Capítulo IV - Amor (y más amor) octava parte 100%
Buenas tardes y feliz navidad retrasada, mis soles. Me complace anunciarles que hemos llegado al final de este hermoso viaje. Al final me pondré a llorar contándoles todo lo que me costó escribir esta vaina, por ahora... ponganse cómodos y disfruten.
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«Para fraguar la pesadez del alma es precisa la intención: un empuje que conlleve a la disolución de tal sentir en un medio igual de hostil; porque el tedio no gana batalla alguna rodeado de desdicha. Todavía, la intención que habrá de librar a alguien de la pesadez debe ser superior a esta, tan enérgica como para despreciar la manipulación que, para con ella, se convierta en el alimento que causa el severo retraimiento.»
Aunque confuso, aquel disparatado trabalenguas lo pensó con tal hacerse con este su sombra por largas y odiosas horas mientras intentaba quitarse un mal sabor de la boca.
Tras oír la extraña proposición conferida por el padre de Yoora, en medio del postre y después de este, aquel hombre y su novio se las ensañaron para secretear delante de ellos, compartiendo insinuaciones (mensajes puntuales) que, más que agradarle, le incomodaron bastante; incluso la señora Kim y su hija las creyó en ascuas ante las excentricidades que compartió el dúo al final de la colación.
Para él fue laborioso el ver (mucho más creer) el que su novio estuviese excluyéndole en su cara de un asunto que a su parecer era en extremo relevante, pero no era el lugar ni el momento para montar una escena.
«Ya verá... cuando lleguemos al apartamento lo voy a guisar... por pajuo.»
Declaró para sus adentros, sintiendo su cuerpo entonces más ligero a razón de la calentura que cargaba.
No se creía a sí mismo un muchacho chismoso (los asuntos conflictivos a causa de recelos estaban extintos), sin embargo, fallaba al ocultar su descontento por la osada exclusión. Todavía, el resto de la velada hizo hasta lo imposible para centrar su atención en la exquisita tarta de moras que había en su plato y no en el incesante cuchicheo de aquellos dos.
«Qué se creerán ellos, ¿qué porque son ingenieros y superdotados pueden hablar un lenguaje secreto?... ¡pero es que ni siquiera Yoora entendía qué estaba pasando!»
Manifestó para sí, recordando entonces cuán desorientada lucía la muchacha delante de él.
El retorno al apartamento no fue menos tortuoso, el peso que ejercía aquella molestia le hincaba en los costados y la lengua le picaba por exigir una explicación. Aun así, tuvo el recato de aguardar a estar en la tranquilidad de su hogar, a puertas cerradas con Yunho, para coaccionar a punta de ciertas cortesías... el secreto concebido, pero ni en un millón de años hubiese estado preparado para oír aquel plan infernal...
«En plena concupiscencia nocturna, con las manos de Yunho sobre su cuerpo su enfoque se desvanecía cada que se permitía un suspiro para complacer la lascivia de su empedernido amante. Los cristales de sus gafas entonces podían no ser lo único nublado, pero mientras era mimado por la lengua que recorría su cuello hasta presionar su manzana de adán, en aquel paseo decadente.
Así tan cerquita, acoplándose de forma sumisa al que tanteaba sus piernas, incluso acatando a los espasmos involuntarios de sus músculos... seguía apuntando entre nubes hacia su norte y final.
― Y-yunho... Yuyu... hm, n-no...
Jadeó tras recibir otro chupetón para su fogosa colección.
El pelinegro, aunque renuente, pareció meditar su llamado quedando a mitad de un beso ardiente y una falsa embestida. Justo cuando creyó que este se dejaría de la demandante en su voz, el aludido alzó el rostro encontrando su mirada en un lamento que más bien le supo a indiferencia.
Alejándose del negativo pensamiento, obsequió un beso a su novio, uno mojado e intencionado para calmar las ansias de ambos mientras se reposicionaba sobre las piernas de este a consciencia para así evitar el roce de entre sus partes nobles durante la próxima conversación.
― ¿Y bien?... llevas rato interrumpiéndome y no dices nada Mingi.
Comentó un desairado Yunho, aún sin librar su semidesnudo cuerpo de la prisión que hacían sus brazos; aunque ensombrecido, el mencionado siempre celaba su cuerpo.
Ante el reclamo, respiró profundo y alineó su pensamiento al tiempo que reprimía las ganas de poner en lugar al pelinegro; sabía que Yunho podía ponerse obtuso en medio del sexo, todavía, hacer el intento por refrenar esa aciaga característica de su personalidad nunca hubiese estado de más.
― Es que quería saber...
Empezó, tanteando el territorio con suavidad y caricias que proveyó al hundir sus dedos en la cabellera del mayor. Yunho le miró entre confundido e interesado, con los ojos chiquitos como si intentase leer sus intenciones antes de siquiera hablarlo.
— ... ¿A qué se refería el señor Kim cuando te dijo eso de que podía ayudarte?, ¿qué tanto se estaban contando entre susurros?
Cuestionó sin más rodeos tras acomodarse las gafas con finura. Después, se mordió los labios y dejó las manos tras la nuca de su amado, evitando su mirada al concentrarse en la muesca de desagrado que hicieron los belfos ajenos.
De soslayo vio al mayor rodar los ojos para segundos después caer de espaldas en la cama soltándose de su cariñoso tacto; olvidándose de la primicia que los mantuvo unidos. Acto seguido, se llevó las manos a la cara y murmuró algo ininteligible entre estas antes de descubrirse y reincorporarse sobre sus antebrazos.
― Ya sabía yo que no íbamos a coger sin antes tener esta conversación.
Habló el pelinegro, riéndose al final de su reflexión.
Aunque ofendido, dejó pasar el desplante quedando en silencio para dar a su novio la oportunidad de explicarse.
― Bueno, nosotros-... es difícil de explicar, pero el padre de Yoora quiere contratar un investigador privado y un abogado para ayudarme a hacer el trabajo sucio e ir tras mi padre. Dice que esto es un asunto que puede y quiere controlar para... ya sabes.
Explicó su novio, luciendo una expresión entre esperanzada y nerviosa, mientras con la diestra acariciaba su cintura.
Ni por la forma ni por las caricias ni nada que hubiese hecho el pelinegro hubiese detenido el corto circuito que hizo su mente al escuchar aquel absurdo resume y es que, tuvo que fundirse hasta la resistencia en aquel corrientazo de información, porque bajo condiciones normales nunca hubiera dicho lo que dijo.
― ¿Tú eres marico?
Preguntó al tiempo que alzaba sus manos en señal de espera y cerraba sus ojos, negando con la cabeza.
En segundos, la mueca de espanto en su rostro cambió a una de desconcierto y preocupación. Su mente entonces corrió a la par de su corazón con tal de hallar una respuesta para entender el por qué eso, según la maquiavélica mente del señor Kim, sería, si acaso, un camino viable; para cuando volvió a ver al pelinegro, este ya no parecía tan seguro de sí mismo.
― Mi amor, Yuyu... ¿tú acabas de escuchar lo que me dijiste?... en qué puto mundo esa vaina es buen plan... ¡Estamos hablando de tu padre, el cabrón que derribó nuestra puerta y me golpeó hasta dejarme inconsciente!
Sin darse cuenta habló entre susurros gritados, reclamando a su novio una imprudencia que ni siquiera había cometido, pero la sola idea fue suficiente para perder los estribos y creerse en peligro, conjetura que zanjó Yunho al estrecharle fuerte entre sus brazos.
― Mingi, oye... no te pongas así.
Dijo el pelinegro tras un intento más por retener sus ansias.
― Sé que la vida no es una película, pero dime tú... ¿no estás cansado de toda esta mierda?... es decir, es el papá de Yoora-... esto no es una jugarreta, no vamos a tratar con la mafia y-...
Continuó el aludido con fingida sensatez.
― ¿No vas a tratar con ella?, ¡claro que lo harás y te convertirás a ella una vez intentes empezar a sacarle información a la gente, Yunho!
Exclamó tan pronto pudo hallar su voz. No le gustó el reflejo que vio de sí mismo en los ojos opuestos de momento, pero nada podía hacer si esa era la verdad que la situación le evocaba.
― Cómo es posible siquiera que dijeran esas cosas y que no los escucháramos... peor aún, ¿pensabas irte a dormir sin siquiera contarme esto?
Reclamó más ofendido que antes. A falta de respuestas, bufó con incredibilidad dando una última oportunidad a Yunho, mas, este prefirió despreciarla.
En lo que dura una centella en el cielo se segregó de su pareja y se bajó de su regazo, al tiempo que volvía a abotonar los botones sueltos de su camisa de forma presurosa.
Estando lastimado por el calibre de aquella desventura, quiso pasar aquella rabieta a solas, no le importaba el frío que hacía en la sala y el que apenas llevase ropa encima, no creía podar la cara a Yunho lo que quedaba de noche, todavía, antes de siquiera poder huir, el pelinegro, quien lo contempló atónito desde la cama, logró alcanzarlo en una carrera, tomándolo del brazo bajo el umbral de la puerta.
― Mingi, Mingi... escúchame.
Repitió un ansioso Yunho al tiempo que buscaba la forma de sujetarlo, pese a su actitud esquiva.
― Mingi, te lo suplico... por favor, intenta ponerte en mi lugar. Esta es una oportunidad que no podía rechazar, yo sólo no podría hacer esta vaina y-... ¿recuerdas lo que nos dijo tu papá aquella vez?... lo de que sólo teníamos que hablar con la persona correcta, ¿quién más si no el señor Kim?
Expuso el pelinegro con desespero.
El simple hecho de que Yunho tuviera el descaro de escoger aquel inciso para defender sus acciones, le hirvió la sangre, sin embargo, por muy desaforado que pudiera estar no encontró manera de llevarle la contraria.
Aunque le doliera, su novio tenía razón, todavía, se hizo el duro dejando que este hablara todo cuanto pudiese. Sabía que una pelea era inútil para ellos cuando precisaban ante todo una sólida unión, pero desvariar como lo hacía Yunho era una de las cosas que más le costaba tragar.
― Piénsalo bien, Mingi... ninguna cosa que vale la pena se consigue sin dar batalla y esto-... esto es demasiado complicado, pero tendremos la mejor ayuda, asistencia, lo que queramos.
Concluyó el susodicho hablando a fuerza de la ilusión.
Por muy resplandecientes que se vieran los ojos de su novio bajo el brillo de las luces esa noche mientras hablaba de su delirio, sabía lo que le convenía y ello no era precisamente entretejerse en una red de estafas. No se dejaría encantar por esa mirada.
― Yunho, no. Deja de justificar todo lo que haces a mis espaldas sólo porque piensas que es lo mejor para ambos.
Comentó hastiado de la situación, soltándose una vez más para resumir su caminata a la sala.
De nuevo, el pelinegro volvió a tomarlo de la mano, anclándolo a su lugar de antes. Esta vez Yunho lucía una cara de agobio tan apabullante que creyó por un segundo caer de forma irremediable bajo su conjuro en función de aportar consuelo, aún, en las palabras del mayor encontró rectificar su decisión anterior.
― Mingi, vida... te lo pido, confía en mí, yo haré que esto funcione, por favor-...
Solicitó el pelinegro casi de rodillas.
― Yunho... te lo he dicho tantas veces, por qué no terminas de entenderlo... lo único que quiero es que dejes de hacer las vainas a mis espaldas. Mierda... ¿es acaso eso tan difícil de entender para ti?
Cuestionó sin dar tiempo a su voz para quebrarse y sus ojos empezar a escocer.
Tan pronto soltó aquello el pelinegro dejó caer su mirada en un gesto de remordimiento, mas, se mantuvo firme, conteniendo las lágrimas mientras aguardaba por una respuesta.
Odiaba ponerse en esa posición irreverente, detestaba que Yunho machucara su orgullo para convéncelo de algo, pero aquella se había convertido en una situación recurrente entre ellos... qué se suponía que hiciera él para romper aquel círculo vicioso.
― Yo-... quiero protegerte, Mingi...
― ¡Pero tu necesidad por vengarte no te ayudará a protegerme, Yunho!
Interrumpió al mencionado, dejando ir eso justo al tiempo que la primera lágrima mojaba su mejilla.
Yunho entonces se atrevió a verle a los ojos, sin embargo, sin ánimos de escuchar excusas, le calló antes de que pudiera abrir la boca.
― No quiero que hagas esto sólo por vengarte, porque si es así... no te permitiré siquiera seguir. Quiero que hagas esto con un buen propósito, no quiero que tu orgullo se interponga en otra decisión que tomes, porque, así como tú te preocupas por mí, yo lo hago por ti y esto-...
Hizo una pausa para recobrar el aliento al tiempo que dejaba caer sus manos a los costados de tu cuerpo.
― Toda esta mierda, Yunho... esto no nos traerá nada positivo si sigues comportándote de esta manera. Quiero confiar en ti, es más, ya lo hago... pero cada que actúas a mis espaldas me das una razón para no hacerlo.
Confesó pese al temblor en su voz.
Con la manga de su camisa secó parte del diluvio que empapaba sus mejillas, mas, antes poder continuar lastimándose con su rudeza, una cálida mano se posó sobre la suya. Acto seguido, el dueño de esa mano lo sostuvo con primorosa humildad, atrapando cada gotita en sus suaves pulgares.
― Odio verte llorar por mi culpa... no sé qué tengo que hacer para que me perdones ahora, pero de verdad quiero hacer esto Mingi... Quiero-... quiero hacerlo por las razones que dices que debo tener, sólo-... es difícil no reaccionar de esa forma por... todo.
Murmuró el pelinegro con dificultad, sin atreverse a darle la cara; todavía el tacto de Yunho en su rostro le reconfortó como en ninguna otra ocasión.
Ciego no era para reparar en el arrepentimiento de su novio, Yunho no era un idiota, lo único que necesitaba era paciencia para ser entendido, guiado incluso... al menos eso pensaba su corazón cuando lo contemplaba tan afligido.
― Entonces deja que te ayude, Yunho. Hagamos las cosas bien, lo que sea que te de paz, pero hagámoslo bien, juntos... no más secretos, por favor.
Rogó en voz baja al tiempo que cubría con sus manos las ajenas.
Esperanzado, Yunho resolvió atender a su suplica con una mirada que fácilmente le quebró el alma. No entendía cómo los ojos de su novio podían transmitir un sentimiento tan inocente con todo lo que habían visto, con todas las cosas que sabían practicarle con tal de obtener su aprobación, todavía, allí tenía la prueba de que incluso las personas más experimentadas guardaban un gramo de castidad en sus almas.
Sin decir nada más, acercó a su novio en un abrazo que este tardó en corresponder, mas, tan pronto esos brazos lo tomaron, sintió su cuerpo crujir divinamente a razón de su potencia.
― Perdóname por hacerte llorar...
Escuchó decir contra su cuello, sintiendo entonces un rastro de humedad que le inquietó.
Alarmado se apartó de su pareja para ver los gruesos lagrimones que este dejaba verter y no dio un segundo más a estos para existir cuando los besó hasta hacerlos desaparecer entre sus labios y palabras colmadas de afecto.
― Tampoco quiero que llores, Yuyu... sólo-... recuerda lo que te dije y todo estará bien, ¿sí?... confiar en ti no me cuesta nada, pero tienes-... no me vuelvas a mentir, eso es todo.
Susurró aún contra la húmeda piel de los mofletes del pelinegro.
Este asintió e intentó hablar, sin embargo, cualquier promesa que el susodicho pudiera conferirle la atrapó con los labios con un casto beso.
― No más, no digas una sola palabra o me harás cambiar de opinión.
Advirtió en una exhalación.
― Vamos a la cama, ven... tengo mucho frío.
Propuso con una sonrisa a modo de inspirar certeza a su pareja.
Yunho se limitó a asentir, pero antes de siquiera poder liderar la caminata el pelinegro le alzó en brazos, dejándolo atónito hasta llegar al lecho compartido, donde se acurrucó en su pecho.»
