Capítulo IV - Amor (y más amor) quinta parte

Buenas noches, mis lunas y estrellas, ¿me extrañaron? Porque yo sí los extrañé a ustedes y, como siempre he regresado como su humilde servidor a suministrarles su dotación de Yungi. 

Lamento haber tardado tanto en actualizar, estas semanas fueron bastante... intensas (por no decir otra cosa). También debo decir que me tardé tanto en actualizar porque este es el capítulo que más me costó escribir, es decir, los anteriores fueron un reto, pero esto... esto fue un calvario. Habían demasiadas cosas que tenía que tomar en cuenta para elaborar en esta parte, incluso tuve que releer toda la historia porque sabía que estaba pasando muchas cosas por alto. Lo bueno es que logré sortear entre todas las complejidades que tenía este capítulo y, finalmente, me siento completamente satisfecho con el resultado. 

Lo que van a leer a continuación es una auténtica montaña rusa de emociones, estén preparados para lo peor y lo mejor, porque esta parte es candela, de paso esto quedó súper largo así que tómenlo con calma y disfrútenlo. 

Les confieso que hasta yo lloré escribiendo esto y mi beta no se quedó atrás, aunque puede ser porque nosotros estamos muy apegados a la trama y por eso nos duele más. En fin, no les voy a quitar más de su tiempo, ¡disfruten la lectura! 

Advertencia: este capítulo puede contener escenas y lenguaje inapropiado para menores de edad.

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La noche anterior se fue a dormir con la sensación de que, de ser su voluntad, con sólo extender el brazo sobre su cabeza hubiese cogido con la mano las estrellas que quisiera.

Sin embargo, tal impresión discurría en su imaginación como el producto de un significativo reencuentro con Yunho; era toda una ilusión pasajera que le acompañó cordialmente entre fantasías mientras dormitaba a altas horas de la madrugada. Una quimera que prontamente perdió su furor, difuminándose así sus prístinas alas tras despuntar el astro rey al alba.

A una hora cualquiera, temprano en esa mañana singular comenzó a ser inminente la culminación de su sopor; sin abrir los ojos la claridad besaba sus párpados en sólido mutismo con el firme propósito de devolverle al presente.

Bien podía intentar evadir aquel llamado, ser egoísta y sublevarse una vez más a los cálidos encantos de un sueño retardado, todavía, por muy renuente que se sintiera a despertar, resolvió aceptar la invitación del sol, abriendo de a poco las ventanillas alojadas en su rostro, y así, en un acto poco agraciado, con un bostezo dio la bienvenida al maravilloso porvenir.

― "Se supone que 'al que madruga Dios le ayuda', pero yo como que no estoy sintiendo del todo esa ayuda."-

Meditó mientras refunfuñaba y se removía entre las sábanas.

Terminó por girar la cabeza para ver hacia la ventana en un intento por amonestar el resplandor que con tanta serenidad se colaba entre los restos de la persiana; debía comprar una nueva si quería impedir que su sueño reparador siguiera siendo interrumpido.

Suspiró, decidiendo que eso no sería suficiente para hurtar de sus brazos la paz con la que colmaba sus pulmones en aquel instante y, pese a dejar atrás el conjuro de Morfeo, resolvió tomarse el debido tiempo para recolectar entre las sábanas las ganas que necesitaba para pararse de la cama.

Sumido en el parsimonioso canto del alba, ajeno a cualquier contrariedad que ocurriera a las adyacencias de su habitación, Mingi se las apañó para acurrucarse contra sí mismo después de llevar las sábanas a la altura de su mentón.

Estaba un cien por ciento decidido a disfrutar del templado ambiente que le arropaba, no obstante, un segundo cuando mucho fue lo que le duró la tranquilidad en el cuerpo cuando, tras enfocar su mirada en el techo, a su mente arremetió la estampida de recuerdos de la grata (nefasta) noche anterior.

― "Ay, no puede ser... si es verdad que ayer todo se volvió un zaperoco y de vaina no mato a alguien."-

Comentó para sus adentros tras hacer una mueca que denotaba su inconformidad para con los hechos; debió estar verdaderamente cansado y atolondrado como para no recordar eso tan pronto abrió los ojos.

El día anterior había sido una auténtica montaña rusa de emociones. Entre los bajones de ánimo, las palabras hirientes, el desconsuelo y la cólera, no le sorprendió en lo más mínimo que hubiese caído cual cadáver sobre la cama, lo que sí, es que realmente no podía recordar cómo había llegado hasta allí. Lo más probable es que hubiese estado tan cansado que olvidó por completo cuando se despidió del pelinegro y se fue a dormir.

Con pesadez se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos, al tiempo que una nueva retahíla de conmovedoras imágenes sacudía el adormecimiento restante de su acalambrada entidad.

No le cabía la menor duda de que la noche anterior, de una manera u otra, dio pie a una temprana reconciliación con Yunho, pese a ello, si lo recordaba con claridad en ningún momento llegó a soltar el bendito perdón que el mayor tanto ansiaba escuchar; palabra que tenía en la punta de la lengua y por más de una razón egocentrista era incapaz de pronunciar.

Era acaso necesario conferir algo de tal magnitud al mayor, es decir, no hallaba lugar para una disculpa de su parte. Pero Mingi no veía que para esa ocasión 'ni lavaba ni prestaba la batea'; quizá no valdría tanto su disculpa si tuviese el agrado de aceptar las del pelinegro.

Sintiéndose ligeramente malhumorado, resolvió preservar lo poco o nada que le restaba de calma al recogerse en el nido que hizo a lo largo la noche; se cubrió entero de pies a cabeza con la sábana y aguardó entonces a que un milagro pasara.

Mientas más rápido su mente se obstinase de divagar, de argumentar incongruencias, de atar cabos sueltos, etcétera... sí, mientras más rápido terminase aquella disputa mental contra sí mismo, más provechoso resultaría el día para él.

Entonces, pardeó con discreción, una, dos, tres veces fijando su mirada en la única manchita que tenía la tela de la funda. Respiró hondo, una, dos, tres veces... calmándose, o al menos intentándolo. Sin embargo, su mente se opuso a la idea de darle tregua. Y es que, si de complicar las cosas se trataba, él estaba como quien dice: "mandado a ser". Aunque midiera casi dos metros de estatura no tenía tamaño para todas las cosas que se inventaba y todos los líos en los que acababa.

Pensó en mil y una posibilidades, que si esto y lo otro, que si el padre de Yunho habría mandado sicarios a matarlos, que si a Yunho lo estaba siguiendo una espía, que si la madre de Yunho sólo estaba mintiendo y todo era parte de una farsa para robarle a su pelinegro de nuevo, que si...

― "¡Coño de la madre, no!, ¡qué espía, qué sicario ni qué ocho cuartos, Mingi, deja de andar pensando tantas mariqueras!"-

Se reprochó a sí mismo tras cerrar los ojos con fuerza en un intento por esquivar aquel montón de estupideces; no debía dejarse vencer por la jugarreta de su propia mente. Retomó entonces sus ejercicios de respiración e inhaló y exhaló una, dos, tres veces y... estalló.

Exasperado a más no poder, en un acto ordinario volvió a descubrirse para luego incorporarse en la cama, quedando sentado de espaldas al cabezal de esta. De brazos cruzados no pudo hacer nada para evitar que la afluencia de pensamientos siguiera corriendo cual río caudaloso, abriendo surcos por su cabeza.

No le enfurecía únicamente las maliciosas conjeturas que su imaginación le facilitó, al contrario, también le pasó de refilón todas a las conversaciones y sus actos de la noche anterior; toda palabra dicha y toda acción hecha por él le hincaba dolorosamente en la memoria.

Podría sentir quizá que su actitud no hubiese sido completamente errada, pero opinaba que había traicionado su palabra al dejarse engatusar por la comodidad que el pelinegro le transmitió; se profesaba increíblemente molesto con el Mingi del pasado por gozar sin ser consciente de las consecuencias que ello acarreaba. Qué se creyó el mismo al haberse metido en semejante embrollo.

Porque sí, había sido su decisión guardar los problemas en un cajón y hacer como si nada, aunque fuera por unas horas, pero a qué costo. Cuánto le iba a pesar en el alma, cuánto le iba a doler en el orgullo, cuántas secuelas le traería a corto plazo el haber reído y llorado como si nada entre los brazos de su ex.

― "Ahora qué coño de la madre se supone que haga, qué se supone que tengo que decirle cuando salga de aquí y lo vea."-

Se reprochó al echar la cabeza hacia atrás, ignorando el dolorcillo que le provocó el golpe que se dio contra la pared. Quiso rogar por una pizca de clemencia, pero su clamor apenas alcanzó a ser un frágil soplo de resignación.

A todas estas, ¿qué habría sido de Yunho mientras él dormía tan placido y sereno en su cama?, la sola idea de que al salir de su habitación pudiera toparse con el pelinegro le tenía los nervios de punta. Todavía, su inquietud estaba únicamente ligada al temor de conectar con los ojos pardos que, pese a los malos tratos y engaños, sabía le continuaban enamorando.

― "¿Y ahora?... qué se supone que va a pasar de ahora en adelante que volvimos a hablar. Yo no quiero andar sintiéndome incómodo, y si se va a quedar aquí conmigo menos, qué vaina es."-

Soltó un gruñido en medio de su desespero, no estaba preparado para lidiar con sentimientos encontrados, no quería ver a Yunho y volver a sentir esa impetuosa necesidad de amarrarse a su cuerpo... de besarle hasta el cansancio como en un principio debió hacerlo; era una locura lo que estaba viviendo.

Odiaba cuán caprichosa, cuán débil podía llegar a ser su carne ante la tentación a manos del objeto de sus deseos. Él ansiaba mantenerse firme y luchar por sus nuevas aficiones, sin embargo, ¿valdría la pena el desvelarse por su inherente individualismo después de que la vida le había devuelto en una pieza al amor de su vida?

Como dijo alguna vez un grupo español en su popular canción: ― "... de según cómo se mire todo depende."- pero de qué dependía el tomar una decisión, el cambiar su vida o lo que fuera... Mingi quería convencerse de que toda elección a jugarse estaba en sus manos, más sabía que ello no dependía de él, sino de los contratiempos (personas) que intentaba callar.

En última instancia, por supuesto que estaba enterado que sabía dónde debía invertir su tiempo y esfuerzo: en Yunho. Merecía la pena arrojar todo por la borda por Yunho, pues no hablaba de un cualquiera. Se trataba del mismo muchacho que luego de su primera pelea siendo novios tocó a su puerta con un ramo de flores entre sus brazos a modo de disculpas, pero he allí el dilema... si era por el mencionado, por qué debía él andar con tanta prisa. Podía hacer esperar al pelinegro mientras él terminaba de dilucidar qué era lo que quería en realidad. Total, Yunho le iba a esperar como siempre, ¿verdad?

Quizá para ciertas cosas hubieran cambiado las disposiciones entre ellos, más él jamás se sintió presionado por Yunho a tomar decisión alguna, y quería creer que esa no sería la excepción a la regla. Es decir, estaba bien. Podría controlar esa situación porque eso se trataba de ellos, cuál era la necesidad de incluir a terceros.

Si él tuvo el decoro de escucharle, el atrevimiento de traerle de vuelta hasta su hogar, la modestia de seguir aguardando a su regreso pese a todas las adversidades... el mayor bien podía esperar el tiempo que fuese por una respuesta; nada le impedía seguir pensando en eso como un hecho porque después de todo Yunho estaba ahí por (y para) él. Todavía, qué tanto rumiaba su corazón al hacerse el duro respecto a esa cuestión, qué tan herido estaba por dentro como para no aceptar de brazos abiertos a su adorado pelinegro.

Era cierto que la mentira y el descaro de Yunho le transformaron en una persona medio terca, y por ello, opinaba que quizá su núcleo 'se daba toda la bomba del mundo' no por respuestas (de esas ya tenía un papiro), sino a razón de un cambio que deseaba atestiguar para con él en función de Yunho.

El punto de inflexión en sus vidas ya estaba olvidado, la verdad estaba expuesta, todo lo que debían hacer (si querían) era tomar los escombros y las nuevas piezas para reconstruir esa relación. Aun así, era muy fácil decirlo (pensarlo, incluso), pero qué tan laborioso sería llevar ese ambicioso proyecto al acto.

― Yah... por qué todo tiene que ser tan difícil...

