Capítulo III - Salud (quinta parte)

Buenas madrugadas, mis sol- lunas, sí. Lunas porque es de noche. Estoy actualizando a esta hora porque sé que mañana no me dará tiempo por el trabajo. 

Me encanta que les haya gustado el capítulo anterior, les recomiendo que lo lean de nuevo para prepararse para lo que viene(?) Nah, mentira. El capítulo no está tan fuerte. En realidad es un capítulo bastante (tranquilo y) corto en comparación a los otros, porque tuve que partirlo en dos partes, no quería publicar un capítulo de más de 20 mil palabras. No tengo mucho más que decir así que... ¡disfruten la lectura!

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Itrio-Hidrógeno + Magnesio (al 38%)

Einstein expuso la teoría de la relatividad el siglo pasado para tratar de explicar a las personas que el tiempo es relativo, y que cada individuo puede percibirlo de forma ligeramente distinta.

Bien sabemos que en el espacio todo está sujeto a otras condiciones, que en diversos planetas lo que para nosotros equivale a un día, podría asumirse en esos mundos como un mes o quizá sólo un segundo. Lo cierto es que, la ciencia explica el tiempo como un fundamento lógico al cual se sujeta la realidad, necesitamos del tiempo para ubicarnos en el espacio, porque no se puede hablar de un lugar sin referirse a un momento dado. Todavía, a lo largo de la historia diversos eruditos, aquellas ilustres mentes a quienes debemos el mérito de nuestras disposiciones actuales, concluyeron que el tiempo no es algo absoluto, que el reloj se puso en marcha marcando una pauta cualquiera, bajo los estándares dilucidados a partir de un extenso número de antecedentes.

Dicha patrón que resultó de aquel invento desde su creación estuvo sujeto a un inicio elemental, más no hay motivos para creer que algo como eso a pesar de las creencias populares y las evidencias verídicas, fuera en algún punto muy lejano a detenerse.

Según un pastor de la iglesia Cristiana, el tiempo, en esencia, para cada persona es igual. Por supuesto, es igual porque allá en los años mil seiscientos a un par de sabiondos se les ocurrió la brillante idea de dividir los ciclos en los que se dividen las estaciones y los días, en partes iguales que pudieran medirse con mayor facilidad. Es obvio que el tiempo no es creación del humano, sin embargo, nos hemos dado a la tarea de adaptarlo a nuestros requerimientos en función de adquirir experiencia.

De ser Einstein un devoto a cualquier culto religioso, es sencillo interpretar que probablemente al hombre la razón y la fe se le cruzaron más de una vez, poniendo en duda los principios que defendía de las duras críticas sociales. No obstante, cualquier creencia que podamos compartir se centra en una misma correspondencia: el tiempo es algo de lo cual no podemos huir.

Aunque Mingi no estuviese al corriente de ciertos detalles, de tantas veces en su vida que le repitieron la frase –"En la vida hay tiempo para todo."- resolvió que, ciertamente, el lapso estipulado para el existir en aquel plano físico le sería, de una manera u otra, suficiente para completar todo lo que quisiera si lo administraba correctamente; no al punto de volverse una persona obsesiva, pero no por ello menos precavida.

Una afirmación axiomática que satisface a cualquier ser humano, es que la vida, el momento en el cual nos establecemos y prosperamos hasta morir, es distinto para cada quien en términos cuantitativos, es decir, algunos viven hasta los ochenta, otros mueren jóvenes y así sucesivamente.

Indistintamente del momento, la vida para el de ochenta años pudo haber pasado en un parpadeo, mientras que la del joven pudo haberse sentido como las ocho décadas del viejo, en fin... como explicaba Einstein, el tiempo es relativo porque para gustos y preferencias el universo no se basa en un solo esquema.

En el caso de Mingi, no es que sintiera que la vida se le estuviese escurriendo entre los dedos, aunque igual admitía ciertas excepciones; de vez en cuando lograba sorprenderse de cuán rápido pasaban los períodos que con antelación idealizó como una eternidad.

Apartando las obsesiones y preocupaciones que un adulto joven ocasionalmente presenta a la misma edad de Mingi, nuestro protagonista ponía en práctica el modismo de 'Carpe diem' cada día de su vida de modo que pudiera disfrutar, sacar provecho hasta de las contrariedades porque en resumidas cuentas, los altibajos y vicisitudes (al igual que el tiempo), también había que aplicarles el mismo apelativo.

Hablando de sacar provecho de su vida, Mingi no creía en las festividades comerciales. Un ejemplo de ello era el 14 de febrero, la fecha proclamada para celebrar –"El amor y la amistad"- ; a quién más sino a las compañías multimillonarias se les ocurriría reducir a un solo día al año el conmemorar algo tan importante como el amor.

-"El amor se goza cada segundo de la vida, de la forma que sea... uno no busca un solo día para decirle 'te amo' a las personas que están a tu lado... gente pendeja."-

Aquel pensamiento le siguió de regreso a casa, tan suave pero persistente como la brisa decembrina que le pegaba por los costados haciendo que apurara el paso, ansioso de poder llegar al departamento para encontrar la cura a todos sus males.

Su día no había sido particularmente maravilloso, a decir verdad, se la pasó bastante mal en clase cuando uno de sus profesores le tiró por el pecho los papeles de un anteproyecto; sin embargo, logró conservar la calma, centrándose en tomar el trato despectivo del docente como un incentivo para hacerlo mejor en vez de contagiarse con los desaires del susodicho.

En el trabajo fue algo similar, sólo que en vez de ser despreciado por su superior un compañero quiso dársela de graciosillo al revolverle las órdenes haciendo que le llamaran la atención por atender mal a los clientes; al menos el chico tuvo la decencia de disculparse con él al final de la jornada. Entonces, sí... a pesar de tener el cuerpo quejumbroso, su mente continuaba con la convicción de cambiar su suerte y convertir un día duro en un momento especial que pudiera celebrar junto a Yunho, su novio.

De camino a su hogar resolvió comprar la comida preferida del pelinegro, pensando en ello como un lindo gesto; con tal de ver a Yunho feliz, su día acabaría con broche de oro. A simple vista podía parecer algo bastante común, el pasar por comida rápida y sentarse en el piso de la sala a comer con su pareja tras una larga jornada, más él encontraba aquellos momentos fascinantes, llenos de magia.

Honestamente, Mingi no podía mentir al decir que nunca había caído en la trampa de las fechas comerciales, es decir, todavía guardaba la carta que Yunho le hizo estando ambos en segundo grado; la tenía guardada entre las páginas de su libro favorito para que la cartulina rosada llena de escarcha y corazones mal dibujados no se arruinara. Aunque su mayor pretensión estaba proteger con recelo el -"Te quiero mucho gigi, feliz día de la amistad. Att: Yuyu"- que rezaba aquel inocente detalle.

