Capítulo III - Salud

Buenas tardes mi gente bella. Así es, he regresado con otra parte de esta historia. 

Les cuento que en los últimos días después de mi última actualización caí en algún tipo de crisis existencia y pensé en descontinuar esta historia porque la verdad es que no me siento del todo satisfecho por cómo están saliendo las cosas. A decir verdad, siento que esta historia es muy pesada y que por eso no tengo lectores (lol), pero bueno... nada que hacer más que seguir adelante y esperar lo mejor, es decir, siento que si no continúo será peor porque sentiré que habrá sido un fracaso total. 

En fin, entre otras noticias más importantes... este capítulo se divide en seis partes porque puedo y porque quiero, es extremadamente largo pero tiene muchísimas cosas que los harán reír y llorar. Espero de corazón les guste mucho porque lo hice con amor. Sin más que decir... ¡Disfruten la lectura!

Advertencia: el siguiente capítulo contiene lenguaje inadecuado y escenas sexuales explicitas que pueden resultar inadecuadas para menores de edad. 

Itrio-Hidrógeno + Magnesio (al 38%)

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Los padres de uno lo repiten todo el tiempo a medida que vamos creciendo –"No hagas esto porque..."- –"No hagas aquello porque..."-... porque tal. Porque... Oye sí, en realidad es bastante fastidioso que al ser pequeño no te dejen tragarte la caja entera de galletas de una sola sentada, que insistan en sacarte la sangre o vacunarte cuando estás ahí postrado en la cama delirando por la fiebre que cargas, que te reiteren el que debes lavarte las manos al llegar de la calleo o antes de ir a comer. Inclusive, más fastidioso aún es cuando llegas a la adolescencia y te dan esa charla burda de incómoda ahí a los trancazos para que entiendas dónde meterlo y por qué hay que sacarlo antes de acabar en el acto; el epítome de la educación sexual residiendo en sola frase –"Cuidado con una vaina."-. Que te persigan para que te acuestes temprano y comas bien porque de lo contrario te alteras el metabolismo, y eso no es bueno porque capaz te pasmas el crecimiento (sin importar el que midas casi dos metros o si has permanecido por mucho tiempo siendo un 'chichón de piso' de acuerdo con la lógica de un adulto dicha regla habrá de afectar a todos por igual). Todavía, existe una más, la infalible, esa que nunca va a estar de sobra, pues es la típica excusa que los padres usan para justificar cada minúsculo acto, gesto o ademán al cual hayan decidido involucrarte en contra de tu voluntad, peor aún, que sin saberlo te incluya como efecto colateral... –"Lo hago por tu bien."-

Dios mío, Mingi podía jurar que esa y –"Cuando crezcas lo entenderás."- eran las dos frases que más aborrecía escuchar de parte de sus padres cuando aún estaba carajito, durante aquel período de su vida en el que seguía reprochando a su progenitora el hecho de que, si ya le salían pelos debajo de la axila no debía prolongar su tormento tratándolo aún como a un crío. Aquellos instantes en los que pretendió adoptar esta actitud medio impertinente para con su jefa, cancelando luego el efecto de su propio argumento tras reprocharle (en un episodio de malcriadez) a la susodicha por no haberle metido la merienda en el bolso del colegio esa misma mañana.

Pero verán ustedes que al dejar el nido, sin estar bajo el resguardo de las alas protectoras de su madre, el mundo clareció ante los ojos de Mingi, sobre todo respecto a la opinión que facilitaba acerca de estas dichosas y menoscabadas oraciones anteriores. Es decir, nuestro protagonista tenía alguito (mucho) de miopía en cada ojo, más no alcanzaba un punto de ceguera tan violento como para no darse cuenta, como para continuar esquivando a regañadientes la irrebatible verdad de que sus padres hubiesen tenido razón toda la vida y que él, así como la gran mayoría, tuviesen que cargar con el peso de haber quedado en el pasado como un pequeño ingrato.

Viendo en retrospectiva, Mingi indistintamente de las veces que flaqueó sublevándose a realizar infinidad de actos pecaminosos, como cuando se bañó en una piscina con Yunho a las tres de la mañana y ambos pescaron un resfriado; cosas simples que uno dirá –"Si no lo hago ahora que tengo la oportunidad, entonces cuándo será..."- No sé si entienden al autor, o sea, esas cosas que al hacerlas te revitalizan tal como prometen las propagandas de las bebidas energéticas, esas mismas cosas que tanto Mingi, como tú, el lector en cuestión, sabemos tienen la tendencia a reaccionar similar a una pastilla de 'alka seltzer' al ser arrojada a un vaso con agua; subiendo la espuma tan rápido debido al efecto efervescente que ni cuenta te das cuando ya se ha esfumado. A pesar de detalles tan ínfimos como ese y, el haber actuado como un pillo en incontables oportunidades, Mingi podía jactarse del hecho de que en el presente atendía sabiamente a las enseñanzas de su madre.

Ahora que estaba en la flor de su juventud, lucía como quería y su cuerpo le respondía siempre como debía. Sin embargo, en el transcurso de unos bellos y desaforados cuatro años, surfeando a las aguas de su temprana adultez, nuestro protagonista aprendió que no era obligatoria la participación de una persona ajena para que un evento, un hecho, un mísero acto pudiera atentar contra la integridad física y emocional de un ser humano.

