Capítulo II - Dinero
Hace rato dije que estaba teniendo muchos problemas en casa con mi conexión a internet, pero como sufro de insomnio he estado todo este rato escribiendo y me fijé que había regresado el internet, así que decidí aprovechar la oportunidad y actualizar.
No tengo mucho que decir respecto a este capítulo, quizá lloren o se molesten un poco conmigo, no los culpo, hasta mi beta se puso sentimental, pero recuerden que esta historia siempre acaba con un final feliz. Así que... ¡Disfruten la lectura!
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Itrio-Hidrógeno + Magnesio (al 45%)
A medida que crecemos se torna más sencillo entender que lo que hace rica a una persona no se mide en bienes materiales o en la cantidad de ceros que posea una cuenta bancaria, por muy jocoso que pueda llegar a sonar, la riqueza del ser humano radica en cosas para las cuales, lastimosamente, ninguna ciencia no ha establecido una unidad de medición.
En el caso de Mingi, el muchacho calculaba su fortuna en cosas tan planas, pero significativas, como lo eran las sonrisas, pero no las de cualquiera, siquiera las suyas, sino las de su novio Yunho; echársela del tonto para hacer reír al pelinegro, hacerle retozar tras robarle un beso, o simplemente permitir que un 'te amo' le acariciara, entre esas y muchas más acciones que podía permitirse con simpleza en su día a día para ver a su amado pelinegro sonreír. Mingi, a decir verdad, encontraba la manera de amarse un poco más a sí mismo a través de Yunho, pues se creía en la cumbre del éxito al saber enamorado de su persona al único ser humano que con sólo dedicarle una mirada, un mimo, una palabra, un gesto... le tendría por el suelo.
De hecho, Mingi era millonario, pero de esos buenos que uno ve por la televisión que de repente llegan a la vejez y tras una puntada de culo les da por evitar despilfarrar su fortuna en casas de verano para ponerse a donar a los niños sin hogar, bueno, más o menos así. En realidad, Mingi era tan caritativo que, a decir verdad no le daba importancia a su persona en tanto los que amaba estuviesen felices; sin embargo, de vez en cuando se permitía ser avaro porque, vamos a estar claros, uno puede ofrecer a otros lo que se le venga en gana, pero no está en la obligación de entregar todo por lo cual has tenido que dejar la sangre, el sudor y las lágrimas.
Así, siendo todo un ricachón, aquella mañana nuestro protagonista se dio la libertad de pararse a las mil y quinientas, porque después de una jornada tan extenuante en el trabajo, aunado a una ruda sesión de estudio y una cogida magistral con su novio, su cuerpo le había pasado factura haciéndole caer como peso muerto sobre la cama. Todavía se podía dar el lujo de aquel descanso tan merecido porque además de ser domingo, el día anterior había suplido los requerimientos de todo el mundo; en otras palabras, había logrado exitosamente su objetivo. Aún así, Mingi sabía que las mejores cosas de la vida, como lo eran el dormir con sueño o comer con los dedos, aunque no duraban para siempre igualmente podían extenderse, o al menos eso hubiese pasado esa mañana de no ser porque su almohada y fuente de calor personal había abandonado el nido antes de tiempo, haciéndole despertar medio malhumorado y somnoliento.
-Hm... ¿yuyu?...
Murmuró sin atreverse a abrir los ojos, tanteando el lado de la cama donde se suponía debía estar el mencionado; las sábanas que tanteaba conservaban cierta tibieza, lo que significaba que el desconsiderado pelinegro hacía muy poco que se había ido.
