Capítulo IV - Amor (y más amor)

Buenas tardes, mis soles. Contra todo pronóstico pude venir a actualizar y a entregarles su dotación de Yungi de esta semana. 

Finalmente llegamos al último capítulo de la historia y también el más complejo de todos; a medida que vayan leyendo descubrirán el por qué. Les tengo una sola advertencia respecto a este capítulo... les va a doler (lol). Mi beta reader sigue resentido por lo que pasa en este capítulo, pero como le dije a él... lo bueno se hace esperar y yo les prometo que esto tendrá un final feliz. Así que tengan la mente abierta y no me maten, vean que si lo hacen no podré seguir escribiendo. No tengo nada más que decir, así que... ¡disfruten la lectura!

.

.

.

Itrio-Hidrógeno + Magnesio (al 1.28 %)

Un sonido, un gesto. Da igual cuál de los dos vino primero, lo importante es reflexionar en base al siguiente contexto: emitimos sonidos y movemos el cuerpo a favor de transmitir cierta emoción o sentimiento.

De acuerdo con Google, el vocablo "lenguaje" hace referencia a la facultad que posee el ser humano para expresar sus pensamientos por medio de palabras. Las palabras a su vez crean frases u oraciones estructuradas bajo ciertos estándares estipulados que sólo los de nuestra especie podemos decodificar y comprender. Todavía, el lenguaje no se limita a perfeccionar el arte del habla; a pasar aire por la garganta con cierto timbre y carácter. Al contrario, el lenguaje es tan codicioso que intrínsecamente gobierna al cuerpo.

Lenguaje corporal fue la denominación que empleó un hombre cualquiera sentado a sus anchas en la butaca de un bar, mostrado una sonrisa socarrona a la mujer que pretendía seducir, pero que realmente tenía ganas de vomitar. Teniendo unos tragos encima y con tan escaza iluminación en ese lugar por supuesto que el sujeto iba a pensar que los amagos de la susodicha eran una invitación a pecar.

Al otro lado del mundo, un afable veterano empleó el término lenguaje de señas para explicar a una pareja lo que su hijo sublevado al mutismo, tendría que aprender para comunicarse con otros el resto de su vida. He allí el dilema, no importa cómo te refieras o de qué manera interpretes lo que un individuo te enseña, la finalidad del lenguaje es una, y solamente una: la comunicación.

Errar es de humanos y comunicarse también. Así como el bebé que llora al nacer para comunicar un sentimiento de desespero a su madre que lo recibe de brazos abiertos; lloramos por miedo y confusión porque todo lo que alguna vez nos ilustraron desaparece de un momento a otro. Desde ese primer momento que inyectamos aire en nuestros pulmones, que cerramos los ojos y nos recogemos por prevención, hasta en un último aliento pasar a usar nuestros párpados como dos velos negros; desde ese instante hasta el final de los tiempos aludimos a la comunicación.

Pero no es tan sencillo como parece. La mayoría persigue un mismo objetivo de vida, queriendo darse a conocer a través de lo que hace, de la manera como se expresa intentado convertir algo viejo e insulso en novedad. Pasamos años de nuestra vida intentando comunicar a otros lo que sentimos, y nos enojamos cuando no logramos nuestro cometido.

Algunas personas viven como libros abiertos a la espera de ser cautivados por los ojos del mejor intérprete, otros prefieren cerrarse y guardarse las verdades porque no reparan en la importancia que acontece el ser atendido con interés; marginados y reprimidos son los que se ocultan porque nunca nadie se tomó el tiempo para enseñarles una o dos cosas sobre el lenguaje.

Más allá de querer explicar lo desconocido, de hacer reír a un amigo, de contar al doctor cualquier pormenor, de constatar nuestra inocencia ante un jurado, de pedir ayuda a un docente, y pare de contar... el humano precisa del lenguaje para amar.

El amor es trasversal a todo lo que implica el lenguaje, pues es la única palabra, el único mensaje, el único gesto y sentimiento que puede dilucidarse sin importar el idioma o el lenguaje que emplees para articular u opinar en base a tus creencias y enseñanzas. El amor no discrimina a las personas por su raza, por su edad, siquiera está pendiente del nivel de madurez de un individuo; el amor es ciego y comprensivo porque así lo hicieron. Porque así viene instalado en nuestro sistema operativo.

Sin embargo, a veces el amor adopta una conducta intransigente, se vuelve medio avaro, como corrupto y egoísta. En estos casos las personas difieren que sea amor verdadero, pero por allá en el barrio cualquier anciano es capaz de decirte que –"Del odio al amor hay un paso."- A todas estas, no importa si creas en ello en o no, pero el amor es tan indispensable para las parejas como lo es la comunicación.

Nuestro querido Mingi hacía rato que guardaba ese trocito de sapiencia en su risueña cabeza, Aún así, para con la sociedad probablemente no era un genio, es decir, el muchacho era bilingüe a duras penas; no obstante, conocía al pie de la letra un lenguaje secreto. Hablamos de un idioma particular que no todos tienen la dicha de practicar, siquiera inventar, y este en cuestión, era una variante cuyo léxico sólo conocían dos.

Entre modismos y gesticulaciones, entre exclamaciones y perdones, entre amagos y gestos... él y Yunho eran uno con el lenguaje que precisaban tanto sus bocas como su elemental humanidad. Años les había tomado instruir al otro la complejidad que comprendía su manera de expresarse y, aunque aún siguieran asimilando la información impartida por el otro, podían jactarse al decir que nadie más sobre la faz de la tierra les conocía mejor.

Era cuestión de afianzarse a la curiosidad, de dejarse maravillar por la promesa de que el día de mañana así fuese por las buenas o por las malas, la vida les concedería una nueva oportunidad para ahondar en la enseñanza que sus jóvenes almas querían entregar al opuesto.

Entonces, sí. Mingi reconocería a Yunho aunque le vendaran los ojos y le taparan los oídos, le percibía como si de un sexto sentido se tratase y podía citarle en trazos como las líneas en la palma de su mano.

Si lo pensaba a profundidad, aquello era simplemente hermoso; amar a ese nivel, de ese tamaño y en tantos colores resultaba deleitoso. Pese a ello, mejor que lo anteriormente expuesto era el saberse correspondido, el ser entendido e interpretado con el mismo ímpetu que entregaba. Escuetamente no había palabra en ningún idioma común o lenguaje exclusivo para describir la magnificencia de aquel sentir.

Y confiando como la justicia, ciegamente a la providencia del destino, creyó que aquello jamás se acabaría, que él y Yunho seguirían comunicándose, entendiéndose, correspondiéndose e interpretándose hasta que el medio físico que les conformaba caducase y sus almas se persiguieran hasta un afable reencuentro en un nuevo plano; universo u otro mundo . Sí, él creyó y puso las manos al fuego por ello, pero Yunho... bueno, Yunho (como siempre) era otro cuento.

Comenzó un lunes por la tarde, o quizá fue el martes por la mañana... es decir, pudo haber sido el jueves a la hora del almuerzo, pero saben qué... es despreciable tal detalle. La verdad es que nuestro protagonista no podía constatar a ciencia cierta el momento en el que las cosas empezaron a ir mal; el instante en el que Yunho decidió cambiar.

Verán que Mingi se encontraba en una situación delicada, porque no sabía poner en palabras lo que le ocurría a su novio, siquiera tenía una manera de expresarlo. En todo caso el término plausible que concebía Mingi para describir a Yunho en esos últimos días era uno, una palabra de dos sílabas, corta y concisa: raro. Así es, Yunho estaba raro, estaba actuando muy raro.

Como si fuera poco (como si Mingi necesitase más preocupaciones para echarse al hombro), el agravante principal de todo el asunto es que en definitiva, no tenía ni pista de por qué su novio estaba actuando de esa forma para con él; porque sí, evidentemente el pelinegro sólo había cambiado la forma en la que lo trataba a él. Song Mingi, su amigo, su novio de años, su 'High School sweetheart' como escuchó decir alguien en una de esas películas románticas americanas.

Podía tirar puntas como un loco para tratar de adquirir un poco de contexto vinculado a las acciones del pelinegro, de hecho, ya lo había hecho, por eso ahora se apreciaba más exhausto y confundido que nunca. La cuestión es que no podía sacar argumento de dónde no lo había, aunque conociera a Yunho de años, no era adivino para saber todo lo que sus neuronas ideaban a sus espaldas, y probablemente no llegaría a vivir para conocer la verdad porque la parte más mala, lo más pésimo que traía a Mingi por el suelo es que Yunho no le quería hablar de ello.

-Espero poder hablar con él esta noche... quizá esta vez sí me diga algo...

Meditó mientras caminaba de regreso al apartamento. Era bastante tarde, no estaba acostumbrado a caminar solo de noche por las oscuras calles de Seúl; al menos no sin Yunho.

Dadas las circunstancias no quiso importunar al pelinegro, quien más temprano ese mismo día le comentó que a la tarde estaría ocupado arreglando ciertos contratiempos relativos a su trabajo de grado.

-Por lo menos ya está terminando con eso. Ya por fin se acabará esta tortura y podremos tener más tiempo para el otro.

Murmuró en voz baja para luego soltar una pesada exhalación. Cerró los ojos por un segundo al llevar ambas manos a los bolsillos de sus pantalones; hacía de bastante frío.

