro de manera educada, completando su agradecimiento con una leve reverencia que no tardó en imitar.

― Nada que agradecer, jovencito. Sólo tengan más cuidado y no se vayan a meter en más problemas, ¿sí?

Dijo la anciana a modo de advertencia, más esto no eclipsó la sinceridad en sus facciones, incluso en su timbre de voz; lucía tan complacida y encantada que era difícil creer que hasta el día de ayer la veía como una vieja amargada.

― No se preocupe señora Min, tendremos más cuidado de aquí en adelante. Ahora, si nos disculpa... tenemos que irnos. Que tenga un feliz día.

Estando a un sobrecogido por la tan extraña experiencia, no se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor hasta que Yunho le dejó dentro del apartamento y cerró la puerta.

― Bueno, eso fue... Burda de raro, pero de verdad aprecio que nos haya ayudado porque la vaina no estuvo fácil.

Comentó Yunho tras librar parte de su tensión en un pesado suspiro.

Asintió al estar de acuerdo con su exnovio y sin más que decir o agregar, permaneció estático al igual que él. Honestamente, quería ir a dormir, pero no sabía si hacer eso estaría bien tomando en cuenta la confesión que le hizo Yunho antes de subir. Quería preguntar cuáles eran los planes del mayor, pero no quería parecer rudo o que Yunho pudiera malinterpretar la situación, de cualquier forma, no tuvo que hacer nada, pues el susodicho pareció leer su pensamiento.

― ¿Me prestas tu teléfono?, necesito llamar a alguien y el mío sigue sin batería olvidé ponerlo a cargar a noche.

Habló el pelinegro tras quebrar nuevamente con el silencio y empezar a moverse por el apartamento.

― S-sí, yo-... ya lo busco.

Respondió sin darle muchas vueltas al asunto. Caminó hasta su cuarto y tras ubicar el dispositivo lo tomó junto con sus gafas antes de volver a la sala.

Sin decir nada le extendió el teléfono al pelinegro quien lo tomó en sus manos ofreciéndole un gesto de desconcierto al ver la pantalla quebrada, sin querer dar explicaciones hizo caso omiso al mayor y le dejó usar el dispositivo. Tampoco hizo ninguna observación cuando el otro introdujo su contraseña como si fuese algo que no pudiera olvidar jamás; no quería admitirlo, pero ese gesto le supo a felicidad.

Agotado por su agitada mañana y la falta de sueño, dejó ser al pelinegro mientras se acurrucaba en el sofá. Desde su lugar vio a Yunho ir y venir por la sala con el teléfono pegado a la oreja, lucía un tanto exasperado y eso le produjo cierta sensación de amargura, sin embargo, cuando estuvo listo para pedirle al otro que se calmase, este por fin fue atendido por la persona a quien llamaba.

― ¡Mamá!, no-... ¡mamá, escúchame!, mi papá me descubrió, ya sabe-... sí, ya sabe lo que pasó, pero-...

Escuchaba el tono impaciente del pelinegro y de alguna manera también registraba los gritos de la mamá del susodicho al otro lado de la línea.

Mientras más intentaba hablar Yunho, más le interrumpió su madre y así, la paciencia de ambos comenzó a disiparse.

― Mamá, por Dios... ¡Escúchame!... estoy bien, no va a pasar nada. Te estoy diciendo esto para hacer tiempo porque no sé qué tan rápido pueda llegar por ti a casa y para eso prefiero que vayas a lo tía Yeri.

Explicó su exnovio con rapidez sin siquiera tomar aire o hacer una pausa.

Supuso que la señora Jeong se calmó lo suficiente, pues ya no se escuchaban sus lamentos ni lloriqueos, cosa que le hizo suspirar aliviado, ni el pelinegro ni él necesitaban más inconvenientes, mucho menos lidiar con cosas fatigosas.

― ... Sí, este es el número de Mingi, guárdalo por favor y ve donde tía Yeri, yo iré lo más rápido que pueda no le avises a más nadie sino a ella, nos vemos allá.

Finalizó Yunho despidiéndose de su madre. Justo al colgar la llamada el aludido se pasó una mano por la cara como si no creyera todo lo que estuviese pasado; si vamos al caso, él tampoco terminaba de asimilarlo.

Sin embargo, aquello era lo de menos, lo que le tenía confundido ahora era lo último que logró escuchar de la llamada del pelinegro. Resolvió entonces indagar un poco en el asunto y así, se levantó de su lugar en el sofá para ir a donde el mayor quien se dedicó a revolver el contenido de sus maletas buscando lo que parecían ser unas cuantas mudas de ropa entre sus pertenencias.

― Yunho... ¿de verdad piensas irte ahora?

Cuestionó sin darse cuenta de cuán triste se escuchaba su voz.

A los efectos de ello, el aludido atendió a su llamado y se colocó de pie delante de él. Con una mano sostenía la ropa embojotada mientras con otra se dedicaba a alborotar sus cabellos azabaches, pensando antes de responder.

― Tengo que hacerlo, Mingi... no sé qué va a pasar y necesito asegurarme de que mi mamá va a estar bien.

Explicó el pelinegro luciendo un tanto consternado, pero más que nada determinado. Pese a ello, su voz seguía pendiendo de un hilo de resignación, detalle que no le sorprendió en lo absoluto, pues sabía cuán cansado debía estar este.

Tras soltar un pesado suspiro, le vio tomar el morral a un lado del sofá, para luego, empujar las prendas dentro de este sin gracia alguna; la falta de recato en el pelinegro que siempre se veía tan compuesto le hizo pensar que Yunho estaba a un grito de colapsar.

― Es-... es estúpido cómo me tomé tantas molestias para que no fueran a pasar todas estas vainas e igual terminó todo mal. Debí ser más precavido, debí medir más mis acciones, debí-

Sin dar tiempo a que el mayor continuar echándose la culpa, le detuvo al sostenerle por los hombros, obligándole así a dejar de lado la batalla que libraba con el cierre de su mochila para que lo viera directamente a los ojos.

― Yunho, para. Detente. No hiciste nada malo, hiciste todo lo que estuvo en tus manos y no es tu culpa que las cosas hayan terminado así. T-todavía hay tiempo, tienes la oportunidad para resolverlo y ahora me tienes a mi para ayudarte, yo-...

Habló a razón de la pasión mientras apretaba el agarre en los hombros del mayor, mientras le sostenía la mirada con aquel vigor, aquel empuje... pero nada satisfizo los intereses del susodicho.

― No. No vendrás conmigo, Mingi. Suficiente tuve con lo que vi hoy, no dejaré que el cabrón te vuelva a poner un dedo encima. Ya no quiero seguir involucrándote en esto.

Sentenció Yunho con firmeza, librándose de su agarre con la misma gentileza de siempre; incluso se tomó la molestia de sujetar a sus manos y darles un cálido apretón antes de soltarlas.

Permaneció un estático en su lugar, tratando de entender por qué el mayor le estaba haciendo semejante desprecio, es decir, entendía que deseaba mantenerlo a salvo, pero eso ya era demasiado; dejarlo fuera de juego como calienta bancas a esas alturas del partido no era lo correcto.

― ¿Estás loco?... Yunho no voy a dejar que te lances como un trozo de carne a una jaula con leones hambrientos. Crees que no me dolió ver todo lo que ese hijo de puta te hizo, ¿¡por qué no quieres que te ayude joder!?...

Exclamó ya sin poder contener las lágrimas, quebrándose delante de la única persona a la cual permitía verle tan frágil.

De inmediato sintió las manos ajenas tomarle del rostro y enjuagar sus lágrimas con cariño y, sin poder evitarlo, se inclinó para buscar soporte y consuelo en aquel calor.

― Mingi, por favor... sé todo lo que pasó... entiendo-... entiendo cómo te sientes, pero tienes que confiar en mí, por favor.

Murmuró el pelinegro bastante mortificado.

Abrió los ojos para encontrar los remolinos castaños que tanto le gustaban, esos que, a pesar de la tertulia de hacía un rato, seguían viéndole de esa manera que le hacía pensarse deslumbrante. Aunque tuviera sus reservas, en el fondo reconocía que era incapaz de fallar a la palabra de Yunho; si éste le pedía que confiara en él, lo haría.

Asintió levemente obteniendo una sonrisa y un beso en la frente como recompensa; la caricia obsequiada por los labios de Yunho bastó para que terminase de aceptar aquella idea.

― Volveré lo más rápido que pueda e intentaré llamarte, no te preocupes, ¿sí?...

Comentó el pelinegro mientras continuaba tratando de sonreír y él intentaba contener el resto de sus lágrimas.

Volvió a asentir y finalmente Yunho le dejó ir a favor de recoger las cosas que había sacado. Al terminar, caminó hasta la entrada y sin ver atrás se colocó los zapatos, durante ese tiempo permaneció sollozando en su lugar viendo todo de brazos cruzados en espera de que el mayor decidiera volver con él, mejor aún, que le pidiera acompañarle en esa aventura, más no pasó ninguna de las dos.

Simplemente vio a Yunho abrir, salir y cerrar la puerta tras de sí llevándose consigo una parte de él.

˚

Tal vez no hubiese un punto de comparación real entre una cosa u otra, pero Mingi desde la partida del pelinegro fallaba al distanciarse de la idea, mejor dicho, el sentimiento, de que había mandado a su esposo a la guerra.

Aquel lío que involucró a su amor no tendría la talla de un conflicto intercontinental entre grandes potencias mundiales, sin embargo, igual acontecía en las garras de un poderoso enemigo que no se oponía ante la idea de crear desdicha para los suyos.

Sabía de antemano que la estrategia de ese hombre era atormentarles con sus propias preocupaciones, pero de haber violencia, sabía que la habría... Después de la coñaza con el padre el susodicho cualquier cosa podía pasar; las películas mentales que se hacía Mingi en la cabeza sobre los distintos escenarios eran cada uno peor que el otro. Se sentía como si prácticamente hubiese enviado a su amor a un campo de concentración sin ningún tipo de protección.

«¡Qué estúpido fui!»

Exclamó para sus adentros luego de quitarse las gafas y frotarse los ojos con rabia; no quería derramar más lágrimas.

De a ratos le pesaba en la consciencia el saber que, quizá si hubiese sido más obstinado al menos sabría el verdadero paradero del pelinegro y si este se hallaba bien, porque su corazón se empeñaba en opinar lo contrario... pero eran cosas, detalles que probablemente sólo sabría si fuese tan insistente como una mujer. No es como si quisiera jugar a ser la esposa perfecta, porque Yunho y él ni siquiera estaban casados, aun así, pensaba que le faltaba empuje; estaba seguro de que de haber sido mujer al menos hubiese recordado decirle al pelinegro que se llevara el teléfono consigo.

«¿Por qué será que mi memoria nunca colabora cuando la necesito?»