Aunque en un principio pensó que el sexo fuese mejor que cualquier conversación, que el placer carnal era capaz de solventar diferencias, etcétera... esa noche reafirmó el pensamiento de que su madurez emocional y su relación con Yunho habían escalado tanto como para dar un nuevo significado al término "noche de adultos". Era eso o con cada segundo que pasaba se volvía más viejo, porque en ningún momento de su adolescencia y temprana adultez pensó sentirse tan pleno como esa noche que Yunho le habló desde el corazón para comentarle los primitivos planes que había hecho a la mesa con el padre de su mejor amiga.
Ciertamente, le costó trabajo imaginarse el panorama que Yunho le pintó aquel momento. La idea distaba de consistencia, inclusive tenía más trabas de las que podía contar; obstáculos que debían eludir a como diera lugar para consagrar el éxito, sin mencionar los límites difusos por esclarecer en función de corregir y satisfacer la ambiciosa meta planteada.
Con aquel terreno escabroso, la jugada suponía más sacrificios que ganancias, pero en palabras del lado poético de su adorado pelinegro... «qué era una guerra si no una búsqueda insaciable para traer justicia»; algo debían ofrecer para llegar hasta esta.
Con eso y todo, la fe ciega que tenía Yunho en aquel forzoso procedimiento resultaba fehaciente; sólo Dios se atrevería a meter la mano para apartar la mirada del pelinegro de aquel pináculo. Pese a su crítico escepticismo, la puesta en marcha del plan maestro no se hizo esperar. En apenas siete días la dama con ojos vendados y la balanza en su mano, tocó a la puerta de ambos trayendo noticias jugosas que hicieron bien a su quejumbroso corazón; lo que anteriormente opinó imposible ahora lo veía ocurrir delante de sus redondas gafas.
Sin embargo, en contra del maravillo adelanto, conforme pasaban los días la tensión en el aire se hacía cada vez más evidente, ya no era paranoia, ya no era pesadez... era la justicia que empezaba a beber de ellos para poderse sostener.
Como siempre, las respuestas surgían al igual que las preguntas, pero más temprano que tarde las soluciones saltaban a la vista; todo gracias a la ayuda extra que había tenido su novio a manos del padre de Yoora.
Debía agradecer al hombre por hacer valer su palabra aquella noche y todas las que le siguieron, de no ser así, bien podría haber dejado todo su salario en la oficina de un psiquiatra, porque la situación que en ambos acaeció pudo ponerse peor. Todavía, por un día malo, se cobraban cuatro días buenos, días en los que podía hacer y deshacer a su antojo sabiéndose seguros... sabiendo que tanto su familia como la de Yunho estaban protegidos.
Y ese amparo patrocinado por el señor Kim fue todo lo que necesitó Yunho para tomar partido de su vida y finalizar su tesis, arreglar su situación laboral y enmendar su vida en pro del futuro brillante que tanto se las apañó para forjar. Decir que estaba orgullo del nivel de compromiso de su pareja sería poco, pero bien podría decir lo mismo de su persona, que con aquella insignificante calma entrando en su vida también tuvo la oportunidad de solventar una que otra minucia para alcanzar los pasos agigantados que daba Yunho por aquel escabroso sendero, sin soltar su mano.
Sin importar los guijarros y los tropiezos del camino en su andar, sujetando la mano de su adoración empezaba a entrever la transformación de sus fantasías. Situación que sirvió para que entendiera cuán equivocado estuvo al adoptar un comportamiento similar al del apóstol Tomás para con el mayor. Porque si bien estaba en su derecho de exigir pruebas tangibles donde hundir sus dedos para creer en la inminente realidad y labrar en aquel insaciable dilema, no todo el tiempo merecía la pena sublevarse a esa tendencia.
Para su fortuna, Yunho en cada episodio de desconfianza no hizo más que sonreír y ofrecerle aquel cachito de certeza que ansiaba, y sí, a partir de ese momento supo que el pelinegro jamás se detendría por una frase tan insulsa como la que tras siglos de historia habían extraído de las palabras del antiguo discípulo... «Ver para creer.»
Y efectivamente, ahora que estaba vestido con sus mejores galas planchadas por sus propias manos, a los pies del estrado y, bajo la mirada inquisitoria de un juez a punto de presenciar el evento más trascendental de su vida, creía a rajatabla en lo que su novio le había dicho meses atrás...
«Eran pasadas las doce treinta de la noche y ni rastro de su novio. Las uñas las tenías acabadas de tanto que se las había mordido y ni hablar de sus labios, que cobraron la peor parte de su ataque de ansiedad.
La calle, por el contrario, estaba tan tranquila como cualquier otro día, ajena a sus inquietudes y a cualquier problema; eran esas las noches silenciosas a las que más le temía. En esa sordera fallaba al tratar de oír la parte racional de su cabeza.
― Contesta, Yunho... por favor, por favor, por favor.
Repitió en un susurro contra la bocina del teléfono.
Pese a su ruego, la llamada terminó en el mismo lugar que las otras: el buzón de mensajes; maldijo por lo bajo al oír otra vez la voz de la contestadora.
Sin saber qué hacer o a quién llamar en ese momento, arrojó el dispositivo en el sofá y se llevó las manos a la cabeza. No podía salir, buscar al pelinegro entre las calles, sería como encontrar una aguja en un pajar, tampoco estaba en posición de alertar a nadie, pero ni siquiera Yoora pudo decirle el paradero de este; cómo no iba a exasperarse.
Tragó en seco al imaginar nuevamente lo peor, el miedo entonces se condensó en sus ojos al sentir otra dolorosa puntada en el pecho, sin embargo, antes de siquiera poder derramar la primera lágrima... el ruido de la puerta abriéndose trajo de vuelta su alma.
Con fiereza, giró sobre sus talones y encontró a la persona que tanto anhelaba: su Yunho, su amor; el aludido estaba en una pieza y con una enorme sonrisa plasmada en su cara. Sin siquiera mediar una palabra con el susodicho, se arrojó a los brazos de este sollozando su nombre mientras era embrazado a tientas.
Con la fuerza de su arrojo, los dos fueron a parar al suelo, todavía, la caída fue suavizada por el mayor, quien siguió sosteniéndolo entre sus brazos, aunque estuviese confundido por la rareza afectuosa de esa bienvenida.
― M-mingi, bebé... por qué lloras-...
Cuestionó el pelinegro con suavidad mientras buscaba su rostro. Acto seguido, frunció el ceño al oír la pregunta y descubrió su cara empapada ante un pasmado Yunho.
― ¿¡Cómo que por qué estoy llorando!?... ¡Eres un imbécil, Jeong Yunho!, ¡por qué no contestabas mis llamadas!
Reclamó entre sollozos, apretando la mandíbula de la repentina rabia que sentía.
― ¡Me dijiste que irías a verte con el papá de Yoora, que llegarías a las seis y son las doce!...
A medida que protestaba sus manos hechas puño golpeaban el pecho del pelinegro sin mucha fuerza. Seguía sentado a horcajadas a un costado de este, llorando a mares la ansiedad que de a poco se desvanecía como su voz delante del mayor que poco hizo por ocultar su preocupación.
― Llamé a Yoora y m-me dijo que no estabas allá, que su papá ni siquiera sabía que ibas a hablar con él... p-por qué... por qué de nuevo, Yunho.
Acabó por decir antes de quebrarse, dejando sus manos sobre los hombros del aludido, quien aparentaba un estado similar al de él.
Entre sollozos y sorbidos, mantuvo la cabeza gacha y los ojos cerrados hasta que sintió a su novio incorporarse con el propósito de abrazarlo. No se negó al agarre del mayor, más bien, se aferró a este como nunca mientras le repetía cuán estúpido había sido por desaparecerse de ese modo; podía estar enojado, pero la necesidad de estar en compañía del pelinegro se anteponía a cualquier otro sentimiento.
― Mingi, lo siento... no quise mentirte, pero no me hubieses dejado ir si te decía la verdad.
Confesó un apenado pelinegro contra su cuello.
― A qué te refieres con eso... ¿qué es lo que fuiste a hacer, Yunho?
Preguntó con cierta vacilación al tiempo que ponía distancia entre él y su amor.
El susodicho entonces se mantuvo cabizbajo, meditando sus palabras hasta que, finalmente, en un arranque lo soltó.
― Fui a verme con unas personas que trabajaron antes con mi padre... ellos sabían y tenían pruebas que nos pueden ser de utilidad y-...
Habló Yunho, ganando ánimos al revelar aquel secreto entre susurros. Todavía, la gravedad que acaecía en sus palabras produjo un nuevo nudo en su pecho y garganta.
― ¿Estás demente?... ¿¡Cómo se te ocurre hacer esa vaina sabiendo cómo estamos!?, ¿el señor Kim sabe esto?...
Volvió a reclamar esta vez alzando la voz y abriendo los ojos desmesuradamente al ver la expresión delatora del mayor.
― No puedo creerlo, Yunho... ¿¡y entonces!?, ¿¡por qué siempre haces la misma mierda!?
Reclamó, sintiendo una mezcolanza de dolor y decepción.
— ¡C-cómo carajo pretendes que esta mierda funcione si ni quiera puedes apegarte a tus propios planes!...
Manifestó manteniendo el volumen de su voz.
― ... Yunho, tú-... ¡Me lo prometiste!, ¡prometiste que no volverías a hacer una verga así!
Agregó, tratando de hacer de esa exigencia una daga al corazón del mayor.
Al instante sus miedos parecieron juntarse hasta condensarse y toda la locura que pensó lejana retornaba a sí, revolviendo sus entrañas a razón del temor y el enojo de saber que su novio los había expuesto de manera imprudente... otra vez.
― ¡El señor Kim te lo dijo!... que no estuvieras buscando vainas sin decirle a nadie, que no hicieras nada por tu cuenta porque podría perjudicarnos a ambos... ¿¡y eso es lo primero que haces!?
Inquirió indignado mientras nuevas lágrimas refrescaban su ardiente rostro.
― Te lo pedí yo mismo antes de que todo esto empezara, Yunho. Te lo dije y te fui muy claro aquella noche... ¡el que no quería que siguieras excluyéndome y comportándote como un imbécil para recuperar tu orgullo!
Gritó a todo pulmón importándole poco el quién pudiera venir a reclamarles; estaba harto de recibir puñales en la espalda por quien amaba.
Sin agregar nada más, se levantó del suelo y empezó a caminar hasta la habitación cuando una mano sobre la suya le detuvo. Quiso zafarse del sólido agarre del pelinegro, sin embargo, la insistencia de este le hicieron desistir al poco tiempo.
― Mingi, no entiendes... tenía que hacer esto, esas personas no hubiesen hablado con el señor Kim porque tienen miedo igual que nosotros, pero ellos quisieron hablar para-...
Empezó a explicar el pelinegro mientras buscaba sus manos; algo de dónde sostenerse.
― Sabes qué... no me importa, Yunho. Anda a hacer lo que te de la regalada gana. Ve y busca todo lo que quieras sin ayuda, yo no-... no puedo seguir así, Yunho.
Soltó con desgano, rindiéndose ante los ojos de su novio.
Yunho reaccionó de inmediato dejando ir su mano; el aire entonces se tornó tan gélido que se les hizo difícil respirarlo.
― Por qué aún no puedes entender que los demás también estamos dispuestos a ayudar...
Murmuró sin alzar la mirada tras poner los brazos como jarras.
― M-mingi, de verdad... perdóname, pero sabes que no hago esto para preocuparte o adelantarme a todos, sólo-...
― ¡Entonces deja de hacerlo, Yunho!...
Exclamó al tiempo que soltaba los brazos a la nada y encaraba al pelinegro.
A los efectos de su arrebato, el aludido dio un paso hacia atrás, abriendo los ojos sin creer la crudeza con la que se le había sido conferido aquel mandato.
― P-por favor, Yunho... te lo estoy suplicando otra vez y juro por Dios que esta va a ser la última. Deja de ponerte en peligro, deja de actuar sin pesar, deja de-...
Hubiese continuado de no ser por la abrupta interrupción del pelinegro. En tan sólo milésimas de segundos se vio envuelto por un par de brazos que le estrujaron y consolaron su corazón hasta hacerle llorar los últimos vestigios de aquel dolor.
En su lengua seguía danzando el 'suéltame' que deseaba obsequiarle, todavía, este jamás fue pronunciado, pues su corazón sabía las acciones que este desataría entre ambos; algo que muy dentro de sí jamás querría vivir.
― Mingi, escúchame... últimamente no he tomado ningún riesgo que no crea necesario, pero si-... Sabes qué... olvídalo, no puedo continuar así, no lo haré más. No quiero pensar siquiera que esto podría hacer que te pierda.
Musitó el pelinegro mientras lo sostenía contra su pecho.
― No quiero verte llorar.
Agregó tras una laboriosa exhalación.
De momento, sabía que Yunho estaba haciendo un esfuerzo titánico para contener las lágrimas, pero a él no le importaba ver como este derramaba su arrepentimiento, todavía, el que lo hiciera no significaba que obtendría su perdón con mayor facilidad.
Estaba harto de que Yunho actuara a sus espaldas, de que se jugara su vida en cada salida por perseguir aquella ambición; sabía que su novio era competitivo, pero fallaba por ver el día que su competitividad excediera lo aceptado por la realidad.
― Júrame que jamás volverás a mentirme, Yunho. Lo digo en serio.
Murmuró después de un rato al estar más calmado.
Elevó su mirada para hallar los ojos salpicados del susodicho siendo iluminados por la escasa luz de la sala; sólo entonces se sintió acongojado, mas, no flaqueó ante el mayor.
― Yo-...
Tan pronto el mayor abrió la boca encontró su mirada en un gesto que pretendió ser firme, intimidante; no quería otra verdad a medias. Ante la presión, el mayor pareció recapacitar en sus palabras y, tras un suspiro le dijo lo que esperaba.
― Lo juro, Mingi.
Podía parecer poca cosa, mas, en esas tres palabras supo que Yunho le entregó la totalidad de su honestidad. Todavía, le costó trabajo desligarse de las dudas impartidas por sus temores, incluso cuando Yunho se afianzó a su torso en otro abrazo constrictor lo pensó un poco antes de corresponderle con el mismo vigor.
Ya después de una hora su enojo y preocupación menguaron como la luna que iluminaba las frías calles, sin embargo, dentro de su hogar sintió todo cálido. Acostando al resguardo de las sábanas con el pelinegro, le apeteció seguir abrazado a este, sólo por el hecho de poder hacerlo; pese a todas las tribulaciones debía ser agradecido que este estaba vivito y coleando a su lado.
― Tuve mucho miedo, Yunho... todo está cuestas arriba estos últimos días y siento que no puedo siquiera confiar en mi sombra por eso yo-... simplemente tuve miedo de que no volvieras esta noche...
Expresó en voz baja, enredando sus dedos en el azabache de sus cabellos.
Con el cuerpo hecho un ovillo y con la cara enterrada en el cuello del mayor, se dejó hacer por las caricias del susodicho mientras dejaba al descubierto sus más profundos abatimientos.
Creyó por un momento que podría estar exagerando y quiso detenerse, pero las palabras continuaban saliendo de su boca mientras Yunho escuchaba. Ya al finalizar, en un suspiro dejó el resto de esa enorme carga emocional, siendo premiado con un beso en su frente.
― Mingi...
Escuchó decir al pelinegro, haciendo que abriera los ojos para ser cautivado por el par de remolinos pardos que tanto adoraba.
― Confía en mí cuando te digo esto...
Murmuró Yunho para luego juntar sus frentes y tomar una de sus manos entre las suyas.
― Antes de que se acabe el año tendré a ese hijo de puta pudriéndose tras las rejas. No más salidas a escondidas, no más secretos, no más escondernos, no más preocupaciones... tú sólo espera y verás, vida.»
Cómo podría él olvidar esa noche... aunque lo intentase, aquel recuerdo le perseguiría hasta la tumba, porque eran ese tipo de noches las que aseveraban cuán trágico había sido para su persona el recorrido hasta el lugar que ocupaba en la cruda realidad.