Quizá el estrés le estaba jugando una mala pasada, quizá era por eso que veía sombras en las esquinas, quizá por eso le parecía que Yunho estaba obviando información; en última instancia quien se comportaba de forma extraña era él.

Verídico era lo que indicaba, tenía altas probabilidades de estar en lo cierto, pues no sería la primera vez que su pensamiento le jugaba en contra haciendo que deliberara cosas erróneas. El que Yunho hubiese enmudecido no significaba que estuviese menos receptivo. Odiaba admitirlo, pero tenía que morderse la lengua porque omitiendo aquel problema, Yunho seguía tratándole como quien dice –"De los mil y un amores."-

Su novio realmente seguía siendo el mismo de siempre, sólo... quizá para la persona efusiva con la que estaba acostumbrado a tratar, el pelinegro estaba más callado de lo usual. Él no tenía por qué acudir a falsas acusaciones. No había razón para sentir que Yunho le estaba ocultando algo, ¿o sí?...

"Se terminó de bañar y se vistió con su pijama preferido, estaba fresquito como lechuga y olía mejor que nunca gracias al nuevo gel de ducha que se había comprado el fin de semana pasado; a su parecer el aroma era demasiado fuerte, pero si a Yunho le gustaba no había nada más que hacer. Estaba cien por ciento listo para acurrucarse con Yunho, tal como el dichoso pelinegro le había prometido.

-Yuyu. Ya me-... bañé. Hm...

Llamó al pelinegro al asomar la cabeza desde el pasillo hasta la habitación, más sonrisa que portaba en sus labios se esfumó dando paso a una genuina mueca de confusión al notar la ausencia del pelinegro. Enarcó una ceja al reparar en que la cama seguía hecha, eso quería decir que el fulano novio suyo ni siquiera habría pasado por ahí.

Chasqueó la lengua y se apartó del marco de la puerta para encaminar sus pasos hasta la sala, donde finalmente encontró al pelinegro tal como le había dejado antes de notificar que iría a bañarse; el mayor estaba tan absorto en lo que hacía en su teléfono que no advirtió su llegada. Se cruzó de brazos, recargándose de la pared a un costado de su cuerpo mientras esperaba a que el pelinegro tuviese la decencia de verle a la cara.

En otro momento quizá hubiese sonreído ante la tierna carita de concentración que ponía Yunho, pero estaba harto y el mayor le había prometido una sesión de cariñitos. Aunque, pensándolo bien... la situación se prestaba para jugar un rato.

Una mueca traviesa se posó en sus labios tras ensamblar su plan malévolo con el cual lograría vengarse de la falta de tacto y atención de su pareja. Entonces, con sigilo se movió desde su lugar, bordeando la habitación. Cuidaba de cada pisada que daba al tiempo que se aproximaba a su presa. Justo al momento que creyó estar lo suficientemente cerca para imponer su ataque, contó –"uno, dos... ¡tres!"- en su mente y brincó para abrazar al pelinegro, riendo al escuchar el grito que pegó el aludido del susto.

-¡Coño Mingi!... ¡qué te pasa, por qué me asustas así!

Exclamó el pelinegro luciendo más molesto que nada; el ceño fruncido de este denotaba el que su broma no le había hecho nada de gracia.

Sorprendido por la reacción del pelinegro, permaneció estático en su posición a un lado del mayor sin saber cómo disculparse; o si de verdad debía hacerlo. La verdad se sintió bastante herido.

A la salvedad de los hechos, Yunho pareció reparar en su actitud y en cuestión de segundos su semblante cambió al de siempre, más eso no bastó para resarcir el daño que le provocó su pronta renuencia.

-Y-yo... perdón, bebé. No quise-.... Me tomaste desprevenido y estaba muy concentrado. De verdad lo siento.

Al oír aquella disculpa sus labios no se contuvieron al formar un puchero.

No tenía ganas de contestar, no porque no sintiese auténtico aquel razonamiento que le ofreció su mayor, sólo... había ido con ciertas intenciones y sentía que todo le salió como quien dice –'con el tiro por la culata'-; Yunho no reaccionaba así.

Se sintió mal al pensar que quizá había interrumpido al pelinegro cuando este estaba haciendo algo de mayor relevancia en comparación a sus tontos juegos. No era fanático de aquel sentimiento de culpa picándole los costados, más lo apreciaba como una emoción ineludible.

-Bebé... Mingi, mi amor. No pongas esa carita, perdón...

Comentó Yunho al acercarse y así poder tomarle del rostro entre sus manos. Sin mediar en sus acciones, se inclinó contra las palmas que, como siempre, le sujetaron con calidez.

-Eres un idiota.

Bramó sin un ápice de molestia en su voz, sonriendo a la par del pelinegro quien sólo asintió para asumir su nueva condecoración.

-Perdón si te interrumpí, no pensé que estuvieras tan ocupado, yo-...

Pretendió ofrecer una merecida disculpa, siendo interrumpido a medio camino cuando el mayor llamó su atención, haciendo que elevara la mirada al instante.

-No lo estaba. De verdad que no, pero aún así no esperaba que mi novio me saltara encima como si fuese un conejo.

Comentó el pelinegro riendo al final de su explicación.

Se tomó la libertad de contagiarse con la risa del más alto mientras buscaba refugio entre los brazos del susodicho, gesto que no le fue negado. Yunho le acogió entonces con la misma ternura, el mismo cariño que se gastó para acariciarle las mejillas con anterioridad.

Sintiéndose bienvenido, terminó por acurrucarse contra el mayor ocupando su lugar de siempre en el regazo del aludido, justo como anheló desde el inicio, y así, recargó su cabeza de costado en el hombro ajeno permitiendo que el otro jugase con su cabello.

-Mh... pues a mí sí me pareció que era algo importante. Digo-... por cómo mirabas la pantalla del teléfono...

Inquirió tratando de conseguir más información; le causaba curiosidad lo que pudiera tener al mayor tan ensimismado como para salirle con semejante resistencia.

-No era nada, bebé.

Fue la breve y seca respuesta que le facilitó el pelinegro haciendo que por segunda vez esa misma velada se sintiese, quizá no atacado, pero sí bastante compungido. Prefirió guardar silencio a la espera de que las caricias que le obsequiaba su pareja fueran suficientes para aplacar aquella extraña inquietud.

-Olvida eso de antes, ¿sí?... de verdad no es nada de lo que tengas que preocuparte.

Escuchó decir al mayor esta vez en el mismo tono gentil de siempre.

A modo de respuesta movió su cabeza para asentir, no le apetecía volver a hablar, no si el mayor le iba a salir con otra respuesta cortante. Se le antojaban realmente foráneas las palabras que el pelinegro escogió para decirle aquello; Yunho nunca le pedía que "olvidara" nada.

Supuso que la falta de réplicas verbales el pelinegro terminó por preocuparse. Le sintió moverse e incorporarse un poco, torciendo el cuello de forma graciosa para verle a los ojos.

-¿Hm?... ¿no dirás nada?, ¿te comieron la lengua los ratones?

Cuestionó Yunho al pasarle la mano por las costillas, haciéndole cosquillas. Se mordió los labios en un infructuoso intento por contener una carcajada y al verse derrotado, soltó un quejido que a los oídos de cualquier otro hubiese sido un berrinche.

-Mi bebé está todo malhumorado.

-Y de quién será la culpa.

Contraatacó al hundir el rostro en la coyuntura del cuello ajeno, respirando del aroma de Yunho así a grandes bocanadas para calmar las ansias; la acción surtió efecto por sí sola, así que se dejó caer lacio sobre el cuerpo de su enamorado. Apreció un par de manos cruzar caminos por su espalda baja al ir de arriba abajo en caricias pausadas y, queriendo más de eso, no dudó al acomodar sus piernas a cada lado del mayor, sentándose a horcajadas en su regazo para luego descubrir su rostro.

-Ahí estás... no te me escondas más, por favor. O es que acaso no quieres tus cariñitos.

-Tsk, cállate y bésame, pajuo.

Sentenció para después oír la estrepitosa risotada de Yunho.

La intrepidez que estaba teniendo su novio en esos momentos le tenía al borde de un colapso nervioso por mera indignación, ni bien hizo el amago de bajarse de aquel supuesto trono, el susodicho le tomó del mentón para darle justo lo que había pedido.

Todo lamento, toda queja, palabrota y maldición que pudo tener para expresar al mayor se disolvió como azúcar en su lengua tan pronto el pelinegro le besó, lento y pausado mientras acariciaba sus costados. Las dudas e inquietudes tampoco nublaron más su panorama cuando a los efectos de su arrojo el mayor siguió desarmándole en caricias, haciendo que una vez más confiase en su veredicto y prescindiera del mal pase de hacía solo minutos."

Aquel recuerdo era de hacía solo un mes atrás, lo que significaba... que Yunho habían empezado a actuar raro desde mucho antes de lo que pensaba. Claro que después de esa ocasión el pelinegro siguió actuando como si nada (yendo por las viejas andadas con las que estaba familiarizado) y todo lo que tenía que ver con ese tema, aquella cuestión que parecía tabú, se le 'olvidó'.

Deliberadamente hubiese preferido el que todo lo concerniente a dicho trasfondo desconocido se esfumase de su vida, más luego de aquella vez el evento continúo repitiéndose esporádicamente hasta las últimas semanas que eso se tornó algo habitual, algo frecuente.

