Capítulo II - Dinero (tercera parte)
Hola, les traje una nueva actualización antes de tiempo porque como ahora no tengo internet en mi casa debo aprovechar los ratos que vengo a robar wifi.
Esta es la última parte de este capítulo, y también una de las partes más importantes en torno a la historia. Así que vale la pena que reflexionen un poco al final.
En realidad iba a dividirlo en cuatro partes, pero me pareció mejor juntar todo una porque la cuarta parte es muy corta. Sin embargo, terminé con un capítulo de más de 14 mil palabras, así que creo que querrán tomarse su tiempo para leerlo. Sin más que decir, ¡disfruten la lectura!
Advertencia: este capítulo contiene lenguaje ofensivo y escenas que pueden resultar inadecuadas para menores de edad.
Itrio-Hidrógeno + Magnesio (al 100%)
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Total que al bajarse del autobús ambos terminaron desviándose de camino a su destino porque a Yunho se le ocurrió la fantástica idea de pasar por la pastelería más popular de la cuadra, para que el mencionado pudiese comprar los dulces favoritos de la mamá y el papá de Mingi, bajo el pretexto del pelinegro que rezaba lo siguiente: –"Suegros felices, igual a una vida feliz."-, y bueno, quién era Mingi para cuestionar la sapiencia de su novio, si hasta el sol de hoy Yunho siempre parecía tener la razón en todo; no es que le molestara una cosa o la otra (porque de verdad no lo hacía o quizá sí, no sé, ustedes dirán) pero quizá no era el día, la fecha, la hora... qué sé yo, simplemente Mingi no pensaba que fuese el momento más propicio para andar más tiempo del planificado circulando por la calle. Si se lo preguntaban a Yunho, a los efectos de la arisca actitud de su novio el pelinegro podía decir que 'el carajito' (o sea, Mingi) andaba como quien dice 'de a toque'. El menor ni bien terminó de resignarse a la voluntad de su novio, empezó a caminar con flojera, casi arrastrando los pies por las dos cuadras y media que había de la parada del autobús hasta la bendita pastelería.
Para colmo, estando dentro del local la muchacha que atendió a Yunho como que no pilló que ambos estaban agarrados de la mano, más bien, se hizo la loca al ver que Mingi estaba prácticamente encaramado sobre el pelinegro atreviéndose a hacerle ojitos a Yunho. La intrepidez de la jovencita le sacudió a Mingi, activando las alarmas en su cabeza tan pronto escuchó a la susodicha reír sin razón aparente con aquella cara de mosquita muerta mientras su novio lo que hacía era simplemente decirle su orden y pagar; aparte de estar al tanto que su novio no tenía motivos ulteriores con la muchacha, no entendía porque la aludida parecía afanada a la idea de que su novio pudiese estar coqueteando con ella.
-De qué tanto te ríes, ¿acaso te fumaste uno en tu hora de descanso?... Apúralo mija, no tenemos todo el día.
Dijo Mingi en un tono muy evidente de molestia, reafirmando el agarre en la mano de su novio, cerciorándose así de que la chica captara la indirecta de que aquel hombre bello, hermoso y precioso que llevaba por nombre Jeong Yunho, era suyo y de nadie más.
-Mingi, por Dios... Lo siento, chica. Mi novio anda de mal humor.
Comentó Yunho tratando de alinear sus chacras al interior de su cuerpo de modo que pudiera contener las ganas de meterle un 'coquito' a su novio.
-A-ah, n-no se preocupe. Disculpe, en seguida regresaré con su orden.
Murmuró la muchacha, luciendo completamente apenada por la escenita que acaba de presenciar; Mingi estaba seguro que de haber estado en los zapatos de la chica también hubiese huido despavorido, porque bien sabía cómo era lidiar con clientes malhumorados, después de todo, él trabajaba en un café. Aún así precisamente por ello le resultó sencillo dilucidar que, como trabajador, el que estuviese detrás del mostrador estaba en el deber de trazar una línea y mantener por compromiso la ética profesional (aunque fuese a los coñazos); si vamos al caso al final del día los clientes solo desean que personas como la chica en cuestión (y él) cumplieran con su obligación en función de ser atendidos en la brevedad de lo posible, adquirir un productor y seguir adelante con sus vidas. A su vez uno como individuo solo mantiene la fachada por el mero interés de ir tras su paga para aspirar a un destino similar, pero no, es decir, a esta caraja como que el entrenamiento le había entrado por un oído y salido por el otro.
-"Tanto tiempo viniendo para acá y nunca me habían faltado el respeto de esta forma tan desca-..."-
-No tenías que hacer eso, Mingi.
Le reprochó su novio al hacerle a un lado de la fila, sacándole de sus cavilaciones, deteniendo el tan entretenido argumento que sostenía consigo mismo sobre la conducta poco profesional de la muchachita.
A todas estas Yunho le seguía viendo con la cara arrugada; todo fruncido como una pasita enojada. Esbozó una sonrisa ante aquel pensamiento a sabiendas que los hechos acontecidos no harían enojar con tanta facilidad a su novio; todavía no pisaba la cuerda floja, seguía fuera de peligro.
-Si tenía qué, esa niña tiene que entender que las horas de trabajo no son para ir por ahí flirteando con cada cliente que llame tu atención. De paso... Tú eres mío.
Dijo Mingi con una sonrisa de oreja a oreja, meciéndose ligeramente sobre la planta de sus pies al adoptar una conducta irremediablemente tierna. Tal como hacía cada vez que quería manipular a Yunho para salirse con la suya.
Y bueno nada, nuestro protagonista lo consiguió porque Yunho resolvió en última instancia limitarse a rodar los ojos, riendo antes de premiar con un besito en la mejilla a Mingi. Aunque corto, el gozo de su victoria perduró aún cuando el pelinegro se apartó al oír su nombre. Ambos giraron la cabeza para ver en la dirección que procedía aquel llamado, vislumbrando a la chica que les llamaba desde el otro lado de la tienda en la sección donde despachaban los pedidos.
Sonriendo, enlazó sus dedos a los ajenos para empezar a caminar, pero antes de siquiera poner un pie delante del otro Yunho le mantuvo en su lugar, inclinándose sobre su cuerpo para susurrarle algo al oído.
-Vas a ir allá a traer los dulces y a disculparte con la chica como el niño bueno que eres, o sí no... ya sabes lo que va a pasar.
La voz del pelinegro aunque suave se inclinaba sutilmente a los bordes de la naturaleza autoritaria del mayor; el tonillo hizo que a Mingi le recorriera un escalofrío por el cuerpo.
Por supuesto que sabía a lo que Yunho se refería, estaba al tanto de lo que esas palabras encerraban, precisamente por ello había terminado temblando; era su decisión si decidía desobedecer al mandato del pelinegro, era su decisión si quería jugar con fuego en ese momento.
Soltó un sonido que denotó su evidente estado de irritación al cerrar los ojos con fuerza, optando al final por acatar la orden del mayor. No es que le tuviese miedo a Yunho, porque su novio era una masita, pero el pelinegro siempre cumplía sus promesas y desde la última vez que Mingi se había atrevido a 'trasgredir la ley', el castigo posterior fue suficiente para que no quedase rastro alguno de ganas de volver a repetir ese u otro 'acto ilícito'; violentar las reglas dictadas por su pareja no figuraba más como una opción divertida, siquiera factible. Pero es que de verdad, o sea, me disculpan ustedes, pero Mingi no quería arriesgarse a que Yunho le dejara sin sexo por una semana otra vez, no señor. Era tonto pero no lo suficiente. A fin de cuentas reconocía que su novio lo que hacía era pagarle con la misma moneda, manipulándole tal como él lo había hecho tan sólo segundos antes, cosa que de hecho le exasperaba bastante y, al mismo tiempo, admitía que le resultaba entretenido; el llevar una dinámica como esa.
Mientras pensaba en tonterías acabó por llegar a su destino, extendiendo sus manos para tomar la caja con gentileza de las manos de la chica, viéndole con su mejor sonrisa de –"mi novio me está obligando, pero no quiero lucir tan hipócrita como realmente me siento"- antes de decir:
-Gracias y... oye, de verdad lamento haberte hablado así antes. Espero tengas un buen día.
Sin agregar nada más o siquiera esperar una respuesta se dio la vuelta sobre sus talones, yendo de nuevo al encuentro con su novio. Ambos conteniendo la risa al enfilarse a la salida del local al distinguir la genuina mueca de confusión que había dejado en el rostro de la muchacha. Aunque no fuera a dar testimonio real de ello, la parada que habían hecho en la pastelería había sido bastante entretenida, pensó Mingi mientras caminaba de la mano con su novio en dirección a la casa de sus padres.
La verdad es que, en el fondo Mingi reconocía que haberse comportado como un carajito malcriado todo el camino había sido una pérdida de tiempo y esfuerzo, dos unidades que estuvo en facultad de invertir para disfrutar desde un principio de la nueva expedición que vivía en compañía de Yunho; para nadie era una novedad el saber que cada salida con el pelinegro se sentía como experimentar la mejor de las aventuras. Aunque fueran a la biblioteca de la universidad, al parque frente a la residencia donde vivían para dar una vuelta, a comprar chucherías en la tienda de conveniencia, lo que fuera... Mingi apreciaba todo eso como el equivalente a un día en 'Disney World'.
Honestamente nunca nadie le había tenido que recalcar que lo importante no era el lugar sino las personas a las que permitías compartir el momento contigo. Él desde siempre había reparado en poseer la bendición de estar al corriente de pequeñeces como esa, porque Yunho sin importar el cómo ni cuándo o el por qué, siempre encontraba la manera de agregar un toque de magia a cualquier experiencia.
-Estás muy callado, ¿en qué tanto piensas?
Comentó Yunho tras empujarle con el hombro, gesto que devolvió tras soltar una corta risilla.
-En nada en particular... sólo en ti.
Murmuró al mecer sus manos entrelazadas al tiempo que miraba de reojo a un sonriente pelinegro.
Quizá todo cuanto pudiese implicar aquella situación debía parecer el peor de los clichés, pero a Mingi encontraba fascinante el hecho de que así resultaran sus palabras y acciones para con el pelinegro. Bien podía morir de ternura cada que decía algo similar y veía los cerezos florecer en los pómulos de su novio, en la comisura de sus labios, en sus lagrimales, en cada esquinita del rostro que deseaba besar hasta el cansancio, o hasta quedarse sin labios.
