Capítulo IV - Amor y más amor (octava parte) 50%

Buenas tardes, mis soles. Por fin volví y... la verdad es que no se suponía que actualizara hoy, pero quise hacerlo porque es mi cumpleaños. No puedo creer que ya tenga 25 años, parece mentira, me siento abrumado. Este año ha sido relativamente una mierda y mi salud ha ido de mal en peor, pero gracias a Dios puedo seguir escribiendo para ustedes. 

Me disculpo de antemano porque escribiendo esto proyecté demasiado en Mingi, no sé qué me pasó, aunque igual lo corregí. No era la idea que esto fuese tan largo, es decir, se suponía que esta iba a ser la última parte antes del epílogo y la tuve que cortar porque es demasiado larga, lol. En fin... espero disfruten estas 21.000 palabras de Mingi teniendo un mental breakdown tras otro, y él y Yunho cogiendo rico. 

Advertencia: el siguiente trabajo incluye contenido sexual explícito que puede ser inapropiado para menores de edad. 

.

.

.

Supuso que era tarde, o quizá era muy temprano, daba igual... la hora le traía sin cuidado, porque estando tan a gusto acurrucado entre las sábanas cualquier otra persona hubiese hecho lo que él: acurrucarse y suspirar complacido al sentir una fuente de calor cercana; un cuerpo al cual aferrarse para dormitar plácidamente.

Era tranquilidad lo que respiraba en el aire esa mañana mientras danzaba al borde de la ensoñación. Todo cuanto pudiera pertenecer a la realidad que le tiraba con suavidad lo registraba tan sereno y apacible, como el vaivén de la almohada donde posaba su cabeza.

Sabía a quién pertenecía el acompasado ritmo de esa respiración, de ese corazón beatífico que con su retumbar endulzaba su audición.

Sin poder evitarlo otra inspiración se escapó esta vez de su boca tan pronto percibió el inconfundible aroma de Yunho, haciendo que se aferrara con uno de sus brazos a la supuesta almohada donde estuvo reposando todo el rato.

De pronto, miles de imágenes se abrieron cual capullos en primavera repitiendo los momentos más memorables del día anterior; los besos, las caricias, las palabras tiernas, todo aquello que pensó perdido, lo tenía de vuelta. Tan risueño como se percibía, le fue imposible no antojarse al recordar tales vivencias, todavía, no tenía que quedarse con las ganas sabiendo que la fuente que podía proveer de esas ricuras se hallaba junto a él.

Sonrió ante el pensamiento, regocijándose en ello antes de decidirse a tomar partido de la situación y despertar al mayor con un buen merecido beso de «Buenos días.», sin embargo, tan pronto elevó sus párpados y enfocó su mirada, se recogió en su lugar de la impresión al ver los ojos que, expectantes, ya le contemplaban sonrientes.

― Verga, pero-... n-no me mires con esa cara de loco.

Murmuró con cierta dificultad, sintiendo la garganta rasposa por acabar de despertar.

Ante su protesta escuchó la risilla que escapó de los labios de Yunho; estando todavía recostado en el pecho de este, la rimbombancia de aquella suave carcajada lo estremeció entero.

Suspiró sobrecogido por la posición en la que se vio, sintiendo que el mayor se había adelantado a sus pretensiones, pese al susto inicial, siguió deleitándose con el firme y cálido embrace que el susodicho tenía en su cuerpo.

― Cuánto tiempo llevabas viéndome como psicópata mientras dormía.

Reclamó sin malicia alguna tras dar un sonoro bostezo para luego frotar su mejilla contra el torso ajeno para terminar de espabilarse.

Más tarde, desprovisto de gracia, se echó de espaldas en la cama y se llevó las manos a la cara para frotarse los ojos y quitarse las lagañas; jamás lo sabría (y lo prefería de ese modo), pero el pelinegro a su lado le observó hacer aquello completamente embelesado.

― No fue tanto, desperté hace poco, pero quería que siguieras durmiendo ayer te veías muy cansado.

Explicó el mayor con simpleza, restándole importancia a la situación.

Tras escuchar tal revelación de parte de su novio, no pudo evitar que sus mejillas se encendieran a razón de la vergüenza; por suerte, teniendo aún las manos sobre el rostro pudo esconder la evidencia de su bochorno. Sin decir nada se mantuvo en su lugar, pensando en cuán desacostumbrado estaba a ese tipo de escenarios, pensó en lo ridículo que podría haberse visto al dormir y en las mil y una cosas que Yunho hubiera notado en tan sólo un par de minutos de sigilosa contemplación.

Tampoco es como si el mayor nunca le hubiera tomado por sorpresa de esa manera, pero ello no restaba la incomodidad de que Yunho le hubiese visto babearse como el propio lerdo en su camisa; le constaba, porque todavía sentía la baba seca adherirse de forma desagradable a una de las comisuras de su boca. Frunció ligeramente el ceño y apretó las manos contra su rostro ante la sola posibilidad en un silencioso berrinche que llamó la atención del mayor.

― ¿Mingi?... Oye, qué pasa...

Escuchó decir al objeto de sus prematuros pesares. Las palabras del susodicho estaban colmadas de sosiego, pero pendían de finas hebras de inquietud.

Sin previo aviso, sintió las cálidas y grandes palmas de Yunho intentado apartar las suyas de su rostro para descubrirlo. Sabiendo que aún se hallaba demasiado ruborizado, trató de forcejear para mantener al aludido alejado de la visual que tanto le avergonzaba mientras planificaba la mejor ruta de escape hacia el baño. Sin embargo, el pelinegro supo buscar la salida entre reclamos y palabras tiernas para hacerle bajar sus defensas; todavía, cuando descubrió su rostro, se sintió incapaz de mirar al mayor a los ojos.

― Mingi... por qué no-...

― Estoy todo feo, no quiero que me veas así.

Sentenció tras cortar con la pregunta del pelinegro, tomando ventaja de aquella distracción para incorporarse en la cama con prisa. Pese a la rapidez de sus movimientos, Yunho le detuvo con gentileza tras incorporarse en la cama y colocar una mano en su pecho.

Avergonzado cual jovencito de catorce años, bajo la mirada atenta de su amor siguió evadiendo el rostro ajeno hasta que sentir la misma mano que se había posado sobre su corazón elevarse con tranquilidad para luego detenerse parsimoniosamente a la altura de su mentón.

La tersa caricia, el ardor que esa palma irradiaba contra su cara, aunado al llamado de esa melodiosa voz que pronunció su nombre fue suficiente para hacer que abandonara sus prejuicios y girase a ver los orbes que una vez más le admiraban en fausta devoción.

― Quién coño te dijo que estás todo feo, Mingi... ¿hm?

Cuestionó el pelinegro tras una larga pausa en la que se dedicó a amansar con el pulgar su ruborizada mejilla, poniendo especial atención al lunar bajo su pómulo.

Al oír tal demanda prefirió guardar silencio, sabiendo que todo lo que saldría de su boca serían sandeces. Pese al mutismo repentino y falta de bravura, Yunho se mantuvo compuesto, tan complaciente que, con sólo encontrar su mirada por una milésima de segundo, sintió la tranquilidad gobernar en su interior, calmando las inquietudes que atestaban su necio corazón.

Con la mirada gacha, observó sus manos puestas en su regazo al tiempo que sintió una vez más la cama hundirse bajo el peso de Yunho, quien no tardó nada en acomodarse cerca de sí para tomarlo del rostro con intención, juntando sus frentes antes de volver a tomar la palabra.

― Cómo me vas a venir a decir que estás todo feo, si yo pasé una hora entera viéndote como un pendejo porque eres lo más lindo del universo.

En medio de su jocosa confesión al mayor no le dio pena rozar sus narices, mucho menos se preocupó de cubrir el sonrojo que cubrió sus propios pómulos; sólo se quedó a la expectativa, anhelante por una respuesta positiva.

Abrumado por todas las cursilerías que salieron de la boca de su novio, soltó un ligero gruñido mientras veía la devastadora imagen delante de él. Yunho estaba más repuesto después de haber dormido, pero aún se asomaba un ligero arco oscuro bajo sus párpados. La sombra en conjunto con las cicatrices de sus pasadas batallas acentuaba la masculinidad de su rostro, le daban un aspecto tan crudo, tan humano... que con el resplandor de sus ojos pardos cualquiera hubiese sucumbido al desmayo.

Yunho era el retrato de la belleza inmaculada, todos los cánones estéticos de su cultura acaecían en cada resquicio de esa preciosa carita y él... él no era quien, para equiparar tal magnificencia, su cara era demasiado tosca, afilada... Sin embargo, si aquel hombre tenía la potestad de adorarlo como su mayor tesoro, no tenía motivo alguno por fallar a su voluntad.

Dotado de brío y, saturado con el amor que el mayor le profesó, se inclinó tras dejar caer el velo sobre sus ojos, plantando así sus belfos en los ajenos. Fue apenas una caricia efímera, el beso de «Buenos días.» con el que soñó despertarlo momentos antes de su melodrama, aun así, le supo a gloria la milésima de segundo que Yunho le correspondió.

― Buenos días...

Musitó el bendito pelinegro en un suspiro, haciendo cosquillas a sus labios.

Sin ganas de hablar, respondió en un murmullo antes de volver a caer en el encanto de la boca ajena. Entonces, dejó que su cuerpo hiciera lo que las palabras tenían como limitante, permitió que sus manos se aventuraron enlazando a las ajenas para luego jugar con los mechones azabaches que tanto le gustaban.

Yunho respondió con interés a cada uno de sus mimos, deshaciéndose a la par de su humanidad cuando todo se tornaba ínfimamente más placentero de lo normal.

― Hm... había olvidado lo rico que son tus besos por la mañana, casi tan ricos como tú.

Comentó sin pena como si no acabara de recobrarse de un ataque de histeria.

Tras escucharle, Yunho se limitó a reír, interrumpiendo así las caricias que dejaba en sus belfos. Sólo por curiosidad se arriesgó a abrir los ojos, descubriendo el rosa tenue que ostentaban las mejillas del mayor; sonrojo al que se atribuyó la gloria absoluta y dio vida a una nueva sonrisa.

Para demostrar su agradecimiento y adoración por tan bello obsequio, se acercó al mayor para besar ambos pompones, suspirando en el descenso que hizo luego a los labios del susodicho para darles el mismo tratamiento.

Entre una cosa y otra, perdió la noción del tiempo, siquiera sentía el espacio donde estaba, únicamente era capaz de percibir la proximidad de Yunho respecto a su cuerpo, el poderío que este sostenía en cada mimo que dejaba en su cintura y espalda baja por debajo de la holgada camiseta que llevaba; su piel respondía, hablando por sí misma, erizándose al descuido de los dedos que tantearon sobre ella.

El despliegue afectivo le llevó pronto a la perdición, haciendo que sus pulmones implorasen por el alivio que en una bocanada les suplió, pero Yunho no parecía tan afectado. Mientras él recuperaba de a poco el aliento, apreció los besos húmedos que el mayor obsequió a su mentón, a su cuello y clavículas. Al sentir cada ósculo temblaba con ligereza y suspiraba de nueva cuenta.

En dadivosa templanza, su cuerpo iba sucumbiendo a las ternuras del pelinegro, haciendo que volviera de a poco a recostarse con la cabeza en las almohadas y un muy enérgico Yunho a horcajadas.

De momento lo único que escuchaba era su propia voz emitir sonidos de aprobación, la exaltación en la respiración del mayor y el chasquido húmedo que los labios de este hacían contra su piel al besar y chupar en los puntos estratégicos de su cuello, sin mencionar el delicado roce de las sábanas que tras pasar los segundos las sentía más tersas y divinas contra su sensible piel... todo ello era parte del estímulo, el juego previo en el cual ambos habían caído 'sin querer queriendo'.

Y por supuesto, nada en esa situación resultaba foráneo para él, todavía, su corazón angustiado parecía reacio ante la idea de dejarse querer de esa manera. Porque sí, estaba agitado, deseoso de ir por más y mojarse con las tormentosas aguas de la pasión, pero...

― Y-yunho, yuyu... hm...

Llamó en voz baja a su novio, sintiendo la pronta respuesta de este en un murmullo que hizo vibrar sus belfos contra su piel.

Cerró los ojos con fuerza y paseó las manos desde los brazos desnudos hasta los hombros de su pareja, buscando en ellos la estabilidad que decía necesitar de momento.

Sin ansias de renunciar a la efusividad que el cuerpo ajeno transmitía al propio, Yunho atendió a su llamado, trazando un camino con besos mojados por la longitud del cuello de Mingi hasta acabar con una caricia con la cual la punta de su lengua premió los hinchados labios del menor.

En respuesta, el susodicho tan complaciente y aturdido fue tras su lengua jugando con esta en tersos mimos que se dieron sin cuido alguno fuera de sus bocas antes de acabar en un jadeo, cuando impávido, el mayor se atrevió a chupar con ahínco el húmedo músculo de su amante.

― Dime, mi amor...

Pronunció el pelinegro tras quedar satisfecho, relamiendo de sus labios el exceso de saliva en ellos.

Observó deslumbrado el trazo que dibujó la lengua del pelinegro, quedando anonadado por el brillo que cubrió aquellos belfos que se le antojaba tanto morder y probar hasta el cansancio, sin embargo, logró conservar el enfoque y volver su mirada a los orbes luminosos del hombre que aguardaba a escuchar su palabra.

― Y-yo-... no sé qué me pasa. C-creo que estoy... ¿nervioso?

Respondió con cierta desconfianza, sintiendo su cuerpo tiritar al igual que su voz; era verano, pero sentía demasiado frío esa mañana en particular.

La respuesta de Yunho fue instantánea, el mayor frunció el ceño, pero más que enfadado lucía confundido y así, un silencio incómodo se instaló entre ellos. Todavía sin pedir una explicación, el pelinegro se acomodó sobre su cuerpo, apoyándose sobre sus antebrazos en la cama sin apartar su mirada, siempre en busca de una mueca de inconformidad, una pista que le asistiera para este develar el misterio que ni él mismo sabía existente; o al menos esa era la impresión que le daba Yunho cuando parecía escudriñarlo.

― ¿Por qué crees que estás nervioso?, o sea, somos solo nosotros... acaso estás-... ¿incómodo o algo?... porque podemos dejarlo hasta aquí, Mingi.

Propuso el pelinegro en tono bastante firme. Aunque hubiera intentado cubrirlo, las palabras de Yunho cargaban con una clara connotación de fastidio.

Trago en seco esperando con ello tragarse las nuevas ansias que tal comentario le causó; se sentía juzgado bajo la fiereza de esos remolinos castaños que seguían examinando su integridad. Ante la falta de respuestas, Yunho emitió un chasquido con su lengua e hizo el amago de alejarse, más pudo reaccionar a tiempo para detenerle, inmovilizando al aludido con sus brazos y piernas.

― ¡N-no, no, espera!... Yunho, no te vayas por favor, no te vayas...

Repitió en voz baja, presa del pánico que se instauró en sus adentros; le aterraba la simple idea de perder a su adorado pelinegro.

Confundido, Yunho intentó soltarse del agarre constrictor de los brazos del menor, mientras

éste continuaba repitiendo aquel desconsolado mantra que, de no ser por su valentía y su perseverancia, le hubiesen resquebrajado el alma.

Con gentileza el pelinegro logró separar a un lloroso Mingi de su cuerpo, le vio temblar al tiempo que se abrazaba y se recogía a sí mismo en la cama. A pesar de tener los párpados tan apretados, aquel cierre no impidió el desfile de gruesos lagrimones que más tarde empaparon su cara.

Asombrado por el tan inoportuno quiebre de su pareja, el pelinegro buscó reconfortar a su persona, repitiendo a sus oídos las verdades que ya conocía y necesitaba recordar.

― Mingi... Mingi, vida... no llores más. No me voy a ir, sabes que no lo haré, cálmate. Aquí estoy.

Musitó un muy preocupado Yunho contra los cabellos y la frente de su amor.

Gracias a esas caricias de a poco pudo recobrar algo de calma, conteniendo los espasmos que sacudían su cuerpo mientras derramaba en sus lágrimas lo que le restaba de angustia.

