Capítulo IV - Amor y más amor (octava parte) 70%
Buenas noches, mis lunas. Me tardé un siglo, pero finalmente volví para alegrarles la vida con un poco de Yungi.
Me voy a ahorrar la habladera de paja para el final, disfruten de este capítulo tanto como yo disfruté escribiéndolo o algo así.
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― Tenemos que mudarnos, Mingi.
Soltó el mayor de improvisto, haciendo que alzara la cabeza con lentitud del pecho del susodicho.
Por un momento lo vio incrédulo, pensando que había oído mal, sin embargo, al notar la seriedad en las facciones de su novio, advirtió la seriedad en el asunto.
Descolocado, trató de maquinar una respuesta que no sonara tan despectiva e indignada como la mordaz acometida de su pareja, pese a ello, lo único que salió de su boca no fue algo que pensó, sino lo primero que le salió del corazón.
― ¿Tú eres marico?...
Con la voz ligeramente trémula de la rabia, aprovechó el mutismo de parte del pelinegro, para tomar un respiro e incorporarse en la cama.
― Mingi-...
― No, espera.
Lo interrumpió de forma tajante a la vez que alzaba sus manos para reafirmar su orden.
En todo ese tiempo mantuvo los ojos cerrados, tomando respiros profundos con el propósito de aquietar las aguas, pese a ello, para cuando volvió su mirada al mayor, ya su cuerpo había adquirido una posición desafiante.
Estaba listo para pelear por lo que sea, dispuesto a discutir porque Yunho debía tener una explicación en extremo razonable para tener la gallardía de sugerir que abandonaran el lugar que con tanto esmero habían convertido en un hogar; el nido donde soñaban ver crecer su amor y el fruto de ello.
Aun así, la intrepidez de su novio era lo de menos, porque a fin de cuentas... en qué cabeza cabía que echar todo eso por la borda estaba bien. Si ya ellos se habían establecido, si apenas habían consumado su reconciliación. Eran privilegiados por tener potestad en ese lugar, por poder pagar las cuentas pese a no ser personas realmente pudientes, ¿por qué Yunho no podía ver eso?, mejor aún, ¿por qué no podía dar gracias por ello?
«¿Será que yo estoy siendo demasiado conformista?... ¡Es que no tiene un puto sentido que venga con estas así de repente!»
Reflexionó para su persona, intentando dilucidar a toda máquina el porqué de la inconformidad con el mayor porque, si bien no le hiciera gran peso, todavía tenía que buscar una salida. Podría no ser una persona imponente, pero sí de defender lo significativo se trataba... él lo haría, aunque eso significara derogar a su ideal.
Con cada segundo que pasaba la idea la opinaba más errada. El espanto le empezaba a roer los huesos con saña (estaba ardiendo, más no se percataba de su situación), pero ello no le impidió seguir sacando preguntas cuyas respuestas sólo podían salir de la boca del dichoso pelinegro quien, angustiado lo miraba desde su posición, sin siquiera batir una de sus pestañas, aguardando a su siguiente reacción.
― ¿Por qué me vienes con esto ahora, Yunho?, por qué-... ¿por qué de repente quieres huir de este lugar, acaso no te duele dejar todo esto?, yo-...
Habló de forma apresurada, moviendo sus manos, intentando no atragantarse con sus propias palabras hasta que el pelinegro decidió acabar con su tormento.
― Mingi, Mingi-... oye.
Comentó un preocupado Yunho tras sentarse junto al menor en la cama.
El susodicho entonces, vaciló por un instante antes de sostenerle el rostro entre las manos, detalle que jamás creyó tan eficaz para apaciguar su ahogo hasta ese instante. Como si de una cualidad divina se tratase, el tacto del pelinegro, en un soplo, facilitó a su cuerpo recobrar la compostura, olvidándose de la aflicción y los temores, incluso la rabia que por breve se afanó en la nefasta odisea de hacer que dudara de su pareja.
― Mi amor, Mingi... no quiero que me malinterpretes, ¿sí?, no es que no quiera este lugar, o no me importe lo que representa para los dos, pero... ya no queda nada para nosotros aquí.
Murmuró el de cabellos azabache, luciendo con honestidad cada gramo de congoja tanto en sus facciones como en el tono de voz.
Mientras el aludido hablaba no pudo evitar que la tempestad en sus adentros retornase con arresto, afianzándose al sólido desconcierto y la zozobra que llevaba tal manifiesto por parte del mayor. Ni siquiera fue capaz de impedir que el agua se rebasara, sus ojos siempre tan pequeños y risueños, ahora deslumbraban a razón de la tristeza.
― ¿P-por qué dices eso, Yunho?... A qué te refieres con que no hay nada para nosotros aquí, acabamos de volver, nosotros-... nosotros podemos seguir adelante, este es nuestro sueño, nuestro lugar.
Expresó con la voz ahogada, sacándose las palabras del pecho sin apartar la mirada del pelinegro.
― Mingi, nuestros sueños, las metas... todo eso no se limita al espacio que hay entre cuatro paredes, podemos lograr lo que queramos en el lugar que sea. Además, tampoco puedo ignorar el hecho de que ahora ni tú ni yo nos sentimos seguros aquí.
Hubo una pausa después de ese preciso instante en que su novio soltó aquella cruda verdad. Aquel momento en que sintió como si su cuerpo hubiese caído cual peso muerto a las profundidades del mar. Miraba sin ver, escuchaba sin oír... todo era tan denso y distante; parecía como si la fantasía hubiese llegado a su fin.
― Esta mañana cuando íbamos a hacerlo y entraste en pánico... ese momento en el que me dijiste que tuviste miedo de que me alejara de ti por cualquier cosa, eso-... lo sentí como si pensaras que algo entraría por la puerta a robarme de tu lado y no puedo, Mingi. No puedo ni pienso permitir que sigas sintiéndote inseguro.
Sentenció de forma autoritaria el pelinegro.
Pese a su juicio inquebrantable, el susodicho continuó acunando su carita empapada en lágrimas con el mismo afecto de siempre. Si no hubiera sido por esos gestos, por el arrojo de su amor, quizá hubiera sucumbido a la marea que le jaloneaba dentro de la oscuridad. Todavía, en su corazón seguía sintiendo una mezcolanza de impotencia y abatimiento que de a poco goteaban sobre su rostro, haciéndolo irritar.
Estaba harto de ser un llorón, un quejica delante de Yunho que siempre parecía esclarecer a tiempo la mejor respuesta para cualquier dilema. Envidiaba sanamente la fortaleza de su novio para tomar ese tipo de decisiones, porque teniendo apenas una pizca de ello, tal vez habría fallado por sentir aquel intenso remordimiento.
― Yo-... es que-... P-perdón por tratarte tan mal antes, es que-... pensé-... sólo tengo miedo, Yuyu.
Se sinceró, dejando expuesto su corazón como antes, pero esta vez retirando la hórrida coraza de ira que le revestía.
Con algo de pena, mantuvo la cabeza gacha, pensando entonces en la veracidad de los hechos, las constantes amenazas que sentía por existir entre esas cuatro paredes de concentro que trazaban parte de su mundo entero. Creyó estar en lo cierto al proteger el simbolismo de ese espacio, sin embargo, Yunho seguía teniendo la razón.
Ensimismado en su reflexión interna, obvió los sollozos que se derramaron de sus labios y que el mayor escuchó uno a uno, como si de palabras se tratasen para no perder detalle alguno del mensaje implícito. El susodicho tampoco se quedó atrás cuando, a la carrera, nuevas lágrimas empezaron a desfilar por su rostro, deteniendo su curso al ser enjuagadas con la delicadeza de unos besos.
― No llores así, Mingi... Sé que esto no es el plan original, pero puede ser mejor, ¿no crees?...
Escuchó en un susurro antes de sentir aquel profundo suspiro.
― Sabes... hace mucho te prometí que te daría todo lo que siempre has querido, eso haré sin importar el qué, Mingi...
Murmuró Yunho al acercar al menor a su pecho, resguardando la temblorosa figura del susodicho entre el confort de sus brazos.
Mingi se permitió llorar las penas contra el pecho de su amor, lavando así los vestigios que el terror dejó tanto dentro como fuera de su ser. Las lágrimas también limpiaron remanentes de su irresolución; las pequeñeces que creía haber execrado de su integridad, pero que seguían haciendo bulto cuando intentaba aceptar que los cambios como ese debían hacerse.
Como toda persona, tenía miedo de dejar lo conocido y quedar a la deriva de un nuevo capítulo, más Yunho siempre había sido fuerte. Aunque ese empuje no había cabida para las trazas del individualismo, Mingi lo sabía, porque durante años el pelinegro había insistido en convertirse en su pilar sin motivos ulteriores.
Gracias a ese principio Mingi aprendió con el tiempo que la reciprocidad no siempre estaba en equiparar los actos y devolver gestos, sino también en dar el sí y aceptar a voluntad del otro confiando en que esta tenía un propósito bien direccionado para los dos.
Sin percatarse de ello, volvió a caer en la sordera, recordando momentos similares del pasado que hubiesen terminado en el éxito, sólo para coaccionarse a sí mismo para ser quien consolidase la permutación de su ambiente. Sin embargo, un murmullo lo despertó de su ensoñación, justo a tiempo para escuchar la parte más importante del mensaje de Yunho.
― ... podemos empezar a buscar otros apartamentos cerca. Sé que es muy repentino todo, pero puedes considerarlo una nueva aventura. Un nuevo y verdadero comienzo para nosotros.
Murmuró un esperanzado pelinegro mientras obsequiaba mimos a su espalda.
Para entonces su llanto ya habría cesado, quedando remanente de ello en pequeños hipidos y los mocos que se limpió a tientas con la manga de su sudadera.
A Yunho no le importó cuando le pilló, optando por sonreír enternecido para luego dejar un beso en su frente, más ello no calmó la nueva incertidumbre que nació en su interior.
― P-pero, Yunho... ¿de dónde vamos a sacar el dinero para pagar otro alquiler?, acabamos-... acabas de pagar por este lugar.
Afirmó en última instancia, dudando de si decir eso último era adecuado para la ocasión; después de todo, Yunho y él nunca habían hablado sobre el tema.
«No quiero hipotecarme a los veinticinco años... y de paso sin estar casado... ¡eso es una locura!»
Exclamó para sus adentros, sintiendo entonces como cada pensamiento coherente discurrir por la misma brecha hasta disolverse en la nada; el lugar que el que más temía acabar.
A pesar de las vacilaciones, se atrevió a encontrar la mirada de un sonriente y comprensivo Yunho, encontrando una pizca de nostalgia en el fulgor que condensaban los intentos remolinos castaños.
― Es cierto... pero aún tengo algo de dinero ahorrado para emergencias, confío en que será suficiente para-...
Comenzó a hablar el mayor, más las palabras de este se marchitaron ante la árida confrontación que de un momento a otro le confirió.
― Me rehúso a dejar que gastes todo tu dinero en esto, Yunho. Cueste lo que cueste, lo pagaremos juntos, yo también tengo mis ahorros, lo sabes. Si es por-... si es por comenzar de nuevo lo haremos juntos. Como siempre hemos hecho...
Estableció valiéndose de repentina intrepidez para decretar lo obvio; aquello que debía ser vociferado para confirmar al universo que seguirían luchando por cumplir sus sueños.
A razón de su irrebatible decisión, el pelinegro le obsequió el más bello de los esbozos; podría jurar que tanto su corazón como el de Yunho crecieron dos tallas con el sentimiento que le confirió aquella cándida sonrisa. Como si fuera poco, el pelinegro se encargó de cerrar aquel trato entre ellos de la mejor manera que conocía... con un beso.
Todavía, aquel no fue un beso cualquiera, en ese ósculo saboreó la dulzura de la nueva promesa, del futuro prometedor, pero más que nada, todo el amor y las ternuras que Yunho le profesó en fausta semblanza como muestra de su gratitud.
― El dinero será lo de menos al final... siempre podremos rentar o vender este apartamento y tendremos suficiente para cubrir los gastos. Y mientras podemos comer ramen todos los días para ahorrar plata.
Musitó su adorado pelinegro tan cerquita de su boca como para hacer que cada palabra la sintiera como un mimo a sus deseosos labios.
Aquellas caricias surtieron efecto, amansando los nudos dentro de sí hasta deshacerlos, dejando puras fibras sensibles a merced del mayor.
― Mh... siempre piensas en todo, ¿no es así?... mi ingeniero, todo bello y hacendoso...
Murmuró con cierto deje de admiración en su voz, estando completamente prendado por su amor.
A modo de respuesta, un sonrojado Yunho correspondió a los nuevos besos que su novio le concedió, permitiéndose ese momento para bañarse con la atención y los elogios que le confirió el menor.
«Cómo me voy a negar a este hombre Dios mío... para qué yo haré tanto drama si siempre termino en lo mismo.»
Pensó cuando estampó su sonrisa contra ajena, haciendo chocar sus dientes en medio de un intercambio pasional, a pesar del dolor, los comentarios al respecto se quedaron del tamaño de una airosa risa.
En un pestañeo, ambos se hallaron de regreso entre las sábanas, disfrutando del calor y la compañía mutua mientras se mimaban con sus bocas, besándose, acariciándose con modestia para recordarse que sin importar las circunstancias estarían allí para el otro.
Y quizá ese hubiese sido un momento perfecto para adorarse a la luz del atardecer, de no haber sido por el estridente sonido de una llamada entrante.
― Qué coño-...
Se quejó el pelinegro, levantándose alarmado.
Al identificar el sonido, giró su mirada a la mesa de noche donde reposaba su teléfono; la causa de aquel escándalo. Aunque intentó impedirlo, el mayor se apartó de su lado, dejándole con un puchero en los labios. No alcanzó a ver el nombre de aquel o aquella que osó a importunarlos, sólo atendió al suspiro que salió de los labios de su amor antes de contestar la dichosa llamada.
― ¿Aló?... Sí-... no, no andaba pendiente del teléfono porque estoy con Mingi, qué otra vaina iba a hacer, Yoora.
Escuchó decir al mayor, haciendo que rodase los ojos. Cuando mucho se sentía aliviado de que fuera la enana y no la madre del aludido.
Olvidándose de las preocupaciones, se incorporó en la cama con el único propósito de abrazar a su novio y empezar a dejarle discretos besos en el cuello con el pretexto de escuchar lo que Yoora decía al otro lado de la línea. Pese a su doble intención, su novio se mantuvo indiferente ante su comportamiento, prefiriendo calarse los gritos de la muchachita que tenía por mejor amiga.
― ¡No, no estábamos cogiendo ahora, nosotros-...! Coño, pero-... Deja el drama y dime de una vez para qué me llamaste, pajua.
Reclamó el pelinegro aún con el teléfono pegado a la oreja y un brazo en torno a su cintura.
De pronto, los chillidos cesaron, provocando que el pelinegro soltarse la tensión en sus hombros. Aún con el rostro encajado en el cuello ajeno, siguió mimando la piel del susodicho, mientras escuchaba los monosílabos que soltaba como respuesta. En todo ese tiempo, Yunho había estado jugando con sus cabellos, cosa que le dejó bastante satisfecho al saberse reconocido.
― Ajá, sí... está bien. Sólo dame unos minutos y te aviso cuando vaya saliendo. Bye, pendeja. Nos vemos al rato.
Comentó un hastiado Yunho antes de trancar la llamada.
Impulsado por la expresión de resignación que cargaba su novio y por su propia curiosidad, se apartó para indagar más en la cuestión.
― Cómo que... cuando vaya saliendo... Cómo que nos vemos al rato, Yunho.
Sonsacó bastante interesado por la respuesta del mayor, quien lo vio a los ojos y suspiró antes de satisfacer su intriga, pese a su comportamiento de cuaima.
― Quiere que vaya a su departamento ahorita para arreglar unas vainas. Dice que esto es importante y que me conviene ir por lo del trabajo y las pasantías, y no sé qué pinga.
Respondió su novio antes de revolverse la melena azabache, para luego pararse de la cama y arrastrar los pies hasta el closet.
― Bebé, ¿me prestas algo de ropa?... la mía está sucia y sigue en las maletas.
Cuestionó el susodicho, sin siquiera esperar a por una respuesta antes de comenzar a hurgar entre su ropa.
A oídos sordos, desde su lugar tanto su cerebro como su corazón trabajaron en sintonía para con él llevar a cabo una simple tarea: admirar a Yunho. Tal vez ya era un rasgo obsesivo de su persona, pero quién podría culparlo por hacer algo como eso. Allí a la escasa distancia, mientras su novio continuaba en lo suyo, mientras le hablaba y él no escuchaba... el sol fajó su último lamento la proyección más sincera y grandiosa en nada más y nada menos que su único amor.
― ... Pensé en desempacar, pero si vamos a movernos pronto con lo de la mudanza no tiene mucho sentido la vaina.