Se reprochó por enésima vez llevándose ambas manos a la cabeza, despeinando sus cabellos en el proceso.

Debió suponer que el mayor tardaría más de lo que imaginó cuando le vio 'empacar' sus cosas en su morral antes de salir, más quiso creer que eso era solamente provisional; Yunho de todas formas siempre quería estar preparado para todo. No obstante, conocía cuán impulsivo podía llegar a ser pelinegro y, que estando bajo presión, se le olvidaban más de una cosa, entre ellas su bendito teléfono.

Observó el dispositivo sobre la mesa de la sala y cerró los ojos, como si mentalizarse con la fuerza suficiente fuese a teletransportar aquel aparato hasta las manos de Yunho; suspiró al volver a abrir los ojos y ver el teléfono completamente inerte sobre la mesa.

Por supuesto que había intentado comunicarse por otros medios con el pelinegro, después de todo, el mayor había hecho una llamada a su madre desde su celular, pero todas las veces que intentó llamar a la susodicha (con la esperanza de que atendiera Yunho) recibió únicamente la respuesta de la contestadora.

«De tal palo tal astilla.»

Pensó al levantarse del sofá para dar otra vuelta por su pequeña sala de estar; la nueva maña era resultado de sus ansias. No concebía quedarse quieto demasiado tiempo, no podía simplemente sentarse a esperar que un milagro pasara, quería hacer algo, pero qué...

― Mingi... Siéntate por favor.

Escuchó decir a Seonghwa al otro lado de la habitación, pese a la calma en su voz, el mayor se veía tan cansado y preocupado como él y el resto de los presentes.

Ignoró el comentario de su amigo al mismo tiempo que caminaba de brazos cruzados hacia la ventana de la sala. El aludido trató de no verse ofendido por el frío comportamiento de su amigo, mientras los demás cruzaban las miradas deliberando qué debían hacer en esa oportunidad; ajeno a todo, Mingi seguía con la mirada en la entrada de la residencia como si de un momento a otro fuese a ver la mata de pelos azabaches emerger entre las calles iluminadas.

Había llamado a Seonghwa en un momento de debilidad, se sentía tan solo y desahuciado que pensó le haría bien un poco de compañía de su Hyung más compuesto, todavía, no le pasó por la cabeza que el mayor pudiera adjudicar una invitación al resto de sus cinco amistades; ahora teniendo el apartamento lleno pensaba que quizá se había precipitado.

Claro que agradeció el que sus amigos estuviesen pendientes de Yunho y de él, hasta había llorado al verlos cuando abrió la puerta y los encontró a todos amorochados tratando de entrar para competir por quién sería el primero en abrazarlo; los abrazos nunca estaban de más y él honestamente necesitaba uno. Sin embargo, con el pasar de las horas su angustia crecía y más que ser de utilidad, la presencia de los demás empezó a incomodarlo.

― Mingi. Oye, Gi...

Escuchó decir a Hongjoong a sus espaldas, cuando de pronto sintió unas pequeñas manos posarse sobre su hombro.

― Es burda de tarde... por qué mejor no intentas dormir un poco.

Agregó el de menor estatura en un tono de voz comprensivo.

La sugerencia hizo que se volteara a ver al susodicho quien, llevaba impresa la inquietud en sus facciones, sobre todo en la temblorosa mueca que hacía de sonrisa. Esa era la tercera vez en una hora que Hongjoong le decía algo similar; le sorprendía cuán perseverante y paciente podía ser su amigo diseñador en circunstancias como esta cuando la mayor parte del tiempo era mandón y obstinado.

Pasó su mirada por la sala viendo al resto de los chicos, San y Wooyoung estaban acurrucados a un lado de Seonghwa a punto de dormirse, Jongho y Yeosang estaban viendo algo en el teléfono del menor, mientras Seonghwa parecía escribir algo furiosamente en el teclado de su teléfono; suspiró ante la escena. Resolvió entonces que sí, en efecto había hecho mal al involucrar a todos sus amigos.

― Si Yunho llama o escribe vamos a estar pendientes de ir a despertarte, no te preocupes.

Intentó por última vez un pacífico Hongjoong.

A pesar de su cálido ofrecimiento no pudo evitar apretar los labios ante la incomodidad que le hizo sentir aquello. Empezaba a opinar que había sido egoísta de su parte pedir ayuda, es decir, todos tenían sus propias vidas y él estaba allí otra vez fastidian porque no podía, más bien, no quería estar solo. Quizá lo mínimo que podía hacer para retribuirles el gesto y no causarles más molestias era hacerles caso.

Sin objetar palabra alguna, asintió y dio un pesado suspiro antes de darles las buenas noches y retirarse a su habitación. Por un momento se sintió culpable de no tener más espacio para que sus amigos se sintieran cómodos (ni queriendo tendría suficiente para acomodar a los seis en su cama y en el sofá); al menos la noche estaba fresca, así que el calor no sería una molestia.

Al llegar a su cama se desplomó sobre esta tras quitarse las gafas y se acostó de su lado, tomando la almohada de Yunho que hacía semanas que ya no olía al susodicho, aun así, la apretó contra su pecho en busca de consuelo.

― Por favor, Dios... sólo te pido que su madre y él estén bien.

Murmuró contra la almohada sintiendo su voz más ahogada de lo normal; sentía pésimo el hecho de siquiera pensar en dormir mientras el pelinegro pudiera estar sufriendo.

Quiso combatir contra las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos, más pronto se vio dando tregua a las mismas al momento que comenzó a distanciarse de la realidad y caía en un profundo sueño mientras lloraba en silencio.

Fue así como sé quedó dormido, sumido en las templadas aguas de la esperanza, llamando a todo aquello que pudiera interceder en la lucha que Yunho estaba librando; en la que hubiese querido acompañarlo.

Esa noche no soñó nada en particular y lo pensó idóneo porque el agotamiento físico y emocional que cargaba encima había sido demasiado. Simplemente, sintió que su cuerpo se apagó hasta que alguien volvió a encenderlo, como si hubiese presionado un botón; sólo que el botón no era eso, siquiera un interruptor, sino un sonido que le arrebató con descaro la somnolencia.

― Q-qué-... qué es-...

Comentó aún medio adormilado; apenas había despegado la cabeza de la almohada porque escuchó un insistente golpeteo a la puerta del apartamento.

De inmediato su pulso salió expedido y la ansiedad menguó en él como efecto lateral de las vivencias de hace sólo dos días. Aunque el llamado a la puerta no era tan furioso como el de esa mañana, igual le dejó un minuto estático en su lugar. No fue sino hasta que el ruido cesó, cuando escuchó la puerta abrirse que se dejó llevar por la voz tan conocida que inundó el calmoso ambiente de su hogar.

Con los pies descalzos se desplazó por el cuarto, sentía el corazón en la boca, pero una extraña sensación le invitaba a despojarse del miedo y atender a la súplica de su cuerpo por creer que eso era algo bueno; una fuerza le invitaba a entrar en confianza.

Resolvió abrir la puerta del cuarto y tan pronto lo hizo advirtió el regreso de su alma a su tembloroso cuerpo.

― El que tenga miedo de morir que no nazca.

Murmuró un cansado, pero sonriente Yunho a mitad de la sala del apartamento junto a un despeinado Yeosang que supuso había sido el que tuvo la decencia de abrirle la puerta.

Por su mente pasaron mil y una respuestas alusivas a ese comentario tan satírico que se lanzó el pelinegro, más ninguna salió de su boca. Cuando vino a caer en cuenta de lo que hacía, sólo registró la cercanía del otro respecto a su cuerpo; sus brazos lo apretujaban contra sí mientras su cabeza permanecía hundida en la curvatura del cuello ajeno.

Poco le importó montar un espectáculo frente a los presentes, siquiera le importaba abochornar a Yunho mientras repetía entre sollozos cuán estúpido y egoísta había sido por desaparecerse sin decir nada otra vez.

Lo que no sabía (y quizás nunca tendría constancia de ello) es que tanto el pelinegro como sus amistades observaban la escena con ternura, pese a estar notoriamente cansados por pasar la noche en vela. Se regodearon en el sentimiento de ver a esos dos, la pareja inseparable, como la recordaban: gozando de una cohesión tan única y sólida como la de un átomo de hidrógeno.

Resultaba imposible no quedar conmovidos ante la escena, más aún por el hecho de que Yunho parecía adolorido a razón de la fuerza que Mingi usaba para apretujar su magullado cuerpo, pero estaba bien para este, en tanto sus heridas fuesen amansadas con el amor del menor que tiritaba de la emoción entre sus brazos.

― Yah... Mingi... Gigi, estoy bien. Te prometí que volvería, ¿no?...

Comentó un enternecido pelinegro en aquel susurro a modo de confidencia que sólo sus oídos pudieron apreciar.

Tenía una cuerda de reproches atorada en la garganta, quería responder tantas cosas a Yunho, pero nuevamente ninguna palabra salió de sus labios, mucho menos cuando se apartó y reparó el estado de este.

― ¡Y-yunho, por Dios, mira cómo estás!, ¡quién coño te hizo esto!

Exclamó alarmado mientras pasaba la mirada por las múltiples cortadas, raspones y moretones en la cara y los brazos desnudos del aludido.

Ahora que contemplaba todo a detalle no sabía si era prudente volver a tomar al pelinegro, tocarle siquiera; llegó incluso a sentir dolor en cada una de las partes donde advirtió el florecimiento de una nueva herida. Incluso el pésimo curetaje en las heridas del mayor fallaba en aplacar las prominentes marcas en la piel pálida del susodicho.

― Bueno... No esperaba que todos estuviesen aquí, pero mejor, así solo tengo que contar toda la historia una vez.

Comentó un alegre Yunho, haciendo caso omiso a sus interrogantes.

El mayor sólo le miró con simpatía y acarició su mejilla antes de dejar el morral que llevaba al hombro en el suelo. Acto seguido le vio pasar de largo de camino hasta el sofá donde un adormilado Jongho le hizo espacio para que se sentase a su lado.

El más pequeño del grupo vio al pelinegro como los mismos ojos inquietos que el resto; como si todavía no saliera del asombro de verle en ese estado y el alivio de tenerle no fuese suficiente.

― Mingi... ve a buscar el botiquín de primeros auxilios si tienes uno, Yunho-...

Escuchó decir a Seonghwa quien discretamente se había acercado hasta a él para susurrarle aquellas palabras al oído.

Saliendo del asombro y del letargo al cual le habían llevado el sueño y sus pensamientos, asintió y se fue en busca del maletín que Yunho y él guardaban bajo el mueble del lavamanos en el baño. Tan pronto dio con este, sonrió y sin miramientos regresó a la sala, advirtiendo el pesado ambiente que terminó de apoderarse de la estancia.