Allí entre los brazos de Yunho se sentía a salvo de toda la crueldad del mundo que les acechaba fuera de los límites de ese lecho, de esa habitación, de ese apartamento, pero sentir tanto era en extremo apabullante... qué pasaría si alguien entraba nuevamente a violentar contra ellos, contra su relación con el mayor; 'pensar que el mal augurio de los días pasados le continuaba acechando lo traía asustado.

«¿Y si todo esto es pasajero?, no quiero, no puedo... ¡Yo no quiero alejarme de Yunho de nuevo!»

Exclamó para sus adentros, sintiéndose al filo de una cornisa, listo para saltar al precipicio... suerte que Yunho le sostuvo a tiempo para evitar esa fantasiosa calamidad.

― ¡Mingi, para, escúchame por favor!

Demandó el pelinegro ante su inoportuna sordera, zarandeando su cuerpo con suavidad en intento desesperado por hacerle despertar. Por fortuna, el exaspero en la voz de su amor fue suficiente para sacarle de la pesadilla en la cual había hecho nido.

Sorprendido abrió los ojos de par en par y lo primero que vio fue a un perplejo Yunho, cuyos ojos ahora sólo centelleaban a razón del pánico que en estos se cristalizó. Pasó saliva por su garganta, esperando tragarse también la culpabilidad que tal imagen le hizo sentir.

― Mingi... mi amor... Dios mío, qué-...

― Perdón... L-lo siento, yo-... perdóname, Yunho...

Ni siquiera sabía por qué estaba disculpándose, mucho menos en qué momento se había sentado en la cama a un lado del pelinegro, pero agradecía con creces el hecho de que este en medio de aquel arrebato le estuviera sosteniendo contra su pecho; el rítmico sonido de ese valeroso corazón fue todo lo que necesitó para recobrar la razón.

Aunque Yunho lo intentó, no dejó que este le apartarse de su lado mientras buscaba consuelo entre sus brazos, a lo sumo permitió que el mayor se las apañaba para limpiarle el rostro con el borde de su camisa; nunca lo diría en voz alta, pero le seguía dando pena que este fuera a limpiarle los mocos como si nada y después le sonriera.

En todo el rato que estuvieron allí abrazados, el pelinegro no dejó de mecerlo y susurrarle palabras que, a conveniencia, disiparon los densos nubarrones que ensombrecieron su mente. Sólo cuando dejó de sollozar y temblar, el mayor le creyó lo suficientemente estable como para abandonar la cama, pese a ello, trató de luchar para que este se quedase a su lado, todavía, la promesa que el sonriente rostro del pelinegro le ofreció le bastó para satisfacer su petición.

«Qué coño me pasa hoy... esto no puede seguir así... a qué carajo le tendré tanto miedo, todo es tan... irritante.»

Habló para sí mismo, distrayéndose al ver hacia la persiana rota en la ventana; cuándo sería el día que recordaría reemplazarla.

En los escasos minutos que se encontró a solas se acurrucó contra la almohada del pelinegro con la mirada fija en la puerta, intentando no pensar en nada para evitar otra catástrofe. A pesar de lo complicado, logró sobrellevar la situación y soltó un suspiro de alivio cuando vio a Yunho emerger de nuevo en la habitación con la misma sonrisa y un vaso de agua entre sus manos.

― Toma, no quiero que un día de estos te me termines secando... lloraste como el propio bebé por largo rato.

Comentó el pelinegro tratando de agregar una nota de humor al denso ambiente que les rodeaba.

Lejos de sentirse ofendido, simplemente bajó la mirada tras aceptar el vaso de las manos del mayor con un leve «Gracias.», por supuesto que todavía se hallaba un poco acongojado, pero conocía las intenciones de Yunho y esos pequeños detalles le hacían sentir protegido... amado incluso.

― Perdón por arruinar lo de antes, yo-...

― No arruinaste nada, Mingi. El sexo-... sabes que yo no estoy contigo sólo por eso. Pero, verga... de verdad me diste tremendo susto, pensé que te había lastimado o qué sé yo...

Habló el pelinegro en completa calma, dejando una pausa prudente entre cada oración para dar fe a su palabra.

Asintió a modo de respuesta. No le cabía la menor duda de que Yunho decía la verdad, aun así, sentía un irrefrenable deseo por disculparse con él, incluso consigo mismo, pues aquella oportunidad fue algo que había estado esperando con ansias, pero bueno... de una manera u otra siempre se las arreglaba para meter la pata.

Tras un largo suspiro, resolvió tomar el agua en pequeños sorbos hasta dejar el vaso medio vacío. Para el momento Yunho ya había regresado a su lado y, antes de siquiera pensar en dejar el vaso en la mesa, el susodicho lo tomó con gentileza de sus manos para dejarlo a un lado. Pensó entonces en aprovechar para pedirle sus gafas al mayor, más este una vez más atinó a sus pretensiones y se acercó hasta su rostro con los anteojos, colocándolos con sumo cuidado sobre el puente de la nariz para después dejar un beso en la punta de esta.

Abrumado por el despliegue afectivo, se recogió contra sí mismo, buscando luego refugio entre los brazos que se abrieron sólo para él; el embrace de Yunho era cariñoso, cálido, complaciente, el empujón que precisó para librar su espíritu de aquel tapón emocional.

― Tuve miedo...

Susurró contra el pecho ajeno, recordando entonces que hacía apenas una hora había estado feliz dormitando en aquel apacible lugarcito.

Al contrario de lo que sintió antes, el nuevo silencio instaurado entre ellos se había librado de la pesadumbre, invitándole a hablar, a desahogarse a oídos de la única persona que sabía, le escucharía sin exhortar prejuicios.

― Tuve miedo cuando todo estaba pasando... porque las otras veces cuando estuvimos bien, algo malo pasó después. No lo sé, Yunho... tenía miedo de que te fueras de mi lado por cualquier cosa y-... Olvídalo, sé que es estúpido.

Murmuró cabizbajo al tiempo que acomodaba sus lentes y hacía gestos con sus manos, como si intentase desprestigiarse a sí mismo por sentir aquello; como si tener un ataque de pánico fuese una nimiedad. Pese a ello, Yunho quedó insatisfecho con la zozobra que advirtió en su voz.

Manteniendo su posición para con el menor, el pelinegro tomó el mentón del susodicho entre sus dedos para guiarle, haciendo que elevase su mirada y así, teniéndole tan cerca, compartiendo esa minúscula distancia le comunicó lo que pensaba.

― Mingi, óyeme... nada de lo que dices es estúpido. Son tus sentimientos, estás hablando de cosas que son importantes para ti, no puedes restarle importancia a eso, menos cuando sabes lo mucho que me importas.

Dijo Yunho con honestidad, haciendo que su corazón se derritiera una vez más.

Se relamió los labios, indeciso de lo que podría decir para no tornar esa conversación más seria de lo que ya era; después de todo, seguía siendo muy temprano para vivir más experiencias extenuantes. Lo que quería era un día de paz junto a su pelinegro, porque creía, más bien, sabía que estaba en su derecho de tenerlo.

― No es que no quiera tener estas conversaciones, tampoco es que quiera menospreciar tus intenciones, pero de verdad... sólo me gustaría que todo fuera más fácil porque...

Se sinceró con el mayor, más al llegar a la parte final no pudo evitar que su voz temblara ligeramente.

― ... honestamente, tenía ganas, mejor dicho, tengo ganas de... ya sabes.

Concluyó tras carraspear un poco, sintiendo difícil hablar de ese tipo de cosas dado el contexto de la conversación.

Le preocupaba un poco que Yunho le tomase como un calenturiento, sin embargo, al ver de soslayo la pícara sonrisa del susodicho, no tardó en sonrojarse y sonreír con cierta complicidad.

― Siempre habrá tiempo para eso, mi amor... tú lo sabes. Ahora, no puedo evitar sentirme un poco-...

A pesar de tener un comienzo positivo, tan pronto vio que Yunho apartó la mirada y escuchó lo que este iba a decir, supo de antemano que debía frenar en el acto al mayor, y qué mejor manera de hacer eso que con un beso.

Aunque tajante y despiadado, sus labios hicieron morada en los ajenos por poco tiempo, separándose de forma abrupta para luego juntar su frente a la opuesta.

― No. Escúchame bien, Jeong Yunho. No voy a dejar que te eches la culpa por esto, tú sólo has intentado hacer las cosas bien, esto es sólo un-...

Lo que pudo haber sido el discurso de su vida se acortó gracias a la iniciativa del pelinegro quien, sin previo aviso, le interrumpió usando la misma táctica que él implementó.

Complacido por la reciprocidad entre ellos, sólo les bastó verse a los ojos para dar por concluida esa conversación. Las limitantes implícitas podrían ser un problema, pero entendiéndose tan bien... qué tanto podrían perder. Peor hubiese sido agotar las horas del día flagelándose por minucias, opinó Mingi cuando se vio envuelto entre los comprensivos brazos de su amor mientras veían vídeos estúpidos que subía la gente a Facebook desde la pantalla del teléfono del mayor.

˚

Después de mingonear a Yunho por dos horas seguidas en la cama, tanto su estómago como el del pelinegro hicieron una protesta formal que los llevó a pararse a regañadientes del nido que habían hecho para ir a enfrentar los pormenores de la vida.

No tenía ganas de bañarse, pero así lo hizo cuando el pelinegro lo sugirió, pese a ello su ducha fue bastante rápida; no tenía sentido quedarse allí mucho rato si el susodicho no estaba con él. Yunho se bañó después y más temprano que tarde sus caminos volvieron a juntarse en la pequeña cocina.

Sin muchos ánimos de hacer nada, ambos resolvieron echar una partida de piedra, papel y tijeras a ver quién cocinaría el suculento 'desayualmuerzo' de ese día. Mingi a pesar de sentirse confiado, terminó perdiendo incluso después de la revancha que a duras penas logró conseguir a manos de Yunho.

Largó un suspiro al tomar otro huevo y abrirlo contra el borde de la sartén. Cocinar no era lo suyo y la vida lo sabía... o al menos eso pensó cuando vio la yema romperse, derramándose lentamente sobre lo que pudo haber sido un perfecto huevo frito. Se encogió de hombros ante su pequeña desgracia y sin ánimos de ponerse a discutir con su destino, tomó un tenedor y revolvió todo en la sartén.

«Los huevos revueltos saben mejor y si a Yunho no le gustan, pues... más para mí.»

Comentó para sus adentros al tiempo que una sonrisa se asomaba en sus belfos.

Sintiéndose más animoso, decidió agregar otro huevo a la sartén y buscar en la nevera el arroz y el jamón que le había sobrado del otro día para hacer de eso un suculento revoltillo; su mejor obra culinaria.

Satisfecho con el resultado, le agregó sal a la preparación y siguió revolviendo los ingredientes en la sartén como todo un Chef con cuatro estrellas Michelin, mientras, a sus espaldas un disgustado pelinegro seguía recostado de la barra de la cocina con los ojos pegados a la pantalla de su teléfono.

Tan ensimismado estaba en su tarea de cocinarle a su novio que ni siquiera se inmutó ante el constante repiqueteo que provenía del dispositivo. Uno a uno los mensajes entraban haciendo que adorable timbre de Kakao acabara por entrecortarse, haciendo que un hastiado Yunho terminara por colocar el teléfono en modo vibrar para luego soltar una pesada exhalación, justo al tiempo que Mingi se daba la vuelta para empezar a colocar los tazones con comida sobre la mesada.

― ¡Ya está!, este va a ser el mejor desayuno que vas a comer en tu-... ¿vida?

Habló todo entusiasmado, más al ver la cara larga que cargaba su novio la preocupación tomó partido de su voz.

Torció la boca en un gesto que hizo juego con el resto de sus facciones, denotando así su disgusto ante la situación. Hacía apenas unos minutos el mayor estaba bien y ahora ni siquiera era capaz de responderle.

«Pues ni modo, me toca ver qué pasó a ahora y si es de entrarme a coñazos con alguien otra vez, lo hago.»

Concluyó al tiempo que se limpiaba las manos en el delantal de cocina que llevaba.

El mayor continuó viendo la pantalla de su teléfono con desidia mientras él se quitaba el delantal para dejarlo olvidado en el mesón junto a la comida; todo eso podía esperar.

Con sigilo se acercó al pelinegro y se detuvo a su lado, llevando una mano al hombro de éste, haciendo que pegara un brinco de la impresión. Sonrió al notar la cara de tragedia que vistió el rostro del mayor tras aquel susto, gesto que no tardó en ablandarse cuando reconoció a su persona.

― La comida está lista, Yuyu... ¿vas a comer conmigo?

Preguntó con calma tras ladear el rostro en un gesto que al mayor se le antojó irresistiblemente dulce.

― S-sí, sí... disculpa, es que estaba pendiente de unos mensajes y eso... ¿te ayudo a llevar las cosas a la mesa?

Respondió el pelinegro con cierta dejadez, mirando a todos lados antes de colocarse de pie.

No tenía que ser un genio para saber que Yunho estaba tratando de evadir el tema, pero después de tantos años juntos, sabía que sólo era cuestión de tiempo para que el mayor soltara la lengua... aunque siempre podría sacarle todo con cucharita.

Aceptó la ayuda de su novio al asentir, mostrando una sonrisa radiante que el mayor no tardó en replicar al momento de acompañarle a la cocina para buscar la comida que con ardo esfuerzo (y amor) había preparado para los dos.

― Huele bien. Estoy seguro de que sabe mejor.

Sentenció Yunho tras dar un vistazo a lo que llevaba en sus manos.

A los efectos de dicho halago, no pudo evitar que un sonrojo despuntara en sus pómulos, mucho menos se privó de pavonearse por la sala con el pecho henchido de orgullo.

Para cuando por fin pudo sentarse al lado de su amor, se tomó la libertad de dejar un beso en su mejilla para luego susurrarle con ternura un «Buen apetito.», ganándose así otra de esas prístinas sonrisas.

Por unos minutos simplemente se dedicó a contemplar al pelinegro delante de él. La cotidianidad de ver a Yunho comiendo su preparación con aquel gusto le distrajo lo suficiente como para olvidarse de que su porción le esperaba en la mesa, incluso los palillos entre sus dedos danzaban ansiosos por enterrarse en el revoltillo blanco y amarillo que llenaba su pocillo.

― ¿Hm?... ¿tú no piensas comer, bebé?

Preguntó Yunho aún con las mejillas llenas antes de acercar otro bocado a su boca.

Al oír la interrogante despertó de su transe, más lejos de sentirse abochornado por la sonrisilla socarrona en la cara de su novio, se limitó a asentir y dio una probada a su porción, esperando aquella explosión de sabor que, lamentablemente, nunca llegó.

Suspiró con desgana y se acomodó los lentes sobre el puente de la nariz antes de seguir comiendo, Yunho ya casi terminaba con su desayuno y él lo que tenía era ganas de ofrecerle el suyo al mayor.

― ¿Tienes algún plan para hoy?... no sé, ¿Yoora y tú no tienen nada pendiente?

Se atrevió a preguntar de la nada, queriendo avivar un poco el ambiente en la estancia; aunque en el fondo sabía que aquello era un vil pretexto para dejar su desayuno desatendido.

Sin pena alguna dejó sus palillos sobre la mesa y volcó su atención en el pelinegro que recién entonces terminaba de recoger el último granito de arroz del cuenco para llevarlo a su boca. Yunho definitivamente debía amarle demasiado como para seguir comiendo sus fallidas delicias culinarias, pero ese era un cuento para otra ocasión... su atención de momento reposó en el hecho de que tan pronto el mayor terminó de internalizar lo que dijo que los hombros de este se tensaron y su expresión cambió a una mueca amarga.

― No creo poder ver a Yoora en estos días, yo-... la verdad no tengo idea de qué deba hacer.

Respondió el pelinegro con honestidad, dejando los palillos sobre la mesa para luego echar la cabeza hacia atrás.

Descolocado por tal réplica, se acomodó en su lugar, sentándose de piernas cruzadas frente al mayor, quien prefirió recargar todo su peso en el sofá a sus espaldas. Viendo la desidia en las facciones del mayor comprendió muy poco de lo que este pudiera estar expresándole, pero esto no evitó que mil nuevas interrogantes saltaran en su mente cual ranas en un estanque.