La verdad, si querías joderte la vida y darle una probadita a lo que este plano mundano tiene para ofrecer, lo único que tenías que hacer enfrascarte en estudiar cualquier vaina en la universidad de mayor categoría de tu país; justo como habían hecho él y Yunho. Y sí, quizá dirán –"¡Qué fastidio, el autor de nuevo con esta paja! Ya entendimos que la universidad no es como caminar sobre un lecho de rosas."- pero, oigan (o más bien, lean), el fin siempre justifica los medios, y para esta al igual y otras vicisitudes, Mingi podía constatar sin titubeos que su carrera universitaria, efectivamente, se estaba fumando su preciada juventud.

Basándonos en cosas sencillas como el descuidar la alimentación y dormir a deshoras por quedarse estudiando para un parcial, inclusive beber de más en alguna reunión, cosas de la misma índole que uno hace tanto por moda como para experimentar cuando se entra en esta magnífica etapa de vida, para mantener alguna especie de equilibrio irracional entre acabar como un lunático a razón de las responsabilidades y perder el cordura debido a la imprudencia.

Ciertamente, esos cosas, sucesos, si vamos al cabo no son motivo para dar conclusiones apresuradas, más en esencia, el problema no es lo que haces sino cuántas veces lo haces. Si nos ponemos a ver, es lo contrario a hacer ejercicio, si estás en manos de un experto probablemente te reiteren que, lo que cuentan no son el número de repeticiones, al contrario, lo que marca la diferencia es la ejecución y la técnica del entrenamiento. Teniendo esto en mente, pueden olvidarlo si les parece conveniente; al autor solo le gusta bacilar, además el punto primordial es que aquí la vaina va en sentido opuesto a las manijas del reloj.

El asunto en todo su esplendor, más todas esas nimiedades que pudieran acabar dispersas por allí, sin importar el contexto, se desarrolla íntegramente a la inversa. Y nuestro amado Mingi había reparado en ello un año atrás cuando empezó a quedarse dormido más temprano de lo usual después de las 'fiestas salvajes' que tenían lugar en el apartamento de Hongjoong. A partir de ese punto, prontamente estuvo en la capacidad de percibir el cómo su cuerpo paulatinamente empezaba a deteriorarse.

Y ok, sonará bastante exagerado teniendo en cuenta su edad, es decir, por los clavos de Cristo apenas tenía veintidós primaveras recién cumplidas, igual no podía hacerse el desentendido y fingir demencia cuando era bastante obvio que desde hacía rato ya venía perdiendo el aguante. Que si insistía en permanecer más de lo que dura el periodo de rotación de la tierra sin dormir, andaría como un zombi por lo que quedaba de la semana, a menos que, claro... le cayera del cielo una buena racha y pudiera dormir durante tres días seguidos. Que si se saltaba el desayuno acabaría por desmayarse en plena clase, que si olvidaba el abrigo en el apartamento probablemente acabaría tullido del frío con tan solo rozarle una ligera ventisca, que sí esto, que si lo otro... En fin, esos y demás casos que podrán imaginar comprenden la cotidianidad de ir exponiéndose al vertiginoso entorno de vida del estudiante promedio; esas entre otras cosas forzaban a Mingi a cavilar en una pregunta recurrente... – ¿En qué momento habré dejado de hacerle caso a mi mamá?"-

Suponía factible la idea de que la circunstancia podía recaer en el momento en el cual lloró porque iba a ir reparación, pasando después una semana entera quemándose las pestañas con Yunho para poder aprobar el dichoso examen. O también, la vez en la que creyó haber enviado una asignación a tiempo pero después se enteró que el profesor había adelantado la fecha de entrega y realmente había aplazado la evaluación. Quizá... pudo ser la ocasión en la cual, por llegar tarde a clases, le ubicaron en un grupo de gente que ni siquiera conocía y todos confabularon en su contra para asignarle un tema que no estaba incluido en el debate que tendrían ese día. A fin de cuentas, eran demasiados los ejemplos y muy trascendentes sus consecuencias como para enumerarlos y concluir con exactitud... la etapa justa para con la función lineal de su vida (que suponía) iba arrojando puntos a favor de trazar la recta en el ascenso de su felicidad, concluyó en un quiebre monumental, un punto de inflexión que cayó en picada a las adyacencias de un potencial cuadrante positivo; mermando lentamente en un descenso mortal. No obstante, Mingi continuaba apostando a diario por echarle la culpa a una sola cosa, el villano de su cuento: el estrés.

Ahí donde lo leen, el estrés no aparenta ser tan dañino, pero tan pronto haces un conteo al número de letras de la dichosa palabra, puedes deducir por qué al seis (6) le llaman el 'número de la bestia'. Sí, porque esas seis letras que componen esa infausta palabra son el infierno en la tierra; o al menos para Mingi y su novio lo eran.

Darse un chapuzón en las turbias aguas del estrés es un hecho del cual, lastimosamente, un ser humano no puede discernir. Claro que hay maneras de sobrellevar una que otra situación extenuante, al fin y al cabo, está en la naturaleza de nuestra especie el no sucumbir por completo al pánico ante una situación de emergencia; obviamente cada persona es distinta y unos serán más tolerantes al estrés que otros. Sin embargo, cuando esa palabra pegaba con sus dos vocales y sus cuatro consonantes, aquel impacto feroz era tan sólo el ápice de la cadena de sensaciones nefastas que uno estaba por experimentar.

A todas estas, hablando de maneras de quitarse el estrés, Mingi y Yunho a pesar de no estar cerca de culminar con aquella fase tan abrumadora de sus vidas, para esas alturas ambos ostentaban un título, un magister en la cátedra de "Metodología para no valer verga", porque aunque no durmieran ni comieran bien (la mayoría del tiempo), se tenía entre ellos para levantarse el ánimo platicando, para llorar de la risa cuando el cielo se ensombrecía, para luchar contra las fuerzas del mal si... bueno, ya entendieron el punto. La cuestión es que, teniendo al otro casi nada les hacía falta, de hecho este par podía clamar, presumir que les sobraba amor, así como otras cosillas que para jóvenes similares a ellos, resultaban igual de importantes.