Fueron noches como esa y la anterior las que le reiteraron cuán importante era Yunho para él, pero más que nada el poder que tenía la palabra del otro (y su querer). Decir que había sido fácil creer en el pelinegro era errado, sí, pero también una mentira dependiendo de la circunstancia asociada a los hechos. Sin embargo, si de algo estaba seguro es que, con sus gafas bien puestas sobre el arco de su respingada nariz, aquel día estaba por ser testigo de lo que su novio le prometió; su más grande pretensión.
Con el favor de Dios, lo que estaba a punto de acontecer les cambiaría la vida a todos los presentes para bien. No podía siquiera imaginar todas puertas que se abrirían para ellos después de eso, las ganancias que percibiría en riquezas inmateriales si resultaban ganadores los de aquel caso.
Y cualquiera fuese la secuela, ya se había adelantado a agradecer a todos los involucrados: sus amigos mayormente porque sin el hombro de Seonghwa para llorar las noches en ausencia de Yunho, los consejos y las palabras de aliento de San y Wooyoung, el pensar reflexivo de Hongjoong, el ánimo y fidelidad de Yeosang, los reconfortantes abrazos de Jongho. Incluso agradeció a aquellos que sin saberlo pusieron de su parte para hacer de eso su más añorado presente. De no ser por todo eso tampoco estaría allí con el cuerpo espelucado, las manos sudorosas, el corazón en la garganta y la mente a mil por hora; sintiéndose más vivo que nunca.
De ser su decisión todos estaría allí para presenciar el momento en que Yunho cobrase la victoria, aunque no podía quejarse, al menos Yoora y los padres de esta lo acompañaban al otro lado de la sala, así como la dulce señora Jeong que después de tantos años de distanciamiento seguía ofreciéndole el mismo gesto de afecto...
«Estaba indeciso de hacerle aquella propuesta a Yunho, aunque tenía la ligera sospecha de que su novio sabía lo que traía entre manos desde hacía rato.
Tal vez no fuera nada desfachatado, todavía, llegar a ese punto le costó cada gramo de fuerza de voluntad arraigado a su humanidad, porque la aceptación era una cosa, pero tomar de esa complacencia la intención de ofrecer un perdón era cuando mucho la proeza que, suponía, todo hombre debía enfrentar al menos una vez en su vida para alcanzar el estatus quo; la paz que predican los revolucionarios en las cumbres y convenciones que evitaba al encender la tele, esa misma que le pedían documentar con fines informativos en algunas materias de la universidad.
Per se, las tediosas noches en vela meditando la situación, amansando la posibilidad de absolverse de aquel predicamento le confirió un pasaje directo a una calle ciega donde reposaba una puerta, cuyo cerrojo se abriría sólo si él así lo quisiera, pero... ¿de verdad querría abrir esa puerta?, ¿estaba preparado para ver y oír las verdades tras ella?
Después de tantos años meciendo esa amargura, alimentándola con evidencia plausible que le convidaba Yunho al estar consigo y que hoy reconocía despreciable a los hechos reales, no creía necesario llamar para que el mar arrastrara a las costas de su mente antiguos abatimientos. Todavía, qué control tenía él sobre la marea, si mecías no era, podía dar fe de ello. Tras vivir demasiado tiempo cegado la fantasía había culminado; el espejismo del sol contra la mar se disipó y lo que creyó tan lejos, siempre estuvo rozando sus pies allí, remojándose en el agua salada.
― Qué castigo estaré pagando yo ahora... de verdad será necesario esto, o sea, si no fuera tan importante no lo pensaría tanto, ¿o sí?... Dios mío, mándame una señal, una punta, lo que sea.
Caviló por enésima vez esa semana, esta vez sin siquiera atreverse a tocar la conclusión de que estaba haciéndose mentes por nada.
Largó un suspiro y acomodó sus gafas, mientras, recostado en el alfeizar de la ventana de su habitación, echaba un vistazo al parque. El otoño estaba a la vuelta de la esquina y con ello los árboles cambiaban de pinta, los abrigos volvían a su lugar en el perchero de la entrada, las noches se hacían más largas como los abrazos de Yunho por la mañana... todo se vestía con ese romanticismo melancólico que tanto le gustaba, porque en contraste con la viveza de la primavera, el ámbar otoñal le hacía recordar los ojos de su amor; en ambos hallaba confort, pese a su reluctante pasado avasallador.
― Un año más... otro capítulo en nuestras vidas... uno mejor, espero...
Pensó en voz alta, nostálgico a razón de los sentimientos que atestaban su corazón.
Por muy comprometido que estuviese con su persona a crearse el camino para ese futuro, bien sabía que esa cosa por la cual se mordía tanto los labios y evitaba a su adorado pelinegro era una de esas minucias que debía resolver antes de que fuera demasiado tarde, pero cómo hacerlo, cómo iría él a afrontar a su... suegra.
Aquella era una carga vital que debía explorar y entender, oír y ver con tal de atender a la reciprocidad que exigía a Yunho. Un sacrificio de su parte por el bienestar de ambos.
Ya no valía seguir marcando los días en el calendario, dejando aquello para después, el tiempo corría, sí, pero él seguía sin saber qué hacer. Imprudente era el pensar que a fin de año podría continuar esquivando esa responsabilidad, tenía que tomar al toro por los cuernos y ser un hombre.
― ¿Mingi?... bebé...
Atendiendo de inmediato al llamado, giró su cabeza para ver al pelinegro parado bajo el umbral de la puerta con dos tazas humeantes en sus manos.
Sin decir nada, se levantó de su lugar y ayudó al mayor con los pocillos, dejándose guiar luego hasta la cama donde tomó asiento junto a este.
― Te hice el té como te gusta... le puse miel y limón.
Anunció el pelinegro dejando su taza en el suelo lejos de sus pies; lástima que aún no tuviesen suficiente dinero para comprar un nuevo somier.
― Gracias, Yuyu.
Respondió aún con el pocillo entre sus manos.
Aunque el calor que emanaba la taza y la presencia ajena le resultarse reparadoras, no quiso encontrar la mirada del mayor en ese momento, no cuando todavía tenía tanto para pensar. Como mínimo, quería tener una solución para sí mismo antes de salpicar a su novio con esa preocupación que nada bueno traía a la situación en la cual estaban metidos.
Escuchó entonces el roce de las sábanas a su lado seguido de un profundo suspiro para luego ser acariciado por las palabras que había anticipado.
― Mingi, por favor... no puedo seguir viéndote así... por favor dime qué te pasa, sabes que juntos podremos encontrarle una solución, pero si no me lo dices no puedo hacer nada.
Le enfrentó un preocupado Yunho tras arrimarse hasta quedar hombro con hombro en la cama.
Pese a no ser el mejor momento, la protesta del pelinegro le hizo sonreír, mas, en vez de buscarlo resolvió cerrar sus ojos, repasando el contorno de la taza con sus pulgares mientras preparaba su respuesta.
― Lo siento, Yuyu... sé que es así y quizá estoy haciendo mucho drama por nada, pero no encuentro las palabras para decirlo...
Se sinceró tratando de no sonar tan afectado.
― Es que... t-tengo miedo de lo que pueda pasar porque hace tanto que yo-...
Confesó en voz baja aún con la mirada clavada en la taza, pero sin haber dado siquiera el primer sorbo, siquiera terminar lo que quería decir.
A modo de respuesta, el mayor tomó el pocillo dejándolo a un lado, acto seguido, sintió un par de cálidas palmas contra sus mofletes y una frente juntarse a la suya. Como efecto colateral, su mirada se enlazó a los orbes del mayor, sintiendo de inmediato el contagioso remordimiento que le confirió el pelinegro. Su garganta se estrujó al ver lo que sus acciones habían desatado; esos preciosos ojos que brillaban siempre con picardía proyectaban artificios de su sentir.
― Mingi, te lo suplico... no hagas que me muera de un susto, dime lo que necesitas decirme, hazlo ahora, por-...
― Q-quiero ir a ver a tu madre...
Soltó a duras penas, sin poder evitar que su voz se quebrara en las últimas dos sílabas.
Estaba harto de ver a su novio ansioso y ser la causa principal de ello. Reconocía el necesitar dar perdón a su alma para seguir adelante, mas, todo era tan confuso, tan incierto, tenía demasiado miedo al rechazo que exudaban las viejas heridas.
― ¿Es eso?... entonces por qué-.... Mi vida... No, Mingi, por qué lloras... no lo hagas, está bien. Todo está bien.
Afirmó Yunho esperando a que el cariño que colmaban sus palabras sirviera de consuelo.
No sabía en qué momento habría encendido las fuentes, tampoco cuando el mayor le sacó las gafas para enjuagar sus lágrimas de forma amorosa, sin embargo, creyó prudente el desahogo. Sollozó contra el pecho de su novio, refugiado entre los brazos que para con él hacían un escudo al entorno; haciéndolo invisible a todo mal.
Entre hipidos intentaba contar al mayor lo que le pasaba, aun así, este insistía en que primero soltara el llanto antes de gastar energía en ello. Sentía esa mano sobre su espalda enseñarle con paciencia cómo respirar de nuevo, ayudándolo trasmutar en serenidad la pena que de tanto en tanto le ahogaba.
Tras media hora en esa cariñosa tutoría pudo volver en sí, descubriendo su rostro empapado que el pelinegro no dudó en limpiar como siempre hacía: con su propia ropa y con mimos que atraían sonrisas contagiosas.
― ¿Estás mejor, mi bebé llorón?... yah, mírame, déjame ver esos ojitos.
Pidió Yunho tras abultar sus labios en un puchero.
Incapaz de negarle algo como eso a su amado se atrevió a devolverle el gesto (pese a saberse en un pésimo estado), notando entonces cómo el fulgor parecía restaurarse en las empañadas ventanitas contrarias.
― Oye... no tienes por qué sentir miedo por pedirme algo así.
Informó el mayor tras tomarlo de las manos, cortando así con el silencio entre ellos.
Volvió a bajar la mirada en arrepentimiento, siendo detenido a mitad de camino por Yunho, quien le sostuvo con gracia y ni una pizca de rencor. Todavía, la carestía de sonrisas para el momento le llevó a creer que el mayor pudiera estar herido por el hecho de haber estado ocultando tales sentimientos.
Pasó saliva por su garganta en espera de tragarse el nuevo nudo que en ella se formaba, al tiempo que batía sus pestañas para evadir las lágrimas; no tenía que dejarse llevar por las cizañas de su mente, tenía que ser fuerte.
― L-lo sé... pero no sabía cómo...
Empezó con cierta determinación, aunque igual le temblase la voz.
― Creo que no estaba preparado para decírtelo, siquiera me sentía preparado para decirlo en voz alta, pero pienso en ello todo el tiempo y siento que es algo que debo hacer. Me agobia el hecho de pensar que podría hacer las cosas mal si sigo postergándolo.
Explicó entre murmullos, esforzándose para abrirse al mayor.
― Mingi, vida...
Suspiró un abatido pelinegro tras pasarse una mano por los cabellos.
― Sabes bien que no te voy a presionar a hacer nada que tú no quieras. No estás haciendo nada mal. Lo que me hiciste ahora es un gran paso, cuando quieras podemos ir a visitarla y ya verás que todo estará bien, ¿sí?... confía en mí.
Murmuró un sonriente pelinegro al tiempo que rozaba sus narices en una tierna caricia.
Prendado de la dulzura de aquel hombre, asintió y sin más se impulsó para dejar un beso en el corazón que sonreía para él. Pese a ser delicado, aquel ósculo le devolvió en un suspiro lo que nadie más podría en el mundo; sólo Yunho tenía esa pericia para hacerle despertar de cualquier pesadilla y demostrarle que estando entre sus brazos, la realidad, no era nada que no pudiese afrontar.
En los días venideros creyó propicio solventar sus inquietudes con el pelinegro. De vez en cuando titubeaba al abrirse y preguntar cosas tontas, como... '¿piensas que tu mamá vaya a estar feliz de verme?', '¿y qué si llegamos en mal momento?'... en todas las ocasiones, Yunho siempre le respondió con palabras de aliento, ternuras que se sentían auténticas y le hacían saberse escuchado, pero más importante... amado.
Las conversaciones con el pelinegro le hicieron tanto bien que al momento que cayó a consciencia de lo que hacía, ya estaban ambos tocando a la puerta de la casa de la tía de Yunho; ambos a la expectativa del tan esperado reencuentro.
Dadas las circunstancias, ni siquiera el mayor pudo ir antes a visitar a su madre, con tanto ajetreo y problemas de por medio, reservar aquella visita había sido algo especial. Detalle que se sumaba al cerro de preocupaciones que llevaba a cuestas.
― No estés nervioso, Gigi. Nada va a pasar, ¿sí?
Afirmó Yunho tras obsequiarle una sonrisa.
Confiaba en la palabra de su novio, sabía que no tenía de qué preocuparse, tampoco tenía razones para andar de paranoico, pero estaba, en efecto, muy nervioso. Respiró profundo y cerró los ojos, justo a tiempo para escuchar el sonido de un cerrojo y después la dulce voz de la señora Jeong.
― ¡Hijo, por fin has venido!...
Exclamó la mujer embrazando al pelinegro con palpable entusiasmo.
Estando a una distancia prudente presenció la escena que le evocó un sentimiento indescriptible. Era extraño y agradable observar algo así, a esa mujer besando las mejillas de su primogénito, murmurando bendiciones... aquello parecía suficiente para revertir el daño ocasionado en los años pasados.
Entonces, parado allí con una sonrisa temerosa en los labios, entendió que, aunque tuviese en su poder todo el amor del mundo jamás hubiera suplantado a la madre del pelinegro, porque bien podía podría ser el amor de la vida de Yunho, pero aquella era la mujer que le dio el obsequio más hermoso de todos; cómo iba él a superar eso, si más bien a ella le debía todo.
― Mingi...
Atendió el llamado con un murmullo a modo de respuesta tan pronto volvió en sí.
Viendo lo tímido que se mostraba, sin dudarlo, la alegre señora se apartó de su hijo para ir hasta él, tomando de sus manos con la misma gentileza que portaba su pareja antes de hablarle.
― Pero mira nada más... pensé que nunca volvería a verte, mi muchacho...
Expresó la mujer en un hilo de voz al sostenerle la mirada.
Tras oír aquello, de inmediato sintió la necesidad de ofrecerle un abrazo a la mujer, y así lo hizo: cubrió a la señora como si de su propia madre se tratase, lagrimeando sobre su cabello canoso mientras sentía una parte de su alma volver encontrar en su lugar de correspondencia.
Pese al grato recibimiento, cuando se sentaron a hablar en la sala de la modesta casa en compañía de la tía de Yunho, la energía menguó en una incómoda sensación que en cada exhalación se engrandecía.
Decir que no había echado de menos a esa mujer, que el encuentro no había producido una conmoción en su ser, que no tenía preguntas para ella y para de contar... era blasfemar en contra de su nombre, todavía, después de la primera impresión, volvió a sentir las pequeñas espinas que seguían clavadas en su corazón, envenenando a su núcleo con aquellos reclamos que desde su despertar había soñado con decirle a la mujer delante de ellos.
Resultaba bastante obvio que era perseguido por la dualidad de su sentir; por una parte, quería el contento y la unión, por otra... deseaba crear discordia con tal de satisfacer su resentimiento. Sin embargo, estando tan liado resolvió sumirse al silencio.
― ¿Y ya terminaste con todo lo de la universidad hijo?
Preguntó la señora con una sonrisa mientras volvía a llenar sus tazas con más té.
― Sí, mamá... logré resolver todo con los profesores y el próximo año ya podré presentar la-...
― ¿Por qué no lo detuvo?...
Soltó de improvisto, cortando de lleno al pelinegro, quien quedó de pasmado con la taza a mitad de camino hacia sus labios.
Nervioso por la súbita atención que recibió de parte de los presentes, se mordió los labios mientras tomaba valor para proseguir con su reclamo.
