Capítulo IV - Amor (y más amor) octava parte 90%
Buenas noches, lunas resplandecientes. Les traigo una ración contundente de Yungi que no me pidieron. Espero lo disfruten porque escribir esto fue un procedimiento mediante el cual lloré al menos quince veces.
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Aun estando preparado para ello, el resto del día se le antojó tan insulso como ningún otro. Tampoco esperaba que lo recibieran con una copla al entrar al local donde trabajaba; un eufórico estallido de sus compañeros para congratular su venida al mundo hubiese sido algo incómodo. Sin embargo, opinaba que al menos hubiese estado bien que alguno de ellos le recibiera con aquel apático «Feliz cumpleaños.» al que estaba acostumbrado, después de todo, el gerente tenía anotados los cumpleaños de todos en la cartelera de la tras tienda por un motivo.
Obviando la indiferencia de todos en el local, decidido a cumplir con su labor de siempre, se vistió con su mejor sonrisa y delantal para recibir tras el mostrador a la marabunta de adolescentes que arribó aquel día. Siendo sábado por la tarde, no le sorprendió en lo absoluto el movimiento masivo de chicos y chicas, todavía, el estar encerrado en ese minúsculo espacio fingiendo para complacer a otros, se estaba cobrando con creces la energía que no tenía en el cuerpo.
Estaba tan exhausto de ver reír a los demás, de obsequiar gramo tras gramo de su juventud sin percibir remuneración alguna que, en más de una ocasión, creyó prudente el salir corriendo del lugar, pero tenía que ser realista. Quizá aquel trabajo no le satisfacía emocionalmente, mas, seguía ayudando a pagar las cuentas... esas que ahora en más serían su eterno dolor de cabeza.
― En unos minutos su orden estará lista. Qué tengas un buen día.
Dijo con amabilidad a la muchachita de bucles castaños que le miraba como su amigo Yeosang miraba al pollo frito.
Pese a su pasmado estado, la chica reaccionó y se apartó del mostrador guardando las apariencias sin mirar atrás; acción que le confirió un suspiro de alivio. No estaba de humor para lidiar con chiquillas enamoradizas, no estaba siquiera en posición de lidiar con personas, pero allí estaba, contando los minutos para volver a... casa; suspiró de nueva cuenta al recordar lo que implicaba esa oración y al lugar donde debía dirigir sus pies una vez saliera de allí.
Hasta cuándo le iba a durar este descontento, ¿sería algo eterno?... ¿y qué si cuando las cosas se arreglaran volvía con Yunho al otro apartamento?... el aviso de renta estaba en la universidad desde hacía una semana y ningún interesado se había manifestado por los momentos.
Tal vez era una de esas extrañas maneras en las que el universo manifestaba el que estuviese en lo correcto; que debía ir a seguir jalando mecate con Yunho para volver a donde estaban antes.
«O simplemente estoy volviendo sobreactuar toda la situación porque pajuo se nace, no se hace.»
Se reprochó a sí mismo al tiempo que se recargaba del mostrador dejando las manos hechas puños y la cabeza gacha.
Tenía tanto que resolver, tanto que hacer y ningún atisbo de voluntad o empuje para con lo cual poder elaborar. La verdad, sabía que fallaba al dejarse llevar por aquellos sentimientos en vez de suprimirlos, mejor aún, reinventarlos para dar con algo positivo (como acostumbraba a hacer), todavía, de qué manera se imponía a esa desidia si todos los lugares que veía distaban de ser lo que soñaba y complacía.
«Estoy cansado de todo... no creo poder seguir con esta mierda. El tiempo pasa y todo sigue igual no importa cuánto Yunho intente hacer o deshacer...»
Concluyó para sus adentros, frunciendo el ceño ante el escozor que se aventó a sus ojos.
Aquel pensamiento era todo menos lo que necesitaba de momento; Sin embargo, debía dejar de luchar. Tenía que sincerarse con su alma, con su corazón y aceptar en voz alta que estaba haciendo todo eso porque Yunho seguía insistiendo; porque susodicho estaba empepado en seguir tapando el sol con un dedo.
De cierta forma entendía que estas no eran circunstancias en las que pudiera poner trapitos calientes a modo de controlar la fiebre que les abatía, todavía, mentiría si dijera que entendía completamente lo que su novio pretendía corregir al ser tan impulsivo e irreverente. Simplemente no estaba acostumbrado a vivir de esa manera.
«Cuánto más será lo que podré aguantar...»
Se preguntó en una última y ligera exhalación, viendo hacia a la puerta con anhelo hasta que una voz le sacó de su desvelo.
― ¿Mingi?... ¿te encuentras bien?
La inesperada pregunta provocó que diera un brinco, más al girar el rostro e identificar a su gerente, se llevó la mano al pecho respirando aliviado.
― Y-yo-... sí, lo siento, Chan-Hyung. Estaba pensando algunas cosas, estaré más atento-...
Comenzó a decir con cierta prisa; no fuera su superior a creer que estaba holgazaneando en vez de trabajar, aunque por los momentos no había entrado nadie más al local.
― Oye, Mingi. No, no... cálmate. Está bien.
Afirmó un sereno Chan con una sonrisa llena de hoyuelos.
Ante tan receptiva respuesta, bajó los hombros y respiró profundo; esperaba no haber exagerado mucho.
― Sé que no es tu hora de descanso, pero... ¿te importaría acompañarme un momento al despacho?, no te preocupes, ya hablé con Suzy para que te cubra mientras tanto.
La calma con la cual Chan le confirió aquella orden disfrazada de interrogante le heló la sangre y como si fuera por arte de magia, su mente comenzó a resquebrarse a razón de la angustia. Tragó grueso imaginando lo peor después de asentir y en un par de pasos dirigirse a la trastienda siguiendo el mismo camino que el gerente.
Justo cuando iba desfilando hacia lo que creyó su muerte, su compañera Suzy pasó por su lado obsequiándole una mirada condescendiente y una sonrisa forzada que para nada sirvió en dar consuelo a su alma. Aun así, siguió repasando su actitud en el pasado cercano durante el trabajo tratando de buscar el error que había cometido; sólo para estar listo en caso de necesitar un contraataque.
«No puedo darme el lujo de perder mi trabajo ahora... ¡Mucho menos el día de su cumpleaños! ...»
Exclamó para sí al sentarse a puertas cerradas en la silla delante del escritorio que ahora ocupada un despreocupado Chan.
― Bueno, Mingi... cómo verás estos últimos días-...
Empezó su superior tratando de parecer elocuente.
― ¡Por favor no me despida, Hyung!
Rogó con desespero interrumpiendo de manera tajante a un perplejo Chan.
Con las manos sobre su regazo, se mantuvo en una posición casi sumisa; como si estuviese dispuesto a hacer una reverencia al mayor si este se lo pidiera. Sin embargo, aquella desdoblada voluntad estaba lejos de ser lo que el mayor pretendió obtener de él.
― ¿Qué?... Mingi de qué estás hablando, nadie va a despedir a nadie.
Corrigió el mayor al dedicarle una mirada que pendía entre la confusión y la indignación.
A los efectos de tan directa resolución, sintió su cara arder de vergüenza, mas no se atrevió a flaquear más de lo necesario frente al muchacho.
― S-sí no va a despedirme entonces-...
― Quería hablar contigo porque me preocupa que todos estos días has estado como un alma en pena trabajando sin descanso.
Explicó el muchacho ahora luciendo su característica y simpática sonrisa.
Quiso hablar para refutar tal acusación, pero antes de siquiera poder abrir la boca, el mayor le cortó.
― Sé que esto no es de mi incumbencia, es decir, no suelo hacer esto con todo el mundo porque me parece inapropiado, pero he sentido en estos últimos días que necesitas ayuda.
Concluyó el aludido en un tono calmo.
A todas estas no estaba seguro de si Chan gustaba de entrometerse en la vida de los demás; sus compañeros no le habían mencionado nada al respecto. Tal vez estaba actuando con desconfianza, pero, según su percepción, aquella no era la manera de abordar a alguien a quien apenas conoces; aunque por muy negado que este a la idea, le tentaba la oportunidad de ocupar una mano amiga.
― No te ofendas, pero esto de verdad se siente como si intentaras sacarme información o qué se yo.
Comentó sin discreción alguna, olvidando los honoríficos, pues, dadas las circunstancias aquello era lo que menos le importaba.
Pensó entonces en la delicada situación en la que recaía, en las artimañas que podían practicarle sin el recapacitar en ello. Yunho desde hacía días le había dicho que no confiara en nadie que no fuera cercano e incluso, si llegaba a desconfiar, fuera precavido con la información que pudiera dar.
Teniendo eso tan claro como el agua... la pretensión de Chan para con él ahora la intuía sospechosa.
― No, no. Mingi, no entiendes. No estoy tratando de sacarte información, sólo quería saber por qué estás así, porque hasta Suzy y los demás me lo han comentado que creen que alguien pueda estar haciéndote daño-...
El repentino cambio en la actitud siempre apacible alentó a su desconfianza; no era normal que Chan titubease al hablar.
― ¿De qué estás hablando?, no... ¿con quién han estado hablando tú y los demás?
Cuestionó al levantarse de su asiento imponiendo su estatura y repentino empuje defensivo ante su turbado gerente.
― Y-yo-... nadie ha hablado con nadie, Mingi. Suzy me comentó que el chico con el que andas pareciera que te está haciendo algo porque siempre que vienes con él actúas extraño.
Expuso un atónito Chan, luciendo tal como un ciervo que atrapa el resplandor de los focos de un auto a mitad de la carretera a punto de ser arroyado por dicho vehículo.
Cuando cayó en la realidad de los asuntos e hiló un pensamiento con otro, no le hizo falta ponerse en los zapatos ajenos para darse cuenta de un par de cosas, detalles ínfimos que podrían malinterpretarse.
― El otro día me dejó una nota para ti, no la leí y no sé si tú lo hiciste, pero sé que tú y él tuvieron algo antes y-... De acuerdo, escucha, todos somos casi de la misma edad aquí, nadie quiere andar chismoseando la vida de los demás, sólo estamos tratando de cuidarnos las espaldas.
Dijo el mayor tras colocarse de pie para acercarse con cautela hasta él; nuevamente salía a relucir su lado apacible. Todavía, estando tan alebrestado por las suposiciones erradas no supo encontrar consuelo en esa mirada.
De momento, le pareció contradictoria la forma como sus compañeros de trabajo habían saltado a esa precisa conclusión. No entendía de qué manera podría interpretarse la actitud de Yunho para con él externamente, pero, en definitiva, dudar de las intenciones del pelinegro le parecía algo inadmisible.
― Yunho es mi novio, él no ha estado extorsionándome o algo por el estilo, ustedes estuvieron mal interpretando la situación.
Explicó con seguridad, tratando a la vez de tachar la sarda de incongruencias y acusaciones que había arrojado a su superior.
Chan no pareció estar muy conforme con su respuesta, más este pareció calmarse tras verlo recapitular y caer en una posición más firme.
― Yah... bueno, lamento el malentendido, pero antes dijiste-...
― Ni Yunho ni yo somos los del problema, Chan... sólo estamos atravesando por una situación familiar delicada y eso es lo que me tiene estresado. Yunho nada más me ha estado acompañando cuando me siento mal.
Intervino a secas tan pronto sintió el coraje suficiente para explicar el verdadero contexto de la situación.
Al instante Chan pareció tener algún tipo de revelación divina, pues tanto su mirada como su postura se aflojaron ante sus ojos, haciéndolo sentir menos incómodo; sólo restaba la tensión que parecía adherida a las paredes.
― Oh... Lamento-... Entonces creo que te debo una disculpa, Mingi.
Murmuró un apenado Chan al llevarse una mano al cuello, soltando una risilla nerviosa tras terminar de hablar.
― No hace falta, está bien. Lamento haber estallado antes... de verdad estas semanas no han sido fáciles. Supongo que debí pensar que eso también podría malinterpretarse.
Resolvió decir al final luego de pasarse una mano por los cabellos.
― ¡Oh, no, tranquilo!... es más... por qué mejor no te tomas el resto de la tarde libre. Después de todo, es tu cumpleaños, ¿no?
Sugirió su gerente al volver a su fresca actitud de siempre.
Por un segundo pensó que el otro le estaba tomando el pelo, tampoco pudo evitar sentirse un poco ofendido, pero por nada del mundo desaprovecharía esa oportunidad de oro. Así pues, con una media sonrisa, asintió y agradeció al mayor en voz baja para luego dirigir sus pasos a la puerta, mas, la voz de Chan le detuvo justo antes de posar su mano en la manija.
― Ah, Mingi... sólo para que sepas... o sea, sé que tienes tus amigos, pero sabes... también puedes contar con nosotros siempre que lo necesites, ¿de acuerdo?
Aquel ofrecimiento le tomó por sorpresa, una grata, pese a todas las circunstancias y malentendidos acometidos en escasos minutos.
― Gracias, Chan-Hyung... lo tendré en cuenta.
Respondió esta vez obsequiando una sonrisa leve, pero sincera a superior.
Sin esperar un segundo más, salió del despacho y fue a cambiarse en la trastienda. Mientras doblaba su delantal, pescó su teléfono en el bolsillo de su pantalón para llamarle a Yunho y decirle que iría al apartamento por su cuenta; no quería perder el tiempo esperándole, quería llegar cuando antes para poder ducharse y acurrucarse con el pelinegro. Todavía, lo único que escuchó fue el repiqueteo de la línea ocupada.
― Tsk... bueno, ni modo. Le dejaré un mensaje.
Resolvió al tiempo que movía sus dedos con agilidad sobre la pantalla rota para escribir el dichoso mensaje. Una vez terminó de enviarlo, guardó sus cosas y se dispuso a salir de la cafetería no sin antes despedirse de una ocupada Suzy.
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Azorado por los eventos de hacía un rato, no le sorprendió en lo absoluto la carrera que pegó del café hasta su nuevo apartamento, tampoco le importó el que las personas alegaran que llevaba un cohete en el culo cuando, con prisa, los toreaba en la calle cual obstáculos en una pista de patinaje. Tenía un objetivo por consumar y eso era resguardarse en su hogar para recostarse un rato en función de olvidar... el qué no estaba seguro, pero lo acontecido en su trabajo sería uno de esos tantos detalles que jamás ni nunca llegarían a oídos de Yunho.
«Al pasado pisado, al presente de frente.»
Pensó tras marcar el piso ocho en el ascensor, viendo luego como las puertas se cerraban ante su petición, mientras él se recostaba en el espejo del fondo.
Yunho no tenía por qué enterarse de la metida de pata que se gastó a expensas de un malentendido y su carencia de paciencia. Sabía que tal desfachatez ni siquiera sería revelada por terceros porque pese a la crecida de su paranoia confiaba en sus compañeros de trabajo.
― Ni que fuera algo importante, no le dije ninguna mentira a Chan. También que con lo antiparabólica que es Suzy...
Resolvió decir en voz alta para suplir su angustia con un pensamiento objetivo.
Con la cabeza apoyada en el vidrio y la mirada elevada sintió el vértigo del ascenso diluir la pena que su corazón acurrucaba. Con suerte al llegar a casa podría sorprender a su novio y darse una ducha junto a este, quizá incluso podría persuadirlo para que fueran a comer barbacoa en el restaurante a unas cuadras de la residencia.
Sabía que el dinero en sus cuentas bancarias mermaba, pero qué era darse un pequeño gusto después de tremendo susto; al menos eso pensó hasta que se abrieron las puertas del ascensor.
― ¡Y-yunho!
Exclamó al bajar la mirada y encontrar la de un atónito pelinegro, quien venía con el arrojo de un ladrón a meterse en el pequeño cubículo junto a él.
― ¿M-mingi?
Le escuchó decir a modo de pregunta mientras sus manos bloqueaban las rendijas de la puerta del ascensor.
Aún con una mano en el pecho, respiró un par de veces hasta sentirse más calmado, sin embargo, falló al desligarse por completo de aquel sobresalto cuando reparó en la cara de espanto que cargaba su amor.
― ¿Qué te pasa porque te apareces así?, ¿estabas saliendo para buscarme?
Cuestionó un tanto preocupado, acercándose entonces al susodicho hasta tocarle el rostro con una de sus manos.
Yunho al instante pareció salir de un trance, dando un salto en su lugar, pero sin moverse demasiado. Con las manos este continuaba aferrándose al metal, bloqueando la única salida.
― Y-yo... ¡Sí, estaba saliendo a buscarte!... pero ya veo que te dejaron salir más temprano, ¿y eso?
La pregunta en sí no le pareció curiosa, lo que sí le llamó la atención fue el tono casual con el cual el mayor se la confirió; debía estar enloqueciendo, pero su novio parecía nervioso.