Y bueno, por supuesto que había intentado discernir de las señales de alarma que se encendía en su cabeza cada vez que pasaba, pero... ¿le podían culpar? Después de todo era Yunho del que estaba hablando, su novio; bajo ninguna adversidad se atrevería a cuestionar el amor incondicional que Yunho le tenía. Era cuestión de darle tiempo al tiempo para que el pelinegro (o más bien él) aclarara su mente.

-Cosas buenas van a pasar, Mingi. Te sigues imaginando mariqueras. Sácate esas vainas de la cabeza, Yunho nunca te ha dado una razón para dudar de él.

Quiso convencerse a sí mismo de ello, afianzarse a su palabra para apaciguar la resentida marcha de su corazón; todo estaba en su mente, las cosas estarían bien.

Las veces que el mayor le había dicho mentirillas blancas no contaban como evidencia para inculpar al pelinegro por un crimen; incluso él le había mentido a Yunho muchas veces con o sin saña para salvarse o esquivar una 'bola rápida'. Estaba haciendo zoom para ver más allá de sus pretensiones porque estaba preocupado, sí, pero no era motivo para atosigar al pelinegro. Sí este le había dicho que no pasaba nada, es porque así era.

A pesar de ser primavera el frío era inclemente, incluso con el suéter cuello de tortuga que llevaba sentía que en cada ráfaga su suplicio se acrecentaba y la piel se le quemaba. A los efectos de ello, apuró el paso esquivando a los transeúntes que a juzgar por sus caras parecían querer huir del frívolo ambiente tanto como él. Todavía, el clima bien podría crisparle los nervios, más la oscuridad era lo que le tenía exasperado; trotando se fue por las últimas dos cuadras que le faltaban para llegar sano y salvo a su hogar.

Estaba evadiendo a toda costa un mal presentimiento, uno que el cielo sin luna y sin estrellas le estaba advirtiendo. Se profesaba como la hormiga bajo la lupa de algún niño ocioso, como si alguien le observara con el propósito de estar presente al momento de su derrota.

-"A mí me va a dar una vaina. Voy a terminar en un hospital psiquiátrico si sigo con esta paranoia."-

Comentó para sí mismo, riéndose tanto por los nervios como para aligerar la tensión en su cuerpo.

Subió las escaleras del edificio como alma que lleva el diablo y tan pronto entró al apartamento y cerró la puerta, soltó un suspiro de alivio recargando la espalda sobre la misma; por fin estaba en su base. Quizá no hubiese hecho 'home run', sin embargo, allí ya nada ni nadie podría lastimarlo.

Sintiéndose más tranquilo consigo mismo, sonrió al notar que todas las luces estaban encendidas; Yunho estaba en casa. Con los ánimos renovados se quitó los zapatos, arrojó las llaves y la mochila sin cuido alguno e ingresó a la sala deteniéndose abruptamente al ver un par de bolsos de equipaje justo al lado de la mesa y a un pelinegro sentado en el sofá con los codos apoyados en las piernas y las manos en la cabeza.

-¿Aló?, ¿qué está pasando aquí?... ¿acaso nos vamos de viaje?

Preguntó de inmediato, llamando la atención del mayor, quien salió de su escondite y sonrió levemente al verle, reparó entonces en la expresión tan sombría del aludido; necesitaba saber cuándo antes por qué su novio parecía tan cansado, tan triste. No quería sacar conjeturas equivocadas, aunque ya tenía la mente como un carro al que le meten tercera. Quería escuchar en boca del mayor que todo estaba bien por más alarmante que fuese el llegar a casa y ser recibido con semejante panorama.

-¿Y bien?... qué es lo que pasa, por qué las maletas.

Volvió a preguntar con un timbre de ansiedad en su voz, acercándose esta vez al pelinegro que se puso de pie para encontrarse a mitad de camino con él.

Si anteriormente el comportamiento de Yunho para con él se le había antojado raro, en esta oportunidad todo estaba excediendo límites insospechados; sentía el corazón en la garganta de las ansias que el aludido le generaba al no encontrar su mirada.

Sin poder apartar la mirada del mayor, sintió como este le tomaba de ambas manos al tiempo que observaba una sonrisa melancólica postrarse en los labios ajenos; sonrisa que desapareció tan pronto salió a la luz.

-Mingi... yo-... tenemos que hablar.

Las palabras resonaron en su cabeza cual grito en una cueva, su mente no quería procesar lo que el pelinegro acaba de decir; tenía que tratarse de una broma después de todo porque Yunho jamás le diría algo como eso. Esas palabras puestas en ese mismo orden sólo podían significar una cosa.

Soltó una especie de bufido al tiempo que sonreía y por primera vez en largo rato encontraba la mirada dubitativa de Yunho. No le gustó lo que vio en los ojos de su novio, no le ayudó tampoco a guardar la calma.

-Bien, de qué quieres hablar... o sea, no tienes que venirme con este tono todo misterioso para matarme de un susto, Yunho.

Le reprochó al mayor quedando a la espera de un indicio, lo que fuera que le demostrara que, en efecto, el aludido solo estuviese haciéndole una broma de mal gusto. Pasó saliva por su garganta reparando en lo seca que se encontraba y nuevamente notó la persistencia de la seriedad en las facciones de su pareja.

-Mejor nos sentamos, así estamos más cómodos y-...

Tan pronto Yunho dijo aquello se soltó del agarre del susodicho para confrontarle.

-No. Lo que sea que me tengas que decir me lo dices ahora y ya.

Dijo con convicción sin importarle cuán tenso se vio el pelinegro después de ello. Si eso no era una broma entonces por qué su novio actuaba así, ponerse histérico no era la respuesta más idónea, pese a ello no resolvió acatar una mejor actitud, al menos eso era mejor al lenguaje corporal tan receloso que había adquirido el aludido.

Continuó ansioso sin mover siquiera un dedo mientras Yunho terminaba de revelar aquel estúpido misterio, qué tenía que hacer para-...

-Voy a volver con mis padres.

Su cara debió parecer un poema, algo digno de retratar para que las futuras generaciones tuviesen un sólido ejemplo de cómo se sentía estar tan confundido, anonadado y dolido al mismo tiempo. Abrió la boca para preguntar a qué se refería el mayor con eso, pero este le tomó la delantera cuando, finalmente, resolvió aclarar todas sus dudas.

-Hace un mes recibí unos mensajes de mi padre... quería que me reuniera con él para... hablar.

En medio de la insufrible pausa que dio el pelinegro en su plática, sintió como si su vida pendiera de un hilo, apenas una fina y delicada hebra y las palabras de Yunho en cuestión, fuesen un par de afiladas tijeras amenazando con cortarle.

Jamás en su vida había visto al pelinegro tan nervioso e inquieto, jamás le había visto fluctuar tanto al tratar de comunicarle algo, y el asunto era contagioso; también comenzaba a desesperarse. Estaba harto, quería que eso terminara y que Yunho le tomara en brazos para ambos calmarse.

-Yo-... accedí a hablar con él en persona y ambos seguimos charlando en las últimas semanas. También hablé con mi mamá, ella-... ella fue quien me convenció de volver a casa.

Por supuesto que ahora todo tenía sentido, el secreto que Yunho le había estado ocultando era ese y ningún otro, pero había algo más. De pronto su mente retornó a la conversación que hacía meses tuvo con su padre, cada pieza encajaba en su lugar y lo que había dejado al azar del destino comenzaba a concatenarse.

-Pero... ¿qué tiene que ver esto? Es decir, por qué te tienes que ir con ellos, por qué-...

Por más obvias que fuesen las circunstancias, ahora justamente no quería ver más allá de su nariz para leer entre líneas; sólo esperaba que Yunho le respondiera una vez más. Observó con detenimiento las acciones del susodicho, notando los hombros del mayor tensos, el fruncido de sus labios y su entrecejo, además de su mirada perdida... todos eran síntomas, muestras de que algo peor venía.

-Ellos quieren que regrese a casa y yo acepté, Mingi... pero-... me dijeron que podía volver con la condición de que lo hiciera sin ti.

Oír eso fue como recibir un puñal en el estómago, algo tan doloroso que tuvo que cerrar los ojos de la impresión. A partes iguales su mente se dividió entre aceptar lo que el pelinegro le había dicho y hacer de ello un chiste, obviar el contexto y lo que implicaba aquella revelación.

-Mingi-... Mingi, por favor escúchame.

Sintió la voz de Yunho lejana y sólo cuando este forcejeó para tomarle de las manos entendió el por qué; no supo en qué momento se habría tapado las orejas con las manos. No supo tampoco la fuerza que estaba haciendo para oponerse al mayor hasta que el otro le gritó, más bien, le suplicó.

-¡No, Yunho!... por qué mierda estás haciendo-... ¡por qué me estás haciendo esto!, ¡porqué huiste conmigo entonces si al final ibas a volver con ellos!... tus padres-... ¡ellos te botaron de tu casa!

Exclamó al borde de las lágrimas, abriendo por primera vez los ojos para encontrarse a un Yunho tan herido, molesto y apabullado como su persona. Había dejado de forcejear y el mayor seguía tomándole de los brazos, sosteniéndole en su lugar, pero no se sentía bien. El tacto de Yunho le quemaba en la piel como lo hacía el frío de la calle.