― ¡Yah!, no me miren todos con esa cara de tragedia sigo vivo, nada malo me pasó.

Reclamó el pelinegro antes de soltar una leve risilla, más ninguno de los presentes pareció inmutarse a ello; todos parecían más bien incómodos por la actitud despreocupada que se gastaba su exnovio.

Frunció el ceño y apretó el maletín entre sus manos, Yunho no se percató siquiera de su ausencia, más no le importó. Estuvo a punto de decir algo, reprocharle, más Hongjoong le ganó.

― ¿No crees que estás siendo un poco injusto contigo mismo, Yunho?... no tienes que fingir delante de nosotros que somos tus amigos, marico. Estás vuelto nada y sonríes como un imbécil, es-... un poco desfachatado porque yo siento que estás aparentando.

Murmuró el rubio que parecía estar más dormido que despierto, aunque tenía razón al decir aquello.

De pronto, el silencio reclamó sus voces, tornando el ambiente más pesado, más incómodo. Yunho pestañeaba incrédulo mientras veía a un adormilado Hongjoong; el diseñador todavía tenía las marcas de alguna sábana impresas en la cara y bostezaba como si nada.

― Yunho, es-... es que de verdad estábamos preocupados por ti, sigues haciendo a un lado a todo el mundo, incluso a Mingi. O sea, pudiste haberlo llamado desde el teléfono de tu mamá y no lo hiciste.

Contraatacó su amigo Yeosang en un tono que ciertamente se le antojó bastante despectivo; detalle que hizo al pelinegro fruncir el ceño.

― Bueno, pero ustedes creen que yo qué... ¿acaso creen que estuve manguareando en casa de mi tía?, sino llamé a nadie ni siquiera a Mingi es porque-

― ¡Yah, basta!... no voy a dejar que esta mierda termine en discordia. Acepta que te equivocaste Yunho y que pudiste siquiera decirle a Mingi que estabas "bien".

Sentenció un exasperado Seonghwa moviendo las manos en todas direcciones para constatar sus palabras; incluso vio al mayor hacer comillas con los dedos al pronunciar la palabra bien.

― ... pudiste hacer eso para que no anduviera desesperado y nos tuviera a todos en las mismas, pero no lo hiciste, equis. De resto, todos ustedes acepten que al menos Yunho está aquí en una pieza y dejen de echarle las vainas en cara porque no saben si reaccionaría incluso peor estando en su situación.

Agregó el mayor del grupo dando por concluida la disputa antes de siquiera haber empezado.

Aunque Seonghwa luciera más repuesto de su arrebato tras descargarse, ninguno se atrevió a objetar su manifiesto; la decisión más sabia era mantener la boca cerrada cuando al mayor se le subían los humos a la cabeza.

― Yo-... lo siento, ¿sí?... ok, admito que tienes razón Hwa. No era mi intención tampoco iniciar una pelea, de verdad-...

Dijo de la nada un muy afligido Yunho quien, a su parecer, ya no vestía siquiera un gramo de enojo en sus facciones, al contrario, se le antojó tan apenado que estuvo a punto de correr y abrazarlo. Sin embargo, se contuvo al ver que este parecía tener más para decir; sin darse cuenta abrazó entonces el botiquín.

― ... quise llamar a Mingi, pero no sabía qué hacer con mi mamá que todo el tiempo andaba histérica. Al final no fue mi papá quien fue a buscarnos a casa de mi tía, sino uno de los carajos que tiene ahí a su cargo y el tipo me entró a coñazos porque no lo dejaba pasar a la casa. Después mi tía llamó a la policía y bueno, el resto es historia, yo-... lo siento.

Explicó el pelinegro al tiempo que resolvía bajar la guardia ante los presentes; estando cabizbajo y de hombros caídos ahora el susodicho no encontraba la mirada de ninguno.

Compungido por la extraña mezcolanza de emociones en su interior, no se percató de sus acciones hasta el momento que decidió arrojarse al otro lado de la habitación para caer de rodillas delante de Yunho. Sin dar explicaciones, dejó el botiquín en manos de un sobrecogido Jongho quien, hasta hacía nada tenía un brazo envolviendo al pelinegro y entonces, decidió descubrir el rostro de este entre sus manos en una delicada caricia.

― Hey, no, no. Yunho, no te pongas así. Mira... yo no estoy molesto, nadie aquí está molesto. Y si te molestan los saco a todos a patadas.

Murmuró en el tono más dulce, más comprensivo y a la vez retador que pudo adquirir su voz, pero no dijo aquello con saña, su único objetivo era traer vida al rostro tristón del pelinegro que ahora le veía cual niño indefenso.

― No sí, tú si eres arrecho. Ve a ver quién coño de la madre te contesta las llamadas la próxima vez que estés llorando y el jevo tuyo no aparezca.

Dispuso un ceñudo Jongho, llamando de inmediato su atención.

El menor parecía a dos segundos de hacer combustión espontánea, pero al mismo tiempo lucía tan adorable todo trompudo y con el cabello alborotado que de ser otro el momento no se hubiese contenido las ganas de pellizcarle las mejillas.

Lejos de ser el único afectado por la sentencia del menor, los demás comenzaron a reír con ganas; aquel bullicio cuando mucho logró disipar la densa bruma que había en el ambiente.

― Sí pues, ya nos botaron. Así que yo creo que mejor recogemos nuestros macundales y nos vamos.

Comentó Yeosang con cierto desinterés para luego dar un largo bostezo. El menor no se notaba afligido en lo absoluto, todavía, el comentario de este logró removerle poco a poco la consciencia.

En seguida fue secundado por los demás quienes, sin esperar ninguna orden, comenzaron a recoger las frazadas que habían tirado por ahí para dormir todos amuñuñados en el piso de la sala; los únicos que tuvieron la dicha de dormir 'cómodos' fueron Yeosang y Jongho. Pensar que hombres de más de veinte años seguían disputándose el derecho a dormir en un sofá a través de un juego de 'piedra, papel o tijeras' le indignaba y al mismo tiempo le encantaba.

Sin embargo, más que sonreír por las facilidades que un simple juego de niños podía traer a su vida, el ver a todos ordenando la estancia y recoger sus pertenencias le hizo sentirse... culpable. Es decir, no iba en serio con eso de echarlos a patadas del apartamento (al menos no del todo). Nada más quería agradar a Yunho, hacerle sentir mejor después de las penurias que había soportado estando tanto juntos como separados.

― P-pero-... no tienen que irse si no quieren, la vaina era jodiendo, no se lo tomen a mal.

Trató de decir al colocarse de pie junto a Yunho.

De inmediato la simpática sonrisa de hoyuelos de San captó su atención, más no le dio tiempo de sentirse aliviado con ella cuando un berrinchudo Wooyoung se interpuso en su camino.

― Ah no, tú ya nos echaste de aquí. No me vengas tú con tus ojitos de perro, guárdale esa a tu jevo. Además, ya son pasadas las siete y uno tiene vainas importantes que hacer, por ejemplo: dormir.

Dijo el moreno sin una pizca de malicia antes de darle un fuerte abrazo y susurrar a su oído que todo estaba bien.

El gesto le bastó para que soltase la tensión acumulada en sus hombros y antes de siquiera saberlo ya los estaba despidiendo a todos uno por uno en la puerta.

― Bueno, confío que después de esta vaina Yunho y tú estén así como en estado Zen. De todas formas-...

Murmuró un despeinado y sonriente San en la puerta siendo detenido de lleno por un grito de Jongho.

― ¡San!, ¿nos dejas a mí y Yeosang en mi casa?, no queremos ir en autobús.

Exclamó el bebé del grupo desde las escaleras, luciendo un puchero para tratar de convencer a su mayor.

― ¡No seas tú tan marico!, vives al otro lado de esta pinga yo no voy a echarme ese jalón pa' llá, ni que tú o el marico de tu novio me pagaran la gasolina.

Exclamó un exasperado San al agitar el zapato que llevaba en la mano que no se terminó de colocar por la interrupción del menor.

― Ay, Sannie... es muy temprano para que andes con esta paja. Dame las llaves que yo manejo. Bye, Mingi. ¡Bye, Yunho, nos vemos después!

Resolvió decir Wooyoung con cierta indiferencia, obteniendo como respuesta un puchero de parte de su novio; mohín que fue besado por un apacible moreno.

Ante la escena se limitó a reír por lo bajo viendo cómo de inmediato el semblante del pelirrosa cambió para mejor. El muchacho tras ese beso estuvo hecho todo sonrisas y se despidió de ellos con la mano para después seguir a su novio como el propio perro faldero.

Una vez se cercioró de que todos se hubiesen marchado, cerró la puerta y profirió a la nada un largo suspiro de alivio que hizo cosquillas a sus labios; las cosas hasta ese momento estaban marchando mejor de lo que hubiera esperado. Por fin podría echarse a dormir un rato sabiendo que... Yunho estaba ahí.

― Gracias...

Escuchó en apenas murmullo que el mayor dedicó contra la sensible piel de su cuello.

Entonces, la cercanía entre ambos se desvaneció tan pronto el mayor selló sus brazos en torno a su estrecha cintura, así, teniendo el pecho ajeno adherido a su espalda le resultó imposible ignorar el frenético latir de ese corazón que tanto amaba. Un pálpito que iba a la par del suyo, como si nunca hubiesen estado apartados el uno del otro, como si nunca hubieran abandonado su sincronía.

A los efectos de tan impávido sentir, su cuerpo se tornó tan cálido, su mirada se nubló y antes de poder siquiera emitir sonido alguno, su garganta se cerró; estaba nervioso, pero ello no era un sentimiento del todo desagradable. La verdad, se percibía tan completo allí parado junto a la puerta, entre los brazos de su amor, que todo ese nerviosismo resolvió renombrarlo. Estaba tan ansioso y gozoso que su cuerpo tiritaba de los supuestos nervios por contener tan afable impresión.

― P-por qué me agradeces, no hice nada, yo-...

Respondió tan pronto pudo encontrar su voz, procurando en todo momento mantener esa cercanía; permaneció estático, más sus manos encontraron su camino hasta posarse sobre las del más alto.

― Claro que lo hiciste... me esperaste, te preocupaste por mí. Seguiste esperándome, aunque yo no respondí a tus llamadas por eso-... y por todo lo demás tengo que agradecerte.

Musitó el pelinegro, presionando aquellas palabras contra la tela de su camisa; la voz del mayor sonaba tan estrangulada que de haber hablado sin algo que amortiguara su potencia igual se hubiese percatado de aquel detalle.

Tembló ligeramente al tiempo que inclinaba su cuello tratando de hallar una manera para ver el rostro que le hablaba, pese a sus arduos intentos, el mayor se negó a soltarlo por unos segundos hasta que pudo zafarse del agarre del susodicho y encararlo, tomándolo del rostro con gentileza al recrear la escena de hacía un rato.