Comentó Yunho en voz alta, aunque Mingi no llegó a pillar palabra alguna, sus oídos rellenos con algodón transformaban las palabras del pelinegro en cánticos que añadían una nota casi religiosa a la imagen que presenciaba.
Prácticamente sin aliento se quedó embobado, mirando por largo rato cómo los rayos del sol se filtraban de forma tan insulsa por los huecos de las persianas, creando así aquel halo sobre la espalda de su pareja, haciéndole parecer algún descendiente de la luz misma; una divinidad en su máximo esplendor.
Aún anonadado por la imagen, se apoyó sobre una de sus manos en el camastro para seguir contemplando la escena, viendo como Yunho se cambiaba de ropa de la manera más ordinaria que pudiera existir (estirando la ropa, tironeando y arrugando las prendas), pero en ello todavía fue capaz de encontrar finura, pues la acción en sí no le llamó la atención, sino los detalles, la manera como el astro rey salpicaba el restante de su fulgor en la piel de su pareja, haciendo que este, incluso con los moretones, luciera perfecto.
Todavía, a diferencia de la mañana, en ese momento no sintió lujuria, sino unas irrefrenables ganas de cambiar la carita trompuda que cargaba el susodicho, de hacerle feliz, doblegarse a sus antojos por muy imprácticos que pudieran ser... de acompañarlo hasta los confines del universo, si fuera ese el caso.
― ¿Puedo ir contigo?...
Murmuró a tientas, sin saber de nuevo en qué momento habría cruzado el cuarto para pararse frente al susodicho.
― No quieres estar solito, ¿verdad?
Cuestionó Yunho tras sonreír enternecido.
Sin mediar palabra alguna, se limitó a mover su cabeza en señal de negación, obteniendo una caricia de parte de los labios ajenos en su mejilla y otra en su mentón.
― Vístete entonces, mi princesa. El carruaje nos espera.
Susurró el pelinegro a su oído, dejando que el soplo de sus palabras hiciera cosquillas a sus sentidos, justo antes de propinarle un apretón a una de sus nalgas.
˚
El trayecto a casa de Yoora, pese a los contratiempos de los últimos días fue bastante tranquilo. Ya no sentía esa imperiosa necesidad de mirar para todos lados, de cuidarse las espaldas y revisar cada esquina con recelo, es decir, la paranoia pudiera no estar en su punto álgido, todavía tenía sus reservas, pero esa extraña calma que le proporcionaba el tener la mano de Yunho sobre la suya mientras caminaba... fue la pieza clave para saberse, finalmente, protegido.
― ¿No se suponía que nos íbamos a ir en un carruaje?
Bromeó al tiempo que se acercó al pelinegro para darle un suave empujón con el hombro.
La noche tan calmosa, con la luna llena y las estrellas a sus espaldas le invitaba a pensar que, a pesar de la carencia de un método de transporte elegante, sí había valido la pena salir a estirar las piernas. Sin embargo, no pudo evitar echarse aquel chiste esperando ver el semblante apenado de Yunho; uno de sus preferidos.
― ¡Yah!, caminar te hace mejor. Además, a esta hora no hace tanto calor, está más fresco ahora que es verano.
Reclamó el mayor, tratando de defenderse de sus artimañas; Yunho lucía tan bello con las orejas rojas y los labios fruncidos mientras gesticulaba.
Soltó una alegre carcajada al oírle, apretando la mano de su berrinchudo pelinegro antes de inclinarse a posar sus labios en la mejilla de este.
― Sabes que era jodiendo, Yuyu. La verdad es que sí extrañé bastante caminar contigo de esta manera.
Aclaró, girando su mirada justo a tiempo para notar el cambio en las facciones de su amor.
Con una sonrisa, volvió a obsequiarle otro beso al susodicho, gesto que hizo los pómulos de este crecer ante el esbozo que ocasionó. Satisfecho con su acción, meció sus manos enlazadas un par de veces, suspirando al sentir la brisa fresca que agitaba las copas de los árboles sobre sus cabezas.
― Cómo se nota que estamos en una zona de gente con plata. Por donde vivimos no hay árboles así de bonitos.
Comentó en un tono risueño, respirando profundo al alzar su cara al cielo.
La verdad es que no envidiaba a las personas pudientes por vivir en "mejores condiciones" que él. Le gustaba bastante el contraste que hacían esas veredas con el resto de la ciudad, las casas con techos altos en pequeñas pendientes, los jardines y las plazas decoradas; apreciaba cada pequeño detalle. Aun así, seguía pensando que las calles angostas, los edificios y las avenidas concurridas de su barrio tenían su propio encanto.
― Pues sí, empezando porque donde vivimos ni siquiera hay árboles porque es el centro, esta gente sabe cómo decorar y hacer que esta vaina parezca un lugar decente, ¿pero sabes qué no tienen?
Preguntó el pelinegro haciendo que detuviera su caminar al sentir un jalón en su mano.
Interesado por la movida de su pareja, se giró sobre sus talones enarcando una ceja, para luego inclinar la cabeza en espera de una respuesta.
― No nos tienen a nosotros.
Murmuró Yunho tras tomarlo por la cintura.
De la impresión llevó las manos a los hombros ajenos y sin perder detalle alguno del resplandor de aquellos orbes castaños. Entonces, se permitió rendirse por una milésima de segundo a la jocosidad de aquellas palabras antes de comentar.
― No sí... Hay que ver que el día que repartieron el orgullo en el mundo tú te llevaste tu parte y la de doce personas más, Yuyu.
Habló pareciendo un tanto resignado, soltando un suspiro tan profundo como su fingido dramatismo.
Aunque demasiado tonta la acotación de su novio, las dulces emociones continuaron estallando bajo su piel. Sentía tantas cosas (mariposas) cuando Yunho hablaba de esa manera, haciéndole pensar que de verdad él... Song Mingi, un surcoreano promedio estudiante de último semestre de Comunicación Social fuese alguien especial.
No cabía duda de que Yunho tenía la labia que cualquier galán hubiera deseado y él caía por estúpido, besando la orgullosa boca de la cual brotaban esas majaderías.
― No digas que no te gustó. Sabes que te encantan mis payasadas.
Murmuró el mayor contra sus labios, mimando estos con besitos cortos y sonoros.
― Hm... pues sí. Ya sabes lo que dicen... quédate con el que te cocine rico y te haga reír.
Respondió en otra complacida expiración antes de inclinarse a besar a su novio una vez más.
Sosteniendo a su pelinegro con gentileza de la nuca, dejando que este le abrazara y pegara a su cuerpo bajo la densa luz de luna... así se olvidó por completo de dónde estaban, de los peligros, de todo cuanto pudiera arruinar su momento mágico con el pelinegro.
Honestamente, reconocía que era cuestionable el que siguieran postergando los compromisos, más qué importaba el mundo y el tiempo de otros cuando ellos aprovechan el propio. La vida les había hurtado lo que asumían como derecho y ahora que se tenían, le importaba un comino amarse a mitad de la calle y que un carro les pitara para que se hicieran a un lado.
― Creo que mejor nos apuramos. Ya es tarde y Yoora debe estar atacada.
Comentó su adorado pelinegro, sacándole una sonrisa.
Asintió sin nada más que agregar, tomando de nuevo su mano para caminar las seis cuadras que les faltaban para llegar a casa de Yoora. Al llegar al lujoso penthouse, los reclamos no se hicieron esperar de parte de la susodicha, sin embargo, ambos se lavaron las manos de toda culpa.
― En vez de agradecer que vine caminando hasta aquí y-...
― ¿¡Caminando!?... bueno, pero-... ¿y tú eres marico o te la das, Yunho?, me hubieses dicho y te pago el Uber, ve que tienes caminando a mi pobre Mingi, me lo vas a desaparecer.
Le cortó la muchacha que desde la sala veía al pelinegro con una mirada fulminante y las manos en la cintura. Yoora hasta punteaba con el pie en el suelo cual doña enfadada, aguardando una explicación de su hijo rebelde.
La escena en sí le resultó tan hilarante que ni siquiera contuvo la risotada que salió del fondo de su alma. Pero estando claros, nadie en su sano juicio se habría tomado en serio a una carajita que usa calcetines con estampado de gatitos regañando a un carajo de casi dos metros, mucho menos sabiendo el trasfondo de la relación entre ellos; su reacción estaba más que justificada.
«Qué rico es reírte hasta que te duela la panza.»
Pensó, porque ni por asomo se atrevía a hablar estando en esa condición.
Delante de él, su novio y su amiga seguían en plena riña tratando de llegar a un punto medio que, ciertamente, brillaba por su ausencia.
― Ay no tú. Anda a freír mono, Yunho. Pero me dejas a Mingi, él sí me cae bien.
Dijo Yoora en un tono que pretendió acentuar su fingida irritación hacia el mayor de los tres.
Dicho esto, la susodicha procedió a abrazarse sin pena alguna al muchacho de lentes que apenas recuperaba el aliento.
Debía decir que le tomó por sorpresa la repentina demostración de afecto de parte de Yoora, sin embargo, optó por quedarse en su lugar mientras la muchacha apretaba el agarre, riendo por lo bajo al notar la expresión de incredibilidad de Yunho; aunque las emociones de su novio seguían siendo la menor de sus preocupaciones. Si la pulga de su amiga seguía presionándolo con sus pequeños brazos constrictores, probablemente acabaría en un hospital con una costilla rota.
― De paso que me mandas a la verga ahora me quieres tumbar al jevo, tú si eres arrecha... Uno que viene con buenas intenciones a ayudarte porque no dejas la ladilla y ahora me sales con esta.
Comentó un indignado Yunho al llevarse una mano al pecho, para luego acercarse y separar a la muchacha a la fuerza.
― Ay sí, ¡Llora pues, marquita!, ¡Ve y que una caraja te quiere quitar al jevo!
Abucheó la muchacha de cabello castaño al mismo tiempo que forcejeaba de mentiras con su pareja, cual hermanos que se pelean por el premio de la caja del cereal.
Estando sobrecogido por la atención que volcaban los susodichos sobre sí, se dejó mimar por el pelinegro mientras le escuchaba refunfuñar algo como «Tengo que limpiarte todos los gérmenes de niña pendeja antes que sea demasiado tarde.», sólo por el placer de avivar la furia de la susodicha.
Cuando por fin terminaron 'sacarse los trapitos al sol', los dos mejores amigos se sentaron en la sala para resolver lo que suponía era la razón de la presurosa citación. De cierta forma le parecía estúpido cómo de un momento pasaban a jalarse las greñas a actuar como personas sofisticadas, aunque viniendo de Yoora... aquel adjetivo distaba mucho de describirla.
La muchacha siempre tan chabacana, hablaba en un idioma extraño, tan ordinaria, con un lenguaje corporal retador, abierto. No todo el mundo podía tolerarla, eso le constaba porque él mismo había pasado años evitando aquella actitud tan déspota, pero ahora que conocía mejor a Yoora (que reconocía aquello como una fachada defensiva, admitía que la muchacha era similar a su barrio: con un encanto... rústico, por así decirlo.
Largó un suspiro para dar por culminadas sus reflexiones, de momento le era más importante centrarse en salvar a la princesa Peach de las garras de Bowser en el Ds que Yoora le había prestado para que no se aburriera; aunque no fuera amante de los videojuegos, cualquier cosa era mejor que escucharlos hablar sobre ecuaciones diferenciales.
― Mingi, cosita bella y bien hecha... ¿estás bien ahí?, ¿necesitas algo más?
Escuchó decir a Yoora en un tono bastante meloso, incluso para su gusto.
A los efectos, alzó la cabeza dejando desatendida la partida que estaba jugando en la consola de la muchacha, negando con suavidad tras encontrar su mirada. Su novio por otro lado aún se veía receloso al presenciar la escena, y no lo culpaba, apenas estaba acostumbrándose al hecho de que Yoora y él se llevaban bien.
― Si me lo sigues tratando así quien va a terminar de acabarlo eres tú.
Murmuró un cabreado Yunho teniendo la cara metida en un libro.
― ¿Vas a empezar otra vez?, ¿de verdad?... ¿delante del niño?... ¿no te da pena, Yunho?
Cuestionó la muchacha aparentando estar molesta, haciendo que Mingi volviera a reír y su novio rodara los ojos.
― ¡Yah!, deja la mariquera y céntrate por favor, si quieres que terminemos este reporte de mierda esta noche agarra y ponte seria, carajita de la verga.
Tan pronto la protesta de su novio llegó a sus oídos, se mordió los labios para impedir que otra risotada saliera de su boca. Adoraba el tono que adquiría la voz de su pareja cuando estaba irritado, era tan tierno... similar a un cachorro enojado que intenta intimidar a un extraño con su ladrido infantil.
― Ay no... qué ladilla, Yunho. Despreocúpate... ve, esa vaina si la terminamos hoy, pero ajá... es que yo tengo que hablarte de otro beta importante.
Murmuró una indiscreta Yoora, abriéndose de piernas en la silla como si se tratara de un hombre.
― Habla pues, no tengo toda la noche.
Sentenció un hastiado pelinegro a su lado, dejando el lápiz que estaba usando sobre la mesa antes de reclinarse en el espaldar de la silla.
― Es que tú sabes que mi papá quedó como picado cuando metiste la solicitud en la empresa para salirte del programa de pasantías 'tonces... él andaba 'que pin que pan' tu amigo ese no es cincuenta y ocho, yo no le voy a volver a dar el cargo.
Explicó la castaña en una especie de trabalenguas que supuso sólo Yunho sería capaz de entender.
Estando aún con la consola en las manos, siguió jugando mientras veía de soslayo a su novio y su amiga tener aquella conversación que, pese a las incongruencias del lenguaje y el exceso de modismos, parecía bastante seria; nada más con posar su mirada en la tensa figura de su pareja le bastó para saber que aquello no era cualquier cosa.
― ¿Y ahora?... no me puedo graduar si no termino las pasantías y volver a empezar en otro lado... qué ladilla. Debí congelar el semestre cuando podía o no sé qué-...
― ¡No, no, ya va!, para el caballo. Nada de congelar ni de pensar en el pasado. Yo-... ok, ve la vaina. Yo hice lo que pude para convencer a mi papá, pero todavía no he usado mi última carta.
Intervino una intrépida Yoora alzando sus cejas de forma sugerente al final de su pequeño discurso. A los efectos, la inconformidad y suspicacia fue colectiva, pues tanto él como el pelinegro a su lado arrugaron la cara.
Tras perder por completo el interés en el juego, cerró el Ds con cuidado y lo hizo a un lado en el sofá, dejando su atención en el pelinegro, quien seguía esperando una aclaratoria de parte de la muchacha.
― Bueno, ¿y entonces?... ¿me vas a tener esperando toda la noche como un pajuo?, ¡afloja de una vez, Yoora!
Exclamó un exasperado pelinegro haciendo que la susodicha diese un brinco de la impresión.
― ¡Aish, no eres divertido!, bueno... lo último que se me ocurrió fue pedirle a mi papá que accediera a conocerte a ver si así te daba otra oportunidad. Porque sí arreglas la vaina con él, entonces puede meterle una labia ahí bien intensa al dueño de la empresa y ajá.
Explicó la muchacha de forma pausada, sin ver al pelinegro a la cara.
― Ajá, ¿y cuál es la trampa en todo esto?
Increpó su novio, entrecerrando los ojos al mostrarse un tanto suspicaz.
― No hay trampa. Él me dijo que te invitara a cenar la próxima semana para hablar contigo, yo acepté porque no había de otra, pero... si te incomoda mucho el asunto te puedes llevar a Mingi, mis viejos no tienen peo con que seas gay.
Terminó por decir la aludida mientras batía el aire con las manos.
De inmediato dirigió su mirada al pelinegro, quien comenzó a frotarse el cuello con una de las manos antes de suspirar y asentir.
La verdad es que, si se lo preguntaban, ni siquiera había caído en cuenta de que Yunho no conocía a los padres de Yoora y viceversa, aunque esto último no era realmente relevante. Yoora a lo sumo conocía a sus padres por referencias del pelinegro, lo cual era motivo suficiente para entender el porqué de la incomodidad de su pareja. En el fondo también sabía que su novio tenía esta extraña percepción de no ser aceptado por los padres de sus amistades.
No es como si el pelinegro tuviera un aspecto desaliñado o evocase una especie de aura desagradable, Yunho era un muchacho decoroso y compuesto cuando la situación lo ameritaba, pero era la confianza lo que le jugaba en contra; al muchacho no podías darle la mano porque te agarraba todo el brazo.
En más de una ocasión esa conducta les trajo problemas con los padres de Seonghwa y Yeosang, pero nada que un par de palabras no pudieran resolver. Aun así, era bien sabido para todos los presentes que para salir de esas Yunho necesitaba refuerzos; algo a lo cual no estaba habituado y no se atrevería a pedir en voz alta.