Y pensar que desde un principio el mayor y él habían sido tan obvios, que seguramente siempre habían estado enamorados del otro. El dulce sentimiento compartido era tan grande, a tal magnitud que él siendo apenas un niño de siete años, ese mismo día le correspondió los sentimientos al pelinegro al obsequiarle una carta muy parecida. Se hacía la idea de que Yunho pudiera tener la suya escondida en algún lugar del apartamento; era tanto una especulación como una realidad que no podía verificar. A Yunho aún le daba pena admitir que era de esas personas cursis que se aferran a lo material.

Claro que con el tiempo y al crecer con su persona favorita en todo el mundo, con su primer y único amor, ambos fueron perdiendo esa noción de darse obsequios; era un cliché para nada indispensable.

A todas estas, más allá de mostrarse como unos cascarrabias, Mingi creía que tanto él como Yunho habían dado vuelta al romanticismo, convirtiendo sus vidas en una comedia romántica del siglo XXI.

-"Yuyu y yo no tenemos nada que envidiarle a nadie."-

Dijo para sus adentros al tiempo que una tonta sonrisa se dibujaba en sus labios. No hacía tanto frío como para ver su aliento cada vez que soltaba el cansancio en una larga exhalación, pero el abrigo que llevaba no era suficiente; quería llegar pronto a casa para acurrucarse junto a su radiador humano.

Parado junto al borde de la acera, observó los carros pasar a la espera de su turno para cruzar la calle cuando lo vio... un joven en sus veintitantos caminando con un costoso ramo de rosas entre sus brazos.

-Tal parece que no soy el único que se antojó de hacerle un detalle a su pareja el día de hoy.

Murmuró por lo bajo, siendo el sonido de su voz opacado por el claxon de un camión; a pesar del bullicio conservó su sonrisa intacta.

Largó un suspiro al ver al chico al otro lado de la calle desaparecer entre la multitud, dejando que sus pies le guiaran como al resto de los transeúntes que cruzaron la avenida con él. No le faltaba mucho para llegar al apartamento, solo dos calles más y estaría entre los brazos de su adorado pelinegro; el ver aquel muchacho con las rosas tan ilusionado solo sirvió para incrementar las ansias que tenía de ver a su novio. Y, oh... cómo hubiese deseado que su mente optara por conservar su posición del lado de la inocencia...

Se le empezaba a hacer una costumbre acordarse de cosas netamente vulgares (picantes, poco inocentes, lascivas, cómo ustedes prefieran) como esas en lugares que no debía, cuando mucho agradecía el hecho de estar a unos pasos más de huir de las miradas incriminatorias que pudiera lanzar cualquier persona al verle tan sonrojado.

Sosteniendo las bolsas con la comida contra su pecho, se apresuró a cerrar la puerta del edificio antes de tomar las escaleras en una sola carrera hasta el quinto piso. Una vez allí se reprochó a sí mismo el haber usado tanta energía de forma innecesaria; aunque con ello consiguió bajar la calentura de su recuerdo.

Soltó una risilla llena de complicidad y gozo cuando finalmente alcanzó la puerta del apartamento. Con rapidez echó la llave en el cerrojo y empujó la misma para ingresar al lugar, siendo recibido por la penumbra. Extrañado ante el silencio y la falta de iluminación, no pudo evitar que una oleada de decepción le azotara, haciendo que resumiera sus acciones a un movimiento pausado; prosiguió a retirarse los zapatos en la entrada, colgó el abrigo y dejó las llaves en el lugar de siempre a un lado de la puerta.

Cabizbajo, se movió arrastrando los pies por el piso aún con las bolsas en su mano. Deliberó que podría llamar al pelinegro para saber dónde andaba y si tardaría en volver a casa, más tren de sus pensamientos colisión contra una pared en el mismo instante que él pareció chocar un con un cuerpo no identificado.

Pensando en que quizá se trataba de un intruso, debido al asombro soltó las bolsas de comida y se apartó alarmado, buscando el interruptor de la luz en la pared más cercana. Al dar con él presionó de este con rapidez revelando en la pronta claridad el rostro del supuesto entrometido.

-¡Yunho!

Exclamó entre sorprendido y aliviado, sonriendo al notar cuán descolocado y somnoliento se encontraba su novio. El susodicho sólo se cubrió con los brazos mientras hacía una mueca de desagrado a razón de la luz que le dio de lleno en el rostro.

-Y-yah, ya no grites... suenas como si esperaras a alguien más, ¿qué pasó, bebé?, por qué tanto escándalo.

Murmuró el mayor cubriendo su boca al terminar de hablar para bostezar. Aún bajo la atenta mirada de un acelerado Mingi, se acercó al aludido de modo que pudiera plantarle un beso en la mejilla.

-P-pensé que no estabas, cuando entré esto parecía la boca de un lobo.

Murmuró tratando de recuperar el aliento.

-Es que me quedé dormido cuando todavía no anochecía.

Explicó el pelinegro luciendo un poco más avispado.

-¿Te asusté mucho?, perdón mi bebé.

Agregó el susodicho al tiempo que tomaba al menor de la cintura, atrayéndole a su cuerpo en un cálido apretón que concurrió como deleite para Mingi; en definitiva solo necesitaba volver a su hogar, a los brazos de Yunho para hacer de su día uno especial.

-Hm... discúlpate como se debe.

Refunfuñó el menor de los dos, obteniendo como respuesta una risilla airosa de parte del pelinegro. Sintió aquella risa estremecer hasta su alma, haciéndole vibrar a un ritmo diferente, al propio compás de su felicidad, más no dijo nada al mayor para no darle el gusto de verle aflojar; sí, estaba medio necio y falto de cariño, y eso qué.

A sabiendas de que su novio sería el primero en ceder, se mantuvo erguido contra la pared, sus manos ocupando como hábito el espacio a los costados del mayor cuando este, prontamente, se dignó a cumplir su deber marcando una distancia prudente entre ellos para encontrar su mirada antes de darse el último empujón y así juntar sus bocas.

El tímido suspiro que se le escapó fue obra y gracia de la ternura con la cual Yunho le besó, moviendo sus labios en suntuosa delicadeza contra los propios, impregnando los mismos con toda la esencia y la calidez que tanto deseó tras haber soportado las tertulias de su día; Yunho desde la primera vez siempre le había besado con propósito, pero ese momento las intenciones se le desbordaban como el mar al llegar a la playa.

-Te eché de menos, Gigi...

Musitó el pelinegro al separarse en una profunda inhalación, tomando algo de aire a través de su sonriente boca mientras veía de soslayo cómo el menor perseguía sus labios.