Aquella queja fue lo más elaborado que se le ocurrió decir; tampoco es como si teniendo la garganta seca y la voz rasposa debido al sueño pretendiese citar el verso de algún poema.

De a ratos deseaba poder actuar por mero impulso, buscar al pelinegro y concluir con aquel tormento, sin embargo, sentía la necesidad de frenarse cada vez que dicha idea brotaba cual maleza en su cabeza; sabotearse a sí mismo no era una opción.

Era más claro que el agua que debía darse un lugar para con Yunho, porque tras pasar por tantos contratiempos en los últimos dos meses, se hacía incuestionable que de volver con el pelinegro las cosas no sería precisamente igual que antes, y eso estaba bien porque él ya no quería retomar a esa relación dizque recíproca.

Tanto Yunho como él habían evolucionado como personas y quería creer en ello no como un obstáculo, sino como un "progreso" de parte de ambos, algo que pudiera llevarlos por el camino amarillo de vuelta a los parajes del entendimiento, de la auténtica reciprocidad.

Quizá estaba pensando demasiado las cosas, que en vez de cinco ya le estaba sacando la séptima pata al gato, todavía, cuán equívoca podía resultar su inquietud si todo eso lo hacía en pro de tomar la decisión correcta (para ambos). Al fin de cuentas eran sus vidas lo que estaba en juego, lo demás podía esperar porque desde siempre lo más importante para ellos era el compromiso que gozaban desde niños.

Sin percatarse, sus manos habían tomado posesión de la camisa que traía puesta, llevándola a la altura de su rostro en busca de esa efímera, pero persistente esencia que se hallaba impregnada en la tela; aquel aroma masculino que le evocaba días llenos de júbilo. Ese perfume que sólo pertenecía a...

― Yunho...

Absorto en su pensamiento y la paz que le infundía en el alma aquella fragancia, dejó que el tiempo le consumiera, volviendo a ser uno con su lecho hasta que un ruido proveniente de la cocina le arrebató su ensoñación.

De un brinco salió de la cama y con vehemencia abrió la puerta del cuarto para correr desbocado hasta la cocina, lugar donde encontró a un abochornado Yunho de cuclillas en el suelo recogiendo los restos de lo que parecía un plato roto.

Con el corazón en la mano se mantuvo de pie a la entrada de la estancia sin decir palabra alguna, sólo internalizando la situación; toda disputa mental había quedado enredada a las sábanas.

― Y-yo... lo siento si te desperté. Tenía las manos mojadas y el plato se me resbaló.

Explicó el pelinegro con un deje de pena en su voz tras bajar la cabeza y continuar en lo suyo.

Hizo el amago de moverse de su lugar de modo que pudiera ayudar, más con una seña el susodicho le detuvo en el acto.

― ¡No, no!, quédate ahí que andas descalzo y hay muchos pedacitos de cerámica en el piso, no quiero que te cortes.

Comentó el pelinegro al sostenerle la mirada por una milésima de segundo; aquellos remolinos pardos centelleaban debido a un impávido nerviosismo.

Asintió, aunque el mayor no le vio y se mordió los labios para evitar sonreír mientras, estando recostado en la pared, veía al susodicho recoger con las manos desnudas los trozos de lo que hasta no hace mucho había sido una de sus piezas de vajilla menos preferida; Yunho le hizo un favor al romper ese plato que llevaba meses sin saber qué hacer con él.

En lo que duró aquel silencio no fue capaz de despegar sus ojos del pelinegro, quería convencerse a sí mismo que sólo estaba allí pasando el sobresalto, pero muy en el fondo aceptaba que simplemente se mantenía en ese lugar para disfrutar de la presencia del otro. Habían sido dos meses y medio sin Yunho, si bien el aludido actuase bajo la potestad de destruir el apartamento él seguiría sintiéndose pleno en medio de ese supuesto desastre por sólo tenerle allí consigo.

En menos de lo que canta un gallo el pelinegro acabó con su labor, y sólo entonces cuando el susodicho se levantó para echar a la basura los vestigios del plato, se percató de la cantidad de cosas, más bien, la cantidad de comida que había sobre el mesón de la cocina.

Como si de un 'efecto pavloviano' se tratase, al percibir el dulce aroma de las panquecas recién hechas y la fruta fresca, su estómago no tardó en emitir una protesta. A los efectos, una de sus manos fue a parar a su abdomen en un intento por ocultar aquel hecho; por suerte el mayor no reparó en ello.

― "En qué momento este pana hizo todo esto..."-

Se preguntó al tiempo que Yunho pasaba por su lado con escoba y pala en mano para barrer del piso el resto de la evidencia.

― ¿Hiciste el desayuno?...

Aunque un tanto estúpida, sintió la necesidad de hacer esa pregunta; le costaba creer que el mayor hubiese tenido la voluntad y el tiempo para hacer todo eso mientras él dormía.

No era precisamente una persona de sueño pesado, así que podía imaginar todas las peripecias que tuvo que hacer el otro para salirse con la suya para armar ese banquete.

Claro que, su asombro no estaba del todo justificado. No es como si Yunho no hubiese tenido ese tipo de gestos para con él en el pasado, al contrario, el aludido siempre le despertaba con el desayuno en la cama los domingos por la mañana. Pese a todo, la acción la encontró tan natural... que hasta cierto punto le causó cierta incomodidad.

― Ah... sí, yo-... quería agradecerte por dejarme pasar la noche aquí y no mandarme a la mierda de una y... sí, eso.

Murmuró Yunho sin encontrar su mirada en ningún momento, moviendo la escoba de un lado a otro a pesar de haber completado su tarea; de seguir en esas le iba a borrar las líneas al piso.

Sin ganas de reprimirse, esbozó una sonrisa que el mayor no llegó a ver y, haciéndose a un lado, le dejó pasar nuevamente para que este llevase los implementos de limpieza a donde correspondían.

En el momento que estuvo a solas se dedicó a pensar en cuán tonto y dulce podía llegar a ser el pelinegro; en lo mucho que gestos como ese derretían su corazón. Se sentía especial al estar recibiendo ese tipo de atenciones nuevamente, casi podía apreciar como si esa simple acción estuviese devolviendo a su lugar sin él tener que mover un solo dedo.

Qué más complaciente para el antojadizo corazón suyo que una dulce mañana en compañía del pelinegro que le robaba el aliento. A la mierda los demás. Qué bebía importar el resto del mundo si tras tantos años habían sido sólo ellos dos juntos; si les sirvió antes vivir bajo esa ideología, por qué no habría de funcionarles ahora. Es decir, qué más relevante que él en la vida de Yunho y viceversa.

Se abrazó a sí mismo mientras pensaba en ello a profundidad y se dejaba encantar por la tonada egoísta que envenenaba las buenas intenciones de su alma; una vez más permitió que la vanidad vendara sus ojos.

Ya al retornar a su lado, Yunho le obsequió una débil sonrisa y le indicó que se sentara en la mesa de la sala. Quiso protestar cuando el otro se negó a que le ayudara, más prefirió darle el gusto al susodicho; en silencio se regodeaba en la opción de dejarse consentir otra vez después de tanto. Para cuando reparó en lo que estaba haciendo, ya se encontraba comiendo una de las deliciosas panquecas que el pelinegro colocó en su plato.

Ante sus ojos no pasó desapercibido el hecho de que algunas de las tortitas tuviesen la extraña impresión de un corazón al centro; el mayor siempre solía hacerle panquecas con esa forma o con intentos de dibujos en ellas. Le complacía en demasía saber que el este no había perdido esas (cursis y hermosas) costumbres.

A pesar de la buena comida y los mensajes implícitos en ella, con cada bocado que daba no podía discernir del tedio que le provocaba el denso silencio acoplado a ambos. Teniendo a Yunho a menos de un metro de distancia le costaba que creer que los dos estuviesen tan callados en un mal sentido; no le hacía ninguna gracia la tensión que existía en la sala.

― No sabía que había para hacer panquecas.

Comentó como quien no quiere la cosa, llevando el tenedor una vez más a su boca al tiempo que Yunho, finalmente, se dignaba a darle la cara.

― No las había. Salí más temprano a hacer algunas compras, espero no te moleste.

Confesó el pelinegro para luego esbozar otra de esas falsas sonrisas que no alcanzaban siquiera a elevar sus mejillas.

Largó un pesado suspiro ante la revelación; por supuesto que su exnovio tenía que tomarse la molestia de hacer cosas como esa. Quizá le gustase ser mimado por Yunho, pero no quería aprovecharse del dinero de este, no cuando los bordes de su relación permanecieran indefinidos.

Decidido a hacer una acotación, dejó el tenedor sobre la mesa y se incorporó en su lugar, sin embargo, al ver la expresión asustadiza que cargaba Yunho, resolvió tragarse cualquier tipo de reproche.

Recién notaba que el mayor apenas había tocado su comida, que de hecho lo único que hacía era mover las panquecas de un lado a otro en el plato como el propio niño malcriado que no quiere comerse los vegetales; era evidente que estaba ansioso.

Se mordió la lengua para impedir hacer un comentario al respecto, no queriendo sonar despectivo cuando lo único que sentía era una profunda preocupación por el estado del pelinegro.

― "¿Por qué no estará disfrutando este momento como yo?, o sea... él se tomó la molestia de hacer todo esto, no tiene sentido que te dé una puntada de culo y luego andes con cara de... eso."-

Sondeó mientras masticaba un trocito de fresa, ignorando cualquier idea, cualquier motivo ulterior que tuviese coherencia para dar con el origen de la tristeza del mayor.

― Yah, está bien... no tienes que preocuparte. Gracias por-... eso y las panquecas. Están ricas.

Resolvió decir con simpleza, intentando a través de un tono calmo de voz tratar de llevar algo de paz al mayor.

La acción pareció surtir un efecto inmediato en el aludido quien, pese a todo, pareció más tranquilo con la respuesta que le profirió. Todavía, le seguía molestando cuán forzada estaba resultando la plática esa mañana. Es decir, sabía que él mismo hasta hacía rato estuvo fundiéndose las neuronas, pero el desayuno era la comida más importante del día y él quería disfrutar eso con Yunho ahora que podía.

― Y... ¿Dormiste bien anoche?

Cuestionó el pelinegro para luego llevar un trozo de fruta a su boca; el primero bocado que daba en todo el rato.

Ya sin ánimos de dar una respuesta verbal se limitó a asentir. Yunho entonces le sonrió y guardó silencio, volviendo a revolver el contenido de su plato mientras él, se dedicaba a analizar las sombrías facciones del mayor; el desgano en su actitud se manifestaba con creces en cada recoveco, intensificando el aura tristona del pelinegro.

― Tú no dormiste nada, ¿verdad?

Inquirió sin una pizca de malicia en su voz, notando al instante lo rígido que se tornaba el cuerpo del mayor. Tampoco le hizo falta colocarse los anteojos para notar cuán desconsolado estaba el susodicho en esos momentos por tan inofensiva pregunta.

Aunque un poco tarde la respuesta de Yunho llegó tal como la suya, en un movimiento de su cabeza que aludió a la negación. Respiró hondo ante la culpabilidad que tal manifiesto le provocó en el interior; él había dormido como un bebé mientras Yunho, probablemente, pasó la noche en vela devanándose los sesos pensando en sabrá Dios qué.

Era alarmante para él ver a una persona como Yunho, naturalmente juguetona y repleta de energía, lucir a dos segundos de desmayarse o llorar de la angustia. Quería arrancarse el cabello de la desesperación porque, aunque obviase admitirlo, una parte sustancial de aquel estado deplorable que presentaba su expareja estaba ligado a su persona; a su afanosa necesidad de evadir los problemas.

― Es que no pude dejar de pensar en mi mamá... ayer, antes de que llegaras a lo de Hong tuve que apagar el teléfono porque no dejaba de llamarme y mandarme mensajes. Me siento de la mierda por sacarle el culo a mi propia madre, pero de verdad no quiero volver a ese lugar, Mingi...

Dijo Yunho, soltando esas palabras como si llevase a cuestas el peso del mundo entero. No obstante, a diferencia de la noche anterior, el abatimiento en las palabras de Yunho no hizo mella en su corazón. En ese momento carecía de paciencia para escuchar de nueva cuenta el penoso relato sobre la madre del pelinegro.

Odiaba ver al pelinegro tan desolado, tan... derrotado, sí. Sin embargo, a ese punto no sabía de qué manera pudiera actuar a favor de socorrerle y sólo se juzgaba en facultad de escucharle; de todas formas, su apetito ya estaba arruinado y cualquier cosa era mejor que estar a merced de sus propios pensamientos. Además, no le venía mal adquirir más información sobre las circunstancias que de ahora en más suponía continuarían afectando al mayor.