-Mingi... tú lo sabes. Sabes cuánto he querido volver a ver a mis padres, cuánto he querido volver a hablarles.

Reiteró Yunho, haciendo énfasis en cada oración al imprimir más fuerza en su agarre, aunque no la suficiente para lastimarle.

-P-por qué querrías volver con las personas que te dieron la espalda, Yunho. Eso no tiene sentido, ¡te echaron de la casa siendo tú su único hijo!

Murmuró esta vez sin frenar el quiebre de su voz. A los efectos de ello, el pelinegro pareció titubear, demasiado dolido como para verle a los ojos por un segundo. Reconocía el auténtico temor en los ojos de Yunho cuando lo veía, advertía cuán afectado estaba su novio, y de alguna manera también sabía que el otro le amaba porque de no ser así no le seguiría anclando con tanto furor a su lado.

-Son mis padres, Mingi... no puedo-... han pasado todos estos años y no he podido olvidarme de ellos. Los extraño y lo sabes. Y-yo... quiero ser feliz y-...

Arrugó la cara en una mueca de dolor e incredibilidad al escuchar el discurso del mayor, tirando de sus brazos para intentar zafarse en vano del otro.

-Qué estás queriendo decir con eso, Yunho, ¿qué acaso no te he hecho feliz todos estos años que hemos estado juntos?

Cuestionó con amargura, tratando de impedir que cayeran las gruesas lágrimas que nublaban su mirada; le dolía tanto el pecho que ni siquiera sabía cómo era capaz de respirar. Le parecía un milagro que las palabras siguieran saliendo de su boca a pesar del nudo constrictor que gozaba en la garganta.

-Yo no dije eso Mingi.

-Entonces qué fue lo que dijiste, Yunho. Por qué obviamente dejaste en claro que nunca he sido suficiente.

-¡Deja de hacer esto tú problema, Mingi!, ¡no todo tiene que ver contigo, entiéndelo de una jodida vez!

Abrió los ojos desmesuradamente al atender al pelinegro, las lágrimas entonces cayendo raudas por sus mejillas ante la mordacidad de sus palabras, pero no había una sola pisca de compasión en los remolinos castaños de su pareja; Yunho se veía tan irritado y exaltado que no le sorprendió sentir escalofríos correr por su espalda a razón de la furia instaurada en aquel ser humano.

No sabía con certeza a quién tenía delante suyo, pero el Yunho que conocía no sería capaz de sostenerle la mirada en esas circunstancias sin lucir arrepentido.

-Terminamos, Mingi. Yo-... es lo mejor para los dos. No quiero tener más problemas con mis padres.

Sintió que el corazón se le detuvo y que el mundo se le vino abajo en una milésima de segundo. Todas esas cosas desagradables que describen en los libros, en las películas... eran minucias comparadas con las emociones que le atropellaron dejándole indefenso, desahuciado.

-Q-qué... Yunho, no. No p-puedes... no puedes terminar así conmigo de la nada. Y-yo-...

Para el momento que logró salir de su letargo el mayor ya no le sostenía, pero él tan alterado como estaba intentó buscar sus manos, siendo sacudido por el rechazo del susodicho.

-No, Mingi. No me puedes decir qué hacer, no me puedes obligar a quedarme contigo tampoco. Yo ya tomé una decisión.

-Pero, Y-yunho... qué acaso no vale nada todo el tiempo que estuvimos juntos, p-por qué ahora... por qué...

Inquirió entre sollozos, no podía evitar que su voz se quebrase en cada sílaba; ya no le quedaba voluntad para sosegar la brutalidad de su llanto.

Quedando estático en su lugar, vio pasmado cómo el pelinegro recogía los bolsos, tomándolos en sus manos para empezar a ir hasta la puerta sin siquiera mirarle a la cara. Fue entonces cuando reaccionó y por última vez intentó detenerle, empuñando la tela del abrigo ajeno para mantenerle consigo en aquel lugar; se suponía que esa era su base, que nadie podía lastimarle estando ahí.

-Y-yunho, no... p-por favor quédate. P-podemos hacer algo, no tienes que-... no tiene que irte. Qué harás con la universidad, ¿acaso pretendes echar todo tu esfuerzo a la basura?...

No se reconoció a sí mismo al decir todo eso. No era una persona que implementaba la manipulación para conseguir lo que deseaba, pero estaba verdaderamente desesperado.

Quiso creer que eso sería suficiente, que Yunho se daría la vuelta, tiraría sus cosas y le sostendría en brazos una vez más. Lo creyó con fervor al ver al otro girar sobre sus talones y dejar sus cosas en el suelo, pero la esperanza menguó de su alma al sentir las manos que con gentileza le obligaban a desprenderse de su cable a tierra.

-Mingi... be-...

Escuchó decir, no podía ver nada a razón del denso manto que cubría su vidriosa mirada y sus gafas empañadas. Hipaba y sollozaba, sintiendo en cada sacudida como el corazón se le agrietaba más. Estaba a un paso de morir en vida.

-Mingi, por favor no hagas esto más difícil de lo que es. Mis padres me están esperando abajo, y-yo... lo lamento, ¿sí?... lo siento.

No tenía poder para pelear contra la convicción del mayor siquiera tenía fuerzas para empujar aire dentro de sus pulmones. El pelinegro continuó reluctante a encontrar su mirada hasta el último segundo que duró su presencia en la estancia.

Para cuando el mayor le dejó a sus anchas en medio de la sala, sólo fue capaz de visualizar el momento exacto en el que su adorado pelinegro se colocó los zapatos y dejó las llaves en su lugar antes de salir por la puerta; el sonido que esta hizo al cerrarse marcó la pauta para Mingi terminar de romperse.

Increíble el cómo las cosas podían cambiar de la noche a la mañana, aunque en su caso fuese a la inversa. Reestructurando sus ideas, no tenía idea de cómo todo podía haberse ido a al carajo si a la mañana Yunho se había despertado siendo el de siempre, abrazándole, besándole y dejando un te amo en sus labios antes de irse, justo como cualquier otro día; rutina le decían unos, pero para él era su vida. Y él quería recuperar su vida.

Patético se sintió al salir corriendo minutos después de que Yunho se fuera, había pegado una carrera hasta la entrada del edificio para encontrar la calle completamente vacía. Como si fuera poco su vecina chismosa tuvo que verle llorando tirado de rodillas en el piso. La vieja esa no fue capaz de aportar un gramo de compasión a su resquebrajado corazón, prefiriendo pasar de lado riéndose al verle llorando en completo desconsuelo.

Daba igual, que se burlaran de él si quisieran, no le importaba nada. Después de todo cómo iba a parecer relevante el que le degradaran si acababa de perder todo; sentía que le habían arrancado cualquier oportunidad, cualquier atisbo de felicidad de las manos.

Inaudito opinaba el embrollo que subsidiaba tal acontecimiento, el que Yunho hubiese tenido las agallas para profanar su hogar de esa manera, manchar todos sus recuerdos con la amargura de un presente del cual nunca se iba a desligar. Todavía, una parte de sí agradecía que el mayor tuviera para con él la decencia de terminase en el apartamento, porque la misma escenita si se la hubiese montado en plena calle hubiera sido por mucho la raya más grande en su expediente; quizá habría actuado peor, quién sabe... él no podía ni le interesaba averiguarlo.

Después de reparar en su soledad decidió afrontarla huyendo del apartamento tan lejos como pudo. Deambular por las calles del vecindario donde vivía no era precisamente lo más seguro, pero qué lo sería realmente, si cuando despertó esa mañana tenía novio y ahora estaba soltero y con el corazón roto; aprendió por las malas que no podía dar nada por sentado.

Su consciencia le imploraba el que se comportase como un adulto, más no tenía la energía para obrar a favor de dicha voluntad, al menos esa noche podía darse el lujo de parecer un alma en pena, ya el mañana proveería una solución; ya al amanecer sortearía entre sus opciones para acostumbrarse (algún día) a la realidad que todavía no era capaz de poner en palabras.

El frío a esas horas era brutal, tiritaba tanto que ya el abrazarse a sí mismo no le ayudaba en lo absoluto a resguardar el calor que le quedaba en el cuerpo, pero ni por el coño daría vuelta para ir por una chaqueta, prefería terminar de morirse a volver al apartamento vacío; repleto de recuerdos.

Se detuvo frente a un edificio después de sentir que los pies y las piernas no le daban para más, resolviendo recargar su peso en uno de los muros de la infraestructura. En un intento por calentarse las manos se las llevó a la altura de la boca exhalando entre las mismas y fue entonces cuando lo vio, la fachada de aquel restaurante con no sé cuántas estrellas Michelin en el que te cobraban nada más por entrar o respirar, ese al que Hongjoong les había invitado a todos tras cobrar su primer cheque, el mismo que quedaba justo frente al departamento del mencionado. Confundido alzó la mirada encontrándose con el frente del lujoso complejo de apartamentos donde vivía su amigo diseñador.

-"Cómo carajo llegué aquí... esto queda a media hora en carro desde el apartamento."-

Sin dar crédito a su situación buscó su teléfono para revisar la hora, eran las doce con treinta y cinco minutos. Por un momento pensó que al encender su dispositivo vería un mensaje de Yunho, pero ni siquiera tenía una mísera notificación de sus redes sociales.