Entre ellas... el sexo. Quizá no lo sepan pero el mantener una vida sexual saludable involucra más de lo que deja entrever. Mingi y Yunho pecaban por inocentes al no estar informados sobre ello aunque igual era sencillo darse una idea al respecto, es decir, para su relación el asunto era de vital importancia. Ojo, no es que fueran ninfómanos, pero el coito representaba quizá el escape más práctico y gustoso que podían permitirse para joder devuelta a la frustración. En última instancia, eso era lo que pensaba Mingi hasta que el estrés decidió meter sus narices en eso también...

Serían quizá las siete treinta de la mañana cuando levantó la cabeza de la almohada. No supo realmente qué lo había obligado a despertarse, aún andaba medio atolondrado y los ojos se le cerraban, más por alguna extraña razón no tenía la intención de volver sobre sus pasos para ver si dormía otro rato. Estaba calentito, no sentía urgencia por ir pronto a vaciar la vejiga, aún no entraba suficiente luz por entre las persianas así que era bastante agradable el sólo permanecer allí en torno a la quietud al lado de Yunho, quien a diferencia de él parecía estar sumido en un profundo e imperturbable sueño.

Esbozó una sonrisa al tiempo que se acomodaba de costado en la cama para encarar a su novio, encantado por la serenidad que transmitían las facciones de su contrario. Yunho se veía tan apacible con los labios entreabiertos, con sus largas pestañas curveándose con modestia sobre sus adorables mofletes; de no ser por los oscuros arcos bajo los ojos del pelinegro, Mingi hubiese clasificado aquella imagen como una obra de arte digna de figurar en la galería de un museo en Praga, en Milán, en una de esas ciudades opulentas.

Frunció los labios en un gesto de inconformidad al recordar lo atareado que había estado su pareja esa semana y lo poco que había dormido a consecuencia de la cantidad de eventos, trabajos y asignaciones que le vio atender (y a los cuales le acompañó) en días anteriores, corriendo de un lado a otro sin hacer una sola pausa. Solo a Yunho se le ocurría hacer un intensivo de verano en vez de sacar provecho a sus preciadas y bien merecidas vacaciones, peor aún, solo a él se le ocurría hacer dicho intensivo junto al mayor como gesto de solidaridad a su pareja; al menos él no tenía tantos quehaceres que atender, aunque igual terminaba exhausto de sólo acompañar a su novio y verle hacer mil cosas a la vez.

Se movió con cuidado de no despertar al pelinegro volviendo a quedar de espaldas a la cama. Mientras miraba el techo sentía a su lado la acompasada respiración del susodicho, los ligeros espasmos que el cuerpo ajeno hacía aún estando dormido, oía de fondo el sonido del compresor del aire acondicionado cuando este entraba en funcionamiento, y a la lejanía el eco de los carros pasar por la avenida; todo a su alrededor se sentía tan vivo como él, tan regular, tan calmo que hasta podría haberse rendido una vez más a la seducción de Morfeo.

Suspiró al desistir de tal idea, incorporándose para alcanzar sus gafas en la mesa de noche, colocándoselas para luego de tomar su teléfono y echar un vistazo a las últimas novedades. Eran las siete diecisiete am cuando leyó los mensajes que San y Hongjoong habían enviado la noche anterior al grupo de 'Kakao', se hicieron las siete veintidós am cuando revisó a vuelo de pájaro las notificaciones de sus redes sociales y... nada urgente, nada que mereciera la pena invertir de su tiempo y atención. Evidentemente estaba algo aburrido, aunque no concebía la voluntad suficiente por hacer el amago de levantarse de la cama; de romper el atracción que sostenían su cuerpo y el colchón.

A las siete veintiocho am dejó caer el teléfono en su pecho tan pronto bloqueó la pantalla, olvidando por completo el sonido que el dispositivo hacía al llevar a cabo dicha acción, aquel silbido siendo suficiente para que su novio despertarse en un pequeño sobresalto, luciendo entre confundido y alarmado.

-Lo siento, lo siento... Mi amor, perdón... Fue mi teléfono lo que te despertó, olvidé ponerlo en silencio.

Habló rápidamente, dejando en el olvido el bendito artefacto antes de acudir a su novio. Tomó entre sus manos el rostro del pelinegro, quien ahora fruncía ligeramente el ceño en una mueca que a Mingi se le antojó tan adorable; tuvo que reprimir las ganas de brincar sobre el mayor para caerle a besos.

-¿Qué hora es?...

Balbució el mayor, su voz sonando tan grave y rasposa que a los efectos de ello, el corazón de Mingi dio un vuelco en su pecho. Yunho apenas le sostenía la mirada estando demasiado cansado para mantener sus ojos abiertos más de cinco segundos seguidos.

-Hora de darnos amor.

Afirmó estando indudablemente seguro de su testimonio. Sin dejar de enmarcar aquel rostro angelical entre sus palmas, acariciando la mullida y tersa superficie con los pulgares.

Fue entonces cuando sintió los brazos firmes que se envolvieron a su cintura y, posteriormente, la fuerza que estos imprimieron para apegar sus cuerpos justo al centro de la cama y bajo las sábanas; ahora que caía en constancia de ello, las sábanas no estarían limpias, más a criterio propio olían divino porque apestaban a Yunho.

-Hm... ¿Y mi besito de 'buenos días'?

Susurró un sonriente pelinegro, como si aquello tratase de algún secreto que sólo Mingi podía oír; apreciar cómo las mejillas del mayor se alzaban contra sus manos mientras este hablaba, era de las mejores cosas que podía experimentar Mingi en su día a día.