-Si eres marico, Mingi.
-No veo que eso te moleste, creo que nunca lo ha hecho.
Canturreó felizmente mientras se apegaba al pelinegro para cruzar juntos la calle.
Al instante sintió al otro afianzar el agarre en su mano, siendo tan receloso y protector como cada vez que se hallaban en una situación similar. Era tonto, el que Yunho se tomase esas molestias teniendo en cuenta que la calle estaba desierta, conjuntamente eran esos los gestos que le colmaban de amor y que Mingi sabía sólo una persona que ama o se preocupa por otra es capaz de tener sin importar el contexto de la situación.
Nuevamente, sin que ninguno pusiera real atención al asunto volvieron a caer en un cómodo silencio, el mismo que hizo a Mingi perderse por los amplios parajes de su pensamiento.
Retomando el tema de las aventuras, cada que nuestro protagonista retornaba a su hogar caminando por las mismas calles que sin descanso había frecuentado a lo largo de su corta vida, por más insípido que pudiera antojársele el lugar al ojo crítico de un artista, inclusive de un simple residente de la localidad y sus adyacencias... la sumatoria, el tumulto de cosas tangibles que hacían de las veredas de su vecindario exactamente eso, un vecindario común como cualquier otro en la tierra, Mingi lo interpretaba como el lugar más extraordinario del mundo.
Donde uno de sus vecinos (el que fuera) veía solo desniveles en la acera, Mingi veía y sentía cada raspón que, tanto las desigualdades como su torpeza le habían obsequiado tras irse de boca al suelo por andar corriendo. En aquel lugar donde se empalmaban dos caminos junto a la reja oxidada de una casa abandonada, Mingi veía el lienzo que tantas veces había usado para dibujar con tizas de colores sus más excéntricas aspiraciones. Al borde de la carrera donde crecía el roble que había levantado el suelo, ese del que todos los viejos de la cuadra se quejaban pero nadie era capaz de derribar, Mingi solo veía el lugar donde se ponía a contar los viernes por la tarde, mientras los demás niños de su cuadra corrían para esconderse entre risas. A la vuelta de la esquina, donde estaba la casa de la señora que había sido su vecina de toda la vida, en su hermoso e inmaculado jardín, Mingi veía la floristería que todos los fines de semana se encontraba abierta para él, para recoger los obsequios más bonitos que alguna vez llegó a darle a su madre.
Así, en cada rinconcito, en cada grieta y recoveco grabados con tinta indeleble en su memoria, él era capaz de encontrar aromas, sensaciones, recuerdos tan... vividos que casi le parecía irreal la manera, el cómo otros podían pasar de largo sin inmutarse a la presencia de ellos. Quizá eran cosas de la edad, pues aunque no estuviese arrugado y canoso, no creía ilógico el hecho de echar de menos su niñez. Todavía, quizá no era solo la edad, sino un conjunto de factores para los cuales aún no concebía la potestad de explicar. Daba igual si había un término, alguna palabra que, sin importar el idioma, pudiera describir lo que sentía al caminar por esas calles de regreso a casa de sus padres. No era algo relevante porque después de todo, a Mingi le encantaba viajar en el tiempo y difuminarse a la lejanía de cualquier recuerdo.
Está bien, quizá no estaba diciendo todo, había una razón más poderosa por la cual a Mingi Le restaba importancia al hecho de ser considerado una 'princesita risueña', y es que, siendo honesto consigo mismo, Mingi adoraba esas calles medio feas y angostas por una razón que tanto el autor como ustedes que están leyendo conocemos 'al pelo'.
Así es, adivinaron... Nuestro protagonista se regocijaba entre los caminos que le llevaban de vuelta a su hogar de la infancia porque en esas mismas calles donde había existido por tanto tiempo y en tantos escenarios, la mayoría de esas vivencias las había tenido en compañía de Yunho; daba por sentado que inclusive, de tener voz aquellas calles procederían inmediatamente a relatar todas las veces que había reído, soñado y llorado junto al precioso pelinegro que desde hacía años sostenía su mano.
-"Ahora más juntos que nunca..."
Pensó al dar un gentil apretón a la mano de su novio, advirtiendo la sonrisa que inconscientemente alzaba las comisuras de los labios ajenos.
Pero el que esos mismos lugares estuviesen repletos de vivencias, no significaba en lo absoluto que no le permitieran consagrar nuevos y más gratos recuerdos, resolvió Mingi al detener su pausado caminar a unos metros de su casa. En aquella acera del mismo cruce de siempre, a los pies del farol hasta donde tantas veces llegó a acompañar a Yunho cuando este debía volver a su casa a regañadientes porque los padres del susodicho no le habían permitido quedarse más tiempo en su casa, alegando que llevaba demasiados días metido ahí y que si no se acordaba que tenía familia. Ese mismo lugar donde Yunho, con una sonrisa melancólica y los ojitos repletos de esperanza, procedía a obsequiarle un fuerte abrazo y un besito en la mejilla antes de decirle –"Nos vemos mañana."- Aquel minúsculo espacio desde el cual se podían contemplar perfectamente los colores de los atardeceres que tantas veces capturaron las mejillas de Yunho. Espacio en el que tiempo después, cuando luego de tantas lunas se propusieron dejar atrás la inocencia y sellar las tan modestas despedidas con un beso en los labios y un cuidadoso –"te amo."- Allí Mingi respiraba la calma, las promesas que a pesar de haberlas olvidado se dejaban en cada respiro del viento sobre piel.
En ese pedacito de suelo Mingi quiso evocar una remembranza. A pesar de que no estuviese por acariciarles el encantamiento del crepúsculo... aunque fuese medio día y no tuviese nada de asombroso el estar allí parado a mitad del otoño congelándose, Mingi en esa ocasión se apreció a sí mismo como todo un mago, un prodigio en transfiguración capaz de tornar cualquier momento insípido, en algo memorable para él y Yunho.
-¿Bebé?... Mingi, qué pasa, por qué no-...
Interrumpió a su novio a mitad de camino, posando sus labios sobre los ajenos en un corto pero significativo beso. Entonces encajó entre las palma de sus cálidas manos las heladas mejillas del pelinegro, abriendo sus ojos de a poco, descubriendo el devoción que a los efectos de su acción, de forma instantánea, mantuvo en alto la hermosa sonrisa del mayor.
-Te amo...
Susurró al tiempo que con el soplo de esas palabras acariciaba al otro en otro mimo antes de acabar en un nuevo beso, percibiendo como la sonrisa de su pareja se ampliaba contra sus belfos sellados delicadamente a los ajenos.
Sólo al separarse y abrir los ojos, sintió como era devorado por la inmensidad, el resplandor en la mirada de los ojos de su novio; aquel fulgor en los orbes del otro ya le advertía que para el momento el susodicho había resuelto el porqué de sus acciones, dejándole satisfecho, henchido de amor, tan feliz y rico como ningún otro hombre sobre la faz de la tierra.
Sin agregar nada más, giró su cabeza en dirección a su casa haciéndole una silenciosa invitación al mayor. Acto seguido, Yunho al comprender la seña volvió a tomarle de la mano, asegurándose de sostener con la otra la caja de los dulces para así ambos correr juntos hasta la entrada de la casa del menor. De esa forma que tantas veces habían hecho siendo niños, por el simple deseo de quemar las energías, de competir por ver quién era el más rápido de los dos aunque la respuesta siempre fuese la misma; nunca les molestó quedar empatados, más bien, allí residía el encanto de tan tonta travesura.
-A-ah... mierda, marico... Estamos muy viejos para la gracia.
Dijo Yunho tras soltar una risa forzosa, tratando de recuperar el aliento mientras Mingi luchaba por abrir la reja del jardín de su casa.
-El único viejo aquí eres tú, yuyu.
Se burló del mayor, tratando de no parecer tan afectado, a pesar de que sus jadeos le delataran. Mientras daba batalla al pestillo de la reja, sintió una mano posarse en su hombro para después ser apartado con gentileza fuera del camino por el dueño de dicha mano.
-Echa pa'llá, nunca has sabido siquiera cómo entrar a tu casa sin tener que treparte la reja.
Le molestó Yunho, haciendo un giro por aquí y otro por allá antes de tener la reja abierta de par en par.
Soltó un bufido tan pronto su novio se giró hacia él inflando el pecho con aires de grandeza; un gesto que se le antojó más petulante de lo usual, más lo dejó ser.
Obvio que le ofendía el hecho de que el pelinegro le sacara en cara que no podía dar con el truco para abrir la reja de su propia casa, pero daba igual porque, aunque presumido, su novio se veía bello sonriendo por el motivo que fuera.
Le sacó la lengua tras salir de su ensoñación para luego entrar ambos y cerrar la estúpida reja. Así, mientras iban caminando el corto trecho del patio delantero de la casa, entre risas y forcejeos bastante infantiles terminaron por entrar por fin al domicilio.
Tan pronto ambos muchachos pusieron un pie dentro de la casa, fueron azotados por el intenso aroma de la comida hogareña; olía como a gloria, mezclado con felicidad y recuerdos, todo eso que no tiene la comida instantánea con la que Yunho y él solían llenarse el estómago.
Y es que, no hay manera, o sea, si eres universitario y te las arreglas como quien dice 'por tu cuenta', hacer comida en casa es un lujo porque o no sabes cocinar o las cuentas no te dan para comprar todo lo que se necesitan las recetas. Entonces sí. No es que Mingi o Yunho se quejaran de comer ramen al menos cuatro días a la semana, pero de vez en cuando era bueno saber que se podían permitir aterrizar en casa del menor para salirse de la restrictiva y poco placentera dieta del estudiante promedio.
-¿Mingi?, ¿Yunho?...
De pronto la voz de la madre Mingi les trajo de vuelta a la realidad. En el momento que terminaban de colgar sus abrigos y dejar los zapatos en la entrada, una alegre y pequeña mujer se asomó desde la cocina, corriendo rápidamente al encuentro de ambos para estrecharlos en un fuerte abrazo.
-¡Al fin llegan!, estaba a punto de llamarte Mingi, ¿por qué tardaron tanto? Yunho me escribió cuando salieron y después no supe más de ustedes.
Habló rápidamente la señora Song, llenando de besos el rostro de su hijo y el de Yunho en un despliegue de cálido afecto, encanta por recibir la visita de los dos muchachos.