Víctima de la incertidumbre se mordió los labios en espera de otra respuesta de parte del pelinegro, alguna palabra, lo que fuera que le permitiera aplacar las ansias que sentía en su interior, porque bien conocía esa carita de resignación; bien sabía lo que implicaba ese silencio atosigante. Todavía, tenía fe en que sus sospechas fueran inciertas y que Yunho sólo estuviese confundido, atosigado de cuánto compromiso pudiera tener después de haberse desaparecido con él la tarde de ayer.

― ¿A qué te refieres con que no sabes qué debes hacer?... ¿pasó algo malo?, ¿tú mamá está bien?

Dijo lo primero que se le vino a la mente para intentar llegar al meollo del asunto.

Con desgana Yunho se paseó las manos por la cara antes de responder a todas sus preguntas por orden.

― Me refiero a que... se me acumularon los compromisos y ahora no sé por dónde empezar. No es que sea algo realmente malo, lo peor ya pasó, aunque... mi mamá si anda medio paranoica con el tema de mi padre, dice que igual debo tener cuidado y... tiene razón, no puedo bajar la guardia, no ahora.

Explicó Yunho, viéndole a los ojos por el simple hecho de poder hacerlo; para buscar calma en el único lugar donde sabía abundaba.

Escuchar las preocupaciones de su novio nunca era fácil, menos cuando intentaba hacerse oídos sordos a la realidad y esquivar cualquier pensamiento que le condujera a pensar en algo relativo a esta. Estaba cansado de los compromisos y la queja constante de los terceros, pero más que nada estaba harto de cómo esas cosas seguían influyendo en el estado de su relación.

Bajó la mirada a sus manos, prefiriendo darle tiempo al mayor por si todavía quería sacarse del pecho alguna verdad incómoda, sin embargo, lo único que obtuvo de vuelta fue el silencio.

― Tal vez tu mamá tenga razón, pero vivir con miedo no nos va a librar de nada, Yunho. Yo creo que es mejor si te enfocas en tus propias cosas... o sea, por lo menos tu mamá ya está en buenas manos.

Murmuró mientras alzaba su mano para peinar los cabellos del mayor.

Quiso echársela de filósofo diciendo algo tipo «Como vaya viniendo vamos viendo.» más se contuvo; no era momento para tonterías. Reconocía que esa situación en la que estaban era como un círculo vicioso, que todo lo que decían era más de lo mismo, pero qué más podrían hacer... Recordarse aquellas cosas, esos ínfimos detalles era necesario para sentir que al menos algo de control tenían en sus manos.

― Cuando lo dices tú suena mucho más lógico que en mi mente... Bueno, honestamente, no sigo sin saber por dónde empezar. El asunto con Yoora también me está sacando canas verdes porque la carajita ayer se arrechó conmigo.

Comentó su novio al tiempo que se dejaba hacer por sus afectuosas manos.

Soltó un bufido al oír aquello; no le sorprendía en lo más mínimo el estatus de la relación del pelinegro para con la enana de su mejor amiga. Sin embargo, después de todo lo que había pasado le seguía pellizcando la curiosidad la razón de aquel enfado entre el dúo inseparable.

― Ajá, y qué hiciste ahora que su majestad está inconforme.

Inquirió en un tono burlón, obteniendo una sonrisilla de parte del mayor.

― Pues nada, que toda esta mierda nos descuadró los planes. Entonces ella está viendo que no vamos a poder terminar la tesis para este semestre y vamos a tener que inscribir el que viene sólo para presentar.

Explicó su adorado pelinegro con parsimonia, esta vez viéndolo directo a los ojos.

Por un momento se dejó tentar por aquellos remolinos pardos que le llamaban a pecar, más se contuvo a mitad de camino cuando se pilló a sí mismo inclinándose para dejar un beso en los labios del susodicho dueño de aquel encantamiento; tenía que ser fuerte y resolver los problemas antes de hacer cualquier otra cosa.

― Gran vaina... ni que le pesara en el bolsillo pagar otro semestre. No dejes que la enana esa te amargue la existencia, mi amor. Es mejor que uses tu energía para terminar el semestre porque... aún te quedan unas materias pendientes, ¿no?

Cuestionó con curiosidad tras acomodarse nuevamente las gafas.

Antes de siquiera hacer el amago de responder, Yunho se acomodó nuevamente en su lugar, rodeándolo con uno de sus brazos para tenerle más cerca en un abrazo particularmente incómodo, pese a ello, no se opuso ante la idea de recostarse en el pecho de su amor.

― Sí... Este semestre inscribí las cuatro materias que me quedaban, el trabajo de grado y las pasantías. Aún no sé qué haré con esas materias, tengo las notas del primer corte, pero me faltan las del segundo y... coño'e la madre, debí haber ido esta mañana a resolver este peo con los profesores, pero de verdad que no tenía ganas.

Murmuró el pelinegro mientras jugaba con sus cabellos.

Soltó una risilla ante la frustración y el fastidio tan notorio en la voz del mayor. Honestamente, podía entenderle a la perfección, pues, aunque su caso no fuera similar, igual tenía asuntos que terminar de la universidad.

― No importa, mañana vamos los dos, ¿te parece?... yo también tengo que ir a hablar con unos profesores ahí, pero fíjate que ellos son más flojos que uno. De lo que va del semestre he visto como diez clases y es mucho, aunque es mejor así... menos rollo y no le veo la cara a ningún pajuo del salón.

Habló en completa calma, siendo arrullado por las caricias que el su novio dejaba en su espalda y brazos.

Largó un suspiro risueño cuando terminó de hablar, acomodándose ligeramente para encajar su rostro en cuello ajeno con el único propósito de olisquear al mayor, haciendo que este sonriera complacido.

― Qué suerte la tuya, bebé... ojalá en ingeniería los profesores fueran así, pero... ¿y qué pasó con tu proyecto final?, ¿no lo habías inscrito para este semestre?

Escuchó decir a Yunho con cierto interés, más no se preocupó en salir de su cómodo escondite para responder.

― Pues sí, pero hubo un peo con unos carajos y más peos en coordinación y al final nos dijeron que teníamos hasta el próximo semestre para organizar bien la cuestión.

Musitó tras soltar otra inspiración, aferrándose entonces al pelinegro que le tenía acurrucado en brazos contra su pecho.

Sin meditarlo, ambos decidieron dar por concluida la importantísima plática de sus responsabilidades, dejando una vez más los compromisos en segundo plano para así compensar otro rato el tiempo perdido.

Todavía tenía algo de hambre, pero estando entre los brazos de Yunho hasta la comida podía esperar. Todo lo que tuviera sentido y razón de ser fuera de esas cuatro paredes podía hacer tiempo por él, o eso pensó hasta que el mayor tuvo el atrevimiento de quebrar con el modesto y frágil mutismo que les envolvió.

― Debería ir por mi teléfono a responderle a Yoora, andaba histérica hace rato porque estaba tratando desde ayer meterme de nuevo en la empresa donde estaba haciendo las pasantías y yo no estaba pendiente...

Comentó su novio al tiempo que se incorporaba, obligándole a abandonar su lugarcito feliz.

Haciendo un puchero, vio al mayor ponerse de pie tras soltar un leve quejido viendo a la mesa antes de dirigirse una vez más hacia él.

― No te vas a comer eso, ¿verdad?

Preguntó el de pelos azabaches llevando una expresión de resignación en el rostro.

Negó con suavidad mientras hacía caso omiso al ardor en sus mejillas. Yunho sólo se limitó a suspirar, meciendo la cabeza de un lado a otro antes de dejar un beso en sus labios abultados, tomar los platos y encaminarse a la cocina. En algún punto creyó escuchar que el mayor le dijo algo como «Eres demasiado mingón.» más no le importó.

Decepcionado por cómo había resultado su día hasta el momento, permaneció en silencio con los codos apoyados sobre la mesa y la cabeza entre sus manos mientras veía al pelinegro fregar los platos a la distancia.

― ¿Quieres que te prepare ramen o algo?... no puedes estar sin comer por tanto tiempo, Gigi.

Aclaró el pelinegro de improvisto, sin llegar a sacarle de sus pensamientos.

Tan sólo se quedó observando la figura del mayor desde su lugar, contemplando la anchura de sus hombros hasta descender vertiginosamente por la espalda que le gustaba besar. Pasó por las largas piernas del pelinegro que seguían aún vestidas con un holgado pantalón de pijama y volvió a la nuca de este justo a tiempo para verle girar sobre sus talones con gracia.

Ninguno de los dos había dicho palabra alguna aún, el mayor probablemente seguía esperando por una respuesta de su parte, más él se hallaba en un trance. No podía desconectarse de la imagen tan masculina e imponente que percibía de Yunho en ese momento, en ese preciso instante que el susodicho sólo secaba sus manos del trapo de cocina. Era crudo, era real... era Jeong Yunho en todo su esplendor, con sus cabellos azabaches ligeramente más largos de lo usual, tan natural, tan varonil, tan...

― Mío.

Afirmó en un susurro tras llegar y plantarse con firmeza frente al mayor.

Poco importó el momento en el que había caminado hasta allí, siquiera la cara que tenía porque al ver a los ojos del mayor advirtió la misma chispa de deseo que comenzó a arder en su interior.

― Si yo soy tuyo... tú eres mío, ¿no?

Comentó el susodicho en un tono que inspiraba picardía luego de echar el trapo de cocina devuelta en su lugar.

Con apenas un sí se inclinó para besar los labios ajenos, sellando así otra de las tantas promesas que podrían decirse con acciones y que únicamente ellos eran capaces de interpretar.

Pese al subidón y a la impetuosa necesidad que sentía, el beso que le obsequió a su novio no fue para nada lujurioso, sin embargo, cargaba en él un gusto a fervor, a ternura y algo de nostalgia.

― Q-quiero... quiero continuar con lo que dejamos a medias esta mañana...

Pronunció esas palabras tras recuperar el aliento, abriendo sus ojos sólo para encontrarse con la pasión que tanto gustaba encontrar.

Yunho le miró entonces en plena conmoción, luciendo tan feliz, tan satisfecho con esa respuesta que el brío que este le transmitió le hizo flaquear. Suerte que, para él, su pareja siempre estaba un paso delante de él, abrazándolo para asegurar su estabilidad.

― Mi amor... tienes que comer...

Le reprochó el pelinegro mientras rozaba sus narices.

― Lo haré más tarde te lo prometo.

Murmuró contra los labios ajenos, sin siquiera atreverse a besarlos, prefiriendo tentarse y esperar antes que sucumbir.

― Hm... ¿Y qué hago con Yoora?, te dije que tenía que escribirle para-...

― Lo haces después.

Sentenció con cierto deje de impaciencia en su voz, arrimándose más hacia el mayor, quien no dejaba de presionar sus cuerpos.

― Dios... te tengo demasiado consentido...

Fue todo lo que escuchó antes de ser cargado por las hábiles y grandes manos que le sujetaron de sus muslos como si nada.

De camino a la habitación, en ese minúsculo trayecto que en diez zancadas fue completado con éxito, se dio a la tarea de gozar a expensas del éxtasis ajeno, sintiendo cada poro de su piel llenarse con la dicha que Yunho proveía porque, aunque la cabeza del pelinegro estuviera saturada con el cargo de infinidad de adeudos y responsabilidades, el resto de su cuerpo, su corazón, sobre todo vibraba en otra sintonía.

Y quién era el mayor... quienes eran los dos para negarse ante la oportunidad y las impetuosas ganas de volver a ser uno con espontaneidad. Al menos eso rondó por su mente el instante que pasó envuelto a su amor, llenándole de besos el rostro y los labios que sonreían por él y para él.

Esta vez no había inseguridades de por medio. Esta vez su corazón se sentía bravío cual barco en alta mar, navegando a razón de la convicción, el deseo de conseguir lo que clamaba para su enriquecimiento personal.

Por eso se aferraba con más fuerza al pelinegro, le apretujaba y endulzaba, sintiéndose sirena al advertir el desmayo de su amado en brazos. Cada acción era una tonada diferente que tocaba para Yunho sobre la piel de este; temas que el susodicho encontraba realmente gratificantes. Pero entre sus pretensiones no estaba embaucar al marinero que sorteaba sus aguas, Mingi tan sólo pensaba que para él... nada le hacía sentir tan pleno como usar su dádiva para encantar a su pareja en pleno y caluroso medio día.

Sonrisa tras sonrisa, los segundos se hacían horas y en las milésimas de ese tiempo se fortalecía aquella ilusión... ese pedacito de espacio donde Yunho le mantenía amarrado hacia sí era su paraíso terrenal.

Aun así, sin previa notificación, como simple mortal, tuvo que enfrentarse al descenso desde las alturas hasta la tierra, siendo amortiguado por la mullida cama destendida y el revoltillo de sábanas al que fue a parar tras ser soltado por las manos que le trajeron hasta allí.

Con un puchero en sus labios pensó entonces que, aunque minúscula, la distancia entre ellos era absurda, Yunho también lo creyó cuando volvió a sus brazos tras extenderlos hacia el aludido en una silenciosa invitación.

Una vez tuvo al susodicho acomodado entre sus extremidades se dedicó con afanosa necesidad a besarle en la boca, en las inmediaciones de esta haciendo uso de su lengua para repasar los labios ajenos una y otra vez, morderlos y chuparlos hasta dejarlos como los suyos; embriagados de libidinoso gusto.

― Hm... Mingi... de verdad estás muy mingón.

Musitó un jadeante Yunho tras recuperar el aliento, apenas separándose de sus labios que morían por besarle una vez más.

Con los ojos entreabiertos observó al mayor, meditando sus palabras mientras con la diestra peinaba de manera despreocupada la melena azabache de este, dejando la zurda con simpatía sobre el antebrazo que el otro usaba para apoyarse en la cama. De momento, una sonrisa galante era lo que resaltaba en su cara, una mueca llena de picardía que el otro no pasó por alto.

No había motivos ulteriores que atribuir a ese esbozo, simplemente era el resultado de la satisfacción de saberse querido, de saber que cuanto pidiera el mayor se lo daría ni siquiera tenía que persuadir a Yunho para hacer las cosas, porque al nivel de entrega que tenía para con el otro, cada acto era involuntario. Todavía, le resultaba hilarante que Yunho se quejara de sus caprichos mientras los complacía.

Todo lo que el pelinegro llevaba a cabo en función de satisfacer sus antojos le hacía creer que el tiempo era cosa superflua; que tendrían incluso una vida entera para sostenerse y amarse.

«Tengo ganas, pero no quiero que esto se acabe... no me molesto si me puedo quedar así todo el día.»

Pensó en inmutable paz tras largar un suspiro, inclusive, parpadeaba tan lento y apacible como el ritmo de sus respiraciones.

― ¿Aló?, ¿Te me fuiste otra vez?... En qué tanto piensas, ¿hm?... ¿acaso estás pensando en el próximo amarre que me vas a hacer?

Preguntó Yunho en tono burlesco al rozar sus narices tras pillarle distraído.

Suspiró y cerró sus ojos, dejando a sus manos vagar libremente por la espalda cubierta de su amor, ejerciendo un poco de presión para así reducir la inexistente separación de sus cuerpos.

― Puede ser... no lo sé.

Respondió con simpleza, encogiéndose de hombros.

― Ay Mingi... 'estás en salsa y no es de tomate'.

Advirtió el pelinegro, haciendo que ambos rieran por lo anticlimático que resultó ser aquella expresión.

― No puede ser, Yunho... deja de hablar como vieja y bésame.

Murmuró esta vez con cierto timbre de desespero cuando el aludido se apartó sonriendo tras intentar darle un beso.

Irritado por la conducta de su novio, cerró los ojos al volver a alargar su cuello, quejándose mientras apretaba los labios; sólo esperaba que eso fuera suficiente para alentar al otro a tomar cartas en el asunto. Gracias al Todopoderoso en las alturas, rápidamente el pelinegro dejó la jerga de pueblo y los juegos a un lado, dispuesto a hacer justo lo que le había planteado.

El beso que recibió compitió con su ambición de la mejor forma, siendo tan ardiente que hasta le arrancó un tímido gemido de su entumecida boca; demasiadas eran las ganas que Yunho le puso a lo que pudo ser un simple roce entre sus belfos. ¿Pero iba a quejarse por ello?, por supuesto que no.