Estrechando sus ojos achinados y, con la boca fruncida en una fina línea, se llevó las manos a la cintura al tiempo que se dio a la tarea de escudriñar al otro con la mirada, mas, ni bien le puso los ojos encima, pilló la pulcra apariencia y el peinado estilizado que cargaba el inquieto pelinegro.
Aquel aspecto prolijo se le antojó sospechoso tomando en cuenta que le pelinegro probablemente había estado todo el rato encerrado en el apartamento. Hasta donde sabía, el susodicho no tenía planes de ir a ningún lado; siquiera por ser su cumpleaños tenían algo importante planificado, lo que le llevaba a pensar...
«¿En qué peo se habrá metido este carajito?, ¿será que tiene que ir a verse con un profesor?»
Sopesó por unos segundos mientras veía con ojos peliagudos la trémula sonrisa de su pareja desencajarse a razón de las dudas.
― Y tú... esa pinta... ¿más o menos como para qué?
Apuntó con una mirada inquisitoria tras cruzarse de brazos aún enclaustrado tras la barrera que formaban los de su novio.
De inmediato el mayor se soltó de su soporte, llevando sus manos a su ropa al tiempo que examinaba esta, como si no pudiera recordar lo que llevaba puesto. Fue entonces, cuando en medio de su despiste que decidió echar la carrera hasta la puerta del apartamento, ignorando el llamado del pelinegro.
Como pudo, se las apañó para presionar los dígitos del código de seguridad del tablero, nervioso de escuchar la proximidad de su pareja acercarse por el largo pasillo. La sensación le tenía la piel de gallina, sobre todo por la similitud que tales acotamientos tenían con un oscuro capítulo de sus vidas. Sin embargo, nadie se entrometería entre él y la verdad, o eso pensó cuando por fin abrió la puerta del apartamento con un agitado Yunho a sus espaldas, siendo recibido por seis pares de ojos que le miraban desde la sala.
― ¿¡Mingi!?...
― Vergación, pero... ¡Yunho por qué no nos avisaste!
Escuchó el reclamo de Wooyoung al otro lado de la sala antes de escuchar el eufórico grito de San.
― ¡Sorpresa!
Exclamó el aludido tras soplar un montón de papelillo de colores sobre su rostro.
Estupefacto, esa fue la mejor palabra que tuvo para describirse en el momento que sus ojos repararon en la desprolija decoración que sus amigos hasta hacía segundos estuvieron acomodando en la estancia de su apartamento.
― ¿Por qué no avisaste si te llevaste el teléfono?
Protestó Hongjoong al llegar a su lado, recibiéndole con una sonrisa, pese al disgusto que cargaba encima.
― No fue mi culpa, lo dejaron salir antes del trabajo y cuando me lo encontré en el ascensor estaba pensando cómo carajo matar tiempo, pero se me escapó.
Respondió un cabreado Yunho ante el reclamo del diseñador.
Haciendo caso omiso a la discusión que tenía su novio con el rubio, se adentró en el apartamento siguiendo los pasos que San había dado. Los demás continuaron en la faena que tenían cual abejas trabajadoras en la colmena, colgado y arreglando la decoración que supuso debió estar lista antes de su regreso: en el centro había una mesa que no alcanzó a reconocer, dos macetas con plantas a los costados del ventanal que daba al porche tampoco estaban allí cuando se fue, muchos menos los globos y el papel y las fotos enmarcabas que decoraban unas cuantas estanterías de madera que reposaban en las paredes de la sala; todo hacía juego con los modestos muebles que habían podido traer del otro apartamento. Todavía, el detalle que más le gustó, fueron las luces navideñas que colgaban sobre sus cabezas, entrecruzadas por el cielo como si de un jardín encantado se tratara.
La tarde apenas caía ante sus ojos, imperturbable y apacible, como el centellar de las estrellas que desde luego se verían incluso más hermosas tras el cielo vestirse para la ocasión. Quizá no fuera de aquellos cuya pasión recaía en el embellecimiento de interiores, pero la simple idea de tener su hogar repleto de estrellas le instó a pensar en cuán afortunado era de estar en ese instante y en ese lugar.
― Y... qué dices, ¿te gustó?... todo fue idea de Hwa y Yeosang, aunque yo sugerí lo de las luces.
Comentó un penoso pelinegro a sus espaldas con una sonrisilla acompañando el bochorno de sus mejillas.
Sin ofrecer palabra alguna, volvió su mirada a la escena que se desplegaba ante sus ojos: Wooyoung seguía gritándole a Yeosang que le buscara la cinta adhesiva, Seonghwa continuaba dando instrucciones en la cocina, y mientras, Jongho, Hongjoong y San continuaban luchando contra lo que parecía ser la bomba para inflar los globos; todos desinteresados a su presencia, pese a ser el homenajeado.
― Me encanta...
Murmuró en voz baja, presionando esas palabras contra los belfos ajenos al obsequiarle un beso fugaz.
Con una sonrisa recibió los aplausos de sus amistades, quienes a sus espaldas vitoreaban el hecho de verlos juntos de nuevo, repitiendo a coro «¡Otro, otro, otro!» al tiempo que el avispado de San exclamaba «¡Pero no seas pichirre, dale un beso de verdad al cumpleañero!». Yunho que hasta entonces le tuvo encerrado entre sus firmes brazos, se tomó el atrevimiento de tomarlo delicadeza del rostro, guiando así su mirada hacia al resplandor que tanto amaba cayendo prendado en el rojito corazón que hacía la boca de su adoración.
Olvidándose del bullicio, soltó el velo sobre sus orbes y se entregó a la voluntad del mayor, premiando su boca con las ternuras de la opuesta en un beso lento, dulce, mojado. El corazón lo sintió en la garganta, su piel ardía y todo pensamiento coherente se arrojó por una cornisa. Cuando finalmente abrió los ojos tras poner distancia del mayor, sintió paz al estar entre esas cuatro paredes rodeado de su gente y de aquel aire jubiloso.
― Aigo... ¡qué adorables!... cómo pasan los años y ellos siguen viéndose igual.
Sentenció un conmovido Wooyoung mientras terminaba de colocar una pegatina en el cartel que hasta hacía nada estuvo decorando para colgar en la pared.
El resto de los muchachos continuaron apreciando la escena de los acaramelados con regocijo, mientras él seguía rendido a las cariños que obsequiaba su amado... de no ser por el abrupto golpeteo que cortó el romanticismo del momento, podría haberse quedado así con Yunho lo que durase la eternidad.
― Verga, pero quién es ahora...
Preguntó Jongho tras salir de su sobresalto, siendo regañado al segundo por un ceñudo Seonghwa ante la escogencia tan ordinaria e inapropiada de sus palabras. El menor en cuestión sólo reviró sus ojos posiblemente pensando «hasta cuándo este pana va a seguir con esta paja de ser mi mamá.»
― Esa debe ser Yoora.
Señaló su novio tras caer en realización; a juzgar por el golpeteo tan insistente supuso que este tenía razón.
Pese al aviso, estando a punto de soltarle para ir hasta la puerta el mayor prontamente volvió a caer por sus encantos al escuchar el pequeño reclamo que le hizo y justo así, como el niño mimado que era (una cada tantas lunas), Yunho regresó con vigor a favor de seguir consintiendo su ansiosa boca y dejar el trabajo sucio a los demás. Ni bien le correspondió, enlazó sus brazos tras la nuca del pelinegro, imperturbable ante las protestas de sus amigos.
― ¡Ay, ya va, coño!
Profirió Hongjoong más cabreado que antes en dirección a la puerta, abriendo esta para dejar pasar un montón de bolsas detrás de las cuales se escondía una irritada Yoora.
― Qué, ¿te pica el culo?... bastaba con que tocaras una vez y ya.
Reclamó Hongjoong cuadrándose en el marco de la puerta con una mano en la cintura, sin inmutarse al esfuerzo que hacía la muchacha delante de él para mantenerse de pie.
― Mámate un huevo, Hongjoong... ¡Será que alguien puede ayudarme!
Se quejó la castaña al empujar las cosas dentro del apartamento mientras Hongjoong, rodando los ojos, se dignaba a tenderle la mano.
― ¿Dónde está el coño'e madre de Yunho?, lo hace a uno cargar con toda esta mierda y después no contesta el teléfono.
Protestó la muchacha luego de dejar algunas bolsas con comida sobre la mesa.
Al oír la sentencia, de inmediato su novio se apartó y se escondió tras su cuerpo en la medida de lo posible; riendo decidió ser cómplice de la situación, arrimándose a una esquina mientras seguía escuchando las demandas de la enfurecida muchacha y el acalorado intercambio de palabras que seguía teniendo con Hongjoong.
― Anda a lavarte ese culo, Hongjoong. Verga, sí eres intenso.
― Intensa tú, carajita de la verga, para qué coño viniste si lo que vas a hacer es joder al cumpleañero.
Replicó el mayor con fingida molestia, mas sus ojos chisporroteaban ante la oportunidad de prolongar aquel conflicto; sólo por el placer de alterar a la muchacha. Sin embargo, la susodicha resultó desinteresada ante las pretensiones del diseñador, prefiriendo desviar su atención al dichoso cumpleañero y de la mata de pelo azabache que le espiaba detrás de este.
― Mira, coño de tu vida.
Sentenció la castaña antes e ir tras su amigo, separándolos mientras tanto él como Yunho reían.
― ¿Ves que no sirves para nada?, le arruinaste la sorpresa al jevo tuyo. Qué hace Mingi aquí y por qué carrizo no me contestabas el teléfono.
Entre protestas se le dificultó un poco proteger a su novio de las garras de Yoora, sin embargo, una vez pudo aclarar a la susodicha que su novio no había tenido la culpa al estropear la sorpresa, los tres pudieron solventar las diferencias y continuar la velada como si nada.
Poco le importó el terminar de decorar la sala para su propio cumpleaños; en el fondo reconocía que lo hizo con el propósito de agradecer todo el esfuerzo (y el dinero) que sus amistades y su novio invirtieron en hacer aquella celebración. Ciertamente, no eran tantas las cosas que debían acomodar (nada que un montón de jóvenes universitarios no pudieran comprar en una tienda de conveniencia, pero entre un chalequeo y otro, una simple tarea requería más manos de las que podría pensar.
Justo al final se las ingenió para que le permitieran terminar de decorar su propio cartel de cumpleaños, mientras el resto acomodaba la comida de la cena sobre la mesa, todavía, Seonghwa no estuvo de acuerdo con su participación para dar los "toques finales" al lugar.
Así fue como se encontró encerrado en la inhóspita habitación de huéspedes hasta que un eufórico Wooyoung resolvió ir a buscarle.
― Bueno, ya va. A la cuenta de tres te das la vuelta y te haces el sorprendido, ¿si va?
Preguntó Wooyoung al tomarle por los hombros guiando sus pasos al caminar de espaldas por el pasillo del apartamento.
Cuando llegó al filo de la entrada que comunicaba con la sala, el moreno le indicó que cerrara los ojos; de forma obediente siguió la orden en espera de la cuenta regresiva.
― Uno, dos... ¡tres!
Exclamaron a sus espaldas y, sin dar tiempo siquiera a que abriera los ojos, Wooyoung le hizo girar sobre sus talones para ser bienvenido con otra improvisada lluvia de confeti y un cartel choreto que con letras escarchadas rezaba «¡Feliz cumpleaños a la princesa Minki!»
Para ser honesto consigo mismo, no sabía si reír o llorar por toda la fanfarria que sus amigos se habían gastado con tal de congratular su nacimiento, pero su cuerpo decidió por él cuando un par de lagrimones salpicaron sus mejillas y una gran sonrisa bordeó sus labios mientras era consumido por un enorme abrazo colectivo.
Cuando reparó en el espacio y tiempo al cual correspondía para con los demás, ya se hallaba sentado sobre el regazo de su novio, quien permanecía amuñuñado entre Jongho y Yeosang en el pequeño sofá de la sala.
En su cabeza se asentaba una hermosa tiara de plástico con brillantes de corazones como regalo de Hwa; «Le íbamos a comprar una de rey a Yunho, pero como era tu día no queríamos que nadie te opacara... a menos claro, que tú lo permitas.» fue lo que le dijo Wooyoung, mas, no le restó importancia al asunto al ver que delante la mesa repleta de sus bocadillos favoritos y botellas de soju de durazno que se fueron vaciando de forma inversamente proporcional al crecimiento de la animada conversación que dieron a lugar.
― Esto me hace recordar cuando le hicimos aquella fiesta a Yunho en casa de Hwa y nos pusimos a beber a escondidas. Hwa estaba tan cagao' que de un momento a otro se nos perdió y Wooyoung lo encontró llorando en el baño porque había vomitado en la poceta sin levantar la tapa.
Dijo Yeosang con algo de prisa para luego carcajearse tras la palma de su mano, vistiendo aquella mirada picarona que acompañaba sus travesuras (la misma que usaba para seducir a Jongho).
Al oír eso no tardó en estallar en risas junto al resto de sus amigos mientras un entretenido Hongjoong consolaba a la mamá del grupo.
― Y yo que pensé que eras mi amigo, Yeosang. Te jodiste, no te vuelvo a hacer pollo frito.
Concluyó Seonghwa antes de echarse un palo de soju cortesía del rubio sonriente rubio a su derecha. Como efecto colateral, sintió los chillidos y reclamos Yeosang en la pata de la oreja hasta que Jongho le calló con un beso que le antojó bastante, sin embargo, mantuvo la compostura y se apegó a su novio, quien en acto reflejo afianzó los brazos a su cintura.
― Verga, pero... hay que ver que ustedes son rolo' e maricos, incluyéndome, claro está... pero bueno, pa' ve... echen otro cuento ahí que la noche es joven y el alcohol sobra.
Comentó Yoora siendo tan ordinaria y elocuente como siempre, aunque la bebida tenía mucho que ver con el comportamiento disparejo de la supuesta señorita.
Agradecía dentro de todo el que sus amigos hicieran caso omiso a las aptitudes cuestionables de la amiga de su novio y fluyeran junto a ella sin tapujos; esa era una de las pocas reuniones a las que Yunho había decidido congraciar con la idea de reunir a los nueves y, debía destacar, que no estaba saliendo para nada mal. Al contrario, se estaba divirtiendo tanto que ni siquiera podía recordar sus preocupaciones.
― Ah tú ves, yo tengo una que vas a disfrutar porque involucra al carajo de dos metros que tienes de mejor amigo.
Murmuró Wooyoung luciendo esta aura juguetona que, tanto a Yunho como a él les dio mala espina.
Sin decir nada, cruzó miradas con el pelinegro tras este encogerse de hombros y ofrecerle de su trago. Aunque reacio, aceptó el vaso y le dio un sorbo arrugando la cara al sentir el sabor tan amargo que esta tenía; siempre se le pasaba el detalle de a Yunho le gustaba beber en seco. Para su fortuna, unos gentiles labios de posaron en su cuello y le instaron a seguir bebiendo mientras Wooyoung en el suelo se ponía cómodo sacarle punta a su historia.
― Una vez estábamos todos en casa de San... y bueno, una vaina llegó a la otra y nos pusimos a tomar de una de las botellas que el papá tenía caleta por ahí. Todo iba bien, pero el Golden Retriever por supuesto tenía que pasarse de la raya y mientras el jevo suyo dormía, o sea, nuestro bello cumpleañero... el carajo se ha prendido de una manera... pero ni te cuento.
Hubo una pausa de parte de Wooyoung que dejó a todos en suspenso, sobre todo a él que ya venía frunciendo el ceño de sólo sentir cómo Yunho contenía la risa a sus espaldas. Intrigados por más, Jongho fue el primero en alentar al moreno a seguir hablando, dándole un golpe en la espalda haciendo que el susodicho se atragantara con el soju.
― B-bueno, nojoda. Ajá... cómo venía diciendo. La cuestión es que el marico este se metió en la cocina y agarró el colador de pasta, se lo puso en la cabeza y luego agarró el batidor de mano y se puso a batir el techo alegando que era "Super batidora-man".
Recapituló el moreno delante de todos antes de reírse con fuerza, siendo secundado por el resto de los presentes, inclusive él.
― ¡Coño, sí!... ¡Yo me cuerdo de eso, Seonghwa no pudo ir y Hongjoong andaba arrecho porque dizque lo dejó plantado!
Comentó Yeosang al unirse a la diversión, sacando más trapitos al sol.
― Ay, por Dios... Yuyu, dime que esa vaina es mentira.
Apuntó tras recuperar el aliento, girando para ver el bochorno pintarrajeado en cada recoveco del rostro ajeno.