Soltó una pesada exhalación tan pronto su cuerpo se fue acostumbrando nuevamente a la realidad, sus sentidos despertando de a poco haciéndole reparar en detalles tan insignificantes y molestos como su mal aliento, como las basurillas en sus ojos, la baba seca en su mejilla y el hormigueo en su mano derecha; ya había reparado en estar agarrando la mala maña de dormir sobre su mano, pero no conseguía dar con la solución para evitar que siguiera pasando. En ese momento, todavía estaba convencido de que invertir la poca energía que tenía en despertar, peor aún, en pararse de la cama, sería un desperdicio. De todas maneras, no podía, más bien... no quería volver a dormir si no estaba Yunho a su lado, porque si algo conocía de su persona (aunque no le gustase que otros se lo sacaran en cara), es que cuando tenía un día muy pesado y se echaba a dormir, al día siguiente se levantaba como el propio carajito berrinchudo que le pide a la mamá que lo deje en casa porque le da flojera ir a la escuela.
-Yuyu...
Volvió a intentar, esta vez alzando la voz lo suficiente para que el pelinegro le pudiera oír desde cualquier lugar del apartamento; aunque fuera incómodo en muchos sentidos, al menos esa era una de las pocas ventajas que tenía el vivir en un apartamento de apenas treinta metros cuadrados; entiéndase, el poder escuchar todo lo que pasaba a su alrededor dentro de esas cuatro paredes.
Contó hasta diez en su mente, dando tiempo a que el pelinegro se dignara a responderle, más rápidamente se encontró a sí mismo como el propio pendejo que escucha la música de fondo cuando llama al soporte técnico de cualquier empresa y los desconsiderados te dejan en espera; en este caso además del sonido de su respiración, escuchaba el patético chillido que hacía el desgatado sistema de calefacción del departamento.
Exasperado a más no poder se removió en la cama, luchando contra las sábanas que habían quedado enredadas a sus pies, logrando incorporarse al poco tiempo sobre sus antebrazos para finalmente dignarse a abrir los ojos, prontamente encontrando insoportable a sus sensibles retinas la cantidad de luz que se filtraba por la ventana; a juzgar por la claridad ya debía ser casi medio día. Aún así, estando ya en otoño hacía demasiado frío para su gusto, y ni la calefacción ni Yunho estaban siquiera cerca de acabar con su suplicio. Soltó otra pesada exhalación, volviendo a tomar aire, preparándose para gritar y traer a Yunho así el susodicho estuviese al otro lado del mundo. Ni bien pensó en lo que haría, se quedó con las palabras en la boca al ver como una familiar cabellera negra se asomaba por la puerta; puede que su visión no estuviese al 20/20 y todavía estuviese como quien dice "pegao' del sueño", pero era capaz de reconocer a kilómetros la figura de su novio.
-¿Me llamaste?
Cuestionó Yunho al ingresar a la habitación aún vestido en su pijama con una adorable sonrisa en los labios. El pelinegro lucía tan hermoso, que Mingi consideró su sola existencia como una blasfemia a los simples mortales como él, porque cómo era posible que alguien pudiera verse tan sublime recién despertando, todavía reluciendo la efímera impresión que habían dejado las sábanas en su rostro, peor a aún, vestido 'en paños menores', con una camisa blanca y desgastada, llena de manchas que ni el blanqueador habían podido quitar (porque lo intentaron), -"¿es que acaso su novio no sentía el frío que hacía esa verga?"-... Era un hecho contraproducente, pues donde anidaba la molestia en Mingi, sentía con plenitud el apogeo de sus sentimientos, de las ñañaritas bonitas que Yunho le hacía sentir de sólo despertar, abrir los ojos y fascinarle con su presencia. En fin, en dos platos, cómo ustedes lo prefiera pero para nuestro protagonista las vainas eran más o menos de esta manera: Yunho siendo un príncipe y Mingi un ciervo postrado a los pies de su servidor.
-¿Por qué te fuiste?, ¿por qué no me contestabas?
Le reprochó al mayor, abultando sus labios en una mueca bastante infantil. Acto seguido, se sentó en la cama, acomodando la cobija sobre sus hombros al tiempo que usaba uno de los extremos de la misma para frotarse un ojo.