― ¿Por qué no lo detuvo el día que echaron a Yunho?... ¿por qué dejó que le dijeran esas cosas a su hijo si usted es su madre?, debió ser la primera en defenderlo y apoyarlo.
Exigió en voz baja, sin apartar la mirada de la mujer que ahora se mostraba cabizbaja.
De reojo pudo apreciar las facciones del pelinegro transformarse en una agria mueca de inconformidad, mas, ya después tendría tiempo para lidiar con eso.
― Mingi, esto no-...
― No hijo... está bien. Tú también tuviste preguntas que hacerme hace unos meses, deja que tu novio se desahogue.
Ante la respuesta el pelinegro se resignó en un profundo suspiro y guardó silencio, mientras la mujer se decidió con parsimonia a tomar una vez más la palabra.
― Sabes Mingi... es difícil para una como madre esconder cosas a los hijos. A veces sólo tomamos esta decisión porque creemos que es lo más simple y conveniente, pero siempre hay un precio que debemos pagar por nuestro error.
Explicó la señora ocupando una pausa prudente antes de continuar. Esta llevaba una mueca de tristeza tan auténtica que, en un instante, imploró a los ángeles porque esta desapareciera.
«Si eres lengua de hacha, Mingi. Verga, no puede ser que yo la cague más.»
Se regañó a sí mismo mientras jugaba con sus manos y aguardaba a la continuación de la señora Jeong.
― En esos últimos años... las cosas se complicaron, pero me fue fácil ocultar todo porque Yunho siempre estaba en tu casa, pero ese día su padre estaba pasando por un mal momento y cuando todo ocurrió...
El suspenso se acrecentaba a medida que la mujer hablaba, incluso Yunho, que hasta el momento parecía molesto había cambiado su rabiosa actitud por un semblante de preocupación.
― Tuve miedo, Mingi... miedo de lo que ese hombre pudiera hacerles a ustedes si yo no me ponía de su lado. Tomé esa decisión en medio del desespero, pensando en la seguridad de Yunho y en la felicidad de ambos.
Hubo otra pausa acompañada de una sonrisa melancólica.
― Siempre pienso que de haber reaccionado distinto las cosas hubiesen sido peores, las heridas más profundas y difíciles de sanar... Por supuesto que me arrepentí, pero si pienso en ello... el que mi Yunho y tú pudieran huir fue lo mejor.
Musitó con la cabeza gacha y las manos finamente posicionadas sobre su regazo.
― Sé que esto no me hizo una mejor madre, hubiese querido serlo, pero quería una oportunidad de demostrarle a mi hijo que lo amo y que estoy de su lado. Lamento si eso causó demasiados problemas en su relación.
Concluyó la madre de su novio con lágrimas en los ojos y la voz quebrada.
Ante la apabullante revelación la sordera se amplificó a tal punto que sus oídos pitaron y su corazón estrujado, punzó de dolor hasta cobrarse cada laboriosa inhalación. A su derecha Yunho no estaba mejor, el pelinegro parecía digerir las palabras dichas por su progenitora como si aquella fuese una verdad imposible de tragar, mas, no era tanto la confesión si no las suposiciones que se ramificaban de ella lo que tenía a los dos tan pálidos y sin habla.
― Sé que no fui la mejor madre, sé que pude haber hecho más... pero lo contuve demasiado tiempo por el bien de Yunho, incluso el tuyo... ese hombre jamás quiso que estuvieras cerca de nosotros, Mingi.
Repitió entre sollozos la mujer, siendo atendida por su hermana, quien la abrazó mientras se desahogaba.
Mientras más escuchaba hablar a la señora Jeong, más entendía que esas palabras no eran mera excusa para cubrir acometidas erradas. Aquella mujer lloraba arrepentida y él... le seguía la corriente al propinarle una solemne disculpa seguida de una reverencia. Tan pronto su frente tocó el piso, unas manos le tomaron de los hombros y le hicieron incorporarse; era Yunho el que le miraba ahora con gruesos lagrimones pendiendo de sus ojos y le embrazaba como si él también necesitase un consuelo después de oír que por poco... jamás habrían estado juntos.
― No soy tu madre Mingi, pero te quiero como si fueras mío. Espero de verdad puedas perdonarme... desde que se fueron lo único que he hecho es agradecer a ti y a tus padres por haber cuidado de Yunho.
Expuso la mujer más repuesta tras ofrecerle una sonrisa sincera.»
Pensar en la inmensa dicha que había traído aquel encuentro a su vida le hizo reprocharse en más de una ocasión por posponer algo tan importante, más aún sabiendo que tenía que ver con su amado, sin embargo, el hombre en quien se había convertido en esos meses no daba cabida alguna al quizá, porque el paso ya estaba dado y así como veía con inmodestia a Yunho tan seguro de sí mismo a la izquierda de su abogado, lo único que podía pensar era que su futuro estaba mejorando.
― Señor Jeong... se le ha acusado por fraude, blanqueo de capitales, tráfico de influencias, cohecho, falsificación, violencia doméstica... entre otras actividades delictivas.
Leyó el juez en voz alta portando aquel semblante estoico e imponente al igual que el resto de los miembros del jurado. A su derecha el taquígrafo se movía con maestría inmortalizando todo lo que se decía.
Apenas había empezado la audiencia y ya le sudaban las manos, estaba ansioso por ver el desenlace y la participación que tendría su pareja en ello. Desde que entró a ese lugar, Yunho se había visto compuesto, con la espalda erguida, las manos al frente y los ojos siempre en el estrado, una aptitud sobria completamente opuesta a la del enjuiciado al otro lado de la sala; en todo el rato esa era quizá la octava vez que veía al padre de este girar y lanzar miradas acusatorias justo donde descansaba un inmutable Yunho.
La sola acción le causaba náuseas, pues sabía que el hombre intentaría a toda costa imponerse ante su pareja por el gusto de verlo flaquear (buscar hasta en el último recoveco una alternativa que diera cabida a su absolución), pero como alguna vez oyó decir a su padre: «Donde manda capitán no manda marinero.» Y ese barco ya había zarpado por órdenes del pelinegro.
― Su señoría, mi cliente no se hace responsable de todos los cargos impugnados hacia su persona, dada la participación de distintos coautores, cuyos nombres procederé a mencionar: Know Jiyong, Yoo Taeyang, Lee Seungri, Park Minsoo y Kim Seungyoon.
Anunció el cincuentón que hacía de defensor al pútrido padre de su amor.
Al oír esa barbaridad frunció el ceño y apretó los puños sobre sus piernas. Por supuesto que esperaba que el imbécil les echase la culpa a otros por sus fechorías, mas, nunca pensó que tendría osadía de incluir al padre de Yoora. Con la mandíbula apretada, escuchó al primero de los mencionados acudir al estrado para dar su juramento y, posteriormente, conferir aquel falso testimonio que bien sabía el hombre había ensayado bajo amenazada de su superior.
Una a una, las alegaciones fueron revolviéndole el estómago a tal punto que su madre tuvo que detenerlo en el acto para evitar cometer alguna estupidez. Estaba hasta la coronilla del teatrillo que estaba montando esa gente bien vestida delante del juez, del jurado y de su novio que parecía a dos segundos de estallar; la sala entonces era un pozo de tensión.
― ... el chico, Yunho, sé que estuvo tratando de sabotear lo que hacíamos el tiempo que contactó a su padre, por eso-...
Dijo con saña el despreciable individuo que apuntaba con su asqueroso dedo hacia Yunho.
― ¡Objeción!, su señoría, esta alegación no va a lugar con la pregunta que le fue conferida al acusado.
Intervino el abogado de Yunho al instante.
De inmediato sintió su sangre hervir cuando sus ojos se clavaron en aquel hombre sentado a sus anchas en el estrado con una mueca retorcida en los labios.
― Contra protesta, la información que estaba dando el testigo parecía ser de gran relevancia, solicito la continuación, su señoría.
Expuso el abogado del señor Jeong, poniendo más tensión en la sala.
― Solicitud denegada. Ya oí suficiente de los testigos, que entre el acusado.
Declaró el juez calmando el barullo que de un momento a otro se había apoderado de la estancia.
A los efectos de tal disposición, el señor Jeong cambió de lugar, cruzando la pequeña distancia que le separaba del estrado hasta su lugar. Al instante una de las autoridades se acercó para asistirlo hacer el juramento.
― ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, por la gracia de Dios?
Cuestionó el funcionario que sostenía el libro a los pies del estrado y delante del infame.
― Lo juro.
Respondió el hombre a secas antes de arreglarse el saco y sentarse en la silla, sin quitarle los ojos de encima a Yunho.
Para variar, todo el tiempo que el abogado de Yunho habló con el pelinegro para puntualizar las preguntas el ambiente en la sala continuaba alimentándose de los nervios de los presentes, incluyéndole; percibía el ímpetu que sazonaba los aires de la sala, la congoja y la ansiedad que de relajar los puños le llenaría las palmas.
A pesar de sus inquietudes, buscó la mano de la madre de Yunho para conferirle algo de apoyo segundos antes de iniciar el interrogatorio. La señora entonces, aunque sorprendida por el gesto, le agradeció con un pequeño esbozo.
No había ni rastro ni precedente de que el proceso siguiente resultase sencillo; sólo esperaba que Dios estuviera con ellos en ese momento.
― Mi cliente quiere comenzar haciendo una pregunta a su padre, entiéndase el acusado.
Comentó el abogado tras colocarse de pie y dejar sus papeles ordenados sobre la mesa.
― Solicitud aceptada, puede proseguir.
Comunicó el juez, iniciando la guerra.
Acto seguido, vio a su novio levantarse; podía percibir cuán inquieto estaba este con ver la vacilación de sus manos, mas, supo recobrar la compostura tras aclarar su voz.
― ¿Es cierto que estuvo haciendo negocios con ATEEZ C.A. con el propósito de una futura fusión?
Cuestionó el pelinegro con determinación en su voz.
― ¡Objeción!, su señoría... esta pregunta no tiene nada que ver con-...
Intervino el abogado de su padre, siendo detenido por el juez.
― ¡Tome asiento señor, Son!
La orden del hombre produjo un silencio sepulcral que más tarde fue sentenciado al olvido con las fundamentos y declaraciones de su novio quien, armado de convicción, fue tomando represalias contra su padre, cerrando cada puerta habida y por haber hasta despojarlo de su expresión triunfal, tal como habían ensayado semanas atrás...
«Perdió la cuenta de las veces que el mayor tuvo que repetir sus líneas esa última hora. Recién acababan de salir de una consulta con el abogado del padre de Yoora para seguir estudiando el caso del padre del pelinegro, todo estaba casi listo, pero faltaba la piedra angular del asunto y esa era... la actuación del peor actor del mundo: su novio.
No era por nada, pero su novio no sabía guardar las apariencias cuando la palabra actuación entraba a colación; el susodicho podía ser muy bueno en juegos de rol en la cama, hasta era bueno para guardar secretos y mentir (siempre que no fuese delante de él), pero actuar por gusto... ¡jamás!
Sin embargo, de esto dependía el éxito del pelinegro. Los miles de escenarios posibles, las palabras, falsos testimonios, negociaciones con la corte, todos los detalles que se les pudieron haber ocurrido estaban por escrito y en la mente de su amor, pero Yunho entre tanto estrés no daba sentido a lo que salía de su boca. En consecuencia, el pelinegro se mostraba dubitativo de sí mismo, característica que debía ser obliterada para proteger al mayor de la malversación de su padre el día del juicio.
Todo era complicado, sí... pero no era imposible, sabía que ambos podían con eso, pero cómo actuar, se preguntó durante tanto tiempo. La respuesta llegó a manos de Yoora. De no ser por una conversación que tuvo con la muchacha no imaginó tener las agallas para ayudar al mayor, sin embargo, la castaña supo exactamente cómo aderezar su intención con vigor, sólo al recordarle que su carrera le había dado las herramientas para hablar y expresarse; para enseñar a Yunho el viejo arte de la simulación.
― Mi amor, no. No, no, para, Yunho.
Dijo tras levantarse de su lugar en el piso yendo hasta donde el mayor y así poder tomarlo de los hombros.
― Respira, te estás ahogando y así no puedes hacer nada.
Concluyó al ver al pelinegro a los ojos.
A modo de respuesta, el aludido torció los ojos de forma cómica y tiró los papeles que tenía en la mano al suelo.
― Cómo se supone que lo haga entonces. Estoy harto de esta pinga... ¡por qué simplemente no puedo decirle lo que quiero!
Reclamó Yunho, alzando la voz contra el menor para luego revolverse los cabellos en medio de su desespero, eludiendo el remordimiento que la mirada afligida de este le hizo sentir.
Respiró profundo y resolvió ignorar el tironcillo en su corazón antes de ir de nuevo por el pelinegro, tomándolo de la mano una vez le vio abrir la puerta del balcón.
― Yunho... oye... mírame, no te pongas así.
Pidió en voz baja, tiritando a razón del frío ventarrón que le recibió a la salida.
El mayor tardó un poco en atender a su petición, mas, pronto se vio de frente a él con la mirada gacha y el atardecer besando uno de los costados de su cara.
― Lo siento, Mingi. Ya ni siquiera sé cómo controlarme y esta mierda está trayendo más problemas de los que creí poder controlar, yo-...
Empezó el pelinegro haciendo obvio su arrepentimiento.
― Es que son demasiadas vainas que tengo que memorizar y-... jamás en vida me había costado hacer esto. Lo siento.
Agregó en última instancia, soltando una risa vacía.
A pesar de ello, el pelinegro parecía sacado de un retrato con el cálido contraste que realzaba la masculinidad y palidez de sus facciones; tan divino como siempre.
― Yunho, cálmate... sabes que puedes con esto. Te han pasado cosas peores y siempre has salido a delante.
Comentó con cierto desdén, evadiendo el revoloteo en su estómago.
Estaba harto de oír disculpas por parte del mayor, poco le importaba que este estallara delante suyo o proyectara sus males en su persona; era lo suficientemente fuerte como para ser el pilar que el pelinegro necesitaba en medio de esa tormenta. Era su voluntad aguantar los malos tratos ligados a la situación, pues eran de ella y no intrínsecos de su amor.
Aún sin respuesta, resolvió llenarse los pulmones con el aire frío de la tarde, viendo hacia al crepúsculo que se dibujaba en los ojos de su amor, intentando entonces dar seguridad a este por medio de un gesto al alcanzar una de sus manos que reposaba sobre el barandal.
― Pero esto... Mingi no es justo que te trate de esta forma, tienes incluso derecho a meterme un coñazo por cómo me he comportado en estos días.
Murmuró Yunho al tiempo que soltaba su mano. El susodicho entonces quiso darse la vuelta para volver al interior del apartamento, sin embargo, le detuvo al atajar nuevamente la mano que le había rechazado.
― Y no lo hago porque la violencia no sirve de nada, Yunho.
Sentenció sin titubeos.
― Necesitas a alguien que pueda escucharte y te corrija cuando estás mal como lo hice yo hace un momento, no alguien que venga y compita contigo para ver quién puede alzar más la voz.
Habló con autoridad, sosteniéndole la mirada al mayor.
Con una posición firme se sembró delante del aludido, descendiendo con las manos por los hombros del pelinegro pasando por sus brazos hasta tomar las suyas en un gentil apretón. Aunque renuente a la acción, consiguió que este le sostuviera la mirada y se quedara consigo.
En el palidecer de la tarde escuchaba el canto de las aves, el ajetreo de la ciudad, el murmullo de la brisa, mas, su energía y atención se perpetuaban en la presencia del pelinegro que ansiaba curar a expensas de su insistencia.
― Tienes algo que te molesta, eso lo sé... y no has querido decirme, en fin... lo mismo de siempre... ¿hasta cuándo vas a seguir jugando a ser indestructible conmigo?...
Insistió esta vez en un hilo de voz.