Riéndose por lo bajo, el pelinegro negó y se escondió en su espalda al tiempo que una nueva ronda de abucheos colisionaba en ellos. Sin ánimos de aguar la fiesta, simplemente se dedicó a calmar a su amor a punta de besos y mimos hasta que la atención volvió a centrarse en Yoora.
― Tremendo regalo que Dios te dio, Mingi... con un novio así cualquiera. Ah, pero... ¡ningún regalo esta noche va a ser más trambólico que el mío!
Saltó la muchacha de la nada, corriendo a buscar una caja envuelta de forma descuidada en papel de regalo.
Sin mediar una sola palabra, la susodicha dejó la caja en su regazo y volvió a su lugar mientras los demás empezaban a cuchichear entre ellos; de no ser por la intriga que le produjo el obsequio de Yoora hubiese pillado el momento en que sus amigos comenzaron a materializar más presentes de la nada.
Con el entusiasmo de un chiquillo en víspera de navidad, rajó el papel y lo dejó a un lado para luego soltar una aguda exclamación al ver el empaque de un costoso par de audífonos inalámbricos; Yoora desde su lugar sonrió complacida ante su reacción y la ronda de agradecimientos que recibió de su parte.
El obsequio que siguió fue el de Yeosang; una chaqueta que gritaba su nombre por todas partes. El de Jongho vino en forma de zapatos deportivos. Luego el de Seonghwa que consistió en un extraño kit de skincare que probablemente terminaría usando Yunho, fue allí cuando se enteró que tanto la mesa donde estaban comiendo y las plantas habían sido un obsequio de parte de Hongjoong.
― Verga... no sé ni qué decir o cómo sentirme... se pasaron esta vez. Ahora voy a tener que ir reuniendo para el cumpleaños de todos.
Murmuró sobrecogido al ser rodeado de tanto afecto en sonrisas y abrazos que a su criterio valían más que lo material.
― No pienses en esa vaina, tú sólo disfruta.
Comentó Yeosang tras robarse otro bocadillo de la mesa.
― Ah, pero si es que todavía no has abierto nuestro regalo.
Anunció San al ver a su novio, quien descubrió la caja que guardaba tras su espalda.
La complicidad entre ambos le hizo dudar de las intenciones de la pareja, mas, se guardó sus opiniones, agradeciendo el gesto para luego tomar el presente en sus manos.
La caja no se sentía pesada y casi le dio lástima arruinar el papel que la cubría, sin embargo, la curiosidad le pudo y en un santiamén tuvo ante sus ojos lo que podría haber sido el obsequio más vergonzoso que jamás recibió: un set de esposas de peluche con arnés... ¡y hasta una mordaza!; todo rosado para variar.
Su cara para el momento debió ser un poema porque todos estallaron en risas al ver la lasciva sorpresa que le dio el temido dúo dinámico, todavía, la reacción que más le llamó la atención fue la de Yunho, el susodicho intentó ocultar en su risa el agrado que sintió, pero él sabía mejor. Ya después se las arreglaría en la cama con el pelinegro, porque algo le decía que este había tenido que ver con eso.
― Bueno, luego nos cuentan si de verdad lo usaron o no. Ahora... ¿quién de ustedes maricos tristes quieren jugar a una roda de "yo nunca, nunca"?
Propuso Yoora meciendo sus cejas de forma subjetiva.
La respuesta no se hizo esperar en un sí que salió al unísono mientras Seonghwa intentaba recoger parte del reguero en la mesa. Sin que nadie se diera cuenta, dejó el obsceno regalo del dúo dinámico donde pudiera alcanzarlo después y se unió a la diversión.
A ninguno le sorprendió que durante la primera ronda el WooSan fueran los primeros en bajar sus cincos dedos, sin embargo, todos quedaron gratamente sorprendidos cuando Yunho y él bajaron el dedo ante la confesión de Jongho de nunca haber tenido sexo en un lugar público.
― ¡Dónde y cuándo!... ¡exijo saberlo!
Estalló San en un arrebato tras dejar su trago en la mesa; tal parecía que el alcohol se las estaba cobrando a su amigo.
― Le hice una mamada a Yunho en el laboratorio de mecánica en el cuarto semestre de la universidad.
Murmuró contra la orilla del vaso que sostenía con la diestra, esperando así esconder el rubor que acentuaba sus pómulos. Todos contuvieron el aliento ante tal revelación.
― Verga... Mingi, marico. Yo que pensaba que eras un angelito.
Comentó Yeosang a su izquierda haciendo que Yunho soltase un bufido.
El pelinegro tenía que agradecer el que ya no estuviese sentado sobre sus piernas, de lo contrario le habría metido un codazo por salido.
― Ah bueno, ya vemos que Yunho nos confirmó lo opuesto.
Inquirió un interesado Hongjoong con una de esas sonrisas socarronas, mas, antes de poder seguir con el chalequeo, Yoora se levantó como un resorte del suelo y subió el volumen de la enorme corneta que había traído.
― ¡El que no baile es heterosexual!
Anunció la castaña en medio de la sala con las manos en el aire mientras de fondo sonaba una de Ariana Grande.
Obviando el comentario, sin rechistar se puso de pie, llevando consigo a Yunho hasta el centro de la sala para empezar a bailar con este al ritmo de aquel bajo y la melodiosa voz de la solista. En segundos se sintió rodeado de sus enérgicos amigos; incluso Wooyoung se había puesto a perrear con Yoora mientras San se meneaba entre Hongjoong y Seonghwa.
La fiesta alcanzó el clímax cuando el reproductor en aleatorio de Yoora lanzó las primeras tonadas de reggaetón viejo y Yunho entonces, cobró venganza maniobrándolo a su antojo con el beat de cada canción. Entre tanto y tanto, paraban para beber y seguir riendo de las ocurrencias de sus ebrios compañeros de baile. No obstante, su turno de brillar llegó cuando la primera tonada de Romeo Santos se escuchó.
― ¡Yah, yo adoro esta canción!, Yuyu, Yuyu... baila conmigo anda, anda.
Rogó haciéndose escuchar por sobre la música mientras sujetaba al pelinegro con una de sus manos y la otra la usaba para acomodar su corona.
Los demás habían desertado de regreso a la mesa para refrescarse, Yeosang ya estaba cabeceando entre los brazos de Jongho, pero se mantenía despierto a duras penas para escuchar otra de las anécdotas de Yoora... y Yunho miraba aquello y volvía a mirar a sus labios abultados como si estuviera por tomar la decisión más difícil de su vida.
Con el pasar de los segundos y, pese a alcohol que entorpecía sus sentidos y nublaba su raciocinio, no pudo evitar pensar que ese día, ciertamente, lo había tenido todo... desde un desayuno en la cama, hasta un permiso para salir antes en el trabajo. Una fiesta sorpresa, buenas noticias y las felicitaciones de sus viejos, pero... qué era un cumpleaños sin un baile digno con su amor para cerrar con broche de oro la ocasión.
― Lo voy a hacer sólo porque es tu cumpleaños.
Sentenció el pelinegro tras soltar un suspiro y volver a su lado, justo a tiempo para empezar a bailar su verso preferido de la canción.
Técnicamente ambos sabían que su cumpleaños había pasado a mejor vida, debían ser pasadas las doce, pero aquello no le importó al de labios acorazonados cuando le tomó con firmeza por la cintura guiando su cuerpo para bailar juntos aquella melancólica y lujuriosa tonada; bailaban bachata de manera sensual, conociendo sus cuerpos, así como los versos de Romeo.
A Yunho no le gustaba bailar ese estilo de música, aun así, su hombre tenía una facilidad envidiable para moverse y también un talento innato para susurrar candentes confesiones contra sus labios y su cuello que resultaban en la exaltación de su cuerpo; incluso sin música y sin tacto de por medio se derretía a los pies del pelinegro. Ni cuenta se dio cuando simplemente dejó de bailar y prefirió besar a su príncipe azul bajo el titilar de las luces sobre sus cabezas.
Mientras amansaba la boca ajena con sus magullados labios escuchó un extraño comentario «... ¿Cuándo me vas a sacar a bailar así?» en el tono de voz que bien sabía, pertenecía a Hongjoong. Todavía, no se inmutó a ello. Sencillamente resolvió darle las gracias a Yunho y volvió con él hasta la mesa tras compartir una sonrisa.
― ¡Bien, ya que estos dos terminaron de coger bailando creo que es hora de cantar cumpleaños!
El comentario, aunque apropiado para el momento le tomó completamente desprevenido y en apenas segundos Seonghwa y Wooyoung llegaron de la nada con una torta de fresas con crema y velas encendidas entre sus manos.
La música entonces se detuvo y el coro de voces de sus amistades tomó partido de la situación al dedicarle la siempre alegre melodía de feliz cumpleaños.
A su lado Yunho cantaba y entre palabras le daba besos en sus mejillas que sin explicación alguna se vieron salpicadas a razón de la emoción; finas lágrimas perfilaban su rostro mientras una sonrisa estrechaba sus labios hasta hacer doler sus pómulos y sacar un pequeño hoyuelo. Cuando terminaron de cantar, entre aplausos terminaron de espabilar a un adormilado Yeosang, pero nadie más que él pilló aquel detalle, pues todos los ojos estaban puestos en él.
― Pide un deseo y no se lo digas a nadie, Mingi.
Recordó Yoora al otro lado de la mesa antes de que se decidiera a soplar las velas. A diferencia de esa mañana, se limitó a dar las gracias, sabiendo que todo por lo cual hubiera podido desear le acompañaba en ese momento y lugar.
Después de eso los abrazos y las felicitaciones no se hicieron esperar. Seonghwa fue quien más tiempo se tomó para ofrecerle un par de palabras tan significativas que removieron su corazón, sin embargo, las palabras de Yoora y Hongjoong también lograron sacarle otro par de lagrimillas que Yunho se dedicó a enjuagar con delicadeza haciendo uso de sus labios tan pronto le recibió de último entre sus brazos.
Al acabarse el despliegue afectivo, se encontró a sí mismo disfrutando de su porción de pastel junto al pelinegro. Aquel postre estaba tan delicioso como el de esa mañana, pese a no estar acompañado de los labios de su amor.
El ambiente enmudeció, estando todos centrados en comer, las parejas se ofrecían bocados de fresas y así... en ese medio cargado de cariño, sintió por primera y auténtica vez que sí había sido una buena decisión el mudarse a ese sitio. Acto seguido, creyó incluso que había pensado en voz alta, pues segundos más tarde, Yeosang ya estaba hablando al respecto.
― Hicimos un buen trabajo decorando este lugar a pesar de haber hecho todo en sólo cinco horas y media. Honestamente, siento que este departamento es mejor que el que tenían, no entiendo por qué no pensaron en mudarse antes.
Comentó Yeosang aún con la boca llena de torta.
Ni tiempo le dio de hacer un comentario cuando ya su moreno y despiadado amigo había tomado las cartas en el asunto.
― Pues... mi querido Yeosang... verás que ese no es peo tuyo el por qué los dos tortolitos no querían dejar su nidito de amor. Tú sólo sigue tragando... y a ver si le dices al novio tuyo que te limpie porque ya te embarraste toda la cara de crema.
Respondió un risueño Wooyoung tras dejar su plato vacío sobre la mesa para luego empinarse una botella casi vacía de soju.
Yeosang por su parte enrojeció hasta las orejas, mas no dudó en buscar asistencia de su novio, quien sin rechistar se dedicó a quitarle el dulce de los labios sin pena alguna haciendo uso de una servilleta y posteriormente de su lengua.
― Verga, pero... Wooyoung... ¿No sabes que borracho no come dulce?
Comentó el pelinegro en un tono de reproche, aunque sus acciones iban en contra de lo que decía. Mostrando otra de sus traviesas sonrisas, imitó al moreno y tomó una de las botellas sin destapar de la mesa antes de agitarla y abrirla.
― Lástima que ninguno está borracho todavía, pero eso se puede arreglar.
Agregó su novio mientras terminaba de servir los tragos bajo la mirada de todos los presentes.
― El que no beba no es marico, así que quiero ver todos esos vasos vacíos antes de tocar la mesa y eso te incluye a ti, mi princesita cumpleañera.
Concluyó Yunho antes de alzar su vaso y proponer un brindis en su honor. Luego de sonar sus vasos y derramarse parte del trago en las manos, cada uno se limitó a hacer fondo blanco, sintiendo entonces cómo el espíritu fiestero le regresaba al cuerpo.
― No me jodas es la una de la mañana y yo ni prendido estoy... ¡Qué verga es, vamos, muevan el culo y tomen otra vez!
Sentenció Wooyoung tras revisar la hora en su teléfono, dejando el dispositivo a un lado a favor de servir otra ronda de tragos.
De inmediato dudó de si estaría bien hacer aquello, mas, al ver la mirada de Yunho encontró voluntad y seguridad. Qué podría salir mal estando en su hogar en compañía de sus amigos, a lo sumo otra anécdota divertida que contar en el próximo cumpleaños y una resaca que igual desaparecería a la larga.
Pese a su sensata resolución, al poco tiempo se encontró igual que los demás: víctima de los generosos tragos del moreno que cantaba como si no hubiese un mañana; si al día siguiente no les ponían una amonestación por ruido (o los botaban del apartamento) estaría en deuda con el de arriba.
Aquel pensamiento sin duda alguna debió preocuparle, todavía, tras su quinta trago su efervescente alegría no menguaba en conjeturas que no fueran viciosas. Por ejemplo, por qué tendría el que preocuparse por perturbar la tranquilidad de sus vecinos si Yunho estaba todo feliz y entretenido jugando al 'beer pong' con los demás; ni siquiera sabía de dónde habían sacado la cerveza, pero ello era lo de menos.
― ¡Verga, pero es que no se puede!, ¡San tiene muy buena puntería!
Exclamó Hongjoong a su derecha, completamente fuera de sus sentidos como líder y figura paterna del grupo.
Hasta el momento, a pesar de su pésima coordinación mano-ojo el equipo donde estaba con San, Jongho y Seonghwa iba ganando, detalle que al competitivo de su novio no parecía agradarle en lo más mínimo.
― Tenemos que cambiar de técnica, Yunho... ya sabes que...
Escuchó decir al rubio entre cuchicheos a su novio; lástima que la música era demasiado alta como para develar aquel mensaje. Aun así, como buen soplón que era, decidió advertir al resto de su equipo del posible cambio de táctica.
No es como si le gustase ver a su novio arrecho, pero, muy en el fondo gustaba de sacarle la piedra al mayor con esas necedades.
El resto de la partida estuvo tan reñida como siempre, su novio se las apañó para hacerle la vida difícil en cada turno, sin embargo, había logrado esquivar con éxito sus artimañas anotando para su equipo en un tiro limpio. A pesar de esto, el partido entero se redujo al empate que el pelinegro pretendió deshacer en un intento desesperado por recuperar su bravado.
― ¡Concéntrate, Yunho!
Sentenció Yeosang a espaldas del mencionado, siendo callado por todos, incluyéndole a él.
― ¡Te la jeta, Sang!...
Profirió un ceñudo Hongjoong, quien al instante volvió su atención al pelinegro que parecía sudar parado a unos metros de la mesa con esa ridícula pelota de plástico en su mano y el brazo alzado.
De manera inconsciente se mordió los labios y contuvo el aliento hasta que, finalmente, su novio hizo aquel último tiro que bien pudo haber traído la victoria a su equipo, mas, para su desgracia, la dejó en bandeja de plata al suyo.
El estruendo de gritos jubilosos no tardó cuando la pelota rebotó solitaria en el suelo y, como si se tratase de la copa del mundo, todos los de su grupo le alzaron en brazos vitoreando y abucheando a su trompudo novio. Una vez le dejaron de nuevo en el suelo, antes de siquiera continuar con esa celebración (y quizá con la revancha), resolvió buscar su recompensa.
― Yuyu, mi amor... ¿no estás feliz de que haya ganado?
Inquirió en un tono tan sutil como el aleteo de sus pestañas; sabía que ni haciéndole ojitos al mayor borraría ese adorable fruncido, pero era divertido intentar y ver cómo este se hacía el digno.
Con sigilo se fue arrimando al pelinegro, quien hasta entonces se mantuvo reacio a la idea de responderle, siquiera sostenerlo, aunque de a poco iba cediendo mientras él se mantenía envuelto a uno de sus brazos. No fue sino hasta que San hizo un anuncio que ambos voltearon a ver al pelirrosa de mirada felina.
― Hagamos otro brindis por esta increíble victoria y por esta reunión que ha sido la mejor del año.
Propuso San un tanto alebrestado al tiempo que llenaba los vasos de todos con ayuda del moreno que tenía por novio.
Para cuando reparó en su situación, ya tenía un shot de soju desbordando en su mano y a sus amigos mirando expectantes en su dirección aguardando a unas palabras de su parte.