Largó un suspiro al pensar en ello y, ante el silencio sepulcral que invadió el ambiente, se paró del sofá para abrazar a su novio por el cuello, quedando de espaldas a este.
― No te pongas nervioso desde ya, Yuyu. La enana dijo que yo puedo ir contigo, tienes que confiar que todo va a salir bien, sabes que no puedes perder esta oportunidad.
Dijo para zanjar de una vez por todas la conversación y el dilema que acaecía en ella.
― ¡Sí, esa es la actitud, Mingi!, además... Yunho, tienes que pensar en todas las palancas que te pueden salir de esta vaina, todas las puertas que se te pueden abrir. Es sólo una cena, qué puede salir mal.
Declaró la muchacha a su lado, encogiéndose de hombros.
Sonrió ante el gesto de su amiga, inclinándose para entonces estampar sus labios en la mejilla de su novio, propinándole un beso sonoro.
― Si la misma Yoora te está diciendo eso, no te sulfures, mi vida.
Acotó en un susurro a oídos del pelinegro, tratando así de transmitir un poco de calma al susodicho; en consecuencia, sintió al pelinegro relajarse entre sus brazos.
Al final, lo que empezó relativamente mal de a poco iba tomando color. Entre una cosa y otra, se dedicó a escuchar a los dos mejores amigos hablar sobre anécdotas que desconocía en sus días pasados de pasantía, sobre experiencias propias de Yoora que incluían a Yunho y un montón de cosas más que, en definitiva, resultaron mucho más satisfactorias que pasar el rato con un juego de vídeo.
Pasadas las horas de plática y trabajo, alrededor de las diez y media Yoora decidió que era hora de cenar; ninguno de los dos pudo poner una objeción cuando la muchacha (tan considerada ella) resolvió que la cena sería pizza y helado de su restaurante favorito.
Así fue como terminó deleitando su paladar con la pizza más deliciosa que hubiera probado en su vida, pero incluso la buena comida no fue suficiente para hacer que olvidara una pregunta que venía dándole vueltas en la cabeza.
― A todas estas, Yoora ... qué significa "no eres cincuenta y ocho", te escuché decir eso hace rato cuando hablabas de tu papá y no entendí.
Razonó tras limpiarse la boca y los dedos con una servilleta que Yunho le había pasado; sólo entonces su semblante se transformó en una mueca tan blanda, que hasta pareció un chiquillo curioso que mira a sus padres con ojos expectantes.
Sin decir nada el dúo inseparable compartió una mirada antes de echarse a reír. La acción no se le antojó divertida, más bien, le hizo sentir fuera de lugar (como si fuera capaz de atender a los chistes internos entre ellos), cosa que no pasó desapercibida ante los ojos de ambos.
― Ay, no, no... bebé no pongas esa carita. Yoora resuelve este peo.
Sentenció Yunho tras robarle un pico de los labios, dejándolo más confundido que antes.
― Ay, Mingi... mi dulce y tierno Mingi. ¿Sabes cuál es el elemento número cincuenta y ocho de la tabla periódica?
Preguntó una sonriente Yoora.
Aún sin pillar la tramoya del asunto (sí es que había una), frunció el ceño y se atrevió a negar, demasiado intrigado por la cuestión como para hacerse el listo frente a dos futuros ingenieros.
― El elemento número cincuenta y ocho de la tabla periódica es el Cerio... ¿entiendes?, mi papá dijo que Yunho no es "cerio".
Explicó la muchacha antes de volverse un manojo de risas en el suelo, justo a un costado de su novio que no paraba de reírse de esa forma tan adorable y contagiosa, cubriendo su boca como si incluso a él le hubiese apenado tal estupidez.
― Ustedes los ingenieros son burda de raros.
Deliberó tras un par de segundos, alzando su mirada al cielo como quien pide sabiduría al todopoderoso, para poder sobrevivir a esos chistes tan malos.
˚
Si de algo podía estar seguro, es que Yunho no dejaba que la vida le aplicara el refrán de «Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.», pues el pelinegro siempre intentaba estar no uno, sino dos pasos delante de cada eventualidad que pudiera derivar de sus acciones. A pesar de esto, dicha fortaleza tenía el poder de convertir sus demás virtudes en desventajas en las ocasiones que el susodicho fallaba al percatarse de las vicisitudes que su comportamiento obsesivo acarreaba.
Ese no era tema nuevo, llevaba una vida entera luchando y acoplándose a esas características intrínsecas de la aptitud de su pareja, todavía, había ocasiones en las que resultaba imposible evadir la molestia que surgía para sus adentros a raíz de ese dichoso comportamiento.
Siendo poco optimista respecto a las pretensiones de su amado, a veces pensaba que Yunho sólo veía por encima sin tomar en cuenta sus deseos y aspiraciones; siempre pensando lo que era mejor para él, alegando que ello le favorecería también.
Ciertamente, estaba mal de su parte desprestigiar los avances de su pareja, es decir, después de las desventuras que vivieron tenía que ceder de algún modo para salir adelante. Debía confiar en Yunho porque con el pelinegro no tenía nada que perder, ¿o sí?
Suspiró y observó por la ventana del cuarto, viendo a la gente dar vida a la concurrida avenida; aquel lugar donde estaba no se sentía como un hogar.
En los últimos días sintió como si Yunho se hubiese hecho el loco con él, prefiriendo resolver a razón de su buen juicio antes que oír sus explanaciones lógicas sobre equis tema de conversación. El asunto en sí no lo creyó suficiente para provocar su ira, más pronto se vio equivocado; sólo tuvieron que darse las circunstancias adecuadas para él acabar en aquel estado inherente de irritabilidad.
Aunque hubiera aceptado que el pelinegro estaba en lo correcto, aquello no le daba el derecho a su pareja de decidir por su cuenta lo que harían ambos sin consultarle, mucho menos si se trataba de un tema tan delicado como buscar un nuevo departamento.
Frunció el ceño al apartarse de la ventana, siguiendo su silencioso recorrido por el lugar que Yoora les consiguió un par de noches antes.
El apartamento no tenía nada malo, a decir verdad, era perfecto para ellos, pero le continuaba mosqueando el hecho de que Yunho hubiese escogido cualquier cosa dicha por un tercero antes que a él. Yoora no iba a vivir allí, no tenía sentido que escogiera un lugar a expensas de las opiniones de la susodicha, aunque debía aceptar que la muchacha se había acercado bastante a lo que ambos imaginaron sería su próximo lecho de amor.
Con eso y todo, no encontraba consuelo en el porche de la sala de aquel apartamento, en las dos habitaciones espaciosas, tampoco en los dos baños y mucho menos le tranquilizaba el módico precio de la inicial y la renta, porque ese lugar no lo había elegido él. No lo habían elegido ellos.
― Como puedes ver, todo está remodelado. No encontrarás ninguna mancha en el techo ni en las paredes... ¡los dueños anteriores se cercioraron de dejar este lugar como nuevo!
Escuchó decir a la chica que amablemente aceptó darles un tour por el lugar; parecía ser extranjera, pero no tenía ni remota idea de qué nacionalidad pudiera ser.
Por el rabillo del ojo alcanzó a ver a un muy entusiasmado Yunho siguiendo a la muchacha mientras hablaban de otros aspectos técnicos de la estructura del edificio; vainas que ni la misma chica sabía cómo contestar y que el pelinegro terminaba respondiéndose a sí mismo. Cosas de ingenieros al fin.
En otro momento se hubiera enternecido por la escena; ver a su novio tan alegre revolotear por la cocina, abriendo las alacenas y explorando de un lado a otro, sin embargo, seguía picándole el bichito de la apatía.
Largó otro suspiro al terminar de revisar el baño de la habitación principal. Al menos si decidían rentar ese lugar no tendría que preocuparse porque sus amigos se metieran con sus pertenencias al usar el baño.
«Pero dos lavabos significan más vainas que limpiar...»
Pensó tras arrugar la nariz en una mueca de inconformidad, alejándose de aquella estancia para regresar sobre sus pasos con las manos en los bolsillos.
Haciendo a un lado los pensamientos negativos, no es como fuese imposible para él proyectar un futuro con Yunho entre esas nuevas paredes de cemento y yeso; obviaba la posibilidad de no adaptarse al cambio. Todavía, por qué debía conformarse con lo que veía, sí él no había tenido ni voz ni voto en el proceso de llegar hasta allí.
Quizá eran celos lo que sentía, teniendo en cuenta que el pelinegro parecía tomar más en cuenta los consejos de Yoora, no era descabellada aquella idea. Menos cuando su risueña cabecita se encarga de recordarle que el apartamento anterior lo escogieron los dos.
― ¿Y qué tal es la zona de noche?, vi que hay un parque cruzando la calle, se ve bastante seguro.
Comentó un animado pelinegro a unos metros de él, refiriéndose a la muchacha de pelo rizado que asintió con gentileza antes de responder.
― ¡Lo es!, la verdad es que es un área bastante tranquila, también es un excelente lugar para criar niños.
Sugirió la simpática chica con una gran sonrisa.
Al escucharla no pudo evitar girar su rostro de la impresión, advirtiendo el bochorno en la cara de su novio, para después oír la risilla de susodicha, quien se disculpó por su pequeña jugarreta, obteniendo una respuesta un tanto nerviosa de parte de su pareja. El «No creo posible que vayamos a tener hijos, aunque gracias por la referencia.» que confirió Yunho le bastó para sentirse tranquilo.
Echando una última mirada al pasillo, se dio la vuelta encontrando la mirada de su novio por una milésima de segundo mientras la chica a sus espaldas continuaba hablando. El fulgor que captó de aquellos orbes sólo correspondía a una emoción: felicidad.
Yunho estaba auténticamente feliz, pero... ¿y él?, ¿sería esa una de esas ocasiones en las que acabaría por mochar los sueños de su adorado pelinegro?, la verdad, no le apetecía siquiera buscar una respuesta a dicha interrogante. Prefería mil veces tragarse el enojo y aceptar las condiciones antes que martillar a libre albedrío sobre las esperanzas del mayor.
Sin embargo, eran esas las inclinaciones que le provocaban escalofríos; la facilidad con la que tendía a desviar sus decesiones por darle el gusto a su pareja. Todo eso le hacía pensar que estaban volviendo a la relación unilateral que en los meses de separación procuró dejar atrás.
Qué sentido tenía regresar a eso ahora que tanto sus ojos como su mente estaban abiertos, es decir, qué tan malo sería el prospecto de dar a conocer su voz.
«Hay muchas maneras de decir las cosas, no necesariamente todo tenga que salir mal...»
Resolvió decir para sus adentros, buscando justificar aquella necesidad de aceptación que su novio le estaba negando por una extraña razón.
Sabía que, a pesar de la especulación de su cerebro, Yunho no hacía nada adrede; después de todo, estaban acostumbrados a llevar su relación de esa forma. Sin embargo, continuaba caminando en círculos cada que pensaba que el pelinegro no le escuchaba, al menos no lo suficiente.
Estaba bien aceptar el que su novio fuese más inteligente, más perspicaz, pero de nuevo... ¿y él?, qué pasaba con su intuición, con sus erudiciones, su pensamiento asertivo... ¿acaso sus atributos seguirían siendo eclipsados por la prepotencia del mayor, pese a sus intentos por hacer lo contrario?
«Qué es lo que le cuesta tomar en cuenta lo que digo, lo que hago... ¡Por qué no puede ver que estoy...!»
― ¿Mi amor?... ¿Mingi?
Dio un brinco del susto cuando aquel llamado puso fin al acalorado debate que tenía consigo mismo, terminando entonces entre los brazos de un desconcertado pelinegro que le atajó con rapidez antes de que acabase en el suelo.
― ¿Estás bien?... te estaba llamando desde hace rato. Ya la chicha se fue, pero dijo que nos podíamos quedar unos minutos hablando aquí.
Explicó Yunho con voz calma mientras le ayudaba.
― Ah... sí, si... sólo me distraje viendo algunas cosas, lo siento.
Se disculpó en voz baja tras soltarse con lentitud del agarre del mayor. El susodicho, aunque confundido, dejó pasar aquel detalle, volviendo a su actitud juguetona de siempre.
― ¿Verdad que es increíble?... Yoora no mintió cuando dijo que este lugar era para nosotros. A veces pienso que la bicha esa es bruja, porque siempre tiene una respuesta para todo.
Comentó su novio en tono entusiasta, paseando la vista por el lugar como si ya pudiera verse instalado allí.
A los efectos de tales palabras, chasqueó la lengua y viró los ojos, demasiado exhausto como para seguir aparentando delante del mayor.
― Sí, está bastante bien... ¿pero no te parece que es mucho para nosotros?, de paso queda a media hora de la universidad. Vas a tener que pararte más temprano para ir a trabajar...
Apuntó al dar un paso hacia adelante con los brazos cruzados, quedando de frente al balcón.
La escena idílica del reverdecer de aquel parque, de las aceras limpias y las personas contentas que vio a través de la ventana le invitó a pensar que quizá estaba montando un drama innecesario, todavía, qué tanto podía valer aquello para su afligido corazón.
Sintió entonces dos manos posarse con gentileza sobre sus hombros, más dejó su vista fija en el cristal, sabiendo que si volteaba y hallaba esos ojos pardos terminaría por acceder sin siquiera dar batalla alguna.
― Mingi, bebé... ¿qué es lo que te tiene tan molesto?
― No estoy molesto.
Se defendió al instante, sintiendo el titubeo de aquellas manos sobre sí; se mordió los labios para no disculparse por ser tan pedante.
Ante la respuesta, Yunho no tardó en deslizar sus manos por sus brazos en una sutil caricia antes de ayudarle a dar la vuelta, pese a ello, se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz y se mantuvo estoico viendo a todos lados menos a los ojos castaños que le contemplaban preocupados.
― Te conozco pajarito...
Murmuró el pelinegro para luego dar un toquecito con la punta de su índice en su nariz, haciendo que instintivamente frunciera su rostro.
― Dime qué te molesta, por favor. Sabes que puedes decirme lo que sea.
Continuó un inquieto Yunho tras una breve pausa.
Aunque reacio, se atrevió finalmente a enlazar su mirada a la ajena al tiempo que una pesada exhalación dejaba sus labios.
― Por qué-... Es que ni siquiera viste los lugares que te mandé el otro día, Yunho. Esta vaina queda muy lejos del lugar donde dijimos que empezaríamos a buscar.
Expresó con desgano tras soltar sus brazos.
Por la forma como Yunho pestañeó haciéndose para atrás, pensó que sus palabras resultaron similares a una acusación y quizá, sí lo era; tomando en cuenta sus sentimientos y el contexto no estaba muy lejos de empezar una pelea.
Negó ante la falta de respuestas y se dispuso a caminar cuando una mano tomó la suya empleando la misma delicadeza de siempre; esa que a la que era incapaz de huirle.
― Mi amor, sí lo hice. Sí vi las sugerencias que me enviaste, pero por más cómodo que sea no podemos pagar algo así.
Dijo un apacible Yunho, quien le dedicó una mirada tan blanda con el tono de voz que usó para hablarle o las caricias que dejó en su rostro para hacer que, sin percatarse, se acercase nuevamente a él.
Mostrándose suspicaz ante la confesión del mayor, resolvió perderse los orbes pardos que le contemplaban sosegados mientras él buscaba minuciosamente un atisbo de escepticismo; algo que jamás existió.
― Perdón si pareciera que no tomé en cuenta lo que me propusiste, pero tuve que pensar en otras cosas. No íbamos a encontrar nada dentro de nuestro presupuesto en la misma zona, así que tomé la opción de Yoora por razones que me parecieron ventajosas.
Explicó el dichoso pelinegro tras dejar ir su mano, para después enmarcar su rostro entre sus cálidas palmas.
― Sé que es más lejos de la universidad, pero la parada del autobús está cruzando la calle. No tendrás que caminar tanto... al menos no para ir a tu trabajo. También pensé que te gustaría vivir cerca del parque porque sé cuánto te gusta caminar y ver el atardecer.
Agregó su novio mientras con los pulgares iba amansando sus pómulos.
No pudo entonces evitar que tal confidencia supliera su enojo con una ráfaga de serenidad. Deseaba poder seguir molesto, más eran esos detalles similares a ese los que fraguaban su amargura en la ricura de un afectuoso sentir.
Se mordió los labios, estando todavía indeciso de darle el visto bueno a su pareja. Su núcleo, aunque enternecido por los recién descubiertos motivos ulteriores del mayor, continuaba florando en las aguas de la indecisión; sin embargo, aquel período de latencia poco duró en su cuerpo cuando, en un último ataque, su novio, tan indómito como siempre, supo dar en el punto clave para quebrar la coraza de dudas que se soldó a su corazón.
― Además... este lugar queda a unos quince minutos de casa de tus padres. Podemos-... puedes ir a visitarlos más seguido si quieres.