Lo que poseyó la boca del pelinegro también hizo merced en las manos ajenas que, impávidas, recorrieron su cuerpo y... era simplemente celestial, pues sentía la euforia de Yunho en todas partes que precisaba, mientras sus lenguas se debatían una calurosa conversación sin palabras dentro y fuera de sus bocas.

Era abrumador estar en esa posición después de tanto, más porque lo de la mañana lo supuso entonces como un simple abre bocas, sin embargo, ahora no fallaba en sentirse seguro con el peso de Yunho sobre sí; cualquier duda y preocupación restante las había arrojado por la borda. Estaba tan cómodo que de no ser por la lujuria que se antepuso al resto de sus emociones quizá hubiese terminado llorando de la impresión tan grata que tal sensación le causó.

Tras cruzar ambos brazos detrás de la nuca ajena, buscó acomodar su cabeza en las almohadas al mismo tiempo que abría las piernas para dar más espacio al mayor entre ellas; con el cuerpo ajeno encajado en el suyo era más fácil para ambos complacerse al alzarse y menearse. Cualquier movimiento por sí sólo resultaba en un efecto en cadena que Yunho aceptó gustoso.

Pese a ello, aún con sus ojos entreabiertos, jadeando mientras contoneaba la parte inferior del cuerpo en busca de fricción, fue capaz de notar el temor que comenzó a florecer en las facciones del mayor.

Era verídico que el otro tenía constancia de sus verdaderas intenciones, que creía en sus palabras y en su seguridad, todavía, sentía desde hacía rato que la lentitud y el cuidado que estaba poniendo Yunho en él se debía a los eventos ocurridos esa misma mañana.

― Mi amor, Yunho... no lo pienses tanto, de verdad tengo ganas... quiero estar contigo.

Murmuró en voz baja, alzando sus caderas para puntualizar la veracidad de sus palabras; incluso con tantas capas de ropa era imposible que el pelinegro no sintiera la naciente de su erección. Aun así, sabía que haría falta más que eso para limpiar las impurezas de la mente de su pareja.

En un mero intento de seducción se inclinó para tomar el labio inferior del pelinegro entre los suyos, succionando con ligereza para provocar al susodicho. La acción bastó para arrancar un suspiro de Yunho quien, sin saberlo, tembló entre las piernas de un campante Mingi.

Al instante un par de manos seguras hicieron presión a los costados de su cuerpo, acariciando con finura su delicada cintura mientras los remolinos castaños que tanto amaba le veían embelesados; mirada que replicó a través de sus redondas gafas. En esa unión sintió toda la confianza que esperó, todo lo que soñó lo tuvo en una inspiración y así, fue como finalmente se pudo entregar de brazos abiertos a la pasión.

― A-ah... Yuyu... sí, más... se siente rico.

Respondió en un llanto de placer al sentir el empuje de las caderas opuestas contra las suyas.

El mayor embestía con voluntad, replicando lo que deseaba sentir una vez las prendas abandonaran sus cuerpos y quedaran expuestos a la salacidad de sus mentes. Esa promesa era lo que llevaba a echar la cabeza hacia atrás y a presionar con sus talones sobre el cuerpo ajeno, moviéndose a la par con tal de hacer ese juego preliminar una experiencia memorable.

Agitado y con el corazón desbocado a la par del ritmo que el núcleo de Yunho le había impartido, desde su garganta brotó un 'te amo' que murió en los labios del pelinegro cuando este, con ternura, volvió a tomar posesión de su boca en besos que bien se le antojaron como los que Yunho le hubiese dado en pleno apogeo de su adolescencia; empapados en la tinta de sus ansias prematuras.

Le resultaba en extremo curioso... el cómo su novio tenía el poder para transportarlo por sus recuerdos con un gesto, una palabra propiamente dicha en el momento correcto, justo como ahora que le exploraba nuevamente como si anteriormente no hubiese mapeado su esbelta figura, pero para qué iba a detenerse a juzgar esa pericia si en ello encontraba lo que quería.

Y bueno, quizá no podía llegar a la gloria con la misma facilidad de antes, pero siempre podía pedir más.

― Y-yunho... más, por favor...

Suplicó tras echar la cabeza hacia atrás, víctima del placer que el otro le evocó luego de plantar un húmedo beso justo bajo su oreja; en ese lugarcito erógeno que sólo Yunho conocía.

Sintió la sonrisa que nació contra la piel tan pronto su petición llegó a oídos del mayor, pero este tan considerado, le ignoró a favor de continuar con sus caricias tan pausadas y delicadas como si en vez de piel, estuviese acariciando con los labios y la lengua el más fino cristal.

Para su deleite, Yunho no le negó hacer y deshacer todo lo que su antojoso cuerpo solicitó, dejándole removerse bajo su anatomía. Echaba las caderas hacia arriba en busca de alivio para la crecida de su pasión, se restregaba y movía tan fluido como el agua de un río, recibiendo besos en el acto a modo de premio, junto a palabras que se tornaban jadeos y deseosos suspiros.

Tal vez era descarado lo que hacía, la manera como se movía contra la totalidad de su amor, pero ello no restaba elegancia a sus movimientos; nada de lo que hacía con Yunho podía llegar a considerarlo vulgar. Ni siquiera la lascivia con la que sus cuerdas vocales se expresaban para denotar el placer que sentía podía concebirla obscena, no cuando su cuerpo recibía y retornaba el amor que se le daban en cada espasmo, cada apretón y beso que obsequiaba con cierto apuro a su novio.

― ¡A-ah...!, Yunho más, más, más... Así, más rápido...

Exigió con la voz gruesa ligeramente temblorosa, quebrada incluso.

No le importaba saberse urgido en la intimidad que compartía con el aludido, no si Yunho se tomaba el tiempo para escoger el ángulo exacto para rozarse divinamente a su virilidad.

Tampoco es como si pudiera esconder lo que sentía si cada vez que trataba de calmarse, el pelinegro volvía a atacar su cuello redoblando el entusiasmo que aplicaba para imprimir cada beso en su piel.

El impetuoso conjunto de acciones hacía que fuese prácticamente imposible que el calor se le subiera a la cabeza y que su visión se tornase borrosa por la bruma que ellos mismos creaban en medio de su danza. Todo era demasiado, su cuerpo pedía por clemencia y a la vez suplicaba por más, y él como buen muchacho pretencioso, sin dudas prefería corresponder a su segunda opción.

Deseoso de sentir a su novio con mayor intensidad, tiró con impaciencia de la camisa ajena, tratando por todos los medios de arrancarla del cuerpo ajeno sin romper la conexión de sus labios con los del pelinegro. Desafortunadamente, tuvo que dejar que el otro se apartara a regañadientes para satisfacer tal exigencia.

Excitado, vio a Yunho echarse para atrás, sentándose en la cama y entre sus piernas flexionadas antes de tomar los bordes de su camisa y, en un movimiento limpio, alzar los brazos para deshacerse de la ofensiva prenda. En todo el tiempo que duró el espectáculo una sonrisa bordaba sus labios, más esta se esfumó al poner detalle en las horrendas salpicaduras que se revelaron ante sus ojos.

La piel blanca e inmaculada que abrazaba los tonificados músculos de su pareja ahora vestía un desgraciado y enfermizo púrpura abriéndose cual flores envejecidas; para otro podían ser hematomas, pero para él esos eran puros vestigios de la maleficencia.

Maldijo por lo bajo cuando se incorporó en la cama y se acercó al pelinegro para juntar sus frentes. No tuvo que decir nada, el susodicho pareció leerle el pensamiento al toque cuando le acomodó en su regazo y les facilitó el acceso a sus manos que, temblorosas, comenzaron a trazar caminos invisibles por los costados ajenos.

― No me gusta verte así...

Dijo apenas en un susurro, sintiendo su voz quebrarse ante el dolor que le infundía lo que veía.

Hacía tiempo no veía a Yunho tan vulnerable. El pelinegro no era de quitarse la ropa delante de nadie, siempre tan pudoroso y bien vestido... verle de esa manera, tan magullado, hizo que garganta se volviera un nudo.

Ya con lágrimas nublando su mirada, se perdió en las dolorosas nebulosas que siguió tanteando con la yema de los dedos; tenía la certeza de que al menos sus cuidados harían que estas sanaran más rápido. Pese a su honesta y cariñosa voluntad, la impotencia no se hizo de rogar. El saber que no había podido defender a Yunho, el no haber sido su escudo en esa y otras ocasiones le tuvo al borde de un arrebato, porque de no ser por su ingenuidad cuando mucho esa carga también sería compartida.

Tan ensimismado quedó ante la penosa visión que tuvo y las emociones que surgieron en conformidad a ella, que no se percató de los ojos que le contemplaban con ternura, si acaso con cierto deje de aflicción. Únicamente dejó de reprochar a sí mismo cuando unas grandes manos tomaron las suyas, atrayendo así su atención.

― No sigas. nada de esto lo hiciste tú... todas las heridas sanan con el tiempo, ¿sí?

Murmuró un apenado pelinegro antes de besar el dorso de las manos de su menor.

A los efectos de tan atenta caricia, pensó entonces que no era momento para seguir llorando sobre la leche derramada. Si Yunho continuaba allí con él, magullado o no, lo iba a amansar con todo su amor hasta sanarlo entero y dejarlo como nuevo.

Con su convicción en lo alto, embrazó al mayor con cuidado, poniendo empeño y dedicación en cada caricia que después proporcionó a los brazos ajenos esta vez viendo a través del cristal de sus gafas todo lo que recordaba... la belleza impoluta del cuerpo ajeno.

Inmerso en su espejismo, olvidó de nueva cuenta dónde estaban sentados y la actividad que previamente venían desarrollando; sólo veía y admiraba fascinado de la sensación electrizante que percibía al tocar la cálida piel del otro.

― ¿Por qué no me dijiste antes sobre esto?... ¿Te sigue doliendo?

Preguntó en un hilo de voz, sintiendo la euforia de hacer un rato enterrada bajo capas de densa preocupación que luchaban contra su voluntad para hacer mella en su corazón.

En un intento por calmarse, volvió a juntar su frente a la del mayor tras dejar un delicado beso en la comisura de sus labios, permitiendo así que el susodicho tuviese tiempo para responderle cuando quisiera.

Honestamente, se sentía pésimo al recapacitar que todos esos días había estado exigiendo tanto al cuerpo del pelinegro, permitiendo que este lo cargara, dejando a su vez que lo abrazara tan fuerte como para empeorar su condición. No hacía falta que el susodicho le dijera para saber que todos esos detalles le causaron incomodidad en su momento.

― No lo hice porque no fue necesario... Nunca me hiciste daño, Mingi. Ven, ya deja eso y no pongas esa carita que me rompes el corazón, por favor...

Murmuró un muy inquieto Yunho, como si intentase buscar con desespero la manera de hacerle sonreír otra vez.

Sin querer echarle más leña al fuego, aceptó el confort de esas palabras, prefiriendo creer en ellas antes de caer en el mismo círculo vicioso del que venían saliendo. Es decir, si Yunho le decía que estaba bien, entonces no debía seguir martirizando su existencia por ello. Todavía, le picaba bajo la piel la idea de que el mayor había soportado tanto dolor sin decirle nada, prácticamente consintiendo su egoísmo.

― Prométeme que me dirás si te llega a doler ahora.

Dijo en completa seriedad, apartándose un poco, lo suficiente para ver al mayor a los ojos. Aunque se negase a ello, no podía dejar de fruncir el ceño y hacer pucheros.

Pese a verse sorprendido y un ligeramente sobrecogido por sus palabras, todo rastro de desconcierto y duda se desdibujó del rostro ajeno cuando este ablandó su mirada. Aún sin decir nada, Yunho le vio a los ojos largo y tendido antes de obsequiar una sonrisa y la respuesta que quería en un efímero «te lo prometo.»

Sonriendo complacido, vio como el mayor tomó de su diestra una vez más para besarla, gesto que correspondió al inclinarse para alcanzar el dorso de la mano ajena con sus labios en una tibia caricia.

Para cuando se vino a dar cuenta, ya no eran las manos del mayor lo que besaba, sino los labios sonrientes de este que no paraban de moverse en sincronía a los suyos, deseosos de transmitir algo... ese algo dulce, caliente, adictivo.

― P-pero...

Habló de repente, tomando al mayor desprevenido al cortar con el beso.

― Pero... aunque no te duela igual te puedo cantar 'sana, sana, colita de rana' eso de seguro te ayuda, no sé... si tú quieres.

Completó tras aclarar su voz para sonar más formal, pese a la falta de seriedad en sus palabras. Con eso y todo, no fue capaz de ocultar el timbrecito de inocencia y dulzura que se dejó entrever en su comentario; detalle que hizo juego con sus mejillas sonrojadas.

Prefiriendo guardar sus palabras para otra ocasión, el mayor le vio por unos segundos para luego echarse a reír con ganas. El estruendo en sí no le molestó, pues esa era la reacción que esperaba, incluso fue mejor de lo que imaginó; sólo con escuchar a su novio tan feliz le hizo pensar que el bochorno había valido la pena. Si Yunho se lo pedía, él si era capaz de tirarse cualquier canción infantil con tal de ver al pelinegro así de feliz.

― Ay, Mingi... por qué es que eres tan lindo, tan bello... Dios mío, vas a acabar conmigo.

Murmuró Yunho después de calmarse y recobrar el aliento, gastándolo en un beso que sacó arrancó un jadeo de su boca.

Quiso responder, más el mayor le dejó sin habla cuando volvió a tomar partido de la situación, arremetiendo con ganas al besar sus labios con la firme intención de desarmarlo hasta dejarlo todo pendejo y risueño.

Aun estando sentado a horcajadas sobre el mayor la distancia entre ellos no era un problema, tampoco lo fue el volver a las riendas. Sus manos cual imanes, aunque más conscientes, volvieron al cuerpo del susodicho como para acariciar desde sus hombros hasta su espalda, pasando luego por su torso hasta enredarse sus dedos en los cortos cabellos de la nuca ajena.

A razón de sus afectuosas caricias, Yunho suspiraba y él se tragaba cada exhalación, encantado de poder proveer algo de goce a su pareja; estaba tan entregado al momento que hasta los percances de hacía un instante se habían evaporado. Nuevamente sentía como si las velas de su navío volvieran a estar a favor del viento, empujándolos a ambos fuera de la tormenta y cerca de las aguas calmas donde sabía debía estar.

― Yuyu, Y-yunho... te amo...

Musitó en un delicado jadeo; las palabras escapando de su boca por cuenta propia al culminar otro beso demandante.

Entonces, abrió sus ojos con calma queriendo encontrar la reciprocidad que ansiaba, hallando justamente eso danzando en el centenar de estrellas que iluminaban los preciosos ojos rasgados de su novio. Abrumado, sintió su respiración entrecortarse aún más y sus manos buscasen con desespero algo de apoyo para evitar una ínfima tragedia.

Lo que sus ojos registraban era por mucho una de las visiones más desgarradoras que pudiera haber visto jamás. Era la simpleza con la que un par de sus besos deformaron el rostro de su novio para dar paso a este retrato decadente; la vivida imagen de la profusa y edulcorada pasión masculina... era eso lo que le hacía creerse inexpugnable, poderoso.

Fue allí cuando internalizó algo importante, el porqué de su solícita atracción al pelinegro en la sala... era ello, el cambio que percibía y palpaba con cada falange y apéndice de su humanidad: Yunho ya no era el joven que conocía, era mejor. Se había transformado en un hombre hecho y derecho y eso le traía por el suelo (en buenos términos).

Enaltecido por tan vago descubrimiento, apretó los labios y soltó un chillido antes de caer de una vez más contra el único hombre que amaba y amaría por siempre. Le besó largo y tendido, se movió contra este y jadeó contra su boca cuando su libidinosa forma de actuar fue correspondida en caricias que dejó el mayor con las manos bajo su camisa y sobre sus pezones.

― ¿Ahora si vas a dejar que te haga mío o cómo es el beta?...

Cuestionó Yunho haciendo uso de aquel tono seductor.