Buscó juntar su frente a la del mayor tan pronto le vio cerrar los ojos una vez más, queriendo de alguna manera acabar con cada milímetro que le separaba del otro, fundirse al hermoso hombre que a pesar de tener baba seca en la comisura de sus labios alcanzaba a desplegar aquel aura tan sublime.

-No me he cepillado los dientes todavía.

Confesó en voz baja advirtiendo cada minúsculo cambio en el semblante de su pareja. Se había arrimado tanto al lado de la cama de Yunho, que prácticamente le resultó imposible identificar dónde acababa su cuerpo y empezaba el de su opuesto.

-Tú sabes que eso a mí no me importa.

Respondió el mayor antes de hacer que sus labios colisionaran en beso tan pausado como el ir y venir de la respiración del susodicho contra su mejilla. Sonrió entonces, complacido de ser premiado a pesar de los defectos, imitando el parsimonioso movimiento que le instaban los labios ajenos; a él tampoco le importaba el aliento mañanero de Yunho, más bien, nunca lo pensó desagradable.

-Mh... qué rico besas por las mañanas...

Comentó tan pronto su boca se vio desocupada y los labios de Yunho se dieron a la tarea de repasar la línea de su mandíbula en caricias tersas y un tanto húmedas.

-¿Sólo por las mañanas?

Objetó el pelinegro tras dejar su labor a favor de encontrar su mirada nuevamente, para con ese simple gesto facilitar a su pareja todo el afecto de siempre, provocando una conmoción al cuerpo de Mingi, que se estremecía de la cabeza a los pies.

El aludido entonces resolvió que por muy romántico que fuese estar en esa posición, ya sentía los brazos cansados y ni el calorcito abrazador de Yunho ni los mimos que este dejaba en la ligera curva que hacía su espalda baja, reflejaron razones suficientes como para convencerle de conservar aquella postura. Suspiró al contemplar al pelinegro todavía más dormido que despierto; este ni siquiera se quejó de todas las peripecias que hizo para acabar envuelto como un koala de su cuello, incluso habiendo montado una pierna sobre la cintura opuesta.

-No, tú besas rico a toda hora del día, yuyu. Quiero más, anda... todavía es temprano y quiero tenerte sólo para mí.

Murmuró Mingi dejando que su nariz respingada se frotara a la ajena en un sutil 'beso esquimal'. Al instante sintió a su novio espabilarse un poco más, notando las manos y brazos en torno a su anatomía reafirmar el agarre que estos tenían, agregando un deje de posesividad.

-Pero si tú siempre me tienes para ti, Mingi.

-Mentira. Todos estos días no me has parado ni medio.

Respondió rápidamente tratando de no sonar tan ofendido, aunque no hacía falta encubrir lo obvio, pues con su lenguaje corporal al mayor le era suficiente reparar en la realidad; casi estaba actuando al mismo nivel de dramatismo teatral que mostraban sus amigos Wooyoung o Yeosang. A los efectos, de ello Yunho se limitó a reír con ligereza, una risilla simpática pero cansada.

-Hm... pues yo creo que a alguien se le olvidó que ayer cogimos dos veces, pero está bien. Yo estaré feliz de complacerte todos tus caprichos.

Decretó el susodicho acariciando los belfos de Mingi con cada exhalación que se volvía palabra, que a su vez, el menor percibía como la parte más tangible del deseo; de la pasión del pelinegro.

-Si eres farsante, mentiroso, Yunho... fue una vez y yo hice todo el trabajo.

Respondió bastante indignado, pero sin malicia alguna en su voz; el mayor sólo se rió ligeramente mientras él seguía refunfuñando por lo bajo.

En ese momento agradeció el haberse despertado temprano, el no poder faltar a clases esa mañana y el hecho de disfrutar un día sin tener que rendirle cuentas a nadie; todo ese tiempo libre podía usarlo como bien le pareciera y qué mejor sino invertirlo en pasar tiempo de caridad con su pareja. El cuerpo le exigía aquel tiempo de intimidad con el mayor, su mente todavía clamaba por aquel descanso apropiado.

Enarcó el cuerpo cuando sintió la delicada mano que subía por sus muslos hasta posicionarse en su cintura, apreciando el calorcito divino que se propagaba en sus adentros; Mingi ya empezaba a ver la realidad como quien tiene astigmatismo, con los bordes medio difusos.

Yunho, por otro lado, ya llevaba rato viéndole, acariciándole, como si estuviese descubriendo las opciones que bien podía escoger de momento, y mientras, Mingi no hacía sino dejarse seducir a costa de todo el cariño que el otro le profesaba en silencio.

Cual rayo surcando veloz por los cielos el mayor resolvió caer sobre la yesca, encendiendo la llama entusiasta entre ellos. Así, en lo que dura un suspiro al aire, Yunho atacó la boca de Mingi con brutalidad como efecto contiguo a la efusión que enalteció su embelesado corazón, siendo correspondido con fervor por el menor; ambos enlazando sus lenguas tan pronto tuvieron la oportunidad. Sus cuerpos dotados de pericia también se enredaba, tiraban y frotaban a pesar de las finas prendas de algodón que ambos vestían para la ocasión; ninguno de ellos encontró ofensiva la indumentaria del otro, más bien, Yunho como buen Ingeniero se las arregló para seguir tanteando la silueta de Mingi sobre y debajo de la ropa, sonriendo cada que este último soltaba un jadeo errático, una tonta y adorable risilla interrumpida contra sus labios.