Las palabras dichas entonces se perdieron con el viento y las que guardó con recelo para sí danzaron al filo de sus temblorosos labios. Hacía bastante frío esa tarde, ni siquiera el sol que les daba de lleno y dibujaba sus sombras calentaba lo suficiente, todavía, no quería entrar hasta solucionar el inconveniente con su pareja.
Odiaba ver el dolor y la inquietud atestar los preciosos irises de su amor, pero incluso tales sentimientos resplandecían cuando el sol los rozaba con gracia. Era estúpido llegar a una conclusión como la que mecía en sus adentros en ese preciso momento, sin embargo, por qué tendría él que mentir, por qué debía ocultar que estaba enamorado hasta de las rabietas de Yunho; sabrá Dios cuál era la única cosa existente en ese plano (y que fuese pertenencia del susodicho) que no pudiera amar hasta el cansancio.
― Habla conmigo, por favor... Dime lo que sea, lo que pienses, sientas, quiero oírte, Yunho.
Alentó al mayor mientras apretaba el agarre en las manos de este.
A la espera de una respuesta vio al pelinegro bajar la guardia y girar la cabeza hacia la puesta del sol. De inmediato achicó los ojos al bañarse con el naranjo del astro rey y, en un suspiro, se desprendió de las últimas ataduras antes de encontrar su mirada en un gesto sereno que correspondió con una sonrisa.
― Últimamente me siento como el caballo por el que todos apuestan en una carrera, pero justo ese día es rebasado por el más débil... no puedo con tanta presión, Mingi... Quiero hacer las cosas bien, pero esto es demasiado para mí.
Confesó el pelinegro casi con miedo a decir aquello.
Pese al frío que empezaba a colarse por su suéter, se derritió tras finalmente oír la voz honesta de su amor. Quiso abrazarle, mas, decidió que lo mejor era esperar a que este terminara de desahogarse, instándolo silenciosamente a continuar al enlazar sus dedos.
― La gente de la oficina, ¡hasta la coordinadora de carrera está detrás de mí!... y cada vez que los veo lo que hacen es ponerme más trabajo, más presión. Les dije que estaba haciendo algo importante, el profesor Park intentó ayudarme, pero las cosas sólo se complicaron.
Hubo una pausa prudente en la que el pelinegro bajó la mirada.
Justo en ese momento el sol empezó a dormitar, coloreando las escasas nubes en rubor celestial; la temperatura cada vez bajaba más, pero el frío ya no era una cuestión por destacar.
― Me amenazaron otra vez con que no podría graduarme con honores si no cumplía con las cosas que me habían mandado porque dizque mis créditos no concordaban con las horas académicas que había cursado. Están buscando todas las formas que tienen para joderme y no sé por qué... creo que tiene que ver con mi padre.
Explicó un abatido Yunho sin despegar los ojos del suelo mientras se aferraba de su agarre.
La confesión del susodicho le supo tan amarga como las vitaminas que le daba su mamá cuando era niño, todavía, lejos de verse afligido, se mantuvo impune ante las suposiciones.
― Yunho... aunque tu padre moviera todas las influencias que tiene en la universidad ellos no pueden negarse a darte tu título.
Comentó entre ligeros temblores.
― Ya lo sé, aún así, no podría salir con honores de esa verga y-...
Se quejó el pelinegro antes de ser interrumpido por una alegación contundente.
― ¿Y eso qué?... ¿tan importante es para ti llevar una estola blanca el día de la graduación?
Cuestionó al acercarse al mayor, haciendo que este alzara la mirada.
En esos orbes vio reflejados los últimos lamentos del sol hasta disolverse a la franja del oeste, diluyendo la cálida paleta de colores hasta el frío índigo del que se sostenían las estrellas. La temperatura descendió lo suficiente para entumecer sus manos, pero el calor de Yunho le mantenía a salvo.
― Es por ti qué haces todo este esfuerzo, ¿no es así?... porque si es por alguien más, lamento decirte que estás perdiendo tu tiempo, Yunho. Debes entender que no tienes que rendirle cuentas ni demostrarle nada a nadie.
Continuó hablando, esta vez dejando que su voz se alimentase del coraje que ahora avivaba en su interior.
― Pero-... graduándome con honores podré tener más oportunidades-...
― ¿Quién lo dice, Yunho?, ¿hm?... he visto profesionales con títulos remarcables mendigando en la calle, personas ilustres que jamás tuvieron la oportunidad de ejercer y tú... tú ni siquiera estás graduado y ya tuviste un empleo por el cual millones de pasantes hubiesen dado lo que fuera.
Expuso con determinación, atrapando al mayor desprevenido con cada palabra que brotaba de sus labios.
― Y no te atrevas a decir que fue por la palanca del padre de Yoora, porque bien recuerdo que me dijiste que ni siquiera a ella le ofrecieron pagarle las horas laborales.
Puntualizó tras acomodarse las gafas.
De pronto el ambiente cambió a otro menos tenso, sin embargo, no sentía al mayor tan desinhibido como hubiese querido. Sabía que su novio era un hueso duro de roer, pero por qué tendría que rendirse a esas alturas de su vida; si a Yunho no le era fácil ver, él prendería todas las luces que este necesitase para iluminarle.
Suspiró y volvió su atención a su amor que desde hacía rato se mostraba ensimismado en sus propios pensamientos.
― Oye... sólo una cosa más...
Llamó la atención de este tras alzar sus manos entrelazadas para postrar sus helados labios en estas. De forma instantánea el pelinegro volvió a atraparle con aquellos ojos pardos que tanto le gustaban.
― Si lo que haces no te da paz mental, no lo hagas. No importa si decepcionas a alguien en el camino, Yunho, tu salud está por encima de cualquier título u oportunidad de trabajo. Y si es por mí... no tienes que demostrarme nada, porque yo sé cuán fuerte y dedicado eres.
Habló con parsimonia, instando al mayor a confiar en sus palabras.
De improvisto, Yunho le sorprendió al tomarle por las mejillas y plantarle un cálido beso en los labios, ósculo que recibió gustoso, aunque un tanto confundido. Sus pestañas revoloteaban al igual que las mariposas en su panza; con cada aleteo espantaba el gélido sentimiento que el ambiente imponía en ellos.
― Mh... e-espera, espera... no es que no quiera besarte, pero por qué-...
Murmuró contra los labios ajenos mientras aferraba sus manos a los costados del suéter del mayor.
― Estoy haciendo lo que más le da paz a mi mente.
Susurró el pelinegro con honestidad, aunque con cierta timidez, al tiempo que ambos saboreaban de los vestigios del atardecer en el rostro del otro.
Tras unos segundos buscó la mirada del susodicho, notando entonces la inseguridad en este, detalle que quiso erradicar al ofrecerle una dulce caricia en su nuca junto a una sonrisa.
Como si de olas contra la arena se tratase, se arrojó a los brazos de Yunho, envolviendo el cuello de este para besar sus labios esta vez con intención palpable, la cual el pelinegro bebió hasta el cansancio para aplacar las inquietudes y acallar las voces en su cabeza. Sus labios ya no estaban fríos, siquiera tiritaba estando entre los brazos del mayor; pese a la noche que se derramaba sobre ambos, seguían resplandeciendo.
― Gracias, Mingi... gracias por hacer que me dé cuenta de las cosas, gracias por-...
Con un fugaz beso cayó los agradecimientos del mayor.
― No hay nada que agradecer, mi amor... anda ven. Volvamos a adentro y después de la cena seguimos practicando.
Alentó al pelinegro al tiempo que colmaba de besos la derivación de su perseverancia.»
Lo que es igual no es trampa y eso pensó cada noche que ensayó junto Yunho (adiestrando los miedos del aludido) para enfrentarse al demonio que tenía el pelinegro por padre. Convencer a Yunho de que la improvisación no era amiga de casos como estos fue otra de esas tareas por las cuales personas cono Seonghwa hubiese dicho que tenía el cielo ganado, pero a él en última instancia no le importaba lo que hubiera más allá del plano físico.
De momento, únicamente atendía a las ganancias que pudieran obtener tras extenuantes días de preparación y estudios en materia judicial. Cosas que sólo a través de la sangre, el sudor y las lágrimas podrían gozar en ese instante y lugar.
Suspiró al ver la cara del perito mientras su amor continuaba hablando, siendo ayudado por su abogado, mientras ambos exponían las pruebas y anotaciones judiciales que tenían a su favor para ir en contra de aquel pecador; con la cuerda de estafas que se gastó el señor Jeong, la imputación de cargos parecía no tener final.
― ... Aquí podemos hacer un paréntesis para hablar de la evidencia C: las amenazas redactadas por el puño y letra del acusado.
Declaró el abogado de su pareja al mostrar algunas cartas plastificadas entre sus manos.
― ¿¡De dónde sacaron eso!?... ¡están contraviniendo mi privacidad!, ¡exijo que-...!
Saltó el padre del pelinegro, apuntando su cochino dedo en dirección a su hijo mientras mascullaba aquellas palabras; la sola acción hizo que contuviera el aliento. A los efectos, el juez tronó su mazo contra el estrado.
― ¡Silencio en la corte!... No tiene derecho a hablar señor Jeong.
Puntualizó el juez tras echar una mirada acusatoria al mencionado.
Como resultado, el iracundo hombre volvió a su lugar no sin antes balbucear para sí mismo un par de maldiciones.
― Como venía diciendo... todas estas pruebas fueron incautadas bajo la asistencia de un fiscal asignado por el departamento policial. Cada una de estas fue extraída de fuentes vinculadas al señor Jeong, las cuales fueron investigadas por cargos anteriores su señoría.
Comentó el representante legal de Yunho antes de tomar otra hoja de papel sobre la mesa. Todavía, este no pudo siquiera empezar a hablar cuando el abogado del señor Jeong tomó la palabra.
― Su señoría, creo que ya hemos escuchado suficiente, considero que es momento de hacer una pausa para no caer en la especulación.
Propuso el hombre tras colocar sus manos sobre la mesa.
― Solicitud aprobada. La corte entra en receso.
Concluyó el magistrado tras hacer sonar el mazo.
El sonido desató un efecto en cadena: las personas del jurado se retiraron del estrado junto al juez y el resto de los espectadores uno a uno fue desertando la sala, aguardando a las afueras de la puerta custodiada por oficiales.
Sin saber qué hacer o a quién ir, pasó saliva por su garganta y echó la mirada hasta silla donde Yunho permanecía sentado en compañía de su abogado. A la derecha el señor Jeong ya se habría esfumado con su representante sin dejar rastro, acto seguido, soltó un suspiro de alivio sabiendo que no tendría que cruzar miradas con ese hombre siquiera por accidente.
― Mingi, hijo... ¿estás bien?
Escuchó decir a su padre tras de sí. Sintió entonces el peso de la mano de este en su hombro, haciendo que despertase de su letargo y girase para verlo.
― Y-yo-... sí, sólo... me quedé pensando.
Se excusó sin mirarlo a los ojos.
― Hijo, tranquilo... las cosas no han terminado, no tienes que preocuparte.
Comentó su padre al verle tan preocupado.
Al oírlo intentó borrar de su cara aquella expresión amarga, mas, nada podía hacer por combatir aquel abatimiento cuando a unos metros de sí veía a Yunho tan desganado, con la cabeza entre las manos, escuchando lo que probablemente eran regaños de parte de su abogado.
Cerró sus ojos por un instante, tratando de canalizar sus angustias, antes de reparar en la ausencia de su madre y a la señora Jeong. A vuelo de pájaro las buscó a ambas por la sala, sin embargo, no las encontró entre las pocas personas que quedaban.
― ¿Dónde está mamá?
Cuestionó al hombre que seguía de pie a su lado.
― Llevó a la madre de Yunho a tomar algo de aire. Se veía un poco mortificada por toparse con su esposo, pero ese hombre salió como alma que lleva el diablo sin dejar rastro.
Habló un intrigado señor Song a su hijo mientras este le veía con inquietud.
Deseó por un minuto poder desvanecerse y llevarse consigo a Yunho, escapar de los compromisos por la facilidad que esto dejaba entre ver, aun así, pensar en las ansias que debía estar enfrentando la madre de su amado le recordó cuán egoísta resultaba su idea. Todavía, quería ir corriendo hasta donde Yunho para intentar lo mismo que su padre hizo con él.
― Crees-... ¿crees que deba ir a hablarle?...
Preguntó un tanto dubitativo a tomar aquella decisión.
Su padre que en ese momento había estado con los ojos clavados en la puerta, siguió su mirada hasta posarse en el ofuscado pelinegro para luego propinarle una cariñosa una palmada en la espalda. Las palabras entonces estuvieron de más, aquel gesto de aprobación le fue suficiente para tomar valor en una inhalación y dirigir sus nerviosas pisadas a la mesa donde encontró a un ceñudo pelinegro hablando acaloradamente con su abogado.
― Disculpen, Yunho-...
Musitó atrayendo la atención de ambos.
― Mingi, ahora no necesito-...
Le cortó el pelinegro a secas.
― De hecho, Yunho. Creo que lo que necesitas es hablar con tu novio para calmarte. Anda muchacho, que estando así no vas a aguantar lo que viene.
Comentó el abogado a espaldas del pelinegro justo antes de levantarse de su silla no sin antes murmurar un educado «Con permiso.»
Siguiendo los pasos del hombre, pensó que, aunque no consiguieran un trato justo con la corte, igual tendría que agradecer la paciencia que había volcado tras soportar los desplantes de su pareja...
«No entendía dónde quedaba la sensatez de un ingeniero cuando se hablaba de estatutos y leyes, la ética y moral de su novio eran cuestionables en ciertos casos, todavía, conociendo el personaje, sabía que Yunho en cada reunión callaba un nuevo malestar, algo que sólo intensificaba sus rabietas y hacía de su persona un individuo insensato y mordaz.
Con la mirada descuadrada, vio a su novio arrojarse lejos de su silla en la sala de reuniones del señor Kim, para luego imponerse en pose desafiante ante el abogado quien, estoico, dejó a su pareja ser y decir lo que quisiera.
— Ya te dije que no pienso decir esa mierda.
Gruñó el pelinegro, casi tocando sus narices con el hombre.
Imaginando el peor de los escenarios, corrió para apartarlos, mas, una mano le detuvo en el acto.
— No te metas en esta verga, Mingi.
La amenaza que le lanzó su novio fue suficiente para tornar su sangre en veneno, sin embargo, aún sin cegarse por la ira, mantuvo su posición apretando los puños y la mandíbula.
— Yunho, muchacho... debes entender que no estás en posición de negarte a nada. Esta dialogo que te estoy ofreciendo es la mejor forma para-...
— ¡No pienso quedar como un carajito débil delante de mi padre y los demás!
Gritó su novio a todo gañón.
A los efectos, quiso ir por su propia cuenta a estamparle una bien merecida cachetada al pelinegro; sólo agradecía que el señor Kim no estuviese en ese momento, porque de lo contrario habría hecho combustión espontánea de la vergüenza.
— Sabes Yunho, a veces nuestros miedos son la clave para zafarnos de problemas y situaciones complejas.
Expuso el hombre sin alteración alguna, atreviéndose incluso a sostenerle la mirada al jovencito rabioso delante suyo.
Luego de una larga pausa en la que Yunho pareció internalizar las palabras del hombre, la tensión bajó considerablemente en el ambiente; al menos ya su novio no parecía un rottweiler en vez del encantador Golden retriever que conocía.
— Deja que piensen lo que quieran, usa a tu favor el hecho de que eres el hijo que se ha visto perjudicado por las acciones de un padre corrupto.
Comentó con simpleza al colocar una amistosa mano en el hombro de su pareja.
— Recuerda que todo esto se trata de negociación y actuación, muchacho... y nadie querrá darte la razón si no te ven afectado.
Agregó el hombre tras escoltar a su novio de regreso a su silla.
Sin percatarse de la docilidad inducida en su pareja, se dejó llevar también por la situación, quedando los tres justo en la posición ocupada antes del estallido.
— Veamos entonces... si combinamos este testimonio con los de tu madre, estoy seguro de que le darán le subirán la sentencia por violencia doméstica.