-También te eché de menos, Yuyu... mi día fue espantoso.

Respondió Mingi aceptando la distancia entre ellos de momento, permaneciendo con los ojos cerrados en un vago intento por preservar el encantamiento que les envolvía. Paseó la punta de su lengua por la ínfima apertura de sus labios entumecidos; a la velocidad que se sacudía su corazón aquello no podía catalogarse como un latido, era más bien un zumbido.

Sintiendo curiosidad, alzó sus brazos para colocarlos sobre los hombros del pelinegro, atrayéndole en un ágil movimiento que eliminó todo trecho entre sus cuerpos y, vaya... cuán hermoso era ser correspondido; el núcleo de Yunho latía a la par del suyo, con tanto fervor que deseó grabar aquel bullicio para repetirlo como canción.

-Olvídate de eso, bebé... déjame hacer que tu día mejore, ¿quieres?

Le habló Yunho al oído, haciendo que suspirara por milésima vez en ese pequeño lapso de tiempo.

Sin siquiera dar una respuesta apropiada, sintió las manos de Yunho hacer maravillas sobre cuerpo, deslizándose con fascinación por el nacimiento de sus largas piernas hasta apretar sus muslos y arrancarle un ligero gemido en el proceso. El contorno de su pensamiento empezaba a tornarse difuso, los sentidos se le iban adormeciendo y de a poco algo más persistente se anteponía a su juicio queriendo crecer, apoderarse de él.

Si bien todo se sentía rico y su novio no estaba a nada de lograr su cometido, la estela de un recuerdo emergió a su pensamiento, haciendo que inconscientemente tirara con sutileza de los cabellos azabaches en la nuca de su pareja; gesto que solo llevaba a cabo cuando precisaba de su atención. A los efectos del llamado, Yunho le vio confundido y aún estando bajo el efecto de sus encantos le tomó un segundo recobrarse de su aturdimiento.

-¡L-la comida!... quiero decir-.... compré comida de camino aquí porque quería que cenáramos juntos.

Explicó hablando con rapidez, viendo a todos lados en la habitación hasta dar con las bolsas que a unos metros de distancia seguían malparadas en el suelo.

-Por qué no lo dijiste antes, mi amor.

Comentó Yunho luciendo una auténtica sonrisa en sus labios; ni un atisbo de molestia se notaba en su semblante a pesar de haber sido interrumpido en medio de su seductora jugada.

-Es que si te pones en plan "Déjame hacer que tu día mejore, gigi" qué carajo voy a estar acordándome de eso, Yunho.

Explicó mientras el aludido reía terminando por soltarle, no sin antes dejar un beso en la frente del menor.

-Bueno, perdón por querer ser un novio atento y preocuparme por tu bienestar.

Dijo Yunho tras llevarse una mano al pecho, en un dramático intento por querer lucir afligido. Negó al ver al mayor, acercándose junto con este a recoger todo; por suerte la comida seguía en su caja intacta, quizá un poco revuelta, pero sana y salva.

-Gracias por comprar la cena, bebé.

-Hm... después me agradeces, anda y siéntate mientras yo acomodo todo.

Dijo, agitando las manos en el aire para indicarle que se apartara; y no, obviamente ese gesto no se le había pegado de Yoora.

-¡Sí, mi capitán!

Como si de un soldado se tratase, Yunho se plantó derechito sobre sus pies, llevándose una mano a la cien antes de dedicarle una sonrisa a Mingi, volviendo sus pasos a la sala tras lograr su cometido de hacer reír al menor; el pelinegro era todo un caso, pero eran esos detalles los que exaltaban el corazón de Mingi.

-"El amor te vuelve más sensible y más estúpido. Sí, definitivamente más estúpido..."-

Concluyó sabiamente.

Movió la cabeza para negar y volvió su atención a la comida, sonriendo al darse cuenta que no había sufrido ningún percance tras la caída; resolvió entonces dejarla en las cajas porque realmente no valía la pena ensuciar platos a esa hora. Teniendo todo listo, se acercó a la mesa siento asistido por Yunho quien tomó algunas de las cajas para colocarlas en la mesa.

-¿Y los platos?

-Se los llevó un perro en la boca.

-Bebé, por Dios-...

-Ay no tú... me da flojera fregar a esta hora, de paso se llama comida para llevar por una razón. Anda, come que todas estas noches has estado cenando muy mal.

Insistió, dejando a medias el reclamo de su pareja, esbozando una nueva sonrisa al advertir el cambio en el semblante del pelinegro tan pronto dio el primer bocado a sus fideos.

Volver a esa sencilla pero agradable costumbre de cenar juntos ahí amuñuñados en la sala del apartamento, ofreciéndole bocados de comida al otro con sus palillos siempre era gratamente bienvenido. Últimamente ambos estaban tan ocupados que ninguno creía tener el tiempo suficiente para hacer algo como eso; forzar las situaciones tampoco resultaba idóneo. Sin embargo, Mingi seguía dando el todo para cuidar de la salud del pelinegro que tenía por novio.

A todas estas, aunque el ambiente se sintiese ligero, Mingi sentía la extraña sensación de que Yunho quería decirle algo pero no sabía cómo hacerlo; lo notaba por la manera como el otro sostenía la comida entre sus palillos pensando antes de llevársela a la boca para luego sonreírle como si nada.

Lo que funcionaba en ciertos aspectos también lo aplicaba en situaciones como esa, y si Yunho no quería soltar la lengua, tampoco le obligaría a hacerlo; por más ansioso que pudiera sentirse ante la actitud de su novio, tenía que mantenerse estoico antes de cometer un error garrafal.

Al terminar la cena, se ayudaron mutuamente a recoger el desorden y acomodar las cosas que habían quedado regadas por la cocina. Por un lado el pelinegro se encargaba de la basura mientras él limpiaba el mesón, tarareando alguna canción popular que sonaba en la radio en esos días. En medio de su labor, sintió unos brazos envolver su cintura, una espalda adherirse a la suya y la curva de un suave mentón acoplarse a su hombro; sonrió por inercia, relajándose al tacto gentil que le ofreció su pareja.

-Yo también pensé en ti antes de volver a casa.

Murmuró el pelinegro contra la sensible piel de su cuello, provocándole cosquillas que le hicieron retraerse cómicamente en su lugar. Resolvió ajustar su posición para girarse a medias encarando al mayor.

-Con que sí...

Dijo tras arquear una ceja dando tiempo a que Yunho terminara de hablar. Examinaba el rostro de su novio en busca de un atisbo de duda, de miedo, de inquietud... de lo que fuera que le facilitara una pista para entender el tan extraño y repentino cambio en la actitud del otro.