Por mero impulso, Mingi empujó su cuerpo contra el opuesto, apretando al otro con la pierna que desde hacía rato bailaba sobre el cuerpo ajeno; presionó con su talón para ayudarse a conseguir de aquella proximidad que tanto se le antojaba en la región más austral de su anatomía.

A los efectos de su acción, Yunho se apartó viéndole de soslayo con aquel deje de somnolencia que seguía pendiendo de sus prominentes ojeras; examinaba a Mingi con detenimiento mientras se relamía los labios que el susodicho anteriormente había mordido y chupado con dedicación hasta que estos adquirieron su máximo exponencial de sensualidad.

Evidentemente, el pelinegro parecía disfrutar demasiado de estudiar a su novio con la mirada, pero a Mingi no le bastaba con sólo esperar a que las fantasías del otro se proyectaban en sus pupilas, deseaba acción, deseaba calor, fuerza, emoción. Por eso no tardó en volver a echarse hacia adelante y besar al mayor, liando sus dígitos en los cabellos azabaches de este mientras arremetía con confianza contra aquella boca que de a poco le dictaba mandar al carajo su sensatez.

-Y-yuyu... tengo ganas. Hagámoslo, ¿sí?... a-ah-...

Musitó con necesidad, moviéndose de forma inconsciente en sincronía con el mayor que ahora empezaba a jadear contra su boca. Era innegable que ambos estaban excitados, lo que pasaba como una erección matutina escaló al punto de tornar la sangre de Mingi en lava; un potente afrodisiaco que circuló por sus venas calentando cada partícula de su ser a razón de contagiar a su opuesto para así ir juntos a por la virtuosa libertad.

-Cómo sería yo capaz de negarte algo cuando estás así entre mis brazos, Mingi...

Farfulló el pelinegro haciendo que el órgano central del cuerpo de Mingi expidiera el pulso del aludido por las nubes.

Cómo era posible que Yunho dijera cosas como esa en la cama cuando estaban a punto de coger. Estúpido Yunho por ser tan perfecto y hablar agregando aquella nota de romanticismo en el momento preciso, estúpido Yunho por saber expresarse siempre de la manera indicada para desarmarle, pero más aún, estúpido él por estar absolutamente prendado de aquel hombre que era capaz de bajar la galaxia a sus pies.

Sentía el fuego quemando en sus entrañas, pero el ardor prominente en sus pómulos era quizá demasiado; no entendía cómo a esas alturas del partido seguía sonrojándose cuando el pelinegro le platicaba de manera tan dulce al oído mientras iba colmando, beso a beso, su cuerpo de placer. Todavía, aquella exaltación no aplacó por completo sus ganas.

Sin darse cuenta ya había colado sus manos por dentro de la camisa del pelinegro, tanteando sus pectorales, su espalda, sintiendo los músculos que se flexionaron mientras el apretaba y rasguñaba cada que el otro embestía falsamente contra su cuerpo en busca de su propia satisfacción.

-Yu... y-yuyu...

Insistió al llamar al pelinegro en ese tono de voz, a sabiendas que eso sería suficiente para que el otro supiera exactamente lo que ansiaba en ese soplo de tiempo.

-¿Qué pasa bebé?... ¿no te gusta así?, ¿quieres que haga algo en especial?

Preguntó el aludido tras recorrer con besos y mordidas sutiles el cuello de su novio, sonriendo al sentir el pulso acelerado de este contra sus belfos.

Luego de plantar un último beso en los labios de Mingi se tomó un segundo para ver a su novio a los ojos, advirtiendo la vidriosa mirada que el menor siempre llevaba cuando el placer empezaba a hacer mella en su ser; no era ciego ni estaba lo suficientemente cansado para pasar por alto una advertencia, una insinuación de aquel calibre.

En cualquier otro momento, Yunho hubiese disfrutado de torturar un poco a Mingi, obligarlo a soltar con aquella vocecita quebrada lo que tanto le costaba decir, más esa mañana se consideró benevolente; dispuesto enteramente a satisfacer los antojos de su novio a pesar de lo fatiga que cargaba encima.

-Qué pasó mi princesa, ¿el gato te comió la lengua?...

Cuestionó Yunho con cierto aire de superioridad, al momento que sus manos desfilaban bajo los pantalones de pijama de Mingi, tanteando la piel que se erizó al instante tras pasarle lento, casi calculando cada milímetro de la superficie que amansaba bajo sus palmas.

Inmediatamente Yunho se apartó un poco para apreciar su creación: un Mingi avergonzado que intentaba esconder el destacado rubor de sus mejillas, con sus anteojos ligeramente empañados a razón del vaho que producían sus pesadas exhalaciones; la fogosa pasión que exudaban sus pieles. Amplió su sonrisa al notar el ligero temblor que sacudía al menor contra su pecho mientras él con ambas manos seguía tanteando el terreno conocido, arañando superficialmente la piel de los muslos ajenos con sus uñas perfectamente estilizadas.

-M-más... por favor...

Pidió Mingi en voz baja, aferrándose con los dedos como si fueran garras a la camisa del pelinegro mientras continuaba moviendo sus caderas sin una intención definida, tan sólo queriendo saciar la necesidad que trascendía en su interior como efecto del incremento del ímpetu entre ambos; quemarse en las llamas que tanto gozo le proporcionaban era su anhelo... Pero Yunho tenía otros planes para él.

Sin miramientos el pelinegro retiró sus manos del confinamiento que eran los pantalones de pijama del menor para segundos más tarde propinarle al susodicho una nalgada que, a pesar de la ropa, estaba seguro igual le dejaría una preciosa marca por algunas horas. Ante el gesto, Mingi no hizo más sino ahogar un gemido al tiempo que encajaba los dientes en el hombro ajeno, temblando a razón del frenesí que le azotó cual látigo tras esa pálida y refinada mano impactar contra su humanidad; deseando en lo profundo que hubiese castigado directamente su carne.