― ¿Crees que tu papá ya se dio cuenta de que te fuiste?

Preguntó con pereza en un vago intento por alentar la conversación; tratando de no sonar desinteresado.

― Quizá... no lo sé. No he prendido el teléfono ni pienso hacerlo, quién coño sabe qué habrá pasado. Al menos sé que el malnacido ese no va a volver sino hasta el martes.

Soltó el mayor al tiempo que dejaba los cubiertos sobre la mesa y empujaba el plato lejos de sí.

Desde su lugar le vio tomar la taza frente a él que, a juzgar por el olor, presumió que estaba llena de café. Trató de esquivar los pensamientos negativos, toda interrogante relacionada a la salud del pelinegro y a su (siempre prospera) obsesión con la cafeína; no era momento de actuar como su pareja y voz de la razón, recriminándole tonterías que no iban al caso. Simplemente no podía comportarse como algo que no era.

A los efectos de tan irreverente actitud de parte del mayor y de su enervante descubrimiento, cerró los ojos por unos segundos tratando de permanecer neutral. Debía desligarse por completo de los complejos del viejo Mingi y actuar de forma imparcial para con el pelinegro en el presente.

― Creo que tengo tiempo de sobra para pensar qué hacer con mi vida hasta entonces...

Agregó Yunho haciendo que abriera los ojos y volviera su atención a este. El mayor lucía una enorme y venenosa sonrisa en su cara, esbozo que en vez de aplacar sus inquietudes le provocó un jaloncito en el corazón.

No podía culpar a Yunho por adoptar esa conducta tan... sarcástica, que poco tenía que ver con la naturaleza del susodicho. Entendía que el otro estaba completamente dolido, afligido por su situación actual, pero esa no era la manera de afrontar los problemas; ninguno (sobre todo Yunho) estaba en posición de actuar a complacencia de otros y dejar en un plano inferior sus verdaderos sentimientos.

Por ello le hervía en el cuerpo el fervor, las ganas de librar de aquel yugo al pelinegro, de hacerle ver que allí, dentro de esos treinta metros cuadrados no necesitaban preocuparse por nada, sino por el bienestar del otro; un acuerdo conveniente, un acuerdo perfecto porque no necesitaban más que ellos.

Pero para todo existían ciertos límites y, aunque él carecía de poder que le permitiera adjudicarse ciertas atribuciones, Yunho si debía contar con la voluntad de hablarle, no como a un cualquiera, sino por quien era; su amigo y fiel confidente de toda la vida.

Quizá era el tonillo desairado en la voz del pelinegro lo que le tenía tan antipático esa mañana. Podía ser otro día, podían estar fuera de aquel velo protector que les cubrió en plena madrugada, pero él seguía siendo Mingi y el pelinegro seguía siendo Yunho; dos gotas de agua de la misma fuente.

Empezó a sentirse acorralado en su propia sala, la cantidad inconvenientes se le antojaba desmesurada a tal punto que le asfixiaba. A dónde se había ido toda la despreocupación, el brío de encontrar una salida sin mayores altercados, el consuelo que erigieron ambos con el propósito de solucionar y dejar atrás los problemas ajenos a su unidad; necesitaba cuando antes volver a sentirse en paz.

― Sé que quizá no quieres hablar más de eso, pero anoche dejamos las vainas a medias porque yo quise y la verdad es que todavía me quedan muchas dudas respecto a lo que pasó...

Habló en voz baja, copiando las acciones del mayor al dejar el resto de su desayuno intacto; quería dejar en claro que le estaba dando toda su atención.

Fue así como dio el primer paso para acabar de una vez por todas con ese capítulo. Indistintamente de lo que resultase de esa conversación se sacaría del pecho las inquietudes que portaba y, en un caso idílico, el pelinegro podría librarse de una pequeña parte de su carga.

Ahora que parecían haber entrado en calor tuvo la confianza de levantarse de su lugar del lado contrario de la mesa para volver a sentarse esta vez cerca de un cabizbajo Yunho; las razones de mantener un distanciamiento con el mencionado, a criterio propio, estaban sobrevaloradas. Ni el pelinegro ni su persona, tenían por qué temer estando junto al otro.

Apretó los labios para luego rascarse la nuca, indeciso de qué debía decir a sabiendas que el silencio que se instauraba entre ellos era sólo una invitación de parte del mayor para proseguir con lo que quería decir.

― Yo- bueno ya sabes, ahora que lo pienso mejor... ¿por qué no fuiste con la policía, Yunho?... es decir, si te enteraste de todo el asunto cuando recién volviste a encontrarte con tus padres, por qué te fuiste sin antes intentar hacer las cosas de esa forma. Ni siquiera tendrías que haberme dicho, sólo-...

― Porque no hubiese servido de nada.

Respondió el pelinegro tras interrumpir lo que pudo ser un elaborado argumento.

Confundido por la pronta e inflexible contestación de Yunho, arrugó el ceño en espera de otra respuesta que aportarse una pizca de validez a semejante manifiesto.

― Sabía que me ibas a preguntar eso tarde o temprano y la respuesta es... porque no hubiese servido de nada. Mi mamá me confesó en ese momento que hace como dos años puso una denuncia por su cuenta y tan pronto mi padre se enteró de eso, el hijo de puta logró sobornar a los policías para que todo quedase como un malentendido.

La firmeza en el tono de voz de Yunho por un segundo le provocó escalofríos.

El pelinegro veía a la pared a su costado con dagas en los ojos, empuñaba las manos sobre su regazo y trataba a toda costa no soltar más improperios de los requeridos en un diligente intento por no proyectar su ira contra el menor.

Ajeno a lo que pudiera pasar por la cabeza de Yunho, Mingi en ese instante sintió que podría devolver su desayuno a causa de las náuseas que le indujeron aquellas palabras. Finalmente, ciertas partes del panorama empezaban a clarecer en el revoltillo que tenía por mente.

Por su cabeza pasaban mil y una cosas a la vez, en su corazón sentía un millón más, era confuso y a la vez revelador oír eso en boca de Yunho; como siempre volvía a ceñirse a la tenacidad de un conflicto emocional.

Quizá no fuese un motivo sustancial por el cual debiera perdonar al muchacho delante de él, es decir, con o sin una noble voluntad, continuaba sintiendo que seguía siendo una víctima de aquel ultraje, sin embargo, esa misma sensación que de un momento a otro le hizo reflexionar y ablandarse para con el pelinegro, intuía fue lo que desató el desespero en el susodicho; cualquier persona en su sano juicio pudiera reaccionar de esa manera ante semejante injusticia practicada contra sus seres queridos.

Ya no era (y quizá nunca lo fue) algo que se limitase a ellos dos, era un inconveniente de proporciones bíblicas lo que acontecía. Era precisamente por ese tipo de cosas que anhelaba que el que Yunho resolviera adoptar una posición cómoda como la suya respecto a los demás.

De nada servía ser un alma caritativa cuando el mundo era quien te jodía con tal de permanecer en tu contra.

― "Qué tan cabrón tienes que ser para dejar ir a un delincuente sólo por plata..."-

Pensó mientras parpadeaba para espantar las lágrimas que amenazaban con derramarse de sus ojos; ni siquiera sabía por qué tenía ganas de llorar.

Quizá era el caer en cuenta de la repulsiva sociedad en la que vivían, o simplemente, que de tener algún problema no podría siquiera confiar en aquellos que juraban defender su integridad. Podían ser tantas las razones de sus lágrimas, pero aquel no resultaba el momento más idóneo para ponerse a elucubrar sobre ello.

El saber que el padre de su exnovio no le temblaba la mano para engrasar la de otro era relativamente una novedad, pese a todo, sabía por experiencia propia que el hombre era una persona corrupta. El mismo pelinegro más de una vez le confesó el haber pillado a su padre codeándose con personas igual de pútridas; estafando a inocentes en función de alimentar su codicia.

Aquellas eran cosas que quería olvidar y dejar en el pasado pero que, similares a un búmeran, seguían retornando a su lado; perjudicando su presente y el de Yunho.

Entonces comprendió el porqué de la inapetencia de Yunho, su abrupto cambio de actitud, su furor por querer demostrar algo de fortaleza a pesar de las circunstancias. No era por querer hacerse el héroe de la película, simplemente aquella era la batalla que le había tocado librar; le había juzgado mal.

Era injusto, sí. Deseaba pegar cuatro gritos al cielo y que le partiera un rayo de ser ese su castigo por alzar la voz al reino celestial, cualquier cosa le vendría mejor que vivir en esa agraviada realidad. Él sólo anhelaba volver a sus días pasados con Yunho y estar ambos henchidos de amor, de alegría, ¿tan difícil era salirse con la suya?...

Quería tantas cosas, pero por sobre todo el tiempo que le había sido usurpado por personas que en un pasado jamás se preocuparon por su propio estado o por el de Yunho.

Por fin se daba cuenta que Yunho jamás había tenido la culpa, el pelinegro, así como él, era sólo otra víctima, pero ya estaba metido en aquel enredo y por muy molesto que fuese, le tenía que ayudar a salir con la esperanza de que jamás volviese a ocurrir.

― ¿Entonces qué piensas hacer?, debes tener un plan porque si no fuese así no te hubieras ido, o es que de verdad actuaste por puro impulso.

Habló más rápido de lo usual debido a las ansias que subían a su voz; con las manos hechas puño se mantuvo a la expectativa de lo que el mayor pudiera decir.

Yunho le miró con cierta extrañeza al oírle. A los efectos, el pelinegro parecía deliberar si sus palabras eran una especie de reclamo, o si aquello había sido fruto de su exaltación; lástima que Mingi no se atrevió a dar ninguna aclaración.

― La verdad... es que pensé antes de lanzarme que podría manejar yo solo la situación, pero después me di cuenta de la cantidad de problemas que había de por medio y decidí hablar con mi tía para ver si podía ayudarme y ella aceptó.

Habló Yunho con cierta nota vacilante en su voz, casi como si estuviese cohibido.

Por el contexto podía pensar que lo que el mayor decía eran buenas noticias, más al notar la actitud del susodicho al decir aquello, fue suficiente para acabar con la fantasía.

― Y cuál es el problema, ¿por qué no hacerlo entonces?

Cuestionó con curiosidad tratando de no sonar tan exasperado como realmente se sentía. Es decir, qué tantas trabas, qué tantos baches podrían haber en el camino para impedir a Yunho el absolverse de todos esos males.

― Mi tía tiene miedo de lo que le pueda hacer mi padre porque ya hace unos años hizo que a su esposo lo dejaran sin trabajo. Ella quiere ayudar, pero ninguno de los dos sabemos cómo tomar la delantera en esta vaina.

Comentó el pelinegro con un notorio desaire; el brillo en sus ojos también se había apagado, así como su voz.

Soltó una especie de resoplido ante la explicación del mayor, a su criterio esos no eran motivos suficientes para dejarse vencer tan rápido. Todavía, de qué manera podía Yunho o él, dos simples mortales, mejorar una situación tan compleja. No le importaba mucho la respuesta, sólo la probabilidad de que ocurriera.

― Igual, no pretenderás echarte a morir y dejar que tu padre se siga saliendo con la suya y te vuelva mierda la vida, ¿o sí?... verga, Yunho por Dios, ¿qué no sabes que el que no se arriesga no gana?

Habló atropellando las palabras. A esas alturas cada vez que abría la boca el desespero se hacía más palpable en su voz, en sus gestos.

En momentos como ese no se daba cuenta de lo que salía de su boca y de cuán hirientes podían ser sus palabras al no tomar en cuenta la realidad.

― Claro que sí, Mingi. El hecho es que no puedo ir y secuestrar a mi madre porque no sería lo correcto, yo-...

― ¿¡Y por qué no sería lo correcto, Yunho!?... no estás secuestrando a nadie. Estamos hablando de algo que tienes el derecho a hacer, tu madre no es una esclava, ¡nada la tiene realmente atada al cabrón abusivo que escogió como esposo!

Ni siquiera se dio cuenta del momento en el que comenzó a alzar la voz, simplemente se percató del fallo de sus actos cuando reparó en lo enfurecido y dolido que se veía Yunho.

A juzgar por el fruncir de la cara del aludido, se le antojaba como si el pelinegro estuviese a dos segundos de dejarle hablando por la nuca de la bofetada que quería meterle.