Tras dejarse hacer por la cálida brisa de esa pequeña, pero significativa revelación, creyó acertado sublevarse al cómodo mutismo, prefiriendo entonces que su humanidad hablase por él a través de los besos que obsequió a los belfos que tan solícitamente agraciaron tal sugerencia.
Entonces, su corazón rimbombante le recordó que todos los cambios a los cuales pretendió poner resistencia tenían una razón de ser y que esa razón no era otra sino Yunho.
Traicionaría a su persona ante el fallo de admitir que esas consideraciones tan dulces de parte de su amor no hubieran calado hasta el fondo de su corazón. Yunho, tan atento, siempre poniendo a los demás antes que a sí mismo, cómo podía alguien ser tan considerado... ahora que apreciaba su conducta pasada, el único sentimiento que evocaba era la culpa por haber sido (de nuevo) tan grosero con su novio.
«Él pensó en todo para que yo estuviese cómodo. Él sigue sin hacer esto por su propio bien, sólo está pensando en mí...»
A los efectos de tan melancólica idealización, recordó entonces que todos esos días el susodicho había estado haciendo malabares para evitar dejarlo solo, para impedir que saliera a flote alguna conversación alusiva a sus padres o cualquier otro problema ni siquiera había ido a ver a su madre en todo ese tiempo y por la mirada vidriosa que le lanzó cuando sugirió visitar a sus viejos, supo... que ese tipo de cosas, de detalles lo seguían siendo todo para él, no tanto su comodidad, sino el bienestar y el saberse lleno y cerca de quienes amaba; Yunho seguía siendo un hombre de familia a pesar de todo.
Quizá de un tiempo para otro se había vuelto más cegatón, aun así, sabía admitir su derrota y doblegar su orgullo siempre que fuera a beneficio del mayor... mejor dicho de los dos.
Con ambas manos en la cara de su bondadoso pelinegro, le imitó a complacencia, mientras apenas rozaba sus belfos en castos besos. Sonriendo, pensó entonces que tal vez le faltaba por soltar vestigios del rencor que acaeció en su persona tras un impávido rompimiento. Recapacitó en las señales, en las firmes acciones de su novio y todo cuanto pudiera colmarle de paz para terminar de aceptar que Yunho, no era tan egoísta como su mente le hacía creer.
― ¿Te parece si te acompaño a tu reunión ahora?... aún queda tiempo para que lleguemos temprano.
Propuso un conmovido pelinegro tras dejar una última caricia con los labios en su frente.
Aún con sus ojos cerrados, asintió y a tientas buscó una de las manos del mayor para enlazar sus dedos, marcando así la pauta para emprender ambos su camino fuera de aquel apartamento que, tal vez, en una fecha cercana, podría llamar su nuevo hogar.
Antes de salir de la residencia, decidieron pasar por el apartamento de la chica que les había auspiciado el recorrido para agradecerle y decirle que esa misma semana volverían para firmar los papeles de arrendamiento.
Por supuesto, aquellas palabras no habían salido de su boca, sin embargo, tan pronto Yunho cerró aquel trato con la sonriente muchacha se sintió en paz. Esa misma emoción que le evocaron las personas a la entrada del parque, a los transeúntes que alegremente le dieron los buenos días mientras esperaba con su novio en la parada del autobús; hasta el cielo resplandecía en un azul sereno.
Aquella, en definitiva, debía ser una señal y si no lo era, pues qué pena por el destino, porque él ya había tomado su decisión: seguiría por ese nuevo camino junto a Yunho. Tal providencia le profesaba tanta tranquilidad que, incluso estando ambos expuestos al mundo, por primera vez en días, se olvidó por completo de que debía cuidarse las espaldas. Se sintió entonces verdaderamente libre, fresco... como si estuviese renaciendo.
― ¿Mh?... alguien está feliz.
Inquirió el susodicho al pinchar una de sus mejillas de forma afectuosa.
A modo de respuesta hizo el amago de morder el dedo que hasta hacía unos segundos le había acariciado, haciendo reír al mayor por sus ocurrencias.
Pese a los pensamientos negativos que continuaban asomados por su mente, su humor sí había cambiado para mejor. Se sentía tan pleno que hasta el prospecto de atender a la reunión con sus compañeros de clases le tenía entusiasmado; esa chispita de euforia que enalteció su aura para nada tenía que ver el hecho de Yunho la acompañara ni siquiera por ser la primera vez que el susodicho aceptaba asistir a un evento de esta índole con él.
El optimismo de Mingi perduró todo el viaje en autobús, mientras un animado pelinegro, henchido por la positiva retroalimentación de su pareja, siguió hablando sobre las ideas que tenía para el nuevo apartamento, dejando que el menor empapado en brío le siguiera la corriente aportando cada minucia imaginativa que pudiera engrandecer el panorama que ambos crearían en un futuro cercano.
En ese dulce trato, los juegos y las palabras del muchacho a su lado, Mingi también encontró confort, ese que creyó perdido y que ahora esclarecía su vida, tomando partido de cada capítulo en la misma.
De a poco se sacudía los vestigios de su parte egoísta y volvía a ser el de siempre, ese Mingi que quería volver realidad todos los sueños que narraba su adorado pelinegro. Ese Mingi despistado que de no ser por su novio se habrían bajado dos paradas después a la de ellos, pero Yunho no se quejaba porque, aunque hubiese tenido que caminar, ese Mingi iluso, risueño, juguetón, tímido y coqueto... ese, era el Mingi de sus sueños.
Tan pronto puso un pie en la universidad, teniendo la mano de su novio sobre la suya, por alguna extraña razón se sintió poderoso. Tal vez el repentino subidón tenía que ver con las personas que los veían con envidia y cuchicheaban a sus espaldas, todavía, le traía sin cuidado el chismorreo; igual no perdió la oportunidad de pavonearse delante de ellos, mostrando que, en efecto, había regresado con el codiciado y futuro ingeniero mecánico Jeong Yunho.
Pero la vida siempre encontraba la forma de llevarle la contraria, o algo similar le pasó de refilón por la mente cuando aquel minuto de fama llegó a su fin al oír una inconfundible y chillona tonada.
― Coño'e su madre, quién me estará llamando. Espero no sea Yoora.
Comentó el pelinegro deteniéndose a mitad del campus para pescar el teléfono en su bolsillo.
Sin soltar el agarre en la mano del mayor, intentó acercarse con sigilo hasta él para ver el nombre de la persona en la pantalla, más Yunho no le dio tiempo de ello cuando, en un movimiento fluido atendió la llamada, llevándose luego el dispositivo hasta la oreja.
― ¿Profesor Park?... yo-... sí, estoy en la universidad.
Murmuró un dubitativo pelinegro al tiempo que apretaba su mano.
― Sí, estaba por asistir a una reunión y luego iba a pasar por coordinación. La verdad es que-...
A pesar de cuán confidente lucía el mayor por fuera, no tenía que ser un genio para saber que su amor se encontraba en aprietos. Lo supo de inmediato cuando tras una súbita interrupción, el susodicho pasó saliva por su garganta y bajó su mirada, segundos más tarde escuchó la vaga despedida y vio al mayor sostener el teléfono en su mano vistiendo una sólida expresión de derrota.
― ¿Yuyu?, ¿pasó algo?... si tienes que irte no hay problema, yo puedo ir a la reunión solo-...
Comenzó diciendo en completa calma, tratando de que el mayor no pillase la pizca de desilusión que llevaba su voz.
― No, no. Yo te acompañaré, es sólo-... el profesor Park quiere que vaya a su oficina a hablar unas cosas con él antes, no creo que tome mucho tiempo.
Explicó un apenado pelinegro tras interrumpirle y guardar su teléfono, aun esquivando su mirada.
Torció la boca en un gesto de inconformidad ante el repentino cambio de actitud de su pareja, más no hizo comentario alguno al respecto. Si Yunho no quería hablar, pues no lo forzaría.
Sin decir nada, el mayor le mostró una falsa sonrisa y se hizo con su mano para así retomar la caminata, esta vez con destino al edificio de coordinación que por suerte estaba bastante cerca.
Mientras caminaba, su imaginación dispuso del silencio para llenar su cabeza con ideas erradas, pensamientos que más temprano que tarde le tuvieron tan intranquilo como su novio. Aún le tenía cabezón el que Yunho no le hubiese explicado el plano general de la situación antes de arrastrarle hasta allí. Tampoco es como si hubiese escuchado gritos en medio de la llamada o algún indicio de que el contexto de lo que estuviese por ocurrir fuese turbio.
Honestamente, ni siquiera sabía con qué podría encontrarse porque apenas y conocía al dichoso profesor Park como para asumir que era una mala persona. Sabía por el pelinegro que se trataba de un hombre recto en el aula de clases, pero en los pasillos de ingeniería e incluso en el resto de la facultad, las malas lenguas sólo hablaban pestes sobre él.
Aquel era sólo un prospecto general, claramente, no le convenía creer una cosa o la otra, todavía, el sabor amargo que llevaba en la boca no se disipó cuando su novio, aunque reacio, se atrevió a tocar la puerta que rezaba "Prof. Park JungSoo", obteniendo un sutil «Adelante.» como respuesta inmediata a su taciturno llamado.
Tratando de lucir compuesto, se relamió los labios y se aferró a la mano de su pareja quien, sin cruzar miradas empujó la puerta para así adentrarse ambos al pequeño y caluroso despacho.
― ¡Ah, por fin muchacho!, ya empezaba a creer que no volvería a verte.
Exclamó el hombre al levantarse de un salto de su silla, yendo hasta el pelinegro para darle una afectuosa palmada a su hombro.
A los efectos de tan cálido recibimiento, se sintió un poco fuera de lugar. Aquel hombre no era ni la sombra de lo que pensó encontrarse, siquiera era una persona en edad avanzada; sólo era un cuarentón con un simpático hoyuelo que se asomaba en su mejilla izquierda cada vez que hablaba.
― Imagino que este muchacho de aquí es el Mingi del que tanto hablas. Bienvenidos, pónganse cómodos mientras yo termino de hacer esto para atenderlos.
Murmuró el hombre con una enorme sonrisa al regresar a su escritorio, tomando una paca de papeles entre sus manos para empezar a revisarlos.
Sobrecogido por todo el desarrollo de los eventos, miró extrañado al pelinegro quien sólo se encogió de hombros y largó un suspiro antes de cederle la única silla que había para los visitantes en toda la oficina.
Sin rechistar, se sentó en esta, apreciando cuán cómoda era a pesar de su desgastada estética, algo que tenía en común con todos los muebles y artefactos decorativos cubiertos de polvo que había en la pequeña habitación. La oficina de aquel hombre bien podía pintarse como la vívida imagen de una persona demente, con tantos elementos y colores que para nada combinaban entre sí; todo parecía sacado de un catálogo de mal gusto, pero la energía que transmitía era si acaso en exceso energizante y vivaz.
― Y cuéntame... ¿cómo has estado muchacho?, ¿cómo te trata la vida?, espero que bien porque la mía es una tragedia.
Habló el dichoso profesor con elocuencia, siempre acabando sus comentarios con una extraña risilla.
Sin inmutarse a la extrañeza de aquel hombre, se dedicó a curiosear en las paredes, observando todos los títulos y diplomas del erudito; mientras más veía, más convencido estaba de que su locura era producto de tantos años de estudio. Todavía, quién era él para juzgar, sólo esperaba que su novio no terminase igual.
― Hm... bien, pero-... Profesor, sino le molesta... podría decirme para qué me quería tan rápido en su oficina.
Exigió su novio con un timbre de irritación notorio en su voz, detalle que el hombre tras el escritorio burló al soltar un bufido.
― Por qué tanta prisa muchacho, ¿acaso tienes un asunto pendiente?
Inquirió Jungsoo tras dejar algunas de las hojas en el revoltoso escritorio antes de alzar su mirada.
― Pues sí, le dije que tenía que ir a una reunión con-....
― Ah, qué coño importa. Como decía Einstein "el tiempo es relativo", que se jodan todos. Yo tenía que ir a buscar a mi hijo a la escuela, pero que se joda también, él sabe cómo volver a casa. Ya después me las arreglaré con mi mujer.
Resolvió el hombre con indiferencia, arrojando el resto de los papeles a una de las pilas de libros sobre su abarrotado escritorio.
Luciendo el mismo tinte de indiferencia que acaecía en su prédica, se arrojó a su enorme silla, alzando luego los pies sobre el escritorio para ponerse cómodo.
Durante todo el rato, pudo sentir la paciencia de Yunho esfumarse paulatinamente del cuerpo de este, dando paso a la tensión. Por el rabillo del ojo, advertía incluso la jaqueca que el pelinegro comenzaba a tener, pues el susodicho fruncía el ceño y se acariciaba la sien como si intentase canalizar su ira, o quizá redireccionar aquella energía en función de aniquilar al docente con su mirada.
― Han pasado demasiadas cosas los últimos meses, ¿no creen?... todo ha cambiado y aún me cuesta creer que todo ha sido para bien...
Comentó el erudito de un momento a otro, proyectando hacia el infinito con la mirada perdida justo después de cruzar sus manos sobre su estómago.
Ante la reflexión del hombre, sintiéndose confundido, enarcó una ceja y volvió la mirada a un irritado Yunho quien, esta vez no dudó en acercarse al escritorio, reclinándose sobre este para llamar la atención del tan peculiar docente.
― ¡Profesor Park!, de verdad me encantaría quedarme a charlar con usted, pero tengo cosas que-...
― ¡Ajá!, lo supuse. Estás molesto por algo, pero no parece que estés molesto por tu novio, vi que entraron agarrados de manos, así que todo esto tiene que ver con otra persona.
Sopesó el hombre al llevarse una mano al mentón, obviando por completo el reclamo de su alumno.
En otro momento quizá se hubiese echado a reír por la cara que puso Yunho a razón de tan sínico comportamiento, sin embargo, sabía guardar las apariencias y, por más chocante que fuese aquel hombre seguía intimidado por su posición.
― Profesor Park. De verdad necesito que-...
― No has venido a trabajar en estos días, Yunho.
Le cortó el docente, clavando sus ojos como dagas sobre el aludido. Por primera vez sintió temor por su pareja, más al ver de reojo la serenidad en rostro del hombre, se permitió relajarse un poco.
― No, no he venido a trabajar. He estado atendiendo otros compromisos, tampoco he tenido tiempo para venir a clases, pero eso usted lo sabe y también notifiqué el porqué de mi ausencia en control de estudios. También hablé con los otros profesores al respecto sobre-...
― Lo sé, lo sé, muchacho. Esto no es un interrogatorio de la CIA, cálmate. Aun así... me temo que este peo tuyo está candela.
Advirtió el profesor Park en un tono tan serio, que en una décima de segundo les heló la sangre a los dos.
Tras descruzar las manos, vio al hombre incorporarse en la silla para así arrimarse al escritorio. En consecuencia, la reacción de su novio fue instantánea: el susodicho se hizo para atrás y ergio la espalda, luciendo como uno de esos estudiantes recatados que sólo recordaba haber visto en anuarios.
― El coordinador de evaluación me comentó que tuvieron una pequeña reunión para hablar sobre tu caso. No todos están de acuerdo con que hayas retomado tus actividades y tu empleo después del numerito que montó tu padre, pero...
Explicó el ahora misterioso hombre, dejando una nota de suspenso en el aire.
Estuvo a punto de reclamar, demasiado preocupado e intrigado por la situación de su pareja como para dejar que aquel docente siguiera dándosela de graciosillo, más el susodicho supo adelantarse a ello al leer su lenguaje corporal.
― Es bueno saber que tienes a alguien que se preocupe por ti, muchacho. Tu novio parece que está a dos segundos de saltarme encima y partirme el cuello.
Bromeó Jungsoo para luego echar una carcajada que su parecer sonó como el chillido de una bruja.
Sin poder evitarlo, el bochorno tomó partido de su rostro, haciendo que se viera del color del labial que usaba su mamá cuando era pequeño. Aun escuchando la estrepitosa risa de aquel hombre y sintiendo la mano de Yunho sobre su hombro, se encogió en la silla.
― Pero. Cómo iba diciendo...
Empezó el hombre tras aclarar su garganta.
― Tanto el coordinador como yo, y una que otra irrelevante persona por ahí... estamos haciendo lo posible para que se metan la lengua en el culo y te dejen graduarte sin atrasos.
Confesó un sonriente profesor Park, otra vez haciendo gala de su actitud despreocupada.
Sin dar crédito a nada, se rascó la cabeza y volvió su mirada al pelinegro que se miraba incluso más confundido y enojado que antes.
― ¿Y entonces?... ¿para eso me llamó?, pudo decirme todo eso por teléfono.
Reclamó su pareja un tanto enfurecido.