-No te escuché, ¿quieres repetir eso de nuevo princesa?

Estando al borde de las lágrimas debido a la excitación, permitió que el mayor le viera tras alzar el rostro y tal como el otro había hecho al cumplir con sus caprichos, empujó sus anteojos con el dedo índice sobre el puente de su nariz antes de satisfacer con palabras los más obscuros y pecaminosos deseos de su pareja.

-M-más, por favor... H-hyung...

Estúpido Yunho con su fetiche de autoridad, estúpido él por adorar que el otro le dominara en la cama; estúpidos los dos por ser unos fetichistas.

-No era tan difícil, ¿o sí?...

Murmuró el pelinegro luciendo bastante complacido ante los ojos de Mingi. Sin embargo, tan pronto el mencionado quiso inclinarse a ir tras los labios de su pareja, el otro le sostuvo con firmeza de los cabellos haciendo al instante que buscase la mirada del mayor, la centella que ardía la expensas de la contemplación de Yunho, Mingi la conocía como las líneas que atravesaban la palma de su mano; el mayor había caído como él en aquel bucle, aquella dinámica que sólo compartían en el resguardo que facilitaban las paredes de ese pequeño apartamento, de su hogar.

-Vas a hacer lo que yo te diga y vas a tomar sólo lo que te dé, ¿entendido?... Vas a ser mi niño bueno, mi princesa, ¿no es así?

Agregó el pelinegro con rigor viendo a Mingi asentir sin rechistar. Fue entonces cuando se permitió flaquear un poco, presionando un par de besos en los labios hinchados de su novio. Yunho era hombre de palabra, más al ver a su pareja adoptar una posición sumisa, dispuesto a consumar aquel acto bajo sus estándares y exigencias, simplemente... era demasiado como para no sucumbir.

Mientras le besaba no se limitó en lo más mínimo a seguir recorriendo el único cuerpo que en su vida había deseado con tal intensidad. Ayudó al menor a salir de sus prendas inferiores en un arrebato, sólo lo estrictamente necesario para moverse con facilidad al hacer su trabajo.

-Escupe, anda.

Ordenó Yunho al mostrarle una de sus manos. Sin hacerle esperar, Mingi acumuló saliva en su boca antes dejar caer aquella gruesa gota sobre la superficie de la mano del pelinegro, segundos más tarde sintió la humedad y el calor envolver su dura hombría de manera correcta, ejerciendo la presión exacta; conocimientos que Yunho obtuvo tras años de práctica y experiencia adquirida. Echó la cabeza hacia atrás al tiempo que se dejaba consumir por el brío que encendía su piel contra la ajena al tocarse, hablarse, en un erótico lenguaje de señas.

-H-hyung... Hyung...

Le llamó con urgencia sin saber exactamente por qué o para qué, más no fue necesario que él mismo diera sentido a sus palabras porque Yunho siempre estaba a un paso delante de él, ofreciéndole una solución, todo cuanto pudiera necesitar.

-Shh... Abrázame fuerte princesa, Hyung está aquí para ti.

Murmuró el pelinegro contra su cuello al tiempo que iniciaba un nuevo recorrido impartido por sus labios sobre la porción de piel expuesta de sus hombros y clavículas. Acatando la orden Mingi se afianzó del cuello ajeno, dejando sólo el espacio justo para que el mayor siguiera con lo que hacía. Soltó entonces una vaporosa sinfonía de gemidos justo al instante que la mano del susodicho agilizó su movimiento, tirando con sutileza de su miembro en el ángulo justo que hacía a los dedos ajenos rozarse divinamente contra su glande en cada ascenso y descenso.

Mingi estaba tan excitado que no era capaz de notar cuán agitado y afectado se veía su novio debido a la cantidad de esfuerzo que estaba poniendo en consentirle. No estaba acostumbrado a pensar mucho cuando ambos se ponían en ese plan porque Yunho siempre asumía una postura imperiosa y él estaba más que feliz al permitir tal condición por mero interés de dejarse complacer; no había pérdida de ningún tipo, no sabiendo que Yunho era fanático de tener el mando en la cama. Sin embargo, le hubiese sido útil reparar en lo egoísta que estaba resultando su conducta en esa oportunidad.

Lloriqueó mientras empujaba las caderas en busca de más movimiento, de más fricción contra esa mano que conocía de memoria cada punto erógeno en su cuerpo; el calor que producía la piel medio seca de su masculinidad contra la mano de Yunho le era un tanto incómodo, pero no iba a morirse por algo como eso, más bien, consideraba gustosa la eventualidad de sentir pequeñas dosis de dolor intercalado con placer. De a rato sentía los dedos de la otra mano del pelinegro aproximarse con cautela a su entrada, haciendo que aquel agujero se contrajera y relajarse, a la expectativa de lo que pudiera pasar.

-Y-yuyu... ¡Hyung!... no me quiero correr todavía... A-ah, te quiero dentro aho-... ¡a-ah!...

Ni siquiera tuvo tiempo de terminar aquella frase cuando sintió una mano caer como lluvia contra la piel ya enrojecida de sus glúteos; raudamente el ardor le escoció la pie.

-Pórtate bien, Mingi. Sabes que yo no hago caso a niños malcriados.