-Sí... y pasé por tu heladería favorita para comprar el helado que te gusta.

Parpadeó confundido de si había escuchado bien, o si lo que escuchó fue producto de su imaginación.

-Me compraste helado. En pleno invierno.

Soltó una risotada luego de pensar en cuán ilógico podía llegar a ser el pensamiento de su pareja en ciertas situaciones, besando luego el puchero que el susodicho dibujó en sus labios al presenciar su reacción.

-Yah, lo siento. Es que sólo a ti se te ocurre esa vaina, Yuyu.

-Bueno, si no te lo vas a comer más para mí.

-No pero, ya va. Por qué te adelantas a los hechos... yo sí quiero helado, y también besos para no morirme de frío.

Sabiendo que el mayor no se resistía a sus encantos, le engatusó con un poco de aegyo y en un abrir y cerrar de ojos ya se encontraban ambos en la habitación comiendo helado acurrucados.

-Mh... qué rico. Gracias, Yuyu.

Murmuró al relamerse los labios, obviando el ligero temblor que percibía en estos a razón del frío postre que seguía derritiéndose en su lengua y contra su ya congelado paladar.

-De nada, bebé...

Respondió el pelinegro, haciendo una pausa que llamó la atención de Mingi.

-Oye, necesito decirte algo, yo-...

-¡Ajá!, ¡lo sabía! Estabas actuando raro desde que nos sentamos a comer y-... ¡Oh! Tú solo me compras helado cuando quieres decirme algo importante.

Aunque algo tarde, cayó en cuenta de la situación, sintiéndose un tanto indignado por cómo se estaban desenvolviendo los hechos en torno al misterioso secreto que guardaba el pelinegro.

Advirtió entonces lo nervioso que presentaba Yunho, quien ni siquiera podía sostenerle la mirada por más de un segundo. En algún punto se sintió culpable al reaccionar de forma tan discriminante, por lo que intentó enmendar la situación para hacer que su novio volviera a sentirse a gusto.

-Mi amor, mírame... sabes que puedes decirme lo que sea, no te pongas así-...

-Yoora y yo ya empezamos con lo de la tesis y las pasantías.

Tal como en la cocina, tuvo que pestañear un par de veces, viendo con incredulidad a su novio mientras su cerebro a paso de caracol terminaba de procesar la información.

-¿Disculpa?

-Y-yo-...

-No. O sea, no. Yunho este semestre inscribiste nueve materias a mis espaldas porque te dio la gana de adelantar y ahora-... ¿¡y me vienes ahora con esta mierda de que vas a empezar a hacer la tesis!?

Exclamó atónito ante la revelación. No importaba si a simple vista no parecía algo malo, sabía perfectamente lo que implicaba el que Yunho se pusiera en esas; el mismo problema de la última vez.

Como si se tratase del meme del perro con los flashbacks de la guerra de Vietnam, Mingi sacudió la cabeza al expulsar de su mente la retahíla de desagradables recuerdos asociados a esos momentos en los que pensó perder la paciencia mientras Yunho se volvía loco trabajando y estudiando.

-Mingi, bebé... es que no entiendes. El Profesor Park nos habló hace unos días y nos dijo que nos iba a ayudar, que tiene el tema perfecto, es sobre un proyecto que están haciendo en la ciudad, ¡no podía desaprovechar la oportunidad de hacer todo en tiempo real!

Explicó el pelinegro con cierto desespero, moviéndose en tiempo record para dejar las tazas con helado sobre la mesa de noche antes de hacer un desastre en las sábanas limpias sobre la cama; aunque atento y adorable, aquello no logró contentarle.

-No me importa, Yunho. Qué coño es lo que te pasa, ¿acaso no recuerdas lo que te pasó el semestre pasado por andar trabajando y estudiando de más?

Le confrontó tras pararse de la cama, sembrándose a un lado del pelinegro que le veía entre sorprendido e incómodo. Por supuesto que su novio recordaba aquello; lo que aconteció en su más nefasta recaída. A ninguno de los dos se les olvidaría esa vaina más nunca...

"Se encontraba considerablemente cansado a causa de cierto pelinegro que no le había dejado conciliar el sueño la noche anterior; suspiraba pensando que el asunto en cuestión hubiese sido más interesante si la razón principal de su desvelo, hubiera involucrado a un Yunho en un plano romántico.

Cerró los ojos y llenó sus pulmones de aire, prontamente liberando la carga en una lenta exhalación, pudiendo así mostrar la mejor de sus sonrisas al cliente que seguía en la fila; menuda noche la suya y para colmo ese día debía tomar un turno completo en la cafetería.

-"Paciencia amigo pintor."-

Resolvió decir para sus adentros, manteniendo su hipócrita fachada mientras la chica delante de él leía en voz alta las opciones como si no hubiese tenido tiempo de hacerlo previamente.

A esas alturas poco le importaba el que los clientes tras de ella se quejaran y le reclamaran, es decir, su trabajo consistía en tratar a todos por igual y si la fulana quería echarse su postín no podía sino esperar como el resto.

-"Qué estará haciendo Yuyu... lo que daría por estar en el apartamento viéndolo jugar videojuegos en la pc. Admito que no me encantan, pero es divertido ver cómo le grita a la pantalla."-

En medio de su monólogo fue interrumpido por la muchacha que, ofreciéndole una sonrisa acabó por decirle su orden. Le devolvió el gesto a la chica, tras corroborar su pedido e indicarle que pasara la tarjeta para concretar el pago. Al terminar la transacción la susodicha se fue, llevándose consigo su aura risueña, completamente ajena al farfullo y los suspiros de alivio a sus espaldas.

-Siguiente, por favor.

Indicó al chico que seguía en la fila; la sonrisa amistosa y falsa de labios apretados aún adornando su cara.

-Buenas tardes. Bienvenido al 'Café 1117', qué desea ordenar.

-Sí... quiero un café grande y un muffin para llevar.

Como si su cuerpo estuviese al mando de algún tipo de inteligencia artificial, repitió los mismos pasos que le correspondían: verificar, cancelar, despachar. Así de simple, así de rápido, por qué entonces los clientes no podían apegarse a su parte.

-Oye... hm, ¿Mingi?

Comentó el muchacho achicando los ojos para leer la etiqueta con su nombre en su uniforme.

-¿Sí?, ¿desea algo más?

Cuestionó tratando de guardar las apariencias, acoplándose a un lenguaje netamente formal, si acaso diplomático para referirse al idiota que entorpecía su trabajo.

-La verdad, me vendría bien tu número.

Comentó el casanova haciendo que Mingi pusiera los ojos en blanco.

A punto de ofrecer una respuesta para nada agradable al atrevido, una personita se adelantó a contestar por él.