— No quiero poner a mi madre bajo presión.
Negó el pelinegro otra vez con el ceño fruncido.
— Bueno, Yunho... tendrás que decidir, es ella o Mingi, y dado el caso... te aconsejo que la dejes hablar a ella.
Concluyó el hombre mientras acomodaba algunos documentos en su carpeta.
Acto seguido, vio al pelinegro levantarse de su silla, retirándose de la sala; el portazo que dio este al salir les sirvió de respuesta a las interrogantes que quedaron flotando por ahí.
Cerró los ojos a razón de la frustración y, sin encontrar la mirada del abogado, le ofreció una disculpa al hombre.
— Lamento todas estas molestias, Yunho ha estado muy estresado en los últimos días y-...
Murmuró por lo bajo, hundiendo las uñas en las palmas de sus manos.
— No tienes que disculparte, Mingi. En mis quince años de servicio he tenido que trabajar con clientes peores que Yunho, personas que ni siquiera tienen el derecho a exigir por los delitos que han cometido.
Le interrumpió el representante con aquella aura integra y una sonrisa comprensiva danzando en sus labios.
— Le daré a ambos un tiempo para pensar lo que hablamos hoy. Con el favor de Dios, mañana los contactaré de nuevo para repasar los últimos ajustes, por los momentos... sólo descansen.
Aconsejó el hombre antes de dejar su lugar y retirarse por la misma puerta que su amor.
Suspiró y se levantó de la silla yendo hasta la ventana para recostarse de ella. Con la diestra buscó su teléfono y navegó por la interfaz hasta al alcanzar el contacto del pelinegro, pero justo antes de presionar el botón de llamada, resolvió bloquear la pantalla y devolver el dispositivo a su lugar.
Si Yunho se merecía un momento de paz mental, él también.»
En definitiva, trabajar aspectos judiciales con una persona como Yunho era sumamente complicado, pero si estaban allí era porque la bestia que sometía a su novio estaba parcialmente dominada y, aunque despreciable, era un triunfo al fin y al cabo que atribuía únicamente al hombre que había dejado a Yunho cabizbajo, viendo a sus manos como si estas fuesen lo más interesante del mundo.
Largó un suspiro al saber cuán afectado estaba su novio mientras pensaba en las posibilidades que tenía a su alcance para enmendar toda esa situación (restituir un poco de su valentía y sacarlo de aquel abnegado trance) antes de volver al deceso. Justo entonces, resolvió arremangarse los pantalones para luego colocarse de cuclillas con una mano apoyada en el espaldar de la silla del pelinegro, quedando así a la altura de este y lejos de la vista de los curiosos.
― Oye, Yuyu... mírame... lo estás haciendo excelente, vamos bien. No te preocupes por-...
Intentó hablar para tranquilizar a su novio, sin embargo, este hizo que se ahogase con su positivismo.
― No está nada bien, Mingi... dije muchas vainas que no debía y el pajuo este dice que me adelanté a decir vainas que no iban a los hechos.
Concluyó Yunho al pasarse las manos por la cara, masajeándose las sienes.
La referencia le hizo entender el porqué de su actitud alebrestada y de la poca simpatía del abogado, todavía, aquello no fue suficiente como para contagiarle los malos ánimos ni siquiera cuando este siguió hablando de sus errores acometidos delante de la corte.
― Yunho.
Volvió a llamar al susodicho, ignorando así todas las pataletas del pelinegro.
Sin pensarlo dos veces, se incorporó y le tomó del rostro para hacer que lo viera a los ojos, instándole a respirar y calmarse de una vez por todas.
― Recuerda lo que te dije ayer... una cosa a la vez. No te ahogues, tómalo con calma. Todo va a estar bien.
Sentenció con propiedad, sin apartar la mirada de los remolinos castaños que le veían expectantes, asombrados incluso.
Sabiendo a su novio más tranquilo, decidió tenderle su mano junto a una pequeña sonrisa, gesto que el mayor no rechazó.
― Vamos a que despejes la mente y tomes algo de agua.
Sugirió al entrelazar sus dedos, ganándose un asentimiento de parte del pelinegro.
La caminata hasta el bebedero que había a la salida de la sala fue silenciosa, ambos estaban absortos en sus pensamientos como para comentar algo trivial, tampoco podía quitarse la preocupación de que existía una posibilidad de toparse con el padre del mayor. Todavía, cualquiera fuese su inquietud, resolvió tragárselas de un trago al pasar el agua del vaso de papel por su garganta.
― ¿Sabes dónde está mi mamá?...
Fue lo primero que dijo el pelinegro para romper el hielo.
― Sí, mi papá me dijo que salió con mamá a tomar algo de aire. Creo que está manejando esto mejor de lo que pensamos.
Mintió con la intención de traer algo de calma a su novio.
Por fortuna, el pelinegro pareció relajarse ante su falso testimonio soltando entonces parte de la carga en sus hombros para luego recostarse de su lado en una silenciosa petición.
Sin dudarlo, echó el vaso de papel al cubo de basura y embrazó a su amor, dejando sus manos en la espalda de este para así proveerle mimos que prontamente fueron correspondidos; Yunho le sostenía con ganas, aferrándose a su estrecha cintura.
― Gracias por sacarme de allí.
Suspiró el pelinegro contra su cuello, haciéndole cosquillas en el proceso.
Sonrió ante el gesto, obsequiando un beso al mentón de su pareja al igual que una caricia en sus cabellos azabaches.
Pese a estar expuestos, aquel momento de intimidad resultó beneficioso para ambos, no obstante, creyó injusto cuando tuvo que apartase del cálido cuerpo de su pareja tras oír de su padre que el receso había llegado a su fin.
Con la boca torcida en una mueca de inconformidad deshizo el agarre en el pelinegro y caminó con este a la entrada de la sala, en el último segundo, juntó sus frentes para transmitir seguridad a su pareja.
A los efectos de tan dulce acto, el pelinegro en cuestión esbozó una hermosa sonrisa que no dudó en replicar. Acto seguido, dejó ir al otro a su lugar, pero justo antes de poder seguirlo una mano fría le sostuvo en su lugar.
Sabiendo a quién pertenecía esa mano, cerró sus ojos y tragó en seco, haciendo caso omiso a su naturaleza para guardar las apariencias. Entonces, giró sobre sus talones mostrando un semblante impasible al encarar a su peor pesadilla.
― Buenas tardes, señor Jeong... ¿qué se le ofrece?
Cuestionó con fingido interés.
Tan pronto posó su mirada en el rostro del hombre percibió el mismo repelús de siempre. El padre de Yunho lucía más desgatado que la última vez que tuvo la desgracia de verle a los ojos justo antes de perder el conocimiento, entre el montón de arrugas en su frente se sumaban al menos dos a los costados de sus ojos y su cabello canoso sólo acentuaba deterioro y la crudeza de ese asqueroso perfil que deseaba volver a escupir.
A modo de respuesta el hombre le salió con una sonrisa retorcida mientras se arreglaba la corbata a cuadros que completaba su traje Armani; era repugnante para él reconocer que la mayor parte de las riquezas de la tierra acaecían en personas como esa. Pese a la revuelta en su mente, imitó al hombre al postrar una falsa sonrisa en sus labios que perduró incluso cuando el hombre empuñó el saco de su traje en una de sus manos anilladas.
― Escúchame bien, pequeña desgracia... ni el cabrón de Kim ni mi estúpido hijo ni tú podrán mandarme a la cárcel, así que ve preparando tus labios de tu puta para que me beses el culo.
Escupió el asqueroso señor Jeong, haciendo que arrugase la cara al oler su pútrido aliento.
― No le servirá de nada intimidarme esta vez, menos en este lugar donde lo están vigilando.
Le desafió en un susurro al tiempo que dirigía su mirada a los oficiales que los veían con recelo a la distancia.
Como si cuerpo quemase, el hombre le soltó en un empujón del cual logró recuperar el equilibrio al apoyarse de la pared.
― Te crees mucho, ¿no es así?... ¿y qué harás cuando Yunho se harte de ti?, ¿hm?... cuando decida tener hijos y no puedas dárselos.
Comentó el hombre con malicia guardando la cercanía consigo.
— Ya te dejó una vez... por qué estás tan seguro de que no lo hará de nuevo.
Inquirió con una sínica sonrisa, buscando sembrar cualquier duda en su mente; sin embargo, no logró siquiera verse afectado por esa insinuación.
Desde antes supo que el hombre intentaría practicar alguna de sus artimañas con él, la cuestión estaba en que, así como el pelinegro, también se había preparado mentalmente para un ataque de esa índole; había pasado semanas quizá, reforzando la coraza de indiferencia por donde resbalaban las palabras del individuo.
― Qué considerado de su parte preocuparse por nuestra herencia, señor Jeong...
Se mofó del hombre al llevarse una mano al pecho; como si de verdad esas palabras hubiesen movido alguna fibra de su corazón.
Ante su actuación el hombre frunció el ceño y, a punto de perder los estribos se acercó nuevamente hasta sí, sin embargo, detuvo cualquier grosería que pudiera conferirle al susurrarle la verdad más amarga para este.
― Pero... soy yo quien se coge a su hijo. En todo caso... quien no me puede dar hijos es él.
Susurró a oídos del hombre justo antes de irse con una auténtica sonrisa mientras terminaba de planchar con las manos las nuevas arrugas en su camisa, dejando al hombre en medio de su repulsiva rabieta.
Con la sangre hirviendo apresuró el paso hasta llegar a su lugar sin mirar hacia atrás; sólo volvió a ver al iracundo padre de Yunho cuando este tomó asiento en su silla junto a su abogado. Por suerte sus padres tampoco no hicieron comentario alguno sobre su momento de ausencia.
En los minutos que duró la reanudación intentó aplacar el descontento que le produjo el intercambio de palabras con el padre de Yunho; tan centrado estaba en ello que se perdió el momento cuando el padre de Yoora fue llamado al estrado para contar su versión de la historia. Sin embargo, alcanzó a oír parte de lo que ya conocía.
Todavía estando bajo los efectos del coraje, con un pie punteando incesante contra el piso, el juez hizo una petición para que se revisaran algunos documentos que el abogado del señor Jeong facilitó, mas, lo único que quería a esas alturas era ver la otra cara de la tostada, acabar con esa mierda de juicio e ir a su refugio.
― Invitamos a la señora Jeong a unirse al estrado para dar testimonio del cargo por agresión familiar.
Aquel llamado fue, cuando mucho, lo que más le causó escalofríos en ese día. Volviendo en sí, permitió que su mirada se enfocase en la señora Jeong que de un momento a otro se apartó de su lado para caminar a paso firme hasta el estrado. Tras juramentarse, la mujer empezó a responder las preguntas del fiscal, cuestiones delicadas que en la voz temblorosa de la mujer se sentían como puñaladas al corazón...
«Acaban de regresar de la casa de la tía de Yunho, recién se había quitado el abrigo y los zapatos en la entrada y ya su novio estaba vagando sin rumbo por el apartamento con el celular en la mano escribiendo quien sabe qué; a juzgar por su expresión este aparentaba ser un alma en pena.
Tomó aire y contó hasta tres antes de ir hasta el mayor, quitándole el dispositivo de las manos y así dejarlo sobre la mesa frente al sofá.
― Vamos a bañarnos.
Sentenció dedicándole una mirada imperturbable al mayor antes de llevarle consigo; deseando cuando antes lavarse aquella carga del cuerpo.
Una vez en el baño, Yunho se dejó desvestir por la gentileza de sus manos cual muñeco sin vida, con la mirada distante y el cuerpo flojo, sin energía; algo a lo que, en contra de su voluntad, empezaba a acostumbrarse.
A diferencia de otros días, no se inmutó al silencio del pelinegro, al contrario, cuando terminó con la ropa ajena, continuó desvistiéndose bajo la mirada de este, descartando las prendas sin cuidado en el suelo, pasando las gafas sobre el lavabo. Fue cuando estuvo desnudo que finalmente lo sintió acercarse; aquella tibieza contra su espalda y esos brazos reconfortantes cerrándose en su plano abdomen.
― Estoy cansado, Mingi...
Murmuró el pelinegro contra su espalda, teniendo la frente apoyada en su nuca.
Sin emitir respuesta alguna, se soltó del agarre de su novio con el propósito de guiarle hasta la ducha. Al correr las cortinas y abrir el agua, buscó a tientas la temperatura exacta; sólo entonces se dejó apresar mientras el agua lavaba las penas de ambos. Con sus manos buscó las ajenas y se movió un poco para encarar de costado al mayor, quien le contempló por largos segundos en penoso silencio.
Allí viendo como el salpicaba el rostro del pelinegro, el cómo los mechones azabaches se adherían a su frente cubriendo parte de sus preciosos orbes terminó de sucumbir a la voluntad de este hasta darse la vuelta para así abrazarle por el cuello aún bajo el torrente de agua tibia.
― Sólo tenemos que aguantar un poco más, mi amor...
Suspiró contra los labios del pelinegro, todavía sin besarlos apropiadamente.
Estático, Yunho se negó a soltarse, siquiera moverse para acortar la escasa distancia entre sus bocas, limitándose a observarlo entre sus cortas pestañas con esa expresión tristona que deseó arrancar a fuerza de besos que sembró cual semillas por cada recoveco de sus húmedas facciones. En ese instante evidenció que el agua que caía sobre esos mofletes procedía de otra fuente, aunque por su salud, prefirió obvio aquel detalle.
― Te prometo que todo terminará más rápido de lo que piensas y estaremos bien, sobre todo tu madre... nada de eso volverá a afectarnos.
Habló dolorido en medio de su propio letargo, presionando uno que otro beso contra la piel del mayor.
― No tendrás que escucharla de nuevo decir esas cosas, no tienes que temer. No queda más que esperar... tú mismo lo dijiste, Yuyu... no llores más.
Pidió antes de quebrarse en llanto delante del pelinegro.
Ese día había sido una tragedia para todos en medio del ensayo para hacer hablar a la señora sobre las cosas que había vivido estando entre las garras de su esposo, sin embargo, la peor carga se la habían llevado ellos al oír las desgarradoras confesiones.
Evidenciar el dolor que amedrentaba la voz de la madre de su amor fue de las cosas más intensas que había hecho en su vida. Era inhumano, imaginar el que tales atrocidades pudieran ser practicadas en un hogar, sin embargo, aquello era parte de la historia y no de cualquiera, sino la de su familia, porque esa mujer también era parte de él, de su vida... aunque quisiera borrar ese capítulo, el pasado ya estaba escrito y ni la tinta de Dios podía revertirlo.
Pese a su malestar interno, no imaginaba siquiera el calvario por el cual estaría pasando su adorado pelinegro. Lo que sí, es que sabía por lo que el otro le estaba rogando en esas palabras, pero no estaba en su poder dárselo; ya había agotado sus reservas y estaba en su límite. De ser su decisión, hubiese hurtado una varita mágica para librar de la madre del pelinegro de todo mal y dolencia, pero qué más podía hacer como simple mortal.
Mientras imploraba a los cielos por más fuerza, las temblorosas palmas con las que enmarcaba el rostro de su pareja fueron cubiertas por suaves manos y así, sin siquiera retirar el velo de sus ojos un beso fue plantado en sus húmedos labios. Una caricia que, prontamente, cristalizó la insuficiencia de ambos por un poco acalorada pasión, todavía, lejos de sentirse excitados, los dos hicieron para con ese empuje catapultar el estrés de aquel nefasto presente.
Dejó entonces que sus preocupaciones se diluyeran en los mojados labios de Yunho, que las molestias se abreviasen a su mínima expresión en sus caricias hasta desvanecerse en la nube de vapor que envolvía sus humanidades enlazadas. Así fue moviendo sus labios contra los ajenos, acariciando estos con su lengua entre suspiros robados y más mimos que, con una desmedida y amorosa entrega fue presionando justo antes de quedarse sin aire.
― Te amo, Mingi... gracias por quedarte a mi lado...