Advirtió entonces la cercanía del mayor al sentir el peso del mismo hundir el colchón y, posteriormente un par de cálidos labios presionar contra su frente. Esbozó una tonta sonrisa ante la ternura de su novio y tan pronto le vio acomodarse se acercó para rodearle con los brazos y las piernas, con la cobija, con amor, con sueño, con todo.
-Lo siento por dejarte solo bebé. Me levanté para ir al baño y después revisé mi teléfono y vi que tenía unas llamadas perdidas de tu mamá y bueno, la llamé para ver que quería o qué había pasado.
Escuchó la explicación del pelinegro, asintiendo con la cabeza mientras este le mecía con suavidad, tentándole a irse desdibujándose en la ilusión que dibuja la mente antes de empezar a cosechar sueños. Sentía el cuerpo de su novio vibrar contra el suyo mientras hablaba con esa voz tan celestial, tan harmoniosa que le hubiera servido de arrullo a no ser por los hechos que el pelinegro le relataba; no es como si no quisiera saber de su madre, pero seguía siendo demasiado temprano (a su parecer) como para ponerse a pensar en otra cosa que no fueran él y Yunho entrepernados en la cama como los estudiantes universitarios flojos que tenían derecho a ser aquel domingo por la mañana. Todavía, la curiosidad le pellizcó lo suficientemente fuerte como para indagar en el asunto.
-¿Y qué te dijo?, hablé con ella hace como dos días, no me comentó nada nuevo.
Objetó segundos antes de dar un gran bostezo, volviendo luego a acurrucar su cabeza en la curvatura del cuello ajeno; le podrán decir loco pero incluso sin ver, incluso sin sentir podía adivinar que Yunho estaría sonriendo en esos momentos, porque estaba al corriente de que pesar de estar despeinado y verse de la verga, con el cabello alborotado y la cara hinchada, sabía que a los ojos de su novio seguía teniendo el equivalente en ternura al de un cachorro recién nacido.
-Me dijo que si no teníamos nada que hacer hoy que quería que fuéramos para allá a almorzar.
Comentó Yunho hablando en un tono de voz tan o más gentil que las caricias que dejaba en los cabellos castaños de Mingi.
-Hm... ¿y tú quieres ir? Digo, la verdad es que no tenemos nada que hacer, ¿o sí?
Preguntó, abriendo solo un ojo como quien mira de forma acusatoria a una persona que está a punto de mentir.
-No, por suerte ni tú ni yo tenemos nada pendiente y... la verdad es que sí sería bastante agradable visitar a tu familia.
Escuchó decir al pelinegro mostrando un semblante tan sereno que de haber sido cualquier otra persona, habrían pasado por alto el deje de nostalgia con el cual había hablado Yunho; esa pizca de añoranza que Mingi conocía tan bien y besó fugazmente para hacerla desaparecer de la sonrisa de su pareja.
-Iremos entonces, pero primero... ¿me traes juguito?
Cuestionó Mingi al tiempo que batía sus pestañas, como si aquel minúsculo aleteo de sus ojos fuese justo lo que necesitaba para encantar al pelinegro y que este, en cuestión, fuera a cumplir todos sus deseos.
Inmediatamente el menor reparó en el cómo sus acciones parecían surtir un efecto instantáneo en el mayor, notando el brillo de la centella que resguardaban los ojos de su pareja intensificarse tan pronto capturó la suya. Se quedó entonces atolondrando, postrado a la profundidad de las ventanas que se abrían de esa manera solo para él, volviendo a enamorarse cuando se percató de la ligera sonrisa que el pelinegro le dedicaba y de cómo el corazón de este palpitaba con fuerza contra la palma de su mano que, intencionalmente había dejado sobre el pecho contrario; lo tenía donde lo quería, Yunho había caído en su trampa, pero él, como siempre, se había dejado hechizar por el mismo conjuro a manos del pelinegro.