― Qué coño es lo que te pasa esta mañana, Mingi... sólo estoy haciendo las vainas de esta manera para no seguir jodiendo la integridad de la única familia que me queda.

Escupió Yunho con amargura. A diferencia de él pese a la crueldad de sus palabras, se mantuvo a raya, hablando como una persona civilizada, sin embargo, desde el primero de sus mordaces ataques la ira conquistó los ojos del susodicho, cristalizándose hasta convertirse en gruesos lagrimones que perfilaron el desconsolado rostro del mayor.

El que Yunho dijera eso fue la gota que colmó el vaso. Cómo se atrevía el pelinegro a decir que no tenía en quién apoyarse si él y su familia habían estado ahí siempre. Es que acaso el mayor era ciego para no reconocer eso... ¿tan poco era lo que valía él para Yunho que debía recurrir a esas brutales demostraciones?

A pesar de propio dolor, sorprendido por el arrebato del pelinegro se hizo para atrás mientras le veía llorar en medio de un silencio aturdidor. Quiso decir algo, quebrar con aquel mutismo que les estaba consumiendo a una velocidad alarmante, pero todo se le atoró en su garganta; ni él mismo podría poner en palabras lo que le ocurría.

La parte racional de su cerebro pedía a gritos por clemencia, mientras, su egoísmo lo amordazaba permitiendo así que resultase a merced de la porción maquiavélica de su espíritu.

Cuando vio al mayor colocarse de pie su angustia incrementó lo suficiente como para hacer que despertase de su forzoso estupor, fue entonces cuando tomó a Yunho por las manos e intentó mantenerle a su lado. El otro se quejaba mientras forcejeaba y lloraba, y toda la aflicción que sentía el pelinegro era mutua, pues a pesar de no poder ofrecer una respuesta verbal seguía luchando como la primera vez; intentando repara el daño que había causado.

― S-suéltame, Mingi. Qué mierda te crees diciéndome esas vainas y ahora queriendo arreglarlo. Es obvio que piensas que soy un inútil igual que todos los demás por no terminar de resolver mis malditos problemas, cómo sí fuera tan simple. Vete a la mierda.

Masculló el mayor tras dedicarle una última y potente mirada, librándose así de su agarre; Yunho jamás le había visto con aquel malévolo resentimiento.

Para el momento que vio al susodicho recoger (otra vez) las pocas cosas que había sacado de sus maletas, tirando todo con rabia dentro de las mismas, las lágrimas ya empapaban sus mejillas. Se sentía como si estuviese viviendo en un bucle; la misma y tan temida escena volvía a repetirse, sólo que al presente se juzgaba más aterrado y confundido que antes.

Se reprochó internamente por abrir la boca, por decir aquellas cosas tan hirientes, sin embargo, nada de eso detuvo al pelinegro. Y cómo podría si ninguna disculpa tenía la decencia de acudir a su rescate, sólo se mantenía abrazado a sus costados mientras se callaba la rabia y todo el dolor irracional que sentía. Por qué estaba actuando de esa manera.

Hasta cuándo tendría que pasar por situaciones similares, ¿de verdad era culpa suya?, ¿cómo es que Yunho no podía ver que la culpa la tenían los otros?... Qué tanto le costaba admitirlo y continuar arreglando sus problemas como tantas veces lo habían hecho anteriormente sin la opinión y la ayuda de nadie.

Cruzado de brazos del otro lado de la sala permaneció rígido en su lugar; estaba petrificado del miedo. Siguió viendo al pelinegro como si aquello fuese sólo una pesadilla y estuviese a punto de despertar, incluso se mordía los labios para no sollozar mientras intentaba decidir qué era lo correcto, qué era lo que de verdad debía hacer en un momento de incontigencia de ese nivel.

― Gracias por dejar que me quedara, ya resolveré qué coño haré ahora con mi vida.

Sentenció Yunho a secas antes de alzar sus maletas y dirigirse a la puerta.

Sin dar tiempo a que el otro siquiera pusiera un pie fuera de la sala pudo, finalmente, salir del asombro y volvió a tomarle del brazo, tirando de este pese a la insistencia del mayor por soltarse.

― N-no te vayas, por favor... Yunho, no te vayas o-otra vez por favor.

Dijo entre sollozos, sorprendiéndose a sí mismo de cuán afligida y quebrada se hallaba su voz.

Para su sorpresa, a diferencia de la primera vez, aquello bastó para que el aludido bajase la guardia y dejara las maletas en el piso antes de voltearse y encararle; la lluvia que caía de los ojos de Yunho era tan copiosa como la propia.

Aun así, el enojo no menguó por completo de las facciones contrarias que contemplaba medio borrosas. También seguía molesto, aunque seguía sin entender el origen de su descontento.

― Mingi-...

― Tu mamá, tu tía, ellas-... n-no son la única familia que te queda, me tienes a mí, Yunho, ¡siempre me has tenido!, ¡por qué eso ahora no es suficiente!, si tú-... si tú sales por esa puerta de nuevo juro que no volveré a estar para ti.

Le interrumpió de un momento a otro, encontrando el valor que demandaba para soltar esas venenosas palabras.

Al tener la menta tan ofuscada no reparó en cuán cruel e inapropiada resultó ser su amenaza, sin embargo, advirtiendo el semblante de Yunho, este le dio los primeros indicios de haber cometido otro error garrafal.

― ¿Es en serio, Mingi?... ¿me vas a amenazar con esa mierda?, de verdad tú-... ¿¡qué coño es lo que te pasa hoy!?... ¿¡qué pasó con toda la mierda de anoche!?... ¡no puedes venir y exigirme, no me puedes poner límites como si fuera tu perro!

Exclamó un indignado pelinegro luego de soltarse de su agarre con un nivel de bravura que nunca registró de parte del mayor.

Pasmado debido a su propio arrebato, intentó por todos los medios que aquella ira insensata dejase de nublar su juicio; no deseaba perder a Yunho, no de nuevo, más el filtro entre su boca y su cerebro parecía haberse descompuesto.

― ¡No es una amenaza!... y-yo sólo-... perdón, ¿está bien?... perdóname. No sé qué me pasó, de verdad no quise decir todas esas cosas, pero estoy desesperado porque odio verte de esa manera y quizá no entiendo cuán grave sea la situación, ¡pero si tú no me lo explicas tampoco podré hacerlo!

Habló de forma apresurada en base a su mutilada lógica mientras continuaba en manos de un profuso llanto.

Quizá lucía como la persona más patética del mundo, dando solo excusas para intentar arreglar sus faltas, pero lo importante era eso, ¿no?... intentar solventar los contratiempos; superar juntos todas las posibles tribulaciones.

― Qué más quieres que te explique Mingi, ¿¡qué más se supone que debo explicar!?... por qué... por qué de repente quieres hacer todo tan complicado, tú no eras así. Antes sólo-...

Expuso Yunho con pena; cada vez que este alzaba la voz sentía las palabras cual garras destrozar su maltrecho corazón.

En qué momento habrían llegado hasta ese punto dónde lo único que parecía factible era el atacarse el uno al otro. Aquello no era una guerra de supervivencia, difería de la idea de estar implementando la regla del más apto en su propio hogar, mucho menos imponerse a la persona a quién más decía amar, todavía, qué restaba para él en esa situación si esta persona, su fiel compañero de vida, tenía la osadía de traicionarle con tal insinuación.

― Termina lo que vas a decir, Yunho. Anda, antes sólo qué.

Le imitó al usar aquel tono despectivo, desafiante incluso; la culpabilidad largamente consumida por las intensas llamaradas.

Fue entonces cuando se profesó incapaz de luchar contra sus maliciosas pretensiones, y ello era cada vez más notorio, pues corazón adormecido a razón de un efecto sagaz producto de la ira, se ensombreció exigiéndole que tomase del pelinegro lo que este le robó tras todas esas noches de llanto en pleno desconsuelo.

Observó a Yunho bajo una mirada fría, casi calculadora, le pensó algo dubitativo cuando le vio apartar la mirada, como si estuviese arrepintiendo de la escogencia de sus palabras anteriores, pero tan pronto volvió a abrir la boca para exigirle una explicación, el otro le respondió.

― Tú no eras así, Mingi. Antes parecía que de verdad te importaban mis problemas, me escuchabas porque así lo sentías y me aconsejabas si podías. Ahora pareciera que estás predispuesto a toda mierda menos eso, no quiero ni me merezco que me trates por hipocresía. Si no me quieres en tu vida, mejor me lo hubieras dicho en vez de traerme aquí.

Cuando escuchó aquellas palabras salir de la boca de Yunho tuvo que cerrar los ojos y darse al menos cinco segundos para asimilar aquella información. Sin embargo, al notar cuán seguro de sí mismo parecía el aludido se limitó a reír; una risilla irónica y dolida que posteriormente derivó en una mueca de enojo que deformó su rostro.

― ¿Me estás jodiendo?... Yunho-... dime que me estás jodiendo. ¡Yo te lo dije ayer, te dije que te fueras porque no te quería ver y fuiste tú quien me rogó que habláramos!... Te dije todo lo que sentía, te volví a dejar mi corazón en las manos... Por Dios, ¡cómo coñísimo de la madre me vienes a decir hipócrita en mi cara!

Hizo una pausa para recobrar el aliento; su respiración estaba agitada, todo su organismo ejecutaba en función de la rabia.

― Sabes qué... no. No soy el estúpido Mingi de antes que te escuchaba y que te entendía porque tú decidiste acabar con él. Me llamas a mí hipócrita cuando fuiste tú quien se fue sin mirar a atrás... ¿y ahora me reclamas por cambiar?...

Dijo entre dientes, apretando la mandíbula, sintiendo como las venas saltaban en su cuello debido a la fuerza con la cual se estaba conteniendo para no gritarle al pelinegro.

Lo que dialogaba con Yunho lo decía a partes iguales con la boca y con el cuerpo. Al grado de indignación que alcanzó no le sorprendió en lo más mínimo cuando, en un frenesí, se acercó hasta quedar a un empujón del mayor.

Se paró delante del susodicho con la espalda erguida y los hombros rectos, con los puños a cada lado del cuerpo mientras buscaba en aquellos orbes la pasión desmedida que con tanto afán el otro demostró para obtener su perdón la noche anterior, más no encontró nada; sólo vio lo mismo que sentía por dentro... rabia.

― Yo tuve que cambiar porque no podía pasar la vida esperando a que volvieras, Yunho. Tuve que cambiar porque no podía echarme a morir por ti, así que no vengas tú a reclamarme ahora que cambié... porque toda esta mierda es consecuencia de lo que tú hiciste.

Pronunció en apenas un susurro, un siseo que llegó fuerte y claro a oídos de Yunho. Después de todo, de qué servía gritar, si todas esas palabras juntas de por sí lastimaban lo suficiente en el tono de voz que fuese.

Pasó saliva por su garganta, en espera de una respuesta, aguardando el golpe final, la puñalada que Yunho merecía darle a causa de su injusta intrepidez. Sin embargo, su espera se perdió en la fracción de segundo que le llevó notar las nuevas lágrimas que mojaban las mejillas de Yunho.

Estaba tan cerca del mayor que le resultó imposible pasar por alto el quiebre en la mirada de este. Ya no había ira, no había resentimiento y quizá nunca lo hubo porque todo cuanto pudiera aludir a ese tipo de sentimientos no pertenecía a Yunho. Entonces lo entendió, todo ese tiempo la bestia que había visto reflejada en esos preciosos orbes no fue más sino su infame reflejo.

Como si de una nota musical asilada (solitaria, de una pieza puramente trágica, hasta cierto punto melancólica) se tratase, tanto su inapropiada confesión como su silencio matador dieron por culminada la frenética y tan mustia melodía que venían tocando a dúo.

El resto de sus palabras se tornaron silencio y Yunho marcó el final de aquel trágico pentagrama tras cerrar la puerta en su cara. Volvía a estar solo, pero esta vez el pelinegro ni nadie ajeno a su persona, siquiera a su relación con el mayor tenía la culpa de ello.

Llevaba al menos un cuarto de hora llamando a Yunho, quince minutos con el teléfono pegado a su oreja escuchando el tono y la voz de la contestadora; con cada "bip-bip-bip..." que llegaba a sus oídos su corazón expectante lanzaba un nuevo grito.

― P-por favor... Yunho. Por favor, c-contesta...

Suplicó entre sollozos con un evidente timbre de desespero resonando en su voz.