-Por qué mejor no te doy el mío, así salimos los tres, ¿hm? Mi novio, tú y yo, ¿no te parece?

Cual caballero en brillante armadura, de la nada Yunho se postró al frente del muchacho quien, a juzgar por su semblante, estaba a dos segundos de desmayarse o bien mojar sus pantalones cuando dio la vuelta para encarar al pelinegro; la situación por sí sola le causó bastante gracia simple y llanamente porque su novio le llevaba al menos 20 centímetros al intento de Don Juan.

-A-ah, yo-... disculpa, marico.

Respondió finalmente el chico, carraspeando al darse cuenta de que la voz se le había quebrado al empezar a hablar. Soltó una airosa carcajada cuando después de tan breve y patética disculpa el susodicho salió huyendo despavorido.

-Hm, mi héroe. Eso fue bastante interesante, no todo el tiempo me andas celando a ese nivel.

Comentó como quien no quiere la cosa, recargándose del mostrador para ver la media sonrisa que amenazaba con destruir la intimidante expresión en la cara de Yunho.

-Sí bueno, tú nunca quisiste ponerte la calcomanía que dijera que tienes novio, así que uno tiene que reinventárselas para que no se metan con lo suyo.

Explicó el pelinegro luciendo visiblemente más tranquilo, retornando de a poco a su semblante y actitud frecuente.

-Ajá... y dime, a qué debo tu visita el día de hoy. No sueles venir por aquí en mis turnos de trabajo, ¿acaso viniste a raptarme para huir juntos al atardecer en tu noble corcel?

Inquirió llevándose una mano al pecho y otra a la cien, suspirando de forma sobreactuada para sacar una sonrisa al dueño de las suyas; no tenía idea de a dónde se habían ido el resto de los clientes que habían en la fila. Le traía sin cuidado, total, probablemente Yunho los terminó espantando, quién sabe, su novio era 'de armas tomar' cuando andaba molesto.

-Sí eres payaso. Se te está pegando lo pendejo de ver tanta basura de Disney con el WooSan. Y pues, vine por un café y quise aprovechar para visitarte también.

La osadía que tenía el pelinegro de venir a insultarle en su cara y después actuar como si nada; como si sus películas de Harry Potter fueran mejor que las mariqueras de Disney.

Pues, no le iba a funcionar aplicar la del chico al que había sacado prácticamente a patadas del local. Increíble, sí. Pero Mingi se limitó a reír, moviendo la cabeza en señal de negación antes de inclinarse sobre el mostrador para acortar la distancia entre él y su adorado pelinegro.

-Me encanta que vengas y toda la cosa, pero lo siento, mi jefe me dijo que no le vendiera café a ningún hombre de nombre Jeong Yunho y... ¡Oh!, qué sorpresa, ese es tu nombre bebé.

Su explicación acabó en una risilla de su parte y una expresión de sorpresa en el rostro del mayor; tenía más de una razón por la cual no dar su brazo a torcer.

Yunho le veía con los ojos desorbitados, con un símbolo de 'cargando' en la frente como si intentase buscarle lógica a su mal chiste.

-Jajá, muy gracioso bebé. Ya en serio, necesito un café.

-No. Y no vuelvas a insistir, podemos estar en esto un rato a menos que aparezca otro cliente.

Se negó al cruzarse de brazos, viendo inmediatamente como las facciones de Yunho se deformaban en una mueca que denotaba fastidio.

-Mingi, por favor. No me vengas con esto ahora yo-...

-Dije que no, Yunho. Ya Chan te echó la paja y me dijo que hoy viniste tres veces a comprar café mientras estaba ayudando en la trastienda.

Ante la confesión el mayor pareció caer en cuenta de sus actos, bajando la mirada en una clara señal de derrota; tanto él como su novio largaron un suspiro de frustración.

Qué pretendía Yunho al venir ahí tan despreocupado, pensando que sus compañeros de trabajo no le irían con semejante chisme. De paso que le dijeran que su novio parecía un muerto viviente como si no hubiese dormido en días; más que preocuparle le tenía al borde de un colapso. Es decir, sí él lo notaba era algo, pero que otro lo comentara significaba una gran bandera roja.

-Te prometo que este será el último que me tome hoy, pero necesito estar despierto, ya hasta voy tarde para mi turno de trabajo en administración, bebé... Mingi por favor.

Le rogó el pelinegro, quien giró su cabeza al notar a una chica entrar por la puerta e ir directo hasta donde estaban. A los efectos de aquel acontecimiento, retomó las andadas enderezando la espalda y colocando la misma sonrisa en su rostro.

-Un batido de fresas, entonces.

-N-no, Mingi-...

-Está bien, este va por mí, bebé. Ya está, ¡siguiente, por favor!

Si estaba en sus manos hacer que el otro dejase de ser un adicto a la cafeína, pues ejecutaría cada acción a favor de ello; sobre su cadáver dejaría que otra gota de café profanara los labios de su novio. No le importaba cuán amarga fuese la mirada que le dedicó Yunho tras hacerse a un lado sin dar lugar a pataleos.

-"Si no quiso entender por las buenas, pues que sea por las malas. Nada más que hacer."-

Finiquitó su consciencia, haciéndole sentir relativamente mejor.

Tras terminar de atender a la muchacha, siguió con la mirada al pelinegro que recogía su nutritivo batido de fresas con un evidente gesto de resignación; antes de este irse por la puerta le lanzó un besito que, a pesar de las molestias, el mayor atrapó.

El resto de su día pasó sin mayor novedad, que si atender a las personas, que si limpiar las mesas, que si ordenar esto y aquello... todo siempre con la misma sonrisa llena de hipocresía hasta el último segundo del día que visitera aquel ajustado uniforme contra su morena piel; respiró complacido al cerrar la puerta de su casillero y echarse la mochila al hombro para salir corriendo lo más lejos que pudo de allí.

Era temprano aún, a penas las siete treinta de la noche cuando alcanzó la puerta del apartamento. Estaba entusiasmado por ver a su novio y por el prospecto de quizá tener tiempo para hacer la cena juntos, más el empujó la puerta de su hogar pasó rápidamente a encontrarse con... nada. Literalmente el silencio y el frío le dieron de lleno en la cara.

Confundido y alarmado, sacó su teléfono para revisar si tenía algún mensaje del pelinegro. Se quedó sembrado allí con las llaves en la mano husmeando entre las notificaciones para hallar lo mismo que le había recibido al entrar al apartamento: nada.

Lo primero que le pasó por la cabeza a Mingi fue, indudablemente, una sarda de pensamientos negativos e ideas erradas, tipo que habían secuestrado a su novio. Sin embargo, al recurrir a la lógica, la respuesta se le hizo bastante evidente.