Contempló sus opciones, pensando que ya que estaba allí quizá era mejor si sacaba provecho de las circunstancias. Se mordió los labios y sin miramientos buscó entre sus contactos el número de Seonghwa, presionando sobre este antes de llevar el dispositivo a su oreja.

Agradecía con creces que el mayor decidiera irse a vivir con Hongjoong, porque estaba al tanto de que este último apagaba el teléfono antes de irse a la cama por mero hábito; con suerte Seonghwa le respondería. Oír el tono repicar una y otra vez le causó tanta ansiedad que pensó en desistir y trancar, pese a ello el susodicho le contestó.

-¿M-mingi?... qué pasó, ¿por qué llamas a esta hora?

Escuchó al otro lado de la línea la voz somnolienta de su amigo; genial le había despertado. A cuántos más les desgraciaría la noche.

No estuvo consciente de cuán desgastada estaba su voz hasta que intentó hablar y su garganta no emitió sonido alguno. Seonghwa seguía preguntando de qué se trataba el asunto y a él le costaba siquiera emitir una exclamación en función de evitar que su amigo entrase en pánico.

-H-hwa-... estoy abajo, ¿c-crees que puedas abrirme?

Ni bien consiguió empujar eso fuera de su boca la respuesta fue inmediata. Siguió escuchando la voz de Hwa y todos los sonidos que este hizo al cerrar la puerta y eventualmente bajar las escaleras como alma que lleva el diablo.

En el transcurso de esos tortuosos minutos ninguno de los dos fue capaz de finalizar la llamada y Mingi agradeció el que Seonghwa no lo hiciera porque ya no quería sentirse solo; la soledad no iba con él.

Encontrarse con el mayor a la entrada fue extraño. A juzgar por la cara de asombro que puso el mayor al verle debía verse peor de lo que sentía, cuando mucho su amigo guardó sus opiniones, optando por tomarle entre sus brazos con la gentileza que suspiró por tanto rato.

-Joder, Mingi... estás helado, ¿qué se supone que haces a esta hora en la calle?, dónde coño está Yunho.

Comentó el mayor luciendo adormilado, pero genuinamente abatido por su deplorable estado.

-"Yunho..."-

Repitió en su mente al tiempo que un lastimero sollozo dejaba sus labios quebrándose a razón del incontenible temblor en su cuerpo; ya no sabía si se retorcía del frío o de la angustia que cargaba encima.

El resto del camino hacia el apartamento de sus mejores amigos, el mayor prefirió cuidar del silencio que les unía mientras subían en el ascensor, y de haber hablado Seonghwa, tampoco hubiese manifestado nada, pues se hallaba demasiado entretenido en morderse los labios para no gritar de la desesperación.

Seonghwa le sostuvo todo el rato, frotando sus brazos con las manos para darle algo de calor al no tener un abrigo que ofrecerle; ambos se habían expuesto a esas condiciones climáticas desfavorables de forma imprudente.

Aunque incómodo, ese mutismo lo prefería por sobre las conclusiones que exhortaba su mente. Sabía que estaba en buenas manos con Seonghwa, que al menos esa noche la tragedia no la asumiría únicamente por su cuenta. Todavía, no fue capaz de encarar a su amigo, tampoco buscó la mirada de este ni siquiera cuando bajaron del ascensor e ingresaron al recinto encontrando a un muy confundido y somnoliento Hongjoong asomado en el pasillo.

El mayor de los tres le recostó en el sofá de cuero de la sala y rápidamente buscó una manta con la que le cubrió los hombros. Sonrió como pudo para corresponder la amabilidad de su amigo, más ese tembloroso esbozo desapareció al oír las preguntas de Hongjoong.

-Q-qué-... ¿Mingi qué haces aquí?, ¿Hwa qué está pasando?... ¿y Yunho?

Dolía oír ese hombre, era como recibir una patada tras otra y él ya estaba sentido por todas partes.

-¡Podrían por favor dejar de mencionarle!

Exclamó hastiado haciendo que el resto de los presentes diera un paso hacia atrás. Se reprochó por ser tan irreflexivo, no valía la pena proyectar sobre sus amigos cuando probablemente él tenía la culpa de todo.

-Y-yo-... él terminó conmigo, ¿sí?... Yunho terminó conmigo.

Confesó antes de ahogarse a razón de sus hipidos. Buscó aferrarse a los bordes de la cobija que le envolvía, cerrando los ojos mientras se mecía ligeramente en un fútil intento por resarcir todo el dolor en su interior.

En otro momento se hubiera burlado por las caras de estupefacción de sus mayores, todo cuanto pudiera significar una confirmación a la desventura que estaba viviendo le servía sólo para asumir su abandono, su desdicha.

Explicar a Hongjoong y a Seonghwa lo que sucedido fue un proceso mediante el cual tuvo que contener las ganas que tenía de arrojarse del balcón e implementar aquel empuje para hablar. Se sentía tan avergonzado como aterrado y herido, su orgullo estaba por el subsuelo y sus ánimos más abajo del manto freático.

La explicación aunque inoportuna y desacertada para su persona, era necesaria para poner en contexto a sus amigos, después de todo les había despertado en busca de apoyo moral porque él era demasiado débil para enfrentar aquellas circunstancias sin refuerzos; quizá le habían malcriado mucho a lo largo de vida y por eso se pensaba incapaz de elaborar por cuenta propia. Nunca había estado solo, mucho menos sin Yunho, qué se suponía que hiciera.

-Me cuesta mucho trabajo creer de verdad que me estás hablando de la misma persona. Es decir, no es por porfiar lo que dices Mingi, pero hasta hace una semana que nos vimos todo estaba como siempre.

Soltó un resoplido en consecuencia al argumento de su mayor. Le parecía tan irónico todo lo que decía Hongjoong; él también se había tragado el cuento de que todo estaba bien entre los dos. Todavía, allí estaba con los ojos hinchados, arropado de pies a cabeza con un inquieto Seonghwa peinando sus cabellos cada tanto, mientras él sólo sorbía el té que el aludido le había preparado hacía unos minutos.

Hongjoong no estaba mejor que Seonghwa, el muchacho daba vueltas en círculos a la sala del apartamento, como si tratase de encontrar una solución viable a resolver su infortunio; un procedimiento rápido para con el devolver a Yunho a su lado y hacer de eso una anécdota del pasado.

Era divertido desde cierto punto de vista, porque los dos actuaban tal cual los roles que les habían asignado en el grupo: Hongjoong el padre, Seonghwa la madre. Sus actitudes calzaban con los perfiles de unos padres amorosos, comprensivos y eso... le hacía sentir acompañado. Un poco de calma después de la temible tormenta.

-Hong... Siéntate por favor, caminando en círculos sólo haces que me altere más.

Objetó Seonghwa al llamar al muchacho, palmeando el lado contrario del sofá para que se sentara. Sin rechistar su amigo acató la orden y ocupó el lugar indicado, quedando Hwa a su derecha y Hong a su izquierda.

-Opino que no hay nada que podamos hacer por ahora. Mañana-... mañana podríamos ver si llamamos a Yunho y-...

-¿Y qué?... qué se supone que le diga, Hwa. No quiero ser rudo pero no pienso rogarle, creo que ya eso lo hice y no sirvió de nada... él ya tomó su decisión. Me lo dejó muy claro.

Expuso tratando de no sonar como un ingrato a pesar de haber interrumpido a su mayor, sus amigos habían hecho mucho por él esa noche, más él no tenía que contagiarse y crearse falsas expectativas con aquella esperanzada palabrería; Yunho se había llevado las suyas en sus maletas.

-Sabes, Mingi... entiendo lo que dices, pero tú y él no tienen una relación de meses, has estado con él por años, básicamente toda tu vida. No me parece que pueda irse así como si nada, ustedes tienen muchas cosas que aclarar antes.

Habló Hongjoong al acabar con el silencio que hasta hacía segundos se había instalado afanosamente entre ellos. Suspiró al oír a su amigo, dándole la razón al asentir con la cabeza.

Detestaba que el muchacho estuviese en lo correcto, tarde o temprano Yunho tendría que dar la cara, o en todo caso él tendría que confrontar a su... ¿ex?

-"Qué abominable suena eso."-

Pensó al fruncir los labios en una mueca de inconformidad; no creía posible acostumbrarse a referirse a Yunho de esa manera jamás. Ni siquiera lo pensaría, no después de aceptar la realidad de los hechos, él estaba atado a Yunho por más de una razón.

Hasta el día de ayer tenían planes que habían puesto en marcha en función de vivir juntos como siempre lo habían proyectado a futuro, el pelinegro no podía omitir aquello y meter sus pertenencias en un bolso, echárselo al hombro y dejarle con un apartamento con deudas por pagar; si él debía actuar como un adulto, entonces Yunho tendría que corresponder también a dicho menester.

-Igual... sabes que cuentas con nosotros, Mingi. Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites, ¿verdad, Hong?

Agregó Seonghwa, despertándole de su ensoñación.

-¿Ah?, c-claro-... sabes que eres bienvenido y puedes quedarte, Mingi. No te dejaremos solo en esta.

Le resultó adorable la cara que puso Hongjoong en ese momento, mostrándose retraído a la idea de que Seonghwa estuviese ofreciendo su casa como un hotel.