― Yunho, mírame... no tienes que agradecerme nada, sabes que-... yo por ti esperaría toda la vida, no me importa con tal de verte feliz...

Confesó con cierta premura, sintiendo el corazón en la garganta tan pronto reparó en lo que había salido de su boca.

¿Era demasiado pronto para decir algo como eso?, tomando en cuenta que (sin importar lo que creyeran los demás) Yunho y él todavía no eran nada más que amigos.

«Pero a los amigos se les puede decir vainas así, ¿no?... o sea, no estoy hablando de un amigo cualquiera, es Yunho, es mi mejor amigo, mi... todo.»

Mientras pensaba en ello, se dio a la tarea de contemplar en silencio el rostro del mayor, aunque este tuviera un ojo morado y los labios rotos igual seguía siendo guapo; igual se le antojaba besarlo. En efecto, quería colmar de amor esa cara, ese cuerpo, todo lo que conformaba la humanidad de ese bendito pelinegro.

Ni siquiera supo en qué momento Yunho le tuvo de espaldas a la puerta, tampoco le importó cuando este le tomó con convicción de la cintura y en un afanoso intento por hacerse el seductor, le indicó que cruzase los brazos tras su cuello. Honestamente, todo eso era irrelevante cuando estaba tan cerca de volver a probar el paraíso.

― No te muerdas los labios, Gigi...

Le reprochó Yunho en un susurro que se abrió cual capullo de flor en la piel de su mejilla; el beso que vino después dejando una centella que hizo costillas por más tiempo del que previó.

El conjuro del pelinegro le tuvo a los pies del susodicho, haciendo que acatase sus órdenes indistintamente del bochorno que lucían sus rozagantes mejillas y labios que con tanto fervor pedían ser besados.

Los párpados se le caían del ensueño que los gobernaba y de a poco perdía la paciencia aventurándose para alcanzar esa boca que, de no haber sido por el estruendo a sus espaldas hubiese devorado con ganas.

Alarmado, no hizo más que aferrarse al pelinegro, girando ambos a ver a la tan temida puerta que continuaba vibrando por los golpes que un misterioso entrometido daba tras ella.

― ¡Mingi, abre por favor, se me quedó una vaina en la sala!

Escuchó decir a San con cierto desespero.

Ante la realización y, después de pasar el susto, sólo pudo mascullar un leve «maldita sea.» mientras Yunho bajaba la mirada un tanto decepcionado de haber perdido tan mágico momento de nuevo.

Sin esperar más, se apartó del pelinegro y le abrió la puerta a su amigo de hoyuelos quien pasó de largo a la sala mientras balbuceaba algunas cosas entre las cuales sólo identificó un «gracias» y un «esta vaina es culpa de Jongho». Suspiró largo y tendido al tiempo que seguía sosteniendo la perilla de la puerta abierta de par en par y sí, quizá la dejadez del momento hubiese pasado desapercibida, pero por supuesto... San tenía que hacer de las suyas.

― Yah, listo. Gracias, ahora sí-... ustedes dos estaban en algo.

Declaró con autosuficiencia y una mirada llena de picardía, haciendo que tanto él como Yunho se miraran a la cara incrédulos.

Estuvo a punto de salirle con una mala contestación a su atrevido amigo, más este le calló como si nada.

― No, no. Tranquilo, ya me voy. Ustedes sigan en lo suyo.

Sugirió el de pelo de piñata antes de alzar sus cejas de manera sugerente, acompañando su gesto con una sonrisilla juguetona. Al menos eso fue lo que alcanzó a ver cuándo le cerró la puerta en la cara.

― Bueno... ¿Qué te parece si te ayudo a curarte esas heridas y después hacemos el desayuno?

Preguntó tratando de no sonar tan nervioso, más su lenguaje corporal le delató.

Yunho por su parte se limitó a sonreír y asentir, cosa que le hizo soltar una pesada exhalación de alivio. Esperaba que de ahí en adelante su día con el pelinegro estuviese libre de interrupciones.

˚

«Libre de interrupciones el culo mío.»

Pensó al ver la hora en el monitor de la caja registradora del café; todavía faltaban tres horas para que su turno de trabajo terminase.

Fue bastante estúpido de su parte olvidar que no estaba exento de deberes aquel día, sin embargo, quién en su sano juicio hubiese recordado algo como eso después de pasar por semejante tragedia. Después de tan inhumana tertulia lo que debió ofrecerle su jefe al verle entrar todo maltrecho al local, no fue una aspirina, sino un adelanto de sus vacaciones; un descanso que tenía bien merecido. Por lo menos esa semana no tenía que rendirle cuentas a ningún profesor.

Aun así, para él seguía siendo un milagro todo eso por el simple hecho de que su cuerpo aún tuviese la voluntad de pararse allí, detrás del mostrador, atendiendo gente con su misma sonrisa de siempre mientras veía de reojo al pelinegro.

Largó un pesado suspiro al terminar de atender a su última clienta, viendo a la muchachita ir feliz por entre las mesas a esperar por su pedido.

«Ojalá Yunho la vea y se le pegue un poquito de esa felicidad. Aunque ahora que lo pienso, mejor no... después la pajua se enamora de él y no.»

Comentó para sus adentros al pillar a su adorado pelinegro todo cabizbajo en una de las mesas junto a las ventanas del local. Desde hacía rato el mayor seguía viendo hacia la calle con cierto temor, más bien, con ansias, las mismas que sentía él cuando algo no andaba bien.

Procedió entonces a morderse los labios, a punta del nerviosismo no tenía nada más que hacer, pero de ser su decisión, habría ido de inmediato a donde estaba el pelinegro para envolverlo entre sus brazos. Odiaba saber que cuán afectado seguía Yunho por todo el asunto de su madre, peor aún, detestaba con creces el hecho de que su amor estuviese pasando por tantas penurias a tal magnitud que fuese imposible para ambos esquivar aquel estado de paranoia constante.

Incluso durante el desayuno Yunho en ningún momento se atrevió a bajar la guardia, al menos no del modo que lo hizo tan pronto sus amigos se fueron y casi... bueno, daba igual fantasear y seguir pensando en otro beso frustrado, lo importante allí era prestar atención al perpetuo estado de alerta en el que se encontraba su expareja.

Estando a solas con el pelinegro, este le confesó más de las atrocidades que hizo su padre; cosas que prefería olvidar antes de siquiera imaginarlas. Las confidencias de Yunho a su parecer siempre eran trascendentales, pero oír de la boca del mayor que el mismísimo sr. Jeong no hubiese tenido las santas bolas de patearle el culo a su hijo con sus propias manos, sin dudas, le tomó por sorpresa.

Es decir, bien podía tener cargos en la policía, sin embargo, el hombre siempre había encontrado una salida a estos, tener que enviar a alguien a que hiciera el trabajo sucio por ti sólo le confirmaba lo cobarde que era el tipo. Todavía, aquella no era una victoria en lo absoluto.

Si el hombre no tenía la potestad de poner un dedo sobre su hijo para no seguir dañando su reputación, igual mandaría a quien tuviese en sus manos para seguir jodiéndole la vida hasta que Yunho se rindiera, peor aún, hasta que Yunho...

Negó con la cabeza, expulsando de inmediato las nefastas ideas que rebasaron su mente de un momento a otro. No tenía por qué recurrir a los extremos cuando sabía que en el peor de los escenarios Yunho no estaría allí, en ese plano físico a unos metros de él.

«En qué momento mi vida se convirtió en una puta película de mafiosos de bajo presupuesto.»

Se preguntó a sí mismo mientras insistía en acariciar al mayor con la mirada a modo de suprimir la tristeza que ensombrecía la tan brillante aura de su expareja; en esos momentos daba lo que fuera por cambiar aquel desánimo por una sonrisa para el rostro del aludido.

Cerró los ojos por un segundo al escuchar la campanilla de la puerta principal; aquella era su alarma para despertar de su ensoñación.

Se enderezó tras el mostrador y volvió a pintar una falsa sonrisa en sus labios al tiempo que el nuevo cliente se acercaba al mostrador. El intercambio de palabras fue muy breve, cumplió con su trabajo como siempre y para cuando vino a darse cuenta... continuó en lo mismo: viendo a Yunho desde su lugar, suspirando por el momento que le dejasen ir al encuentro con su pelinegro.

«Tan cerca y tan lejos...»

Aquel pensamiento emergió en su cabeza cual añoranza al ver como Yunho, pese al desasosiego, se llevaba una taza de café a los labios.

Había peleado con el mayor por una hora antes de que este pidiera aquella bebida, pues estaba negado a la idea de seguir alimentando el vicio del pelinegro, sin embargo, al ver aquellos ojos suplicantes no pudo sino sucumbir a los deseos de este.

De todas formas, cómo hubiera hecho otro, si en una situación similar lo menos que quieres es negarle un pedacito de felicidad a la persona que tanto mal ha tenido que soportar; si el café ayudaba a Yunho a calmarse no tendría elección alguna más que complacerle todos sus pequeños antojos.

Aun así, era obvio que eso no era suficiente, porque, así como él seguía aferrándose al mostrador para evitar saltar a su encuentro con el pelinegro, Yunho seguía con la mirada fija en la ventana; observando con desconfianza, luciendo como el vívido retrato de un exconvicto. A los efectos de tan exasperante imagen, empujó sus gafas sobre el puente de su nariz y volvió a suspirar.

Tan sólo pensaba lo mucho que les costó llegar al café esa tarde, Yunho se negó a tomar un taxi con él diciendo que no estaba en posición de subir a un auto con un extraño. Tal vez la sugerencia de quedarse en el apartamento hubiese sido mejor a quedar expuestos en las calles de Seúl bajo el ojo crítico de los posibles espías del padre del pelinegro, pero qué más daba, si a fin de cuentas su propia paranoia lo le hubiera dejado trabajar en paz sino tenía a Yunho cerca de sí.

«Al menos no pasó nada y no fue tan mala la salida hasta aquí.»

Recapacitó, riendo por lo bajo al recordar la tonta idea que tuvo Yunho momentos antes de salir del apartamento.

A sus ojos el pelinegro se vio tan lindo sugiriendo que usaran espejos para ver a sus espaldas, como la chama esta de la película inglesa sobre magia que al mayor tanto le gustaba. En sí no era una idea tonta, pero demasiado exagerada, aunque igual se arrepentía de haberle dicho que no y romperle su ilusión; quizá por eso había aceptado que el Yunho se tomara el café.

Desvió su mirada al monitor a su lado, reprimiendo un grito de frustración al notar que apenas habían pasado diez minutos desde la última vez.

― Coño de la-...

Murmuró en voz baja siendo interrumpido de lleno por el sonido de la campana; un nuevo cliente se acercaba hasta él, esta vez una chica con su novio.