Reafirmó Yunho sin dejar de mover su mano en torno a la palpitante virilidad de su novio, tan sólo aflojando el agarre para demostrar su punto. A los efectos de su acción Mingi soltó un ligero bufido, sintiendo las lágrimas que desesperadamente empujaban contra sus lagrimales. Estaba demasiado excitado, quería más de Yunho, esa semana había sido particularmente ruda y el pelinegro realmente no le había dado suficiente atención; necesitaba a Yunho al nivel de sentirse al borde de un colapso nervioso.

-M-me portaré bien... haré lo que quieras, Hyung. P-por fa-ah... por favor.

Habló con rapidez entre jadeos erráticos, apreciando la primera lágrima desfilar por su rostro hasta mojar los labios del pelinegro que presionaron como gesto de compasión contra el nacimiento de su rubor.

Sin emitir respuesta alguna, el mayor le tomó en brazos con gentileza moviendo ambos para que Mingi quedase sobre su cuerpo, sentado sobre su regazo. Justo después con la mano que había usado para castigarlo le tomó del mentón siendo algo tosco al atraerle de nueva cuenta hacia así para atrapar sus labios en un beso ardiente, usando la lengua para recorrerlo entero, para jugar con Mingi hasta cobrar cada centímetro cúbico de oxígeno en sus pulmones.

-Demuéstrale a Hyung que eres un niño bueno y te daré lo que quieres, princesa.

Tras decir aquello el mayor esbozó una sonrisa un tanto debilitada, que Mingi con aquella densa nube lasciva sobre sus ojos no alcanzó a descubrir. El mayor le peinó los cabellos hacia atrás antes de acomodar un poco los anteojos de Mingi en el marco de su rostro. Así, sin querer desaprovechar la oportunidad, el mencionado se puso manos a la obra.

En la medida de lo posible ayudó al pelinegro a salir de su camisa y una vez le tuvo desnudo de la cintura para arriba no perdió demasiado tiempo contemplando los valles que prontamente fueron trazados por su cálida lengua. Mordía y chupaba de vez en cuando en los lugarcitos hacia el cuello y por entre los pectorales, cerca de la aureola de los pezones; áreas que sabía producían más cosquillas.

Escuchaba los suspiros y las quejas que se perdían entre leves sonidos de aprobación mientras se iba abriendo camino por el torso ajeno, recorriendo con sus manos lo que no alcanzaba a ocupar con su boca, una de las manos del mayor siempre enredándose y tirando de sus cabellos como reflejo, a modo de advertencia cuando mordía o estrujaba más de la cuenta. Sin embargo, al llevar ya un par de minutos en su faena reparó en un detalle un tanto inusual.

De un momento a otro le pareció que la respiración de Yunho era más pausada de lo que debía, que esa mano que seguía posada sobre su cabeza no se estaba moviendo del todo.

Atendiendo rápidamente a su inquietud se incorporó sintiendo algo de miedo, pensando que quizá podría haberle pasado algo pelinegro; su excitación dando un paseo lejos de él mientras enfocaba la mirada en el rostro nuevamente sereno de amado novio. Arrugó la cara en una mueca de inconformidad y frustración tan pronto se dio cuenta de la situación, cruzándose de brazos como si el otro de verdad fuera a prestarle atención teniendo los ojos cerrados.

-Tú me tienes que estar jodiendo...

Masculló con molestia estando aún postrado sobre el regazo de su novio, sintiendo la propia erección del susodicho pinchar entre sus nalgas. Resolvió moverse ligeramente en espera de que este saltara de un momento a otro para decirle que todo había sido una broma pesada, más, no... Yunho seguía ahí muy tranquilo con su cabecita risueña y despeinada contra la almohada; él ingrato se había quedado completamente noqueado del cansancio. Es decir, no le molestaba en sí que Yunho estuviese reventado, todavía esa era la primera vez que el mencionado le hacía semejante desplante y no podía sino buscar cobijo en la quejumbrosa sensación que escarbaba en su núcleo y afligía su orgullo.

-"No pues, será que lo aburrí."-

Aquel pensamiento le saltó a la mente pero en una milésima de segundo lo sacudió fuera de su cabeza. No, claro que Yunho no se había aburrido de él, ¿o sí?

Estando ya falto de ánimos y algo herido por todo el asunto, se arrojó a un lado de la cama sin cuidado alguno para empezar a buscar su ropa, esperando que todo el alboroto fuese suficiente para despertar al pelinegro; prontamente su grado de indignación volvió a excederse al notar como el susodicho mantenía el mismo semblante y la respiración calmada. Cabreado por la cuestión, tras terminar de vestirse se sentó a un lado de su pareja y tomando una bocanada de aire terminó por despertar al otro al pegar un grito.

-¡Yunho!

Pensó que era justicia cuando tras decir su nombre, el aludido finalmente hubiese reaccionado; aunque sin importan cuán enojado estuviera igual sintió un jaloncito en el pecho al ver lo sobresaltado que el otro había despertado.

-Q-qué... ¿Qué pasó?...

Cuestionó el aludido al pasarse una mano por los cabellos, mirando a todos lados antes de reparar en su posición en el espacio-tiempo, como se este hubiese remediado en el hecho de que, en efecto, 'la había cagado'.

El pelinegro no encontró consuelo en la indudable expresión de desconcierto y decepción de su novio; aunque evidente y tierno, el puchero que se acentuaba los labios ajenos y en sus cejas fruncidas contra el puente de la nariz de Mingi, toda la mueca denotaban sólo emociones que a Yunho no le gustaba registrar.

-No me jodas, marico. Te quedaste dormido.

Espetó el menor notando como su novio se mostraba incrédulo ante su testimonio.

-¿De verdad?... pero si yo... Aish... Bebé, perdón. Lo siento...