Quería creer que rogando a los cielos sería partícipe de alguna intervención divina y que al siguiente repiqueteo el mayor le contestaría. Todavía, para su infortunio la llamada finalizó al igual que las anteriores: olvidada en el buzón de mensajes y con un nuevo lamento quebrado de su parte.

Cerró los ojos con fuerza tras colgar la llamada mientras con la diestra se aferraba al dispositivo móvil que parecía tener vida propia al contagiarse con el estrépito temblor de su cuerpo, incluso la pantalla estaba humedecida a causa de las lágrimas que mojaba sus mofletes.

Sin cuido alguno limpió el teléfono de su camisa y lo volvió a intentar. Una llamada más.

Se hallaba verdaderamente exhausto de tanto llorar, de tanto privarse las ganas de chillar, patalear; de su vasta humanidad restaba sólo la parte más cruda y desalmada. Era él un tumulto titubeante de ojos y mejillas rojas, de amargas y penosas lágrimas. Una vívida imagen del arrepentimiento y la condena que pueden derivar de acometer actos impuros contra el ser a quién se le es profesado amor. Todo por un malentendido fatal.

La línea seguía repicando; al menos Yunho había vuelto a encender su teléfono.

Así como en las oportunidades anteriores, tras la partida del pelinegro, resolvió hacerse un ovillo de lamentos y rabia allí en el piso de la sala. Qué gracia la suya, el haber patrocinado aquella espantosa disputa con el propósito de... de nada en realidad, porque si bien antes se sentía conferido a un aislamiento indefinido, ahora las cláusulas de aquel contrato se volvían perpetuas. Estaba solo, completamente solo. Y se lo tenía bien merecido.

Era poco lo que recordaba de la pelea, las palabras que con tanta ira le dedicó al pelinegro durante ese arrebato, tan efímeras en su pensamiento que siquiera una estela dejó para él recordar por qué se merecía la soledad que al presente gozaba. Todavía, su núcleo advertía en cada pulsación la pertenencia de aquel profundo dolor que, a duras penas le dejaba respirar.

― "Qué mierda fue lo que pasó... por qué coño actué de esa manera..."-

Se preguntó una y otra vez mientras con furia hincaba las uñas en la carne de sus enrojecidas palmas.

Nuevamente el tiempo de espera se agotó y la voz de la contestadora hizo aparición. Colgó y volvió a intentar. Otra llamada más; la vigésimo quinta era vencida.

Cómo es que todo había pasado tan rápido, no recordaba que el tiempo fuese tan fugaz; si los segundos en ese momento se sentían como horas. En un instante había estado desayunando tranquilamente con Yunho y al siguiente, de su boca estaban vertiéndose las palabras más hirientes que jamás pensó llegar a decir, todo a causa de un detonante que seguía sin descifrar.

― "Por qué coño no puedo dejar de estar molesto, cuál es mi puto problema si yo no soy así... Yunho tiene razón, yo nunca en mi vida haría estas vainas."-

Tenía tantas preguntas, pero ni una mísera respuesta se asomaba por su cabeza para satisfacer su desconcierto. Él, Song Mingi, no era un buscapleitos, mucho menos un matón de esquina para ir por la vida profiriendo semejantes groserías a quién tuviese por el medio, por ello, le costaba entender por qué las cosas habían terminado de ese modo.

Ni siquiera se atrevía a pensar en que lo que hubiese dicho a Yunho antes de romperle el corazón fuese efectivamente una verdad. Él sólo se había dejado llevar por el calor del momento, por la rabia que le transferían todas las vicisitudes adyacentes a su relación, pero de qué manera le hizo ver a Yunho eso.

Habiendo tantas formas de tener una conversación sensata para exponer su punto de vista, su disgusto... no. Por supuesto que tenía que arruinar todo 'sacando trapitos al sol' por cosas que siquiera le inmiscuían.

Él lo sabía, se lo había recordado, el que Yunho no era su pareja y no debía tomarse atribuciones incorrectas para con él, todavía, le amenazó y le ofendió hasta quedar henchido sólo por saña y ni una pizca de amor.

Con tanto amor que Yunho había regresado a su lado, buscando refugio entre sus brazos y él sólo se limitó a seguir robando como un miserable pensando que sus acciones estaban justificadas por el abandono del otro; no podía seguir viviendo a costas del rencor.

Quería a Yunho de vuelta para explicarle aquello, cuán confundido y aturdido le tenía el asunto, que ese Mingi que había visto no era su verdadero ser, que en alguna parte de su interior todavía existía el cálido Mingi de siempre; el que rio junto a él la noche anterior.

― ¡Maldita sea!, ¡Y-yunho te lo suplico por favor contesta!...

Estalló entre hipidos; la desesperación era el principal agravante de su quebranto. Una vez más sólo escuchó a la contestadora traer la misma mala noticia que, para el momento ya podría citar de memoria.

Deseaba tener esa situación bajo control. Anheló con demencia haber sido más rápido y seguir a Yunho cuando salió por la puerta, pero ahora que estaba allí sólo le quedaba aceptar la realidad suscitada a razón de sus faltas para con el mayor.

Ilógico como los sucesos se le devolvían y triplicaban la angustia que sentía. Hacía apenas unos minutos le dijo a Yunho que de cruzar aquel umbral que les dividía del infame mundo, él no estaría para esperarle otra vez, sin embargo, allí estaba rogando por un perdón (el mismo que negó tantas veces), por el regreso de una persona a la que había traicionado dedicándole las palabras que ni el peor de sus enemigos merecía escuchar; bendito fuese el corazón de Yunho por aguantar tanto mal.

― P-perdón... Dios mío, perdóname...

Musitó en un hilo de voz tras soltar una cuerda de leves sollozos que le hicieron cosquillas en los labios.

Esta vez dejó que a la contestadora hacer su trabajo, se sentía tan débil (emocionalmente hablando), que ni siquiera tuvo fuerzas para presionar una vez más sobre la opción de llamar.

Con el teléfono todavía ocupando su temblorosa mano buscó abrazar sus piernas, apoyando el mentón sobre las mismas en un vago intento por guardar la calma y, por primera vez en todo el rato, intentar pensar de forma racional.

Qué opciones tendría ahora, es decir, siquiera entendía por qué estaba llamando a Yunho. ¿Acaso tendría miedo de que este le fuese a dejar para siempre?, la posibilidad, aunque insufrible permanecía latente. Al menos cuando el mayor se fue la primera vez tuvo la certeza de que el motivo de su partida no le incluía, no obstante, al presente las cartas estaban volteadas sobre la mesa.

No podía culpar a Yunho si este decidía marcar esa fecha en el calendario como el día en que las cosas, verdaderamente, concluyeron entre ambos. Todavía, esa primicia le helaba la sangre, le hincaba en el corazón y sellaba la pauta para que más lágrimas iniciasen un áspero descenso.

Tenía la mirada fija en las maletas del pelinegro, sorbiendo sus mocos mientras se sacudía esporádicamente en consecuencia a su incesante llanto.

Las pertenecías del otro le sonreían de forma burlona, más poco le importaba, pues pensaba en estas como su único consuelo; Yunho tendría que darle la cara en algún momento para volver por sus cosas. Pese a esta providencia, tenía miedo de que el otro quisiera volver a verle únicamente por esa razón y no para solucionar los problemas que su persona ocasionó.

Se preguntó entonces a dónde habría ido Yunho, si el aludido de momento no tenía más opciones. Quizá había hablado con cualquiera de los muchachos y estuviese con ellos, y de ser así estaría tranquilo, pero no tenía cómo corroborarlo, más bien, tenía miedo de hacerlo y que sus amistades fuese a señalarle como el monstruo que opinaba ser.

― Dios... p-por favor sólo has que esté bien...

Murmuró entre tenues gimoteos, sintiendo una particular y dolorosa puntada en el corazón; pensar en todo el daño que le había infringido a Yunho acrecentaba su sufrimiento.

Razón había tenido el aludido en decirle que era un hipócrita, es decir, si de verdad fuese mentira nunca hubiese estallado de esa manera ante tal acusación. Sólo los culpables se defienden sus acciones atribuyendo sus pecados al inocente, y eso era justo lo que había hecho al declarar que toda la mierda que ensombrecía su vida era, de forma escueta, resultado de las decisiones del mayor.

Se limpió la suciedad en la cara con el borde de su camisa, haciendo una mueca cuando la tela empapada se adhirió a la piel de su torso. Fue entonces cuando volvió la mirada al teléfono en su mano y, mordiéndose los labios, decidió marcar una vez más.

Pese a la persistente ansiedad, presión sobre el número de contacto de Yunho y con cierta reluctancia acercó el teléfono a su oreja; esperaba no tener el mismo resultado de las veces anteriores.

En cada repique su corazón daba un nuevo tumbo, amplificándose así el poderío de sus latidos hasta disolverse en el silencio antes del nuevo tono. Sentía la garganta ardiendo, los ojos llorosos y la cabeza punzando, pero la esperanza hacía cada contratiempo una minucia.

Aquel "Bip-bip-bip" era todo lo que pudo oír por lo que fueron los segundos más largos de su vida hasta que, finalmente, algo diferente ocurrió, más no lo que tanto ansió.

― El número que usted marcó no se encuentra disponible por los momentos. Por favor, intente hacer su llamada más tarde.

Escuchó decir al otro lado la línea en aquel tono frívolo e inexpresivo, así como su rostro cuando en un último arrebato arrojó el dispositivo al otro lado de la habitación.

En su cabeza seguía repitiéndose aquel mensaje, y su corazón seguía palpitando al ritmo incesante de aquel repiqueteo que jamás en su vida querría escuchar de nuevo.

Aquello era todo, ¿no es así?... si Yunho había apagado su teléfono es porque no quería saber nada más de él.

Ignoró por completo el inmenso nubarrón que se asentó sobre su cabeza que, con truenos, relámpagos y centellas comenzó a atestar su pensamiento. Se puso de pie e ignoró su teléfono que yacía con la pantalla rota junto a la entrada del pasillo, pasó de largo las maletas de Yunho y se encerró tras un portazo en su habitación.

A pesar de su aversión por el mundo, se vio en la obligación de atender a sus compromisos un par de horas después de lo que fue una crisis existencial monumental. Había llorado hasta quedarse dormido, pero por suerte despertó justo a tiempo para correr y arreglarse para su turno de trabajo.

Claro que primero intentó librarse de la jornada usando la vieja confiable de pedir que alguien cubriera su turno en el café, sin embargo, los últimos meses había abusado de la amabilidad de las personas, por lo que no le sorprendió cuando sus compañeros le pintaron una paloma.

Dentro de todo estaba bien, quizá trabajando se olvidaría del hecho de que Yunho no le devolvió ninguna de las llamadas, mucho menos que seguía sin dar señales de vida.

Mientras se arreglaba pensó en la posibilidad de que el pelinegro hubiese aparecido cuando estaba dormido, más descartó la posibilidad sabiendo que igual se hubiese despertado si alguien tocaba la puerta del apartamento con suficiente fuerza; detalle que Yunho conocía.

Por los momentos lo único que obtuvo de esa pésima experiencia era un intenso dolor de cabeza y una pantalla rota, además de una insuficiencia significativa de optimismo y las emociones a punto de saltar de un precipicio. Pero de resto todo perfecto, es decir, se veía de la mierda, sí, más eso a su jefe y a sus colegas no les importaba en lo más mínimo mientras cumpliera con su labor. Todavía, en más de una ocasión un curiosillo vino a preguntar la causa de su entristecida aura y su incómoda sonrisa.

Hasta cierto punto le daba igual que otros supieran que le traía de esa manera, pese a ello, prefirió guardarse su malestar alegando que sólo había tenido una noche pesada por los finales de la universidad. Total, él no era de hablar sus problemas con gente a la que apenas trataba por compromiso, para desahogarse tenía a su familia, a sus amigos... y quizá a Yunho.

Largó un suspiro tras apoyar ambas manos sobre el mostrador, faltaba sólo una hora para terminar con la jornada laboral de ese día; dichoso él que los sábados libraba antes de tiempo.

En comparación a otros días, esa tarde el café se mantuvo relativamente vacío, circunstancia que agradeció, pues de vez en cuando le costó mantenerse enfocado al momento de tomar las órdenes; seguía teniendo la cabeza en el pelinegro y en todos los posibles escenarios que les incluían a ambos.

― Dale mijo, es pa'hoy.