-Lo siento, señora Song. Quise ir a comprar de sus dulces favoritos para agradecerle el que nos haya invitado a comer, por eso nos tardamos más de la cuenta.
Comentó Yunho al mostrar la caja decorada a la madre de Mingi quien recibió el obsequio con una sonrisa antes de atrapar al pelinegro una vez más entre sus brazos.
-¡Tan encantador como siempre, Yunho!... pero ya te he dicho que no tienes por qué llamarme Señora Song, suena tan distante y nos conocemos de hace tanto... Mamá. Sí, eso suena mejor y más conveniente porque de todas formas siempre has sido como mi hijo y... Oh, ¡Cariño, los muchachos ya están aquí!
Habló animadamente la mujer mientras caminaba de regreso a la cocina, terminando por llamar a su esposo; el entusiasmo en la voz de la señora era indiscutible, tanto así que ambos chicos no pudieron sino seguir sonriendo ante tal exaltación.
A todas estas, con todo y lo feliz que Mingi se sentía por estar de regreso en casa y ser recibido con tan amoroso trato de parte de su madre, le fue inadmisible a su cuerpo no atender a la sensación de melancolía que tras su madre dejarles nuevamente solos comenzó a percibir de su adorado pelinegro.
Escudriñó con la mirada al susodicho en busca de algún indicio de aflicción al tiempo que se acercaba con cautela, vistiendo una sonrisilla al rodearle por los hombros, inclusive llegando a besar las dos mejillas del más alto mientras seguía chequeando su estado; el que las reacciones de Yunho fuesen positivas y no algún gesto desganado que pudiera proveer el otro por compromiso a retribuir su cariño.
En ocasiones como esa no hacían falta las palabras, después de tantos años Mingi era capaz de leer entre líneas y saber cuándo algo le afectaba a Yunho, además que, teniendo en cuenta la corta conversación que habían tenido en el autobús, Mingi se sabía en lo cierto al presumir que las palabras de su madre habían calado profundo en el pelinegro. No importaba cuán cuidadoso fuese el susodicho al tratar de esconder sus emociones, siquiera enmascarar su verdadero estado, porque los ojos de nuestro protagonista trabajaban como unos escáneres capaces de detectar cualquier atisbo de tristeza en Yunho.
-Mi amorcito lindo... ¿Estás bien?
Preguntó en voz baja, meciendo con cuidado sus cuerpos como si bailaran alguna tonada lenta ahí en medias al lado de la puerta.
-Sí, ¿por qué lo preguntas bebé?
Murmuró Yunho pareciendo un tanto distante, distraído, imitando su movimiento de forma inconsciente tras envolverle la cintura con los brazos.
Mingi se encogió de hombros, obsequiando una sonrisa despreocupada al mayor; en el fondo sabía perfectamente que seguía sin ser el momento o el lugar para indagar en el tema, pero no podía evitar preocuparse y preguntar cosas como esa cuando Yunho le contemplaba con esa mirada de cachorro lastimado.
-Por nada, mi vida... ¿Quieres que vayamos a lavarnos las manos y después ayudemos a poner la mesa?
Susurró Mingi en medio de un besito esquimal, prontamente obteniendo la respuesta esperada al ver a su novio sonreír de forma auténtica mientras asentía con la cabeza.
Quizá no había conseguido del todo sacar los pensamientos negativos de la cabeza de su novio, pero se conformaba con el hecho de haberle levantado el ánimo.
Total que en menos de lo que canta un gallo los dos tuvieron la mesa puesta, porque entre una cosa y otra el hambre se les terminó de destapar y no había tristeza o fuerza adversa que les hiciera rechazar la comida de la mamá de Mingi, quien solo se limitaba a reír encantada al ver a ambos jóvenes ir y venir de la cocina con los platos y las ollas del banquete tradicional que había preparado en esa oportunidad. Ya para cuando Yunho estaba terminando de acomodar los tazones con el arroz sobre la mesa, finalmente el padre de Mingi hizo acto de aparición, pasando de largo la comida para ir a recibir a ambos muchachos como era debido.
-Al fin se dignaron a venir, eh. Ya comenzaba a creer que todo el cuento de tener hijos había sido producto de mi imaginación.
Comentó el señor al sentarse en su lugar de siempre, a la cabeza de la mesa, con su esposa a la derecha y su primogénito a la izquierda.
-Papá no seas exagerado, hablé con ustedes hace dos días. Aparte saben que no habíamos podido venir en las últimas semanas porque estábamos ocupados rindiendo los parciales de mitad de semestre.
Explicó Mingi tras haber tomado sus palillos, siendo el último en empezar a comer tras dar las gracias por la comida.
-Mingi tiene razón, cariño. No hay por qué ser tan exigentes, ya de por sí se están esforzando bastante en sus estudios.
Dijo la madre del aludido viendo a ambos chicos con estrellas en los ojos, a pesar de que estos lucieran medio desaliñados y comiendo como si nunca antes hubiese probado bocado alguno.
-Hablando de eso, ¿cómo va la carrera?, ¿todo bien en las clases, Yunho?
Cuestionó el padre de Mingi, atrayendo la atención del pelinegro que desde hacía rato venía muy callado; completamente ensimismado en saciar su apetito.
-¡Oh!, sí... a decir verdad, todo va a excelente. Los profesores que me tocaron este semestre son estrictos, pero es fácil seguirles el paso si uno atiende a las clases.
Mientras el pelinegro hablaba le veía de reojo, atendiendo a sus expresiones con una sonrisa; el mayor lucía mucho más animado que antes, cosa que le hacía sentir pleno, feliz.
Entre una conversación y otra los platos sobre la mesa se fueron vaciando y, tal como sus estómagos, Mingi se sentía igualmente satisfecho por lo grata que había resultado la visita a casa de sus padres; para el momento Yunho parecía tan alegre que ya era casi imperceptible el brillo de nostalgia en sus preciosos ojos pardos. Sin embargo, como era de esperarse la felicidad no le duró para siempre.
Y pasó lo que tenía que pasar justo tras Mingi dejar sus palillos sobre la mesa al terminar de comer, esa sola pregunta que salió de la boca de su padre echó al traste todo el júbilo que con modestia estuvo acompañándoles.
-¿Y cómo están tus padres, Yunho?
En lo personal, a Mingi le resultaba insulso el daño que una simple pregunta podía causar. Todo el malestar que podían cargar tan solo seis inocentes palabras, pero más que eso le era completamente ilógico él cómo su padre osaba a realizar semejante pregunta a diestra y siniestra a su novio sabiendo lo que implicaba, sabiendo cómo eso le hacía sentir a ambos, sobre todo a Yunho.
Sentía al mencionado a su lado tornarse cada vez más tenso, más incómodo, y no le hizo falta verlo a la cara para saber que la hermosa sonrisa que ocupaban los labios del pelinegro se había esfumado por completo para dar paso a una mueca de profunda tristeza. Quería llorar y arrancarse el cabello de la desesperación porque no concebía que alguien, sin importar quien fuera, en su búsqueda por respuestas acabara por herir a su pareja; era una acción injustificada para la cual nadie podía obtener su perdón. Su novio era la persona más amable, más genuina, más amorosa que hubiese existido jamás en la tierra, Yunho no se merecía esa mierda.
Sin lugar a dudas aquella metida de pata de parte del padre de Mingi había sido colosal, pero ninguna tan grande como la que habían cometido los propios padres del pelinegro hacía unos cuantos años atrás...
"Ese día se había despertado con la sensación de que, en pocas horas, todo cuanto pensó conocer alguna vez acabaría por dar la vuelta en un giro inesperado en ciento ochenta grados.
De cierta forma le había resultado extraña toda la cuestión, porque él no era de esas personas que acostumbran a despertar diciendo que el destino les había comunicado la venida del mesías; siquiera era de esos que tras una 'puntada de culo' piensan haber sido partícipes de algún tipo de premonición, advirtiendo a sus allegados las consecuencias que tendrán sus actos antes de llevar a cabo una acción. En pocas palabras, Mingi se meditaba a sí mismo como un muchacho bastante normal, para nada persuasivo, por lo que no le prestó atención al incómodo jaloncito que daba esporádicamente su corazón.
En otras noticias, ya después de pararse de la cama e ir al baño para medio espabilarse, Mingi pensó que quizá todo lo que sentía era producto de los nervios, pues aunque no fuese un chico prodigio bendecido con un don mítico, aquel sí sería un día importante. Tras largas y tediosas noches enteras de recapacitar en su situación actual, Yunho y él habían resuelto que ese era el momento, que ese día por fin arribarían a los padres del pelinegro manifestando su unión.
Ciertamente, ambos estaban nerviosos por todo el asunto, emocionados incluso. La verdad es que no tenía idea de por qué lo habían pospuesto tanto, pero Mingi suponía que era el efecto colateral de la rutina. Viéndolo desde cualquier punto de vista él y Yunho se seguían tratando como siempre, así que no sentían la necesidad de explicar algo que para ellos era natural. Pero había un problema respecto a la realidad idílica que ambos compartían, era que los padres de Mingi ya sabían sobre el tema y, a pesar de la paciencia que el señor y la señora Song se gastaban para con la pareja, los dos habían estado pisándole los talones a los susodichos desde hacía semanas para que tuvieran la tan importantísima y relevadora conversación con los padres del mayor.
Se habían logrado zafar de la tarea un par de veces, alegando que estaban ocupados finalizando con los trámites de ingreso a la universidad. Sin embargo, luego de una poco habitual y seria plática con el resto de sus amigos, hasta estos últimos les reprocharon el hecho de seguir ocultando el pequeñísimo, pero sustancial, detalle a los padres de Yunho.
Poniéndolo en perspectiva, Mingi casi podía jurar que sus padres le habían metido cizaña a sus amigos para que estos les vinieran con aquel sermón, más tanto él como Yunho no estaban en posición de reclamar. Tan solo podían asentir y darle la razón a los otros manteniendo el rabo entre las piernas, estando al tanto de que habían permanecido demasiado tiempo dándole muchas vueltas a una trama que de una manera u otra debía concluirse.
Por esa misma razón y motivo era que se encontraban caminando en dirección al apartamento donde vivía el pelinegro, ambos con las manos entrelazadas pegándose del otro para resguardarse de la gélida brisa invernal que soplaba contra ellos. Durante todo el trayecto, como era de esperarse, Mingi se hizo las mil y un mentes, pensó en los cientos de escenarios en los cuales las cosas podían ir de mal en peor; trató con toda su voluntad de hacer caso omiso a los pensamientos negativos que le atestaban la mente, pero no podía.