Sin poder evitarlo tembló ligeramente, afianzándose a la figura opuesta al tiempo que se limitó a asentir; había perdido la facultad del habla desde que esas tibias manos comenzaron a jugar con sus pezones. Los dedos del mayor trazaban círculos encendiendo cada terminación nerviosa en torno a sus aureolas para luego presionar, incrementando la sensibilidad y el deleite que ello le producía.

Entre suspiros se deshizo delante del mayor, correspondiendo los besos cortos que este dejaba en sus labios antes de atacar su cuello con pasión desmedida, chupando hasta marcar la superficie con rosetas que más tarde iba a elogiar frente al espejo del baño. Pero más que preocuparse por su futuro, le tenía entretenido el vaivén que tenían sus caderas.

Empujaba su cuerpo contra el opuesto de la manera más hipnótica que conocía, arrancando airosos jadeos de su novio; exhalaciones que erizaban su piel. Sin embargo, aquella chispa de placer le era insuficiente.

Obviando los protocolos, mientras su novio seguía absorto en deleitarse con su cuerpo aún vestido, bajó sus manos por el torso del susodicho hasta llegar a la zona marcada donde presionó contra la palma de su diestra.

― Hm... Mingi...

Aquel gemido fue la más dulce de las recompensas y también el impulso que necesitó para acomodarse sobre el regazo ajeno para facilitar a sus manos el acceso a ese lugar. Con insistencia siguió moviendo, apretando y deslizando el hinchado miembro de su pareja hasta hartarse de las prendas y deshacerse de ella en un tirón.

Yunho que todo el rato había estado aferrándose a sus muslos y jadeando contra sus labios, más sonrió ante el sonido de sorpresa que escapó de su boca al evidenciar la falta de ropa interior en el mayor, pese a ello, la impresión le duró poco en el cuerpo gracias a la tenue mordida que recibió en su mentón.

Sin miramientos, decidió enfocarse tal como su novio se lo pidió y, en una sola movida empuñó la virilidad de su pareja, empezando a mover su mano en un descenso forzado debido a la escasa lubricación en la zona. A razón de ello, se tuvo que apartar un poco para escupir en su mano antes de volver a su tarea, sintiendo como Yunho se retorcía del placer con un par de caricias y el estímulo que sus dedos proveían al glande de su ahora completamente erecto pene.

― A-ah... Mingi... no pares, sigue así...

Gimió el pelinegro bajo su cuerpo y contra sus labios al interrumpir otro beso suculento.

Encendido por la visión delante de él, siguió acatando las ordenanzas de su amante, redoblando su esfuerzo al mover su mano ligeramente más rápido, jalando con cuidado y en el momento indicado.

La totalidad de Yunho pare entonces se vio reducida a delirantes espasmos, aunque las manos de este, como siempre, alimentadas por la curiosidad siguieron buscando más de dónde hincarse en su cuerpo, colándose sin tapujos bajo sus pantalones para luego apretar sus nalgas y rozar sus dedos deliberadamente sobre su entrada.

«¿Será muy feo si le pido que me meta los dedos ahora?... cómo hago para no sentirme como una perra en celo.»

Comentó para sus adentros al tiempo que torcía los ojos debido al goce, ya ni siquiera se inmutaba a la vergüenza que se arremolinaba en las profundidades de su cuerpo; toda emoción negativa era eclipsada por la bienhechuría del placer.

Aquello nada más era el juego previo, pero era una muestra de cuán necesitados estaban del otro. Saber que con tan poco estaban llevándose mutuamente al borde de la locura era una sensación sin precedentes, tan sólo veía y sentía el ardor que era Yunho contra su cuerpo y no podía sino vocalizar complacido. Allí entre susurros, con su frente pegada a la opuesta compartiendo el mismo aire, el mismo amor, el mismo todo que les conectaba a los dos.

― Y-yuyu... más... tócame más...

Pidió entre jadeos, sintiendo el regusto lascivo que dejaron aquellas palabras en su paladar.

Tan ardido y necesitado como estaba, no le importó en lo absoluto que Yunho le devolviera de espaldas a la cama en un sutil empujón. Estando de nuevo en su lecho, se acomodó sobre las almohadas mientras el mayor se deshacía de sus pantalones, arrojando la prenda sin cuido alguno al otro lado de la habitación.

Sonriendo por las aptitudes de su novio, negó con suavidad para luego alzar su mano con el propósito de acomodar sus gafas, más se detuvo en el acto al evidenciar lo pegajosa que se encontraban sus dedos. A los efectos, frunció el ceño y justo cuando pretendió limpiarse con una de las sábanas, el mayor le detuvo en el acto, llevando dicha mano a la altura de su boca para limpiarla con su habilidosa lengua.

― Yunho, por el amor a Cristo...

Reclamó al cerrar sus ojos y arrugar la cara, disgustado por ver a su novio lamer de sus dedos todo rastro de sus propios jugos; no entendía cómo su novio podía ser fanático del sabor de esa secreción.

― No te me pongas necio, yo sé que esta vaina te gusta.

Respondió el pelinegro con autosuficiencia y una sonrisa que denotaba su sagacidad, justo antes de llevarse el índice y medio a la boca.

Con la mirada fija en el pelinegro, consintió al mayor hacer cuanto quisiera mientras él se maravillaba por la facilidad con la que el susodicho cubría la totalidad de sus largas falanges con su cavidad bucal para practicarles una especie de felación que le tuvo estremeciéndose de placer en segundos.

En el fondo sabía que todo eso era parte del teatro, y que él, a lo sumo hacía el papel de espectador; nada más viendo, recordando incluso, lo que era capaz de hacer esa mítica boca. Tragó en seco, mientras a su mente recurrían las remembranzas de su muy activo pasado sexual con el pelinegro.

Allí postrado tan cerca de su cuerpo sentía el furor emanar del aludido que, pese a rosetones en su contorneada figura, se veía exquisito ante sus ojos, listo para recibirle y ablandarlo hasta los huesos.

«Entonces yo voy y le pego un mordisco en el cuello y-... Dios mío, qué rico está mi novio, no puede ser.»

Pensó en medio de su delirante estado, más ni siquiera así se sintió en plena facultad para con sus manos tocar todo cuanto anhelaba, en vez de eso... sus ojos sólo siguieron repasando los músculos del mayor, casi devorando al mencionado con la mirada mientras este sonreía encantado de solo ver su carita sonrosada.

Se relamió los labios tan pronto llegó al filo de la perdición, viendo el hinchado miembro de su novio curvarse divinamente contra su pubis. En los últimos meses no había tenido casi ningún pensamiento pecaminoso, pero en ese momento era una de las cosas que lo rebasaban, porque, así como estaba sentía unas ganas inhumanas de recrear lo que el mayor hacía en su mano para él. Incluso pensó que de ser el caso no estaría negado a tragarse lo que este pudiera darle de camino a su glorioso ascenso.

Advirtiendo su distracción, el pelinegro libró su mano dejándola resplandeciente con su saliva, cosa que no le importó en lo absoluto cuando en segundos tuvo aquella boca contra la suya, besándolo tan apasionado y mojado que al separarse ambos, una fina hebra de viscosa pasión les siguió conectando.

Azorado, apartó el rostro y frunció el ceño, incorporándose apenas para así abrazar con fuerza al único hombre del universo que podía complacer sus antojos.

― Te ves tan lindo sonrojado... provoca comerte a besos.

Sentenció un muy alegre Yunho, demostrando la exaltación natural de su persona en sus palabras y hasta en los besos húmedos que fue dejando aleatoriamente sobre su cuello.

Esta vez teniendo los ojos cerrados, su cuerpo no concordó con la noción previa de permanecer inerte, al contrario, acarició y tanteó tan la humanidad del pelinegro con tal fiereza, que este no tuvo otra opción sino gemir roncamente contra su jadeante boca. Pese al placer que suministraba al mayor con sus manos, el susodicho le puso fin a su faena al apartarse de manera súbita.

Confundido por la ruptura, frunció la boca en un gesto de inconformidad, pensando que quizá habría hecho algo mal, todavía, Yunho siendo más rápido le consoló con una sonrisa y unas palabras que le cobraron un intenso rubor que le pintó desde el cuello hasta las orejas.

― Muy rico todo, mi amor... pero no se vale que el único que esté sin ropa en esta vaina sea yo.

Explicó el pelinegro tras acomodarse una vez más a su lado, recorriéndolo con las manos antes de enganchar sus pulgares en su pantalón de pijama y su ropa interior, librándose de ambas prendas sin contemplación.

Sintiéndose expuesto, por reflejo llevó ambas manos a la altura de su entrepierna, cubriéndose recatadamente al tiempo que sus sonrosadas mejillas menguaban en un color tan profundo como la pena que sintió en ese momento.

No es que se avergonzara de su físico, porque, aunque no hubiera estado entrenando en esas semanas seguían viéndose del carajo, sin embargo, eran los detalles superficiales lo que le tenían dudoso y acongojado.

Obviamente no esperaba que Yunho y él volviera a la acción tan rápido, pero debió estar preparado para ello, debió verlo venir unas noches atrás... y quizá si no hubiesen pasado por todo el trajín de las peleas, quizá si su paranoia se hubiera mantenido al margen, quizá y sólo quizá así hubiese acordado de depilarse.

― ¿Mi amor?... ¿por qué te tapas?

Cuestionó un consternado pelinegro, llamando así su atención.

Le costó un poco encontrar las palabras para confesar el porqué de su bochorno, más aún porque Yunho seguía atravesándolo con la mirada, mientras él, no hacía más que cerrarse y presionar con las palmas desnudas contra la dureza entre sus piernas.

― Y-yo... es que-... olvidé depilarme y-... bueno, eso.

Dijo en un murmullo, sin llegar a encontrar la mirada del mayor.

A los efectos, un desconcertado e indignado Yunho le tomó del rostro haciendo que viera en su mirada las ternuras que finalmente hicieron que soltara las cadenas de su pequeña amargura.

― Mingi... te he visto desnudo 'ene coma cinco veces', ¿crees que me importa si te depilas o no?, esa vaina no es un estorbo, es un plus.

Preguntó en completo estado de sobriedad, en un tono tan estridente que hasta causó revuelo en su interior. Incluso terminó con un movimiento de cejas subjetivo al finalizar su ordinaria explanada.

Indeciso de qué debía responder, pasó saliva por su garganta al tiempo que unas tibias manos se posaron sobre las suyas. Renuentes a dejar a la luz aquel secreto, forcejeó un poco con el pelinegro hasta dejarle ganar. Al instante la mirada del susodicho fue a parar a esa zona, haciendo que un subidón de calor estampara contra su rostro.

Quiso cubrirse de nuevo por mero impulso, por guardar algo de su recato y congraciarse con su parte pudorosa, más Yunho no se lo permitió. Para cuando se vino a dar cuenta ya tenía al aludido de vuelta entre sus piernas, alzando su camisa para besar la expansión de sus abdominales en un tortuoso y húmedo descenso hacia el lugar que deseaba tapar.

― P-pero, Yuyu... s-sabes que-.... ¡a-ah!

La elaborada réplica que pensó conferir al mayor quedó en el olvido cuando sintió la lengua del susodicho recorrer parte de su ingle.

La verdad es que no pensó que pudiera llegar a estar tan sensible en esa área, pero bastó que Yunho se pusiera manos a la obra para saberse equivocado. Ni siquiera fue capaz de frenar sus reflejos, sólo pidió disculpas cuando sus piernas se cerraron de forma abrupta enjaulando la cabeza de un risueño Yunho.

― Mi bebé está todo penoso y sensible, esto es cielo... no tienes idea cuánto extrañé poder complacerte.

Murmuró Yunho en voz baja mientras besaba la temblorosa piel de sus pálidos muslos.

Por como el mayor había hablado, le hizo pensar que el pelinegro estaba pensando en voz alta, cosa que bajo otro contexto le hubiese parecido adorable, más dadas las circunstancias, no pudo evitar pensar en otra cosa que no fuera el que su novio podía a llegar a tener fetiches bien turbios.

― Mi amor... sólo relájate y disfruta, yo me hago cargo, ¿si va?

Comentó el pelinegro al alzar su mirada, mostrando una de sus inconfundibles sonrisas socarronas; de dientes perlados e intenciones ocultas.

Asintió a modo de respuesta, respirando profundo para luego echar la cabeza hacia atrás. Aquello tuvo que dejar complacido al mayor, pues de inmediato sintió los labios del otro recorrer con besos y succiones la cara interna de sus muslos, acercándose peligrosamente a su miembro. La sensación de vértigo que le provocaba el estar expectante le tenía el estómago hecho un nudo y las manos hechas puño, pero estaba bueno sentirse así.

A decir verdad, fallaba en obviar el hecho de que gustaba de recibir placer a costas de la incertidumbre, y Yunho en esos casos sabía exactamente qué hacer y cómo hacerlo para tenerle siempre a sus pies.

― A-ah-... Y-yun-... Yuyu, más, más, más.

Rogó al mayor, arqueando su cuerpo en la cama cuando por fin sintió al otro recorrer su longitud de la base hasta la punta con la lengua.

Estando tan encendido el mayor se permitió complacer cada antojo cuando lo tomó entero en su boca, moviéndose a una velocidad tortuosa como si quisiera detenerse a recordar su sabor por siempre.

Y él no era quién para mentir. Aunque fuese sumamente erótico y placentero, ese tipo de detalles seguía dándole vergüenza, pero ver y sentir su fantasía de hacía rato volverse realidad era algo que sin comparación alguna. Porque Yunho le conocía tan bien, que ello le producía escalofríos, de esos que hacían a su cuerpo agitarse; chillar como una tetera con agua hirviendo.

Entre jadeos y temblores, una de sus manos había ido a perderse entre la cabellera azabache de Yunho quien seguía inmerso en su labor, moviendo su boca de arriba abajo, ahuecando las mejillas y chupando su desatendida erección.

De la impresión no se percató siquiera el meneo que llevaba Yunho contra la cama, frotándose sutilmente contra las sábanas de la cama en un vago intento por aminorar la crecida de su excitación. Como efecto colateral, Yunho suspiraba creando placenteras vibraciones que le tenía retorciéndose. Sentía la garganta del otro abrirse y cerrarse cada vez que éste llegaba más lejos que nunca, queriendo pavonearse con sus pecaminosas prácticas.

El placer que la boca ajena le inducía era indescriptible, después de tanto tiempo no sabía que podía llegar a amplificarse tanto la simple dicha de recibir una mamada, pero también tenía que tomar en consideración que Yunho siempre había sido un maestro en el inmoral arte de la felación.

― Y-yuyu... no, espera... y-yo... ahg...

A pesar de los constantes gemidos que salían de su boca, iba tratando de construir una oración, pero la simple acción de enfocarse en hilar una palabra con otra se tornaba casi imposible cuando su novio parecía querer succionar su vida a través del pene.

Para su fortuna, Yunho tuvo el recato de detenerse segundos más tarde, librando su miembro de aquel acalorado claustro en un 'pop' que llegó a sus oídos.

― Qué pasa, mi amor.

Preguntó el aludido como si nada, con los labios hinchados y mojados con densa fruición.

― S-si sigues así me voy a correr...

Respondió un tanto más calmado, luego de pasar una mano por sus cabellos.

Sentía que sólo podía pensar con la cabeza que era en tanto el mayor no se acercara a la otra, pero el pelinegro siempre hacía lo opuesto. Antes de siquiera poder reponerse el mayor ocupó su diestra para masturbarle sin apuros, haciendo que abriera la boca en un gemido mudo.

― ¿Y entonces?, ¿cuál es el problema?... te corres más de una vez, gran vaina, ya lo has hecho antes y quedas todo feliz después.

Resolvió decir un despreocupado Yunho para luego volver a su labor, redoblando la fuerza de sus estímulos.

Quiso reclamar al otro por su altanera bizarría, más lo único que liberaron sus cuerdas vocales fueron jadeos quebrados que más temprano que tarde se transformaron en lloriqueos que, a su vez, se entremezclaban con los sonidos lascivos y húmedos que creaba el mayor.

En cada hendidura, en cada pasaje, en cada vena que se marcaba en su carne Yunho encontró su hogar y su camino, presionando hasta el punto de atragantarse con su virilidad, haciendo de esa mamada el suplicio más dulce que jamás pensó experimentar.