― Ya lo hice, pero les agradezco de nuevo por esto y... también brindo porque Yunho por fin resolvió todos sus peos con sus profesores.
Reveló con la voz ligeramente quebrada a razón de la emoción.
― ¡Amén!
Exclamó Yoora al alzar su vaso para luego beberse el contenido en un solo trago, precedido de una mueca de insatisfacción y un gritito agudo lleno de entusiasmo.
Sin tiempo que perder, sus amigos le secundaron y, con una última mirada que dedicó a su novio, llevó el vaso a su boca para beber un sorbo de este. Todavía, el mayor a su lado le sorprendió al colocar su mano en el fondo del vaso, impidiendo que lo apartara, obligándole así a terminar el trago que prontamente ardió en su garganta y puso su cuerpo en llamas.
Con la mirada nublada copió la acción anterior del pelinegro, haciendo que este tragara hasta la última gota de alcohol en su vaso; sonrió luego al ver el resultado.
Fue como si las voces de los demás enmudecieran junto a la música, como si el magnetismo de la fuerte presencia de Yunho fuese suficiente para arrastrarle, quedando a disposición del embrace del susodicho. En un chasquido se comprometió a compartir el fervor que se alzaba en sus cuerpos con un fogoso beso que no logró evaporar lo que humedecía sus labios, sino más bien intensificarlo. La boca de su novio tenía gusto al agua que daba vida a su nación, acentuado con aquel buqué tan...
― Yunho...
Murmuró al volver en sí, apartándose de los pecaminosos labios ajenos en función de recuperar el aliento.
Aún sentía el divino picor de la dulce bebida en su paladar, pero más que nada sentía la cálida respiración ajena llegar en nubes que hacían cosquillas a sus entumecidos belfos. Intentaba esclarecer su mente, mas, la tenía difícil cuando sus sentidos estaban tan inquietos por recibir tanto y tan poco a la vez.
El agarre del pelinegro en torno a su cintura se reforzó tras oír su llamado y fijar la mirada en los rosetones que desde luego vestía su rostro. La cercanía entonces era tanta que en un suspiro alcanzaría a satisfacer sus caprichos, sin embargo, quiso tentarse un rato más al deleitarse con el efecto que las luces producían en los orbes ajenos.
Sin percatarse de ello una de sus manos se posó en la mejilla ajena y sólo entonces vio el desastre que eran los labios del mayor, brillantes con su saliva y el alcohol que continuaba irrebatible, correteando también por sus venas. No entendía por qué tanto su respiración y corazón estaban tan agitados, pero si algo sabía es que esa noche no saldría impune de sus actos.
Al sentir al mayor inclinarse contuvo el aliento hasta sentir las palabras que en una caricia lujuriosa llegaron a sus oídos.
― ¿No querrás un premio por tu victoria?, ¿hm?...
La propuesta, aunque indecente, sirvió para calentar más su sangre y hacer que su juicio se ventase por un precipicio. Le encantaba la idea el cómo sonaba su novio cuando se hacía con innuendos sexuales sin importar los presentes. Igual no es como si en el pasado no se hubieran enterado de lo que hacía a puertas cerradas con su enamorado; nadie tenía que inmiscuirse en sus asuntos, menos siendo el festejado.
Sintiendo su lengua un nudo, prefirió asentir con la cabeza a modo de respuesta, obteniendo una media sonrisa del pelinegro que, sin rechistar le alzó en brazos para llevárselo a cuestas en el hombro a pesar de su rápida protesta, ni siquiera le dio tiempo de despedirse de sus ocupados amigos; sólo cuando iban por el corto pasillo escuchó decir a Wooyoung fuerte y claro: «¡Usen condón!» De resto únicamente escuchó la música elevarse y retumbar tras la puerta cerrada que Yunho usó para empotrarle.
En manos de un pasional pelinegro, se deshizo de las ataduras al buscar cual fiel creyente la guía espiritual en la boca de su novio y así, en un ardiente beso sintió renacer sus ganas como las aguas de las que bebió aquella samaritana. En respuesta a su iniciativa, Yunho recorrió con las palmas abiertas la esbeltez de su cuerpo, abriendo capullos en la piel que la ropa no alcanzaba a proteger.
Sentía la apabullante necesidad de su amante convertirse en el reflejo de sus antojos mientras jadeaba y murmuraba verbos ininteligibles cuando el mayor repasaba con la lengua los lugares más sensibles de su cuello.
― Hm, yuyu... p-pensé que me darías mi premio. No quiero esperar.
Apuntó en un susurro justo antes de que su gruesa voz se quebrara en un gemido producto de la gentil mordida que dio el pelinegro a su cuello.
― ¿por qué tan impaciente, bebé?...
Murmuró su novio tras un suspiro, dejando un camino de besos en dirección a sus belfos, los cuales premió con una caricia antes de juntar sus frentes y agregar lo siguiente: «No te acostumbres a obtener lo que quieres tan fácil, mira que tu cumpleaños ya se terminó... anda y recuéstate en la cama antes de que cambie de opinión.»
Con el cuerpo ardiendo y las ganas en su punto álgido, lejos de verse intimidado por la sentencia de su pareja, creyó convertirse en líquido cuando sus piernas flaquearon al escuchar al otro tan autoritario, pero lujurioso. Para su fortuna Yunho le atajó entre sus brazos y le apretujó un rato mientras se nutría de la sumisión que irradiaba en cada acto y sonido de sus labios.
No supo siquiera cómo logró llegar a la cama, tan sólo recordaba la bruma y de pronto el mundo desplegarse ante sus ojos; tan radiante y cautivador como los remolinos castaños que se desvivían enamorados de su propio fulgor.
― A-ah... me encanta que hayas puesto l-las luces aquí también...
Comentó en medio de un alarido de placer, mordiéndose los labios al sentir al mayor fundirse contra su piel ahora desnuda.
Las manos de este amansaban sus muslos, su cintura y volvían a descender tortuosamente por sus piernas abiertas como si no tuvieran suficiente de estas.
― Sabía que te gustarían... quería que sintieras este lugar más agradable... que fuera mejor para ti...
Habló el pelinegro con cierta premura, usando las pausas para presionar cálidos besos en su pecho hasta llegar al monte de venus donde trazó húmedas formas que se enfriaron tan pronto esa boca se alejó de su caprichosa carne.
Sin poder anticiparlo, su cuerpo entero tembló en consecuencia a los actos del mayor y sólo entonces, al echar su cabeza hacia atrás, la corona que adornaba su cabeza se cayó dejando sus cabellos tan alborotados como el puñado azabache que sostenía con la zurda.
― Mh... Y-yunho... Dios mío... eres un ángel, siempre pensando en todo.
Aquel reconocimiento le supo más a una confesión, mas no se detuvo a ahondar en ello, no cuando el pelinegro dio la primera mordida a la cara interna de sus muslos, seguida de una sutil succión y beso que tronó los labios del mayor.
― Mira quién lo dice... el supuesto ángel sin alas. Mi princesa hermosa, mi amorcito chiquito...
Perdido entre los dulces motes que recitó Yunho para él, creyó desfallecer allí entre las sábanas revueltas de la cama mientras el pelinegro trabajaba sus muslos con más de esos besos que hacían eco en sus oídos.
Su entrepierna daba brincos de interés cada que un nuevo espasmo lo recorría desde sus dedos hasta la punta del pelo, todavía, no quiso siquiera tocarse porque su amor tan complaciente le rebasaba en cada caricia, haciendo imposible para él coordinar sus manos para otra cosa que no fuera apretar y rasgar.
Estando tan ido que lo único que pudo despertarle de su letargo fue el delicioso escozor de una nalgada que reventó contra su piel cual ola de agua salada en el peñasco al atardecer.
― Vuelve a mí, Mingi... si no estás no puedo darte tu premio.
Aclaró el pelinegro al tenderle una mirada desaprobatoria; siempre demandando ser el centro de su atención.
En un susurro se disculpó con el susodicho y, tras morderse los labios, sintiendo como esas manos acariciaban su cuerpo, no pudo más que alzarse para cobrar otro beso igual de húmedo y decadente que los otros. Yunho no se opuso a su pequeño capricho, al contrario, le sostuvo entre sus brazos y se acomodó en la cama dejando que hiciera cuanto le viniera en gana mientras le montaba falsamente, refregándose a su cuerpo entre esporádicos jadeos.
El celaje de la celebración continuaba haciendo estragos en su humanidad (sobre todo en su exaltada virilidad), con el tono sensual de la música que inconscientemente oía y el alcohol que aún perduraba en su torrente sanguíneo, se dispuso a marcar el ritmo de sus caderas, de sus manos y belfos contra los ajenos.
Como puso siguió valiéndose de torpes trucos que acaecía en su sapiencia del arte de la seducción para hacer que Yunho gozara de su insaciable actitud al corresponderle con el doble de entusiasmo. El pelinegro repetía su nombre desaforado mientras buscaba todas las maneras posibles de hacerse uno con su cuerpo.
No le sorprendió en lo más mínimo cuando las prendas inferiores abandonaron por completo sus humanidades, incluso los calcetines volaron por los aires, cayendo sin gracia alguna en el suelo al tiempo que continuaban hablando un lenguaje propio a partes iguales: con el alma y sus corazones. El medio que usaban para ser en aquel plano se sentía tan distante cuando alcanzaban aquel punto paradisiaco, pero no por ello sus cuerpos eran menos importantes; bien sabía que sin sus falanges y sus piernas no podría seguir su ascenso a la gloria.
Todo iba en aumento, no sólo la temperatura, sino el volumen de su voz que ahora se escuchaba por sobre la música que disolvía cada nota en el sudor que perlaba su piel; el existir que se bebía Yunho para enloquecer. Y todo lo que hacía (cada gesto premeditado o acción involuntaria), desde fruncir los labios, hasta rasguñar sutilmente la piel de su amado era alentado por las vulgaridades que su amado susurraba contra su piel: «Has que todos te escuchen, Mingi. Di mi nombre, que sepan a quién le perteneces. Así, bebé... más fuerte.»
Para todo y más era un sí tácito de su parte, porque no había motivo ni razón para privar a su novio de aquel deleite, sobre todo sabiendo que este no era así de posesivo y entregado en el sexo del día a día. Debía aprovechar las circunstancias, o eso remarcó su ofuscado raciocinio cada vez que Yunho pasaba la lengua por algún lugarcito erógeno de su piel.
Otra nalgada y sus sentidos despegaron con tal fuerza que su espalda se arqueó formando un lindo arco sobre la cama. Yunho entonces, sujetaba cada una de sus piernas en sus hombros y clavaba sus largos y delicados dedos en su interior, presionando de lleno la almohadilla de nervios que hacía vibrar su mundo entero. Estaba delirando de placer a tal punto que ya casi no atendía a los llamados del pelinegro, sólo sabía de su presencia gracias a los sonrientes besos que este dejaba sobre sus rodillas y las marcas en sus muslos como fiel recordatorio de su pertenencia.
― Y-yunho, Yunho...
Lloriqueó al saberse listo para la verdadera acción, llamando a su amante con desespero al tiempo que este parecía más entretenido en desvanecerse contra su cuerpo.
― Qué pasa, vida... ¿hm?, ¿quieres más?
Cuestionó su novio al ofrecerle una sonrisa, cesando sus actos para darle un bien merecido respiro.
Asintió tan pronto pudo recuperar el aliento, acto seguido, percibió al mayor inclinarse para dejar un beso en sus belfos y una de sus mejillas que ahora permanecía empapada por la concupiscencia de su alma.
Con la delicadeza de un galán, el pelinegro le tendió sobre la cama, todavía, aquel fino trato duró lo mismo que la calma, pues más rápido que una centella en el cielo, el mayor le tuvo de cara al colchón y con la pelvis elevada para él clavarse sin miramientos en su interior.
Aun estando pasmado, tomó como prioridad volver a llenar sus pulmones con el aire que el mayor le arrebató en una sólida embestida; ya después podría reclamarle por ser tan egoísta, aunque pensándolo bien... de qué serviría tal reclamo si lo que Yunho hacía se sentía tan bien. Su pareja apenas danzaba contra su cuerpo, arremetiendo tan lento y suave; su cuerpo acostumbrado a la intromisión siquiera ponía resistencia a la avaricia de su enamorado.
Por un momento el vaivén se prologó en la serenidad haciéndolo desesperar, pero no quería hablar para apresurar las cosas, no sabiendo lo difícil que era vocalizar algo coherente y mirar entre las lágrimas y la nube que cubría sus redondas gafas.
― ¿Se siente rico o prefieres que cambie de posición?
Le sorprendió cuando la pregunta de un jadeante Yunho llegó a sus oídos; tal parecía que el otro no podía dejar de lado su actitud complaciente, pese a querer lucirse como todo un ser dominante.
Negó con suavidad al ahogarse con las palabras otra vez, cerrando sus ojos mientras empuñaba las sábanas. En ningún momento el mayor dejó de moverse; el contoneo de sus caderas siguiera siendo tan tortuoso y divino como antes. Por suerte, el pelinegro entendió la insuficiencia que esto provocaba en sus entrañas, así que, luego de plantar un fugaz beso en su mejilla volvió a erguirse sobre sus rodillas para esta vez entregar una corriente continua de placer desmedido a su cuerpo.
Estocada tras estocada, iba perdiendo el juicio, la razón, siquiera recordaba otra cosa que no fuese el nombre de su amor. Ya no sabía dónde terminaba su cuerpo y empezaba el del pelinegro, estaban tan juntos que parecían uno sólo moviéndose a razón del deseo. Pero había finura en lo que practicaban y las luces sobre ellos se deleitaban con el amor que irradiaban practicando aquel acto tan íntimo.
Los gemidos y lloriqueos ahora le eran incontenibles, no podía mantener su boca cerrada, aunque poco le importaba seguir babeando las sábanas. Estaba firmemente entregado a deshacer hasta lo impensable en las ricuras que su novio entregaba, porque escuchando el fervor de Yunho sabía que este también estaba gozando de las convulsiones que producía en su cuerpo, de la calidez y estreches de este... eso sin mencionar las formas imposibles en las que se contorsionaba mientras era sujetado cual muñeca de trapo de los antebrazos a favor de seguir recibiendo la excesiva pasión del pelinegro.
― Y-yuyu... ¡A-ah, ah, p-ara por favor...!
Exigió con cierto desespero haciendo que su novio se detuviera de inmediato, saliendo de sus entrañas, al segundo siguiente ya se hallaba entre los brazos del mayor, quien buscaba entre sus facciones cualquier atisbo de dolor, incomodidad o molestia que pudiera haber resultado de un descuido.
Entregándose de brazos abiertos al protector embrace, se permitió recobrar el aliento antes de besar a un confundido Yunho, cuyo rostro desdibujó en cariño toda la preocupación de hacía un momento.
― S-sólo... sólo quería verte antes de llegar... s-sabes que me gusta que me veas cuando me corro.
Confesó en un hilo de voz pegando su sudorosa frente a la opuesta, aunque realmente quisiera desvanecerse por la vergüenza de dejar al descubierto sus verdaderos deseos.
Yunho por el contrario no se hizo de rogar y simplemente le besó con ternura y atendió a los antojos de su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos, empuñándole para avivar una vez más las flamas que quemaban en su vientre y mente.
― A-ah... Y-yunho-... Hyung, por favor...
Repetía en voz baja, aferrándose a los brazos y hombros del mencionado, manteniendo sus ojos cerrados y su boca a las proximidades de la ajena.
En jadeos y suspiros erráticos continuaba meciéndose, empujando su cuerpo al perseguir con desespero la pasión que acaecía en la incipiente necesidad de saciar aquella hambruna carnal. Qué importaba si lo hubiesen hecho esa mañana y el día anterior, y el que le precedía a ese... su cuerpo carecía de límites cuando se trataba de entregarse (amar) a Yunho.
Allí sentando a horcajadas en el regazo ajeno le fue difícil ignorar la dureza ajena que sin tapujo alguno se enterraba entre sus nalgas como queriendo buscar su camino a casa y por qué habría él de negárselo si anhelaba unirse otra vez al pelinegro que no dejaba de consentirle; con la diestra su novio le masturbaba y con la zurda le sostenía del rostro para no perder detalle de sus lágrimas desfilando por sus mejillas hasta quedar atrapadas en sus temblorosos labios, los cuales besaba una y otra, y otra vez...
― ¿Me quieres dentro de nuevo?... dime, princesa...
Preguntó Yunho con la voz rasposa; el pelinegro lucía incluso más afectado que él.
― S-Sí, Hyung... de nuevo, por favor...