Estaba frustrado. Desde que se había despertado no dejó de perseguirle la incómoda sensación que le aquejaba por dentro. De paso estaba irritado debido al frío y a la insistencia de su corazón y su mente de irse por las ramas, tampoco tenía ni pista de cómo detenerse para volver a las andadas y mostrarse como el chico positivo que pretendía ser siempre.
-Yunho... chamo, estoy cagao'... qué si tus padres no nos aceptan. Tú papá siempre me ha dado miedo.
Sentenció tras soltar una laboriosa exhalación, llevándose las manos al rostro mientras el pelinegro terminaba de cerrar la puerta que daba al recibidor del edificio.
-Bebé, relájate. Te va a dar una vaina si sigues así de nervioso. Todo va a estar bien, ¿no confías en mí?
¿Que sí confiaba en Yunho?... Bueno, probablemente Mingi era capaz de arrojarse al fuego si el susodicho le decía que no se iba a quemar, a pesar de saber que eso, en cuestión, no era para nada cierto.
Y sí, quizá era algo tonto depositar tu confianza integra en una misma persona, peor aún, en un muchacho de dieciocho que hasta el día anterior seguía creyendo en la regla de los 'cinco segundos', pero... No. La verdad no existía manera factible de justificar los hechos. En fin, era tonto depositar toda su fe en un muchacho tan inocente y despreocupado, pero quién era Mingi a la misma edad que Yunho, sino harina del mismo costal. Para cuando se dio cuenta ya estaba todo sonriente, brincando sobre las puntas de sus pies de la emoción porque el pelinegro le había convencido de que todo, en esencia, iba a estar bien.
-Ya verás, después nos seguiremos riendo de todo esto. Mis padres siempre han sido bastante comprensivos con todo este rollo de la homosexualidad.
Comentó el pelinegro con simpleza al llegar a la puerta del apartamento. Acto seguido, vio a su novio encogerse de hombros como si aquello fuese lo más obvio del mundo.
Y bueno, Mingi sabía que Yunho tenía la razón al afirmar aquello, él mismo había sido testigo de las veces que el pelinegro les había hablado a sus padres como si nada, platicando animadamente sobre los chicos que le gustaban, sobre ciertas cosas superficiales acerca de su orientación sexual. En general no es como que a los padres del otro le vieran con fascinación, todavía, no se mostraban tan obtusos y espantados como en un principio habían sido los padres de Mingi antes de revelarles el dichoso secreto; o más bien antes de ser descubiertos.
-"Sí, definitivamente le estoy buscando las cinco patas al gato. Yunho tiene razón."-
Pensó Mingi tan pronto el pelinegro abrió la puerta del departamento, dejándole pasar primero. Tras cerrar la puerta de un empujón y guardarse las llaves en el bolsillo, Yunho pasó a pronunciarse, anunciando su llegada al tiempo que ambos procedían a quitarse los abrigos y los zapatos en la entrada.
El recibimiento fue silencioso, demasiado para gusto de ambos. Sin obtener una respuesta de parte de los padres del mayor, los dos se vieron a la cara extrañados.
-¿No se supone que tus padres están en casa?
Cuestionó Mingi con curiosidad empezando a apreciar nuevamente la mala vibra que cargaba el ambiente del lugar; se sentía como frío, como raro, como si hubiesen entrado al apartamento equivocado. Prontamente resolvió empujar esas ideas erradas fuera de su mente al notar que su novio no parecía inmutarse a la ligera molestia que sabía les picaba ambos en los costados.
-Pues, sí... quizá están en la habitación y no escucharon. Iré por ellos, tú espera en la sala, bebé.
Asintió tras oír la orden, recibiendo un pequeño beso en su mejilla de parte del pelinegro antes de verle desaparecer por el pasillo principal de la estancia.
Obedeciendo al mandato de su novio, se fue adentrando al departamento acabando por tomar asiento en su lado favorito del hermoso sofá de cuero que decoraba la sala, sonriendo al ver una de las tantas fotos que habían enmarcadas sobre la mesa a su izquierda; siempre le había parecido que su novio de niño había sido el más adorable del mundo, todo sonriente y cachetón.
Fue entonces cuando lo volvió a sentir, aquel tironcito en el corazón, en el pecho... como si de un presagio se tratara. No estaba familiarizado con las emociones de ese tipo, tampoco es como si supiera qué hacer, pero ahora más que nunca se veía tentado con la idea de abortar la misión y salir huyendo de aquel lugar con Yunho. Decidido a ir en busca de su novio se levantó cual resorte del sofá, pero ni bien dio el primer paso vio al susodicho emerger alegremente del pasillo con sus padres; al menos los tres parecían sostener una plática animada.
-¿Viste? Te dije que estaban en la habitación.
Dijo Yunho como si nada, caminando hasta colocarse a su lado; el mayor lucía tan neutral que hasta le causó cierta irritación.
-¡Mingi! Tanto tiempo... ya casi no vienes por aquí. Voy a tener que quejarme con tu madre y decirle que los mande de vez en cuando para acá.
Comentó la mujer con la misma dulzura, el mismo tono de voz tan gentil que Yunho tenía al hablar.
-L-lo siento, señora Jeong. S-supongo que la verdad nos hemos acostumbrado más a estar en mi casa porque es la que queda más cerca del colegio.
Murmuró tratando de parecer relajado, sonriendo aunque en el fondo estuviese consciente de que su gesto se juzgaban forzosos.
-Tonterías mujer, déjalos tranquilos. Esta ausencia nos sirve de práctica porque ya pronto se irán a la universidad, ¿no es así, Mingi?
Habló por primera vez el padre de Yunho acercándose hasta ambos para luego darles unas palmadas en los hombros como gesto de afección. Acto seguido, el hombre tomó asiento en el sofá junto a su esposa, acomodándose a sus anchas como en espera de algo, ese algo que suponía era la noticia que iban a darles.
-¿Y bien?... Yunho comentó que querían hablar con nosotros sobre un tema importante, ¿qué es?
Tan pronto el padre de Yunho terminó de hablar, sintió una cálida mano deslizarse contra la suya hasta enlazar sus dedos; acción que no pasó desapercibida ante los ojos del hombre que, ahora parecía más consciente del 'algo' que no era santo de su devoción.
Allí donde Yunho estaba todo alegre y medio nervioso, Mingi se encontraba siendo todo lo opuesto. Reparaba en la situación como si los padres del mayor hubiesen empezado a mirarle de forma acusatoria, apreciaba la incertidumbre tornase lentamente en la densidad que solo alcanza la tensión, percibía sus manos sudorosas y aquel tironcito en su pecho más fuerte que nunca. Estaba por volverse loco de la angustia, apunto de detener a Yunho para evitar una calamidad, pero como siempre le pasaba, los nervios le traicionaron imposibilitando su habla; palideciendo su persona, ahora muda, a la entrada de un punto sin retorno tan pronto escuchó el testimonio que salió de entre los labios acorazonados de su novio.
-Pues... es algo que hemos querido decirles desde hace tiempo, pero no habíamos tenido oportunidad, papá... y es que... Mingi y yo somos novios.
Estando a punto de desmayarse Mingi no supo interpretar la mueca en el rostro del padre de Yunho; parecía como si el tipo estuviese recalculando la situación, como si su novio hubiese hablado en alguna lengua muerta, y que con el pasar de los segundos todavía estuviese traduciendo lo que Yunho decía. Por otro lado, las facciones de la madre del pelinegro tampoco suponían un gesto reconfortante; esta lucía incluso más confundida y extrañada que su esposo.
El tiempo seguía transcurriendo entre ellos tornando cada vez más agrias las expresiones en la cara de ambos adultos; un profuso gesto de molestia e incomodidad que a Mingi le fue imposible de ignorar. A los efectos de ello, sin darse cuenta el mencionado pasó saliva por su garganta al tiempo que se aferró a la mano del pelinegro, tiritando mientras apreciaba la ahora inquisitoria mirada de los padres de su novio sobre sí.
-¿Qué ustedes qué?
Preguntó el hombre al reafirmar su postura en el sofá delante de ellos; la serenidad en su voz prontamente quedando en el olvido así como la alegre ilusión que le había hecho vivir Yunho antes de iniciar la dichosa conversación. Cuánto no habría dado Mingi por haber mantenido aquello en secreto.
-N-nosotros somos novios... estamos saliendo desde hace como un año más o menos.
Reafirmó Yunho a su lado, sintiéndole bastante tenso, sonando tan (o más) preocupado de lo que había sonado él, pero igualmente decidido a continuar con lo que habían iniciado. A todas estas, no supo cuándo su mirada había ido a parar al piso, aunque decidió esa era su más sabia elección.
-¡De qué mierda estás hablando, Yunho!... ¿Cómo que novios?, ¿¡Qué es esa vaina!?
Ante el estallido del hombre, ambos dieron un paso atrás sin decir nada demasiado sorprendidos por la ferocidad que se les volcó encima consecuencia de aquel grito.
La escena de cierta forma se les antojaba extremadamente parecida a lo que habían vivido antes en casa de Mingi con los padres del susodicho. Todavía, a pesar de tener la esperanza de que pasara algo medianamente similar, la suerte de ellos ya estaba echada al azar.
-¿¡Qué no piensas decir nada ahora!?
-H-hijo... Hijo, de verdad... ¿qué cosas estás diciendo?, ¿Mingi y tú no eran amigos? D-de dónde salió todo esto de repente...
Interrumpió la madre de Yunho, levantándose del sofá junto a su marido en espera de una palabra de alivio, de algo que desmintiera lo que a opinaban era una verdadera atrocidad.
Por primera vez en largo rato, Mingi tuvo la valentía de alzar la mirada pero no para ver a los adultos, sino a su novio. Inmediatamente, se encontró con un Yunho que en vez de parecer temeroso, lo juzgaba molesto, irritado y liado, como si este no diera crédito a la actitud tan retrógrada que habían asumido sus progenitores.
Para ser sinceros, Mingi no podía culpar a Yunho por estar así, es decir, esta nueva faceta que veían de los padres del mayor era completamente nueva, algo que jamás en sus vidas pensaron experimentar.