-No, yo-... agradezco que quieran ayudarme pero de verdad no quiero abusar de ustedes.

-No seas pendejo, Mingi. Somos tus amigos, mira... si me lo pidieras iría corriendo a buscarte a Yunho para que lo cayeras a coñazos para ver si así reacciona.

Confesó un sonriente Hongjoong, dando un par de palmadas al hombro del menor de los tres. En consecuencia, soltó una corta risilla al oír a su mayor, moviendo la cabeza para negar.

-Creo que eso no hace falta, Hyung. Pero gracias por la oferta.

Murmuró un tanto más calmado. Seguía sintiéndose como si un francotirador le hubiera disparado con una metralleta hasta dejarle como un colador, pero la serenidad que le transmitían sus mayores era algo sin precedentes; pese a todo era muy afortunado de tener amigos a quienes acudir durante las tribulaciones.

-Bueno... yo considero que es mejor que vayamos todos a dormir. Quisiera quedarme a platicar contigo, Mingi, pero mañana es jueves y Hong y yo tenemos bastantes compromisos.

Comentó Seonghwa al tomar de sus manos la taza vacía; sonrió apenado ante el gesto y asintió.

-Puedes dormir en mi cama, no tengo problema con eso. Yo dormiré con Hong.

Sentenció el mayor de los tres al obsequiarle una sonrisa, yendo luego a la cocina para dejar la taza en el fregadero. A su lado Hongjoong seguía mirándole con detenimiento y una sonrisa gentil que se tornó en una mueca juguetona cuando de un momento a otro pasó a alborotarle el cabello. Se quejó de tal acción a pesar de no estaba realmente molesto.

-¡Yah! Deja al niño quieto que hoy tuvo un día difícil.

-Uy sí, mejor vamos a meterlo a la cama para que no se le voltee el reloj al bebé, mi amor.

Comentó Hongjoong con ironía, mofándose del mayor ante su actitud maternal. Bastó que Seonghwa volviera a su lado y le diera un zape en la frente para para que el muchacho se pusiera de nuevo en sus andadas; no lo admitiría en voz alta pero adoraba la dinámica paternal que se gastaban aquel par.

Estando ya en el cuarto de Seonghwa, el aludido le abrazó por última vez antes despedirse de él a la entrada de la habitación, deseándole buenas noches. Sin prisa se cambió a la ropa que Seonghwa le indicó que podía tomar de su closet y tomó su teléfono para revisarlo una última vez.

De nuevo veía la pantalla del dispositivo libre de notificaciones y mensajes provocando que aquel nudo en su interior le lastimase tajantemente. Cualquier acción, incluso respirar se tornaba inevitablemente doloroso.

¿Estaría Yunho pensando en él?, ¿habría llorado al irse?... no podía dejar de preguntarse cosas como esa, de imaginarse posibles escenarios en los cuales su novio se arrepintiera de sus actos. Quería olvidar como hacía un mes el mayor le había dicho que lo hiciera, pero a esas alturas del partido era imposible; dejar de lado una historia tan larga no era algo que iba a superar de la noche a la mañana. Aunque hubiese sido lo justo teniendo en cuenta que precisamente ese lapso de tiempo le tomó al destino para hacer de su vida un lío.

Suspiró y dejó el teléfono a un lado sobre la mesa de noche de su amigo, volviendo su mirada a la cama, dándose cuenta por primera vez que esta seguía hecha.

-Entonces dónde-...

Dijo en voz alta, extrañado de ver todo tan organizado. Movió la cabeza para negar, no quería hacerse ideas erradas a las tres y media de la mañana.

Necesitaba dormir un poco e intentar darle descanso a su mente y a sus ojos, con suerte al amanecer las cosas si cambiarían para bien como había dicho Hongjoong.

Se acostó en la cama bajo las mantas y no pudo evitar sentirse incómodo ante la falta de tacto, la falta calor y la falta de aroma a cierto pelinegro, pese a ello no derramó ni una sola lágrima. Simplemente cerró los ojos y procuró irse a la tierra de los sueños de la mano de Morfeo.

Era muy fácil evadir la realidad y dejar que los días siguieran pasando así sin más. En un principio no creyó estar abusando de la hospitalidad de sus amigos, pero a la tercera (casi cuarta noche) de estar durmiendo en la cama de Seonghwa, de estar llegando a aquel apartamiento como si de verdad estuviese contribuyendo a pagar la renta o algo por el estilo, concluyó que su presencia sobraba en la estancia; empezaba a sentirse un parásito.

De nada le servía el que Seonghwa objetase lo contrario, la mirada de Hongjoong le decía suficiente y, estaba bien, era su hogar tenía derecho a reclamar su territorio, y él como adulto debía respetar los límites y hacer de frente a sus problemas, organizar de una vez por todas su vida; aunque ideal hubiese sido tener más tiempo para acoplarse a la idea.

En estos tres días que se la pasó en compañía de sus 'padres putativos' no asistió a clases, tampoco es como si lo necesitara, apenas estaba empezando el semestre y estaba en último año de la carrera, ni los profesores podían acceder a ese lujo. De resto los dos primeros días de su estadía su copioso llanto le impidió pararse de la cama e ir a trabajar; no podía atender clientes cuando sus ojos parecían inyectados en sangre y su cara permanecía tan hinchada.

Contra viento y marea aquella tarde tomó la decisión de mandarle un mensaje a Seonghwa para agradecerle y avisarle que no regresaría con ellos. La respuesta de Seonghwa fue justo lo que esperaba, el mayor volvió a ofrecerle su cama y su compañía, pero ya era suficiente; de cierto modo aceptó que eso tampoco le bastaba.

Esa misma tarde se había ido al trabajo a cubrir su turno, luchando como todo un campeón contra las lágrimas que amenazaron con salirse de sus ojos cuando creyó ver a su adorado pelinegro entre la multitud de clientes, pese a esto pudo conservar la calma y seguir sonriendo como si no sintiera que el corazón se le desgarraba.

Estaba harto de que su mente le jugara en contra creando espejismos de Yunho en cada rincón, opinaba incluso que estaba perdiendo la cabeza porque a cada rato escuchaba que el susodicho llamaba a su nombre en aquella entonación de siempre tan airosa, tan dulce, tan... Yunho. Sí, echaba de menos a su (ex) novio y su cuerpo no le ayudaba a encubrir los hechos.

A todas estas por un momento se le cruzó la idea de ir a casa de San o Wooyoung, de tocar la puerta de cualquier otro de sus amigos para descansar unos días más de su nueva realidad. Todavía, no le apeteció involucrar a ningún otro en sus asuntos, dar pena y preocupar al resto de sus amistades no debía estar en sus planes.

Desconocía si el resto del grupo estaba al tanto de su nuevo estatus para con Yunho, y de ser así no se molestaría en avisarles; que se enterasen por su cuenta, mejor aún, que Hwa les dijera. A él ya nada le importaba de todas maneras.

Suspiró y se llevó las manos a los bolsillos mientras caminaba la cuadra que le faltaba para llegar al apartamento, llevaba la misma ropa de la última vez, aunque el clima en esencia era más tolerable además no era tan tarde, todavía había un poco de claridad y hasta había contado una o dos estrellas en el cielo. Indistintamente de ello pensó que era como revivir aquel fatídico día, que al entrar al apartamento vería las maletas y Yunho estaría esperándole para hablar con él; para terminar con él.

De manera inconsciente se apresuró, yendo tan rápido como sus piernas le permitieron caminar a pesar del cansancio, como si de verdad tuviese algún compromiso que atender, como si de verdad... Yunho estuviese esperando por él.

Pero ni una ni la otra. Cuando llegó al apartamento fue recibido por un silencio sepulcral y la penumbra que sólo le confirmaba lo inevitable: Yunho no estaba allí y tampoco volvería.

Se acomodó las gafas en el puente de la nariz y se mordió los labios para distraerse cuando sus ojos empezaron a escocer. En momentos como ese se preguntaba por qué no podía ser tan fuerte como el pelinegro y continuar como este lo había hecho. Sabía que era difícil, pero no por ello imposible.

Respiró profundo y tras completar el mismo ritual de siempre se adentró en el lugar, encendiendo las luces de la cocina y del pasillo antes de arrastrar los pies a su habitación; evitó dirigir su mirada al sofá en espera de no evocar más de esos recuerdos desgarradores. Las heridas que ostentaba eran muy recientes como para ir de sádico a echarles una pizca de sal.

Sin embargo, tan turbado estaba por resguardar a su corazón de las tinieblas que se le olvidó por completo que gracias a la luz se da cabida a las sombras.

Estando de pie bajo el marco de la puerta con la zurda a tientas sobre el interruptor a su izquierda, pudo jurar que quedó ciego pero no por el resplandor del foco al centro del techo, sino por el tren de recuerdos, de imágenes que iban marcando su piel, haciéndole oler y saborear todo lo que alguna vez cautivó sus sentidos entre esas mismas cuatro paredes junto a cierto pelinegro.

Cerró los ojos mientras se recuperaba de tal agresión, dejando a su cuerpo recargarse al filo de la entrada. Percibió un ligero temblor en sus manos antes de hacerlas puños y estamparlas contra la puerta, la mezcolanza de sentimientos entonces recorriéndole impávida haciendo que sollozase; tras verterse sus lamentos lo que siguió un diluvio de agua salada.