Comentó tras echar un vistazo a la hora en el monitor de la pantalla de la caja registradora; el tiempo continuaba pasando sin prisa alguna.

Desde que entró a trabajar tampoco había tenido noticias de sus amigos, mucho menos le había dado tiempo de escribirles; entre el correcorre de ducharse y arreglarse para no parecer un alma en no pudo darse el lujo de seguir lloriqueando (solo o acompañado).

Temprano había estado lloviendo un poco, la típica lluvia de verano que en vez de refrescar alborota el calor, quizá por eso el local continuaba vacío. Por muy rico que fuese tomar café en una tarde lluviosa, suponía que, así como él, las demás personas preferían tomar café en casa en vez de salir por ahí saltando charcos.

― Aunque a mí sí me gusta saltar charquitos...

Musitó con cierto deje de melancolía en su voz; ese sentimiento que tintaba todos sus pensamientos y que su mente interpretaba a través de su voz.

Volvió a ver al reloj pensando esta vez en qué haría cuando saliera de allí, quizá debía volver al apartamento, seguir esperando por Yunho, volver a llamarle incluso.

De sólo pensar en el pelinegro la ansiedad escalaba por su cuerpo a una velocidad apabullante, obligándole a cerrar los ojos para recobrar la compostura.

¿Yunho le seguiría odiando?, ¿habría llorado igual que él?... quizá era muy cursi pensar en ello, pero el clima se le antojaba a la par de sus sentimientos; como si el cielo hubiese tomado de la cabeza de ambos la tristeza y el color gris. Deseaba poder cambiar eso, él quería días soleados con un brillante cielo azulado... pero más que nada deseaba vivirlos con Yunho a su lado.

Aunque trató de evadirlo, la falta de clientes y de ocupaciones dio paso a que su mente siguiera maquinando problemas. No podía dejar de pensar que la había cagado con Yunho y como dicen por ahí... ― "Cuando el río suena, piedras trae", quizá el día no estaba gris con ellos, sino por ellos; aquel cielo grisáceo era sólo un presagio.

Justo entonces, cuando creyó no poder estar más nervioso, se giró para ver hacia el reloj de nuevo para toparse con la cara del gerente del local. Extrañado por su repentina aparición, pegó un brinco llevándose ambas manos al pecho antes de hacer una reverencia a modo de disculpas a su superior; por qué sería que su jefe se la daba de Droopy.

― L-lo siento, Chan-Hyung.

Murmuró aún con el corazón acelerado antes de enderezarse; el mayor permaneció todo el tiempo estoico.

― No te preocupes, Mingi. No estás en problemas. Sólo venía a decirte que puedes retirarte antes.

Comentó Chan con gentileza, esta vez ofreciendo una sonrisa enmarcada por dos simpáticos hoyuelos.

Parpadeó incrédulo ante las palabras del otro, estuvo a punto de abrir la boca para pedir una explicación, pues no era para nada habitual que eso ocurriera, no obstante, el mayor le interrumpió.

― Hoy ha estado bastante tranquilo por aquí, además tus compañeros me dijeron que no lucías del todo bien, creo que es mejor si te tomas el resto del día.

Señaló el mayor, siempre tan amable y comprensivo, para luego darle un apretón en el hombro y seguir su camino hasta el despacho.

No iba a mentir, el que sus compañeros de trabajo fueran a avisarle a su jefe sobre su estado no le hacía mucha gracia, todavía, por muy avergonzado que eso le hiciera sentir, aprovechó el tiempo para ir a la trastienda a quitarse el uniforme.

Luego de cambiarse, guardó su uniforme, resolviendo que todavía estaba lo suficientemente limpio como para aguantar un par de días más antes de llevárselo a casa para lavarlo. Cerró su locker y, rápidamente, buscó su teléfono para ver si por fin tenía alguna respuesta del pelinegro.

Henchido de esperanza encendió la resquebrajada pantalla para encontrarse con cero notificaciones y cero mensajes del susodicho, siquiera tenía un mísero recado de parte de sus amigos. Suspiró largo y tendido, apretando los puños antes de apoyar la frente sobre el frío metal de su casillero; una vez más se sentía derrotado.

Con desaire volvió a rumiar entre sus opciones. Podía volver al apartamento a esperar por Yunho o quizá ir a lo de Hongjoong para ver si su amigo diseñador tenía algún consejo, mejor aún, noticias sobre el paradero del pelinegro. Si iba hasta allá estaría arriesgándose a que le escupieran un ojo o le propinasen un golpe, porque sin importar las circunstancias, no se pondría a encubrir sus fechorías, pero el castigo sería mejor que el cargo de consciencia que vendría de manos con una mentira.

― "No importa que pase eso, yo solo no puedo con esto y ya no quiero volver a ver a Yunho y terminar cagándola en vez de arreglar las cosas."-

Comentó para sus adentros, tomando de esas palabras el valor que precisaba para despegarse del locker y alzar la mirada.

Entonces, se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz, respiró profundo y guardó su teléfono y el resto de sus pertenencias para así marchar con convicción fuera del local.

De camino notó cuán despejada se estaba tornando la tarde; eso era una buena señal. Sonrió al pensar en ello y empujó la puerta principal, pero tan pronto puso un pie fuera del café su convicción y toda la fuerza de voluntad que consiguió dieron un largo paseo por el caño al ver quien le esperaba recostado sobre la pared contigua del edificio.

― Yunho...

Pronunció aquel nombre a razón del anhelo que se apoderó de su voz, las mismas ansias, el deseo que chisporroteó en sus ojos al posarlos en el semblante cabizbajo del pelinegro.

Se quedó de pie a unos metros delante del aludido quien, tardó un par de segundos en tomar fuerza para ir hasta su lado. El susodicho caminaba con las manos en los bolsillos de su pantalón, parecía sereno, sin embargo, al notar que este evitaba verlo a los ojos supo que el otro estaba tan nervioso como él.

Con tanta fuerza retumbaba su corazón que dicho sonido fue capaz de aplacar el bullicio de la ciudad, el tiempo transcurría tan rápido mientras ellos se ocupaban de contemplar al otro con cuidado.

― ¿Tienes tiempo para hablar?...

Cuestionó Yunho un tanto inseguro de sí mismo, al tiempo que se llevó una mano tras la nuca.

En un segundo, la pregunta le devolvió los pies a la tierra y, saliendo de su trance se limitó a asentir ante la falta de palabras. El mayor le imitó, acompañando el gesto con un intento de sonrisa.

Sin agregar palabra alguna se dejó guiar por el susodicho, recorriendo una ruta que bien sabía a dónde los llevaría.

Jamás llegó a pasarle por la cabeza que ese mismo día estaría sentado en el parque junto a Yunho, muy tranquilo pretendiendo que nada había pasado mientras ambos fingían disfrutar del helado que el mayor compró con antelación. Pero qué tanto, es decir, en esos días últimos días todo parecía estar patas arriba y quizá ya era tiempo para él de acostumbrarse a esas anomalías.

Aun así, era sumamente extraño para él no poder alegrarse tras llevarse una cucharada de postre a la boca; ni el dulzor de la preparación servía para aplacar la amargura que se acentuaba en su paladar.

Quería iniciar una conversación, disculparse más que nada, pero Yunho seguía renuente a sostenerle la mirada, demasiado ensimismado en comer su propia porción de helado de fresa y galletas; a él no le gustaban esos sabores porque eran demasiado dulces, pero Yunho siempre los escogía para evitar que le robase de su helado. Escondió una boba sonrisa tras su mano ante aquel pensamiento, decidiendo dar otra probada al suyo.

― "¿Será que está esperando a que yo hable primero?... aish, no quiero quedar como un salio' si él sólo está preparándose para decir algo, para qué se habría tomado tantas molestias entonces."-

Se reprochó a sí mismo, viendo de reojo al pelinegro quien, completamente ajeno a sus preocupaciones continuó relamiendo sus labios.

El mayor tenía la mirada fija en el norte hacia las personas que caminaban delante de ellos, disfrutando de la refrescante tarde veraniega.

Fuera de todo, ese momento inusualmente calmo hubiese sido justo lo que necesitaba en su vida de no haber sucedido la tragedia de la mañana, por esa razón no podía permitir que el tiempo siguiese escurriéndose entre sus dedos. No quería guardar en su memoria ese preciso instante como un amargo recuerdo, al contrario, deseaba almacenarlo bajo el seudónimo de una hermosa reconciliación.

Volvió la mirada a sus manos y de vuelta al pelinegro, estaba decidido, sólo necesitaba el empuje...

― Cómo-... ¿cómo supiste dónde estaba?

Preguntó sin saber de dónde habría sacado la valentía para referir al pelinegro aquellas palabras.

Esperó pacientemente por una réplica, pese a la insistencia que cargaba su corazón. Sus ojos se mantuvieron fijos en el aludido por largo rato y sólo cuando pensó que este no hablaría, oyó de este la tan obvia respuesta.

― Le pregunté a Hongjoong.

Contestó el mayor con simpleza, siempre manteniendo su vista en el horizonte.

Apretó los labios, indeciso de si debía hacer otra pregunta que alentase a la conversación. Después de la monstruosa discusión en el apartamento no confiaba en un cien por ciento de su persona para seguir hablando con Yunho; precisamente por eso habría querido ir primero con Hongjoong para pedir un consejo, cosa que probablemente hubiese hecho el dichoso pelinegro.

Entonces la brisa sopló delante de ellos, haciendo que se recogiera ligeramente; Yunho se percató de ello, pero prefirió guardar silencio. Quizá no hacía tanto frío como en invierno, más su ropa era demasiado holgada y fresca, y el que estuviese comiendo helado tampoco ayudaba a mantenerle abrigado.

No faltaba mucho para que cayera la noche y, sinceramente, no tenía ni pista de cómo continuar con esa incómoda plática. Todavía presentaba ciertas dudas respecto a la finalidad de esa "cita", peor aún, lo que acontecería después de ella; no quería pensar que Yunho le había traído hasta allí sólo para acabar su relación con él en buenos términos.

― "No te va a comer Mingi, sólo pregúntale. Ya le dijiste algo y viste que sí te respondió."-

Con esas palabras se alentó lo suficiente para darse la vuelta y encarar a un pensativo Yunho.

Era ahora o nunca, debía decir lo que sentía, arreglar esa situación cuando antes; tenía que aprovechar el tiempo que este le daba para...

― ... disculparme contigo.

Tan ensimismado se hallaba en resolver su conflicto interno que, únicamente captó el final de esa oración, esas dos palabras que parecieron hurtadas de su pensamiento y que Yunho le concedió con tal gentileza... que de pronto el frío no fue más un problema.

― ¿Disculpa?... Y-yo-... lo siento, no te escuché.

Respondió apenado, bajando por un instante al envase de helado a medio comer entre sus manos; de soslayo pilló el esbozo que pintó la cara del pelinegro al deleitarse con su inocencia.

Pese a estar un tanto dubitativo, resolvió armarse de valor para encarar al mayor una vez más, encontrando sólo amabilidad en los remolinos castaños que tanto le gustaban; suspiró aliviado.

― Te decía que... quería disculparme contigo por... por no contestar tus llamadas.

Aclaró el pelinegro como si nada, como si de verdad existiese una razón válida para él disculparse por algo que tuvo el derecho de hacer.

Pardeó un par de veces suspicaz ante la idea de haber oído semejante barbaridad de parte del mayor. Se le antojaba particularmente extraña esa disculpa, el qué error se estaría atribuyendo Yunho para decir algo como eso. Era simplemente una locura, no podía dejar que se saliera con la suya asumiendo toda la culpa.

― ¿Por qué te disculpas por algo así?... Yunho-... sí sabes que no hiciste nada malo, ¿verdad?... Por Dios, cómo es que eres tan buena gente, fui yo quien te trató como mierda.

Expuso con cierto deje de indignación pendiendo de su voz. Con una especie de mohín en los labios y una mueca de disgusto en el rostro complementó a la perfección las palabras y el descontento que sintió de momento.

A pesar de esto, Yunho no pareció inmutarse al reproche, ofreciéndole una leve sonrisa que se desvaneció tras un suspiro.

― No te voy a mentir, Mingi... sí me dolió todo lo que me dijiste, por eso es que me fui. Yo-... no pude soportar que me vieras y me hablaras de esa manera. Me dio la impresión de estar viendo a mi padre en vez de a ti y eso me asustó.

Confesó Yunho en apenas un hilo de voz; la sinceridad siendo lo único que mantuvo unidas sus palabras.