Desde luego, nuestro protagonista no podía dejar de pensar que si tan sólo hubiese hecho caso a sus instintos, quizá nunca hubieran asumido dicha posición. Sin embargo, aunque pospusieran o no el evento, ya lo habían hecho y lo que restaba era resolver cómo se las apañaba el otro para conseguir el coraje que necesitaba de modo que pudieran ambos intervenir, y resarcir el daño irreversible que estaba causando todo el rollo entre ellos. Pero verán que Mingi era algo lento y mientras más pensaba las cosas, más aterrado e inmóvil se tornaba, por eso no pudo contener al pelinegro cuando este se lanzó como un león a defender su honor.
-¿De qué hablas mamá?... ya les había dicho que era gay, ustedes lo saben desde hace mucho tiempo... ¡Incluso Mingi les dijo que también lo era!
Reclamó Yunho alzando la voz por primera vez en toda la tarde, sin llegar a soltar el agarre que tenía en la mano de su pareja.
-Pero nosotros... nosotros pensamos que eso era sólo una etapa, Yunho. Dios mío, hijo... t-tienes que reconsiderarlo, esto... ¡esto no es normal!
Habló la mujer al borde del llanto, llevándose las manos al rostro luciendo tan apenada por el testimonio de su hijo que a Mingi se le antojó ciertamente repulsivo.
-¿Qué es lo que no es normal, señora Jeong?... ¡Qué tiene de malo que nos amemos y queramos estar juntos de esta manera!
Exclamó Mingi, abriendo la boca por primera vez en todo el rato; sentía la adrenalina correr por sus venas, el valor que Yunho le inyectaba en la sangre a través de sus manos entrelazadas. Resolvió entonces que si Yunho se hundía, él iría tras él.
-Tú no te atrevas a alzar la voz en mi casa, jovencito. De seguro eres la razón principal por la cual mi hijo se cree un marica.
Masculló el hombre más iracundo que nunca, apretando la mandíbula al tiempo que le apuntaba acusatoriamente con uno de sus dedos.
De pronto todo el coraje y la valentía que había adquirido se evaporaron de su cuerpo, dejándole más indefenso que antes; no obstante, ni siquiera tuvo que rogar por su salvación, pues como si se tratase de un caballero en su brillante armadura, Yunho se postró delante de él dándole un manotazo a la mano de su padre.
-No. Tú no te atrevas a hablarle de ese modo a mi novio.
Escupió el pelinegro, manteniendo a Mingi resguardado tras su cuerpo. El mayor en ese momento calificaba como una persona de heroica porfía al arriesgarse a encarar directamente al abismo infernal que eran los orbes de su padre, completamente recto tras asumir una postura desafiante.
-Recoge toda tu mierda y vete de mi casa ahora.
Sentenció finalmente el que alguna vez fue un hombre, siendo ahora ante los ojos de Mingi una especie de monstruo sin corazón.
No sabía decir si eran las lágrimas lo que no le permitía ver, no entendía con claridad lo que acontecía a su alrededor, siendo que cada escena parecía estar en cámara lenta. Únicamente registraba el llanto desconsolado de la madre de Yunho y la mano que con firmeza le arrastró hasta el cuarto del mencionado.
Se creía incapaz de aceptar lo ocurrido, el cómo en tan sólo minutos podía destruirse una familia a razón de una disputa; el que ambos tuvieran opiniones diferentes respecto a un tema.
No quería echarse a llorar en el suelo, quería hacer algo para tratar de solucionar la situación tal como Yunho había hecho al hablar con su padre en aquella ocasión, más en el fondo sabía que no estaba en su poder el enmendar una relación que realmente nunca existió. Porque fue en ese preciso instante cuando Mingi ayudó a su novio a empacar sus cosas, que el muchacho se percató de todas las migajas en el camino, de todas las pistas que les había facilitado el destino para con bizarría vislumbrar la realidad: la fachada de los padres de Yunho siempre había sido una ilusión. Un espejismo comprensivo que emplearon solo para satisfacerse a través de los buenos actos de su hijo, a quien sólo premiaban con lo mejor cuando este cumplía con sus expectativas.
Se mordió los labios para impedir que un sollozo lastimero escapase de su boca, a pesar de estar privado del miedo, su mente se atestaba con todas esas cosas que... esas verdades que no supo manejar. No entendía cómo a una persona tan dulce y con un corazón tan grande pudiera estarle pasando eso, Yunho no se merecía en lo absoluto que lo echaran a patadas de su casa y, todavía, eso era justamente lo que había recibido y él era la causa de ello.
Mientras recogía y colocaba las pertenencias que el pelinegro le tendía dentro de un bolso, advirtió el cambio tan radical que había tenido su novio. De cierta forma ya no reconocía a la persona que tenía en frente, Yunho ya no se veía como un jovencito encantador, como el príncipe de cuentos, se apreciaba vagamente como un alma desdichada; su novio se veía tan perdido que por un momento estuvo tentado a ir por él y decirle algo, cualquier cosa que por muy tonta que fuera ayudase a calmar la angustia que cargaban. Sin embargo, optó por mantenerse en silencio cuando entendió el debate mental que estaba teniendo el pelinegro, discusión en el cual su voz no tenía voto ni opinión.
Allí parado en medio de su habitación, el dichoso pelinegro sólo podía pensar en la cantidad de cosas que debía dejar atrás, de todas las comodidades de las cuales tendría que olvidarse para comenzar una nueva vida que jamás imaginó tener. Y Mingi tan cariñoso y devoto a su pareja prefirió quedarse a la espera de una indicación.
-Ya, eso es todo... no me llevaré nada más.
Comentó el mayor de los dos; aquel tono sonando tan vacío y triste a los oídos de Mingi, que pudo jurar su corazón en vez de latir ahora solo se estrujaba contra sus cosquillas con violencia.
-P-pero... estás dejando muchas cosas, n-no crees que...
-No... esas cosas no son mías, Mingi. Todo eso es de él. Vamos... v-vámonos ya, por favor.
Dijo Yunho permitiendo que su voz se quebrase por una milésima de segundo antes de recomponerse y alzar la mirada, en busca del consuelo que su novio pudiera proporcionarle. Ni corto ni perezoso Mingi asintió, tomando de la mano de su adorado pelinegro antes de echarse la mochila al hombro y dar el primer paso fuera de aquel lugar que alguna vez lo había sentido como su segundo hogar.
Ni siquiera se quedó a contemplar el color de las paredes del cuarto del mayor, aquel azul rey que tanto le gustaba y que él había escogido junto con Yunho, no se atrevió a dar un vistazo a la cama que tantas veces había compartido con el pelinegro cuanto tenía miedo de dormir fuera de su casa, no le provocó en lo más mínimo ver la pizarra donde alguna vez llegó a pegar cualquier cantidad de dibujos y fotografías de ellos y sus amigos; de cualquier forma todas esas cosas importantes, aquellos recuerdos ahora se iban con ellos.
En un abrir y cerrar de ojos ambos cruzaron el pasillo, el mayor sin siquiera ofrecerle una última mirada a sus padres, dándole la espalda a ambos tal como ellos habían hecho. Tan sólo alcanzó a oír el sonido que hicieron las llaves del pelinegro al caer contra el piso luego de que este las arrojase sin cuidado a los pies de su padre, el llanto de la señora que alguna vez pretendió ser su otra madre y, en última instancia... el ruido de la pesada puerta de madera al cerrarse, marcando así el tan horroroso final que ninguno de los dos imaginó jamás."
Evocar recuerdos como ese, si bien tenía consecuencias nefastas para su estado de ánimo, era algo de vez en cuando necesario. Aquel día tanto Mingi como Yunho habían entendido eso que dicen que solo hace falta un segundo para cambiarle la vida a alguien, en este caso, quizá no había sido un segundo exacto, quizá no había sido una sola palabra, pero lo que fuera había sido suficiente para acabar con el Yunho que alguna vez llegó a existir.
Un pensamiento muy crudo si se ponen a pensar, aunque Mingi podía dar fe de ello tras vivir en carne propia el dolor que había sido ver cómo Yunho paulatinamente se destruía a sí mismo, echándose la culpa por cosas que nunca daban a lugar, menospreciándose sin razón aparente por el rechazo que había tenido que afrontar. Había sido un año entero de noches en vela escuchando a Yunho llorar a su lado, un año entero de adversidades en las cuales había tenido que ser el pilar de ambos para que el mundo no se les viniera abajo. En muchos casos Mingi se afianzó a la irreverente necesidad de retribuir a Yunho todo lo que había hecho; no cualquiera es capaz de abandonar a su familia por la persona que ama, aún así, Yunho lo había hecho sin titubear.
A juzgar por la profundidad de aquellas heridas, Mingi ya se había convencido a sí mismo de que probablemente esas lesiones tardarían una vida entera en sanar, por ello no había motivo ni circunstancia justificada para el que su padre le desgarrase nuevamente con sus necedades.
No era por el hecho de que su progenitor hubiese echado su esfuerzo por la borda, porque él con todo el gusto del mundo estaría para Yunho cuando lo necesitase, para ser su mano derecha y las estrellas en sus noches sin luna. Todavía, estaba en su derecho de quejarse y sentir rabia e impotencia cada que alguien, quien fuera, viniera a tratar de lastimar a su adorado pelinegro; daba igual que su padre no hubiese hecho aquella pregunta con intenciones maliciosas, la pregunta por sí sola se le antojaba como un delito contra la integridad de su novio, y él, Song Mingi, no iba a permitir que ningún criminal saliera impune de sus actos.
Tan molesto como suponía estar para el momento, sentía su cuerpo tiritar a razón de la irritación, estaba a punto de lanzarle una palabrota a su padre, de salir en defensa de su novio. Sin embargo, su madre le detuvo ipso-facto.
-¡B-bien!... ahora que ya hemos terminado de comer, qué les parece si traigo el postre... ¡Y-yunho!, ¿serías tan amable de ayudarme en la cocina?
Exclamó la mujer, rápidamente advirtiendo la catástrofe que estaba por ocurrir, recogiendo algunos de los platos junto con Yunho. Al ver el fuego que se apoderó de la mirada de su hijo, la mujer terminó por tomar del brazo al pelinegro, llevándoselo consigo a la cocina, manteniendo siempre una sonrisa comprensiva en sus labios.
Largó una pesada exhalación cuando su madre y su novio se perdieron de su vista. Aquel era su momento para confrontar a su padre y no iba a desperdiciarlo.
-¿Por qué hiciste eso?, y no me vengas con rodeos porque sabes perfectamente a lo que me refiero, papá.