Pese a su educación, el arrojo de esa confirmación hirvió en la sangre del mayor, así como el honorífico que tuvo el corazón de ambos retumbando como uno tan pronto el mencionado le colocó de vuelta en el mar embravecido para después colarse entre sus piernas con tal de hacer reales sus fantasías. Fue así como descubrió que su boca no había sido lo único en mojar las sábanas.
― ¡H-hyung, Yunho Hyung!...
Gritó extasiado, simplemente queriendo glorificar la destreza de las caderas ajenas cada que estas empujaban contra sí; atientas el pelinegro siempre lograba conseguir el ángulo correcto.
No escatimaba en lo absoluto cuando se trataba de amar a su novio y eso lo dejaba más que claro cuando se sumaba con ardor a los movimientos de este, encontrando las caderas del susodicho en cada estocada. Todavía, Yunho encontró irremediable el nivel de entrega de su persona cuando tuvo la osadía de lamer de la comisura de sus labios una gota de su sudor que cayó sobre estos; lejos de asquearle, el acto acrecentó sus impulsos.
Así continuó unificándose su adorado pelinegro. No sentía asfixia alguna con el peso de este sobre su humanidad, por el contrario, hallaba reconfortante el que sus pieles se rozaran sin obstáculo alguno floreciendo hasta el cansancio los capullos que emanaban el aroma de la lujuria. Pero más que embriagarse con esa esencia, lo que cautivó toda su atención fueron las estrellas atrapadas en los cabellos azabaches que se movían a razón de su dueño, luciendo como los espirales de una galaxia, la que a su vez permanecía encerrada en los ojos que tanto le amaban.
― Y-yuyu... e-estoy cerca, no te detengas... dame más, demuéstrame que me amas, Hyung.
Demandó al cruzar sus brazos en el cuello ajeno para así atraer al susodicho en un beso sofocante que su novio no dudó en corresponder; Yunho le entregó todo e incluso más de lo que era y tenía para dar.
Su virilidad que desde hacía rato se mantuvo desatendida ahora más que nunca se frotaba con descaro a los tensos músculos del plano abdomen del pelinegro, mojando la piel de este mientras él se vertía en su boca en una danza carente de coordinación.
Las embestidas entonces, volviéndose cada vez más erráticas mientras el mayor intentaba complacerle por todos los medios, presionando en la flor más sensible de su interior, acariciando su cuerpo, besando hasta lo impensable hasta provocar el estallido y hacer de sí mismo otra galaxia al centenar de estrellas que los observaban.
Su ascenso fue tan memorable e inigualable como cualquier otro, mas no llegó a nublarle por completo; entre jadeos intentaba seguir anclado a la realidad, sosteniendo al mayor desde la nuca para besarlo e imprimir palabras de aliento en su boca, esperando a inducir el mismo efecto en este. Confiando en sus pericias, no le tomó demasiado hacer que Yunho reventara dentro de sí, pintando el lienzo que siempre estaba listo para su pincel.
Quedando ambos desinhibidos a la templanza de la habitación, sintió al pelinegro suspirar complacido contra su cuello antes de plantar un beso justo bajo su oreja; acción que le produjo cosquillas.
― Mh... no sé si al final fui yo el que te dio el premio o tú a mí.
Comentó el pelinegro sonando cansado, aún sin salir de su cuerpo.
Todavía se hallaba demasiado sensible a los movimientos de este, su cuerpo de a poco aflojando los nudos a medida que descendía del éxtasis y se ponía en sincronía con el mundo de nuevo, pese a ello, igual soltó una risilla airosa al escuchar las ocurrencias de su novio.
― Creo que ambos nos dimos un merecido premio.
Murmuró al tiempo que peinaba los cabellos azabaches del mayor.
El sudor de sus cuerpos empezaba a secarse con el frío de la noche, haciendo un tanto incómoda la situación, incluso sentía molesto el pegoste que había entre sus cuerpos por su abundante corrida, sin embargo, no le quedaba más energía en el cuerpo para moverse y hacer algo por ello.
Sin darse cuenta cerró sus ojos y continuó abrigándose con el cuerpo ajeno mientras este dejaba uno que otro beso en sus clavículas.
― ¿Quieres que volvamos con los chicos después de limpiarnos un poco, mi bebé?
Cuestionó el mayor haciendo que entreabriera sus ojos, sólo para recibir la melosa mirada y sonrisa de siempre.
Optando por dejar que su garganta descansara se limitó a asentir, pero, llevándole la contraria a sus palabras, su cuerpo permaneció lacio en la cama.
En algún punto registró el besito esquimal que le obsequió su pareja seguido de un «Te amo.» justo antes de entregarse en un suspiro a los brazos del supuesto rey de los sueños.
˚
Aunque no fuese algo prescrito por el doctor, una noche de excesos como la anterior la creyó justa y necesaria para librarse de la tremenda carga emocional que le generó esa fatídica semana.
Imaginaba que al despertar su resaca le tendría caminando por todos lados a excepción del sendero floreado por donde deseaba guiar sus pasos, todavía, lidiar con guijarros incrustados en la planta de sus pies era lo que menos le importaba en esos momentos.
Suspiró entonces, despertando al ritmo de la mano que parecía querer sacarle de su ensoñación; las caricias que esta surtía eran tan templadas como su dueño, quien dormitaba con el tronco contra su espalda y la cabeza enterrada en su cuello.
«Hm... dormir otro ratito no me hará nada malo, ¿o sí?, hoy no hay que trabajar, Yunho no tiene que ir a la universidad, sí. A mimir.»
Sopesó a sabiendas de que el pelinegro que le hacía de cucharita grande no estaba realmente despierto; esbozó una sonrisa a raíz de ese pensamiento y lo que estaba implicado en ello.
Decidido a hacer valer su mañana, largó otro suspiro al tiempo que se acomodó para encajar su cuerpo divinamente en la curva que había hecho su amante para él, así... creyó ese el momento perfecto para rendirse a su voluntad y disfrutar la templanza del ambiente, mas, a los pocos segundos descubrió que el universo tenía otros planes para él.
― ¡Despiértense caras de verga tengo algo que...!, ¡Ah, Yunho, Mingi... por Dios!
Tan pronto Yoora irrumpió en la habitación con su chirriante anuncio dio un brinco sobre la cama, haciendo que la sábana que cubría la desnudez de su novio y la propia quedase a los ojos de la muchacha.
― Verga, deja de gritar nojoda, ¡es demasiado temprano para esto!
Sentenció algo cabreado, aunque realmente estuviese intentado tragarse la pena mientras recogía la sábana embojotada a los pies de la cama.
Mientras tanto, su novio parecía una roca apenas haciendo el ademán para con los brazos hacer que volviera acurrucarse a su lado; debía estar realmente agotado o muy acostumbrado a los chillidos de su amiga para no inmutarse ante tal escándalo.
― ¡Pero es que ustedes no tienen decencia!... ¡Cómo se les ocurre dormir desnudos!
Clamó la muchacha tratando de hacerse la indignada al mismo tiempo que cubría su rostro con una de sus manos.
Pese a estar adormilado, sin gafas y en medio de un ataque de pánico para cubrir las preciosas nalgas de su pareja, le constaba que la indiscreta castaña los observaba entre las rendijas que hacían sus dedos.
― ¡Deja de reclamarme que esta es mi casa!... ¡de paso deja de sabrosearte a mi novio delante de mí, pajua!
Protestó tras tomar una de las almohadas y lanzarla en dirección a la intrusa que, desde la puerta, esquivó el proyectil con la gracia de una gacela.
A los efectos de la conmoción, el pelinegro sobre la cama terminó de despertar frunciendo el entrecejo justo después de abrir los ojos y caer en cuenta del alboroto.
― ¿Por qué tanto escándalo?... qué verga es, qué hace Yoora aquí, salte de esta verga.
Demandó el pelinegro a secas mientras alzaba el brazo con la intención de espantar a su amiga como si se tratase de moscas sobre una tarta.
Estando ya bastante irritado, estuvo a punto de levantarse para cerrar la puerta cuando recordó el pequeño inconveniente que tendría debido a la escasez de prendas inferiores, ni siquiera tenía su ropa a la mano para vestirse.
― Ustedes si son malagradecidos, después de todo lo que hice por ustedes anoche, yo-...
― Ay sí, gran vaina... anda a joder a otro por favor, déjame dormir.
Interrumpió Yunho, sonando bastante irritado a sus oídos. El pelinegro entonces, hizo de sus piernas cruzadas un refugio para su cabeza mientras se abrazaba a su cintura.
― Es que tenía que decirte algo importante, pero con el tremendo espectáculo que vi se me olvidó. A ver... déjame pensar qué era.
Dijo la castaña tras recostarse del marco de la puerta para luego llevarse una mano al mentón.
Incrédulo ante la escena que presenciaba, abrió la boca para proferirle un par de obscenidades a la muchacha, sin embargo, esta supo callarlo antes de siquiera organizar sus ideas.
― Ay marico, no me acuerdo, pero... sólo pa'que sepan... Yeosang se volvió mierda y se vomitó en la regadera, pero Jongho lo limpió.
Ante la tan fresca confesión peló los ojos y apretó la mandíbula, sintiendo entonces como los humos se le subían a la cabeza.
― Espera, espera... ¿qué fue lo que limpió Jongho, la regadera o a Yeosang?
Inquirió un asqueado e irritado Yunho, quien por primera vez en todo el rato se dignó a dar la cara a la muchacha que ahora sonreía sin razón alguna a metro y medio delante de ellos.
― Ah tú ves, él limpió a Yeosang, pero Seonghwa se encargó de la regadera. Yo lo ayudé a limpiar, le pasé el cloro.
Explicó el metro y medio de risillas que desde la puerta parecía recrear la vivencia mientras se deleitaba con las muecas en las que sus rostros se desencajaban.
Cando mucho no tendría que preocuparse por los estragos del desliz de Yeosang, podía confiar plenamente en las habilidades de limpieza de Seonghwa, aunque en el fondo se compadecía del pobre por cómo había terminado su noche.
― ... Después prendí un incienso porque el Glade que tienen ustedes, verga...
Continuó la muchacha como si su anécdota fuese justo lo que Yunho y él esperasen oír para comenzar el día.
― Qué... ¿de dónde coño sacaste el incienso?
Cuestionó su novio al alzar el rostro de nuevo, mirando con incredibilidad y hastío a su amiga.
Honestamente, también le causó intriga, mas, para ese instante estaba tan inconforme con su vida que ni fuerzas tenía para rebatir a la castaña, siquiera de participar en esa conversación.
«A todas estas... ¿dónde coño se metieron los demás?»
Preguntó para sus adentros al tiempo que una de sus manos vagaba ofreciendo caricias a la espalda del pelinegro mientras de fondo la parlanchina de Yoora le daba rosca a su lengua.
― Pa'que tú veas... yo siempre cargo esas vainas encima, tengo de sándalo, mirra y... ¡Tengo uno de amor y sexo que es perfecto para ustedes!, es que esa vaina me la vendieron porque me vieron cara de mal cogida, pero yo no necesito amor ni sexo... yo lo que necesito es terminar la tesis, marico...
Murmuró la muchacha por lo bajo, teniendo una conversación con ella misma mientras su novio y él se veían las caras cual padres decepcionados de traer al mundo semejante ser humano disfuncional.
― Yoora, bebé... termina de irte marica... ya estás quedando mal.
Intervino su novio para cortar con el monólogo de la chica que, lejos de verse afectada por el comentario, mostró otra de sus singulares sonrisas.
― No, no, ya va. Es que ya creo que me acordé de lo que venía a decirles.
Se excusó la castaña al mostrar sus manos como si estuviese deteniendo un auto a mitad de la avenida.
Ante el comentario puso los ojos en blanco, imitando a su novio que cayó rendido de espaldas a la cama mientras él enterraba la cara en el colchón.
― No, pero préstenme atención, pendejos de la verga.
Reclamó la muchacha haciendo un berrinche bajo el umbral de la puerta.
De inmediato alzó su rostro y encajó su barbilla en el pecho del pelinegro, esperando a que la dichosa muchacha elaborara para así quizá, algún día, vivir el momento de su ansiada partida.
― Esto es ultra importante, píllense la vaina.
Comentó Yoora antes de cruzar la habitación y hacerse un espacio en la cama.
Estuvo a punto de reclamar el abuso de confianza de la susodicha, mas esta le cerró la boca al propinarle una mirada profunda que fácilmente le atravesó hasta el alma.
― Hoy es la cena con mis padres y más les vale que los dos asistan porque esta mierda me costó las bolas que no tengo. Así que... duerman, báñense, coman, lo que tengan que hacer en el día porque a las siete tienen que estar en mi casa ni un minuto más ni un minuto menos, ¿capisci?...
Concluyó la muchacha con la voz más gruesa de lo normal, la expresión en su rostro siendo tan antinatural que un escalofrío le corrió por la espalda; por qué sería tan rara esta muchacha.
Pasó saliva por su garganta seca mientras escrutaba a la chica que, hasta hacía escasos segundos había sostenido la mirada de su novio como si quisiera traspasar un cachito de sus pensamientos a través de esa conexión. No dudó que fuese algo posible, mucho menos que fuese algo importante, pues prontamente su novio asintió luciendo un semblante desganado, pero serio.
Acto seguido, la castaña se levantó de la cama y se fue a la puerta entre alegres brincos anunciando su despedida justo antes de cerrar la puerta. Pensó entonces que la tranquilidad ya estaba puesta en escena, sin embargo, un grito le impidió siquiera dar soltar un soplo de calma.
― ¡Me voy a la verga porque aquí no me quieren y porque alguien tiene que llevar a su casa a este poco'e carajito marico y rascao'!
Gritó Yoora a todo gañote a mitad del pasillo, despertando un par de risas en el camino; por el tono de esas voces daba por sentado que se trataba de Wooyoung y Yeosang.
Aunque irritado por todo el asunto, resolvió volver a su escondite de siempre entre los brazos que le recibieron gustoso, pero antes de siquiera poder hacer un comentario o ponerse cómodo un golpeteo en la puerta le hizo abrir los ojos. Exasperado al igual que su novio, se alzó para decirle al imprudente que se marchara, mas ambos quedaron con el reclamo enrollado en la lengua al ver de quién se trataba.
― Disculpen, sólo quería pasar a despedirme de parte de todos. Lamento todo el escándalo, Yoora no es la única que se levantó con ganas de joder.
Murmuró un apenado, pero sonriente Seonghwa.
Soltó un suspiro al escuchar el apacible tono del mayor y asintió, esbozando una sonrisa para tranquilizar al otro.
― No te preocupes, ya estamos acostumbrados, Hwa-Hyung.
Comentó un adormilado Yunho a su costado mientras seguía sosteniéndole entre los brazos.
― Si, bueno... espero hayas disfrutado tu cumpleaños, Mingi y-...
― Cómo no lo va a disfrutar con la tremenda sacada de agallones que le dio Yunho anoche.
Escuchó decir a un altivo Hongjoong, quien se coló tanto en el afectuoso discurso del mayor como en la habitación; sólo por el placer de hacerse notar.
― ¿Vieron?... nada nuevo. Bueno, disfruten su nuevo apartamento y escriban cuando-...
― ¡Hwa, vámonos, deja que Mingi tiene que hacerse cargo del problema que Yunho tiene entre las piernas!
Tras otra penosa interrupción la paciencia de Seonghwa menguó en un gesto de resignación y una sonrisa forzada que les ofreció antes de cerrar la puerta.
Para cuando finalmente escucharon el bullicio desvanecerse en el silencio, finalmente, pudo soltar la pesada exhalación que venía conteniendo, dejándose caer sobre el pelinegro, quien no se inmutó a su acción, pese a la rudeza de su caída.
― Recuérdame por qué siguen siendo nuestros amigos.
Comentó a modo de broma, obteniendo como respuesta una risilla desganada.
Por mucho que se quejara de las payasadas de sus amigos en el fondo creía que de ser ellos personas diferentes, jamás habrían sostenido aquella estrecha relación; en aquellos actos, gestos y palabras ordinarias recaía la confianza que tanto le reconfortaba.
Quizá para algunos fuese demasiado invasivo e inapropiado para denominar un vínculo de ese tipo una sólida amistad, pero, así como le criticaban por la relación que tenía con su adorado pelinegro, a él le seguiría resbalando el qué pudieran decir respecto a sus amistades; si esas personas entrometidas eran las que habían cuidado de él en uno de los peores momentos de su vida, no había mucho más que decir. Continuaría amando a sus amigos, a pesar de los dolores de cabeza y las cosas cuestionables que le hacían (y le instaban a hacer).
Con aquel consuelo en mente, se dejó hacer por el pelinegro que ahora lo amoldaba a conveniencia contra su humanidad.
― Lo bueno es que ya ninguno de ellos anda haciendo vainas de mal gusto cuando estamos cogiendo.