Murmuró Yunho al llevarse una mano a la frente, soltando un ligero gruñido antes de acomodarse para quedar sentado junto a Mingi, este último sucumbiendo paulatinamente, dejando que sus brazos hechos jarra contra su pecho se soltasen tan pronto reparó en el auténtico arrepentimiento que colgaba de las palabras que el otro le dedicaba.

-¿Por qué no dijiste que estabas tan cansado?... sabes que no me hubiese molestado dejarte dormir más y no hacer nada. Me hubiera acurrucado contigo y ya, pues.

Habló en voz baja mientras se dejaba acariciar por un penoso y preocupado Yunho que no dejaba pedir disculpas a medida que le recorría en besos desde hombros hasta las manos.

-Lo siento, es que... de verdad sí quería hacerlo, pero creo que subestimé cuán cansado estaba. Perdóname de verdad, bebé...

Dijo el mayor de los dos al encontrar la mirada ajena con la esperanza de que el otro le absolviera de toda culpa. Y Mingi siendo tan blando y amando tanto a Yunho, no tardó nada en esbozar una sonrisa, inclinándose para robarle un casto beso de los labios al pelinegro; después de todo, se sentía aliviado de haber sacado conclusiones apresuradas, por supuesto que Yunho no se había hartado de su presencia.

-Hm... Estás medianamente perdonado.

Sentenció tratando de hacerse el difícil, advirtiendo de inmediato la confusión que se dibujaba en el rostro de su pareja. Soltó una risilla airosa antes de abrazarse al cuello del pelinegro, siendo correspondido en el gesto. La bruma sensual que les había envuelto hacía sólo unos minutos se había disipado clareciendo el panorama sobre ellos; si Yunho le sugería volver a intentarlo probablemente aceptaría siempre y cuando advirtiera la veracidad en las palabras del mayor, de lo contrario, no iba a obligarle a nada porque al fin y al cabo, por muy presuntuoso que pudiera sonar, él nunca había tenido 'sexo' con Yunho, sólo habían hecho el amor juntos.

-¿Y cómo hago para que me perdones por completo?

Cuestionó finalmente el de cabellos azabaches, saliendo del trance que la ternura de Mingi le había provocado; de nuevo ambos volvían a caer en el confort que era la presencia del otro en sus vidas, demasiado ensimismado en ellos mismos como para darse cuenta de que el tiempo seguía corriendo.

-Pues... no lo sé. Eso lo tienes que pensar tú. Porque tú fuiste el que quiso jugar a ser de bello durmiente.

Dijo Mingi, alargando cada "u" en la palabra "tú" por mero acto infantil, para encantar a su novio y envolverle en la pequeña y encantadora artimaña que empezaba a tejer a costa de un minúsculo error; en realidad, para Mingi, Yunho no tenía siquiera que pedir disculpas, menos por una cosa tan tonta. No obstante, si le podía sacar algo de provecho lo haría porque no es como si su novio pusiera demasiada resistencia en seguirle el juego.

-Ya veo... entonces, qué tal si te hago panquecas de desayuno. Eso ayudaría a que me perdones por completo, ¿verdad?

Al oír la palabra 'panquecas' los ojos de Mingi parecieron llenarse de estrellas y hasta su estómago dio un vuelco de interés a razón del súbito entusiasmo. Yunho nada más le hacía panquecas en el desayuno durante ocasiones especiales, esos días que, a pesar de no ser ninguna fecha conmemorativa, adquirían más valor que cualquier otro por el simple hecho de ser despertado en medio de una lluvia de besos, oyendo una preciosa voz cantarina repitiendo su nombre como inciso entre dulces majaderías y con una bandeja repleta de delicioso manjares hechos y acomodados por las manos del único e inigualable, Jeong Yunho; el dueño de esa voz, el repartidor de esos besos, el único hombre que le quitaba el sueño.

Dejándonos de cursilerías y volviendo al punto, estamos hablando de dos carajos que viven juntos, solos. A ambos les resultaba demasiado engorroso y poco práctico cocinar pero Yunho de vez en cuando se metía en su faceta 'MasterChef' y salía con unas cosas que ni siquiera la mamá de Mingi era capaz de hacer. Era obvio que tal ofrecimiento era más que bienvenido y por un gesto de esas dimensiones, no había razón para que Mingi no fuera a perdonar a su novio por esa y todas las fallas que pudiera tener de ahí a cinco años en el futuro (si es que las tenía porque Yunho es perfecto, o sea), mejor aún, no había motivo por el cual Mingi no volviera enamorarse de Yunho a raíz de tan jugosa oferta.

Ante la tan efusiva reacción de su novio, Yunho se limitó a reír complacido, para segundos más tarde llenar de besos las mejillas y la boca sonriente de Mingi.

-Dale pues. Déjame ir al baño y voy a hacerte las panquecas, bebé. Tú ve preparando las cosas en la cocina.

-Está bien. Mh... Te amo.

Respondió Mingi, dejando un beso en los labios del pelinegro entre cada palabra antes de apartarse del susodicho y emprender su camino a la cocina. 

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Escribir este capítulo por alguna extraña razón me costó bastante. 

Tengo pensado actualizar pronto de nuevo, porque esta parte está medio incompleta, pero de momento es la mejor forma para abrir este nuevo ciclo. No sé si ya lo mencioné antes pero cada capítulo tiene que ver con las cosas que normalmente consideramos más "importantes" en la vida: Salud, Dinero y Amor. 

No tengo mucho más que decir, así que les deseo un buen fin de semana. Cuídense mucho y respeten la cuarentena por su propio bien y el de sus seres queridos. Tomen mucha agua y laven su carita como Pin-Pon. Nos leemos a la próxima (●'ω`●)ゞ


♥Ingenierodepeluche


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