Habló con rapidez, cuidando de lo que salía de su boca, no era la idea que tal conversación acabase en una pelea; suficiente tenía todas las disputas del pasado, tan sólo quería que su padre recapacitara en sus actos.
-No te molestes conmigo por algo así, Mingi.
-Cómo quieres que no lo haga si sabes lo delicado que es ese tema para Yunho, ¡acaso no recuerdas todo por lo que tuvo que pasar!
Comentó sin alzar demasiado la voz, esperando que su novio no pudiera escuchar ninguno de los reclamos que le hacía a su padre.
-Sé perfectamente todo lo que ese chico tuvo que sufrir, Mingi. Te recuerdo que no fuiste el único que estuvo presente en ese momento de la vida de tu novio.
Tras oír a su padre soltó un bufido al tiempo que se pasaba una mano por los cabellos, se sentía medio exasperado por la respuesta que había obtenido del hombre, es decir, si su padre estaba al tanto de todo, por qué decidía fingir demencia ese preciso día delante de su pareja al hacerle esas preguntas.
Claro que estaba al tanto de atribuirse un mérito que no había sido solo suyo (entiéndase por ello: ayudar a Yunho a salir de aquel profundo hoyo negro). Claro que sabía que sin la ayuda de sus padres probablemente su precioso novio habría terminado en la calle, y era esa una de las razones principales por las cuales no daba 'pie con bola' a la intrepidez de su padre.
Recordar la noche que habían llegado temblando del frío a su casa, el momento exacto en el cual Yunho se había quebrado finalmente entre sus brazos y delante de sus padres mientras le compartían a ambos la horrible experiencia entre lágrimas y sollozos, era de las cosas que Mingi deseaba borrar de su memoria.
Por supuesto que sabía el esfuerzo que habían hecho sus padres para acoger a Yunho entre las paredes de su hogar desde el primer día, alegando que no dejarían que su segundo hijo viviera de limosnas en ningún lugar; razonar en la realidad de que en aquel entonces su familia no estaba en la mejor situación económica para asumir una responsabilidad de esa magnitud, también había sido otra de las piedras que Yunho había puesto en el saco que llevaba a cuestas, repitiéndose constantemente que era una carga para él y sus padres, aunque todos trataran de hacerle creer (ver) algo diferente.
Desde luego que se acordaba de todas las peripecias que tuvo que hacer su padre para conseguirle una vacante en la universidad a Yunho, porque tras la contienda con los padres del susodicho, los insensibles habían retirado sus papeles y los depósitos que habían hecho a la universidad para que este empezara sus estudios. Todavía, luego de la tertulia, aunque se pudieran permitir aquel lujo, Yunho había declinado la oferta de su padre de pagar la mitad de su matrícula, prefiriendo optar por la bendita beca estudiantil que su novio cuidaba como oro, porque odiaba ser (sentirse) una carga para otros; porque el pelinegro ardía en el ímpetu de demostrar cuánto valía y cuánto podía lograr por su cuenta sin depender de los demás.
Definitivamente, esos eran del tipo de recuerdos que por intentos que hagas, uno jamás olvida, las razones por las cuales te revientas hasta el cansancio día y noche para hacer valer la fuerza que con tanto amor te han ofrecido para seguir adelante, pero ahí el dilema que enfrentaba... que si su padre sabía todo eso y de paso le hacía darse un trasvase de agua con ello, prácticamente sacándoselo en cara (mentira, Mingi sólo estaba exagerando, el señor Song es cool), por qué carajo venía a perturbar la paz de su novio que con tanto empeño habían construido juntos. Todo el asunto se le antojaba tan irracional, tan estúpido, tan...
-Hice esa pregunta porque el otro día me conseguí al padre de Yunho.
Comentó finalmente el hombre tras dar un largo suspiro, deteniendo de forma abrupta el tren de pensamientos que acabarían por hacer que nuestro protagonista perdiera la cabeza.
-¿Qué?...
Cuestionó tras una larga e incómoda pausa, volviendo en sí cuando su padre se quitó los anteojos para dejarlos sobre la mesa.
Ahora que volvía a poner los pies sobre la tierra y estaba un poco más lúcido, se percató de cuán tangible era la preocupación del hombre; aquel desasosiego brotando naturalmente en cada gesticulación, en cada respiración, en cada palabra de su progenitor.
-Me lo encontré en la ciudad cuando iba de camino a hacer unas diligencias para tu madre. La verdad... en un principio no pensé que fuese adecuado que le hablara, pero me ganó la curiosidad y me acerqué.
Explicó su padre tras acomodarse en su lugar, pareciendo un poco más cómodo al ir soltando lo que suponía había estado guardando.
-¿Te dijo algo sobre Yunho?...
Preguntó Mingi, el interés siendo palpable en su voz.
-Hablamos de él, sí. No se veía del todo contento, es decir, de por sí no parecía querer cruzar palabra alguna conmigo, lo cual es entendible porque él sabe que Yunho sigue contigo, que ambos están viviendo juntos... entre otras cosas.
-¿L-lo sabe?... Cómo... Cómo sabe todo eso si Yunho no les ha hablado desde que-...
-Mingi, hijo... no hace falta que Yunho se los diga, bien sabes que el señor Jeong tiene ojos puestos en todas partes. O es que no te acuerdas que el tipo tiene contactos dentro de la universidad a la que van ambos.
Le interrumpió su padre al relatar aquel hecho como si nada.
-La verdad... lo había olvidado por completo.
Confesó tras bajar la mirada; tanto la situación como el prospecto de ser espiado por el padre de Yunho le daba escalofríos, más no se detuvo a pensar demasiado en todo el asunto.
-En fin, a lo que iba... traje el tema a colación porque hablando con él, de alguna manera creo haberle convencido de que hablara con Yunho. Pensé que para la fecha ya lo había hecho, pero por cómo acabas de reaccionar, me es bastante obvio ver que no ha sido así.
Concluyó su padre algo decepcionado por cómo habían resultado las cosas.
Se tomó un momento para pensar en lo que diría, en si era necesario hacer alguna otra pregunta, sentía demasiada curiosidad y por algún motivo, el semblante de su padre se le antojaba sospechoso, como si el hombre no hubiese dicho toda la verdad y estuviese aguardando a que de su boca saliera la palabra clave para soltar aquel secreto. Sin embargo, ni bien terminó de dar con esas conclusiones, estando a punto de tomar la palabra, aparecieron su madre y Yunho con un par de platos y tazas de té en una bandeja, dando por culminada la tan importantísima conversación que había tenido con su progenitor.
De forma rápida, ayudó a su padre a mover el resto de los platos que habían quedado sobre la mesa tras el almuerzo para hacer algo de espacio y sólo cuando Yunho volvió a tomar asiento a su lado, fue que percibió la buena vibra que cargaba el susodicho; aquella sonrisilla acorazonada que agrandaba los pómulos de su novio volvía a resplandecer como siempre.
Luego de obtenido una respuesta sensata a las excentricidades de su padre y el presenciar el cambio de humor en su novio, a Mingi le fue inevitable abrazarse a su amado pelinegro para llenarle de besos. A los efectos de su amoroso ataque hizo caso omiso a las protestas de su pareja, adorando el sonrojo que cubrió las mejillas ajenas a razón del bochorno que sabía le provocaba a Yunho hacer cosas así delante de sus padres; vergüenza que era suponía absurda, pues a ninguno le resultaba ofensiva o desagradable dicha acción.
El resto de la tarde en comparación a otros días le pareció tan efímero que cuando se percató de la hora no hizo más sino abultar sus labios en un puchero. Estaba al tanto de que él y Yunho debían regresar al apartamento porque al día siguiente tenían clases, trabajo y demás responsabilidades que le causaban flojera, pero bueno, al menos las cosas habían resultado mejores de lo que esperaba. Ya al despedirse de sus padres en la puerta, Mingi se cercioró de agradecerles a ambos como era debido, colmándoles de cariño.
◦
De regreso a casa Mingi pensó tanto que casi podía jurar que el ambiente le olía a quemado, que como fruto de sus reflexiones estaba saliéndole humo de las orejas; si Yunho reparó en ello, supuso que el mayor prefirió guardar silencio, cosa que a nuestro protagonista no le molestó en lo absoluto.
Tal parecía que el pelinegro también tenía cosas más importantes que atender por su cuenta. Sin embargo, lo de Mingi era otro nivel. La bendita conversación que había tenido con su padre todavía le rezongaba tal como una persona insistente, insufrible, de eso que sólo con tocar algo lo echan a perder o acaban por dejar tu mundo patas arriba, es decir, no estaba en contra de que su padre hubiese hablado con el señor Jeong. En términos generales, lo que le carcomía por dentro era la curiosidad. Desdichada y poco oportuna, la estúpida esa le había perseguido desde el instante en el que se percató de que su padre parecía estar obviando información, detalles que probablemente comprendía el trasfondo del asunto en cuestión; algo tan importante que precisamente por ello asumió que el hombre no logró dar con las palabras correctas para soltarlo a la ligera.
-"Quizá pueda ir en la semana a terminar de hablar con él y que nadie nos interrumpa, o para ver si le saco las vainas que no me dijo, porque yo sé que ese señor me está escondiendo algo..."-
-¿Bebé?... ¿Te sientes bien?
Como siempre que encontraba ensimismado cavilando demás, Yunho hizo acto de aparición bloqueando de su campo de visión cualquier pensamiento ajeno a la realidad que presenciaba ese momento. Así como cuando estás inspirado viendo un vídeo en el teléfono y te llegan un montón de notificaciones e intentando quitarlas presionas sin querer sobre una y terminas abriendo una conversación que pretendías evitar, bueno... más o menos así, pero en este caso, Mingi más bien agradecía la oportuna interrupción del pelinegro que, sin saberlo, había impedido que al menor se le terminase de freír el cerebro.
-¿Qué?... A-ah, sí. Claro que estoy bien, yuyu... ¿por qué la pregunta?
Cuestionó tratando de parecer calmado, sonriendo a pesar de estar un tanto nervioso por la cantidad de cosas que habían venido a su mente en las últimas horas; qué tan distraído había tenido que estar en todo el camino para no darse cuenta del momento que llegaron de vuelta al apartamento.
-Mingi, bebé... Literal puedo sentir lo estresado que estás. Desde que nos fuimos de casa de tus padres no dejas de hacer esta mueca... esa que haces cuando frunces los labios porque algo te preocupa demasiado.