Aunque atrasada, la réplica de su novio le ensanchó la sonrisa de sus labios no tanto por las palabras, sino por la forma como fueron dichas: el mayor entonces se hizo con sus labios para presionar esas exhalaciones en su cuello entre besos fugaces mientras apretujaba su cuerpo desnudo bajo el amparo de las sábanas desteñidas.
― Creo que después de aquella vez que nos interrumpieron en casa de San y te volviste el increíble Hulk ya no les quedaron más ganas de seguir jodiendo...
Murmuró al tiempo que se llenaba las manos con hebras azabaches.
― Cómo olvidar eso... para mí fue memorable. Total, si sirvió no hay nada porqué lamentarse.
Musitó Yunho al ir ascendiendo con pausados ósculos por su cuello y mentón hasta plantar su boca cuidadosamente sobre la suya.
Aquel beso, aunque simple, logró robarle el aliento, dejándolo a merced de la creciente necesidad que de a poco iba expandiéndose desde sus entrañas hasta prosperar en su pecho.
Sin saberlo, envolvió las caderas del mayor con una de sus piernas y enlazó sus brazos tras la nuca ajena, permitiendo así que el susodicho continuara cubriendo en ternuras sus gruesos labios en esa extraña mañana veraniega.
― Hm... ¿qué fue lo que dijo Yoora antes de irse?... algo de que tenías que resolver un problema.
Murmuró el pelinegro al separarse de sus labios; tanto el sonido que hicieron sus bocas al separarse como comentario del pelinegro le cobraron un intenso sonrojo.
No pecaba por ignorante en esas situaciones, todavía, la malicia que pendía de la taciturna voz de su novio junto al empujón subjetivo del cuerpo de este contra el suyo le bastó para cohibirse; el ardor del pelinegro a esas alturas había superado los parámetros para considerarse una erección matutina. Pese a su retraimiento, prontamente halló valor en la certeza de los remolinos acaramelados que le contemplaban a la escasa distancia.
Dispuesto a seguirle la corriente al mayor alzó el rostro con el propósito de rozar sus bocas con el naciente deseo.
― ¿Por qué de repente estás tan insaciable, Yuyu?, ¿hm?... un par de besitos y ya estás así, tenías tiempo que no te pasaba.
Preguntó a razón de la auténtica curiosidad que además de mover sus labios impulsó a sus manos, las cuales fueron a parar a la espalda del mencionado.
En un suspiro, Yunho se deshizo ante sus caricias perdiendo el control por un instante al dejarse mimar, para después volver con ánimos renovados a la partida.
― Hm... qué te puedo decir... la bachata y el alcohol me ponen así.
Contestó su novio entre elaboradas inhalaciones.
Esperó entonces a oír el «Tú me pones así.» que usualmente Yunho habría usado para sazonar su piropo, mas lo supo innecesario al encontrar otra vez la mirada del susodicho; los ojos de este hablaban por sí solos, reflejando la pasión colmada de amor que deseaba para sí.
― Pero cómo así...
Insistió un tanto ido, sintiendo la cercanía del mayor tan abrasadora como para ahogarse con gusto. Se sentía ligero, pero no era la somnolencia o que le tenía danzando en un limbo, sino los casi dos metros de Yunho que se imponían ante su persona.
― Todo cachondo y con ganas de cometer... o que tú me comas a mí, cualquiera de las dos me sirve.
Replicó el pelinegro siendo tan honesto como siempre, buscando entonces las gafas del menor para ponérselas con cuidado sobre el puente de la nariz; gesto que agradeció con una efímera sonrisa.
Luego de oír la confesión sintió como si algo dentro de sí se rompiera, dando paso al desespero, sin embargo, antes de siquiera hacer algo, optó por agradecer su gesto antes de sincerarse también con el mayor.
― Mh... no me pegues las ganas, Yuyu... todavía me duele el culo después de lo que hicimos anoche.
En un tímido berrinche dejó expuesta la verdad, obteniendo al instante una risotada que poco hizo para aplacar el bochorno que se apoderó de su persona. Aun así, lejos de estar molesto, simplemente se afianzó al pelinegro, quien continuó sosteniéndolo cerca de su ardiente cuerpo.
― Pobrecito mi bebé... ¿quieres que te eche cremita?
Negó ante la propuesta, encontrándola un tanto ofensiva, pues el pelinegro rara vez se mofaba de esas desgracias, pese a ello, su amor rápidamente entendió que no estaba de humor para jugarretas.
Cual peso de pluma, Yunho lo cargó en brazos para acomodarlo de costado en la cama, tomando una de sus piernas para que volviera a montarla sobre sus caderas. De inmediato sintió un par de curiosos y largos dedos rozar el afligido anillo de músculos entre sus nalgas; en acto reflejo apretó su agarre en el cuerpo ajeno, enterrando su cabeza en el cuello ajeno mientras emitía un leve jadeo.
La posición en la que estaban era bastante comprometedora y si no fuera por todos los años que venían intimando, probablemente hubiese llorado de la pena, mas aquel era Yunho, su novio, en quién siempre podía confiar; cómo no iba a sentirse así de agitado.
― Yah, vamos a bañarnos y después te pongo la crema.
Ordenó el mayor tras darle una sutil nalgada.
Las palabras del aludido le tomaron por sorpresa, haciendo que al instante se apartase del pelinegro, buscando en su rostro algún atisbo de desagrado, sin embargo, lo único que pilló en este fue remordimiento y cariño.
Enternecido por la imagen y, con el corazón desbocado, reprimió una sonrisa al tiempo que Yunho hacía el amago de levantarse de la cama, entonces, le contuvo al poner una mano en su pecho. Para cuando reparó en su posición, ya estaba encaramado nuevamente sobre el pelinegro.
― Quiero desayunar antes de bañarme...
Expuso en un susurro que plantó sobre el mentón ajeno.
Yunho entonces se tensó por una fracción de segundo antes de volver a llenarse los brazos con su humanidad; lo tenía donde lo quería.
― ¿Desayunar?... no creo que sea buena idea que te bañes acabando de comer-...
Comentó el mayor aún sin adivinar sus verdaderas intenciones.
― Pero yo quiero tomar leche antes de ir a la ducha contigo.
Cortó al mayor con una sentencia que bien le supo a propuesta, una indecorosa, que el pelinegro no tuvo, pero ni un ápice de convicción para rechazar.
No tuvo que escuchar una respuesta verbal para saber que su novio estaba encantado de haber oído esas palabras salir de su boca; no era lo suyo hablar en doble sentido, mas, de vez en cuando se salía con la suya al hacerlo.
Sonriendo al sentir el anticipo en los nervios que exudaba su adoración no perdió el tiempo al descender con besos húmedos por los hombros de este, repasando sus clavículas con la lengua hasta trabajar sus pezones y, posteriormente, abrirse espacio en el valle de sus pectorales hasta acabar en el claro de su abdomen. Todo mientras quedaba cubierto por las sábanas que no habían desamparado sus jóvenes cuerpos.
― Un día de estos me vas a venir matando.
Murmuró su pareja en una pesada exhalación tan pronto sintió la calidez de su boca abrazar su virilidad.
El «Siempre dices lo mismo y aquí sigues conmigo.» que pensó obsequiarle al mayor pasó a mejor vida tan pronto resolvió seguir en lo suyo. Aunque estuviese contento por las reacciones de su novio y el anticipo que les erizó la piel a ambos, continuaba implorando a los cielo que no fuese evidente cuán oxidado estaba en la práctica; la teoría podía sabérsela al pie de la letra, después de todo, llevaba años haciéndole mamadas a Yunho, pero él no era fanático de hacer sexo oral. Todavía, eso no restaba la destreza que obtenía tras coger impulso.
Con ahínco continuó chupando y frotando su lengua contra la punta mientras con la diestra formaba una perfecta circunferencia en torno al falo hinchado del pelinegro. Agradecía que sus acciones quedaban parcialmente cubiertas por las sábanas, porque debía admitir que hasta para sí mismo, la manera como se estaba comportando si acaso no era grotesca, pero sí en extremo lasciva.
Cuando lograba no atragantarse con la palpitante carne del mayor se disponía a sorber, sólo para evitar el exceso de saliva que se interponía en su camino y cada vez que llevaba a cabo esta acción se aseguraba de que el mayor pudiera sentir todo en el proceso que conllevaba: desde la succión hasta pasar aquel exceso de fluidos por su garganta; contrayendo su glotis para prolongar el efecto placentero.
― M-mingi... m-mierda...
Tartamudeó Yunho al tiempo que alzaba sus caderas, provocándole una ligera arcada que supo controlar.
Ni siquiera se inmutó a las disculpas que vinieron después de ello, únicamente le importaba seguir regocijándose en las reacciones que estaba obteniendo. La parte más codiciosa de su persona anhelaba con desenfreno arrancar más de esos cánticos decadentes que llevaban su nombre bordado y el de ningún otro.
Todavía entre sus principales aspiraciones no estaba lucir impaciente (tomando en cuenta que no había planeado en lo absoluto el cómo sería su mañana y las actividades que tendría), sin embargo, a medida que la respiración del pelinegro se tornaba más laboriosa y sus movimientos más erráticos, que los nudillos de este se tornaban blancos a razón de la fuerza con la cual estrujaba las manos, no podía evitar sentir la necesidad de apresurarse para provocar el desahogo de su pareja.
Por ese motivo no le sorprendió en lo absoluto cuando empezó a bajar y a subir con rapidez por aquella longitud, cubriendo lo que no alcanza su boca con la zurda, mientras la diestra rozaba hasta lo impensable en caricias estimulantes que para el mayor eran más que bienvenidas. Todavía, su euforia tenía un costo y aquel era el bienestar de su mandíbula.
Maldijo para sus adentros cuando sintió la incomodidad acentuarse, teniendo que dejar su labor a mitad de camino, aunque no todo fue en vano; el espectáculo que hizo al librar la polla del mayor de su confinamiento bucal fue todo un deleite obsceno para el de cabellos azabaches, quien ahora veía por la ranura que hacía la sábana ya casi a punto de despedirse de ambos.
Sin mediar palabra alguna, se acomodó al costado de un Yunho haciendo a un lado las sábanas que ya no hacían más si no estorbarle.
― Dime cuando vayas a correrte...
Susurró contra la oreja del pelinegro a sabiendas que sus labios seguían calientes, mojados e hinchados; justo como le gustaban a este.
Como respuesta, sólo escuchó la profunda respiración del mayor y la tensión en sus músculos que prontamente se deshizo al empezar a masturbarlo, siguiendo la curva de su pene con los dedos y la palma de su mano.
Yunho no era de los que lloraban demasiado en medio del acto, mas, en esa ocasión, cuando su mano fluyó de maravilla a causa de la buena lubricación... el mayor no se hizo de rogar para ser escuchado. Encantado por la positiva retroalimentación besó el hombro desnudo de su pareja un par de veces antes de ser atajado por los cabellos con cierta rudeza; el mayor entonces, dejando las contemplaciones de lado lo guio hasta su boca, besándolo con determinación, chupando sus labios y lengua justo como él lo había hecho con su virilidad.
La acción supuso un revuelo en su interior, todavía, se contuvo de llamar la atención para preservar el protagonismo del otro y seguir con su labor. En una última mordida que dio Yunho a su labio inferior y, tras un jadeo, fue cuando finalmente el otro pudo elaborar en palabras que iban más allá de jadeos dichos entre maldiciones y elogios.
― Y-yah... estoy cerca, bebé.
Anunció el pelinegro luciendo tan acabado; como un sueño húmedo, con los ojos vidriosos y los pómulos pintados del color de sus labios.
Asintió un par de veces y sin detener el veloz movimiento de su mano, se posicionó dejando su boca a disposición del mayor, justo a tiempo para recibir la apoteósica venida de este.
El primer chorro cayó en su lengua, el segundo cruzó de sus labios hasta su mejilla y el último alcanzó el filo de sus gafas, lo que quedó... ni siquiera lo pensó dos veces antes de recogerlo con su lengua, bebiendo del otro como un hombre sediento hasta escuchar las quejas de un sobrecogido y pasmado Yunho.
Regodeándose en su triunfo, se movió campante en la cama para luego tenderse a los brazos del mayor, quien le recibió al instante, llenándole los labios con besos sin importarle el hecho de que pudiera probarse en su boca.
― Y qué tal estuvo tu desayuno.
Cuestionó Yunho tan pronto dejó de jadear y recuperó los estribos.
Soltó una risilla al oír la pregunta, sin embargo, se hizo el pensativo mientras el pelinegro se daba a la tarea de limpiar con las sábanas su mejilla y la salpicadura en sus gafas.
― Mh... qué decirte, he tenido mejores.
Expuso con simpleza, sólo para hacer rabiar al mayor, todavía, la reacción que obtuvo fue completamente opuesta.
― Con que sí... bueno, tendré que empezar a comer más piña.
Afirmó al encogerse de hombros.
La elocuencia en las palabras de su pareja le hizo estallar en carcajadas que más tarde fueron calladas por besos fugaces y ternuras de las que Yunho solía decirle siempre que, según él, actuaba con ternura.
Lo cierto es que, pese a no querer sacrificar la comodidad y los besos que cobraron fuerza, ambos consiguieron levantarse de la cama y ducharse sin demasiados inconvenientes; jamás alcanzaría a agradecerle de forma adecuada a Seonghwa por el magnífico trabajo que había hecho al limpiar no sólo la ducha, sino todo el baño. Incluso la sala estaba recogida, lo único fuera de lugar eran las decoraciones y los obsequios que seguían en la mesa de la cocina.
Recordó entonces el presente del WooSan y agradeció el que su novio aún estuviese aletargado como para recordar el asunto, aunque, definitivamente, en un futuro cercano estaría dispuesto a darle uso a esos juguetes.
Sin muchos ánimos de ponerse creativos, resolvió junto con Yunho comer tostadas con mermelada para el (verdadero) desayuno antes de ir en fila india hasta la cama. Ninguno se había preocupado siquiera en ponerse una muda de ropa antes de acostarse; el cansancio les había cobrado la jugarreta de la mañana dejándolos a ambos acurrucados, Mingi con su albornoz azul bebé y Yunho con uno a juego de color gris.
Si bien era conveniente decir que noche de excesos podía cobrárselas todas más una y ellos podían seguir usando eso como excusa para evadir la tortuosa realidad, el día seguía corriendo y los compromisos seguían esperando por ellos.
De no ser por la alarma de emergencia que ocupaba Yunho en su teléfono para evitar dormir demás en las tardes... quizá se hubieran visto en aprietos, aunque despertarse alarmados y con el tiempo en contra ya era una situación desventajosa, eso sin mencionar el hecho de que ninguno había preparado la pinta que se pondrían para atender al importantísimo evento.
― ¿¡Dónde más podría estar!?
Exclamó el pelinegro al revolver por quinta vez el closet en busca de su camisa blanca de vestir; la única que tenía limpia.
― ¡No me grites!... No tengo idea de dónde está, Yunho. Se supone que siempre tienes tus cosas listas, así que no te atrevas a echarme la culpa por esto.
Masculló en dirección a un iracundo pelinegro quien, al oír su respuesta, no hizo más que respirar profundo y pasarse una mano por los cabellos.
Conocía esa cara en el mayor, sabía que Yunho estaba sofocándose y los nervios que ponía la situación únicamente acrecentaban el desespero de este. Se mordió los labios mientras contemplaba el momento en que Yunho retornaba sobre sus pasos al closet para, en un último intento, dar con la prenda extraviada.
Para ser honestos, no sabía cómo algo así podía sacar de sus casillas al siempre compuesto pelinegro, todavía, quién era él para juzgar al mencionado si la mayor parte de la culpa era suya; de haber sabido que pasarían de largo durmiendo hubiera programado su despertador para levantarse más temprano. Suspiró al pensar en ello y negó con la cabeza antes de sumarse a la búsqueda.
Por fortuna, la camisa no tardó en aparecer cuando empezó a jorungar las pertenecías del pelinegro; la susodicha sólo había pasado desapercibida entre otras prendas de color similar. Con un obstáculo menos, arreglarse no fue la gran cosa: Yunho había optado por un estilo completamente sobrio; quien lo conociera y lo viera por la calle diría que su pareja andaba codeándose con millonarios, pese a que su ropa la había comprado en una rebaja a precio de ropa usada.
No había dudas de que su adorado pelinegro se veía demasiado apuesto en esos pantalones y zapatos de vestir, con esa camisa de botones perfectamente encajada... Yunho era un peligro para sociedad, algo tan injusto que por un momento se sintió mal de la simpleza de su atuendo.
― ¿Quedó bien?...