― No te molestes conmigo, muchacho. Tenía que decírtelo de frente, no confío en los mensajes y las llamadas, se pierde mucho el contexto de lo que se habla. Además, yo que tú no me preocuparía tanto.
Comentó el hombre antes de levantarse de su silla, dándose la vuelta para empezar a buscar algo en uno de los cajones que daban hacia la ventana.
En ese momento pensó que, de ser posible, Yunho ya habría agujereado al docente con rayos láser si estos tuviesen la fortuna de salir por sus ojos, y como no... si con aquella montaña rusa emociones hasta él había quedado exhausto. Incluso el ruido de las gavetas abrirse y cerrarse lo tenía irritado.
― Puedes de todas formas intentar escribir otra carta explicativa a control de estudios para echarle la culpa a tu padre. Ya sabes, tú tienes un don innato para redactar.
Murmuró el docente aún sin darse la vuelta.
― Gracias por su halago profesor, pero eso se lo debo a Mingi. Él fue quien me enseñó a redactar así.
Corrigió el pelinegro, haciendo que volteara a verlo con asombro, pero antes de siquiera poder decir algo relativo a ello, se vio interrumpido por profesor.
― ... ¡Ajá, aquí está!
Exclamó el hombre, para luego darse la vuelta con un tarro repleto de dulces y golosinas surtidas.
― Mingi... tú pareces un muchacho al que le gustan las chupetas, ¿gustas una?
Le ofreció el susodicho con una sonrisa, mostrando el tarro abierto mostrando las dichosas paletas y caramelos de muy buena pinta.
Aunque dudoso, aceptó el ofrecimiento y metió la mano en el frasco para sacar una de las golosinas rojas que se asomaban al fondo, sonriendo luego al ver el amistoso esbozo en la cara del profesor.
― A ti no te doy nada porque la última vez que te ofrecí dijiste que no y de paso arrugaste la cara.
Sentenció el hombre al dirigirse al pelinegro tras tomar un caramelo y dejar el tarro justo encima del reguero de papeles.
Sin mediar palabra alguna, abrió su chupeta y la llevó hasta su boca, sonriendo a pesar de la oscura aura que ensombrecía a su novio. Esperaba también no atragantarse de la risa, porque a esas alturas del partido más que intimidado, se sentía el espectador en una obra patética e hilarante obra de teatro.
«Pobrecito mi Yuyu, esta vaina se cuenta y no se cree.»
Se lamentó escondiendo una sonrisa socarrona tras la mano que sostenía el palito del dulce.
― ¿Ya terminó entonces?... ¿no tiene nada más que decirme o sugerirme?
Masculló un quejumbroso Yunho tratando de no sonar demasiado ofendido.
El profesor por su parte pareció meditar la situación mientras disfrutaba de su golosina antes de facilitar una respuesta concisa.
― Te recomiendo que empieces a trabajar cuando antes, muchacho. Has horas extra en coordinación, no importa las materias ni las asignaciones, que Yoora se haga cargo de ello, yo también veré qué coño le digo a la profesora Shim para que deje de joder y te pase la materia. Te lo mereces después de todo.
Concluyó un pensativo profesor Park.
Ante el comentario, no pudo reprimir un gemido de sorpresa que fue amortiguado por la chupeta, sin embargo, este pasó desapercibido por el hombre que, de un momento a otro, ya se hallaba al lado del pelinegro, tomándolo con firmeza de los hombros.
― Confío en ti Yunho, sé que puedes superar toda esta mierda. Tienes mi apoyo, no dejaré que vengan a seguir aprovechándose de ti más de la cuenta.
Dijo el profesor al bajar la voz, como si aquello fuese el mayor de los secretos.
En ese instante, su novio pareció reflexionar a profundidad en las palabras que le confirió el erudito. La molestia, la tensión, todo atisbo de irritación se evaporó entonces de su cuerpo, dejando aquel semblante estoico que tanto admiraba del pelinegro.
― ¡Bien, excelente!, fue un placer conocerte, Mingi. Espero no verte seguido por aquí.
Bromeó aquel hombre peculiar, retornando otra vez a esa actitud cuestionable a la cual empezaba a acostumbrarse.
Obviando lo último que este había dicho, se levantó de su silla y la corrió de regreso a su sitio para que no estorbara, acto seguido, se despidió del docente con una sonrisa y una inclinación yendo hasta la puerta junto a su pareja, pero antes de siquiera cruzar el umbral con el pelinegro...
― Ah, Yunho... nosotros nunca tuvimos esta conversación.
Aclaró el hombre luciendo una mirada penetrante para segundos después darse la vuelta con el tarro de dulces entre sus manos.
Aún con la chupeta en la boca, tragó grueso y dejó que Yunho le guiase de nuevo fuera de los pasillos de coordinación y de regreso a los jardines del campus. En todo el transcurso prefirió dejar la mente en blanco y acatar las órdenes del docente; no fuera él a pecar por inocente, después de todo, creía firmemente que las paredes podían escuchar.
― Me cae bien tu profesor, no entiendo por qué todos hablan mal de él.
Comentó con simpleza, tras sacarse la chupeta de la boca y relamerse los labios bajo la atenta e inquisitoria mirada de su pareja.
Al ver la cara de este, se echó a reír y se apegó a su lado, intentando convencer al este de que le abrazara para que le disculpara por aquella tontería dicha.
― Ay, Mingi... este tipo te trató bien porque no eres ingeniero y también porque eres adorable. Sí, eso. Nadie se puede negar a mi bebé.
Murmuró un resignado Yunho al seguir caminando mientras le apretaba contra su pecho; la verdad es que este no sonaba tan afectado como hubiese pensado.
― Vayamos a tu reunión antes que se haga más tarde.
Agregó esta vez sonando más sereno, a lo cual únicamente asintió, ofreciéndole una sonrisa y un beso pegajoso en los labios que el mayor recibió gustoso.
˚
Pese a la vibrante promesa de iniciar un nuevo capítulo en sus vidas, a Mingi le fue imposible esquivar los baches que ahora parecían brotar de la nada mientras iba caminando con Yunho por el sendero espinado que el mayor había escogido para ambos.
En más se una ocasión trató de negarse a la idea de cargar con de nueva cuenta con esas pesadumbres, sin embargo, aquel irritante pensamiento parecía su ángel de la guarda porque no le desamparaba ni de noche ni de día. Estando en la ducha pensaba en eso, mientras comía, estudiaba, trabajaba, incluso haciendo oficio como ahora su parte acomplejada se mecía en un chinchorro mientras él se quemaba en las brasas.
Obsequió un bufido a la nada cuando por quinta vez la cinta adhesiva que estaba ocupando para embalar las cajas con sus pertenencias, se quebró cual papel de arroz entre sus largos dedos.
― Esta mierda... le dije a Yunho mil veces que comprara el teipe que era y no me hizo caso.
Refunfuñó al tiempo que tomaba otro trozo se cinta para empatar el anterior.
No era así como pensó que pasaría su día libre, sin embargo, tras el súbito cambio de rutina que había tenido con Yunho, aquel era el único día que les había quedado para empezar con la poco ansiada mudanza.
«Ni siquiera me he acostumbrado a la idea de que ya no volveré a vivir aquí, peor aún, que alguien más vaya a vivir aquí.»
Comentó para sus adentros resultando inequívoco el lamento que acaecía en los espacios de esa oración.
Desde la última vez que había ido a ver el nuevo apartamento con Yunho le costó bastante asimilar la idea de que pronto, tendría otro lugar al cual llamar hogar; seguía creyendo aquel avance algo foráneo. Claro que antes se había dejado llevar por el fogaje del momento, quién no lo hubiera hecho después del endulzamiento que le hizo Yunho. Todavía, decir y hacer eran cosas diferentes y, ahora que se enfrentaba al presente (y todas las cosas que implicaban hacer una mudanza), fallaba miserablemente en el intento de mantener la calma.
Para ser sinceros, no quería abandonar el primer lugar que pudo llamar suyo. Odiaba la sola idea de que alguien más viniera a ocupar el espacio entre esas paredes que en vez de capas de pinturas, se engrosaban a razón de las vivencias que hizo junto a su pareja.
«Pero él sigue teniendo razón.»
Escuchó decir a su conciencia, haciendo que en un arrebato tirase con rabia el rollo de cinta adhesiva que tenía entre sus manos.
― El culo mío nojoda. Verga, pero es que quién me manda a mí a hacerle caso a los demás.
Profirió su desamparo a la ventana, cuando en un intento por buscar algo de paz, giró su rostro para ver la misma persiana rota de siempre.
La tarde estaba hermosa afuera, o eso opinó al ver entre los huecos el divino atardecer que se desplegaba entre estos. Sonrió con melancolía recordando que ese sería una de las últimas puestas de sol que disfrutaría en ese lugar, a través de esa persiana, rodeado de todas las cosas que le importaban.
Negó con rapidez al caer en la tentación de aquella idea; no podía ceder, tenía que ser fuerte. Entonces, volvió su mirada a la caja que dejó cerrada a medias notando el desastre que había hecho con la supuesta cinta de embalaje.
«Definitivamente el hábito no hace al monje»
Reparó al pensar en cuán desprolijo había quedado su trabajo, pese a las cuatro arduas horas que llevaba embalando sus cosas. Quizá Seonghwa o su verdadera madre le hubiesen retado por ser tan ordinario, pero qué más daba.
Tal vez estaba siendo un poco (muy) pesimista al respecto, es decir, lo material podía llevarlo consigo si algún día consumaba la mudanza, pero su núcleo valoraba la situación de otra manera. Estaba seguro hasta la médula ósea que su corazón tardaría meses en apreciar el cambio y dejar de lado aquel sentimiento de arraigo. También estaba seguro de que para sacarse eso del pecho tendría que hacer más sacrificios de los planeados.
Meciendo su cabeza de un lado a otro, pretendió espantar el mal augurio que generaban las necedades de su núcleo. Entonces, a paso de carajito flojo, tomó otra de las cajas vacías que había regadas por la habitación y, decidido, caminó hasta la cómoda para empezar a vaciar el resto de sus gavetas. Ni se molestó en revisar las cosas que tomaba y arrojaba dentro de la caja, se movía por inercia, pensando que mientras más rápido mejor sería para su dolor de cabeza. Sin embargo, mientras tanteaba al fondo del cajón, el suave tacto de un objeto bajo su mano le sacudió con violencia haciendo que despertase de su forzado letargo.
Con delicadeza retrajo su mano, llevando aquel objeto consigo, descubriendo justo lo que pensó: aquel osito de peluche que Yunho le regaló teniendo apenas dos meses de relación...
«En el noticiario habían anunciado un otoño crudo, tan gélido como el invierno mismo, todavía, la brisa que le besaba el rostro estando en el patio de su casa se sentía extrañamente cálida.
Suspiró complacido, estirando las mangas del suéter que llevaba para cubrir sus manos antes de acomodarse las gafas. Llevaba unos minutos esperando a que Yunho regresara de su habitación; el susodicho le había sorprendido de un momento a otro exclamando que tenía un obsequio para él y sin rechistar lo instó a esperar allí hasta que volviera.
Para ser honestos, el detalle le tomó desprevenido, pese a estar al corriente de que el día anterior habían cumplido dos meses de haber iniciado su relación. No es como si le hubiese obsequiado algo al pelinegro en espera de un gesto recíproco, pensó incluso que Yunho había olvidado la fecha o que este prefirió hacer como el resto de las parejas; apegarse a las tradiciones coreanas y celebrar los cien días. Aun así, ahora que estaba en esa situación se reprochaba el pensar que su ahora novio de la nada dejaría de ser el muchacho detallista de siempre.
Se mordió los labios, pensativo e indeciso, más no le dio tiempo seguir ahogándose en el río que hacían sus mortificaciones cuando un brazo gentil le rodeó por el costado. Impresionando por el repentino acercamiento dio un brinco en su lugar, relajándose luego al ver el sonriente rostro de su pelinegro favorito, notando entonces la mano que este sostenía celosamente tras su espalda.
― Perdón por tardar. Por un momento pensé que no lo había traído porque no lo encontraba, pero resulta que estaba enredado entre una de mis camisas.
Explicó el pelinegro con parsimonia para luego mostrar el dichoso obsequio.
Sin saber qué decir o qué hacer, se quedó mirando la felpuda carita del osito marrón que el pelinegro tenía entre sus manos; a su parecer lucía tan suave y tierna como el propio jovencito que aún lo sujetaba.
― ¿Te gusta?... Yo-... sé que no eres de estas cosas, pero cuando lo vi en la tienda quise comprarlo para ti.
Murmuró Yunho por lo bajo, con un deje de desilusión en su voz.
Preocupado por aquel razonamiento, elevó su mirada y notó la mueca de tristeza que amenazaba con apoderarse del brillo en los ojos del mayor. No dando tiempo a ello, miró por sobre su hombro, vigilando que la puerta del jardín estuviese cerrada, para después alzar la mirada hacia las ventanas, cuando supo que no había moros en la costa, se inclinó para estamparle un dulce beso en la boca a su adorado pelinegro.
― Eres la vaina más dulce y marica del mundo, Yunho.
Sentenció entre uno que otro piquito, sus labios entonces tiñéndose con el mismo rubor que sus pómulos.
― ¿Eso significa que sí te gustó?
Cuestionó un suspicaz pelinegro, enarcando una ceja, pero sin dejar de corresponder a sus besos.
― Lo amo. Le voy a poner 'Yu' de... 'Yuyu te amo con todo mi corazón'.
Afirmó de manera risueña, restándole importancia a lo chusco que resultó ser su comentario.
A los efectos, Yunho no hizo más sino reír, una risilla entre apenada y alegre que colmó de ternuras a su embelesado corazón. Para cuando se dio cuenta de lo que hacía, ya se encontraba arriba de un sonrosado Yunho, quien recibía gustoso los ósculos fruto de su edulcorado romance juvenil, mientras, el peluchito olvidado, se hacía un lugarcito entre sus cuerpos bañándose así en la certeza de haber encontrado su lugar en el mundo.»
Observó a su felpudo amigo con cariño, tocando su naricita negra antes de llevarlo a la altura de sus labios para dejar un besito en su cabeza. Aquel era uno de los obsequios que más atesoraba de Yunho, porque sí... él no era de tener peluches y juguetes, pero siempre había una excepción.
Siendo cuidadoso, dejó el peluche sobre la cómoda y continuó con su labor, más poco fue el tiempo que pudo seguir enfocado en ello. Los recuerdos entonces amenazaron con estrangularlo cuando más obsequios y pertenencias de ambos salieron a la luz. Sintiéndose abrumado, fue entonces cuando cayó en cuenta de cuán familiar se le hacía la escena, más aún, las emociones que exhortaba esta.
Pasó saliva por su garganta y apretó la caja contra su cuerpo. No había necesidad de comparar el presente con el pretérito de hacía unos meses. Es decir, no estaba deshaciéndose de las cosas que le recordaban a Yunho, sólo estaba empacándolas para llevarlas consigo a otro lugar... uno en el que dudada querer estar.
«Respira profundo, Mingi. Todo va a estar bien. Cuenta... uno, dos, tres...»
Dijo en su mente para aplacar el sentimiento de angustia que me amenazó con agravar su situación, más aquel fallido intento de meditación fracasó al querer contener la zozobra que acaeció en su alma.
Miró a todos lados buscando una pisca de confort; a la persiana, a la cómoda, a la cama, el piso, el armario, sin embargo, rodeado de aquel desorden sus ansias despuntaron cual fuegos artificiales cegando y aturdiendo la razón en su cuerpo.
Completamente ofuscado, comenzó a recoger las cosas que veía y a tirarlas en las bolsas de basura; sólo podía pensar en lo absurdo que era tener tantos peroles guardados. Todavía, en medio de su desespero, no reparó en el ruido que hacía, tampoco en el descuido que tenía al moverse de un lado a otro pateando las cajas inconscientemente mientras su cuerpo buscaba librarse de aquel fogaje.
Lo único que pudo despertarle de aquel bravío trance fue el sonido que hizo una caja pesada al besar el suelo en un pequeño estruendo.
La reacción al bullicio fue inmediata, pues en segundos la causa parcial de su problema se apreció asomándose agitado por la puerta.
― ¡Mingi, mi amor!, ¿estás... bien?
Inquirió un acelerado pelinegro con una mano en el pecho, bajando la guardia tan pronto paseó su mirada por el lugar.
Sin emitir sonido alguno, puso los brazos como jarra y clavó la mirada en sus descalzos pies. Todo el contenido de la caja ahora estaba igual que sus emociones: esparramadas a en lo que alguna vez fue su jardín del edén; todo se veía desdibujado a través de sus gafas pintarrajeadas por saladas lágrimas.
― Creo que mejor vamos a tomar algo de aire, ¿sí?...
Ofreció el mayor con una sonrisa comprensiva en sus labios mientras extendía su mano.