Estuvo así por unos minutos, permitiéndose llorar el dolor que le restaba en la soledad de su hogar, era ilógico pensar que de ahora en adelante sólo él cruzaría por esa puerta, pero de ser únicamente suya bien podía darse el lujo de llorar allí las veces que quisiera o hasta que la madera se pudriera.

-D-deja de ser tan estúpido, Mingi.

Se reprochó a sí mismo, elevando el tono de su voz al repetir una y otra vez aquella frase.

En un arranque se apartó de aquel lugar y tras quitarse las gafas a fuerza bruta se limpió el rostro con la manga de su suéter. Caminó por la habitación, obviando el espacio vacío en el closet y todos los objetos que faltaban hacia las esquinas del cuarto, tan sólo siguió su camino hasta caer boca abajo en la cama.

-¡Por qué, por qué tenías que irte Yunho!

Gritó contra una de las almohadas, reconociendo de inmediato el olor del mencionado impregnado en la mullida superficie.

Por un momento se aferró al almohadón, más tan pronto reparó en lo que hacía se incorporó en la cama para aventarlo con ira al otro lado de la habitación. A causa de su acto pueril, la almohada terminó de romper las persianas que hacía meses intentó reparar junto al objeto de sus pesares.

-Verga pero-... ¿¡es en serio!?

Reclamó a la nada al ver el pequeño desastre a los pies de su ventana; en definitiva él estaba como quien dice –"que no pegaba una"-.

Respiró profundo y desesperadamente contó hasta diez, deteniéndose a mitad de camino al darse cuenta que carecía de paciencia incluso para tranquilizarse. En última instancia resolvió pararse para buscar nuevamente la almohada, tomando la misma en un arrebato para volver a la cama y acurrucarse al medio del revuelto de sabanas, ignorando por completo la persiana y todas las cosas que a su alrededor seguían mofándose de su despecho.

Así mientras lloraba a moco suelto contra la almohada de su (ex) novio, se hizo mil y un preguntas, gritó otras cien más al aire y refunfuñó hasta agotar su reserva de energía; sin embargo, sus brazos no fueron capaces de soltar la almohada que con firmeza mantenía retenida contra su pecho.

-"Si me muero ahora no me importaría en lo más mínimo."-

Pensó al tiempo que caminaba a la orilla del limbo. Estaba a punto de quedarse dormido cuando la vibración que venía desde uno de los bolsillos de sus pantalones le hizo dar un brinco de la impresión.

Recién entonces advirtió el gran dolor de cabeza que cargaba, la pesadez en su cuerpo y lo sentidos que estaban sus ojos de haber llorado hasta el cansancio. Maldijo por lo bajo al tiempo que hurgaba en su bolsillo para extraer el dispositivo que seguía vibrando con insistencia. La pantalla del susodicho se iluminó tan pronto lo acercó a su rostro y como no tenía los lentes cerca tuvo que achicar los ojos para leer el nombre de la persona que le importunaba.

-... Yoora.

Murmuró antes de chasquear la lengua y arrojar el teléfono a un lado; qué ganas de joder.

Acaso no podían simplemente dejarle en paz, no quería hablar con nadie mucho menos con aquella mujer que de seguro le haría preguntas respecto a Yunho; interrogantes que probablemente no podría responder. Suspiró aliviado cuando el teléfono dejó de vibrar. Otro día vería cómo lidiar con la muchacha, si es que alguna vez lograba salir de la cama.

La tranquilidad le duró escasos minutos antes de volver a sentir aquel aparato vibrar sobre su lecho. Hastiado, se incorporó para tomar su teléfono con la idea de apagarlo, pero por motivos ulteriores su alma se apiadó de la molesta muchacha y con impráctica rudeza terminó por contestar la llamada.

-¿Aló?, ¿Mingi?...

-Sí, qué es lo que quieres, habla rápido.

Contestó a secas, escuchando al otro lado de la línea un sonido de indignación.

-Ok, mira. No estoy para que me traten como mierda y sé que tú tampoco, si fueras tan amable de abrirme... necesito entregarte unas vainas y llevo rato aquí afuera tocando la puerta.

Frunció el ceño al oír a la amiga de su (ex) novio alegar aquello; él no había escuchado en ningún momento que alguien estuviese tocando.

Largó un nuevo suspiro y se resignó a su destino, pensando que mientras más pronto le atendiera, más rápido se iría y podría volver a lo suyo. De camino a la puerta recogió sus gafas y se arregló el cabello para aparentar aunque fuese un poco delante de la chica; no tenía ganas de dar explicaciones si es que Yoora venía por una.

-Ya voy.

Fue lo que respondió antes de dejar su teléfono en cama, caminando fuera de la melancólica comodidad de su habitación hasta la puerta de entrada. Sin miramiento abrió la misma encontrándose con una Yoora irreconocible.

-¿Y a ti qué coño te pasó?

Cuestionó con la voz rasposa, asombrado al distinguir el estado tan deplorable de la siempre pulcra e inmaculada compañera y mejor amiga de Yunho. Yoora se veía tan desaliñada como si no hubiese dormido en tres días, y de paso hubiera tenido una pelea con el peine antes de aparecerse en su puerta.

-Eso mismo te pregunto yo a ti, pero en vista de que ya conozco la respuesta no hay mucho que decir, ¿me vas a dejar pasar?

Al oír tan intrépida respuesta, se hizo a un lado para dar paso a la susodicha. Tan sobrecogido había quedado que su mente no ideó contestación retórica alguna para ir en contra de aquella súbita orden.

-Gracias. No te quitaré mucho de tu tiempo, tengo que regresar a mi casa porque... porque todo es un puto desastre y las cosas sólo van de mal en peor.

Habló Yoora con cierto deje de inquietud en su voz. A los oídos de Mingi la chica sonaba como si en cualquier momento pudiera echarse a llorar.

-Vine nada más a dejar unas cosas de Yunho aquí.

Rectificó luego de una pausa. Seguidamente vio como la muchacha se adentraba en la sala a oscuras, abriendo su mochila para luego dejar variedad de pertenencias sobre la mesa. Desde su lugar pudo distinguir una calculadora científica, una de las sudaderas preferidas del pelinegro y un montón de libros que fácilmente podrían pesar más que la chica que los cargaba; a todas estás qué hacía la niña esa con un suéter de su novio.

Sin reparar en sus acciones se cruzó de brazos y frunció el ceño, no le importaba en lo absoluto si la carajita esa estaba dolida, él no estaba para atender necedades que no le concernía; si se lo preguntaban, su egoísmo estaba justificado.

-Y por qué no se las llevaste a él directamente, por qué tenías que venir aquí.

Comentó denotando su enfado en su tono de voz.

-Lo haría si supiera dónde se está, si contestara mis llamadas, pero Yunho no tiene siquiera la decencia de dejarme en visto.

-Y a mí qué. Esa vaina es peo tuyo y de él.

No sabía de dónde le estaba saliendo aquella actitud tan desposta para con la pobre muchacha, sabía que esa respuesta había estado de sobra, más por mero impulso no se sintió con ánimos para retractarse.

A los efectos de su rebeldía, Yoora dejó lo que hacía para atenderle, viendo en su dirección mientras portaba una expresión de asombro e incredibilidad en el rostro.

-Wow, no-... sabes qué, Mingi... Púdrete. No seré nada tuyo, pero igual no merezco que me trates así.

La nota de indignación en la trémula voz de la muchacha era más que evidente; la susodicha parecía estremecida pero a razón de la ira. Abrió la boca para intentar salir en su propia defensa, pero se vio interrumpido.

-Si tú crees que eres él único que la está pasando mal por esto te sugiero que lo pienses de nuevo. Al menos a ti te habrá dicho a donde coño de la madre se fue porque a mí solo me dijo que se iba a ir y que podía seguir con la tesis y hacerla por mi cuenta.

En medio de su discurso Yoora se acercó con las manos hechas puños a cada lado del cuerpo, quedando a pocos metros delante de él para seguir escupiendo más de aquellas tóxicas verdades que jamás pensó llegar a escuchar.

-No eres al único que le afecta esta vaina, Mingi. A ti te dejó tu novio, ¡pero a mí me dio la espalda el único amigo que he tenido en mi puta vida!...

Uno pensaría que un metro cincuenta no podría albergar un nivel de fiereza tan grande como el que manifestó Yoora al confrontar a Mingi, todavía, la chica ya con lágrimas en los ojos continuaba sosteniéndole la mirada al chico que fácilmente le doblaba la altura, haciéndole sentir indefenso a los efectos de su imposición.

Mingi pocas veces en su vida había sido partícipe de aquel sentimiento, aquella sensación que algunos denominan como –"meter la pata hasta el fondo."- Sí, fueron pocas y esta podía agregarse a la lista, pues había sido injusto con la chica que tan herida como él, quizá sólo había ido hasta allí no por cumplir con entregar las pertenencias de su mejor amigo, sino para buscar algo de confort en su persona.

Yoora tenía razón al alegar que no significaban nada para el otro, y precisamente por ello no contaba con el derecho de descargar todas sus inseguridades y disgustos sobre la susodicha.