Resolvió morderse la lengua y ajustar su postura antes de recibirles de la misma manera que al resto, más ni bien terminó de atender a la parejita, justo cuando iba a dirigir su mirada a la ventana un preocupado Yunho se apareció delante de él haciendo que diera un brinco de la impresión.

― ¡Y-yunho!, ah-... me asustaste, no me hagas eso, mi corazón es débil.

Comentó al llevarse una mano al pecho mientras el susodicho le ofrecía una tímida sonrisa; cualquier susto valía la pena con esa recompensa.

― Lo siento, se me olvida que estoy todo feo. Hm... quería decirte que Yoora vino por mí, estaré un rato con ella, vamos a ir a su apartamento.

Dijo el mayor sin encontrar su mirada.

No entendía porque ahora Yunho se veía más nervioso que antes, y quizá si no hubiese puesto tanta atención en las facciones ajenas habría visto el papel que se estrujaba entre sus manos.

― Yah... no estás feo.

Recalcó sólo para jactarse del orgullo que le produjo el ver otra sonrisa aparecer en los labios de Yunho; al menos el mayor ahora lo veía a los ojos.

― Bueno... supongo que ya te vino a buscar y eso... está bien, anda. Yo salgo del trabajo dentro de poco de todas formas, pero eso sí. Quiero que me escribas, Yunho, por favor. Mira que ya no tienes excusa porque yo mismo te puse a cargar el teléfono.

Agregó al cruzarse de brazos y hacer un ligero mohín con los labios, cosa que hizo reír al mayor.

― Está bien, prometo escribirte cuando lleguemos al apartamento, de todas formas, no pienso quedarme a dormir allá. Voy a ir porque Yoora quiere verme y porque siento que te distraigo mucho estando aquí.

Explicó Yunho mientras guardaba discretamente aquel trocito de papel en el bolsillo trasero de su pantalón.

Para suerte del susodicho, Mingi no llegó a sospechar de su conducta, más bien, se mostró dócil ante la explicación y asintió antes de bajar la guardia y ofrecer una leve sonrisa al pelinegro.

― Bueno... no me encanta la idea, pero igual sé que con ella estarás a salvo y... y nada, anda que la enana esa de seguro te está esperando.

Murmuró con cierta rapidez, tratando de que ningún lamento, siquiera una palabra extraña se colara de sus labios e hiciera al mayor cambiar de opinión. Sin embargo, después de despedirse de Yunho, apenas este se dio la vuelta recordó algo.

― ¡Oh, Yuyu espera!

Exclamó en un tono de voz lo suficientemente alto para no perturbar al resto de los clientes del local, obteniendo la atención del pelinegro que volvió a su lado.

Sin decir nada o responder al desconcierto en la cara del mayor, buscó entre sus bolsillos hasta dar con la copia de las llaves del susodicho, sonriendo a este tras depositarlas en la palma de su mano; aquel juego de llaves aún tenía el llavero de perrito que le regaló a Yunho hacía quizá siete años atrás.

― Ya no quiero que tengas que esperar a que te abra la puerta... o sea... ese también es tu hogar y yo-... sólo quiero que sepas que puedes ir cuando quieras.

Habló sintiendo que el corazón se le salía por la boca, con el pulso tan acelerado que sintió su cara arder mientras veía a un atónito pelinegro pasear la mirada desde las llaves hasta su rostro.

Estaba nervioso, no quería ser rechazado, aunque la sonrisa que se asomó con dulzura en los labios del mayor le sugería que sus temores eran en vano. Abrió la boca para decir algo más, nuevamente el sonido de la campana le hizo quedar sin habla.

Cerró los ojos y luego ofreció al mayor una sonrisa de disculpa, este la aceptó y simplemente se marchó, no sin antes guardar las llaves en su bolsillo y sonreírle de vuelta; el gesto le dejó tranquilo, satisfecho incluso. Todavía, mientras atendía al nuevo cliente pudo advertir por el rabillo del ojo cómo Yunho se acercaba hasta uno de sus compañeros de trabajo para entregarle algo.

No llegó a ver con exactitud que era, mucho menos alcanzó a preguntarle al pelinegro, pues tan pronto terminó con el cliente este ya se había ido.

˚

Esa misma tarde, mientras el sol entonaba sus últimos lamentos al filo de su tardía e inevitable inmolación, sintió como si la vida se le hubiese ido en una centésima de segundo. Con la moral y las luces bajas, percibió su regreso a casa como si de un narrador omnisciente se tratara; observaba el desarrollo de los eventos a su alrededor, más no creía ser parte de ellos. Con cada paso que daba el panorama de las calles se difuminaba y lo que parecía ser el cántico de la realidad se distorsionaba hasta transmutar en el ruido blanco que le llevó de regreso a su hogar.

Si alguien se hubiese tomado un segundo para preguntarle si estaba bien, la respuesta hubiese sido afirmativa. No se sentía enfermo, mucho menos cansado, todavía, empezaba a creer que su alma no quería acompañarle esa tarde, la sentía ida, distante... tan fuera de sí que inclusive llegó a preocuparlo, pero bien sabía el porqué de aquella sensación.

No era un muerto en vida, tampoco estaba teniendo otro episodio de ansiedad. Estaba al corriente lo que le mantenía a la fuerza con los pies en la tierra y la mirada fija en la calle, aunque su pensamiento rondase por cualquier otro paraje. Era aquella ancla que retenía, más bien, la nota que cierto pelinegro le escribió horas antes en medio de un despiste; increíble cómo después de pasar por tantas tertulias continuaba siendo inherente la presencia de su peor característica.

«Siempre consigue salirse con las suya sin que me dé cuenta, ¡Cómo lo hace!»

Gruñó en plena inconformidad para con su carencia de atención en momentos importantes, pero ya sería otro día que se pusiera a buscar la manera de impedir que Yunho siguiera actuando a escondidas delante de sus narices.

Suspiró con desgano y sin prisa alguna subió los cinco pisos que le condujeron hasta la puerta de su apartamento. Con el mismo tono despreocupado, echó la llave en el cerrojo y abrió la puerta para introducirse sin más en su morada; como siempre el silencio era lo único que le saludabla.

A pesar de saberse completamente solo no hizo ruido alguno, simplemente se quitó los zapatos con parsimonia y colocó las llaves en su lugar antes permitir a su cuerpo desvanecerse contra la madera a sus espaldas; dejando que el peso de aquella ancla le sumergiera en las profundidades de lo inexplicable.

Resultaba en extremo insulso para él cuán pesado podía llegar a ser un trozo de papel... esa servilleta toda malograda donde sólo Dios y el pelinegro sabrían qué tendría escrito. Tal vez no era la carga más pesada que hubiese llevado en su vida, sin embargo, ello no aminoraba la magnitud del compromiso que acaecía en su interior.

Cual fuese el mensaje, la encriptación entre esos dobleces de papel debía ser sumamente importante todo a razón de las circunstancias porque, bien sabía que Yunho no era de mandar notitas, quizá lo hubiese hecho en clases durante el liceo, más esa no era la modalidad con la que Yunho solía llegar hasta él; hablarle de cosas... ¿trascendentales?

«Nuevamente te estás haciendo el 'güevón' en vez de ver qué coño, Mingi... chamo, ¿no te cansas de sacarle punta a las vainas innecesarias?»

Se reprochó mientras miraba hacia el techo, aun así, allí estaba... sentado a la penumbra del apartamento, con aquel mensajito hecho un gabato dentro de su bolsillo. No podía dejar de martirizarse pensando en las mil y una cosas que pudieran estar escritas allí, en esos escasos diez centímetros de papel que con recelo le habían guardado hasta el término de su jornada laboral.

Todavía recordaba haber visto a Yunho entregarle la nota a Chan, aunque en ese momento todavía no sabía lo que era. Llegó a pensar que el otro simplemente le había devuelto las llaves del apartamento, pero cuando recibió el papel en manos de su gerente no pudo sino sentirse... confundido, aterrado incluso.

― Dios mío, por favor... te lo suplico... dame fuerzas para leer esa vaina porque estoy que me mato.

Musitó con desespero, percibiéndose a sí mismo al borde de un colapso nervioso.

En intento por calmar las ansias se pasó las manos por el cabello, dejando estos alborotados antes de acabar con los brazos extendidos sobre las rodillas; suspiró entonces y bajó la cabeza en señal de derrota.

Tal vez de verdad estaba exagerando, es decir, la última impresión que tuvo de Yunho es que el muchacho andaba sereno (feliz) y el que hubiera decidido quedarse con las llaves era buen indicativo. No había necesidad de ponerse tan pesimista. Sin embargo, siempre existía la posibilidad de que el pelinegro quisiera las llaves sólo para tener una entrada fácil al apartamento para mover sus cosas cuando quisiera; chasqueó la idea ante tan necia idea.

― Ay, Mingi... ya deja de ser un marica y lee esa vaina, ¿qué es lo peor que puede pasar?

Cuestionó en voz alta, dialogando consigo mismo para intentar convencerse de que todo era una sobreactuación de su subconsciente.

La pregunta en sí no era maliciosa, pero por algún extraño motivo le hizo sentir escalofríos. Las cosas ya estaban mal, o lo habían estado, qué tenía él para constatar que después de leer esa nota todo iba a mejorar.

Sacudió su cabeza casi haciendo que sus gafas salieran expedidas al otro lado de la sala. Sin decir nada más, siquiera pensarlo, se colocó de pie y se adentró en el apartamento, encendió las luces y tomó una bocanada de aire antes de llevarse la diestra al bolsillo y atajar aquel papelillo; el sólo rozar la nota le hizo sentir náuseas, pero supo contenerse. Con un gramo de valentía sacó la nota y sin miramientos desdobló el papel para, finalmente, leer lo que Yunho le había escrito.

― "No tuve las bolas para decírtelo de frente porque tenía miedo de que me rechazaras, pero igual no me podía quedar sin preguntártelo... ¿volverías a ser mi novio?" ―

Tuvo que releer aquellas palabras varias veces para cerciorarse de que sus ojos no estuviesen jugándole una mala pasada. Quería estar completamente seguro de que las palabras que, escritas en el puño y letra del amor de su vida, fuesen exactamente lo que leía, más todo parecía tan distante, tan surreal.

Sintió sus manos temblar sin explicación alguna, su pulso disparado hacia la estratósfera y sus pulmones colapsar al ensancharse de la impresión contras sus costillas. En aquel estado delirante, apreciándose a un paso de un desmayo, ni siquiera la ofuscación en su cuerpo impidió que una inmensa sonrisa se postrara en sus labios.