Enojado a razón de la irrebatible realidad, se dio la vuelta y salió nuevamente por la puerta, cerrando la misma en un portazo que nunca pretendió dar antes de correr de regreso a la universidad.

En todo el camino no hizo sino fruncir el ceño y esquivar a las personas que molestos o quejumbrosos le pasaban de refilón, pero no le importaba un comino. Estaba que le pinchaban y no salía sangre; iba a ahorcar al pelinegro cuando lo encontrara.

-"¡A puesto a que está trabajando horas extra como siempre sin que nadie se lo pidiera!"-

Exclamó para sí mismo antes de empujar la puerta de vidrio del decanato sin cuidado alguno, siendo reprochado por el guardia de seguridad del lugar. Pasó de largo el llamado de atención, subiendo las escaleras en dirección a las oficinas para encontrarse a una de las secretarías que sabía trabajan con su dichoso novio.

-¡Oh, Mingi! Yunho ya estaba por salir, andaba todo agitado porque no te había avisado que iba a llegar tarde.

Comentó la chica de forma cordial, aunque su simpatía no hizo más sino alimentar la disgusto que cargaba.

-Hola, sí. Puedes por favor decirle que se apresure.

Respondió a la muchacha intentando no sonar despectivo; no valía la pena desquitarse con alguien inocente. La vio asentir luciendo un tanto inquieta, probablemente por su actitud cortante, le vio entonces levantarse de su silla perdiéndose tras una pared para ir en busca del pelinegro.

-Dios mío perdóname, pero cuando lo vea lo voy a joder.

Murmuró por lo bajo, recargándose de un muro cuando un grito le sacó de su estupor. Viendo rápidamente a su alrededor se percató que el chillido provenía de donde anteriormente se había ido la chica. Al notar que seguramente eran los únicos en el lugar a esa hora, no la pensó dos veces antes de entrar por la puerta corriendo hasta encontrar a la susodicha arrodillada junto a un inconsciente Yunho.

Lo que Mingi vivió a partir de allí se le antojó como algún tipo de turbación, una experiencia ajena a su cuerpo, como si el mundo hubiera decido bajar la velocidad mientras él se arrojaba al piso en función de atender a su novio; sabía que de su boca salían gritos pero no podía siquiera entender lo que él mismo decía. Sólo veía con incredulidad al pelinegro entre sus brazos bajo aquel aspecto demacrado mientras la chica a su lado temblaba hablando al teléfono con emergencias para solicitar una ambulancia.

Al llegar los paramédicos permaneció igual, ido y estupefacto, buscando la manera de seguir aferrado a Yunho. Únicamente recobró algo de lucidez cuando le apartaron con rudeza de su novio, a quien postraron en una camilla para luego proceder a ingresarlo en la ambulancia.

-Jovencito, ¡Jovencito, escúcheme!

-Q-qué-...

-El chico en la camilla, quién es. Respóndame, por favor. Necesitamos ayudarle.

-Y-yunho-... es mi novio. ¡Necesito ir con él!, ¡No pueden llevárselo sin mí!

Gritó horrorizado, pasando por encima del hombre que le hablaba para poder subirse a la ambulancia; con una fuerza inhumana logró apartar a todos y convencerles de que le dejaran ir con ellos.

El resto del camino siguió escuchando que los paramédicos que le acompañaban seguían hablando a sus espaldas sobre él, que debía calmarse y que Yunho iba a estar bien. Tales palabras no ayudaban en lo absoluto a resarcir el dolor en su corazón, mucho menos a apaciguar la lluvia copiosa que caía de sus ojos, lo único que le reconfortaba era sostener la mano fría del pelinegro."

Cómo se le iba a olvidar el día en el que pensó que la tierra se había transformado en el mismo infierno, llevando a la realidad su más temida pesadilla. Recordaba al filo de sus labios los besos que le había dado a Yunho cuando este despertó a las horas, acostado en una camilla y conectado a una intravenosa; el sabor de la amarga y seca boca de su pelinegro no eran siquiera la sombra del gusto que tanto la angustia y la preocupación le provocaron al paladar. No había sido algo verdaderamente grave, sólo un cuadro de deshidratación y fatiga, o algo así le quisieron vender como excusa los médicos que les atendieron.

Qué ellos siguieran llenándose la boca con mentiras si querían. Irrelevante suponía la opinión de un experto, pues ese era Yunho, su Yunho; nadie podía conocerlo mejor que él. Y si haber recurrido a una ambulancia no era algo grave, entonces no quería siquiera imaginar lo que realmente lo era; tampoco dejaría que Yunho tentase al destino para averiguarlo.

Bendito fuera Seonghwa por el resto de sus días en la tierra, su amigo se había ganado el cielo al aparecer en cuestión de minutos cuando le llamó llorando desconsolado para contarle lo ocurrido. Admitía que en ese momento entre las lágrimas ni siquiera se dio cuenta de a quién le marcó entre sus contactos, pero su amigo había actuado cual intervención divina; de no haber tenido el apoyo de él probablemente se hubiese desplomado también. Y no podía ser así, él tenía que estar para Yunho, pero alguien debía estar ahí para él, ¿no?... fuera Yunho, fuera Seonghwa... pero Yunho siempre vendría primero.

Se supone que las cosas que uno aprende por las malas son las que quedan grabadas como fuego en tus entrañas. O al menos eso pensaba Mingi, quien atendía con desespero a su experiencia para no tropezarse en el camino con la misma piedra.

En última instancia, el estatus de su relación se había desarrollado en situaciones más favorables. Desde hacía meses quiso aferrarse a la idea de que Yunho era más precavido con las decisiones que tomaba y que por ende, valoraba el hecho de que las discusiones entre ellos hubieran terminado. Sin embargo, ahora ponía en duda el efecto que podrían haber tenido las enseñanzas de la vida en su pareja; él tenía de sobra para razonar una vez más que existía un momento propicio para hacer las cosas y que retar al tiempo para adelantarse a los hechos, de forma imparcial, repercutía a nivel del estado físico y emocional.

-Mingi, bebé...

De pronto el idealizar su compostura no le sirvió en lo absoluto cuando la espesura de sus lágrimas fue suficiente para nublar por completo su mirada. Ignoró el llamado de Yunho, demasiado ensimismado en controlar las emociones que brincaban de un lado a otro acrecentando el malestar en su pecho.

-Mingi... no llores por favor.

Escuchó su nombre y una especie de petición que le supo más bien a un lamento y fue entonces cuando advirtió el tacto sobre sus mejillas, los dígitos que con gentileza aligeraban la carga de sus empapadas mejillas con la esperanza de que volvieran a alzarse en una sonrisa.