Preguntó su novio al entrar de improvisto en la habitación con un peine en la mano mientras él terminaba de ajustarse los puños de la camisa.
― ¿El qué?
Devolvió la pregunta un tanto desconcertado.
― Mi cabello, ¿quedó bien?... ya no sé qué hacerle para que se quede quieto.
Murmuró Yunho, desesperado por obtener una respuesta rápida.
Sin poder evitarlo soltó un bufido y se acercó al mayor para tomarle del rostro, impidiendo así que escapase para ir a retocarse al baño.
― Yuyu, yuyu... respira, por favor. Te ves perfecto, tu cabello se ve bien. Te ves como salido de un vídeo de Kpop, como todo un idol. Ya no dudes más, ¿sí?... les vas a dar una buena impresión.
Habló a complacencia, ofreciendo una sonrisa a su amor.
Con sus manos enmarcó la carita trompuda carita de un escéptico pelinegro hasta que este pareció acceder a su voluntad. Tras una pesada exhalación, sintió al susodicho librarse de la carga emocional que llevaba en los hombros, los cuales repasó con sus manos para aplanar los pliegues de la camisa ajena.
― Lamento haberte gritado antes, s-sólo-...
Comenzó un apenado Yunho.
― No te disculpes, mi amor. Anda mejor a pedir el taxi que ahora sí estamos sobre la hora, yo voy a terminar de arreglarme.
Concluyó para luego plantar un beso en los labios de su novio.
Sin nada que objetar, el mayor salió de la habitación para ir en busca de su teléfono, mientras él resolvía acabar con el trabajo inconcluso en su camisa y colocarse los zapatos; sólo tendría que arreglarse el cabello y colocarse algo de brillo de labios y estaría listo para salir. Sin embargo, antes de siquiera llegar al baño, le tocó enfrentarse nuevamente con el exaspero de un rabioso pelinegro.
― ¿¡Cómo que no tienen unidades disponibles!?, ¿¡quién está en la ciudad, la reina de Inglaterra!?...
Vociferó su novio cual rugido de león en plena sabana africana.
«No, Dios mío... por favor, no hoy.»
Pensó para sus adentros al quedarse de pie, estático.
― No, pero-... ¡Necesito un taxi ahora, no dentro dos horas!... Yah-... sé que no es culpa suya, pero-... ¡ugh, olvídelo!
Exclamó el pelinegro contra el teléfono; segundos más tarde trancó la llamada.
Con las manos hechas puño vio a su novio a escasos metros delante de sí deshacer su perfecto peinado al pasarse la zurda por la cabeza al tiempo que caminaba como león enjaulado. No creyó prudente ir a calmar al pelinegro como hizo minutos antes, sin embargo, no tuvo siquiera que acercarse hasta este, en un abrir y cerrar de ojos ya tenía al pelinegro tirando de su mano.
― Y-yunho, no estoy-...
― No podemos espera más, Mingi. Tenemos que irnos en autobús si queremos llegar a tiempo, que se joda lo demás.
Y el pelinegro tras exhortar tal resolución cumplió con su palabra. Al ofuscado Yunho le importó un comino el que ese día hubiese un importante desfile en el centro de la ciudad, tampoco le dio importancia al hecho de esquivar a una anciana para colarse en el autobús justo antes que este arrancara.
Debía resaltar el hecho de que jamás en todos sus años conociendo al pelinegro lo vio tan atacado, ciertamente, no era un lado que mereciera la pena elogiar, mas no tenía voto ni opinión que pudiera prelar por sobre los objetivos de su novio; tenía que morderse la lengua y tragarse sus reproches porque de esta noche dependía parte del brillante futuro profesional que Yunho anhelaba crear.
De pronto, recordó aquella noche en casa de Yoora cuando la susodicha les contó sobre sus planes y las opciones que tenían; la oración con la que ahora creía les había condenado el día... «Es sólo una cena, qué puede salir mal.»
Soltó un bufido al recapacitar en ello, mirando hacia el techo del autobús al tiempo que afianzaba el agarre que el pelinegro tenía en su diestra. El susodicho no había soltado su mano desde que salieron dando tumbos del apartamento, detalle que le pareció apropiado, porque de no sentir esa cercanía, de no contar con el peso reconfortante de su amado en su mano, la situación para ambos se hubiese agravado; con Yunho a su lado no debía temer.
«Mente positiva, Mingi. Todo va a salir bien.»
Se animó con esas palabras justo antes de bajarse en la parada junto a su novio. Quizá el comienzo de ese corto viaje hubiese sido un desbarajuste, pero ello no condicionaba el que la cena con los padres de Yoora fuera por el mismo camino.
Por suerte el autobús no les dejaba muy lejos de su destino, sin embargo, le pelinegro estando tan nervioso no quiso confiarse. Así fue como terminó corriendo entre las callejuelas de los elegantes suburbios de Seúl hasta llegar sin aliento a la enorme entrada de la casa, mejor dicho, mansión donde residía uno de sus tantos pesares.
― Espera, Yuyu...
Dijo para tener a su novio antes de que este pudiera tocar el timbre, acto seguido, se acercó a este para arreglar el alboroto azabache que tenía por cabello.
― Yah... no quedó como hace rato, pero está bien... y con suerte nadie se dará cuenta que olemos humo de carro.
Comentó con cierto desaire. Pese a ello, su novio le devolvió el gesto con una sonrisa y una caricia en su mejilla.
Tras adoptar una actitud más serena y respirar varias veces, Yunho volvió a revisar la hora de en su teléfono; habían llegado en la raya. Todavía, ambos tenían los nervios a flor de piel y esto sólo fue en aumento cuando el mayor resolvió, finalmente, presionar el timbre con su dedo índice.
Aguardaron unos segundos en espera de una respuesta, mas todo continuó igual, siquiera habían escuchado alguna tonada al presionar el botón. Estando desconcertado, estuvo por sugerir a su novio que llamara directamente a Yoora para que viniera a abrirles, no obstante, las palabras quedaron envueltas en su lengua cuando la puerta delante de ellos se abrió dando paso a un hombre de mediana edad vestido de punta en blanco.
― Bienvenidos, joven Jeong, joven Song... los señores Kim aguardaban por su presencia, sígame por favor.
Incrédulo ante el recibimiento, pensó por un momento en decirle a su novio que era mejor regresar a casa; después de todo, los lujos no eran lo suyo y el que se sintiera intimidado de esa manera le hacía sentir verdaderamente incómodo.
Pese al recelo que cargaba, Yunho no dudó en volver a tomar su mano, enlazando sus dedos para seguir los pasos de aquel mayordomo en dirección a la suntuosa y moderna vivienda que ante ellos se desplegaba; no le cabía la menor duda, la familia de Yoora estaba como quien dice: «Nadando en billete.»
Sintiéndose un tanto acomplejado por la entereza de su ser en aquel espacio tan magnánimo, se pegó a la espalda del pelinegro, quien no pareció inmutarse demasiado al candelabro que colgaba sobre sus cabezas en el recibidor, tampoco al centenar de finas pinturas y esculturas que decoraban los muros de la espaciosa estancia.
― ¡Yunho, Mingi, no me jodas, por qué tardaron tanto marditos!
Por un instante le resultó difícil creer que aquel recibimiento tan marginal había salido de la boca de la primogénita de los dueños de la mansión, mas, en sus adentros estaba feliz de que Yoora pudiera ser la misma ordinaria dentro y fuera de su casa.
― Cómo que tardamos, toqué el timbre a las siete en punto como querías, pajua.
Dijo su novio entre dientes, justo después de cambiarse los zapatos por el lujoso par de pantuflas que el mayordomo le facilitó.
Al recibir las suyas ni siquiera supo si dijo gracias o se quedó mascando el aire, pensando que jamás en su vida había tocado algo tan suave; casi parecía que estuviese caminando con nubes en los pies.
― Ay, si hablas paja. Está bien míster puntual yo-... qué le pasa al novio tuyo, ¿ya lo rompiste o es que hay que reiniciarlo?
Inquirió la muchacha apuntando en su dirección al tiempo que veía a su novio con una perfecta ceja enarcada.
― No le pasa nada es que no está acostumbrado a tanta fanfarria.
Contestó el pelinegro sin darle mayor importancia mientras terminaba de colocarse sus pantuflas.
― Ah, mira tú pues... yo tampoco, así que no te sientas mal, Mingi.
Dijo Yoora con cierta frescura justo antes de obsequiarle unas palmaditas en la espalda.
La acción además de sacarle del trance le hizo sentir bastante abochornado, pero prefirió guardar silencio y apartar la mirada del mayordomo que los observaba con un semblante indiferente, aguardando a cualquier mandado.
― ¿Y tus viejos?, para qué me hiciste venir tan temprano si no están aquí.
Cuestionó un exasperado Yunho; todo el revuelo de la tarde le estaba pasando factura.
― Están en el patio agarrando sereno, la mai mía dizque necesitaba salir del encierro a... no sé la verdad porque hace un calor de las mil putas allá afuera.
Respondió la castaña con desinterés al tiempo que se mecía entre un pie y el otro.
Aunque la hiperactividad de Yoora no fuese una sorpresa para ninguno, bien sabía que la piquiña que tenía su amiga en ese preciso instante se debía a los acontecimientos que estaban por ocurrir. Respiró profundo y sin darse cuenta volvió a enterrarse al costado de su novio mientras este continuaba contándole a la muchacha la tertulia por la cual habían tenido que pasar para llegar con vida a ese lugar.
― Verga, sí es cierto que hoy era esa vaina... qué loco. Bueno, al menos están aquí, eso me sirve y a mis padres también. No sé si quieras ir al baño a echarte ambientador encima porque de verdad que el olorcito a autobús si se siente.
Sugirió Yoora para luego señalar una de las ene como cinco puertas que habían al final de la habitación.
Lejos de sentirse ofendido, su novio asintió y le llevó consigo hasta el tocador; sólo cuando este cerró la puerta pudo volver a respirar, cayendo en cuenta (una vez más) de la realidad ante sus ojos.
― No sabía que Yoora estaba tan podrida en plata... o sea, me lo imaginaba, pero esto es demasiado.
Soltó a mitad de su exhaustiva inspección al baño de visitantes; la mitad de las cosas que había en aquel lavabo ni sabía para qué servían, la otra parte... viendo lo lujosas que eran, pensó que jamás las usaría bien.
― No te espantes al ver esto, ya viste que Yoora es más ordinaria que pasa palo'e yuca, tú sólo disfruta y luce todo bonito como siempre, mi amor.
Murmuró su novio tras haber terminado de lavarse las manos y la cara.
Desde su lugar, recostado sobre el mueble del lavabo, vio al mayor secarse la cara con una de las esponjosas toallas al costado del lavamanos. No pasó mucho tiempo para que este terminara y se acercara hasta él; pasó entonces de estar mortificado a caer en la trampa que eran los brazos de su novio.
― Un día de estos... quizá no en un futuro cercano, pero sí algún día... te daré todo esto y más, así que acostúmbrate, vida.
Dijo un sonriente Yunho, contándole sus aspiraciones con tal certeza y dulzura que terminó abrumado.
Imitando al susodicho, se inclinó para juntar sus labios en un casto beso antes de juntar sus frentes. Ambos se mecían ligeramente, olvidando por un momento el lugar donde estaban y las personas que de seguro estaban esperando por ellos.
― Sabes que no tienes que darme nada de esto para hacerme feliz...
Murmuró tan cerca de sus belfos que sus palabras se transformaron a razón de la intención en caricias.
― Eso ya lo sé, pero no estaría de más intentar de todo.
Concluyó el pelinegro con aquella oración que se le antojó como el final abierto de algún cuento.
Acongojado, decidió encontrar la mirada ajena y... grave error; tan pronto atrapó esos remolinos castaños, se prendó de inmediato. Su frenético corazón lo sentía a la par del ajeno y del ambiente que de pronto se tornó más cálido, más romántico. Las luces perfectamente posicionadas del lavabo los cubrían con sutileza, instándolos a olvidar y sucumbir a tentaciones desconocidas.
Honestamente, hubiese querido quedarse allí para siempre a escuchar las promesas del pelinegro entre besos, todavía, cuando las responsabilidades llamaban a la puerta, uno tenía que atenderlas.
― ¿Aló?... ¿están vivos o se los tragó la poceta?
Preguntó Yoora al otro lado de la puerta.
Su novio que hasta hacía nada había estado galante, suspiró, dejando caer la cabeza sobre su hombro.
― Verga, si eres ladilla... Estamos vivos. No, no estamos cogiendo. Ya salimos.
Tan pronto su novio terminó de hablar se apartó a regañadientes de su cuerpo y le dejó espacio para que se aseara.
Si bien la presión del momento no era tanta, no se dio postín alguno para refrescarse; por suerte tuvo tiempo de sobra para retocarse el brillo de los labios antes de salir y dar la cara a Yoora que los miraba esparramada sobre uno de los sofás.
― ¡Por fin!... bueno, yo creo que ya es hora de terminar con esta paja y presentarles a mis viejos, así que... síganme los de dudosa orientación sexual.
Comentó la muchacha al pararse de un brinco del sofá y hacer una seña con la mano antes de echar las piernas a andar.
Sonrió al ser testigo de aquella payasada y, con una mano sobre la de su adorado pelinegro, siguió los pasos de la castaña por entre los pasillos de la casa hasta llegar a un salón con grandes puertas francesas al fondo.
Sin siquiera dar la orden, el mayordomo se adelantó a la muchacha, abriendo las puertas para luego arrimarse al costado, dejando pasar a la susodicha que no hizo más que darle las gracias antes caminar entre tumbos hacia la única mesa de la terraza donde descansaban dos personas acomodadas en amplios y mullidos sillones.
Tragó saliva y se afianzó a su novio para dar los siguientes pasos que los guiaron a la altura de las eminencias que desde hacía rato esperó conocer.
Su primera impresión de los padres de Yoora es que la niña en cuestión no la podrían haber negado ni queriendo; la muchacha era la mezcla perfecta entre ambos, agraciada como su madre, certera como su padre. Podrían verse como coreanos promedio, mas indudablemente estaban rodeados de un aura de grandeza.
― Pero qué ven mis ojos... qué jovencitos más apuestos. Yunho se ve mejor en persona que en las fotos que nos has mostrado, Yoora.
Comentó la madre de la susodicha, quebrando el hielo que hasta hacía sólo milésimas de segundos sintió entre ellos.
Un respiro de alivio le recorrió por completo ante el cumplido, todavía, esto no impidió que soltase el agarre del sonriente pelinegro a su lado; agradecía que a Yunho le importase cuán sudorosas pudieran ponerse sus palmas.
A modo de saludo los dos terminaron por hacer una reverencia antes de introducirse, mientras un poco imperturbable señor Kim pasaba su mirada del jardín a ellos.
― Bueno, aquí los tienen... son mis únicos amigos y por si no les quedó claro, son jevos. Ahora, ¿no sienten como que va pegando el hambre?... por qué mejor no vamos a-...
Comenzó la castaña tratando de redirigir tanto la conversación al elemento principal.
― ¿A dónde vas con tanta prisa, hija?... Deja que hablemos con tus amigos un momento, es la primera vez que traes gente a tu casa y ya los quieres echar. Dónde están tus modales.
Interrumpió el padre de Yoora, llamando la atención de todos los presentes.
No pudo evitar quedar sorprendido ante lo serena que era la voz de aquel hombre que de lejos podría parecer intimidante. Tal parecía que los padres de Yoora eran buenas personas, pero todavía quería guardar las apariencias, dado que jamás había tratado con personas de ese estrato social no pensaba que estuviese de más mostrarse como un muchacho educado.
― Es cierto, hija... estuvimos esperando que decidieras traer a tu amigo Yunho desde que lo conociste, de eso hace cuántos años... ¡son más de los que podría recordar!
Reclamó la mujer sin malicia alguna en su voz; la verdad es que le recordaba a su propia madre por la forma como actuaba.
― Ay, mami... no seas exagerada. Pero es que ya saben, yo-... ay, no sé, mejor tarde que nunca, ¿no?
Se excusó una apenada Yoora.
Con un simple gesto la muchacha procedió a ofrecerles asiento en las sillas próximas a la mesa, las cuales ocuparon sin pensarlo dos veces.
Cuando atravesó la puerta de entrada, siquiera las hermosas puertas francesas, pensó en su vida que entablaría una plática animada con personas tan simpáticas; todavía le parecía irreal el hecho de estos ni siquiera se hubiesen inmutado a sus preferencias sexuales (a su relación con el pelinegro), más bien parecía como si los admirasen por ello. Al menos esa fue la impresión que le dio cada que Yoora o cualquiera de los presentes hacía una acotación al respecto.