Estando tan ido, de a ratos intentaba embestir contra la boca ajena, pero la congoja le subyugaba. Anclado a la cama, entonces, sus movimientos se limitaban a los espasmos de siempre que hacían parecer a su cuerpo gelatina.

Así como estaba con cada succión se acercaba a pasos agigantados a la gloria, más de sólo pensar que se correría en la boca de su novio... su interior se carcomía de vergüenza. Ni siquiera tenía las agallas de verle por mucho rato porque sabía que el otro siempre rozaba con los vellos que se arremolinaban hacia el monte de venus.

― Yunho... p-por favor...

Suplicó sin saber realmente qué quería, aunque eso para el mayor no era un problema.

Sin previo aviso, el susodicho le tomó por los muslos, haciendo que pasara sus piernas por sobre los hombros de este, atrapándolo al tiempo que seguía moviendo su lengua en torno a su glande y volvía a chupar como si nada. La escena, aunque la hubiese visto mil veces, no dejaba de sorprenderle haciendo que más calor y más corrientazos de placer se dispararan en todas direcciones por su cuerpo.

Su vientre entonces era un nudo, sus testículos se sentían igual de pesados, todo estaba tan mojado, tan caliente, tan apretado como la glotis que se contraía cuando le recibía sin gracia alguna.

Resolvió entonces cubrirse el rostro, restándole importancia al hecho de que sus gafas se clavaran en el puente de su nariz, mientras con la otra intentaba buscar soporte en la cabeza de su novio, dejando que éste siguiera en lo suyo; si iba a morir al menos moriría feliz. Estuvo así por escasos segundos hasta que, en un último arranque, cuando el mayor empezó a masturbarle, sintió a su cuerpo distanciarse del plano físico a razón de un fantástico orgasmo.

Ante tan arrebatadora sensación, su espalda se curvó sobre la desarreglada cama, mientras seguía gimiendo el nombre del que le había llevado a la gloria; llegó hasta donde todos los amantes incomprendidos ansían trascender.

Debido al poderío de esa voluptuosa corrida ni siquiera se dio cuenta de la fuerza con la que tiró de los cabellos ajenos al tiempo que se vaciaba, mucho menos la que impuso para apresarlo en su lugar; tampoco es como si a Yunho le importase, porque allí entre las piernas de su amor era eternamente feliz.

― Mh... a-ah... Y-yuyu, qué rico...

Murmuró entre suspiros, sintiendo todo su cuerpo ardiente caer finalmente lacio sobre la cama.

Todavía sentía ligeros temblores en sus piernas y, a razón de su mirada vidriosa no podía ver casi nada, ¿pero había valido la pena?, claro que sí. Qué importaba si Yunho se hubiese tragado hasta la última gota de semen que logró extraer de su virilidad, él igual le besaría hasta el cansancio por facilitarle semejante culminación.

― Mírate nada más... ¿cómo te puedes ver tan bonito cuando te corres, Mingi?

Escuchó decir al pelinegro roncamente cuando este se acomodó de costado a un lado de su cuerpo.

Aún se hallaba tratando de regular su respiración, más eso no le impidió enlazar su mirada a la opuesta y obsequiarle una sonrisa al mayor. Al momento que su gesto fue correspondido, se dio cuenta de los restos de semen y saliva que había en la comisura de los belfos ajenos y, sin saber qué lo poseyó, se alzó para lamer aquello hasta eliminar toda la evidencia.

No le importó en lo absoluto probarse así mismo, en tanto pudiera seguir besando los labios de su novio tan lento y sensual como le fue posible; sólo con el propósito de devolver algo de placer que este le había hecho sentir.

La respuesta de Yunho ante sus besos fue inmediata, el susodicho no tardó en acomodarse justo como él, y llevarse una de sus piernas para envolverle la cintura. Mientras seguía besándole, continuó saciándose, adorando el sabor que tenía su esencia en la lengua ajena. Entonces, suspiró complacido por ello y por todas las atenciones que el mayor daba a su cuerpo.

― ¿Viste que aun teniendo pelitos allá abajo igual puedes tener un buen orgasmo?

Objetó Yunho en tono burlesco, haciendo que el erotismo del momento se evaporara en un chasquido.

Ante la pregunta soltó un gruñido que indicó su irritación, resolviendo entonces esconderse en el cuello ajeno mientras escuchaba a su mayor reírse a carcajadas; como siempre esa risa no falló en estremecer la entereza de su humanidad.

Por unos segundos se mantuvo en ese lugar, sondeando entre sus opciones hasta echar todo por la borda y, en un arranque, dejar al mayor bajo su cuerpo. La iniciativa que tuvo dejó al mayor anonadado, con aquel destello lujurioso en sus ojos que tanto le fascinaba.

― Dijiste qué harías que me corriera más de una vez, hazlo. Quiero verlo, quiero sentirlo, Yunho.

Murmuró entre besos que fue dejando en un recorrido al filo de la quijada del aludido hasta llegar a su boca.

Sin previo aviso, pasó su lengua por los labios entreabiertos que más tarde propinaron una ligera succión a su sinhueso. De momento las caricias que se daban, aunque revelaban el entusiasmo de ambos se mantenían recatadas; sólo con la finalidad de seguir aquella coreografía tan sensual... tan íntima que únicamente ellos dos podían interpretar.

Yunho entonces al culminar el beso le miró con los ojos entreabiertos. Sintió las manos del pelinegro dispuestas a trazar la silueta de su cuerpo desde sus piernas, aflojando así la tensión en sus muslos que seguían aprisionando el cuerpo del susodicho bajo el suyo, siguiendo un caprichoso recorrido por la ligera sinuosidad de su cintura que remarcó para acabar en la expansión de la parte superior de su torso, donde los pulgares del mayor encontraron su lugar una vez más en las aureolas de sus erectos pezones; el cosquilleo que sintió en esa partecita erógena únicamente sirvió para maximizar el efecto de los mimos anteriores. Era tan intenso el momento que sentía a Yunho en todas partes, aunque fuese mentira.

En todo el rato que el pelinegro trabajó su cuerpo cual pieza de mármol soltó un suspiro tras otro, evidenciando así la fogosidad que tales caricias le hacían sentir. Con los labios entreabiertos, una cuerda infinita de tímidos gemidos también salía de su boca, mientras sus manos imitaban los trazos que las ajenas marcaban, queriendo con ellos optar por la reciprocidad. Aquello era un delirio carnal, pero juntos forjaban a este un carácter espiritual.

― Eres perfecto... no importa lo que cualquier otra persona opine, para mí... tú eres perfecto, Mingi.

Musitó un embelesado pelinegro, sin apartar la mirada de la profundidad que eran sus ojos.

Honestamente, aquel halago le cayó por sorpresa, pero más que cohibirle le sirvió a su cuerpo para agarrar coraje y empezar a moverse.

«Si él dice que soy perfecto... por qué no habría de lucirme.»

Resolvió, ocultando una sonrisa al morderse los labios de manera provocativa.

Volviendo a sentirse cómodo con la deseosa mirada del mayor sobre sí, dejó que sus caderas se movieran solas, delineando un movimiento elíptico que tuvo al pelinegro suspirando en un santiamén. Apenas presionaba con la parte inferior de su humanidad, prefiriendo restregarse porque así siempre obtenía las mejores reacciones de su novio.

A complacencia, sonrió mientras tomaba una de las manos ajenas entre las suyas, guiando esta por su pecho en un movimiento seductor, usando de excusa el hacer saber a su novio poseedor de todo lo que veía y sentía; aunque esto último no era mentira. Todavía, la connotación sexual del asunto era lo que le importaba, porque en medio de tan denso trance, Mingi de nuevo volvía a ser esa sirena y el pelinegro, aquel marinero a la deriva de los sueños.

― A-ah... Mingi-... coño, Mingi...

Gimió Yunho permitiendo que su voz se escuchase una octava más abajo de lo habitual.

Impulsado por la codicia, volvió a mover su cuerpo de la misma manera, haciendo que el miembro del mayor rozase en cada ir y venir, encajándose en la hendidura entre sus nalgas.

Tan sólo quería acondicionar su cuerpo y el ajeno, pero de tanta llenura la ambición se le escurría como arena entre los dedos, lo supo cuando una mano desnuda impactó contra sus glúteos haciendo que se detuviera al instante y un jadeo saliera de sus labios.

Asombrado por el cambio tan abrupto, abrió sus ojos para cruzar miradas con el mayor, notando el frenesí que ahora hacía las pupilas del otro dilatarse hasta los bordes de lo desconocido; el dominio que sostenía esa mirada feroz le hizo flaquear y casi llorar.

― Recuéstate de lado en la cama, mi vida.

Puntualizó un agitado Yunho con la voz gruesa y a centímetros de sus labios; por más varonil que se viera, reconocía que el pelinegro a duras penas mantenía la compostura.

Para cuando este terminó de hablar, todas las luces en su cabeza le timbraron con el furor de su verdor. Ambos se habían pasado el suiche y ahora él volvía a ser la presa a merced del portentoso depredador.

No se dio cuenta de cuando el otro se incorporó en la cama, mucho menos cuando sus manos se hincaron en los brazos del mayor imitando a las garras que le sujetaban por los muslos para impedir que siguiera con sus travesuras. Quién sabe cuánto había extrañado esa dinámica y esos juegos de poder; sólo Dios sabría responder.

A punto de obtener un reproche de parte del pelinegro, logró salir de su trance para complacerlo, acomodándose en la cama tal como este le indicó, quedando extendido cuan largo era el colchón sobre su costado izquierdo. Por sobre su hombro vio a Yunho hurgar entre las cosas de la gaveta de la mesa de noche, buscando lo que supuso sería la botella de lubricante que desde siempre guardaban allí.

El mayor ni siquiera se preocupó por cerrar el cajón, sólo retornó a su lado, posicionándose, así como él, dejando el tórax pegado a su espalda que aún seguía cubierta por la fina tela de su camisa.

― Y-yuyu, por qué-...

Murmuró entre nervioso y entusiasmado al saber lo que venía.

Tan pronto el sonido de una tapa abriéndose llegó a sus oídos. No pudo evitar girar ligeramente para encontrar la mirada del aludido, sintiendo al instante el intenso olor a fresa artificial que provenía del envase.

No entendía por qué sentía la necesidad de buscarle, pero es que la situación en sí era desconcertante. Yunho nunca le pedía hacer estas cosas sin verle a los ojos... por qué escoger una posición así para su reencuentro.

― ¿Hm?... sólo quiero ver bien lo que voy a hacer, Gigi. Hace mucho que no lo hacemos, es mejor si empezamos así.

Comentó un comprensivo Yunho casi como si hubiese adivinado lo que al menor le costaba expresar.

Sintiéndose más tranquilo con esa respuesta, se dejó hacer, volviendo a la posición de antes, dejando que el mayor guiara y acomodara su cuerpo. Elevando una de sus piernas contra su pecho, el pelinegro en un lascivo susurro le indicó que permaneciera en ese estado, antes de atreverse a rozar sus dedos en el anillo de músculos que constituía la parte más austral de su anatomía.

El primer dígito que entró lo sintió incómodo, tanto como para arrancarle un tenue alarido de inconformidad, sonido que no pasó desapercibido ante Yunho. De inmediato sintió los labios del pelinegro sobre su cuello imprimir palabras que pretendían, a modo de distracción, librar a sus extremidades de cualquier yugo.

Realmente no entendía por qué estaba tan nervioso si ya lo había hecho más de mil veces con el pelinegro, y si no hubiese sido por las ternuras del susodicho su cuerpo jamás habría cedido.

― ¿Por qué estás tan tenso?... ¿Quieres que pare por un momento?

Cuestionó Yunho sonando un tanto impaciente a sus oídos.

Sin ánimos de ofrecer una respuesta verbal, negó con la cabeza antes de tomar una profunda inhalación para intentar aflojar el cuerpo. Ante la acción, sintió al mayor suspirar y empezar a mover el dígito solitario en su interior con tanto cuidado que sintió su corazón removerse de la angustia al pensar que su novio seguía consternado por su repentino cambio de actitud.

«Cómo le digo que esta vaina no me gusta así, sin ofenderlo obvio.»

Apabullado por la posibilidad de llegar a afligir a su novio, resolvió darse otra oportunidad. Echó su diestra hacia atrás en busca de los cabellos azabaches que tanto le gustaban, enredando sus dedos en estos para luego mover su cabeza y así atrapar los labios de su novio en el beso más impráctico que le pudo haber dado.

― N-no quiero que pares, quiero que sigas... pero creo que sigo poquito nervioso.

Confesó entre tenues jadeos, manteniendo sus ojos cerrados y su espalda arqueada ligeramente para facilitar el movimiento de la mano del mayor.

Tras conceder esa pequeña confidencia, sintió los labios del mayor estrecharse en una contagiosa sonrisa que le hizo sentir más seguro... más querido.

― ¿Otra vez con eso?, no tienes que ponerte nervioso. Somos solo nosotros dos, ¿sí?...

Murmuró el pelinegro contra sus labios, repitiendo la misma labia de antes al mismo tiempo que dejaba todo su cuerpo estático con la firme intención de hacer valer su palabra.

Yunho no tenía que seguir hablando para hacerle saber que entre esas palabras había mucho más; en esos espacios residían más promesas de las que podía llegar a contar. Todo eso que estaba implícito y que sonaba similar a los latidos del pelinegro le hizo recobrar la conciencia.

Para cuando se dio cuenta, ya se encontraba besando a Yunho nuevamente, aunque el ángulo fuese incómodo y sus gafas estorbaran, aquellos detalles no le importaron a ninguno. Y así entre besos mojados, un segundo dedo se unió al primero para seguir ensanchando y lubricando su entrada, llevando un ritmo frugal que disfrutó de a ratos.

Sin poder evitarlo, empezó a mover sus caderas a la par del compás que llevaba su novio, empujando su cuerpo en busca de más placer, porque los dedos de Yunho siempre rozaban cerca de ese lugar erógeno, pero sentía como si el aludido estuviese evitando intencionalmente llegar hasta allí.

―... ¡Ah!... Yuyu, no-... ngh...

Exclamó casi sin aire, empezando a retorcerse a causa de las atenciones que el pelinegro le daba, pese a seguir sintiendo que algo no estaba bien.

Sin mediar palabra alguna, sintió un beso en su hombro desnudo antes de recibir justo lo que quería, haciendo que perdiera el control en una estrepitosa convulsión. El mayor entonces no falló en ningún momento en tocar y abusar de esa minúscula parte de su larga anatomía que le ponía a delirar al instante, transformándole en un manojo de temblores entre el mar sábanas de desarregladas.

Sin embargo, tan pronto recibió el tercer y último dedo dentro de sí, Yunho tan cortés, le concedió un compás de espera para adaptarse y acostumbrarse a la intromisión. Detalle que aceptó gustoso, porque, así como iban a toda mecha, probablemente no aguantaría demasiado.

― ¿De verdad lo estás disfrutando?... porque estás demasiado estrecho, es casi como si no me quisieras dentro.

Murmuró Yunho contra su nuca, plantando un beso allí antes de hundirse en la curvatura de su cuello y hombro. La melancolía se le antojó palpable tanto en la voz como en las caricias del aludido.

En un suspiro dejó ir parte de la nueva tensión acumulada en sus hombros y sin más, se acurrucó contra la almohada que ahora mecía y apretujaba entre sus brazos.

― E-es que sabes que yo no hago esto cuando no estás y ahora me duele un poquito...

Confesó cual carajito mingón en voz baja, siendo su voz ligeramente amortiguada por el cojín en el cual se escondía.

Tras decir aquello, sintió a Yunho removerse un poco en su lugar, buscando la cercanía a su cuerpo hasta quedar adherido a su espalda como si de dos imanes de polos opuestos se tratase. Volvió a suspirar complacido al tenerle tan cerca y alejó la almohada de su rostro para mirar sobre su hombro encontrando la sonrisa y la mirada paciente de su adorado pelinegro.

― No debería dolerte... pero bueno, si es de estar aquí todo el día puedo hacerlo y si es detenernos también.

Comentó el mayor de forma burlona, aunque conocía muy bien ese tono como para entender el hecho de que Yunho estaba 'tirando la toalla'.