Aunque deseaba apartar las manos de Yunho no tuvo la voluntad de hacerlo, no cuando este junto su frente a la suya y compartiendo el mismo aire le atrajo a su cuerpo como si de esa manera pudiera hacer desaparecer el dolor de su ser y guardárselo para él.

-No llores por favor...

Insistió el mayor, consolando a Mingi de la única en forma que encontraba resultados propicios: meciéndole con gentileza mientras se bebía sus sollozos en un beso.

-T-tengo miedo, Yunho... no quiero que te vuelva a pasar n-nada... te lo he dicho mil veces y no quieres entenderlo, n-no te entiendo, por qué me sigues mintiendo al d-decirme que harás que las cosas sean diferentes.

Cuestionó Mingi tras poner un poco de distancia del mayor, sintiéndose un tanto sofocado por todo lo que le aquejaba de momento. A los efectos de su acción, Yunho le tomó por las manos para atraerle nuevamente hasta su cuerpo, sin dejarle otra opción sino encontrar su mirada; el desespero que resplandecía en los orbes que tanto amaba le apabullaba.

-Mingi, por favor... confía en mí. Nada malo pasará esta vez, sí he tomado en cuenta todo lo que me has dicho, esto-... esto no fue mero impulso, yo-...

-Cómo sé que no fue un impulso que tuviste, Yunho. N-no es la primera vez que actúas de esta forma y por lo visto no será la última... qué te hace pensar que después no tendrás otra oportunidad, por qué ahora, por qué no esperar.

Por primera vez en su vida se había atrevido a dudar de su novio y el sentimiento, en esencia, no le resultaba nada grato. Sorbió sus mocos al tiempo que se quitaba los anteojos para limpiar el remanente de sus lágrimas; lo demás siendo una excusa para no lidiar con la decepción escrita en el rostro de su pareja. No se creyó capaz de tolerar algo así.

-Déjame demostrarte que esta vez será diferente, por favor...

Una risilla irónica escapó de sus labios ante la insistencia del pelinegro; cuántas veces no protagonizó una escena similar. Estaba hartándose de tener tantos déjà vu.

Todavía sentía las manos del otro sujetarle con firmeza de los costados. Largó un suspiro entrecortado en el segundo que logró conseguir las agallas para volver a conectarse con las ventanitas que a lo lejos mostraban el resplandor remanente de la ilusión a ser correspondido; no tenía causa pelear esa batalla con el pelinegro.

Estaba cansado de percibir aquella pesadez apegada a su espíritu, por qué Yunho era tan egoísta, por qué insistía en colocar tal carga sus hombros en vez de aceptar su invitación. Desplegar sus alas para volar juntos, lejos de las silenciosas condenas que como grilletes les impedían remontarse al día presente y no al mañana.

-"Un día a la vez..."-

Recapacitó al tomar del rostro al pelinegro y en un intrépido movimiento juntar sus bocas con desespero, dando oportunidad a su pareja de reanimar su corazón a la fuerza de sus besos; aguardaba que el sabor de Yunho le bastara para recordar por qué debía confiar en su palabra.

-Un día a la vez... haz las cosas un día a la vez, no quiero que te mates pensando más allá de lo necesario y si Yoora no te ayuda en esto, juro por mi vida que iré a su casa a entrarla a coñazos, Yunho.

Logró decir aquello en la medida de lo posible, recobrándose aún del tan arrebatador beso que compartió con el mayor. A la cercanía que conservaron ambos le fue imposible no palpar la sonrisa en la que se curvaron los belfos del bendito pelinegro; mucho menos fue capaz de evitar contagiarse con la alegría que con modestia florecía entre ellos.

-Te doy mi palabra, Mingi... te prometo que esta vez será distinto y si Yoora no me ayuda iré contigo a barrer el piso con ella y con su novia.

Afirmó el pelinegro al tomar a Mingi por las mejillas antes de juntar sus labios en cortos besos cuyo tierno sonido no hizo sino derretir sus corazones, justo como el helado que seguía aguardando por ellos al fondo de las tazas sobre la mesa.

-Hm... quien va a barrer el piso ahorita soy yo y lo haré contigo por pajuo.

Sentenció el menor en un arranque exponiendo la bravura que ostentaba su alma. Tomó al mayor desprevenido al alzarle por los muslos, haciendo que cayera de espaldas en la cama completamente pasmado a los efectos de su valentía, pero igualmente anonadado por la taciturna promesa implícita en ella.

Queriendo aprovechar cada segundo que restaba de aquel día, se arrojó al cuerpo de su pareja, volviendo a probar de sus labios con esmero mientras sus manos se movían solas buscando el calor que emanaba bajo las prendas que prontamente fueron descartadas de sus jóvenes cuerpos.

Necesitaba cuando antes resarcir el malévolo efecto de aquella noticia, su cuerpo le demandaba el volver a conectarse con el pelinegro para dejar de idealizar y tornar sus palabras, sus promesas en verdad.

El Mingi de ese día a mediados de noviembre volvió a confiar ciegamente en Yunho, pero el Mingi del mañana tendría que ver para creer cuán legítimas eran las palabras que, en boca del pelinegro, de a ratos (relativamente) se sentían vacías.

Bueno, a pesar de que Yunho le metiera al loco a veces, el hombre se las jugaba todas a su favor para desplegar fidelidad. Estando a la par del susodicho, Mingi seguía considerando el hecho de que su novio y la mejor amiga del mismo se pusieran como quien dice –"A lanzarle piedras a los aviones."- pero ahí estaba él, orgulloso y feliz de ver a su novio sano y salvo en casa, a su lado, dormitando plácidamente entre sus brazos; Yunho roncaba tanto que probablemente el vecino podía oírles. A él le parecía adorable, aunque suponía que al imbécil que tenía por vecino opinaba lo contrario.

-"Que se compre unos audífonos, mejor aún... que se mude."-

Pensó al ahogar una corta risilla, dejando que el pelinegro se acomodar por enésima vez en sueños sobre la cama, o más bien sobre su cuerpo; sonrió complacido al ver que no se había despertado.

Mingi quería aferrarse al dicho que rezaba –"Lo que es bueno para el pavo es bueno para la pava."- Todavía, a nuestro protagonista no le hacía falta siquiera ponerse las gafas para avistar las impurezas que atestaban el diamante en bruto que simbolizaba aquella situación.

Jeong Yunho era una persona bastante particular si se trataba de accionar en base a una planificación, aunque tanto ustedes como el autor ya se hacen una idea de ello; el pelinegro rara vez se mostraba intransigente, más aquello seguía siendo una realidad. En este contexto resultaba fácil dilucidar que de nada sirvió el apelar por conflictos bélicos; la infructuosa batalla que Mingi ganó cuando de nueva cuenta volvió a tener razón.