A los efectos de tan avasalladora sensación, estuvo a punto de gritar a la nada su respuesta, no le importaba si el pelinegro no estaba allí para escucharle todavía, sólo quería manifestar lo que su corazón sentía. No obstante, el sonido del cerrojo llamó su atención haciendo que girase sobre sus talones, olvidando su objetivo en pro de ver al dueño del esbozo que cargaba en los belfos materializarse delante de él en todo su esplendor.

Le contempló por un segundo mientras seguía como un idiota parado a mitad de la sala con el papel en sus manos hasta que el susodicho se dio cuenta de su presencia, entonces, sin tener control alguno sobre su cuerpo se aproximó hacia este, haciendo que se atragantara con lo que supuso sería un saludo justo después de pegarle la susodicha nota por el pecho.

Yunho lejos de verse ofendido, le miró a los ojos desconcertado por aquel fallido intento de agresión, más al tomar de su pecho el papel y luego verlo en su mano, su rostro se desfiguró en una mueca de horror.

No supo qué cara tendría, a juzgar por la palidez del pelinegro suponía que no era nada particularmente bueno; aunque él se sentía estoico. Se mordió los labios y se cruzó de brazos, agregando una nota de seriedad al asunto, como si de verdad estuviese enojado, si acaso desilusionado por lo que había leído en aquel papelillo. Mientras, Yunho pareció meditar sus opciones y tardó un momento en recolectar algo de valor para quebrar el silencio entre los dos.

― Mingi, yo-...

― Hazme bien la pregunta, Yunho.

Sentenció sin una pizca de malicia en su voz viendo cómo otra vez las facciones del pelinegro denotaban auténtica confusión; se mordió los labios para evitar sonreír ante el gesto.

― Me preguntaste si "volvería a ser tu novio", y la respuesta es sí, pero formulaste mal la verdadera pregunta que querías hacerme.

Agregó con aires de superioridad, permitiéndose sonreír para constatar delante del mayor que sólo estaba jugando; hubiese dado lo que fuera por tener una cámara en sus manos para retratar la carita que tenía el pelinegro.

Yunho no pareció captar la broma al principio, más al pasar unos segundos la mirada de este se tornó en algo dulce, algo ininteligible que Mingi quiso inmortalizar en su memoria por siempre.

― Oh... bueno-... Mingi, ¿quieres ser mi novio... otra vez?

Murmuró Yunho tras aclararse la voz, sonando algo dubitativo al formular aquella pregunta.

Sin comunicar su respuesta, sintiendo el corazón en la garganta, completamente estremecido a razón de una felicidad apabullante, volvió a morderse los labios y, creyéndose la persona más seria del mundo en esos momentos contestó con un «Sí.» a secas antes de darse la media vuelta y dejar a Yunho mal parado a mitad de la entrada con el papelillo a un en su mano.

Su intento de indiferencia no le duró mucho en el cuerpo, ni bien dio el primer paso tuvo que aguantarse la risa, pero la reacción del pelinegro también fue instantánea.

― Este carajito-... ¡Mira!

Fue todo lo que escuchó antes de intentar correr por su vida, siendo interceptado por un pelinegro que le atrapó entre sus brazos, estrujándolo con cariño.

De un momento a otro, el mutismo en la estancia se crispó por la fuerza de su estrepitosa risa, haciendo eco en las paredes de la estancia e incluso en almas, llenándose ambos de todo lo que les había hecho falta en los pasados días; sin reparar en ello todo volvía a estar repleto de vida.

― ¡N-no, no, Yuyu, para!

Exclamó entre carcajadas, retorciéndose tan pronto el mayor comenzó a pellizcar sus costados, provocan agradables cosquillas.

― Te la querías echar de graciosito, ¿no?... ¡ahora te la calas!

Respondió el mayor, sumándose a las risas; sus corazones parecían vibrar en plena concordancia al ritmo de la dicha.

Sin objetar la sentencia del mayor, logró darse la vuelta para encarar a un sonriente Yunho quien, no dudó en acomodarlo entre sus brazos haciendo de estos el descanso perfecto para su cuerpo.

Fue entonces cuando quedó embelesado por el júbilo que chisporroteaba en los orbes ajenos, advirtiendo los ligeros tics que hacía el rostro del mayor a causa de la felicidad. Parecía como si el rostro de Yunho se hubiera descompuesto, como si este no tuviese control alguno sobre sus expresiones y le fuese imposible contener tanta energía; para él eran simplemente adorables todos esos detalles.

Lograr que la alegría impusiera dominio en el cuerpo de su adorado pelinegro sí era su victoria personal. Una bien merecida cucharada de gloria para hacerle un trasvase a la tristeza y dar espacio a su corazón y espíritu para henchirse con las cosas bonitas que únicamente Yunho podía hacerle sentir; porque para él lo era todo ver a Yunho tan feliz después de estar tan gris.

Tan ensimismado estaba en regodearse, que no se percató de los ojos que le miraban con ternuras de amor, en los labios que clamaban por los suyos y en el rubro de sus pómulos que, haciendo juego con las rosaditas mejillas de Yunho, anunciaba el nuevo despertar de su amorío.

A los efectos de tan sublime escena le dio la impresión de estar en su sueño, en un letargo tan vívido que sintió su piel erizarse cuando el mayor con sutileza pasó de sostenerle en vida a enmarcar su rostro entre cálidas palmas. En seguida, sintió de nuevo el retumbo de corazón y pensó que despertaría, que hasta allí llegaría tan efímera ilusión porque dormido debía estar para imaginar algo así... tan lindo, tan dulce, tan... Sin embargo, lo que le hizo volver a la realidad no fue el inoportuno sonido de una alarma, sino el fugaz tacto de unos conocidos labios que tocaron los suyos con premura.

Permaneció estático por un segundo, sintiendo el mundo detenerse a sus pies mientras veía una vez más a los brillantes y expectantes ojos de su adorado pelinegro quien, sin decir palabra alguna, volvió a estrecharlo entre sus brazos casi con temor, haciéndole extrañar el calorcito, el cosquilleo en su rostro que ahora se disipaba al igual que la bruma que nublaba su mente.

― Yunho...

Susurró contra el cuello del susodicho, sintiendo el calor que emanaba de la piel ajena hasta sus labios; aún sentía el celaje de aquel beso que no tuvo la dicha de corresponder. Todavía sentía el delirio de su ser, producto de tan ansiada caricia, intensificarse hasta doler.

Se aferró con el mismo temor al susodicho esperando de corazón a que ambos permanecieran allí para el otro. Fallaría en defenderse si el destino le hacía otra jugarreta, sucumbiría a la demencia si alguien o algo volviera a alejarlo del pelinegro en ese momento, por ello sólo resolvió apretar al mayor contra sí, estrujando la tela de su camisa, repartiendo caricias por esa espalda ancha mientras se saciaba con su aroma... quién sabe cuándo tendría una oportunidad similar; tenía que aprovechar.

Decidió llamarle una vez más cuando la inquietud comenzó a avivar sus sentidos, más al ver que el mayor no contestó a su llamado, se esforzó para romper el abrazo con el propósito de ver a esos ojos que ahora parecían resplandecer de inseguridad... «¿acaso fue por el beso que me dio?» Esbozó una sonrisa ante la idea y esta vez fue él quien se aventuró a tocar sus belfos tentativamente contra los ajenos.

Aquel beso se sintió como la primera vez que tuvo el descaro de sellar su boca con la ajena durante esa tarde bajo el amparo de las paredes de su habitación, después de un tormentoso día en el liceo; los labios de Yunho todavía no sabían a chicle, pero igual le seguían gustando en demasía.

Suspiró embelesado por la corriente, el subidón de energía que ese beso le facilitó, presionando su boca entreabierta a la ajena cual principiante; le importaba poco desvariar o equivocarse mientras aprendía de nuevo la pericia de amar a través de su boca. Lo único que deseaba era afianzarse al pelinegro quien, de manera entusiasta, presionaba a modo de contestación.

La resistencia en sus labios debido a la resequedad de estos le era indiferente, nada le pesaba en el alma cuando Yunho le ponía tanto empeño a robarle suspiros sin siquiera mover un dedo; sólo estando allí, doblegando su amor mediante su agarre le bastaba para desarmarse.

«Por fin, por fin, ¡por fin nojoda!»

Profirió para sus adentros, siendo aquella exclamación el primer estallido de muchos más que con su vigor hicieron a su cuerpo moverse por cuenta propia cuando alzó los brazos y los cerró tras el cuello del mayor quien ni corto ni perezoso se afianzó a su cintura.

Se sentía tan bien ser besado después de tanto, se sentía tan bien vivir el momento que se le fue hurtado en tantas ocasiones; besar los labios de Yunho después de tantos contratiempos era el equivalente de su ascenso al cielo. Qué importaba si en el pasado el momento pudo ser más romántico, lo relevante era el ahora, el presente donde Yunho se desligaba de sus temores para así revertir la sequía.

Pensó por un instante que de verdad hubiese olvidado cómo besar, sin embargo, ante la gentileza de los movimientos ajenos sus labios parecieron recobrar la memoria, amoldándose con una finura insaciable que enalteció su humanidad hasta buscar salida en su codiciosa boca.

― Mingi...

Pronunció Yunho casi sin aire, quebrando así tan mágico reencuentro.

La interrupción no le molestó del todo, más bien, la usó para constatar el hecho de que lo que vivía era auténtico, su realidad, que Yunho estaba allí jadeando con ligereza a centímetros de sus labios, mientras él se recargaba del cuerpo del susodicho, derritiéndose como las velas sobre un candelabro.

― Hm... por qué te detuviste, ¿sabes cuánto tiempo esperé para que me besaras de nuevo?...

Se lamentó en voz baja tras soltar un suspiro; pese a su descontento igual seguía sonriendo.

Sintiendo el cuerpo tan ligero como una pluma, se recargó un poco más de Yunho, atrayéndolo hacia sí por el cuello mientras sus dedos danzaban desde la nuca hasta la coyuntura del cuello con el hombro; sonrió con orgullo al sentir los estragos que tan efímera caricia provocó en el mayor.

Pese a todo, obviando su propio lenguaje corporal, Yunho pareció entretenido con sus palabras, pues sólo rio al mismo tiempo que rozaba su redondeada nariz con la suya, acariciando sus labios en fugaces encuentros para tentarle.

Como efecto colateral enredó sus dedos en los cabellos azabaches del susodicho en un mero intento por mantenerlo allí tan cerca como fuera posible, para que este no fuese a escapar, peor aún, que él saliera volando porque sintiendo su cuerpo tan ligero no le hubiese sorprendido en lo más mínimo desvanecerse como una nube de humo.

― Siempre nos arruinaban el momento, qué podía hacer... además... tú también tuviste tus oportunidades y no lo hiciste, qué pasó con el Mingi lanzao del que me enamoré.

Comentó el pelinegro con un dramatismo acentuado, echando la cabeza hacia atrás mientras él se limitaba a reír.