Aquel afectuoso recordatorio en compañía de ese solícito agradecimiento fue escoltado por una caricia en su espalda baja y un beso que el pelinegro plantó justo en la comisura de su boca, haciendo que esta se estrechara en una vaga sonrisa.
Aunque agotador y, sin importar el qué adjunto a su relación, entraba deleite en cada momento junto a Yunho. No había circunstancia que no pudieran resolver con tal de poner el ambiente a favor de ellos, sencillamente, el amor les sobrepasaba y los llevaba a entender cuestiones que cualquier otro jamás imaginaría.
Tras unos segundos, escuchando el sonido del agua caer contra su piel, sintiéndose más tranquilo, no dudó en responder verbalmente al mayor, repitiendo esas palabras contra el cuello y hombros desnudos de este mientras ambos seguían sosteniéndose, recordándose que sin importar cuán ardua fuese la batalla, podían recargarse en el otro y perseverar hasta alcanzar la meta.»
Aquel recuerdo le sirvió de consuelo mientras revivía a través de las palabras de la señora Jeong el tumulto de injusticias y desgracias que la mujer había vivido en ausencia de su hijo.
Las vivencias de la dama parecían más el guion de una película de terror que cualquier otra cosa, anécdotas que nadie deseaba escuchar más de una vez, pero que tanto Yunho como él habían tenido que escuchar repetidas veces para cerciorarse de que todo fuese acorde al plan.
La cuestión, aunque delicada, era precisa para ganar terreno en el caso, porque las controversias y cargos delictivos por fraude siempre podían negociarse, sin embargo, el abuso y la violencia domestica siempre eran castigados... y quién iba a refutar lo que una señora de edad avanzada decía. Si Dios estaba del lado de ellos, los minutos de libertad del señor Jeong estaban por agotarse.
Largó un suspiro y dejó entrar la calma a su templo, para después soltar los puños justo cuando la madre de Yunho terminó exitosamente con el interrogatorio; el abogado del pelinegro lucía satisfecho por los hechos, mas no podía decir lo mismo de su contraparte.
Tras aquello, la corte pareció entrar en una especie de debate que, para su infortunio, elevó la tensión en la sala. En momentos como ese, sólo pensaba en lo agradecido que estaba por no tener que pasar al estrado; Yunho había sido muy claro con el padre de Yoora al decirle que no quería incluirlo en el caso.
Si bien en un momento lo pensó imprudente y despectivo, su novio rápidamente le hizo ver que aceptar esa sentencia no era un acto de cobardía, sino otra jugada para no dar a su padre la oportunidad de acabar con sus planes. Algo sumamente astuto tomando en cuenta el numerito que montó el hombre afuera de la sala. Ahora le era axiomático que el padre de Yunho le veía como el señuelo perfecto, pero no se daría el gusto de ser tratado como tal.
Luego de unos largos minutos, teniendo de regreso a una estremecida señora Jeong a su lado, siguió consolando a su suegra en silencio, mientras el jurado continuaba repasando la evidencia antes de acordar el veredicto.
La sala entonces se vestía con la frivolidad y la sólida tensión del ambiente; el que fuese invierno tampoco ayudaba, los pocos rayos del sol que se colaban entre las espesas nubes no alcanzaban siquiera a iluminar la ensombrecida sala. Aparte del pésimo entorno, lo único que se escuchaba era el cuchicheo del jurado y las conversaciones entre abogados y representados.
En ese momento no le sorprendió entrar en desesperación, todavía, intentó distraerse al buscar al padre de Yoora, quien parecía bastante compuesto pese a las circunstancias. En cuanto a sus padres, no podía decir lo mismo, ambos estaban tan nerviosos como la madre del pelinegro, pero ello no era mayor problema en tanto terminasen (de una vez por todas ese) infierno.
En medio de su reflexión, sintió a todos los presentes sembrar su atención de vuelta en el estrado; justo al momento que giró su cabeza uno de los jurados se puso de pie para cantar el veredicto.
― En correspondencia a la constitución de Corea del Sur, se halla al acusado... Jeong Seunghyun, culpable por los cargos de fraude, tráfico de influencias, falsificación, abuso y violencia doméstica.
Sentenció el hombre de cuarenta y tantos antes de volver a lugar.
«Sublime.» pensó al oír la palabra culpable en boca de una de las autoridades, porque esa era la palabra, el adjetivo más dulce con el que jamás pensó deleitar a sus oídos. Sin embargo, era complicado, describir el bálsamo que supuso esa convicción, el ardor que le recorrió el cuerpo cuando supo que, tras meses de martirio, finalmente, todo se resumía a una simple palabra, pero no iba a ahondar en la inmensidad de su sentir cuando siquiera podía contener los chillidos que deseaba soltar; las ganas que estaba embotellando para no salir corriendo a besar y abrazar al pelinegro.
Perplejo ante la dicha al igual que el resto, entonces, la tensión del gélido ambiente pareció ser absorbida por sólo uno de los presentes: el acusado del día, el señor Jeong, quien veía al estrado con un semblante inenarrable; no se sabía si estaba por largarse a llorar o de lanzar improperios, lo que sí, es que en su memoria quedaría inmortalizada la imagen de aquel infame cuando este dedicó una última mirada a su hijo antes de bajar la cabeza y escuchar su sentencia.
― Por los cargos mencionados, se sentencia al señor Jeong Seunghyun a cumplir diez años de prisión. El resto de los cargos serán reevaluados en un segundo juicio para indagar en la presunta inocencia del acusado en conjunto con la de sus coautores. Se levanta la sesión.
Concluyó el juez alzando el martillo con la diestra antes de hacerlo sonar para la audiencia.
Lo que siguió después pasó tan rápido que ni supo cómo acabó en brazos del pelinegro, sollozando de alegría mientras este le repetía «Ya está, mi amor. Somos libres, te lo dije... cumplí mi promesa, Gigi.» entre besos que fueron tomando camino por su mentón hasta acabar en sus trémulos labios; aquellos belfos cayeron sobre sí como su versión personalizada del más radiante confeti.
Ofuscado por la inmensidad de su sentir fue incapaz de modular palabra alguna, sin embargo, no se contuvo al corresponder los eufóricos mimos de su amado con sonrisas tan (o más) grandes que las del mayor. Todavía, aunque quisiera acaparar la atención de Yunho, dejó que este fuese a compartir la gloria con su madre, a quien alzó en brazos mientras le repetía palabras similares a las que le había dedicado.
Luego de eso, siguieron sus padres, a quienes también abrazó mientras estos musitaban alguna que otra oración que alentó el alboroto en su corazón. Tras el efusivo embrace de parte de sus viejos, con los sentimientos alebrestados, entre la bruma espesa de sus gafas, tuvo la dicha de presenciar el desfile que tuvo que hacer el padre de Yunho, vistiendo las cadenas que negaban su libertad y reafirmaban la sentencia que, a su vez, marcaba el precedente más codiciado.
Pensó que hubiese dado lo que fuera para grabarlo, para inmortalizar aquella caminata, pero no podía quejarse... con haber visto en vida su sueño desdibujarse en la realidad le bastaba. Más sabiendo que su perlada sonrisa fue lo último que vio ese hombre antes de perderse tras las puertas y las espaldas de sus escoltas.
Como era de esperarse, más temprano que tarde las autoridades les pidieron el desalojo de la sala, mas ello no fue suficiente para restar la energía en sus cuerpos; seguían tan contentos que era difícil disimular las sonrisas. Justo después de salir, tuvo que esperar de nuevo para hablar con el abogado y el señor Kim a quienes no dudó en mostrar su agradecimiento y respeto con una merecida reverencia.
― ¡Increíble muchacho, esta es la mejor audiencia en la que he estado!, Yunho hizo un trabajo excepcional.
Afirmó el padre de Yoora tras darle un apretón en el hombro.
A pocos metros la mencionada se aferraba al pelinegro, quien se había agachado para quedar a su altura y así permitir que la castaña vertiera todo su afecto en él. Jamás pensó ver a Yoora deshacerse en un llanto tan potente, le sorprendía la manera como esta hablaba a su novio y lo sostenía con aquel afecto; estaba verdaderamente enternecido por la escena, y sólo agradecía que esas lágrimas de la muchacha fuesen de alegría.
― Fue todo un acontecimiento... pero no lo hubiésemos hecho sin usted, señor Kim. Gracias por prestarnos toda esa ayuda.
Expresó con brío y una sonrisa en sus labios.
― Nada que agradecer, muchacho, ¡ustedes me hicieron un favor a mí!, además... Siempre estoy encantado de ayudar siempre que sea en nombre del bien... ya después deberían ir a la casa con sus padres para festejar a lo grande.
Comentó el señor Kim, luciendo complacido.
Asintió sin más, haciendo otra reverencia al señor antes de que este llamase a su hija para ambos retirarse; tal parecía que la familia tenía otros compromisos que atender, pero esto no detuvo a Yoora de volver a estrangular a su novio en otro abrazo antes de marcharse entre brincos con su progenitor.
Riéndose por lo bajo, entonces cayó en cuenta de la conmoción que se suscitaba dentro del palacio de justicia. Todo lo que se oían eran alegorías al triunfo de su novio, palabras de admiración por ser este quien pudo derrocar a uno de los más fornidos mafiosos encubiertos de la región, detalle que le hinchó el pecho de orgullo, porque ese pelinegro al cual congratulaban personas que ni siquiera conocía... era suyo, su novio, su Yunho.
Se mordió los labios por aquel pensamiento y resolvió ir en busca del susodicho, encontrándole al otro lado del pasillo, hablando animado con su abogado a quien despidió cordialmente antes de su llegada.
― ¿Me regalarías un segundo de tu tiempo antes de que te conviertas en una eminencia en Corea?
Preguntó tras tocar el hombro de Yunho. Acto seguido, el susodicho se giró portando la sonrisa más encantadora que le había visto en meses.
Guardando sus palabras, el pelinegro se dio a la tarea de abrazarse a su cintura, postrando luego un beso en una de sus mejillas.
― Para ti siempre tendré tiempo, mi vida.
Comentó un enternecido Yunho.
Aunque hubiera tratado, falló al intentar ocultar lo que esas palabras le hicieron sentir, sin embargo, no le molestó en lo absoluto saberse débil ante los encantos de su amor.
― Hm, bueno saberlo... que no tendré que andar compartiéndote con nadie, porque ahora que esta pesadilla se acabó espero que tomes un descanso del trabajo y te quedes conmigo en la cama para celebrar.
Murmuró sólo para que el mayor escuchase.
En un segundo se vio prendado a la inmensidad de los pardos ojos de su amado, que amenazaban con volverse lunas en cuarto creciente a razón de su alegría; aquellas ventanitas se veían empañadas con la misma fortaleza que en su corazón sentía. Abrumado, bajó la mirada, mas, Yunho le tomó del mentón para guiarle de nuevo al punto de partida antes de obsequiarle en un beso su profundo afecto.
Estando así, con las manos llenas de amoroso azabache y los belfos contra el sonriente corazón que arrancaba suspiros de su boca, se creyó indestructible... capaz de soportar todas las plagas de Egipto y retornar a su hogar invicto. Capaz de surcar el universo en busca de estrellas para prendarlas en sus ojos a juego con los de su amado. Capaz... de amar incluso más a ese hombre cuyo núcleo latía a la par del suyo, a quien le dedicaba un meloso «Te amo.» mientras otra lágrima corría hasta ungirse en sus labios.
Yunho, a quien hubiera entregado más de su tiempo, de su fuerza, de su convicción, de su amor... todo, si esa hubiese sido su petición.
Los pocos espectadores que presenciaron el momento no escatimaron en sonrisas y los dejaron quererse allí a la entrada del edificio donde la helada ventisca de invierno se traducía en la excusa para seguir juntos y la forma perfecta para dejar en el pasado los contratiempos que hasta hacía horas continuaban ligados a ellos.
― Oye, Gigi... sé que estarás cansado de escuchar esto, pero te prometo que de ahora en adelante seremos felices y-...
Habló un airoso pelinegro a pesar de titubear por el frío, prendado a su rostro mientras intentaba calentar sus manos entre las suyas.
― Pero si antes ya era feliz contigo, Yuyu.
Cortó al pelinegro en medio de lo que pudo haber sido una romántica dedicatoria.
― Pero ahora serás más feliz, te lo prometo... no te faltará nada, me aseguraré de eso.
Concluyó Yunho al obsequiarle otra sonrisa, una que bajó sus defensas y le hizo reír embobado.
― Te salió un verso sin esfuerzo... qué habré hecho yo para merecerme un hombre tan perfecto.
Suspiró inmerso en su papel novelesco, haciendo reír al mayor con su agraciada elocuencia.
Obviando las cursilerías, las palabras de Yunho hicieron eco en sus adentros causando una conmoción en su núcleo que no paró de correr veloz contrario al tiempo que, parsimonioso, les acariciaba para que disfrutasen de la cercanía y la intimidad de su gloria. Incluso cuando tuvieron que separarse para caminar de regreso al auto en compañía de sus padres, siguió a merced de aquel edulcorado letargo.
Ya en el auto, sentado junto a su amor con la cabeza recostada en su hombro, se dedicó a pensar en nada mientras disfrutaba la alegre melodía que provenía del pecho de Yunho acompañando las risas de sus padres; un arrullo que fue incitándole a dormitar en la seguridad de los brazos que tras caer rendido por el cansancio le llevaron sin protestas a la cama.
― Hm... N-no, quédate...
Murmuró aún con los ojos cerrados al percibir la distancia que le separaba del mayor. El susodicho entonces se detuvo bajo el umbral de la puerta y regresó a su lado para acurrucarse.
― Cuándo dejaré de malcriarte...
Soltó Yunho en un falso lamento. Acto seguido, peinó el flequillo de su frente y posó un beso en esta, arrancándole otra sonrisa.
― Hm, posiblemente cuando me dejes... es decir, nunca.
Canturreó, contagiando aquel gran esbozo a su amor.
― Tu mamá y la mía están quejándose porque no tenemos nada en la nevera, pero ellas insisten en cocinar aquí.
Murmuró un adormilado Yunho, presionando esas palabras en su frente aún descubierta.
― Son madres, Yuyu... ellas saben arreglárselas.
Comentó sin abrir los ojos, arrimándose al pelinegro en busca de calor que no se le negó.
Un suspiro, esa fue la respuesta de su amor, quien buscó de una de sus piernas para arropar sus caderas y así encajar de forma perfecta, acurrucados para regocijarse en un pequeño descanso, pese a la restrictiva vestimenta.
Tan sonriente como estaba, en ese preciso instante que oía el alboroto de sus padres en la sala y la cocina del apartamento, sintió, por primera vez en meses, que la serenidad que apreciaba en ese lugar sería perpetua. Así como Yunho le prometió en tantas noches de lágrimas derramadas a escondidas en la almohada, así como Yunho le prometió en cada regreso, en cada gesto... por fin estaba hecho, por fin podía disfrutar su vida con su adorado pelinegro.
˚
Cualquiera que hubiese escuchado su historia pudiera llegar a pensar que tras aquel triunfo Yunho y él se habrían convertido, con el pasar de los meses, en el furor del momento; el epítome de la heroicidad social, un ejemplo para las personas contemporáneas a ellos, pero el asunto únicamente concernía a sus allegados.
A pesar de la inmensa hazaña acometida, a ninguno le molestó en lo absoluto haber pasado por debajo de la mesa ante la luz pública. Qué más daba si la cara de Yunho no hubiese salido en tablones de noticias, si ambos no estuvieran esperando por cobrar una fortuna, por encarcelar al resto de los enjuiciados... suficiente tenía con saber que el trabajo estaba hecho y que continuarían impunes a las secuelas de aquel acontecimiento.
Ciertamente, decir que su vida dio un giro drástico era una vil mentira, sin embargo, no necesitaba apreciar un cambio significativo para ser feliz junto a Yunho. Ni siquiera cuando el pelinegro volvió a sumirse en sus labores (sudando hasta el alma y quemando sus fusiles en el trabajo) no creó mayor escándalo, pues esa era la realidad que desde hacía casi un año deseaba embrazar y no dejar ir nunca más.