Asintió despacio al tiempo que enlazaba su mano a la opuesta, dando un par de torpes zancadas para salir de aquel laberinto de cajas y fuera de aquel claustro, sin percatarse del sonido que hizo su tan preciada persiana al desplomarse en el suelo justo al cerrar la puerta del apartamento.
Tan pronto puso un pie fuera de la residencia, la carga más sustancial se disipó y aquella sensación de agobio fue dejando su cuerpo. Todavía, el exceso ya habría cobrado parte de su energía, haciendo de aquella salida tan silenciosa como ninguna otra.
En medio de su caminata por entre los barrios de la ciudad, Yunho se detuvo en una tienda de conveniencia, apareciéndose tres minutos más tarde con dos cajitas de leche achocolatada; su preferida.
Aún sin ánimos de hablar, le obsequió un beso en la mejilla a su novio como muestra de agradecimiento y sin más, tomó la cajita para empezar a beber de esta mientras ambos paseaban agarrados de la mano, cada uno tan inmerso en sus pensamientos como para no darse cuenta del lugar al que les llevaban sus pies.
Fue Yunho el primero en quebrar el silencio, después de encontrarse a sí mismo caminando en línea recta junto al mayor hasta una de las bancas de la plaza.
― Lamento que tengamos que pasar por esto, Mingi... sabes que si pudiera dejaría las cosas así, pero te lo dije antes, ya no... ya no veo futuro estando allí.
Expresó su novio con la voz tan floja como sus brazos cabeza que cayó una vez ocuparon cada uno un espacio en banca.
Inconforme con la manera que escogió el pelinegro para romper el hielo entre ellos, frunció los labios después de apartar el pitillo de la cajita de sus labios.
― No te pongas así por esa tontería. Estoy bien, sólo que esto de empacar me estresa demasiado. No sé si tengo que meter los libros con la ropa, si esto va con lo otro, yo-...
― Mingi, mi vida... no me mientas.
Le cortó el pelinegro al cruzar sus miradas; Yunho parecía cansado, pero no de él, sino de la situación en general.
Largó un suspiro y bajó la mirada al sentirse atrapado, resolviendo entonces jugar con la cajita de su bebida. Como siempre, su novio le tomado desprevenido, aunque esto era culpa suya por pensar que Yunho se tragaría aquella vil mentira que pensaba montar; podía ser medio mitómano, más el pelinegro era mejor que eso.
― No me acostumbro todavía al hecho de que nos estamos mudando... cuando fuimos la primera vez al apartamento te juro que sí me convenciste y estaba emocionado y todo, pero esta última vez que fuimos a firmar los papeles para la renta, no sé... se sintió muy extraño.
Confesó algo inseguro de las palabras que había escogido, pese a ello, Yunho pareció tomárselo con soda.
― Entiendo lo que dices... yo también me sentí así. Dentro de mí quisiera que nada de esto estuviera pasando, pero no puedo hacer más nada al respecto. De paso está mierda que me dijo mi tía...
Mientras el pelinegro se descargaba, no pudo evitar sentirse enternecido al ver la manera como este se gesticulaba contra la brisa del verano. Sin embargo, al oír eso último cualquier atisbo de felicidad se borró de su sistema, dando cabida al pavor.
― Q-qué... ¿qué te dijo tu tía, Yunho?
Cuestionó en tono vacilante, sin apartar la mirada de su pareja; el susodicho simuló meditarlo un poco antes de soltar aquella confidencia.
― Mi tía me llamó para decirme que el otro día vio a un tipo raro vigilando la casa. Dice que no es la primera vez que pasa desde que comenzó todo este peo, pero que no me había querido decir nada por obvias razones.
Confesó Yunho en voz baja, arrimándose a su lado para que no perdiera detalle alguno de lo que ahora estaban cuchicheando.
― Mierda, pero... ¿e-esto fue reciente?, ¿¡por qué no me habías dicho nada!?
Preguntó un tanto ofendido por la situación, aunque su ofuscación era realmente el temor hablando por él ni siquiera se percató de estar apretando la cajita vacía entre sus manos.
Finalmente, estaba ocurriendo lo que temía y se sentía incluso peor que la simple inconformidad de tener que dejar su hogar. Sabiendo ahora que asechaban a la familia del pelinegro, estando allí sentado a mitad de una plaza la paranoia cobraba venganza. De pronto sentiría millones de ojos sobre sí, un sentimiento repugnante... tan atroz que de no ser por la compañía del pelinegro a su lado hubiese arrancado a romper en llanto.
― Mingi, baja la voz, mi vida. Sí, fue reciente... fue ayer de hecho. Te lo iba a decir de todas formas, sólo-... estaba pensando en qué hacer.
Respondió su novio, atendiendo con premura al ataque de histeria que estaba por tener. En un rápido movimiento le quitó la cajita de las manos y se dedicó a amansar su ser a punta de ternuras.
Con pequeños susurros y caricias en sus mejillas, el mayor fue aplacando sus inquietudes haciendo que volviera en sí. Cuando sintió su corazón más tranquilo y el aire volver a sus pulmones, simplemente se recargó del mayor y le dejó seguir.
― No le he querido decir nada a mi mamá para no preocuparla, mi tía tampoco. Siendo realista, siento que el hijo de puta ese lo que está buscando es que estemos cagados de hacer cualquier vaina, porque si estuvieran pensando en secuestrarme a mi o a mi mamá, no hubiesen dejado que mi tía viera a los mamahuevos estos.
Odiaba lo sensata que se escuchó la reflexión de su novio, más el aludido tenía todas a su favor para asumir algo como aquello. Su padre, después de todo, era un jugador de las grandes ligas y esa, era una jugada bastante inteligente. Todavía, qué importaba cuán astuto fuera el malnacido, lo relevante en ese caso era encontrar una salida, aquella que pensó estaba más cerca, pero ahora sólo recordaba como un tonto espejismo.
Cuando sería el día que se acabaría esa pesadilla, peor aún, ¿llegaría a vivir para contarlo?... Probablemente estaba exagerando, pero tenía sus reservas respecto al infame señor Jeong, pues, así como su hijo, él... no tenía ni remota idea de cómo accionar ante esta ridícula treta.
Pese al mal genio que venía cargando, el subidón de energía y la angustia repentina, todavía quiso consolar a su novio con mimos, aunque no fuera mucho.
Con ello en mente, dejó que una de sus manos acariciara el dorso de las ajenas mientras con sus labios besaba el hombro donde anteriormente estuvo recostado en un vago intento por llamar su atención. Al no obtener respuesta, se decidió a usar palabras, sin negarle el resto de sus caricias.
― Yunho... mira. Anda, Yuyu... mírame, por favor.
Confirió en un susurro a oídos del pelinegro.
Cuando este ultimadamente se dio la vuelta, las lágrimas que se acumulaban en los lagrimales del susodicho resplandecieron con las farolas que empezaban a alumbrar la plaza, no obstante, aquel brillo, lejos de ser reconfortante, sólo sirvió para oprimir su corazón.
― Mi amor... no llores, por favor...
Rogó al mayor tan pronto atrapó la primera lágrima con su pulgar, enjuagando esta contra la piel de su amor.
― Ve, sé que todo parece muy malo, pero ya viste que pudimos resolver antes. Todo-... todo va a estar bien, ¿sí?... confía en mí.
Murmuró con la voz entrecortada, aunque su ofrecimiento fuese auténtico.
Por muy genéricas que fuesen sus palabras, sabía que en ellas había esperanza. Aquello era algo que Yunho solía decirle a él en momentos difíciles; el pelinegro simplemente se tomaba las consideraciones que también le gustaba recibir de parte de él. Demás estaba decir que ni él mismo sabía cómo haría de esa promesa una realidad, pero eso... era lo de menos esa noche.
Para su fortuna, su forma de actuar ante la incontigencia fue acertada. Segundos más tarde ya tenía los brazos repletos de Yunho, a quien meció y llenó de besos en un último intento por devolverle cada gramo de esperanza al cuerpo.
Optando por el silencio, dejó que la brisa los arropara ambos con gentileza mientras la copa de los árboles en la plaza se mecía y las personas iban y venían delante de ellos, completamente ajenas a sus problemas. El ambiente tan apacible, le ayudó a distanciarse de todas las ideas erradas y, nuevamente, fue capaz de adormecer la paranoia que dominaba a su ser.
El mundo seguía por su cuenta, moviéndose al ritmo de siempre, pero ellos no se inmutaban a la marcha perpetua, prefiriendo cancelar cualquier ruido y turbación con tal de recobrar la calma perdida. Aún quedaban pendientes por resolver en el apartamento, muchísimas cosas por empacar y otras por limpiar y acomodar, pero eso también podía esperar, o al menos eso pensó su novio al sugerir una nueva idea.
― Creo que... los dos necesitamos hablar con alguien para que nos guíe ahora porque estamos más perdidos que un sordo en un dictado, entonces... ¿vendrías conmigo si te llevo a algún lado y no te digo a dónde?
Cuestionó el pelinegro luciendo un tanto indeciso de poner semejante propuesta sobre la mesa.
Pasmado por tan repentina pregunta, parpadeó incrédulo antes de asentir un par de veces, siendo esta una respuesta natural. A los efectos, Yunho le ofreció una sonrisa y volvió a tomar una de sus manos como antes, recogiendo las cajitas de leche antes de levantarse de la banca y llevarle consigo... hasta donde fuese, mejor dicho... hasta donde el taxi que paró Yunho a mitad de la avenida los llevara.
˚
Debió sorprenderse tan pronto escuchó a Yunho darle la dirección de la casa de sus padres al conductor, tal vez, en otro momento y, bajo otras circunstancias la orden hubiera culminado en la exaltación de sus nervios, pero la carencia de emociones súbitas no lo pensó algo malo, al contrario, aquello que pudo ser atestado con imprevistos, sólo se serenó, igual que la mirada de su novio al verle tan sonriente; un esbozo de agradecimiento que el mayor supo interpretar y aceptó gustoso cuando se lo robó en un beso.
Una visita a sus padres después de todo el ajetreo para otros no podría ser una solución, siquiera una opción, todavía, para él... para ellos, era dar en el clavo. Por supuesto sabía que Yunho podía tener sus reservas, más le bastaba con ver a los ojos del susodicho para saber que este tenía más esperanzas que dudas revoloteando por su cabeza.
En lo personal, sabía que el pelinegro no tenía por qué temer si sus padres desde un principio tuvieron la puerta siempre abierta para ellos, pero decir esas cosas en aquel viaje luego de derramar un par de lágrimas en el parque estaba de más; sólo sujetar con firmeza la mano del mayor fue suficiente para que este comprendiera que todo estaría bien.
Pese a los mimos que obsequió al mayor en el silencioso viaje, tan pronto se bajaron del auto todo convencimiento y seguridad del pelinegro a su lado pareció abandonar el cuerpo de este, huyendo entonces en el taxi que ahora se perdía al final de la oscura calle.
― Mi amor... Yunho, oye. Qué pasa...
Cuestionó preocupado al notar la falta de color en el rostro de su novio; Yunho lucía a dos segundos de desmayarse de los nervios.
― Sé que no debo, pero-... qué si no me quieren aquí. Fue estúpido venir sin avisar, debimos-...
Comenzó a hablar un ofuscado pelinegro para luego detenerse en medio de su dramática reflexión tras ser tomado de los hombros.
Aun sin hablar, dirigió su mirada a las dos chipas de chocolate que su novio tenía por irises, viéndolas resplandecer con el fulgor de la farola sobre sus cabezas justo como en el parque. A su derecha la reja de su casa aguardaba a ser abierta, pero el resto de la calle se mantenía en aquella calma que de a poco logró coaccionar dentro del mayor.
― Yunho, mi vida... por Dios, son mis padres... los mismos viejos de toda la vida. No importa lo que pasó hace unos meses, ellos-...
Hizo una pausa prudente para mojarse los labios resecos, para acercar al pelinegro de forma inconsciente a su cuerpo, mientras seguían prendados el uno al otro de sus ojos. Quiso decir tanto, más le resultó difícil sacar esas palabras que bien correspondían a ese pasado tan crudo. Largó un suspiro y relajó las manos, descendiendo con las mismas por los brazos del mayor.
― Yunho... ellos estuvieron preocupados por ti todo el tiempo que estuvimos separados. Si no fuera por ellos quizá nunca me habría dado cuenta de lo que sentía respecto a tu madre y todas esas vainas locas que me impedían volver contigo. Ellos te quieren, no te van a cerrar la puerta en la cara, ¿sí?...
Aunque difícil, aquella explicación salió con vapor de su boca, airosa y suave únicamente para ser escuchada por el muchacho que ahora le miraba sobrecogido.
Mostrando una sonrisa a su novio, se alzó apenas para darle un beso en la frente como recordatorio de que, en efecto, todo estaría bien.
Teniéndole visiblemente más relajado, dejó que este hiciera los honores al abrir la mañosa reja de su casa, sintiendo al instante aquel trasvase de nostalgia que hasta escoció en sus ojos. Jamás pensó posible regresar a su hogar en buenos términos con Yunho, sin embargo, como le dijeron alguna vez... «ver para creer.» y vaya que creyó el estar bendecido cuando finalmente, tras tocar el timbre, la puerta se abrió para dar paso a su padre quien, en un inicio pareció confundido por la repentina visita, más al verle a ambos anunció con entusiasmo la llegada a su madre.
― ¡Por fin los veo juntos de nuevo!, se habían tardado demasiado en venir a visitar a estos viejos, ¿no?
Exclamó el hombre embrazando a ambos jóvenes que sonreían complacidos por tan afectuosa bienvenida.
― ¡Oh, gracias a Dios!, ¡Mingi, Yunho!, ¡qué bueno que vinieron!
Continuó su madre con aquel coro de bienvenida haciendo a un lado a su padre con empujones, cual niñita impaciente que reclama su turno para abrazar a San Nicolás en navidad.
Sin ánimos de contener sus sentimientos, se permitió reír cuanto quiso cuando su madre tomó del rostro a su novio para examinarlo con detenimiento mientras le reprochaba por descuidar su corte de cabello, entre otras cuestiones estéticas que ni él había pillado hasta el momento. Por su parte, su padre sólo contemplaba la escena encantado, guardando un lugar al lado de su esposa.
― Mamá, mamá. Yunho está bien, no lo secuestraron los alienígenas de los que habla Giorgio en History channel.
Protestó al apartar a su novio con recelo de las garras de su dulce progenitora.
― Y qué sabes tú... pasaste una semana entera sin escribirme ni siquiera nos contaste que regresaste con Yunho.
Reclamó la señora al llevarse las manos a la cintura haciendo que un intenso rubor floreciera en sus mejillas y en los pómulos abusados de su pareja.
― C-cómo supiste que-...
― No nacimos ayer, hijo. Si viniste con Yunho es porque finalmente arreglaron todo, ¿no es así?
Inquirió el hombre con cierto deje de esperanza en su voz; después de todo, sus padres estaban enterados de los percances y contratiempos que tuvieron que sortear.
― Bueno, algo así... la verdad es que aparte de eso vinimos a hablarles de algo-...
Comenzó un tanto dudoso de continuar hablando.
― Vinimos a pedirles un consejo, si no les molesta.
Escuchó decir a su novio en un tono firme, haciendo que girase su rostro para verle.
A los efectos, sus padres guardaron silencio por unos segundos, más pronto volvieron a responder con la misma efusividad de siempre, obviando por completo la seriedad que cargaba Yunho en ese momento.
― Por supuesto que no nos molesta, Yunho. Pero antes de eso, ¿ya cenaron?... porque llegaron a buena hora, justo estaba por empezar a servir. Mingi, cariño lávate las manos y ven a ayudarme en la cocina.
Concluyó la alegre señora tras volver rápidamente a la cocina.
Sin tiempo a objetar nada, le ofreció una sonrisa a su pareja para luego quitarse los zapatos en la entrada y marcharse hasta donde su madre le había indicado. De fondo pudo escuchar cómo su padre se tomó la libertad de sacarle conversación a Yunho, y entonces... por un instante, sintió como si hubiese retrocedido en el tiempo.
«Por fin siento que de verdad estoy recuperando mi vida...»
Expresó para sus adentros al verse en el espejo del baño luego de lavar sus manos. Con una sonrisa surcando su cara, se secó las manos en la toalla y caminó hasta la cocina para ayudar a su madre con los platos, ni siquiera se atrevió a cuestionar el hecho de que la susodicha curiosamente tuviese suficiente comida lista para los cuatro; sólo atendió a sus órdenes con la reconfortante melodía de fondo que hacían las risas de su padre y su novio.
Durante la cena no hubo tiempo ni ganas para abordar temas complejos, todos, principalmente los jóvenes sentados del lado izquierdo de la mesa le dieron prioridad a saciar su apetito con el que modesto banquete que la madre del menor había preparado para esa noche. Sin embargo, una que otra flecha veloz fue arrojada por el padre en medio de la comida, flechas que el dichoso pelinegro no pudo esquivar ni queriendo.