Yunho continuó entonces con su melodrama al tiempo que volvía a picar sus costados para que se riera con más ganas. Tuvo que detenerle al quedarse sin aire y sentir que hasta iba a llorar de la fuerza con la que se contrajo su abdomen al carcajearse; aquel sentimiento era en extremo revitalizante.

― ¡Y-yah, para, Yunho!

Sentenció entre leves risillas al tiempo que tomaba las manos del pelinegro para enlazarlas con las suyas.

Ante la advertencia, el mayor se limitó a mirarle y seguir la pauta de sus acciones, juntando sus frentes para luego responder con una sonrisa de oreja a oreja, provocando que un nuevo sonrojo brotase en sus pómulos.

― T-te quejas mucho diciendo dizque yo ya no soy tan lanzado como antes, pero mira tú quién vino a pedirme que fuera su novio con una servilleta y de paso no tuviste las bolas de entregármela tú mismo.

Contraatacó en un tono juguetón, rozando su respingada nariz con la del susodicho antes de centrar su atención en besar los mofletes colorados de su adorable novio.

No existía malicia alguna en sus actos, siquiera en sus palabras, sólo hablaba para abochornar al mayor y vaya que lo logró. En segundos el muy confiado Yunho se tornó un cohibido jovencito entre sus brazos que reía avergonzado mientras le huía a su mirada, como si tuviera pena de admitir tan encantadora verdad; cómo le gustaba ese lado que el pelinegro sólo mostraba cuando estaba con él.

― Tuviste el descaro de preguntármelo la primera vez después de que cogimos en mi cama... y ahora que pasamos toda una vida juntos, que te esperé, aunque me terminaste y hasta me caí a coñazos con tu papá para tenerte de vuelta... después de todo eso, ¿ahora te da pena verme a los ojos y preguntarme si quiero ser tu novio?... eres todo un caso, Jeong Yunho.

Habló en total parsimonia al tiempo que se tomaba la libertad de acomodar unos mechones azabaches del despeinado flequillo de su pareja.

Continuaban apretujados a pesar del enorme espacio que tenía para moverse, seguían sosteniéndose del otro con firmeza, pero no había nada erótico en la manera como se buscaban mutuamente, era la necesidad lo que mantenía cohesionada su humanidad a la del mayor.

De soslayo advirtió el semblante de tristeza que se asomó en las facciones ajenas, más no le dio tiempo siquiera dejar que subyugara la felicidad que hasta ahora venían compartiendo. Con delicadeza sostuvo el rostro de Yunho con su diestra, acariciando con su pulgar la comisura de los labios que se moría por besar una vez más; las ansias eran quizá demasiado evidentes porque incluso Yunho sonrió levemente, pero ya habría tiempo para más besos.

― Perdóname por haber tardado tanto, yo-... quería estar seguro, más bien... quería que tú lo estuvieras, que tuvieras tiempo para pensar si era lo que querías o no porque dijiste que tenías otros planes y no sé... no quise interponerme en eso...

Murmuró un cabizbajo pelinegro, tomándose su tiempo en cada pausa, en cada espacio, en cada coma y punto que pudiera haber entre oraciones para dar fe en su testimonio.

Sin embargo, la honestidad en las palabras del mayor no fue lo que le desencajó, fue entonces la claridad con la que pudo verse reflejado en los orbes ajenos cuando estos le atraparon; otra vez volvía a contemplarse con facilidad en plano donde Yunho le tenía vistiendo una corona sobre un altar. Ante tal impresión, sus ojos amenazaban con llover, más se las apañó para guardar sus lágrimas para otra ocasión. No quería llorar, aunque fuera por felicidad.

Se relamió los labios al tiempo que apreciaba el florecer de nuevas inquietudes dentro de su ser. No sabía qué decir, todo se sentía como si en el transcurso de los últimos días ambos hubiesen estado luchando en contra de la naturaleza, prolongando algo que era inevitable.

Ellos no eran amigos, tanto la palabra como su significado eran extremadamente pequeños para albergar todo el sentimiento correspondido que residía en sus corazones, en el sagrado templo que Dios le había dado para amarse el uno al otro; porque al menos él seguía creyendo que su destino era estar con Yunho.

No es que fuese la persona más religiosa del mundo, pero todo lo que venía ocurriendo a criterio propio se sentía natural; algo que debía ser. Desde la ruptura inicial, pasando por los problemas, las peleas y todas las dudas que aparecieron en su camino lo eran... eran eso: su destino. Pero también eran un milagro, porque de no haber ocurrido nada de eso no estaría viviendo ese momento junto a Yunho, no sería ese Mingi que conocía ahora y tanto le gustaba ser.

Por esa razón no podía evitar que su corazón se afligiera al ver a su adorado pelinegro todo tristón por el giro inesperado que tuvieron sus vidas; sólo quería que Yunho pudiera ver las cosas buenas que esas experiencias habían dejado a su paso.

― Así-... Yunho, así me hubieras pedido que fuera tu novio en medio de una discusión te hubiese dicho que sí porque no hay nadie más en este mundo con quien desee estar. Sé que suena burda de cursi y estúpido, pero es la verdad...

Murmuró con cierta prisa que luego se transformó en temor.

Apartó la mirada del mayor y, en consecuencia, el susodicho acabó por aferrarse a su cuerpo a modo de impedir un supuesto escape, sin embargo, la única fuga que temía era la de su corazón desbocado que amenazaba en cada latido con salirse de su boca.

Como pudo, retomó las andadas tras respirar hondo y encontró la mirada de Yunho una vez más con el firme propósito de hacer que el otro entendiese lo que su núcleo proclamaba. Si estaban por iniciar un nuevo capítulo en sus vidas sería de la manera correcta, si iban a empezar con esa relación nuevamente lo harían sin vacilaciones; no iba a permitir que las dudas siguieran carcomiendo las páginas donde iba a escribir el resto de su vida junto a Yunho.

― Todas estas cosas que pasaron, sólo-... siento que dentro de todo fueron buenas, qué era lo que tenía que pasarnos para ser mejores, todo lo que nos hizo más fuertes y noso-...

En qué momento la pasión consumió su voz... Esa era una pregunta que se mantendría sin respuesta, pues de no ser por los labios que acallaron a los suyos el furor del momento lo hubiese transformado en palabras en vez de caricias que ahora le servían para corresponder las que Yunho le ofrecía.

Demás estaban los argumentos o algo así pensó tan pronto la lengua del mayor rozó impávida contra la unión de sus labios, siendo esta la palabra mágica que les permitió abrirse, doblegándose una vez más (después de tanto) al ardor que únicamente podría apagar bebiendo de la boca ajena. En todo el rato sus manos también se unieron al juego, tirando de la ropa ajena con desespero, queriendo dejar constancia de cuán entregado estaba al momento.

El mayor tampoco parecía querer soltarlo, sus manos siempre tan firmes en su espalda baja, en su cintura, aunque el susodicho parecía no caer en dicha realización, estando demasiado absorto en el afán de probar su boca; marcarla si era posible. Jadeó con el mismo desespero que imprimían sus dedos contra la espalda del pelinegro, tratando de recuperar el aliento al tiempo que sus manos se deslizaban desde el rostro, pasado luego por el cuello y lo hombros anchos de su novio hasta llegar a sus brazos y de regreso al punto inicial; era real, Yunho era real en ese preciso instante. Tangible como el azúcar que colmaba su boca cuando sus labios pronunciaron un «No te vuelvas a ir, Yunho...»

Creyó incluso que en medio de su delirio tales palabras no alcanzaron a ser atendidas por el susodicho, sin embargo, pronto se vio equivocado al recibir en un beso la respuesta por la cual hubiese dado todas sus riquezas.

― Nunca... no volveré a dejar que nada nos separe, Mingi.

Y esta vez lo sintió tan genuino, tan mordaz que la oración por sí sola, estando bordada a su nombre sirvió para avivar las llamas en sus entrañas. Era él y sería de ahora en más, pura pasión desmedida.

En un intrépido arranque el pelinegro le llamó tras morder su labio inferior con la presión justa que arrancó un sólido gemido de su garganta. A los efectos, Yunho abrió sus ojos para mirarle enternecido mientras él permanecía jadeante, inmutable ante los orbes que le acariciaban con tanto afecto. Pero ante la espera, Mingi no quiso quedarse a hacer antesala, buscando por sí mismo la boca del mayor para saciar sus ansias, chupando el néctar que se le fue privado por tanto tiempo, mientras, Yunho se dejaba completamente dócil con tal de satisfacer los deseos de su amante y proveer para sí mismo la plenitud anhelada.

Fue casi instintivo el cómo se movieron hasta la pared más cercana, tropezando con sus propios pies para luego seguir reposando en brazos del otro entre suspiros y besos pausados que se resumían en un gentil movimiento de sus labios. La pasión, aunque controlada, continuaba alborotando sus cuerpos porque ambos se habían privado tanto tiempo sin darse...

― ... amor. Mingi, mi amor...

Musito un agitado pelinegro contra los labios del mencionado, deteniendo así el despliegue afectuoso que tenían.

Ensimismado en su sentir, le costó atender aquel llamado, más al poco tiempo se encontró abriendo los ojos; sólo le bastó enfocar la mirada en los orbes ajenos para sentir que el piso se desvanecía bajo sus pies. De la impresión, se aferró con más fuerza al cuello de un sonriente Yunho quien, resolvió tomar una de sus manos para volver a enlazar sus dedos mientras con la zurda le tomó del mentón para cerciorarse de prolongar tan mágica conexión.

― Quería que supieras que te eché mucho de menos, tus besos, tus sonrisas... Mingi, es-... es muy exagerado decir que no soy nadie sin ti, pero... tampoco quiero estarlo, no quiero seguir despertando sin que estés conmigo, yo-... sé que fui un estúpido por dejarte ir...

Murmuró Yunho con la voz ligeramente temblorosa mientras dejaba uno que otro beso en su rostro.

Con cada ósculo sus párpados caían para volver a levantarse buscando una vez más la vidriosa mirada que tanto le enamoraba; Yunho le besó el mentón, ambas mejillas, la cien, su frente y descendió con templanza por el puente de su nariz hasta reposar tentativamente en sus labios.

La ternura que le evocaban los actos del mayor era tanta que se sentía morir por cuán abrumado estaba, y si morir de amor fuese una realidad... a él no le hubiese importado demasiado sucumbir. Todavía, con cada palabra que profería el mayor se apreciaba más decidido a volver realidad las promesas que el mayor exponía entre líneas. Su convicción nunca había estado tan alta, él nunca se había sentido con tantas ganas de amar a Yunho como en ese preciso momento.