Al oír el testimonio del aludido, le fue imposible no sentir nauseas de sí mismo. Pensar siquiera en que Yunho tuviese la necesidad de compararle con aquel demonio que se vestía de hombre le destruía por dentro, sin embargo, le daba la razón al pelinegro, pues él mismo fue partícipe de cuán ruin se había mostrado a los últimos segundos de aquella discusión; en aquel instante cuando decidió renunciar a su humanidad con tal de tener la razón.

Con cada nueva ola de dolor el nudo en su garganta se tensaba, imposibilitando el que su respiración se mantuviese sosegada. A sus manos retornó aquel ligero temblor de la mañana, así como la trágica retahíla de pensamientos ofensivos hacia sí mismo.

Abrió la boca para decir algo, lo que sintiese su corazón, que fuese necesario aclarar para dar cabida a una merecida disculpa, más el pelinegro tomó la palabra de nuevo.

― Pero... antes de que te sientas mal y empieces a disculparte, yo debo decir que... la verdad, esas cosas que me dijiste, me ayudaron a darme cuenta de lo que hice mal.

Agregó Yunho tomando aire a cada tanto para no ahogarse con el peso de sus propias confesiones y él, como si de un cachorro confundido se tratase, se limitó a ladear al cabeza enarcando las cejas; ante la ternura del gesto Yunho sólo pudo reír.

― Lo siento, es que te ves adorable cuando pones esa cara.

Comentó el pelinegro tras llevar una mano a la altura de su boca, escondiendo su felicidad tras la palma de esta.

Abochornado se sintió tras oír dicha revelación, más ello no fue suficiente para desviarse del tema que tenían pendiente. Entonces, Yunho pareció entender la indirecta que le facilitó a través de un esperanzado silencio, pues siguió hablando después de ello.

― Sí, bueno... como iba diciendo. Estuve pensando las cosas hoy y me di cuenta de que tienes razón en estar enojado. Yo-... de verdad pensé que me ibas a recibir como si nada, nunca pensé a profundidad que te hubiese hecho tanto daño estos dos meses que no estuvimos juntos porque yo no cambié... pero es obvio que todo a mi alrededor sí lo hizo...

Hubo una pausa en medio de la reflexión de Yunho que dejó suspendido el peso de la verdad; contuvo el aliento mientras aquel silencio se prolongaba. Estaba a la espera de que el mayor pudiese proveerle el alivio ansiado para acabar con su suplicio.

― Sabes qué soy bueno en las matemáticas, pero eso... fue un riesgo que no supe calcular.

Terminó de hablar con una pizca de desdén en su voz, siempre cabizbajo o con la mirada en el frente, pero nunca encontrando la suya.

Quiso reír junto a Yunho, aprovechar ese granito de humor que trató de aportar a la conversación, más no se sintió en la facultad de hacerlo. Siquiera el mayor tuvo el decoro de reír con ganas, en realidad, de su boca sólo salió un resoplido forzado.

Pese a ser indiscutible, aquella verdad presentaba ciertas limitantes que no eran santas de su devoción; no era el caso de que Yunho asumiera su barranco, es que el mencionado, como siempre, intentaba tomar su parte y la que le correspondía a todos los involucrados.

No estaba bien para él acceder de esa manera a que el pelinegro se remojase en aquel mar de penas sabiendo que, indistintamente de si hubiese roto o no con él, las cosas hubieran cambiado porque así debía ser.

― Yunho, pero... eso no importa, las cosas siempre cambian, aunque no hubieses ido a ningún lado igual los dos teníamos que cambiar, siempre lo hace-...

-Sí, pero no hubiese sido tan significativo, Mingi. De haber hecho las cosas bien el cambio no fuese tan abismal, lastimé a muchas personas por esto, Hongjoong me lo dijo hoy cuando fui a hablar con él hoy...

Dijo Yunho a secas, invalidando su argumento.

De repente el ambiente entre ellos se tornó tenso, estado que Mingi atribuyó a la terquedad del mayor, a pesar de esto, prefirió tomar las cosas con calma; no fueran ambos a montar una escena en pleno parque.

En un pesado suspiro dejó ir el poco enojo que acumuló tras escuchar las atrocidades que soltó el mayor y, con una sonrisa leve adornando en sus labios, se decidió a hablar.

― Sabes... cuando te dije aquellas cosas esta mañana y la noche anterior en casa de Hong, no iba en serio. Si me duele todo lo que pasó, también pienso que podría haberse evitado, pero... no todo el tiempo puedes, mejor dicho, podemos jugar a ser perfectos, siempre habrá alguien que salga herido por las decisiones que tomemos y eso no quiere decir que otros dejen de quererte o que se vaya a ir para siempre.

Dijo en completa calma, permitiendo que su corazón hablara mientras con sus manos hacía un par de gestos en el aire, tratando de explicar lo que había dicho, lo que sentía de verdad; finalmente podía respirar.

Tras su breve, pero significativa explanación, por primera vez en todo el rato Yunho encontró su mirada, y no sólo eso, también le sonrió... una sonrisa amplia, dulce, complaciente, justo como lo era su dueño.

Sin ganas de reprimirse, resolvió dejar que aquel gesto enalteciera sus sentidos, produciendo aquel calorcillo que sólo el pelinegro era capaz de evocarle; ese soplo de tranquilidad que venía luego de luchar contra una fatigosa tempestad. Nuevamente volvió a sentirse como en la noche, tan sosegado y calmo porque estando así de juntos el resto del mundo se tornaba en un segundo plano.

― Hongjoong me dijo algo parecido... aunque la verdad, ya en el fondo me había dado cuenta de eso. No te respondí las llamadas porque me sentía brumado, molesto incluso, pero luego pensé... que tú jamás me dirías nada con la intensión de lastimarme de verdad.

En la sensible creencia de Yunho encontró cierto deje de melancolía, quizá una pizca de arrogancia, pero ello no hacía peso alguno en la raíz de aquel argumento que era indudablemente correcto.

Yunho tenía razón, tanto así que sus labios danzaban felices porque nunca podría ni querría refutar algo como eso; él jamás sería capaz de dañar a propósito a su adorado pelinegro.

Tan pasmado quedó tras caer en dicha realización, en saber que, pese a las adversidades, el mayor reconocía sin titubeos la nobleza de su persona, que no se percató de cuando las lágrimas comenzaron a brotar. Sólo despertó de su letargo cuando unas cálidas palmas sostuvieron su rostro y unos largos dedos enjuagaron el agua salada de sus pómulos.

― No llores más por favor... oh, bueno-... a no ser que lo necesites, e-entonces hazlo yo-... yo estaré aquí para ti, Mingi.

Murmuró el peligro, apreciándose un tanto vacilante al inicio de su razonamiento, sin embargo, ni la duda menguó la calma y la determinación que sostenían aquellas palabras.

Aunque tembloroso, sonrió al mayor y bajó la mirada, incapaz de afrontar el brío que resplandecía en los ojos de Yunho. Estaba acomplejado por todo el afecto que estaba recibiendo, se juzgaba indigno de esa dicha que el otro afanosamente buscaba inyectarle en el cuerpo.

Pensó entonces en cuánta fe habría de tener la ilustre alma de Yunho para con él que, sin pensarlo había optado por afianzarse a una creencia; se arriesgó, aunque todavía existía la posibilidad de que fuese mentira. Todavía, el pelinegro iba un paso más que él si se trataba de saber, de conocerle como persona y prefirió atender a su instinto antes de sublevarse a la voluntad de un simple espejismo.

― "Yunho piensa que no soy un monstruo, él no ha dudado ni un segundo de mí, pero yo... yo me la he pasado todos estos días dudando de él... qué bolas tengo."-

Quiso reír tan pronto se escuchó a sí mismo en su cabeza, más su risa se desdibujó en un sollozo que llegó a oídos del mayor.

Justo entonces sopló otra ventisca y el susodicho le tomó en brazos tras dejar los envases de helado a junto a ellos en la banca, le sostuvo de tal forma que sintió como si el otro hubiese previsto todo.

En aquel seguro embrace volvió a llorar las penas que ese día le hubieron causado, todas y cada una de las cosas que no dijo la fatídica noche anterior, pero en vez de culpar al mayor, de dar testimonios falsos en su nombre pidió disculpas entre hipidos mientras el otro sólo bebía de ellos como si fuesen agua que caía del cielo en pleno desierto.

No sabía cuántas veces lo habría dicho, quizá, a esas alturas resultaba estúpido recalcarlo, pero era verídico... Yunho seguía siendo el mismo. Sin embargo, él, que había pasado por un período de transición forzado, había cambiado bastante, aun así, ya no veía aquel cambio como una eminencia efectiva, sino algo negativo disfrazado en un falso positivismo.

― Perdóname, Yunho... p-por favor... p-perdóname por todas las veces que te fallé antes y ahora...

En sus lamentos había buenas intenciones, no eran palabras que brotaban de su boca con el propósito de absolver a su ser de los pecados cometidos, no. Decía eso fundamentándose en la necesidad de amar a Yunho como debía.

Demostraba en sus lamentos el grado de compromiso que tenía para con el mayor porque deseaba volver a ser para el pelinegro, lo que este era para él.

Al carajo con el Mingi independiente que brotó a raíz de una supuesta traición, ese Mingi, aquella bestia que enmudeció a la persona que más amaba, no tenía nada que ver con su buena fe; este Mingi pedía disculpas y sabía perdonar.

Anhelaba retornar a su forma original, al antiguo Mingi que amaba, que era cariñoso y dado con su estimado; creía fervientemente que ese Mingi estaba en algún lado esperando a ser despertado. Y no estaba lejos de ser así, incluso de estar con Yunho más tiempo lo asumía como algo posible.

En medio de sus explicaciones se ahogó patéticamente, Yunho entonces le socorrió dando palmadas a su espalda, riendo al verle tan sonrosado y apenado.

― Mira nada más... estás hecho un desastre, Gigi.

Comentó el mayor con una sonrisilla burlona, carente maldad. No obstante, el mote fue la parte más simbólica de esa oración; hacía tanto que no escuchaba eso en boca del mayor.

Soltó una corta risa ante la acotación, buscando cubrirse el rostro con las manos, cosa que Yunho impidió al instante. Sin ánimos de forcejear, se dejó hacer por el pelinegro quien, con delicadeza le quitó las gafas y le limpió todo rastro de llanto con la tela de su propia camisa.

En ese momento se percató de los ojos llorosos de Yunho, pero aun así ninguna lágrima había desfilado por su cara; se preguntó entonces cómo el pelinegro podía ser tan fuerte. Quizá no fuese del todo un misterio, sin embargo, le seguía sorprendiendo lo compuesto que este se miraba, aunque de momento se le antojaba como si Yunho intentase darle protagonismo a él, como si estuviese priorizando sus emociones por encima de las suyas.

― "Cómo es que todavía le quedan ganas de ser tan considerado conmigo después de todo..."-

Se preguntó tras relamerse los labios secos, sintiendo aún el sabor del helado en estos.

En los mimos que Yunho le obsequió encontró toda la paz que precisó para llenar con modesta alegría el vacío ocupado anteriormente por la angustia.

Delante de ellos, el tiempo y las personas siguieron caminando, algunos miraban curiosos y se sonreían ante la ternura que evocaban, el sol también parecía feliz de verlos juntos, irradiando su fulgor sobre el mismo parque de siempre; ese lugar que después de tanto les volvía a guardar un nuevo y precioso recuerdo.

― L-lo decía en serio, Yunho... perdón por haber sido un hipócrita y de paso hacerme el inocente, yo-...

En medio de su discurso el aludido le interrumpió tras tomarle del mentón en un grácil movimiento que le instruyó acercarse hasta él.

Asombrado por el pronto acercamiento se quedó viendo a los ojos del mayor, quedando a la expectativa de su siguiente acción.

Entonces, Yunho, tan servicial y atento, devolvió sus gafas al lugar donde correspondían, quedando ambos embelesados en la mirada del otro. Por una milésima de segundo el mundo palideció a los bordes de su mirada y la asonancia de sus alrededores se tornó canción cuando con la mirada acarició los belfos del mayor; se le antojaba tanto besarle.

El sentimiento era mutuo, pudo saberlo cuando pilló a Yunho observándole con detenimiento, cuando con suavidad encajó una de sus palmas en la sinuosidad que trazaba su mejilla al unirse con su mandíbula y de allí, posarse inmediatamente en su cuello provocando que su piel se erizase ante el conocido tacto; electrizante era el volver a sentir el roce de sus pieles en una caricia tan ansiada.