Comentó el pelinegro mientras hurgaba en sus bolsillos hasta dar con las llaves del apartamento, dejando estas en su mano sin hacer siquiera el amago de abrir la puerta, como si la próxima respuesta de Mingi fuese esencial para terminar aquella tarea; las palabras mágicas que le harían ponerse en acción.
Y bueno, no es que Mingi se sintiese presionado por Yunho (mentira, sí lo estaba), pero su novio le veía con aquel cachito de interés, con aquella pizca de expectación que le provocaba agitación.
Una vez más estaba atrapado. Bien sabía que nada de lo que hiciera pasaba desapercibido ante los ojos del mayor y el que este no abriera la puerta era un claro indicio de que no obtendría escapatoria alguna, no sin antes ofrecer una respuesta que fuese satisfactoria para Yunho.
-Mmhm... Yuyu... no quiero hablar de eso ahorita, anda... abre la puerta por favor, estoy cansado. Hablamos de eso mañana, ¿sí?
Intentó convencer al pelinegro, removiéndose en su lugar al tiempo que se colgaba de uno de los brazos del mayor. Parecía el propio carajito que trata de persuadir a su madre para que le compre un juguete, y por supuesto, Yunho se veía como una madre a sus treinta y tantos esperando a que su hijo se olvidara del asunto sin tener que recurrir a un regaño.
-No. No vamos a entrar hasta que me digas que te tiene así.
Sentenció Yunho tras reafirmar su postura, plantando los pies con fuerza en el piso, cruzando los brazos contra el pecho mientras veía a su novio con un gesto de desaprobación.
Desde su lugar Mingi fácilmente podía estirar la mano y arrebatarle las llaves al mayor, incluso podía simplemente alcanzar las suyas en el bolsillo de su abrigo y terminar con aquella absurda discusión, más era lo suficientemente inteligente para saber lo que le convenía, y un Yunho malhumorado era lo que menos necesitaba en su vida.
Frunció los labios en una mueca de inconformidad que a Yunho más bien se le antojó como otro gesto de malcriadez. Sin embargo, se mantuvo a la par de su novio, dándole tiempo al susodicho para hablar cuando estuviese listo.
-S-sólo... estaba o más bien, estoy preocupado por ti... estuve pensando mucho sobre ti y tus padres, porque después de la pregunta que hizo mi papá cuando estábamos comiendo yo-... no me gusta verte así, lo siento. Sé que pensar de más es tonto, pero-...
Pretendía seguir hablando, tratando de excusarse con lo que tenía para resguardar los secretos que todavía no debían ver la luz del sol (o más bien de la luna porque ya era de noche). Casi podía sentir sus ojos picar a razón del estrés y la impotencia que le causaba la complejidad de aquel embrollo.
Al menos antes de su cuerpo hacer combustión espontánea, Yunho una vez más le detuvo tras acercarse hasta él vistiendo un nuevo semblante más blando; esa mirada comprensiva que en un segundo se devoró la severidad que cargaba el mencionado.
-No, Mingi. Mingi, bebé... está bien... perdón por forzarte a hablar, pero de verdad quería saber te traía tan desanimado.
Dijo Yunho con parsimonia, renunciando a su postura autoritaria al descruzar sus brazos y tomar del rostro a su adorado novio en busca de sus ojos.
-Yo estoy bien en tanto tú lo estés, ¿sí?... dejemos de lado lo de mis padres, no quiero entrar a casa con esta mala energía encima.
Agregó dejando un besito en los labios del menor, quien recibió gustoso la tan cálida caricia, después de todo, seguían estando en pleno otoño y por el pasillo del edificio, estando en un quinto piso, la brisa que pasaba por allí era brutal; Mingi sentía que iba a congelarse, cuando mucho sus labios estaban calentitos.
-Te amo... sólo quiero que estemos bien.
Murmuró contra los belfos ajenos para luego separarse y buscar refugio en el cuello del pelinegro, tiritando a pesar de estar abrigado y tener al otro sujeto en un fuerte abrazo.
-También te amo bebé. Ven, terminemos de entrar para que te calientes, estás temblando como un pollito fuera del nido.
Afirmó Yunho al darle unas palmaditas en la espalda al menor, escuchándole reír al tiempo que rompían el abrazo para terminar de entrar ambos en su hogar.
Si la pareja hizo un desastre en la entrada al competir por quién se quitaba más rápido los zapatos y el abrigo no es problema de ustedes ni del autor, es algo que sólo gozaron esos dos.
◦
Es curioso que a pesar de todo el esfuerzo titánico que hicieron ambos para tratar de hacer realidad el deseo de Yunho, ninguno de los dos hubiese podido mantener sus ánimos en alto por mucho tiempo a razón de una fastidiosa presencia que acabó por sembrar la mala hierba de la ansiedad; la incertidumbre y la angustia les veían asomadas desde la esquina del cuarto, por entre la rendija de la puerta del closet, desde la parte izquierda de la persiana que Mingi había roto la semana pasada, aguardando a que cualquiera de ellos bajase la guardia para saltarle encima. Era insufrible aquella sensación, peor aún, la voz que Mingi escuchaba en su cabeza repitiéndole una y otra vez las cosas que no quería escuchar ni ahora ni nunca.
Seguían adelante con sus vidas, construyendo una hermosa relación basada en confianza y amor, él y Yunho se habían partido el culo esos últimos años para demostrar que su sentimientos valían al igual que el resto y para qué... para que viniera una pregunta, una simple idea, un recuerdo desdichado a cagarles la experiencia y tumbarles de la nube tan alta a la que habían alcanzado como quien dice, en pleno 'hype' de la relación.
Juraba por Dios (aunque su madre probablemente le hubiese pegado si le escuchaba hablar en nombre del Todopoderoso en vano) que estaba intentado ser fuerte por Yunho en ese momento, pero las ideas se le estaban agotando y la persistencia de la tristeza que pintaba las facciones de su adorado pelinegro lo que le hacían eran rebasar su medidor de irritación; estaba que agarraba a Yunho por la camisa y lo metía en la regadera para lavarle (con amor) todo abatimiento del rostro, de la mente, del corazón, de lo que fuera.
Suspiró por enésima vez esa noche antes de darle un sorbo al tecito de cidronela con limón que Yunho le había hecho para que se le quitara el frío. Tenía al pelinegro con la cabeza en su regazo, este echado a sus anchas en el sofá mientras veían la televisión, aunque en el caso de Mingi era más que nada ver al infinito en busca de respuestas; siquiera un pensamiento que le guiase por el camino indicado para solventar el malestar de su novio a punta de otro remedio, cualquiera que no fuese lo que el pelinegro le pedía en silencio.
De forma inconsciente enredó sus dedos en las hebras azabaches de su pareja, viéndole de reojo a cada tanto, sintiendo la sacudida que este daba de vez en cuando al reírse por alguna tontería que había dicho, el que suponía, era el actor principal de la película que veían. Aún así, de tener a penas dos dedos de frente, Mingi hubiera reparado igual en cuán falso resultaba realmente el comportamiento de su novio.
Conocía demasiado bien al pelinegro para saber que este sólo estaba fingiendo para no preocuparle y, está bien, era lindo el que los dos estuviesen bailando aquel tango descoordinado, pisándose los pies para ver quien estallaba primero, pero ya era suficiente.
Retomando el tema de las posibles soluciones al problema del pelinegro, Mingi pensó que de no ser de noche probablemente hubiese llevado a su novio a un paseo por el parque, pero era muy tarde y afuera hacía un frío de la verga; de paso que él ya estaba en pijama y ni porque sonara la alarma de incendios del edificio se iba a parar de allí.
Se podría haber parado para hacerle algo de comer al pelinegro, porque –"barriguita llena, corazón contento"-, más ambos seguían satisfechos tras el festín que se dieron en casa de su madre... entonces, no.
Hubiese llamado a alguno de sus amigos para que le respaldara, pero así como él no quería volver a salir a esas horas de su casa, estaba seguro de que ninguno de los chicos movería el culo por alguno de ellos a menos que fuese una emergencia real y... bueno, sí era una emergencia; sin embargo, era algo que él debía poder arreglar por su cuenta.
-"Pero cómo... o sea, cómo lo hago si no puedo simplemente agarrar el teléfono y marcarle a sus padres en plan de 'será que perdonan a Yunho de una vez por todas, ¿sí? Es que quiero que a mi novio se le quite esta mariquera porque me revienta verlo triste por culpa de otros.' Gracias a la gerencia."-
Remedió al tiempo que volvía a mojarse los labios en el té sin siquiera tomarse el resto de la bebida; permaneciendo tan absorto en su pensamiento que no se percató del momento en el que su novio se apartó de él, sentándose de costado en el sofá, con un brazo en el respaldar para verle mientras apoyaba la cabeza en su mano.
-Mingi...
Escuchó a lo lejos, aquel murmullo no había sido suficiente para hacerle reaccionar; únicamente despertó de su letargo cuando el otro le quitó la taza de las manos, procediendo a dejarla en la mesa frente a ellos.
-Oye, yo me estaba tomando eso.
Le reprochó al pelinegro quien se limitó a mirarle con una media sonrisa.
-Estás pensando mucho de nuevo, puedo escucharte... puedo sentir lo estresado que estás otra vez aunque no me dices nada. Qué pasó con lo que dijimos antes de entrar hace un rato.
Comentó Yunho al volver a acomodarse de costado en el sofá para encarar a su novio con mayor comodidad, flexionando las piernas bajo su cuerpo.
-Yo... p-pues eso mismo te pregunto yo a ti.
Contraatacó al decir aquello en voz baja para luego arreglar sus gafas sobre el puente de su nariz. La verdad es que no supo descifrar lo que cargaba la mirada del pelinegro tan pronto dijo aquello, no supo identificar la razón de su sonrisa; tampoco tuvo que hacer demasiado por entenderlo porque el otro no se quedó para continuar con aquel debate, al menos no empleado palabras para ello.
Tan pronto sintió los labios de su novio sobre los suyos le fue imposible no derretirse ante la presión de esas mullidas y acorazonadas almohaditas, correspondiendo de inmediato al movimiento pausado que tenía la boca ajena al abrirse y cerrarse capturando sus labios, tirando de sus belfos con suavidad como si quisiera chuparlos, más sin llegar realmente a efectuar dicha acción.