― Ay, Yunho... creo que, aunque viniese un loco con una máquina del tiempo nunca cambiaría nada de lo que pasó entre nosotros ni siquiera las partes malas porque entonces... quizá no estarías aquí conmigo y no te podría dar besitos. Así, mira...

Murmuró en un tono risueño segundos antes de inclinarse a besar los labios del pelinegro.

El beso más que tuvo la participación de sus labios, contadas fueron las veces que su lengua se sumó a la ecuación, pero qué más daba si su principal objetivo en ese instante era constatar cuán enamorado le tenía ese pelinegro; cuán entregado estaba a él. Sin embargo, fue inevitable el que perdiera la cordura y se dejase llevar por los placeres carnales.

De un momento a otro besó a Yunho con fiereza, haciéndose con la boca del susodicho hasta arrancar un gruñido de sus labios cuando la pasión fue demasiada y acabó chupando su labio inferior y posteriormente su lengua; se le antojaba lascivo el húmedo cántico que sus bocas emitían, más no por ello era menos encantador.

Ya sin aire se distanció súbitamente, sonriendo hasta tornar sus ojos en dos medias lunas mientras veía el fruto de su pasión brillar (y casi palpitar por más atención); se mordió los labios para no dejarse llevar y atacar de nueva cuenta al mayor. Aún su mano se mantenía enlazada a la de Yunho, más la otra se detenía a jugar con los cabellos del susodicho, mientras este se afianzaba a su estrecha cintura.

― Eres mi perdición, Song Mingi...

Comentó el pelinegro en un suspiro antes de dejar caer su frente en la suya sonriendo.

Estuvo a punto de decir algo más Yunho le interrumpió acercando sus manos unidas a la altura de su boca para llenar aquella unión con la impresión de sus besos; el gesto por sí sólo le bastó para poner a su corazón en aprietos. Pero siendo Yunho el asunto obviamente no quedaría hasta allí.

― Eres mi perdición, pero también eres lo más bonito que tengo en mi vida.

Murmuró Yunho entre sonoros besos que fue depositando en sus manos y después en sus labios.

Sin poder soportar más el bochorno, soltó una risilla nerviosa al tiempo que intentaba corresponder los besos del mayor quien, con cada segundo se ceñía más a su faceta juguetona.

― Y-yah... Yuyu, para... no-...

Pidió en voz baja, sintiendo ahogarse en la manera como Yunho parecía estar en todas partes al mismo tiempo, consumiendo su integridad de la manera más dulce.

― ¿Por qué?... ¿no quieres que me ponga todo meloso?, antes si te gustaba eso... y que te llamara por motes bonitos y que te tratara como mi princesa y...

Sentenció el mayor con autosuficiencia mientras rozaba su nariz contra su cuello; la piel de se le puso chinita.

Llegando a su límite, actuó por impulso al despegar de su cuerpo al tumulto de azúcar que tenía por novio tras tomarle por los hombros. Estando rojo desde el cuello hasta las orejas intentó calmarse, tratando de parecer enojado, sin embargo, simplemente no podía con tanto, estaba exaltado al punto que advertía el estallido de su corazón y ya no le sonaba tan tentadora la idea de morir joven. Pese a su arranque, Yunho seguía observándolo con aquella mirada resplandeciente, sonriendo tan grande que su humanidad entera flaqueó ante la debilidad que ello le causó; Yunho como siempre le atajó a tiempo y le apegó a su cuerpo.

Siguió viendo a los ojos del mayor por lo que pareció ser una eternidad, se relajó y se dejó llevar por las caricias que este dejó en sus cabellos, más tras el susodicho acomodar sus gafas sobre el puente de su nariz, dijo algo que... sencillamente se sintió como si todas las estrellas del universo colisionaran en su interior.

― Te amo, Mingi...

Ante la firmeza de esa declaración no hizo más que soltar una especie de gruñido y chillido para segundos más tarde comenzar a golpear el pecho del mayor sin fuerza alguna, sólo queriendo desquitarse de toda la energía resultado del inmenso bochorno que sentía, todavía, esas dos palabras le habían alegrado el día, la semana, el mes, el año... saber que Yunho le seguía amando era suficiente para querer vivir hasta el cansancio; quizá por eso había terminado llorando.

― Ay, mi bebé... mi amor, no llores. Ven acá, ¿te pusiste sentimental?...

Comentó Yunho con ternura al ver sus lágrimas, aunque en su voz igual escuchaba ese tonillo burlesco.

Se negó entonces a verle a la cara y siguió luchando en contra del mayor quien, no paró de insistir hasta verlo sucumbir. Sin más ganas de abstenerse se rindió a los brazos del pelinegro dejando que este le sostuviera y secara las lágrimas que había derramado con su camisa.

― Hey... era en serio... te amo mucho, Mingi. Nunca dejé de hacerlo.

Susurró contra sus cabellos mientras él se las arreglaba para hundir su rostro en la curvatura del cuello opuesto.

Sin decir nada y, pese a sentir su rostro en llamas, se descubrió ante el mayor, el susodicho no dejó de mirarle con ese destello, con esa ilusión que sobrepasaba los límites de lo inexplicable. Cautivado por el brillo de aquellos orbes no se inmutó ante la necesidad que le llevó a estampar sus labios contra los del mayor sin gracia alguna. Incluso sus gafas por primera vez en la velada entorpecieron su acción, más ello en vez de molestar, sólo agregó una nota de ternura a la situación.

No hubo prisa alguna para acabar con aquel roce inocente, tampoco se sintió apurado para responder aquel «te amo» de manera verbal, porque en el fondo sabía que Yunho podía interpretar lo que quiso decirle, más bien, transmitirle con ese beso.

Lejos de sentirse acomplejado, resolvió buscar refugio en el hombro del mayor por el simple hecho de poder darse el gusto de descansar en este, abrazándose fuerte al torso ajeno al mismo tiempo que una serena confesión se escapó de su boca.

― También te amo...

Dijo lo suficientemente alto como para que Yunho captase sus palabras.

Abrió los ojos de par en par al darse cuenta de eso, sin embargo, no armó revuelo por ello; se mantuvo quieto disfrutando de las caricias que Yunho le daba en la espalda.

― ¿Mucho, mucho?

Escuchó de pronto en un susurro, haciendo que levantara la cabeza y buscase nuevamente los ojos del mayor.

Se limitó a asentir, satisfecho al notar como la sonrisa del mayor se crecía dos tallas al igual que su corazón. Tan pleno como se sentía, se inclinó para dejar otro beso en los labios de su novio cuando este decidió interrumpir el momento.

― Entonces... ¿Me amas tanto como para ayudarme a hacer la cena?

Cuestionó Yunho con una sonrisilla juguetona danzando en sus labios.

Rodó los ojos ante la pregunta y se soltó un bufido para denotar su fastidio; cosa que hizo reír al mayor. La verdad es que a Yunho no le tomó nada de tiempo convencerle en preparar la cena, ambos habían tenido un día largo y merecían cerrar con broche de oro esa velada complaciendo a sus estómagos. Por ese motivo decidieron dejar los sartenes y las ollas para otra ocasión y marcar el número de la pizzería favorita del mayor.

«Qué mejor que acabar tú día con deliciosa comida grasosa y besitos de tu novio.»

Pensó Mingi mientras Yunho seguía comiendo y viendo la televisión acurrucado a su lado de espaldas al sofá.

Esa semana había sido particularmente difícil, pero por fin sentía que estaba llegando al final del arcoíris junto a Yunho, que podía rozar con la punta de los dedos el tesoro ansiado, sólo... tenía que esperar y continuar luchando para tomarlo, aunque... si quedaban asuntos por resolver, personas a quién llamar... eso era algo que podrían dejar para después. Estaba bien si eran egoístas un rato y usaban ese valioso tiempo para reconectarse con el otro.

Y la vida pareció estar de acuerdo con ellos, porque en todo el rato que estuvieron juntos en la sala, Yunho no recibió ninguna llamada o mensaje de su madre.

«Esto tiene que ser una buena señal...»

Pensó antes de dormitar en el hombro de su adorado pelinegro; tanto él como Yunho seguían sonriendo.

˚

Honestamente, no supo en qué momento se quedó dormido, mucho menos cuándo había ido a parar a su cama sin un pelinegro de uno coma ochenta y cinco metros de altura a su lado. Suspiró decepcionado mientras enfocaba la mirada en la silueta de la cómoda de su habitación, a juzgar por la falta de claridad aún era muy temprano, o quizá muy tarde para despertar. Sin decir nada, apartó las sábanas y se bajó de la cama para ir hasta la sala arrastrando los pies sobre la fría cerámica, encontrando prontamente a un Yunho hecho ovillo en el sofá.

Con un puchero en los labios se acercó a este y le removió con cuidado hasta hacerle despertar; ni siquiera se inmutó ante el rostro de preocupación que puso el otro sólo se quedó de pie allí, de brazos cruzados mientras Yunho pacería meditar lo ocurrido.

― Mingi, qué pasó...

Murmuró un adormilado pelinegro antes de dar un bostezo.

― Ven conmigo a la cama...

Pidió en voz baja acercando su mano a la del mayor para tomarla y tirar con suavidad de esta en una silenciosa invitación.

En otras circunstancias hubiese hecho algún comentario sobre la expresión de sorpresa de Yunho, más, por el momento su único objetivo era volver a su lecho y dormir al lado de su amor porque ya habían sido demasiadas noches privándose de ello; ya no había motivo alguno por el cual debieran dejar de permitirse tal lujo.

Inmersos en un agradable silencio, el pelinegro se puso de pie tras soltar su mano y, antes de que pudiera reclamarle por ello, sintió como era tomado en brazos por el mayor de regreso a la habitación. Pese al asombro y el bochorno que eso le acusó, esbozó una tonta sonrisa contra el cuello de este, se mordió los labios y se dejó hacer.

Ya al llegar a la cama, Yunho le depositó con cuidado en esta y se acomodó a su lado tomándole de la cintura para dormir como siempre habían hecho, tan juntos, tan revueltos como las sábanas sobre ellos. Esa noche se durmió escuchando su canción de cuna preferida: los latidos de Yunho. Tan dulce fue la melodía que soñó con el mañana que quería y se aferró a este tal como debía pensando nuevamente en que lo demás podía esperar. 

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Qué dicen... ¿estuvo bien o me excedí? 

Disculpen si se me escapó algún error por ahí, este capítulo lo corregí yo mismo. 

No tengo nada más relevante que decir más allá de darle las gracias por seguir leyendo esto. Les mando un abrazo de oso virtual, amor y compresión. Se me cuidan, nos leemos en la próxima que... ya vendría siendo el último capítulo, oh no. Sin embargo, también tengo pensado escribir un epílogo, así que no se me pongan tristes. Ahora sí, nos leemos en la próxima ☆。゚+.(人-ω◕ฺ)゚+.゚


♥Ingenierodepeluche

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