A pesar de todo, la cena transcurrió sin mayor altibajos ni silencios incómodos, cosa que Mingi agradeció en demasía, pues hacía rato que venía rogando al cielo por una cena tranquila. Al finalizar y, tras recoger la mesa, su madre se acercó con un par de tazas de té y así, fue como la susodicha consiguió aclimatar el lugar para sacar a colación la razón del repentino regreso de los dos.
― ¿Y bien?... Yunho mencionó que vinieron para pedir un consejo, ¿cuál sería?
Preguntó su padre tras dar un sorbo a su té, dejando la taza sobre la mesa para fijar su atención en las dos almas más jóvenes de la estancia.
Sin meditarlo, se llevó una mano a la nuca y masajeó la zona, indeciso de dónde debía, o más bien, cómo debía comenzar aquella conversación, no obstante, el pelinegro a su lado acabó con su disputa interna al facilitar una rápida respuesta.
― Tiene que ver con el asunto de mi padre... sé que Mingi les contó lo que pasó y-... las cosas ahora no están precisamente bien.
Comentó un compungido Yunho tras enderezar un poco la espalda.
― Lo supuse, hijo. Pues sí, Mingi nos habló de lo que ocurrió, no sabemos muchos detalles al respecto, pero podemos imaginar cuán difícil ha sido para ambos sobrellevar esta situación.
Contestó el hombre tras acomodarse las gafas, viendo aún a los dos jóvenes que se miraban entre indecisos y nerviosos de contar lo ocurrido.
Mostrando fidelidad a sus principios, optó entonces por ser el primero en hablar y empezar a contar brevemente lo que aconteció en las últimas semanas de su vida mientras intentaba reparar su relación con el pelinegro. Se sacó del pecho los sentimientos que guardaba respecto al día de la confrontación con Yunho, la pelea entre ellos, la visita y el altercado con el padre de este... hasta llegar a la reconciliación, los altibajos de la universidad y la trágica mudanza.
Para cuando se vino a dar cuenta su garganta estaba seca y ni pensar en la del pelinegro que había hablado hasta por los codos para responder a las interrupciones de sus llorosos e irritados padres.
― Qué barbaridad... Dios mío, todo lo que mis pobres hijos tuvieron que pasar...
Habló su madre después de una larga pausa. De sus rasgados ojos pendían un par de lágrimas que hicieron a su corazón contraerse dolorosamente.
― P-por qué... ¿por qué no vinieron antes, hijo?
Cuestionó la señora mientras su esposo permanecía en silencio, tratando de digerir toda la información.
― Bueno... yo no sabía si Yunho estaría preparado para venir a hablar con ustedes, pero también es que todas estas semanas han sido un sube y baja de emociones, simplemente... me centré en ayudar a Yunho.
Intentó explicar de la forma más breve posible, a pesar de que las palabras salían atropelladas de su garganta.
― Tampoco hubiese querido que se involucraran demasiado, señora Song... no quería que Mingi tuviera que pasar por lo mismo que yo preocupándose por el bienestar de ustedes, ni siquiera sé si nos estamos arriesgando con esta visita, yo sólo-...
Agregó un muy serio Yunho, aunque a sus ojos lucía más afligido que nada.
― ¡Tonterías muchacho!, creo que sabes bien que si tu padre quisiera hacernos algo ya lo habría hecho... ¡un cobarde, eso es lo que es!
― Cariño, no hables así de los que no están presentes.
Murmuró la señora, tomando del brazo a su esposo en un vago intento por aplacar el alce de su ira.
― Yunho, pero... tu madre, ella-... ¿está bien?... sabes que si lo necesitas puedes traerla aquí, nosotros la recibiremos sin problemas.
Terminó su madre al mirarlos al ofrecerles una mirada comprensiva.
De inmediato sintió a su novio tensarse un poco, para segundos más tarde librarse de aquel malestar en un suspiro. A ninguno de los dos les estaba resultado sencillo tener esa conversación, no con lo enloquecido que se puso su progenitor, pero ya entrando en contexto lo que restaba era aguardar a que la sapiencia de sus padres saliera a flote con una idea, un misero rayito de esperanza para los dos acabar con ese problema.
― Gracias por ofrecerse, señor Song, pero creo que es mejor si mi madre se queda en casa de mi tía por los momentos. Al menos allí se siente un poco más segura, aunque en una situación desesperada lo que pensé fue traerla conmigo.
Expuso un pensativo pelinegro a su lado.
La confesión de parte de este le tomó por sorpresa, sin embargo, prefirió guardar su opinión, no queriendo meter la pata en un asunto tan delicado.
― No considero que esa sea una jugada apropiada, Yunho. Ustedes dos juntos son un blanco fácil, no.
Sentenció su padre, haciendo que de inmediato su novio adoptara una posición de derrota.
― No tienes, mejor dicho, no tienen que rebajarse al nivel de ese señor para ganarle en su juego, tampoco acorralarse a ustedes mismos.
Agregó su progenitor luciendo su ceño fruncido.
Notando los pocos ánimos de su pareja, decidió tomar cartas en el asunto y afrontar a su padre; estaba decidido a obtener una solución esa noche.
― Entonces, qué sugieres que hagamos, papá... ¿vamos y lo caemos a coñazos?, ¿lo extorsionamos o contratamos a un tipo para que lo persiga?
Cuestionó bastante irritado, sin mover demasiado las manos como estaba acostumbrado por simple respeto a sus mayores.
― Cuida tu tono, Mingi.
Advirtió el hombre haciendo que pasara saliva por su garganta como reflejo.
― Tienen que esperar a que se les dé la oportunidad. A tu padre no le duele tu madre, Yunho... sólo la está usando como señuelo para atraerte a ti, quiere que te desesperes para que vayas a rogarle que la dejes en paz, pero tú eres mejor que eso, ¿no es así?
Señaló su padre a lo que su novio se limitó a asentir un tanto desconfiado de sí mismo. Pese a ello, el hombre delante de ellos sonrió complacido y prosiguió con su discurso.
― Lo que tienes que hacer, muchacho... es buscar la manera de trancarle el juego de sus negocios, porque si algo adora tu avaricioso padre es el poder. Sé que no es fácil, pero tampoco es imposible... ustedes son astutos y tú, Yunho... tienes muchas personas en la universidad que te podrían ayudar a resolver esto, debes buscar y hablar con la persona indicada.
Concluyó su padre mientras meditaba sus propias palabras, como si intentase raspar las esquinas de su mente para dar con una respuesta más concreta; de por sí, aquel pensamiento era bastante reflexivo.
Quizá Yunho ya hubiese pensado en algo similar, de todas formas, no era algo tan difícil de dilucidar, todavía, quería creer que tal vez con esa confirmación su novio habría encontrado el empuje que necesitaba para hacer lo que sea que se le viniera en gana. Y de tener un plan maestro de la noche a la mañana, él seguiría a su novio hasta el fin de los tiempos con tal de ver el puño de este en alto.
― Yo-... no sé qué decir... es cierto lo que dice, señor Song... y creo que podría intentar tocar algunas puertas, pero por los momentos no estoy en una situación muy cómoda para ello.
Habló el pelinegro por primera vez en mucho tiempo, sacándole de su letargo.
― No tiene que ser inmediato, Yunho. Mientras tu madre esté bien, puedes tomarte el debido tiempo para planear lo que harás, igual... sabes que siempre has contado con nuestro apoyo.
Explicó su padre en completa calma, transmitiendo esa sensación de calma que ambos recibieron agradecidos.
― ¡Oh!... y nada de señor y señora Song, no quiero sentirme más viejo de lo que soy. Sabes que somos tus segundos padres, muchacho.
Agregó al instante mucho más animado que antes.
― Así es, Yunho... sabes que tú y tu madre siempre serán recibidos en esta casa con gusto.
Intervino la señora, viendo hacia ellos con aquel deje de cariño y orgullo que sólo una madre ostenta en sus ojos.
― Bueno, imagino que se van a quedar, ¿no?... ya es un poco tarde para que vayan en taxi por ahí.
Apuntó su padre al incorporarse para levantarse de la mesa, seguido por su esposa. De inmediato, ambos los imitaron y compartieron miradas antes de encogerse de hombros.
― Supongo que sí, papá. Mañana de todas formas no tenemos nada importante que hacer temprano.
Murmuró para luego estirar sus brazos, sintiéndose satisfecho por el giro positivo que había tenido toda la conversación.
Después de intercambiar un par de palabras más con sus padres y que Yunho les agradeciera por décimo quinta vez por todo, resolvió llevarse a su novio a la cocina para ayudar a su madre con los trastes; detalle que la susodicha aceptó encantada. Y bueno, a pesar de tocar platos sucios, siempre era buen momento apreciar lo atractivo que su novio lucía en un delantal de cocina.
Una vez terminaron allí, el cansancio de la semana entera les pasó factura, por lo que, con una rápida y cariñosa despedida se retiraron para aprovechar el tiempo y asearse en el baño. Para cuando se vino a dar cuenta ya había aterrizado sin gracia alguna sobre las suaves y frescas sábanas que su cama siempre vestía.
― Por fin... una cama. Dios... cuánto extrañaba estas sábanas. Yuyu, ven... acurrúcate conmigo, tengo sueño.
Murmuró en un tono infantil, moviendo su cabeza lejos de la mullida almohada para luego extender sus brazos hacia el mayor, quien apenas cerraba la puerta tras de sí mientras miraba distraído la pantalla de su teléfono.
Sabiéndose ignorado, abultó sus mejillas en un puchero, más no tardó nada en ser atendido por el pelinegro cuando este, tras apagar el interruptor de la luz, se apoderó de su lado predilecto de la cama. Complacido, se quitó las gafas y extendió su mano para dejarlas sobre la mesa de noche y encender la lámpara sobre esta; ante todo quería cuidar los ojos de su pareja.
― Hm... ¿a quién le escribes tanto?, ¿a tu otro novio o a la mujer tuya?
Rezongó tras acomodarse sobre el pecho del pelinegro, quien respondió a su berrinche con una ligera risilla y un beso en su coronilla.
― Estoy revisando los mensajes que me llegaron...
Respondió el mayor un tanto distante, pese a la cercanía que guardaban.
― No suenas muy complacido respecto a eso, ¿pasó algo?, ¿en qué peo se metió Yoora ahora?
Preguntó acurrucándose contra las costillas de su enamorado, buscando del calor y confort que no se le fue negado.
Aunque fuese bastante incómodo, Yunho no puso queja alguna al rodearle con uno de sus brazos, dejando una sola mano para responder a la interminable lista de mensajes que tenía en Kakao.
― Pues... con toda la mierda que me dijeron empiezo a cuestionarme si Dios realmente quiere que viva. Yoora me dijo que una de las profesoras se puso cómica y me sacó de un informe final que entregó porque sabe que no hice un coño.
Comentó Yunho tras largar un pesado suspiro de resignación.
― Esa es la profesora que Park dijo que iba a intentar endulzar para terminar con este peo, pero ajá... ya ves cómo van las cosas.
Agregó el pelinegro sin apartar la mirada de su teléfono.
Estando preocupado, se acomodó en la cama de modo que pudiera apoyar su mentón en el pecho ajeno. Desde ese ángulo, aunque le doliera la mandíbula, igual podía contemplar los ojitos pardos de su pareja; esas ventanitas que, pese a los inconvenientes, le colmaban de calma.
― Dile que vaya a lavarse ese culo y que deje la ladilla. No puede andar picada toda la vida, en algún momento tendrá que ceder, ya vas a ver que sí, mi amor... no te tranques por eso.
Murmuró antes de dar un ligero bostezo.
― Suena a un buen plan y me parece el momento perfecto para ponerlo en práctica.
Sentenció su pareja tras dejar su teléfono en la mesa de noche. Al instante, el susodicho resolvió invertir sus posiciones, dejándole bajo su cuerpo y con la cabeza cómodamente sobre los almohadones que antes le sirvieron de soporte.
Pese a la sorpresa inicial que le causó tan intrépido cambio de parte del pelinegro, no dudó en recibirlo con los brazos y las piernas abiertas, y también con los labios preparados para los dulces besos que este dejó en ellos.
― Gracias por confiar en mí...
De no ser por la cercanía entre sus labios se hubiera perdido las tiernas cosquillas que el otro sopló en sus labios.
Con el corazón desbocado, sonrió complacido y frotó su nariz contra la opuesta antes de obsequiarle uno, dos, tres... cuatro besos a su adorado pelinegro.
― Gracias a ti por confiar en mí.
Le imitó ganándose un beso como recompensa y una de esas radiantes sonrisas que hacían su humanidad reducirse a un manojo de sensaciones bonitas.
Mientras sus dedos se enredaban en los cabellos azabaches del mayor, pensó entonces que su madre tenía razón, quizá un corte de cabello le vendría bien al mayor, pero no era nada imperativo... honestamente, Yunho nunca se había visto mejor.
Y estando allí a la luz de su lampara de noche, recibiendo los mimos que la boca ajena daba a la suya, se permitió jactarse con el mérito de la mejora en la apariencia de su pareja. Porque Yunho también le cayó de maravilla cuando regresó a su vida, no había motivo ni razón para creer que no le hacían bien al otro; sólo Yunho tenía, como quien dice, buena mano para él.
Sonrojado por tal pensamiento, decidió separarse de la boca ajena para trazar un camino de besos por el mentón del pelinegro, guardando como tesoros los suspiros que este le confirió a consecuencia de los hechos.
― Por cierto... Yoora me dijo que su padre estará ocupado en estos días, así que movió la cena para el diez, pero el nueve es tu cumpleaños y no sé... si quieres hacer algo.
Expuso el mayor con basta serenidad, abriendo camino para sus labios curiosos que ahora perfilaban la longitud de su cuello.
Ensimismado en su tarea, se afianzó a la figura del pelinegro, abrazándose al cuerpo de este antes de encontrarle nuevamente con un casto beso en los labios.
― Ni siquiera me acordaba que ya venía mi cumpleaños... no lo sé, podríamos hacer cualquier cosa, aunque todo depende de si terminamos la mudanza.
Le recordó al pelinegro, restándole importancia a todo el asunto al acurrucarse mejor debajo de este.
― Coño... la mudanza... qué peo... bueno, bebé. Mañana resolvemos todo.
Dijo Yunho con un marcado desdén en su voz para luego adoptar una actitud similar a la suya.
Esbozó una pequeña sonrisa al ver que este no se había inmutado a los problemas. Total, ya era bastante tarde y ambos debían aprovechar ese tiempo para lo que era: dormir. Así sin más, con sumo cuidado se apartó de su cuerpo, acto seguido, le dio un último beso en el cual presionó un «Buenas noches, mi cosita preciosa. Te amo.» contra sus labios tras recostarse a su lado, culminando entonces con aquel ritual al extender su brazo para apagar la lámpara.
Con una sonrisa impresa en sus labios se dejó ayudar por el susodicho al momento de cubrir sus cuerpos con las mantas antes de arrimarse una vez más al pecho de su amor, pensando que sí... cuando amaneciera tendrían tiempo de sobra para volver a la acción y terminar las batallas pendientes, mientras se dejaría arrullar por la melodía que tanto ansiaba oír cada que iba a dormir.
Al menos ahora si se sentía con la voluntad de terminar de empacar.
˚
Extinguir las llamas de las pasiones toxicas desde siempre lo consideró uno de los mayores logros del hombre, porque si bien algunos amores resultan sofocantes, a ojos cautelosos las llamas que estos generan no son un verdadero problema. Es entonces el humo... el denso producto que emana la candela adyacente, lo que hay que atacar antes de tomar decisiones que, una vez admitidas, cualquier presunto conocedor creerá tales disposiciones algo cuestionable.
Aquella lección (como otras cosas relativas) la aprendió durante sus últimas semanas de soltería, justo en ese momento cuando internalizó que la causa de sus males no era Yunho ni la ruptura, sino las cosas que a su alrededor ocurrían. En ese período de transición comprendió también cuán difícil era llegar a una solución acertada, mucho más ejecutarla, pero, aunque no fuese un ingeniero (como Yunho) que gustase de retos para complicarse la existencia más de lo debido, aceptaba que las dificultades que presentaba la realidad tenían su encanto... o algo así.
«Mámense un huevo toditos.»
Murmuró para sus adentros al silenciar la alarma de su teléfono para luego arrojar el dispositivo sobre la mesa de noche. Una vez completó la acción, engatusado de nueva cuenta por el silencio, enterró la cara en su almohada y se acurró bajo las sábanas.
Por su alborotada cabeza pasó entonces la frase de «A quien madruga, Dios le ayuda», sin embargo, qué más querría el Todopoderoso de él, después de la semana tan peliaguda que le hizo tener. No sentía precisamente como si este le hubiera ayudado pese a madrugar cinco días seguidos para llegar temprano al trabajo y a la universidad.