Se contempló en el nirvana cuando la húmeda lengua del mayor alcanzó con gentileza el cielo de su boca. Las manos le temblaban cada que el otro le daba 'piquitos' en las comisuras de los labios antes de lanzarse de nuevo al ataque, y es que besar a Yunho siempre había sido una divinidad, el mayor de los placeres adquiridos de su vida, pero... algo estaba mal. Lo notó por cómo su novio parecía treparse a su cuerpo entre empujones, por cómo el otro le besaba mostrándose insaciable en busca de algo, pero no del cariño o el amor que Mingi ponía en cada labor, no, había mucho más implicado en el arrebato de Yunho y antes de siquiera poder seguir amaestrando aquel pensamiento, el pelinegro resolvió darle la razón.
-Te quiero ahora... olvidemos lo otro... por favor...
Murmuró Yunho contra su jadeante boca, confirmando así sus temidas sospechas. Acto seguido, el mayor logró montar finalmente su regazo, acomodándose sobre el mismo como un rey en su trono, volviendo a besarle con la misma penuria que desbordaba cual saliva de su boca.
A todas estas, la calentura del momento no fue suficiente para siquiera nublar parcialmente el juicio de Mingi. No es que de repente hubiese dejado de desear a Yunho, en realidad estaba haciendo un esfuerzo inhumano por contener las ganas que el otro le iba apilando en el cuerpo, pero no estaba bien, aquello... simplemente no estaba bien.
-No, bebé. Yunho.
Habló siendo interrumpido en cada palabra por un nuevo beso del pelinegro, teniendo al final que separar al otro de forma abrupta al poner una mano sobre el pecho del aludido para contenerle. Al instante se encontró con la mirada confundida y dolida del mayor, asumiendo al instante una postura recta de modo que pudiera impedir que tales emociones manipularan su consciencia.
-¿Por qué no quieres hacerlo?... ¿Hice algo mal?...
Tan pronto esas preguntas llegaron a sus oídos Mingi sintió la necesidad de arrancarse la piel como efecto de las proporciones bíblicas que había adquirido su desesperación. Odiaba decirle que no a su novio, odiaba negarle las cosas que quería, que necesitaba, pero allí radicaba el asunto, Mingi no era un enfermo como para usar a su novio, peor aún, aprovecharse de él en aquel momento de debilidad sólo por el hecho de que este se lo estuviese pidiendo, no. Después de tanto tiempo juntos Mingi estaba al corriente de que el sexo no era una cura idónea para resolver ningún tipo de problema.
-No, no... Yuyu, no hiciste nada malo.
Intentó calmar al pelinegro al advertir las lágrimas que empezaban a asomarse en los ojos del mayor. Le tomó de ambas manos para llevárselas a los labios, besándolas aunque este en un principio se negara.
-Pero... ¿Q-qué hice mal?... ¿Por qué no quieres hacerlo conmigo?, ¿acaso ya no te gusto?...
Cada pregunta para Mingi era el equivalente a una daga que se clavaba en su corazón. Bien podía responder a todas ellas sin titubear, pero sabía que Yunho en ese momento se limitaba a buscar entre líneas los errores que no existían entre sus oraciones; razones por las cuales seguir acomplejándose porque en su corazón aquella herida que había intentado parchar durante su adolescencia continuaba abierta.
Ahora más que nunca veía a Yunho sangrar profusamente, exudar todo el miedo y la desdicha que el rechazo de sus padres le había ocasionado. El único que efectivamente hablaba entre líneas era el pelinegro, porque si bien esas preguntas iban dirigidas a Mingi, no eran sino la forma de disimular las preguntas reales que deseaba elaborar no a él, no a Mingi, no a la pared, no al espejo ni al cielo, sino a sus padres.
Se sentía entonces como tener dieciocho otra vez, viendo hacia la esquina más oscura y fría de su cama donde Yunho se sembraba para drenar de su cuerpo el agua salada del mar que le ahogaba, la amargura de los recuerdos que le anclaban al fondo; pero si había podido con eso una vez podía hacerlo las veces que fueran, por ellos, por Yunho. Hacía tanto que el mayor no se quebraba de esta manera, de alguna manera la situación no se le hacía para nada extraña, irritante sí, pero nada con lo cual no estuviese familiarizado a tratar.
-No. Mi amor, Yuyu... mírame, ¿sí?... no hiciste nada malo.
Repitió en voz baja, enjuagando las lágrimas del mayor con sus pulgares, besando los rastros que estas dejaban sobre sus mejillas al tiempo que le atraía a su cuerpo, teniéndole tan cerca como para que el otro estuviese en capacidad de percibir los latidos de su corazón; sentir que su presencia era real y que sus dudas no eran más sino una falsedad.
-E-extraño mucho a mis padres, M-mingi... q-quisiera poder hablarles, quiero verlos... n-no es justo.
Escuchó decir al mayor entre sollozos que, aunque permanecieran tenues, igualmente surtían un efecto devastador en su interior.
-No, sé que no lo es, pero oye... escúchame, ¿sí?...
Dijo con más firmeza, llamando la atención del pelinegro que temblaba contra su pecho, logrando que este encontrase su mirada; los orbes del mayor resplandecían con aquel brillo que sólo podía interpretar como esperanza y fue entonces cuando vio su oportunidad de actuar.
-¿Confías en mí?...
Preguntó a su novio, tal como este siempre hacía para él, viéndole asentir al instante.
-Entonces... créeme cuando te digo que todo estará bien, ¿sí?... quizá es difícil verlo ahora, quizá ha pasado mucho tiempo, pero ninguna molestia dura para siempre.
Esbozó una sonrisa al notar la mirada nuevamente vidriosa del mayor, sabiendo que había dado al blanco en un tiro limpio con decir aquello. Yunho se arrojó sobre él abrazándole con fuerza, sollozando levemente contra el cuello de la camisa de su pijama hasta calmarse en ligeros espasmos que de a poco iban adormeciéndose tal como su creador.
-Vamos a la cama, te acurrucas conmigo y dormimos juntitos, ¿si va?
Cuestionó al darle unas palmaditas en la espalda al pelinegro tras sentirle más tranquilo. Acto seguido, el aludido afianzó el agarre de sus brazos entorno a su cuello, procediendo a envolverle la cintura con las piernas.
Ni corto ni perezoso, al entender la petición de su novio soltó una risilla antes de incorporarse con cuidado, asegurándose de que el otro se aguantara de su cuerpo mientras apagaba el televisor y caminaba el corto trecho de la sala hasta la habitación de los dos. Una vez allí, dejó al pelinegro en la cama y apagó las luces antes de volver a su lado para ser acogido por un par de extremidades que le envolvieron como si de tentáculos se tratase.
-Perdón por actuar como un carajito...
Escuchó decir a Yunho contra su pecho.
-No lo fuiste, no lo eres... está bien que te permitas drenar eso de vez en cuando. Yo siempre voy a estar para escucharte, ¿sí? Siempre, siempre.
Comentó con simpleza, sintiendo al instante como el pelinegro se apartaba lo suficiente para verle a los ojos; no le gustaba ver cuán rojos estaban los ojos del mayor, cuán húmedas se veían aún sus mejillas. Aunque el pelinegro parecía genuinamente más tranquilo que antes.
-Te amo. No sé qué habré hecho de bueno para merecerte, pero lo agradezco. Te amo, Mingi...
A juzgar por la pequeña sonrisa que se asomaba en sus labios, estaba cien por ciento seguro de que el otro había sido capaz de sentir la violenta sacudida que aquellas palabras le habían causado a su corazón; le llenaba tanto el alma el poder ayudar a su novio como tantas veces el pelinegro había hecho con él, era simplemente la mayor recompensa de todas.
-Te amo más... Yah, duérmete que ya es tarde y después en la mañana te cuesta levantarte.
Sentenció al tiempo que daba ligeras palmadas a los glúteos del mayor, obteniendo una de esas radiantes sonrisas que sólo Jeong Yunho podía obsequiar.
-Buenas noches. Que descanses, mi amor.
-Buenas noches, yuyu... duerme bien.
Murmuró contra la coronilla del mayor, plantando un beso en aquel lugar antes de suspirar.
No tardó nada en sentir al pelinegro caer rendido, siendo arrullado por la acompasada caricia de la respiración del susodicho contra su cuello; en poco tiempo acabó por imitarle durmiéndose junto a su novio, abrazándole en todo momento.
Esa noche antes de quedarse dormido, Mingi pensó en la riqueza que poseía y en el hecho de quizá sí era un hombre avaro, pero con fines justificados. En los últimos años había vivido en carne propia a través de Yunho lo fácil que era el quedar prácticamente en la ruina a manos de una acción ajena a tu voluntad (como si viniese el gobierno a expropiarte tu empresa), por ello era que celaba tanto sus tesoros y no deseaba compartirlos con nadie más.
Ciertamente tenía un poco de miedo cuando le tocaba compartir a Yunho, no sólo por facilitar a otro parte de su riqueza, sino por el hecho de que el pelinegro quizá pudiera llegar a pensar que con esta otra presencia podía solventar llenar el vacío; invertir para ganar aquello que deseaba, para ser nuevamente "rico".
A Mingi le resultaba desatinado dividir sus ganancias y fortuna con otras personas que no le inmiscuían, pero era ridículo de su parte ponerse a pelear por tal estupidez cuando bien sabía, personas como Yoora le traían felicidad a Yunho y aportaban de su propia riqueza sin hacer ningún tipo de préstamo o reclamo. Al mismo tiempo, paradójicamente, queriendo ser mezquino, al final del día terminaba implorando a por un granito de esperanza, porque aunque no lo quisiera manifestar en voz alta... Mingi daba lo que fuera por compartir toda su riqueza con las personas a quien Yunho más deseaba.
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¿Lloraron? porque mi beta y yo sí.
Por cierto, aprovecho este momento para agradecer a @BulmaSakamaki por el hermoso banner que hizo para mi. De verdad que supo ejecutar perfectamente la idea que tenía en mente, estoy muy feliz de presumir su creación.
Espero el capítulo les halla gustado a pesar de todo el drama, ya tengo otras tres partes escritas que me falta por revisar nuevamente, aunque mi beta ya me dio el visto bueno, así que no se me pongan tristes que todavía queda Yungi para rato.
Ya saben el resto, gracias de verdad por todo el apoyo. Cuídense mucho, tomen agua, agarren solecito de vez en cuando y sean felices. Nos leemos en la próxima ⊂('・◡・⊂ )∘˚˳°
♥Ingenierodepeluche
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