Por última vez descubrió los ojos entreabiertos del mayor, la sonrisilla de complicidad que cargaba el beso que tanto anhelaba dar. Dejó caer sus párpados en espera de este, con el corazón desbocado y los sentimientos a flor de piel, se entregó a un momento que viviría en su mente sólo como un sueño.

A mitad de camino se quedaron ambos cuando la estridente melodía del tono de llamada del mayor les detuvo en el acto, acabando así con el ambiente romántico. Fue el quien se apartó primero quedando atónito, como si hubiese estado a punto de hacer algo indebido; Yunho lo miró con cierta tristeza más no dijo nada.

El teléfono seguía chillando desde su confinamiento en los pantalones del pelinegro quien, tras realizar que el momento quedó arruinado, buscó el dispositivo suspirando largo y tendido al ver en la pantalla el nombre la persona que llamaba.

― Es mi mamá...

Anunció el mayor con cierto desaire; podía entender por el semblante en su rostro cuán pesado se le hacía siquiera pensar afrontar sus problemas en ese preciso instante.

Si bien estuvo tentado a decirle que no contestase, Yunho le llevó la delantera moviendo su pulgar por la pantalla para atender finalmente la llamada. Le imitó al suspirar, acomodándose de nuevo sobre la banca, apartando la mirada del pelinegro como si tratase de darle algo de privacidad al susodicho que no dijo mayor palabra más allá de un breve saludo y una retahíla de "si" y "no" que acompañaba con asentimientos y muecas que denotaban su falta de emoción.

Mientras eso ocurría, pensó entonces en cuán cerca habría estado de besar a Yunho, en cuánto hubiese querido que el momento se hubiese dado, lo frustrado y cansado que se sentía respecto a la participación de terceros en la vida de ambos; todas esas interrupciones que resultaban en el robo de preciosos recuerdos.

Miró de soslayo a un afligido Yunho que continuaba asintiendo a lo que su madre decía como un niño regañado; la felicidad que alumbró su cara segundos antes opacada por la tristeza. Rodó los ojos sin darse cuenta y se cruzó de brazos el resto del tiempo que duró la llamada.

Para cuando el mayor concluyó un suspiro de alivio escapó de sus labios y, con un rostro estoico se guardó el teléfono.

― Lo siento... olvidé por completo que mi mamá me llamaría y-... sólo quería que supiera que estaba bien, que mi papá no ha dado problemas porque anda muy ocupado en sus vainas.

Comentó el pelinegro tras recostarse a sus anchas en la banca, dejando que su cabeza colgar al final del espaldar.

La atmósfera entre ellos al presente carecía de tintes sensibleros, más no por ello era completamente incómoda. Todavía, no podía evitar que todo el asunto con los padres de Yunho se le antojase insulso.

Descruzó sus brazos y observó al muchacho a su lado; Yunho le sonreía al cielo como si hubiese algo especial allá arriba. Un tanto curioso, le imitó al acomodarse en la banca, echando la cabeza hacia atrás para ver el intenso azul que se extendía sobre sus cabezas con las pinceladas de un naranjo tenue que se deslucía con el término del atardecer.

En aquel minuto entendió el origen de la sonrisa del pelinegro, pues aquella imagen invitaba a las mentes saturadas a reposar en la serenidad. Si tan sólo momentos tan calmos durasen para siempre...

― No quiero hacer nada.

Sentenció el mayor a su lado, provocando que una corta risilla saliera de sus labios; vaya forma de acabar con la magia del momento.

― No hagas nada entonces.

Respondió tras encogerse de hombros, al tiempo que desviaba su mirada al mayor; para cuando giró su cabeza el otro ya le estaba viendo con la misma sonrisa que le obsequió al firmamento.

― Y tú qué piensas hacer, ¿te quedarías conmigo a hacer nada?...

Inquirió Yunho en un timbre de voz esperanzado.

Volvió a reír con cierta complicidad ante la sugerencia implícita en esa pregunta, por supuesto que la respuesta era afirmativa, sin embargo, decidió pensarse a profundidad las opciones que tenía. De querer, quería. Ahora... de deber, bueno... esas eran dos cosas distintas.

Con la mirada nuevamente fija en el cielo, se dedicó un par de segundos a trazar las formas de las pocas estrellas que empezaban a salpicar el lienzo; siempre había sentido fascinación por esas cosas que desde la tierra se veían tan pequeñas.

Deseó por un instante que tanto sus problemas como los de Yunho fuesen del tamaño de uno de los astros que observaba, así quizá no estaría tan asustado de tomar una decisión. La cuestión es era que, esos puntos que veía a lo alto eran realmente objetos inmensos que, como sus problemas, seguían invadiendo su espacio; no podía seguir dejándose engañar por las apariencias si quería afrontar sus problemas.

Recordó entonces toda la conversación anterior a la llamada, a su momento de quiebre... Yunho estaba intentado rehacer su vida y por lo menos con él, ya tenía la mayor parte del camino recorrido.

Tras ese pensamiento una idea brincó a su mente. Quizá por ello sentía, hasta cierto punto, que ese lapso no le correspondía vivirlo con Yunho, es decir, quizá la llamada de la madre del pelinegro fue una advertencia del universo no tanto para él, sino para el aludido quien, seguía en busca de una solución.

A lo mejor estaba imaginándose puras tonterías, pero continuaba advirtiendo la necesidad de ofrecer un consejo al mayor sobre lo que debía hacer; quería quedarse con él, pero su corazón le decía que eso no estaba bien.

― Sabes... ya que andas en esas de arreglar todo con los demás, ¿por qué no vas y visitas a Yoora?... estoy seguro de que ni siquiera le has escrito porque no has mencionado su nombre y ella estaría feliz de verte.

Propuso con cierto deje de jovialidad; la idea había llegado de improvisto a su cabeza y no dudó ni un segundo en compartirla con Yunho.

Se incorporó al mismo tiempo que recibía una curiosa mirada del susodicho y, entonces, esbozó una ligera sonrisa ante la suspicacia que le confería el mayor; ya sabía por dónde iban los tiros.

― Y tú de cuándo acá hablas tan bonito de Yoora.

Cuestionó el mayor moviéndose únicamente a razón de la curiosidad que chisporroteaba por todas sus facciones.

― Ah, bueno... pa'que tú veas. Lo que pasa es que, en tu ausencia, ella se volvió alta panita mía.

Confesó orgulloso de sí mismo; impresión que no pasó desapercibida por un atónito Yunho.

Volvió a reír al ver la mueca de incredibilidad en el rostro ajeno.

― ¡Yah!, ¿sabes cuánto tiempo esperé para que ocurriera este milagro?... sí me lo hubieran dicho me hubiese ido antes.

Comentó a modo de burla, soltando una alegre risa tras incorporarse en su lugar.

Aunque en otro momento quizá le hubiese ofendido la pequeña broma del mayor, en ese instante no le provocó otra cosa sino acompañar al susodicho en su dicha.

― Bueno, entonces vamos, anda. No hay tiempo que perder, ve a visitar a tu enana que bien ladilla que estuvo esta última semana dizque "extraño a Yunho. Tráeme a Yunho para que me termine el informe de pasantías, Mingi."

Imitó la voz chillona de la muchacha al hablar, consiguiendo otra sonora carcajada del mayor; adoraba ver a Yunho tan feliz. Aquellos gestos repletos de gozo le sentaban de maravilla a su expareja, no como esas sombrías muecas de tristeza.

Entre risillas, resolvió levantarse de su lugar, no sin antes tomar los envases de helado para llevarlos al bote de basura más cercano. Cuando regresó a donde estaba Yunho el otro parecía nuevamente pensativo.

― ¿Y tú qué harás?

Preguntó el pelinegro mientras él se acomodaba las gafas sobre el puente de su nariz.

Pretendió meditar sobre sus opciones al llevar una mano a su mentón, terminando por encogerse de hombros; la verdad le traía sin cuidado el cómo terminase su noche.

Después de todo lo que había pasado ese día, lo que le provocaba era dormir toda la noche, total, ya se sentía mucho mejor tras la intensa plática de reconciliación. Le bastaba con saber que había sido de ayuda para Yunho.

― Yah... bueno, ¿estaría bien si decido llamarte para que me abras cuando vuelva al apartamento?... es que mis cosas siguen allá.

Cuestionó el pelinegro un tanto apenado sin llegar a cruzar la mirada con la suya.

A Los efectos de ello, bufó algo indignado por tan tonta pregunta; por quién lo tomaba Yunho Qué acaso este pensaba que a esas alturas del partido le iba a dejar en la calle. Negó con ligereza.

― Claro que sí, sólo llámame y estaré pendiente. Anda, te acompaño a la parada para que tomes el autobús.

Ofreció al mayor como mero gesto de cortesía. Eso era lo menos que podía hacer después de todas las molestias que se había tomado el pelinegro para con él en una sola tarde.

Con una ligera sonrisa y un movimiento de cabeza indicó al mayor la dirección, empezando a caminar uno al lado del otro envuelto en un reconfortante silencio hasta la salida del parque. Por suerte la parada de autobuses no estaba muy lejos de allí y, para cuando llegaron, el colectivo que debía tomar Yunho no tardó en llegar.

Se despidió del pelinegro con otra sonrisa y sin esperarlo este le respondió con un fuerte abrazo que no dudó en corresponder; el instante que duró aquel embrace, aunque sustancial, le fue insuficiente.

Para cuando el mayor se separó de él ya prácticamente tendría un pie en el autobús y así, un tanto aletargado por la alegría que le confirió aquel afectuoso abrazo, apenas y le dio tiempo de despedir con la mano a Yunho cuando este, desde la ventana del autobús, agitó su mano en señal de despedida.

― "Bueno... ya se fue... a ver qué hago yo ahora con mi vida."-

Dijo para sus adentros tras soltar un suspiro. Se llevó ambas manos a los bolsillos y sin prisa alguna emprendió su solitario viaje de regreso a casa.

Durante el recorrido pensó en lo acontecido, volvió sobre sus pasos y de algún modo se sintió satisfecho por los resultados. Honestamente, las cosas no podrían haber salido mejor para él. De verdad tenía mucha suerte de tener a una persona tan comprensiva, entregada y dedicada como Yunho en su vida.

Sonrió ante el recuerdo del pelinegro, se veía genuinamente feliz desde la ventana del colectivo cuando le vio partir.

Por alguna extraña razón toda la situación no se le antojaba tan nostálgica, es decir, sí echaba de menos al pelinegro, pero sentía que había hecho lo correcto. Escuchar a Yunho hablar sobre sí mismo, ver cuán comprometido estaba con intentar solucionar todos los problemas que él no pensó llegar a tener debido a su ausencia le hacía sentir pequeño, pero al mismo tiempo le impulsaba a hacer lo mismo.

Ahora que lo pensaba, él también le había hecho muchos desplantes a sus padres y a sus amigos en las últimas semanas, no sólo las veces que perdió los estribos, sino todos los días que rechazó la ayuda y consejos de estos; incluso la noche anterior se comportó como el propio patán.

― Quizá este también sea mi momento indicado para empezar a disculparme apropiadamente con ellos...

Murmuró en voz alta, deteniéndose a un costado de la acerca para elevar su mirada de nueva cuenta hacia las estrellas; esa noche había luna nueva. 

.

.

.

¿Fue demasiado o estuvo bien? Se aceptan quejas y reclamos en el buzón de sugerencias. 

Bueno, yo... tengo que ser honesto. Otra de las razones que me atrasó fue el hecho de que he estado hasta el cuello de trabajo últimamente, me he sentido bajo tanta presión en estas semanas que mi estado de salud fue de mal en peor, la medicación ni siquiera me ha estado ayudando y eso también me desespera. Hubo días en los que simplemente no podía más y no tenía ganas de escribir, de paso que mi trabajo consiste en estar todo el día pegado a la computadora, entonces... se podrán imaginar. Pero... sé que estos son sólo momentos difíciles y que saldré adelante de esta. Y bueno, digo esto sólo porque de aquí en adelante es probable que actualice una vez cada dos semanas, así que tengan paciencia.

Ahora, no me queda más sino despedirme. Les mando un fuerte abrazo virtual. Cuídense mucho, tomen mucha agua, sean felices y no olviden comer y dormir bien. Nos leemos a la próxima ♪٩(✿′ᗜ‵✿)۶♪


♥Ingenierodepeluche



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