Para respaldar su argumento, Yunho al menos tuvo la decencia de inventarse un riguroso horario con el cual podía cumplir tanto sus expectativas, como los deseos de su novio; un itinerario sumamente apretado que exitosamente le permitía al pelinegro dormir, comer, asearse, trabajar, y estudiar repitiendo tareas las veces que hiciera falta a lo largo del día.

Ciertamente, la idea no estaba del todo errada, es decir, organizar el tiempo no estaba demás, sin embargo, la afable rutina de Yunho acaecía en una trampa mortal por una única razón: el pelinegro seguía pensando que las horas eran de chicle.

Mingi no se regodeaba en el hecho de ver a su novio tan enérgico, brincando de un lado a otro para satisfacer sus propias demandas, no lo hacía porque, como si tuviera un tercer ojo en la frente, vislumbraba un fracaso inminente en el futuro cercano.

Más que ir por la vida presagiando el final de otro como la Banshee, Mingi solo correspondía a la realidad de que –"Todo lo que sube tiene que bajar."- y para cuando reparó en la cantidad de cosas que a Yunho se le habían acumulado en el plazo de apenas una semana, el pelinegro ya se encontraba tirándose de los cabellos con una nerviosa sonrisa impresa en la cara.

Decir –"Te lo dije."- no era precisamente lo que Mingi anhelaba vociferar al mayor, el jovencito solo esperaba de buena fe que todo pudiese acabar tan rápido como su novio asumió pasaría con ese momento; porque el pelinegro era fanático de pensar los días pesados como un instante en sus vidas, cuando todo eso, la verdad, distaba mucho de la realidad.

Suspiró largo y tendido al ver lo sereno que lucía el pelinegro durmiendo en su lado de la cama mientras él se distraía jugando cualquier tontería en el teléfono, esperando a que sus compañeros de clases se dignaran a compartirle una información de importancia sobre la asignación de una de sus materias finales. A decir verdad, eran apenas las once de la noche y no tenía nada de sueño, pero viendo a Yunho de esa manera lo que le daba era flojera.

Mingi no era una persona que practicara el arte de la 'resignación', aunque dadas las circunstancias que le tocaba enfrentar, ninguna otra opción resultaba siquiera plausible. Apenas era la segunda semana que Yunho (junto a la tonta de Yoora) se había embarcado a por esa nueva aventura y el pelinegro no estaba durmiendo entre sus brazos porque así lo estipulaba su horario, no. Yunho solo estaba ahí dormido a sus anchas porque literalmente había colapsado del cansancio en la cama.

Torció los ojos al reparar en el hecho de que su novio se hubiese echado a dormir sin siquiera cambiarse al pijama; cuando mucho Yoora le aseguró que sí habían cenado antes de que la susodicha pasara a dejarle en el apartamento.

Con cuidado se acomodó en la cama, para dejar al mayor en una posición más cómoda de modo que pudiera evitar un inminente tortícolis en el cuello del pelinegro al día siguiente; al quedar satisfecho con la posición, le dejó seguir durmiendo no sin antes plantarle un besito en la frente al bebé gigante que dormía prácticamente en su pecho.

Resolvió retornar su atención a su teléfono, moviendo sus dedos en la pantalla mientras jugaba esa cosa de los caramelos más adictivos que el coño. No obstante, lo que creyó sería una buena distracción no impidió a su pensamiento el seguir cavilando en tonterías.

Realmente lo que fastidiaba a Mingi, ya no era el que Yunho se saturara de trabajo, ese tema lo daba como causa perdida, la cuestión es que desde un momento le vio muchos fallos al brillante plan de su novio porque el mayor no se había tomado la decencia de hacer un huequito en su horario para él. No es que fuera un caprichoso, pero era el mismo peo de siempre... ¿dónde quedaba él? Estaba al tanto de que esa situación no sería para siempre, que mientras le dejara al otro hacer (y deshacer) más pronto terminaría su calvario, pero él quería calorcito, quería besos, quería mimos y más que quererlos, los necesitaba para ayer, para hoy, no para mañana o para dentro de un mes cuando Yunho por fin se desocupara.

Extraña en demasía las tardes en las que salía a caminar por la ciudad con Yunho, pasar por la tienda de videojuegos, ir al cine agarraditos de la mano y darse besitos de cotufas en vez de ver la película por la cual había pagado; incluso echaba de menos los días que su novio le acompañaba a hacer ejercicio. En fin, extrañaba salir de ese encierro para algún lado con el pelinegro, a un lugar que no fuera la estúpida universidad.

-"La espera valdrá la pena."-

Trató de convencerse al tiempo que daba un ligero bostezo; al menos ya le estaba dando algo de sueño.

Mingi no era una persona concretamente religiosa, a pesar de esto la situación ameritaba recurrir a medidas desesperadas; rogaba, oraba al Todopoderoso por la salvedad de su novio para que la ambición del pelinegro no acabase por freírle a ambos el coco.

Suspiró por enésima vez esa noche al ver que finalmente le habían pasado la información que necesitaba; ni siquiera se detuvo a leerla, simplemente la descargó en su teléfono y dejó el dispositivo junto a sus anteojos en la mesa de noche antes de acurrucarse con el pelinegro a ver si durmiendo pasaba las molestias y las decepciones. 

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¿Les gustó o piensan que estuvo muy aburrido? Acepto quejas y reclamos como método de pago. 

La verdad es que hoy, más bien ayer, tuve un día de mierda. Hacía meses que no me sentía tan mal, y me costó muchísimo enfocarme en todo lo que tenía que hacer, pero igual dije que nada me iba a impedir actualizar.

Estas últimas semanas además de pensar y reorganizar las ideas para el último capítulo de este fic, estuve trabajando en otro de mis fics que se llama "La Ley de Gravedad" sino lo han leído, no lo hagan igual porque pienso borrar los capítulos y volver a subirlos, lol. Pero he estado filosofando demasiado escuchando conciertos de Vivaldi y Tchaikovsky y no sé hasta que punto eso es considerado algo bueno. Estoy divagando demasiado, pero equis no sé, no me paren sólo necesitaba drenar. Ya no les aburro más.

Espero de verdad hayan disfrutado de este capítulo como yo disfruté escribirlo para ustedes. Los errores que hayan quedado por ahí van por mi cuenta porque volvía a reescribir el capítulo después de que mi beta lo corrigió, lo siento. 

Como siempre les digo, cuídense y tomen agua. Gracias por todo el amor, de verdad amo leer sus comentarios. Les mando cariñitos digitales y les deseo un buen fin de semana. Nos leemos en la próxima. =^● ⋏ ●^=


♥Ingenierodepeluche

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