Verán ustedes que a los ojos de cualquier otro, Mingi no era el vívido retrato de la ternura, de hecho lucía demasiado como el estudiante universitario promedio, ahí todo ojeroso porque su semana había sido una secuencia de eventos desafortunados que resultaron en la fehaciente evaporación de su energía, un consecuencia ligada al comportamiento de sus profesores y compañeros de clase y trabajo, que tal como lo había leído alguna vez en los libros que tanto amaba Yunho, ostentaban las destrezas características de aquello seres a los que nombraban como dementores, pero... con todo y eso, Yunho era capaz de apreciar la belleza tan cruda que encerraban los ángulos, las líneas y los bordes pulidos que iban dibujando a Mingi delante de él. Se podía pasar horas enteras contemplando el inocente resplandor inocente de aquellos orbes que sostenían su mundo, moría de amor al reconocer cada marquita, cada cicatriz que el acné había dejado en el hermoso rostro de su pareja durante la adolescencia, pues Jeong Yunho estaba verdaderamente prendado de Song Mingi.
-¿No preferirías desayunar? Digo, siempre te quejas de que el jugo te cae pesado porque no tienes nada en el estómago.
Habló Yunho, despertándole del desmayo, manteniéndole tan cerca de su cuerpo como le era posible; la posición en la que estaban sentados casi ahorcajadas uno sobre el otro no era para nada favorable, pero aunque se le durmieran las piernas, por nada ni nadie Mingi dejaría de andar pegado como un chicle a su pelinegro.
-Hm, no. Quiero juguito de naranja.
Sentenció en un tono infantil que hizo a su mayor reír enternecido.
-Yah, pero... ¿y qué gano yo si te lo traigo?
Preguntó el pelinegro al alzar una ceja, actuando por inercia al rodear a Mingi por la cintura para apegarle a su cuerpo. El mayor vio con detenimiento como el susodicho parecía meditar la situación, tocando su mentón con el dedo índice hasta soltar un jadeo bastante dramático, como quien tiene una epifanía matemática resolviendo alguna integral cíclica, en vez de sortear una respuesta a una interrogante tan sencilla.
-Pues... te ganarías un besito. Es mi última oferta, tómalo o déjalo. Mira que me estoy arriesgando.
Sin poder aguantar la risa, Yunho soltó una sonora carcajada, prontamente contagiando a su novio.
-Yah, ¿de verdad sólo me vas a ofrecer eso?, ¿un besito nada más?
Comentó el pelinegro con un fingido tono de indignación cuando pudo recuperar el aliento.
-No pues, podrían ser dos, pero tendría que pensarlo una vez hayas cumplido con tu parte del trato.
-Usted sí que es un verdadero hombre de negocios, señor Song.
Agregó Yunho al pasar una mano por sus alborotados cabellos mientras veía como su novio parecía regocijarse ante tan absurdo cumplido.
-Me lo han dicho, sí.
Tan pronto dijo eso, Mingi reparó en el cambio en la mirada de su novio, aquel destello de afecto incrementándose hasta estallar en el resplandor de un amanecer que le consumió cuando dos grandes manos le tomaron del rostro con gentileza, presionando sus mejillas hasta dejar su boca como la de un pez, siendo luego besado múltiples veces por los acorazonados belfos de su novio.
-Verga pero tú si eres cuchi nojoda.
Afirmó Yunho mientras le besaba con devoción; cada beso siendo la pausa entre una palabra y otra, marcando un ritmo casi a la par de los latidos del agitado corazón de Mingi.
-Ahí todo bello con tu estúpida sonrisa que me enamora. Cómo lo haces, ¿hm?... cómo haces para enamorarme más todos los días, Mingi.
Continuó diciendo Yunho entre besos y caricias, apretujando las mejillas del susodicho entre sus cálidas manos; su cuerpo se a la par del ajeno a razón de la intensidad de las conmociones que le asaltaron en ese momento.