-P-pasé tres años de mi vida intentando agradarte porque considero que eres una buena persona. Me he aguantado tus m-malos tratos todo este tiempo, pero hoy te pasaste de imbécil.

Le era difícil entender a Yoora entre tantos sollozos, pero no fue capaz de interrumpirle a la mitad de su desahogo. Tan sólo se mantuvo en su lugar, conservando la misma expresión abatida.

-Y-yo-... yo no vine aquí a dar lástima, Mingi. Yo sólo quería saber qué había pasado con Yunho porque cuando se fue no me dijo absolutamente nada. Pasé al menos dos días pensando que quizá había h-hecho algo mal, pero luego me enteré de que también había terminado contigo y no pude... necesitaba saber qué le pasó p-porque-...

-Lo siento...

Murmuró al bajar la mirada, ni siquiera notó cuando la primera lágrima se dio a la tarea de cavar entre los surcos de las anteriores; sólo supo que estaba llorando cuando el sabor salado llegó a sus labios en medio de aquel lamento. Aquella disculpa que debió decir a Yoora desde hacía tanto. Sorbió su nariz al tiempo que retiraba sus gafas para limpiarse los rastros de humedad.

-¿Estás llorando?... no, n-no... Mingi, no es para que llores. Mira, es que yo soy burda de intensa, perdón. Por favor no llores, mira que yo soy pésima consolando gente, por eso me dejó mi novia y-...

Le fue imposible contener la risa cuando Yoora dijo aquello, le había causado gracia el comentario, aún así, la chica sonaba tan arrepentida a sus oídos, pero aquel arrepentimiento no daba a lugar; no podía dejar que la muchacha se echase la culpa por su comportamiento atroz.

-Bueno saber que al menos alguien puede reírse de mis desgracias.

Comentó la susodicha a su lado mientras él terminaba de limpiar cualquier evidencia restante de su lamento. Al descubrir su rostro le obsequió una temblorosa sonrisa que fue correspondida.

Fue extraño sentarse en medio de su sala a entablar conversación con la mejor amiga de su (ex) novio, extraño, pero igualmente necesario. En el transcurso de esos tres años por su mente nunca cruzó el pensamiento de que Yoora y él pudieran llevarse bien, admitía que siempre había estado a la defensiva, completamente reacio a la idea de compartir algo más que simples saludos con la dichosa niña, pero ahora que se veía en la necesidad y tenía la convicción de hacerlo, Yoora cuando mucho le parecía un ser humano... interesante.

Particularmente, empezaba a entender por qué Yunho terminó luchando en pro de su amistad ella, la chica era una fuente inagotable de energía como su novio; hacían un buen dúo. Sin embargo, más allá de esa fachada jodedora y valerosa sólo encontró una muchacha de veintitrés años tan repleta de incertidumbres como cualquier otro ser humano. Por fin aceptaba que había fallado a favor de sus principios y de sí mismo al juzgar a Yoora nada más por la portada.

Quizá ninguno de ellos tuviese tiempo real para invertir en aquella conversación, para ahondar y conocerse como debieron haber hecho hacía tanto. Aun así, ninguno llegó a mencionar algo acerca de sus compromisos o responsabilidades, optando por aprovechar de la providencia del destino para desahogarse y comprenderse de modo ameno como personas cultas que eran.

En algún punto llegó a pesar que si Yunho no se hubiese alejado de ellos, ambos hubieran continuado a las mismas andadas dándose la espalda; era curioso como lo único que les relacionaba, al distanciarse, resultó en la unión de los dos.

Allí sentado de piernas cruzadas, Yoora le contó acerca de su novia, el por qué había decidido estar con una muchacha tan ordinaria y todos los desplantes que la fulana le hizo; comprendió entonces que Yoora era tan ingenua y ciega en el amor como él. Sopesando la cuestión, una persona tan entregada y hermosa como Yoora no se merecía un bicho feo de pareja.

También se enteró de lo dura que había sido la niñez de la chica, y del trato tan despectivo que recibió en la escuela por ser único descendiente de una familia pudiente; lo solitaria que sintió cuando al realizar que cada persona a la que se le acercaba le hablaba sólo por los ceros en su cuenta bancaria. La chica le confesó igualmente por qué había escogido tomar el camino de una carrera tan compleja, era simple y llanamente para crear fama por su nombre y no por el de sus padres; para que reconocieran el mérito de su propio esfuerzo.

Entre uno que otro chiste de humor negro también aprendió sobre la historia de ella de Yunho, sobre como ambos se habían evitado por miedo a perjudicarle a él; a su relación con el pelinegro. Aunque le diera vergüenza, aceptó que en aquel tiempo si se comportaba como un dictador haciendo que Yunho hiciera y deshiciera a su gusto, pero Yoora había marcado el final de aquel Mingi tóxico y controlador.

Terminó por contar su parte de la historia en cada uno de los temas que, cual hebras iban deshilachando para develar cada misterio y cada duda relacionada a ellos. Era grato tener a alguien que le escuchase y asintiera en vez de saltar a una conclusión apresurada. Sin embargo, contar a Yoora sobre el pasado de Yunho y la verdadera razón de su ida, no fue para ninguno lo más grato de la velada.

Fue muy raro para Mingi admitir que la enana de Yoora le había hecho un favor tanto en el pasado como en el presente. No diría que la muchacha fuese a ser su amiga de allí en adelante, más valoraba con creces las conversaciones y ese tipo de intercambios; nunca estaba demás charlar con una persona confiable y obtener algún consejo o enseñanza de ello.

A fin de cuentas el tiempo no estaba del lado de ellos, y para cuando Yoora reparó en la hora ambos decidieron terminar la conversación con incómodo abrazo como gesto de agradecimiento.

-Oye, Mingi... Crees-... ¿Crees que puedas hablar con Yunho? De verdad necesito-... de verdad quisiera aclarar algunas cosas con él, preguntarle directamente.

Largó un suspiro al oír a Yoora. Distinguió el timbre de ilusión que colgaba de su voz, más estaba inseguro de dar alas a su esperanza; ni él mismo se sentía en facultad de alimentar a su imaginación. Ambos debían ver todo desde una perspectiva realista.

-Yo-... no le escrito desde que se fue y la verdad no quiero hacerlo, aunque igual necesito hacerlo. T-tengo algo miedo, pero sé que tarde o temprano deberé intentarlo.

Respondió al encontrar la mirada de la susodicha, quien se limitó a sonreír con melancolía.

-Bueno, sabes-... si quieres volver a hablar, tienes mi número. Tú me llamas y nos damos apoyo moral.

Comentó la chica de forma elocuente, tratando de aligerar un poco la tensión en el ambiente. Soltó un bufido y le agitó una mano en el aire para indicar que se terminara de ir.

Escuchó a la chica reírse mientras se ponía los zapatos y fue entonces cuando se dio cuenta de que nuevamente se quedaría solo.

-Yoora-... disculpa que lo pregunte, pero... ¿crees que me puedas dejar en un lugar de camino a casa?

Bendita fuese la buena voluntad de aquella muchacha de llevarle a casa de sus padres un viernes a las once de la noche; también a los progenitores de la susodicha por obsequiarle un auto en su pasado cumpleaños.

Durante todo el viaje estuvieron en silencio, más era un silencio reconfortante; total ya habían limado las asperezas entre ellos. Sin embargo, en todo el trayecto sumido en aquel mutismo, al mirar por la ventana Mingi tuvo tiempo para reflexionar en tantas cosas que ni cuenta se dio de cuando llegaron a su calle y debió bajarse del auto. Agradeció a Yoora una última vez antes de verla partir y no entró a su casa hasta que el auto desapareció por la esquina, la misma esquina donde despedía a Yunho todos los días.

Apretó el suéter del pelinegro contra su pecho, ese que Yoora había traído y que ahora sabía el mayor sólo dejaba en casa de la muchacha por si le daba frío en sus sesiones de estudio. Todavía olía a él, a Yunho, a su hogar. A ese lugar donde se suponía estaba entrando, pero que se sentía tan foráneo como su departamento pese a la presencia de sus padres, y todo por él... por el dichoso pelinegro que no le acompañaba en esos momentos.  

.

.

.

Acepto pedradas como método de pago. Gracias por tanto, perdón por tan poco. 

Debo aclarar que a mi también me dolió escribir esto y lloré al menos dos veces mientras lo corregía; no crean que es que no tengo corazón, pero todo tiene una razón de ser. Más allá de eso no haré ningún tipo de spoiler. 

De verdad pensé que no podría actualizar esta semana porque mi beta estuvo enfermo por unos días y yo también estuve bastante delicado de salud, por decirlo de algún modo, pero bueno... de verdad no quise dejar de escribir porque entre los remedios que son peores que la enfermedad y mis ataques de ansiedad necesitaba hacer algo que me hiciera sentir mejor (mejor entre comillas, lol). 

Para alegrarles un poco la vida, ya tengo la idea del próximo Yungi que voy a escribir, pero vamos con calma. No se me desesperen. 

Por último, quería agradecerles otra vez por todo el apoyo, no saben cuán feliz me hace leer sus comentarios. Espero tengan un hermoso fin de semana, tomen mucha agua y cuídense porque la salud siempre es lo primero. Les mando cariñitos virtuales y... nos leemos en la próxima. ฅ^•ﻌ•^ฅ


♥Ingenierodepeluche

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top