En definitiva, podía ver mucho de Yoora en sus padres (y viceversa) entre los ademanes y aptitudes elegantes, mas, sin duda alguna lo chabacano era un rasgo intrínseco e irrepetible de la muchacha.
Para cuando se vino a dar cuenta, dos horas ya habrían pasado entre tragos e interesantes anécdotas sobre los viajes de la familia, sobre las hazañas de la pareja para llegar hasta donde estaban. Tal parecía que el padre de Yoora se convirtió en un magnate a razón de su sangre, sudor y lágrimas, empuje que tanto Yunho como él valoraban. La pareja en cuestión tenía un pasado inspiracional, algo que no cualquiera podía ofrecer y es que era aquella soltura y facilidad con la que hablaban con ellos lo que le hizo sentir a gusto.
No recordaba en su vida participar tanto en una conversación, usualmente era Yunho quien tomaba la palabra y se cercioraba de dejarlos en buenos términos delante de los adultos mayores, de vez en cuando debía ayudarlo a limar asperezas, pero esa tarde ninguno hizo más que ser quienes eran delante de los padres de la castaña quien, encantada, admiraba el fruto de su perseverancia.
― Quién diría que podrían ser jovencitos tan interesantes... es decir, Yoora nos habló maravillas de ustedes, pero esto superó mis expectativas.
Habló la mujer a su izquierda, llevando la copa que llevaba rato meciendo en su mano hasta sus labios.
A los efectos, se rio con cierta timidez cubriendo su boca con una de sus manos, el pelinegro a su lado no estaba mejor, Yunho tenía las orejas rojitas del bochorno que cargaba, sin embargo, lo sintió como algo positivo; era agradable saber que podían ser ellos mismos delante de esas personas.
Transcurrido un tiempo, el padre de Yoora decidió trasladar la animada plática a la mesa del comedor, ni bien cruzó la puerta de la sala el aroma de la comida hizo a su estómago dar un vuelco de interés, mas quedó pasmado al ver el exquisito banquete que aguardaba por ellos en la mesa. De más estaba decir que se le hizo agua la boca y Yunho a su derecha no estaba en mejores condiciones; al mayor se le iluminaron los ojos al ver los panes y acompañamientos que jamás habían degustado.
Pese al encantamiento de los olores y la buena pinta de la cena, ambos supieron disimular ante el ojo crítico de Yoora, sentándose a la mesa justo donde esta les indicó: Yunho frente a la madre de la susodicha y él de frente a esta; el señor Kim, como era de esperarse, tomó asiento a la cabeza de la mesa cual vistoso monarca.
― Bien, espero la cena sea de su agrado. Yoora le mencionó algo sobre lo que les gusta comer al chef para ahorrarnos cualquier percance, así que... adelante.
Expresó el hombre de la casa con singular simpatía.
Cohibido por el detalle de la familia, ofreció al padre una sonrisa y un leve asentimiento, sin embargo, al bajar la mirada y ver los cubiertos que bordeaban su plato estuvo a punto de sufrir un colapso.
Contó al menos cuatro cucharillas distintas de las cuales conocía a penas una y no estaba seguro siquiera de si esa era la correcta para tomar la crema de vegetales de su tazón. Sin saber a quién preguntar, miró en todas direcciones hasta dar con la mirada de Yoora quien, discretamente se dio a la tarea de socorrerlo al apuntar con su dedo la cuchara del medio.
Agradecido, tomó el utensilio y se dispuso a dar la primera probada, al instante sintió que en su boca estallaba un arcoíris de sabores inigualables que le dejaron con ganas de más. No se inmutó siquiera a las voces de fondo, sólo siguió hundiendo la cuchara en el tazón hasta acabar la preparación.
A su derecha, Yunho de vez en cuando giraba complacido para verlo comer mientras seguía el hilo de la conversación; no fue sino hasta que dejó la cucharilla en su lugar que alzó la mirada y resolvió reintegrarse a la plática.
― ... En los últimos meses el gobierno ha puesto presión para que las compañías cumplan con la normativa ambiental. Ya nada es como antes y ahora cada proceso debe ser estudiado minuciosamente para minimizar los impactos, pero tú y yo sabemos que eso... es dinero que cuesta recuperar, ¿no muchacho?
Comentó el padre de Yoora al mirar en su dirección, tomándolo desprevenido con aquella pregunta.
― P-pues, sí... pero cuán malo podría ser una inversión de ese tipo si a la larga se traduce en un beneficio para la empresa, es decir, tener todo en regla previene las multas y reduce los altos costos por mantenimiento y reposición de maquinarias.
Habló con total propiedad, tratando de usar cada minucia de conocimiento que pudiera haber aprendido en las clases del pelinegro.
Conservando su estoicismo y postura erguida, se mordió los labios para evitar sonreír cuando hasta su propio novio le vio incrédulo ante las palabras que acaban de salir de su boca.
― ¡Bien dicho, muchacho! Vaya, Yunho... de verdad te sacaste la lotería con Mingi, alguien que estudia comunicación social y tiene esta facilidad para hablar sobre procesos vale todo su peso en oro.
Sentenció el hombre, sonriendo tras dar una palmada en el hombro de un atónito Yunho.
Satisfecho por su pequeña hazaña, se regodeó en los elogios que el hombre continuó adjudicando a su pareja y a él, mientras las señoras de servicio recogían los platos para empezar a servir el plato fuerte.
Ante sus ojos, la mesa cambió llenándose nuevamente con un aroma celestial y otros cubiertos que esta vez no tardó tanto en descifrar para qué era cada uno. Todavía, nada más viendo la platería y la cena que estaban por devorar, pensó que todo lo que estaba sobre la mesa debía costar incluso más que su propio apartamento.
«Por los vientos que soplan con tal de que ni Yunho ni yo rompamos nada, creo que esta cena acabará de maravilla.»
Comentó para sus adentros antes de empezar a comer el delicioso risotto que esperaba por él en su plato.
― Entonces... Jeong Yunho, ¿no?...
Empezó el señor Kim tras limpiarse con la servilleta de su regazo, tomando luego la copa de vino que recién habían llenado el mayordomo para él.
― Ese es un apellido remarcable en el mundo de los negocios. Así que... cuéntanos, quién es el hombre que te enseñó todo lo que sabes. Yoora se ha negado a contarnos desde que nos habló de ti.
Finalizó un tanto pensativo, antes de dar un sorbo al vino y dejar la copa en su lugar.
Aún con la boca llena y, sabiendo exactamente a qué se refería el hombre, le costó trabajo tragar al escuchar aquella pregunta. Por el rabillo del ojo vio a Yunho erguirse en la silla tan tenso como una viga, su cara no mostraba emoción alguna, mas sabía por experiencia la angustia que el pelinegro estaba tragándose en ese momento.
― Jeong Seunghyun, señor Kim... ese es el nombre de mi padre.
Soltó Yunho a secas, con la mirada distante y las manos sobre su regazo.
Parecía mentira lo que un simple nombre podía causar, pero siendo el designio de un alma infame (alguien a quien sabía de antemano mencionaban las malas lenguas en los lugares más recónditos de Corea) ... qué más podía esperar, sino la merma de la alegría colectiva hasta alcanzar su penosa cristalización; frío fue lo que sintió en la estancia que hasta el momento resplandecía cálida.
Se relamió los labios y dejó los cubiertos sobre la mesa justo antes de bajar sus manos y, con extremo sigilo, buscar una de las del pelinegro bajo el delicado mantel que vestía la mesa. En acto reflejo, el mayor le sostuvo con fuerza implorando sin palabras su permanencia y soporte; dos cosas que no dudó en ofrecer apenas en una caricia, en una exhalación.
De soslayo vio al hombre de la familia compartir miradas con su esposa. Ambos parecían pensativos, para nada alegres, todavía, ninguno mostraba signos de querer acabar aquella velada con una tajante despedida.
― Es bueno saber que no siempre los hijos son el reflejo de sus padres.
Fue todo lo que salió de la señora al otro lado de la mesa.
Yoora como nunca se reservó cualquier comentario su opinión, comportándose entonces como una verdadera jovencita de la alta alcurnia.
Aunque no fuese ofensivo, en sí, el comentario de la dama no supuso un alivio para ninguno, Yunho seguía aferrado a su mano en espera de una señal, un despido directo para desertar de allí, sin embargo, tras un minuto en completo silencio el hombre a la cabeza libró su mentón del confinamiento de su mano anillada para conferir una respuesta.
― Ahora entiendo por qué Yoora se reservó algo tan importante. Creo que sabes que tu padre no es una persona de fiar, Yunho, pero más que eso... tu padre ha sido una de las personas más difíciles con las que he tenido que lidiar.
Habló el señor Kim desde su lugar, tomando nuevamente la copa para de un solo trago acabarse el vino.
Hubo una pausa demasiado intensa en la que contuvo el aliento, su corazón comenzó a martillar tan fuerte contra su pecho que incluso tuvo miedo de este delatara sus nervios, todavía, la mano de Yunho sobre la suya le dio fuerza para esperar y soportar lo que viniera.
― Quién diría que Corea fuese tan pequeña... sentado aquí a la mesa con el único hijo del hombre más deshonesto que haya tenido la desdicha de conocer, pero mi esposa tiene razón... es bueno saber que siempre hay una excepción a la regla.
Comunicó el hombre antes de volver su atención a su cena como si nada hubiese pasado.
Confundido por el desenlace de los hechos, miró hacia Yunho, quien le devolvió la misma mirada desconcertada acompañada de una innegable preocupación. Sabía que estando así el pelinegro no abriría la boca, pero él necesitaba llegar al fondo del asunto; con suerte no metería la pata y daría valor al pelinegro para arremeter contra la barrera que ahora había entre ellos.
― ¿De verdad lo conoce, señor Kim?... al padre Yunho, él-...
Habló en voz baja, escogiendo sus palabras con cuidado para segundos más tarde ser interrumpido en el acto.
― ¿Conocerlo?, ¡por supuesto!... El hombre tiene sus narices metidas en los asuntos de todo el mundo. Siempre buscando lo que no se le ha perdido... me sorprende que no haya ido a parar a la cárcel todavía después de lo último que hizo.
Confesó el hombre con cierto desaire mientras seguía comiendo.
No entendía como el padre de Yoora podía continuar con su cena con la penumbra que tenían encima, con el estómago anudado, tendría suerte si llegaba al postre sin devolver lo que había ingerido.
― ¿Qué fue lo hizo?
Saltó un furioso pelinegro de la nada con aquella pregunta que, si bien no descolocó al hombre, lo dejó con una ceja enarcada; sólo oró porque la bravura de su novio no alterara al cuarentón.
― Estafó algunas compañías al venderles un supuesto software de uso profesional para control y depuración de sistemas que en realidad resultó ser una herramienta de hackeo.
Expuso el hombre, anticipando entonces la siguiente reacción del pelinegro a su izquierda.
Tragó en seco ante la revelación, sintiendo la ira de Yunho alzarse a niveles insospechados; aunque intentase enmascarar su sentir, tanto el fruncir de los labios como las orejas rojas del aludido le delataban. Preocupado, detuvo a su pareja al llevar una mano al pecho de este cuando hizo el amago de levantarse.
― Si tienes algo que decir muchacho, sólo hazlo. Creo que estamos en confianza, ¿no, Mingi?
Al oír su nombre buscó la mirada del señor Kim, encontrando en esos ojos la oportunidad para salvar a su novio de un inminente desastre.
― Yo-... Lamento esto. Yunho simplemente no se lleva bien con la idea que por culpa de su padre la gente hable mal de él a sus espaldas.
Murmuró un tanto vacilante.
― Pero creo que hemos dejado en claro que no aquí no pensamos así. Opino que tu novio tiene que sacarse del pecho lo que siente, no lo detengas, pero antes... Querida, por qué mejor tú y Yoora no van a la sala, quiero un momento a solas con estos caballeros.
Sugirió el hombre completamente confiado de lo que decía.
A su lado su esposa e hija parecían muñecas de porcelana, todavía, sentía que Yoora estaba igual que su novio a un paso de romper hervor. Pese a su estado, la muchacha acató la orden sin poner objeción, mas no se despidió de ninguno al darse la vuelta y seguir los pasos de su madre.
Aún con cierta duda y, sintiendo la presión de aquel hombre, se encomendó a Dios al soltar a su novio, permitiendo así que librase todo aquello que, tal como dijo el señor Kim, necesitaba obliterar de su sistema.
Entonces, lo que pensó sería una cena común dio un giro inesperado al convertirse en una especie de terapia. El padre de Yoora, así como todos sólo escuchaban con atención a Yunho, quien de vez en cuando debía parar para recuperar el aliento.
Desde una explicación a detalle hasta una disculpa intercalada en pesares, el pelinegro desparramó en la mesa todo lo que sentía respecto a su padre, contó hasta la última de las artimañas que le descubrió al hombre y no escatimó en detalles cuando le tocó contar las penurias por las cuales les hizo pasar; llegado ese momento no hizo más si no bajar la mirada, mas hasta el último instante lo que vio en los ojos del padre de Yoora era emoción. Todavía, tal exaltación le hizo cohibirse al punto de pedir por una pausa para ir a tomar aire.
Por mucho bien que pudiera hacerle aquel desahogo a su pareja, estaría mintiendo si dijera allí que ello le suponía el mismo efecto, la verdad... es que mientras más lo hablaba y lo escuchaba peor se sentía de saber que esa era su vida y la de Yunho.
― ... pero aún no encuentro la manera de resolver todo este problema y ya no se trata sólo de mí. Estoy harto de que Mingi tenga que vivir con miedo en la calle y de tener encerrada a mi madre.
Dejó ir el desairado pelinegro para concluir la intensa hora y media de oscuros relatos.
Obedeciendo a su naturaleza complaciente, se mantuvo en silencio hablando cuando Yunho se lo pedía para confirmar algo, pese a ello, se sorprendió a sí mismo cuando su participación incluso ayudó al pelinegro a atar los cabos sueltos y recordar ciertos retazos de la maltrecha historia.
Para hacer el cuento corto, a pesar del fogaje, cuando todo acabó se sintió tan cansado como si en vez de dormir el día entero hubiese estado trotando. Los platos hacía rato habían sido recogidos de la mesa por las mismas señoritas del servicio y lo único que brillaba más que el candelabro sobre ellos y los ojos del señor Kim, era la copa donde este continuaba sirviéndose trago tras trago.
― Estoy verdaderamente sorprendido de todo lo que he escuchado. Sabes, Yunho... dicen que para ser una persona exitosa uno tiene que aprender a escuchar a la gente, porque en ellos está la clave... las respuestas que necesitas para dar con lo que necesita el mundo.
Sopesó el hombre tras vaciar el remanente de la botella en su copa y vaciarla tan pronto el borde tocó sus labios.
Tal vez las palabras del hombre no hubiesen sido la contestación que ninguno de ellos esperó escuchar después de todo lo que habían conversado, en sí, el mensaje críptico en ese argumento era bastante incierto, sin embargo, por muy cansado que estuviera, no pudo evitar ahondar en ello, sintiendo una especie de alivio barrer con las cenizas de su ofuscamiento.
― Señor Kim, yo-...
Comenzó el pelinegro tras tomar su mano y apretujarla entre las suyas, como si quisiera sacar valor para hablar, todavía, el aludido le detuvo al mostrarle una extraña sonrisa.
― Sé lo que estás pensando, muchacho y yo te puedo ayudar. Mejor dicho, yo mismo me encargaré de que eso se haga realidad...
Afirmó el hombre sin apartar la mirada del pelinegro.
Perplejo al presenciar la particular escena, miró en dirección a su novio esperando una respuesta, algo que pudiera ponerlo en contexto. No sabía siquiera de qué se habría perdido mientras meditaba lo ocurrido, lo que sí era seguro es que, ahora que veía la sonrisa en los labios de Yunho y que este se aferraba a su mano con determinación, para él no estuvo demás pensar que a partir de allí... los días de libertad del señor Jeong estaban contados.
.
.
.
Ya sé, ya sé... cuándo irá a acabarse esta tortura, bueno... les cuento que ahora sí falta sólo una parte más para el final y por fin iremos al epílogo. Lamento la tardanza y el hecho de que hablo de atrás pa'lante con los capítulos, pero como dije antes, su humilde servidor no tiene autocontrol y de paso hay muchas asperezas que tengo que limar antes de llegar al final.
Por cierto, cualquier error ortográfico va por mi cuenta, por los momentos estoy sin beta así que las correcciones las hago yo mismo.
No tengo nada más que decir, sólo que espero terminar de escribir esto antes que acabe el año. De resto... les mando un abrazo de oso. Cuídense, tomen agua y con el favor de Dios nos leemos en la próxima .....φ(-ω-。')
♥Ingenierodepeluche
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