Los problemas menores, como: recordar a su novio tomar suficiente agua durante las jornadas, llamarlo en sus descansos para saber si había comido, que este le acompañase a hacer las compras u otras diligencias los fines de semana, en fin... cualquier acto cotidiano que conllevara a un pequeño desacuerdo de pareja, eso... eran esas las dificultades que alguna vez lloró y quejó hasta el cansancio las que ahora en más dispensaban un sentimiento de llenura a su persona.
― Cuarto para las nueve... ya debe estar por llegar.
Murmuró en voz alta tras citar la hora que rezaba la pantalla de su nuevo teléfono antes de volver su atención a burbujeante olla delante de él.
Faltaba poco para que el pelinegro regresara del trabajo y quería impresionarlo con un plato de comida caliente que no viniera de algún restaurante cercano. Aunque sus habilidades culinarias siguieran en la merma, estaba confiado en la cocina haciendo uno de los platillos que le habían enseñado la madre del pelinegro tras su reconciliación.
― Bien... ya tengo todo en la olla, creo que-... ¡oh, cierto, la carne!
Exclamó tras revisar el mesón, encontrando el plato con los trozos de carne de cerdo que debía añadir al estofado.
Sonrió una vez revolvió todo en la olla y la cubrió con una tapa para dejar que el fuego de la hornilla hiciera su magia; con suerte los trucos que la señora Jeong le cedió bastarían para complacer el paladar de su amor.
Sin nada más pendiente, resolvió recoger los utensilios dispersos sobre la cocina mientras tarareaba una tonada romántica de esas que Yunho le cantaba.
No podía recordar siquiera desde cuándo entró en modo "esposa perfecta", pero aquello distaba de afectar su hombría. Sus amigos bien podían burlarse por verlo actuar una dinámica semejante a la de Seonghwa y Hongjoong, todavía, no se inmutaba a las bromas de sus amigos (que en más de una ocasión acaban en chistes con doble sentido), porque en el fondo aceptaba el gusto particular que encontraba en atender a Yunho.
Era feliz cuando podía recibir al pelinegro con la casa ordenada y ambos resumían el tiempo adicional en ponerse al día, conversar las anécdotas del trabajo, hablar sobre futuros planes, reuniones con la familia, acordar encuentros, pagar las cuentas, o bien, tener buen sexo (un acto indispensable que gracias al supremo autor tenía en abundancia). Cualquiera fuese la actividad que pudieran realizar, una vez terminados, los quehaceres suplían un sentimiento de alegría y bienestar para ambos.
Tampoco es como si hubiese renunciado a su libertad por convertirse en un esclavo del hogar, Yunho con todo y trabajo, la mayor parte del tiempo seguía encargado del área de la cocina, la limpieza era repartida y se trataba de finanzas, ambos se las arreglaban.
Claro que, el haber dejado su trabajo en el café les pegó en el bolsillo, pero Yunho lo había apoyado en su despedida a los días de baristas para ir tras sus sueños de trabajar en una editorial. Mientras tanto, el dinero que el pelinegro ganaba era suficiente para sustentarlos, eso sin mencionar las ganancias mensuales que percibían por la renta del viejo apartamento.
En definitiva, esa nueva vida, pero humilde vida que tenían se le antojaba una bendición, únicamente por el hecho de ser quienes eran en la sociedad que pocas veces daba oportunidades a jóvenes como ellos; el fracaso podría haber tocado a sus puertas, pese a sus intentos por sobresalir, todavía, estaban allí más fuertes, más vivaces, más ansiosos que nunca de vivir las maravillas de la simplicidad.
Desprovistos de preocupaciones hasta el tedio de los días parecía una antigua leyenda. Ya no hacía más que pensar en que los asuntos convencionales eran una divinidad para sus días, sobre todo por el tiempo de sobra que tenía para cuadrar todo en función del horario del mayor.
Tal vez siguiera proyectando una imagen secundaria en la relación, todavía, sabía reconocer todo el protagonismo que destinaba Yunho a su persona al conversar y tomar decisiones juntos. Los meses, días, horas, minutos y segundos de exclusión habían desertado los confines de su finito universo; la reciprocidad era el único método que sabían aplicar.
Era tan claro como el cristal que la dinámica entre ellos lo único que hizo fue mejorar, pero aquel resultado era predecible, pues, qué otra cosa iba a resultar de la perseverancia, inclusive el nivel de dedicación, la constancia y amor que se tenían los dos... podían pasar mil años y ellos continuarían bajo las alas de esa asidua fruición.
Soltó una tenue espiración al pasar de largo en la sala, recogiendo la taza que había dejado unas horas antes sobre la mesa, acto seguido, caminó de regreso a la cocina para llevarla al fregadero y empezar a lavar los trastes tras colocarse los guantes de goma.
Quizá las diferencias no fueran tan grandes como las imaginó en medio de algún delirio, sin embargo, podía dar fe en el hecho de que, una vez serenado, el panorama había esclarecido en aquel futuro exitoso que el pelinegro había predicho.
Yunho, aunque ocupado, vivía libre de pesares, siempre con una sonrisa auténtica bordeando sus acorazonados labios; aquel rostro sonriente que recordaba haber sido la causa principal de su enamoramiento en bachillerato, había retornado con más fuerzas. Congraciando con el júbilo que exudaba su pareja, la forma como respondía su cuerpo y alma eran, si acaso no similares, pero indudablemente recíprocas. Esa vida, lo que tenían y compartían... la apreciaba como a una decorosa recompensa.
Sonrió satisfecho al terminar de enjuagar el último plato. Tras ponerlo a secar, revisó la olla en la hornilla y rectificó el punto de sal de la preparación antes de volver su atención a las notificaciones de su teléfono; ninguna era del pelinegro.
― Quizá deba llamarlo para saber si debo poner a calentar lo-...
Murmuró mientras deslizaba sus dedos por la pantalla en busca del contacto.
No obstante, antes de siquiera empezar a escribir, el sonido de la puerta despertó su atención. Con interés, estiró el cuello y vio emerger a Yunho del pasillo, quien venía con su morral a cuestas y una bolsa con lo que parecían ser snacks en su mano derecha.
― ¡Yah, justo estaba por llamarte!
Exclamó, dejando el teléfono a un lado con tal de ir al encuentro con su amor.
En segundos, el susodicho le envolvió en un efusivo abrazo de bienvenida que estuvo acompañado con tiernos besos.
― Hm... buenas noches, mi amorcito lindo... ¿cómo estuvo tu día, hace mucho que llegaste?
Curioseó el pelinegro tras dejar un par de besos en las comisuras de sus labios.
Disfrutando del dulzor de aquel momento, se limitó a sonreír mientras se mecía con sutileza en la entrada del apartamento; en aquel vaivén espontáneo percibió las caricias que una mano dejaba a los costados de su cuerpo, haciéndolo suspirar.
― Buenas noches, Yuyu. Mi día estuvo bien, llegué hace como dos horas y...
Musitó un tanto ido mientras olisqueaba el cuello del pelinegro, embriagándose con su aroma y ese tinte de colonia.
― Y... preparé la cena, así que anda a lavarte las manos que de seguro ya está listo.
Tras una risueña pausa, soltó aquella orden en un tono juguetón para luego propinarle una nalgada al mayor.
Sin decir nada más, se apartó de este antes que pudiera reaccionar, tomando de su mano la bolsa que llevaba para llevarla consigo entre risas a la cocina. Yunho, pese a querer seguirle el juego, teniendo el estómago vacío resolvió atender al mandado, dejando su mochila y sus zapatos a un lado antes de perderse en el pasillo; a los pocos minutos regresó junto al menor con las manos y el rostro impecables.
― ¿Y con qué me deleitarás en esta ocasión?
Cuestionó el pelinegro con interés al echar un vistazo a la olla, ganándose una reprimenda de su parte.
― Ah tú ves... es una sorpresa, así que deja de andar chismoseando y anda a poner las cosas en la mesa.
Sentenció al apuntarle con una chuchara.
A los efectos de su dictamen, el pelinegro soltó una alegre carcajada y se retiró con los platos que le fueron indicados a la mesa de la sala; segundos más tarde se acercó con la olla y regresó a la cocina con la verdadera sorpresa de esa noche.
― ¡Ta-dah!
Pronunció al dejar uno de los platillos preferidos de su novio sobre la mesa; los ojos de este casi se salen de sus órbitas cuando divisaron sus panqueques preferidos, dejando en el olvido el estofado.
― ¡Yah!, ¿me hiciste hotteok para cenar?
Cuestionó un entusiasmado Yunho al tiempo que se acomodaba para darle un espacio en el suelo.
― Los hice con ayuda de tu mamá, pero sí.
Comentó orgulloso antes de empezar a servir del humeante estofado en el plato de su novio.
― Verga... no, pero... es que tú eres lo mejor que me pasó en la vida, mi amor.
Afirmó el mayor al presionar un sonoro beso de agradecimiento en una de sus mejillas tras recibir su plato.
A razón del sonrojo que subió a su rostro guardó silencio y simplemente se dedicó a apreciar el contento en su novio mientras ambos arrancaban a comer; finalmente, le había agarrado la vuelta al asunto de la sazón.
Complacido con el resultado de su esfuerzo, continuó tomando bocados pausados de su porción; de vez en cuando los compartía con el pelinegro, quien no paró de elogiar sus platillos aún teniendo la boca llena.
― ¿Y hoy te tocó estar en planta?
Preguntó con una sonrisa antes de llevarse los palillos a la boca.
Yunho entonces terminó de masticar y se dispuso a llenar otra vez su cuenco con arroz.
― No, hoy sólo estuve haciendo trabajo de oficina. Ya mañana creo que me toca porque tengo que hablar con el pajuo de supervisión ambiental.
Explicó el mayor tras coger nuevamente sus palillos.
― ¿Y tú?... ¿te llamaron de este lugar donde llevaste tu currículo?
Inquirió este tras ofrecerle un bocado de carne con sus palillos, el cual recibió gustoso.
― Sí lo hicieron, pero me dijeron que en este momento no podían darme el cargo.
Comentó con simpleza tras terminar de tragar el bocado.
Habiendo saciado su apetito, dejó el plato sobre la mesa y se reclinó de espaldas al sofá mientras seguía viendo a su novio disfrutar de uno de los panqueques.
― Bueno... sé que te lo dije antes, pero eso es pérdida de ellos, de todas formas, aplicaste a otros lugares mejores que no te han contactado.
Apuntó el pelinegro con actitud positiva.
Le dio la razón al asentir y sin agregar nada, se inclinó para darle un beso en los labios, riendo al pillar al mayor desprevenido.
― Sabes... me gustaría ir al parque... o a la playa el fin de semana, ¿crees que puedas?
Murmuró con cierto de ensoñación en su voz.
Finalmente, el invierno se dejaba ante la calidez de los días de su segunda estación favorita. Afuera las calles renacían entre el frío y amansaban aquel verde que deseaba compartir con su novio en una primorosa caminata; hacía tiempo no salían sólo con el pretexto de respirar aire fresco.
― Para ti siempre tendré tiempo, Gigi.
Respondió Yunho tras dejar los palillos sobre su cuenco vacío.
Tal parecía que no quedarían sobras para el desayuno, pero ello no podría importarle menos, no cuando su adorado pelinegro le atajó entre sus brazos para besar los pompones que de alguna manera florecieron en su rostro.
— Podríamos ir también por un helado y luego ir a ladillar a San. Sé que anda en finales con Woo, pero les vendría bien un respiro... créeme, sé de lo que hablo.
Murmuró un sonriente Yunho haciendo énfasis al final de su oración, sacándole una carcajada.
Mientras hacían la sobremesa la plática continuó sin novedades, fluyendo como la corriente de un río que más tarde desembocó junto a ellos en el fregadero. Allí, se dedicó a la rutina de todas las noches: secar los platos que Yunho terminaba de fregar para luego ordenarlos en la despensa. Al finalizar decidió limpiar el mesón aprovechando las ganas y el tiempo, sin embargo, tan pronto se dispuso a realizar su labor, unos brazos envolvieron su cintura frenando cualquier acción.
― ¿Por qué mejor no dejas eso y me acompañas a la ducha?...
Propuso el mayor en un susurro a sus espaldas.
― ¿Y quién va a limpiar esto?
Contraatacó, escondiendo una pequeña sonrisa.
― Lo hago yo por la mañana.
Prometió el pelinegro tras dejar una húmeda caricia en su cuello, haciendo que un agradable escalofrío le recorriera el cuerpo.
― Hm... estás saladito, no te has bañado, ¿verdad?
Indagó un juguetón Yunho recibiendo como respuesta un golpe con el trapo que tenía en la mano. Pese al ataque, el aludido se mantuvo a su lugar, presionando una sonrisa contra su piel.
No hizo falta que el este lo convenciera de migrar a la regadera, tampoco que recurriera a la persuasión para terminar liado a un momento fogoso bajo el chorro de agua tibia que más tarde limpió todo rastro de sus juegos en sus cuerpos.
Para cuando reparó en su posición, ya se hallaba en pijama, acurrucado en la cama con los brazos entorno al cuello de Yunho, quien besaba sin prisa alguna sus labios. Todavía sentía el cabello húmedo de este entre sus dedos y la frescura que desprendía su piel, aquel aroma varonil que se distinguía del propio y exhortaba a sus sentidos al desmayo que prontamente llegó debido al cansancio acumulado de un día agitado.
Esa noche de luna llena hasta las estrellas sonreían al verlos por entre las cortinas, apreciando la acompasada respiración de ambos cual melodía que para el plano de su reciprocidad resultó en prosperidad, porque amantes como ellos eran limitados en el mundo; una rareza que debía inmortalizarse, aunque fuese en la bruma del viento primaveral para la posteridad.
Aunque ya frío no fuese un participante, Mingi se abrazó a Yunho, así como cualquier otra noche cuando, en las alas de la adolescencia, disfrutó de la calidez que desprendía su eterno amor... su alma gemela como decían algunos por ahí, porque sí, estaba de sobra conocerlos para saber que el de ojos pardos era la mitad perfecta de su ser. Tampoco había que ser un magistrado para atender el que aquel sentimiento compartido, pese a su crecimiento continuo, se mantenía tan fresco como desde aquella tarde de confesiones y besos.
Quizá en la primera etapa de su vida no imaginó acabar envuelto en esa amorosa relación, todavía, incluso en sueños se afianzaba con firmeza a su adorado pelinegro, agradeciendo el haber creído prudente unirse a este para andar en correspondencia para con el camino que ahora gustaba de sentir en la planta de sus pies, sin importar el cómo, el cuándo, el dónde y el porqué de las circunstancias; guijarros, baches, peñascos, hoyos, promontorios, desvíos... todo lo gozaba porque quien necesitaba de un transporte cuando se está orientado y es bien sabido el lugar del próximo atajo.
Y colorín colorado esta historia se ha-... ¿se la creyeron?, pues no, todavía hay tela por cortar, coser y bordar.
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Ah, es que ustedes juran que yo me voy a ir así como así, pues no. Falta el épilogo y bueno, ya veremos que sale... después.
Debo decir que tuve que desempolvar todos mis conocimientos legislativos y leerme un diccionario de términos judiciales para saber cómo hacer esta parte. No fue fácil, pero creo que lo manejé mejor de lo que pensé.
En otras noticias, ayer me llegó la notificación de que esta historia ganó el primer lugar en una de las categorías de los 80's Disco Awards. Honestamente, ni siquiera recordaba haberla inscrito, pero fue una grata sorpresa.
Bueno, no me queda nada más que decir, sólo que vayan preparándose para el verdadero final. Estoy trabajando en ello, mi meta es terminarlo antes de que se acabe el año, pero no creo subirlo para entonces, por eso les deseo por adelantado un feliz y prospero año nuevo 2022. También les mando un abrazo fuerte y... nos leemos en la próxima... ╭(♡・ㅂ・)و ̑̑
♥Ingenierodepeluche
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