Justo después de escuchar aquello, sintió los dedos del mayor moverse ligeramente dentro de sí, haciendo que al instante un gemido ahogado se escapase de sus labios. Abrumado por la sensación, una vez más halló refugio en la almohada y sin siquiera meditarlo, su cuerpo empujó contra los dígitos del pelinegro, yendo tras otra probada del placer que había olvidado.

Ciertamente, era contraproducente, pues el dolor estaba allí, la sensación de incomodidad también, pero cada que el mayor hacía algo particularmente bien al retraer las falanges o mover su muñeca, su cuerpo entraba en automático, cediendo más de lo que pudiera llegar a permitirse en ese instante.

Ni por asomo le pasó la idea de tocarse, porque le parecía egoísta cuando su novio había estado todo el rato aguantándose las ganas; él no era un amante egoísta, de hecho, quería dar más al pelinegro, pero se sentía restringido. No entendía de dónde venía toda esa desidia que les ensombrecía... no había empuje ni intención suficiente. Era como si estuvieran estancados, como si les faltara chispa. Obvio que la gentileza de Yunho le traía conmovido, pero no encontraba llenura en ello, le faltaba algo y todavía no podía dilucidar qué era.

― Y-yuyu...

Le llamó en voz baja al tiempo que tanteaba detrás de sí hasta dar con el brazo del mayor.

Guardando silencio y, tras sentir la mano del susodicho y la apartó con cuidado, soltando un jadeo de inconformidad al sentir su entrada expuesta abrazar el aire frío del cuarto. De inmediato se giró, tomando el rostro del mayor entre sus manos y le estampó un profundo beso en los labios para luego ser el primero en tomar la palabra.

― Mira ve, esto no está funcionando y no pienso rendirme porque quiero coger hoy, no mañana, ni pasado mañana. Es ahora, ya.

Murmuró con cierto desespero en su timbre de voz, presionando contra los labios del mayor las ganas que a este le hacía falta hasta arrancarle una sonrisa.

Bastó con una mirada para saber que Yunho le estaba permitiendo hacer cuanto quisiera y, teniendo su bendición, se puso en acción. Tomó la mano que anteriormente le había estado preparando y la llenó de besos, obviando el hecho de dónde había estado, simplemente dejó que la necesidad le consumiera cada gramo de inseguridad del cuerpo antes de seguir con su tarea.

Aprovechando la desnudez ajena, no lo pensó dos veces antes de descender hasta empuñar al mayor y comenzar a masturbarle, largo y tendido, rápido y suave mientras plantaba besos en su cien y sus pómulos sonrosados. Yunho entonces se aferraba a sus caderas, estrujaba sus muslos con ganas y embestía contra su mano mientras recuperaba las ansias.

Quería con ello que el mayor entendiera cuán entusiasmado estaba por recibirle, por volver a conectar con él en la intimidad. Que estaba harto de la distancia física que les separaba y que, así como él, tenía que desprenderse de las vacilaciones para estar en sintonía con su ser.

«Yo quiero mi final feliz con mi novio, ¿¡es acaso mucho pedir!?»

Sentenció para sus adentros, sintiendo de inmediato a Yunho apartarse casi como si sus caricias y sus besos quemaran sobre su piel. Abrió los ojos alarmado, pensando que el susodicho le estaba rechazando, más al ver el fulgor lujurioso volver a esos remolinos pardos, se relamió los labios.

― Hm... qué tienes en mente...

Preguntó tratando de sonar sensual advirtiendo en su amor el despunte de malicia que sugería el nacimiento de una idea. Terminó por ponerse cómodo, cruzando sus brazos tras el cuello del otro sólo para tenerle cerca mientras aguardaba por una respuesta.

La acción pareció derretir al mayor quien, por una milésima de segundo, perdió el enfoque, más rápidamente supo volver en sí para con una sonrisa juguetona juntar sus frentes y tomarle de forma posesiva de las caderas. De pronto, el pelinegro le alzó como peso de pluma y le dejó sobre su cuerpo, quedando sus rodillas en la cama al tiempo que grandes manos comenzaban a vagar con templanza sobre su cintura hasta apretar fuerte sus nalgas.

― Siéntate en mi cara, aún tengo que terminar de prepararte.

Ordenó Yunho sin pelos en la lengua haciendo que de forma instantánea acabara erizado de pies a cabeza.

El súbito mandato también le afectó en su virilidad, la cual dio un brinco de interés contra su abdomen al oír esas palabras y saber las promesas que le acechaban, todavía, sintió su rostro arder cuando, tras un simple asentimiento, se movió como autómata para darse la vuelta, retornando encima del cuerpo del mayor esta vez más cerca de este luego de posicionar sus piernas a cada lado de la cabeza del aludido.

Un tanto nervioso, esperó a que Yunho volviera a acomodarse en una las almohadas y justo cuando iba a preguntar si debía proceder, el susodicho se enganchó con ambos brazos de sus muslos obligando a que, en efecto, quedase sentado a tientas sobre su rostro.

― Y-yunho, por Dios...

Murmuró al instante sobrecogido ante las cosquillas que hacía el aliento del mayor contra su intimidad cada que este respiraba o murmuraba cosas inteligibles.

― Por Dios digo yo... no tienes idea de cuánto extrañé tu culo en mi cara. Por fin... ahora si me siento en casa.

Comentó Yunho como si nada; el anhelo y la dicha haciendo mella en su voz.

A los efectos de tan ordinaria confesión, sintió su cuerpo entero ser consumido por el embarazoso hormigueo del retraimiento, sin embargo, a sabiendas de que el otro no podía verle optó por callar, fallando en el intento al soltar un chillido que a Yunho le supo a vergüenza y euforia.

Sonriendo de oreja a oreja, el mayor besó sus muslos con dedicación hasta llegar a sus nalgas las cuales abrió con premura para dar espacio a su lengua, que más tarde acarició la piel a su alcance en una sólida y húmeda caricia. La sensación le arrancó un vergonzoso gemido del fondo de su alma, algo semejante a un gruñido de placer que adormeció su juicio y dio refugio a la salacidad.

― Y-yuyu ve-... A-ah... ve despacio por favor...

Musitó bastante abrumado por tan lúbrico desenlace, obteniendo respuesta alguna del mencionado.

Sintiendo su cuerpo entero temblar, tuvo que sostenerse de la cama para no caer de lleno en el mayor. No era el momento ni la ocasión de sofocar a su novio con su culo, pero era difícil mantener el equilibrio cuando el susodicho movía su lengua y sus labios como un hombre hambriento entorno a la delicada piel que revestía su cavidad anal.

Yunho sabía lo que hacía, aunque en vida sólo hubiese practicado con él, entendía su cuerpo e intuía lo que era mejor para ambos, porque el pelinegro 'donde ponía el ojo ponía la bala', llegando a estimular cada pequeño nervio, cada terminal que poseía y rogaba por seguir siendo atendida de esa manera tan... brutal.

Aunque a penas hubiesen empezado el placer era demasiado. Ya hasta sentía lágrimas asomarse en sus ojos y, estando tan ido no podía sino repetir el mismo mantra que consistía en el nombre de su novio y otras palabras incoherentes que por obvias razones tenían al pelinegro contento.

Tras batallar por un minuto entero contra la ceguera producto de la embriaguez, estando más lúcido, se sintió con la suficiente voluntad prosiguió a retribuir al mayor. Le sostuvo en una mano, mientras con la otra la otra se ayudó a apoyarse en la cama y así, creyéndose imbatible, se inclinó para llenar su boca con el pelinegro, escuchando de improvisto un pequeño rugido de satisfacción provenir de este y hacer cosquillas en su húmeda piel.

― A-ah... mi amor, sí... sigue, anda.

Pidió o más bien exigió un abrumado pelinegro antes de propinarle una sensual mordida a uno de sus glúteos.

Entusiasmado por la respuesta de su pareja, correspondió a las exigencias de este, profundizando en sus caricias hasta sentir arcadas. Las caderas del pelinegro entonces se alzaron buscando más de su calor, más tuvo que declinar la propuesta, prefiriendo centrarse en la punta de aquel hinchado miembro mientras con su mano continuaba masturbándole sin descanso.

Aun así, era extremadamente difícil centrarse en una sola cosa, guardar la calma incluso, pues de su boca continuaban vertiéndose obscenidades y ni hablar de su cuerpo que se doblaba sin decoro alguno sobre le pelinegro mientras este le devoraba. Todo era tan lascivo, tan perfecto.

«¡Sí, justo así!... ¡Esto era lo que yo quería!, sí-...»

Exclamó internamente, siendo interrumpido su tren de pensamientos por el objeto de sus deseos.

― Quédate quieto.

Escuchó decir antes de sentir una palma estrellarse contra sus tersos muslos.

El golpe por sí solo aparte de arrancarle de su complaciente letargo dejó su piel ardiendo; no le sorprendería en lo absoluto si dentro de un rato seguía teniendo la huella de aquella mano impresa sobre su delicada piel. No obstante, en vez de enfurecerse aquel detalle le excitó bastante.

A decir verdad, ni siquiera sabía cuándo había empezado a moverse, pensaba que el movimiento que gentil que hacía esa lengua al retraerse era trabajo del mayor, no algo producto de su ambición. Todavía, a pesar del regaño, continuó percibiendo la entrada y la salida de ese ágil y húmedo músculo en su cuerpo. La manera como Yunho abría su boca hasta probablemente hacer que doliera su quijada y los dedos, oh... esos dedos que le sostenían y le abrían más de la cuenta para permitir un fácil acceso.

― Y-yuyu, no-... no puedo más...

Lloriqueó para llamar la atención de su novio, quien ignoró sus advertencias, estando en pleno trance tan a gusto en su lugar.

Jadeó un tanto desesperado, cerrando los ojos para poder mentalizarse, más el placer era demasiado. Cuando la primera lágrima desfiló por su mejilla y su novio agregó no uno, sino dos dedos en su interior, supo que todo había terminado para él. A esas alturas tampoco podía sentir simpatía por el mayor que de tanto esperar por algo de cariño quizá estuviera con las bolas azules, pero cómo...

Si le hubiesen preguntado, hubiese dicho, sonrojado de cabo a rabo, que la modalidad con la que estuvo a punto de correrse fue un tanto patética. En su defensa, no habría estado tan mal la cuestión, es decir, hacía demasiado tiempo que Yunho no se ponía a rendirle cuentas a su culo de esa manera; al menos todo había terminado en el momento correcto para evitar la tragedia.

Agitado y con la visión aún borrosa, continuó apoyándose sobre sus manos puestas a cada lado del tronco de su novio. Yunho para entonces ya se habría dado cuenta de lo que había causado y, siendo condescendiente con él se limitó a disminuir la ferocidad de sus mimos, dejando un camino de besos por sus piernas, permitiendo así que ambos se recuperaran. Sin embargo, el muy orgulloso pelinegro le besaba y acariciaba riéndose, profesándose todo presuntuoso por lo que había conseguido de momento.

― ¿Pretendías dejarme seco o cómo es la vaina?...

Murmuró con la voz ahogada, sintiendo también su garganta un poco irritada.

Le dolía en los testículos el haber discernido lo que pudo ser un orgasmo maravilloso, pero era eso o morir en batalla. Sorbió sus mocos y se secó las pocas lágrimas que se enfriaban en la pegajosa piel de sus mejillas mientras trataba de conservar lo que le quedaba de orgullo... y también el equilibrio.

― No me vengas con cuento chino, Mingi. Sabes que puedes aguantar más, ¿cuánto fue que te corriste aquella vez?... ¿tres veces seguidas?

Preguntó el mayor meditando entre sus opciones, aún sosteniendo sus piernas a sabiendas de que no podría moverse sin colapsar sobre él.

― Tú me llegas a hacer esa vaina otra vez y no hablo más contigo, Yunho.

Sentenció a secas tras recordar aquella pésima (y en extremo placentera) experiencia.

La verdad es que no estaba tan urgido como para echarse aquel maratón, solamente quería terminar de sentir a su novio, pero este seguía empepado con la cuestión de volverlo nada a punta de orgasmos.

― Yah, no te me pongas arisco. Ven... deja que te ayudo.

Murmuró su novio, ayudándole luego a moverse despacio sobre la cama.

Como pudo logró poner a trabajar sus temblorosas piernas sin golpear al mayor en la cabeza, sembrándose con éxito de vuelta en la cama y a un costado del susodicho.

Tan pronto Yunho retornó a su lado, no pudo evitar besar cada espacio del rostro del aludido, sin asquearse por el exceso de baba y lubricante que había alrededor de la boca ajena, es decir, para qué... si al final terminó limpiando con su lengua. Claramente lo quiso fue ceñirse a la escasa dulzura que su excitado cuerpo aún concebía en su interior.

A los efectos, el pelinegro sonrió halagado, devolviendo uno que otro beso, sin embargo, antes que pudiera llegar a su boca, le rechazó con gentileza. Extrañado, alzó una ceja en espera de una explicación que, para su fortuna, llegó acompañada de una corta risilla.

― No creo que sea lo más correcto que me beses después de lo que te hice. Dame un momento para ir a lavarme y seguimos, bebé.

Dijo el mayor en apenas un murmullo, como si aquello fuese un secreto; como si decirlo en voz alta hubiera aminorado la fuerza con la que florecieron de nuevo sus pómulos.

Sin dar tiempo a una objeción vio al mayor irse, más no le permitió echarle de menos cuando volvió a su lado y lo primero que hizo fue besarle de lleno en los labios; Yunho ya no olía a fresas y ahora sabía a menta fresca.

― ¿Ahora sí podemos?... no quiero que sigas sufriendo, te va a explotar todo ahí abajo si no te corres pronto.

Musitó en un hilo de voz tras apartarse apenas de los labios del mayor; el sabor mentolado en la boca del otro le tenía atolondrado.

Riendo con ligereza, el pelinegro asintió para después indicarle que se acomodara en la cama. Sintiendo aún el sobresalto y el ardor del momento, atendió sin rechistar haciendo de las almohadas un trono y de esta forma situarse en espera del mayor, sin embargo, al volver su mirada a este se quedó un tanto descolocado por la imagen que recibió.

Yunho veía hacia la gaveta abierta de la mesa de noche con una mano mitad de camino y un condón entre dos de sus dedos.

«No estará pensando que...»

Suspiró y negó, apartando aquellas ideas erradas de su mente antes de volver al lado de su pareja, retirando aquel ofensivo empaque de su mano para arrojarlo de nuevo a su confinamiento y cerrar el cajón en un golpe seco.

― Es un poco tonto que estés pensando en usar uno de esos después de todo lo que hicimos, ¿no?

Inquirió con cierta curiosidad mientras buscaba la mirada de un cabizbajo pelinegro.

No era momento de dudas, o al menos eso creyó. Era momento de consumirse en las abrasadoras llamaradas de la afectiva concupiscencia que se asomaba temerosa por el rabillo de los ojos de Yunho; era momento de celebrar una unión no de seguir llorando por el pasado que nunca ocurrió.

Al no obtener ninguna respuesta, insistió tomando partido de la situación al encajar el rostro de su adorado pelinegro entre sus manos, logrando así conectar sus miradas.

― Yunho... yo no estuve con nadie más en todo este tiempo, no podía ni quería... y no, no es estúpido y cliché decir que sólo quiero estar contigo, es la verdad.

A medida que hablaba sus manos se alejaban, siguiendo cada una por el camino de siempre con caricias afectuosas desde el cuello hasta los brazos del mayor.

Justo antes de llegar a sus manos, resolvió juntar su frente a la opuesta y, teniéndolo tan cerca, le sonrió para terminar de aclarar su día.

Lo que vino después pasó en un parpadeo. Su cuerpo entonces acurrucado en las sábanas se amoldaba con confianza y serenidad al del pelinegro que danzaba entre sus piernas acoplándose a sus exigencias. Ni siquiera sintió dolor cuando consumaron su unión, pues su cuerpo, finalmente, se guio a sí mismo por el camino correcto.

La presión que sintió en una particular embestida cuando su novio entró de imprevisto en su cuerpo le arrancó hasta la última molécula de oxígeno de los pulmones, para dejar espacio suficiente y llenarle con su ser, con su propio amor que entre jadeos compartían de boca en boca; supliendo con amor lo que otros pensaban indispensable.