Si pensó que las preocupaciones por parte de los padres novio sería lo que más lo tendrían ocupado, esa última semana comprobó lo contrario. Entre las reuniones y los turnos extra en el trabajo no lo sorprendió en lo más mínimo sentir que sus huesos habían sido pulverizados, eso sin mencionar los exámenes finales a los cuales había tenido que atender (sintiéndose y viéndose de la mierda); daba igual si había aprobado todo con una nota mediocre, graduarse con honores no estaba en sus planes.
Sin dudas aquella semana resulto ser una de las más extenuantes en mucho tiempo, todavía, había demostrado su fortaleza y por muy magullado que estuviera, logró salir invicto de esas. Con un par de preocupaciones menos en los hombros podía centrarse más en sí mismo y en las complicaciones que había desatendido...
Sus amigos, por ejemplo, no sabía nada de ellos desde que les avisó por mensaje que él y Yunho eran pareja de nuevo. En más de una ocasión le apeteció salir a desahogarse con Seonghwa y Hongjoong, pedir el consejo de San y Wooyoung, quizá, incluso... ir a molestar a Yeosang y a Jongho, más con la paranoia que cargaba Yunho encima, pocas eran las ganas que tenía de andar buscándole la lengua. Tampoco había hablado con sus padres otra vez desde la noche de reconciliación.
«Toda esta mierda de aislarme de los demás... qué clase de castigo es este... sé que quiere protegerme a mí y a los otros, pero... ¡porqué me tenías que salir tan extremista, Yunho!»
Reclamó con ganas, como si su pensamiento fuera a escucharlo el mencionado.
Largó un suspiro y se aferró al almohadón, rodándose en la cama en busca de más calor, más no había cuerpo alguno que le proveyera tal recurso; suspiró de nueva cuenta al saber la razón.
Luego de la charla con sus padres, Yunho resolvió volver a las andadas con tal de enmendar su vida y, aunque no estuviese en contra de eso, se negaba a acostumbrarse nuevamente a despertar en una cama fría. Tampoco es como si quisiera interponerse en las actividades de su novio, es decir, reconocía el esfuerzo que estaba haciendo el susodicho para redimirse después de que su padre ensuciara su nombre delante de los profesores y autoridades de la universidad, sin embargo, la vida no estaba aflojando del lado del pelinegro y aquello los estaba consumiendo.
Estaba cansado de ver a Yunho con bolsas negras bajo sus preciosos ojos. Estaba cansado de prácticamente tener que darle la comida en la boca mientras este se desmayaba del sueño frente a la computadora, pero por sobre todo... estaba cansado de que su esfuerzo no estuviese dando los frutos esperados.
«El coño de su madre la gente que no lo deja vivir a uno en paz.»
Masculló para sí mismo al tiempo que frotaba su rostro contra la cama, revolviendo aún más sus cabellos castaños.
La guinda del pastel había sido la mudanza que de vainita pudieron terminar sin que le diera otro colapso mental, pero todo en ella había sido un infierno: desde el alquiler del camión para transportar sus muebles, hasta los ineptos que les ayudaron a subirlos y bajarlos del edificio. Por suerte el nuevo complejo habitacional donde residía tenía un ascensor, todavía, eso no les impidió a los incompetentes destrozar el somier que tanto les gustaba. Ahora con la cama tendida en el piso, sentía que Yunho y él habían dado un paso hacia atrás, como si hubieran regresado a sus primeros días en la universidad.
Y quizá para otros, en vez de fijarse en lo negativo de ser aquel Mingi eternamente joven y despreocupado, sólo se hubiese centrado en las oportunidades que ofrecía aquel espacio y la falta de bienes materiales para avivar (aún más) su romance, pero... a quién iba a engañar. Ya estaba grande como para dormir en un colchón pelado en el piso. Lo único que pedía era un poco de estabilidad.
«Parezco la propia doña cuarentona insatisfecha porque el marido no tiene rial y no le para bolas...»
Recapacitó al soltar un bufido; de momento lo mejor era tomarse las cosas con un poco de humor.
Pese a todos los percances y súbitos cambios, la noche anterior se había ido a dormir con la promesa de que por fin le darían una respuesta final a Yunho respecto a su situación general en la universidad. De esa decisión dependía el que Yunho culminara todas sus materias sin una sola mancha en su récord estudiantil, aun así ... un solo fallo, una sola negación y, tanto su promedio como su puesto de trabajo en control de estudios se darían por muertos. Con sólo recordar eso sintió que se sofocaba contra la almohada.
Abrumado, se apartó de esta y se abrió en la cama cual estrella de mar, sintiendo el frío de la habitación colarse por los lugares de su larga humanidad que la sábana no alcanza a cubrir.
Entonces, sumido la profunda afonía, no quiso abrir los ojos, no quiso moverse, únicamente se limitó a traer con el pensamiento ideas positivas, cosas... que, pese a no ser viables, dieron algo de paz a su alma.
Honestamente, no veía la hora, el minuto, el segundo en que esa tertulia terminara, porque sí él se sentía así de cansado y renuente a existir... no quería ni saber lo que era estar en los zapatos de Yunho; suficiente tenía con que todos los problemas del pelinegro le salpicaran constantemente.
Tras pensar aquello, lo único que se le ocurrió fue implorar a los cielos por un gramo más de paciencia para afrontar la carga de lo que sea que se le viniera después de abrir los ojos esa mañana. Sin embargo, antes de siquiera terminar con su silenciosa plegaria un sonido proveniente del pasillo hizo que se incorporara alarmado, quedando sentado con las piernas flexionadas en la cama.
De inmediato, lo primero que vio tras enfocar su mirada, fue a un sonriente pelinegro aparecer bajo el umbral de la puerta con un pequeño pastel de cumpleaños entre sus manos.
― Cumpleaños feliz... te deseo a ti... cumpleaños, mi princesita mingona...
Canturreó un risueño Yunho mientras se acercaba hasta el menor quien, estando aún pasmado, permaneció en su lugar viendo todo con ilusión.
― Feliz cumpleaños, Gigi.
Terminó por decir el pelinegro al sentarse junto a él en la cama, todavía sosteniendo frente a su rostro la pequeña torta decorada con crema blanca y una velita rosada justo al centro de todo.
Acongojado por tan hermosa sorpresa, se quedó estático por unos segundos hasta que el mayor lo animó a pedir un deseo. Tras salir de su letargo, así lo hizo: cerró sus ojos por un instante y sopló la llama de la vela cuando tuvo su deseo firmemente en el pensamiento.
― Eso... qué bello, mi amor. Ya eres un año más viejo, pero te sigues viendo como el carajo de mis sueños.
Comentó Yunho tras dejar el pastel a un lado a favor de tomar su rostro y estamparle un beso en sus sonrientes labios.
― Gracias por la sorpresa, Yuyu... no tenías que hacerlo.
Murmuró como le fue posible teniendo sus mejillas aprisionadas entre las cálidas palmas de su novio y sus labios apretujados contra los del aludido.
― Ni por el coño iba a dejar pasar una fecha tan importante como esta. Sé que tú sí eres capaz de olvidarte de tu propio cumpleaños, pero yo no voy a pelar un solo día para consentirte más.
Musitó el pelinegro con ternura, la misma que usó para imprimir más de sus besos en la frente y mejillas del menor.
― Y... ¿me vas a decir qué pediste esta vez de deseo?
Preguntó un muy interesado Yunho al rozar sus narices en un pequeño beso esquimal.
― Hm... si te digo no se hará realidad.
Apuntó a sabiendas de que el mayor siempre (año tras año) le hacía esa jugarreta. Ese año por sobre todos debía resguardar ese deseo disfrazado de suplica con tal de ver si así podía socorrer a su amor.
A modo de respuesta, el aludido le ofreció un dramático suspiro, más, a diferencia de los años pasados no siguió insistiendo, al contrario, se dedicó a besarle mientras susurrada un «Como guste, su majestad.», sentencia que hizo florecer su cuerpo entero.
Se dejó entonces para con su novio recibir todo el afecto que llegó en forma de abrazos y mimos a su humanidad, mientras se dedicó a sonreír a responder en monosílabos cada que el otro, hablándole chiquito, lo elogiaba por haber nacido, por ser tan perseverante, por ser tan dulce y mil y una cosa más que hicieron a su corazón estallar de felicidad.
― También te compré jugo de naranja para que tengas un desayuno bien nutritivo de campeones.
Comentó Yunho de la nada tras dejar un último y sonoro beso en sus labios entumecidos.
El susodicho en ese momento lo cautivó con la mirada, haciendo que se prendara a los dos luceros mañaneros que le colmaban de tanto cariño y afecto como ninguna otra persona en el mundo. Abrumado por ello ni siquiera se inmutó a cubrir la evidencia en sus mejillas, tan sólo se permitió robarle otro par de besos mojados a su novio.
― ¿Y qué si te quiero comer a ti?
Inquirió en un tono juguetón, pasando sus brazos por el cuello ajeno para atraerle hacia sí.
― Ah, tú ves... es que yo sí soy tu otro regalo, pero primero te comes la torta porque tuve que pararme temprano para ir a buscarla.
Sentenció el pelinegro al apartarse de su meloso agarre a pesar de resistirse a ello.
― ¿Hm?... ¿otra vez eres mi regalo?, ¿y dónde está el moñito de este año que no lo veo?
Cuestionó con curiosidad alzando su mirada hasta dar con el minúsculo lacito rosado que adornaba los cabellos azabaches de su pareja.
Aquella era una tradición que Yunho había comenzado desde consumar su noviazgo. Tampoco es como si hubiera estado esperando un obsequio; con la situación económica que tenían en el presente, era mejor ahorrar antes que derrochar. De cualquier manera... detalles como ese valían más que cualquier otra cosa, además quién no iba a derretirse por algo así, si Yunho siempre se cercioraba de que el moñito que usaba para la ocasión combinara con la decoración de la torta.
Esbozó una sonrisa ante los gratos recuerdos desplegados en su mente y sin decir nada, plantó otro beso en los labios del mayor y otro, y otro... no supo la verdad cuántos fueros y el tiempo que invirtió en ellos. Aquel detalle le traía sin cuidado, porque siendo su cumpleaños se creyó con el derecho de hacer lo que su corazón demandase.
Pese a ello, más temprano que tarde se encontró cómodamente encajado entre las piernas de su novio, deleitando a su paladar con pequeños bocados del cremoso pastel que este había comprado.
― Yuyu... ¿has tenido noticias de la universidad?
Murmuró aún con la boca llena, relamiéndose los labios justo después de tragar para limpiar todo rastro visible de crema en estos.
No quería arruinar el jocoso ambiente que su novio y él habían conseguido hasta el momento, todavía, los contratiempos y compromisos no dejaban de hacer ruido y peso sobre sus hombros.
― Me dijeron que a la tarde me respondían. No sé, no me hago muchas ilusiones, pero bueno... mejor hablemos de otra cosa.
Respondió el pelinegro tras soltar una pesada exhalación.
Comprendiendo la posición del mayor, resolvió aceptar su propuesta y seguir regodeándose en la tranquilidad que les envolvía.
― Quién iba a pensar que este apartamento iba a ser tan silencioso... o sea, el otro lo era, pero esto se siente como otro mundo.
Comentó un satisfecho Yunho para luego comer otro bocado de torta.
Aunque en un principio le costó admitirlo, ciertamente, la sensación que transmitía ese nuevo espacio era en extremo reconfortante ni siquiera le molestaba el hecho de tener espacio de sobra y que los pocos muebles lucieran ordinarios a comparación con el resto del espacio; sin darse cuenta ya había comenzado a amar ese lugar.
― Además, con estas cortinas ya no tenemos que preocuparnos por esa estúpida persiana.
Acotó el mayor haciendo que riera con ganas.
― ¡Oye!... a mí sí me gustaba la persiana.
Reclamó al darse la vuelta para propinarle un leve golpe en el pecho a su pareja
― ¿Y por eso me vas a maltratar?... ¡qué dicha la mía, mi novio ahora me pega!
Exclamó en medio de su melodrama.
A pesar de saberse en medio de un juego, no tardó en incorporarse en la cama para seguir propinándole más de aquellos golpes fingidos a su dramático novio, quien entre risas fingía estar inmerso en la agonía de su vida. Minutos más tarde, se halló forcejeando cual niño juguetón bajo el cuerpo del susodicho sin un propósito alguno; sólo por el placer de saber que era una opción, que era una realidad poder pasar su cumpleaños de esa manera.
― Hm... tienes trabajo más tarde, ¿verdad?
Cuestionó el pelinegro tras robarle un besito y apartarse de su lado, haciendo que extrañase al instante su cercanía.
Abultó sus labios en un puchero, esperando a que el mayor volviera junto a él, más al verle distraído en su teléfono le imitó para después sentarse a su lado.
Tras advertir el rápido tecleo del pelinegro en su teléfono, no pudo evitar mirar sobre el hombro de este para fisgonear la conversación que este tenía, pero su interés se esfumó tan pronto notó que nada más le estaba contestando unos mensajes al Prof. Park. No iba a gastar sus pocas energías en forzar la mirada para continuar chismoseando; sus lentes también estaban descansado estando demasiado lejos como para tomarlos.
«¡Qué flojera todo, qué flojera la gente y el mundo! ...»
Sentenció antes de facilitar la respuesta que el pelinegro quedó esperando.
― Sí, pero es medio turno. Regresaré más temprano...
Hizo una pausa al relamer sus labios y acomodarse en su lugar, persiguiendo la calidez del cuerpo ajeno.
― ... y tú... ¿tú tienes algo pendiente?
Preguntó con curiosidad, después de todo era sábado, al menos sabía que el mayor no tendría que correr a control de estudios para resolver cualquier tontería que otro incompetente no pudiera solventar.
― No, no. Me quedaré aquí haciendo unas vainas de la universidad, pero igual te acompañaré hasta el trabajo y luego te iré a buscar.
Dijo el pelinegro sin apartar su mirada de la pantalla de su teléfono.
Mientras tanto, él se quedó meditando la situación, viendo hacia las cucharillas y el envase vació donde anteriormente había estado el riquísimo postre de cumpleaños.
― No tengo ganas de salir... me quiero quedar aquí contigo.
Soltó con honestidad al tiempo que se acurrucaba en el costado ajeno, hundiendo su rostro en el fragante cuello de su pareja; Yunho esa mañana olía a merengue de torta y a calma.
Sin mediar palabra alguna, escuchó el sonido del teléfono del pelinegro bloquearse y, un segundo después tuvo toda la atención del mayor sobre él.
― Hueles rico, hueles a torta.
Comentó de la nada antes de que este pudiera siquiera decir algo coherente relativo a su queja anterior.
Como resultado, escuchó la risilla simpática brotar de los labios acorazonados que tanto adoraba; esa risa que no falló en hacerle sonreír.
― Y tú sabes a torta.
Apuntó el pelinegro tras recobrarse de aquel ataque de risa.
― Cómo estás tan seguro de eso...
Preguntó al enarcar una ceja, sintiendo entonces un par de manos cálidas enmarcar su cara y a un apuesto pelinegro acortar la distancia entre ellos.
― Porque lo sé... pero igual me puedo asegurar. Si quieres, claro.
Sugirió el mayor tras encogerse de hombros, tentándole con la calidez y ricura de aquellas palabras que llegaron al filo de su boca entreabierta.
Quiso responder, más prefirió guardar su aliento y volver a hacerse con los labios de su adorado pelinegro en un beso pasional. Como siempre, lo demás podía esperar, porque siendo su cumpleaños... No podía perder la oportunidad de abrir y jugar con su regalo... ¿o sí?
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Sí, lo sé... no tengo autocontrol y esta historia ya se salió way too much de control, pero qué más da. Espero no les molesten todas las incongruencias de este humilde escritor. Ya sé que he puesto a Mingi a sufrir demasiadas vainas, pero les recuerdo que todo esto tiene una razón y va a terminar bien.
Tengo que decir que la parte que escribí sobre el profesor Park está basada parcialmente en hechos reales; tuve una experiencia muy similar con varios de mis profesores en la universidad. En general, los profesores de Ingeniería están medio locos, pero la mayoría son buena gente. Tengan eso en mente si alguna vez se quieren meter a estudiar alguna ingeniería.
No tengo mucho más que decir, sólo que por fin resolví todos los huecos que quedaban en la trama y la parte que sigue definitivamente será la última antes del epílogo.
Espero hayan tenido un buen mes y se estén preparando para recibir la navidad en sus hogares. Les mando fuerzas, amor, comprensión y abrazos libres de covid. Gracias de nuevo por su paciencia y... nos leemos en la próxima ⁞ ✿ ᵒ̌ ᴥ ᵒ̌ ✿ ⁞
♥Ingenierodepeluche
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