― Y-yunho... más, ¡a-ah!...

Gimió, gritó, jadeó, ni siquiera él entendía lo que hacía, tan sólo deseaba sentir más allá que cualquier otra ocasión, porque en ese momento era uno con el universo... con su adorado pelinegro.

No recordaba el momento en el que se había quitado sus gafas, pero lo agradeció en demasía cuando lanzó una de sus manos a la nuca del mayor para atraerle un beso aparatoso, doloroso incluso. Sus bocas apenas tuvieron tiempo de recuperarse antes de empezar a amarse entre sonrisas extasiadas.

― N-no pares... no me dejes nunca, Yunho...

Comentó a la nada y al todo que constituía la escasa distancia entre sus bocas.

El aludido entonces le miró tan prendado como para prevenir su escape al sostenerle con sus manos de la manera que pedía. Yunho no tenía que responder de manera verbal para constatar el juramento que deseaba captar, porque él... su pareja y confidente le percibía tan atento a cada reacción como si no quisiera perder detalle alguno y esa mirada... oh, esos orbes lo coaccionaron hasta que pensar que sería venerado por los siglos de los siglos; sólo esperaba que Yunho se sintiera igual cada que demostraba en mimos y caricias su noble exaltación.

Entre tanto tapujo y obstáculos, por fin se sentía pleno, porque aquello no era simple y mundano sexo, no. En cada embestida él se sentía capaz de tornar el erotismo en canción porque Yunho y él así lo querían. Ya no eran sirena ni marinero, ya no eran mar ni navío, tampoco instrumentos y prodigiosos maestros, sólo eran dos personas, amantes empedernidos reencontrándose a complacencia del destino.

Tal vez estaba romantizando todo, debido al escenario idílico en el que se hallaba, pero ello le traía sin cuidado, porque quién más que él... el Mingi iluso y risueño para pintarse una vida perfecta en segundos por estar en brazos de su amado Yunho. Hubiera sido blasfemia hasta para los ángeles no fantasear y sollozar en brazos del dichoso pelinegro mientras este le besaba una vez más, ciñéndose a la finura de su sudoroso y rejuvenecido cuerpo.

― Mh... e-espera, espera...

Comentó agitado, haciendo que el pelinegro se detuviera en el acto, viéndole preocupado.

Esbozó una sonrisa ante la carita del mayor y le besó en los labios para apaciguar sus inquietudes antes de continuar con lo que quería decirle. Aunque casi se olvida de sus palabras al perderse en la ardiente sensación de tenerle encajado en su interior.

― A-ayúdame a quitarme la camisa. Tengo calor y quiero sentirte...

Pidió en voz baja, quebrándose a cada tanto en ciertas sílabas, debido al abuso que le había dado a su garganta ese día.

El pelinegro tan pronto le escuchó y sonrió. Se incorporó un poco procurando mantener la unión entre ambos, al tiempo que paseó sus manos por los costados de su cuerpo, haciéndole estremecer mientras iba apartando la humedecida tela, dejando su piel expuesta hasta deslizar la prenda por sobre su cabeza y sus brazos, dejándole finalmente como Dios le trajo al mundo.

Y quién mejor para apreciar la totalidad de su humanidad que Yunho. El mayor le admiraba como si llevase una nebulosa a modo de aureola sobre la cabeza, como si los escasos lunares que salpicaron su piel fueran esporas de los pilares de la creación... Yunho resplandecía cada vez que le acercaba en una caricia y sonreía tan embelesado como nunca le había visto.

Mientras se arrimaba y buscaba la posición perfecta quiso inmortalizar la escena en su memoria, grabarla con el mismo fuego que se acrecentaba en cada pequeño desliz de Yunho contra sí.

El roce entre sus cuerpos desnudos era como lo recordaba, tan ardiente y gustoso como para sacar provecho de la situación, adhiriendo su pecho al del mayor al presionar con sus manos en la espalda de este para concebir su capricho. Así como le tenía sentía el frenético palpitar de sus núcleos hacer eco en la habitación, también las riquísimas cosquillas que en olas expansivas cubrían el norte y sur de anatomía.

Estaba experimentando cosas que ya conocía, pero a otro nivel que jamás pensó alcanzar, simplemente se sentía tan entendido que no creyó posible desconectarse del pelinegro; se hallaba negado a alcanzar la cumbre por más inevitable que fuese el momento.

― Mingi... vuelve a mí.

Escuchó decir en un susurro elaborado a razón de la concupiscencia del mayor.

No fue tanto la voz del susodicho lo que le trajo de nuevo al espacio y tiempo compartido, sino la sólida embestida que este dio contra su cuerpo, haciendo que su cuerpo se arqueara divinamente sobre las sábanas. Con la cabeza echada hacia atrás el pelinegro sacó partido de su situación para obsequiarle un par de besos y nuevos rosetones que tardarían días en borrarse, pero a quién le importaba.

Impulsado por la pasión y volviendo su atención al mayor, envolvió al otro con sus largas extremidades inferiores, presionando con sus talones para ayudar a que este llegase más profundo que cualquier otro día. Sabía que su antojo era técnicamente imposible de satisfacer, sin embargo, la sola intención de ello le tenía torciendo los ojos y repitiendo el nombre de su amor.

Se contorsionaba entre espasmos con cada movimiento errático, jadeaba cada que Yunho incrementaba la velocidad de la manera más despiadada conocida apenas saliendo y entrando, pero su momento favorito era cuando el mayor descansaba en su interior, arremetiendo tan suave que podía sentir cada centímetro de este rozar contra sus paredes; luchando para diluir la resistencia con la espesa miel que emanaba de él.

Eran esos los instantes en los que sus músculos se contraían y Yunho le besaba disponiendo de amabilidad excesiva en sus caricias a modo de agradecimiento por el placer carnal y la satisfacción espiritual que proveía a su ser. Cómo no iba a sentirse dueño del mundo, si su novio lo trataba de esa manera.

Aunque la sutileza no hubiera salido espantada al ver el poderío de su salacidad, igual ya no sentía a Yunho tomándole con tanto cuidado. Tampoco es como si quisiera que este le tratase cual copa de cristal, el modo como este le sostenía con propósito y razón era justo lo que precisó.

― Y-yunho... Dios, no pares... no quiero que pares, s-sigue...

Pronunció contra la boca del aludido, compartiendo una vez más algunos besos y el mismo aire con el pelinegro.

― No lo haré... Abrázame, Mingi.

Pidió un acongojado pelinegro contra su oído, en medio de suaves embestidas que empujaban sus cuerpos al paraíso una estocada a la vez.

Aunque supiera que su novio era un maestro de la seducción, que su impávida lengua gozase de un léxico extenso y de esta rodaran las palabras más sucias y depravadas jamás pensadas... En esa ocasión, mientras hacían el amor, lo único que escuchó fueron promesas de devoción.

Sin dar cabida al tiempo entre ellos, se aferró al mayor pasando sus brazos tras el cuello de este. Con los dedos de una mano se dedicó a acariciar los cortos cabellos en su nuca y mientras admiraba los ojos llorosos de su amor, movió su cuerpo a la par del susodicho en sucesivos empujes que tuvieron al mencionado temblando de goce. Ante tan conmovedora imagen, sintió sus orbes desbordarse, condensando la necesidad que sentía de estar más cerca del pelinegro.

Fue en un tembloroso «te amo, Mingi.» que perdió la batalla y se dejó llorar, porque esas palabras eran demasiado honestas; todo eso sobrepasaba su entendimiento. La falta de motes lo hacía incluso más significativo, porque allí donde estaba recibiendo oleada tras oleada de suntuosa pasión no quería ser nada más sino el Song Mingi de Jeong Yunho.

Como pudo, respondió al amoroso mensaje de su novio, aunque este más bien se dedicó a empujar las palabras fuera de su boca, cual staccato al ritmo de sus insaciables cuerpos. Quedaba sobreentendido el deseo y la determinación que tenía el mayor de complacerlo, pero no por ello era menos abrumador.

Ya no sabía siquiera qué le tenía lloriqueando, pero Yunho debía estar gozándolo, pues bebía de sus lágrimas cual gacela sedienta en un pastizal, entonces volvía a besarle mientras le apretaba contra la cama, y acariciaba sus piernas mientras arremetía con todo en su interior, apostando siempre por el ángulo y la dirección correcta, aunque la contracción de su esfínter entorpeció el ímpetu de sus movimientos pélvicos.

Para poner la guinda sobre la torta, el pelinegro sin dar tregua alguna en su cuerpo, bajó por su cuello por enésima vez, repasando con la lengua el contorno de sus perladas clavículas para terminar en uno de sus pezones, estimulando aquel botoncito marrón con movimientos circulares que, pese a estar carentes de galanura, lograban su cometido.

― Y-ya, ¡ah!... no puedo más, Yunho... si sigues así yo-.... n-no puedo...

Repitió en voz baja, sumiéndose de a poco al calor abrazador que se infundía en su interior.

Sentía que en cualquier momento se desmayaría del placer, que todo lo que observaba en vez de bruma, eran las nubes que ellos mismos habían bajado del cielo para hacer del lecho un nuevo paraíso.

Por más desacertada que pudiera resultar su ideología, todo lo que le rodeaba se sentía como un potente afrodisíaco: el aroma de sus cuerpos, el sabor del sudor de Yunho contra su lengua cuando le besaba el cuello, los sonidos de la cama y el aplauso de sus caderas; todo era magnífico para sus sentidos.

Al punto al que logró llevarle el pelinegro su cuerpo ya no parecía responder de forma coherente; se encogía en todas partes y en ninguna al mismo tiempo. En su diafragma, en sus piernas, en sus brazos, hasta en el corazón sentía esos espasmos producto de la amorosa y determinada intención que inyectaba Yunho en su humanidad con cada estocada.

― Córrete, hazlo... quiero verte. Déjame v-verte otra vez.

Exigió un muy agitado pelinegro; aunque igual fue capaz de notar el timbre de romanticismo en su voz.

Sin embargo, no pudo congeniar del todo con la idea de dejarse llevar. Al contrario, en un momento de descuido, tomó por sorpresa al pelinegro dejándole a su merced bajo su cuerpo y, con la última reserva de energía que le sobraba, se dedicó a montarlo.

El resultado fue glorioso para él, ver a Yunho echar la cabeza hacia atrás ante su bravura, quedando tan expuesto y crudo como un lienzo pintarrajeado le hizo agua la boca. Así que sin previo aviso y sin parar el contoneo de sus caderas, se inclinó para mimar una vez más toda la piel a su alcance, dejando sus manos en los costados del mayor para equilibrarse.

La posición, aunque no fuera su preferida, le hacía sentir en las nubes porque teniendo al mayor clavado tan profundo, palpitando dentro de sus entrañas fue todo lo que necesitó para en pocos minutos despegar a su tan ansiado ascenso.

Decir que su orgasmo fue sublime fue lo más cercano que encontró en palabras para describir tal experiencia. Puramente una situación de naturaleza incomprendida que, teniendo la mente tan timbrada y los ojos llenos de lágrimas no se detendría a explicar. A secas sentía porque su cuerpo se lo pedía, y lo hizo, más bien se dejó... sintió hasta el cansancio cada divino espasmo y nudo que se fue deshaciendo en su interior.

― J-joder, Mingi...

Escuchó decir a un agitado pelinegro con la voz ronca.

A los efectos sólo pudo emitir un gemido quebrado, glorificando así el placer prolongado que sintió cuando este arremetió, moviendo las caderas hacia arriba contra su cuerpo lacio en busca de su propia satisfacción. Y Tal vez, lo que sintió cuando su novio llegó fue incluso más profundo, porque la sensación de llenura que le indujo su espesa semilla vertiéndose a chorros entre sus paredes fue una ricura.

― ... A-ah... sí, Yunho...

Sí, era rico, era divino, era dichoso, pues todo lo que había recibido lo obtuvo de las manos y del esfuerzo pasional de Yunho.

Consumido aún por la estela del desenfreno, se meció con sutileza sobre el regazo del mayor, queriendo alargar el efecto post orgásmico de su novio a como diera lugar, sin embargo, unas grandes manos le detuvieron al poco tiempo, tomándole por los muslos en caricias tan dispersas como sus propios pensamientos.

― Y-yah... Mingi, mi amor... detente, no puedo más.

Musitó un exhausto Yunho, poniendo fin a su diversión. Las piernas aún le temblaban a razón de la codicia de tener al susodicho imposiblemente más cerca, clavado en sus entrañas.

Aunque inconforme con la respuesta, igual esbozó una sonrisa al notar el perfecto desastre que había hecho de su pareja: Yunho tenía el flequillo azabache pegado a la frente, su pecho amoratado estaba cubierto en hilos de su semen y todavía tenía algunas venas marcadas en el cuello y los brazos debido a toda la fuerza que había usado en plena faena.

Sin querer negarse a la tentación, se inclinó quedando apoyado en sus antebrazos, admirando su obra maestra y los labios hinchados del pelinegro antes de decidir besarlos. A diferencia de antes sus besos no estuvieron colmados de lujuria, todavía, en la ternura que imprimían sus belfos contra los ajenos existía una pizca de sensualidad que el mayor consumió gustoso hasta dejar su boca entumecida de tanto gozo.

― Creo que nunca habíamos cogido tan rico como hoy.

Comentó tras apartarse unos centímetros de los labios ajenos, jadeando levemente. Yunho ante su confesión sólo sonrió.

― Bueno saberlo porque... me vas a tener que dar unas horas antes de poder hacerlo de nuevo.

Respondió el pelinegro, soltando una risilla airosa contra sus labios antes de propinarle un último y casto beso.

Sonrió a la par de su novio, sintiendo el leve rubor que inundó sus mejillas cuando este, deliberadamente, le tomó por las nalgas, masajeando superficialmente su piel. Todavía seguían meciéndose en el confort de saberse conectados con su amor.

― ¿Hm?... ¿eso quiere decir que ahora lo vamos a hacer más seguido?

Murmuró en medio de suspiros mostrando interés.

― Todos los días, al menos dos veces por día. Tenemos que recuperar el tiempo perdido, además no puedo dejar que te cierres de nuevo, bebé.

Explicó el pelinegro con aquel tono de subjetivo de voz; el Yunho de siempre había regresado.

˚

Después de una compleja disputa por bien quién sería el primero en bañarse (otra vez), los dos terminaron compartiendo la ducha como debía ser. Pudieron haber ahorrado un poco de agua si no hubiese sido porque justo luego de enjuagar el champú de su cabello le dio por hacerle una mamada al pelinegro, pero esos eran detalles.

«Cosas que pasan, pasas que cosan.» Pensó tan pronto terminó de lavarse con ayuda del mayor, saliendo ambos fresquecitos como lechuga de la regadera, derechito para el cuarto donde se dieron a la tarea de vestir al otro. Yunho llevaba los mismos pantalones de pijama y una camisa que bien podía ser suya, quién sabe... en cambio él, aprovechando el que su guardarropa volvía a ser un 'ligaíto' extraño entre vainas de Yunho y prendas propias, resolvió vestirse con una de las sudaderas del pelinegro y su ropa interior porque ya no iba a perder su tiempo reprimiendo las ganas de tentar a su opuesto.

Pero antes de siquiera pensar en volver a la acción, su objetivo principal luego de vestirse fue comer el ramen que con tanto amor y esmero su novio le preparó. Así cuando por fin tuvo la pancita y el corazón contento, simplemente, se dedicó a procrastinar sobre el pecho de su adorado pelinegro, respirando la tranquilidad que por tantos meses anheló.

― Tenemos que mudarnos, Mingi.


.

.

.

¿Les gustó o cómo es el beta? Se aceptan quejas y reclamos en el buzón de sugerencias.

Bueno, ahora lo único que falta es el desenlace final para ver cómo va a terminar esta historia. Obviamente tendrá un final feliz, pero antes pasarán ciertas cosas que... no les voy a contar. Espero hayan tenido un buen mes y que su fin de semana sea mejor. Gracias de nuevo por todo el apoyo que le han dado a esta historia y por todo el apoyo emocional que me han dado como efecto colateral. 

Les mando un abrazo de oso, amor y compresión. Nos leemos en la próxima ٩(ó。ò۶ ♡)))♬


♥Ingenierodepeluche

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top