Decir que Mingi se encontraba en aprietos en ese preciso instante era parcialmente un acierto, porque tan abrumado como estaba no se sentía en la facultad de decir u ofrecer una respuesta coherente, siquiera podía pensar en algo que no fuera la suavidad con la que aquellos labios presionaban palabras colmadas de amor, caricias que hurtaron su aliento y raciocinio hasta reducirle a un manojo de chillidos y temblores; estaba tan ruborizado que de seguir Yunho con aquella mariconería, probablemente terminaría estallando debido al arrebato que hacía bailar sus manos a pesar de que estas le mantuvieran anclado a la realidad, sujetándose de la camisa del pijama del otro. Intuía que si llegaba a soltarse, la cabeza se le iba a desprender del cuerpo como un globo lleno de helio, reventando luego y cubriendo todo en confeti y escarcha, porque así... así de feliz se sentía cuando Yunho se ponía en plan de exaltar sus afecciones con aquella pasión visceral que sólo conocía en vida por el pelinegro, pero que estaba seguro nadie más en la tierra podía llegar a igualar; siquiera las novelas románticas para carajitas de quince años podían equiparar a su novio, es que ni siquiera le llegaban a la tierrita de la planta de los pies. Tanto Yunho como su amor eran algo único.
De pronto nuestro protagonista advirtió el descenso paulatino de la agitación de su novio cuando este en vez de sus labios fue recorriendo caminos invisibles por su rostro, besando cada peca de la cual tenía conocimiento, presionando con ligereza besos sobre sus párpados cerrados, su nariz, su cien y su mentón hasta ir de vuelta a sus belfos los cuales amansó con cuidado por largo rato.
-Te amo. Te amo así cuando estás todo pegado y malhumorado como el propio niño malcriado. Dios mío Mingi, qué me hiciste.
Terminó de decir el pelinegro al soltar una pesada exhalación; lejos de sonar cansado, Yunho parecía más bien entre risueño y aturdido.
-T-te amo más.
Alcanzó a decir tras unos segundos cuando su mente pudo volver en sintonía con el resto de su cuerpo. Seguía bastante agobiado y, a juzgar por el calor en su cuerpo, probablemente estaría rojo y desaliñado, pero Yunho seguía viéndole como si sostuviera la galaxia a cuestas.
-Iré por tu jugo, no me tardo, ¿quieres algo más?
Anunció Yunho cuando se separó de Mingi. Acto seguido, se incorporó para dejar la cama, no sin antes dejar un beso en una de las manos ajenas, la cual le había tenido anclado en su lugar desde hacía rato.
Ante la pregunta del menor se apresuró a negar al tiempo que esbozaba una sonrisa. Sin agregar nada más, observó al pelinegro desaparecer por el umbral de la puerta en dirección a la cocina, fue entonces en ese momento que pudo respirar con normalidad. Aún podía sentir el remanente de toda la pasión de Yunho hacer estragos en cada fibra de su cuerpo, haciéndole más ligero, quizá un poco más tonto.
-Este pana me va a venir matando un día de estos de tanto amor que me da...
Murmuró al llevarse las manos a la cara mientras se dejaba caer derrotado sobre la cama. Claro que no le molestaba que Yunho fuera de esa manera (porque en definitiva amaba que su novio fuese la persona más dulce y atenta del mundo para con él y solamente él), pero a veces le era difícil seguirle el paso al mayor, mucho más cuando se percibía a sí mismo como una persona fácil de cohibir, es decir, después de tantos años juntos podía jurar delante de quien fuera que él y Yunho eran almas gemelas, pero de vez en cuando despuntaba una señal en su cabeza la cual le avisaba que, quizá no era tan amoroso como debía con el pelinegro, que quizá su reciprocidad no estaba al mismo nivel de su contrario.
Sabía por experiencia que Yunho no se fijaba en esas nimiedades, porque todos estos tópicos sobre inseguridades ya los había hablado con el mayor en el pasado. Este inclusive había afirmado con una sonrisa que él no sentía que fuese desproporcional la situación, alegando que Mingi le era recíproco a su propia manera; pero Mingi era terco e inseguro, más aún cuando tenía frío y estaba recién despertando sin haber siquiera tomado su consabida tacita de jugo de naranja.
En medio de su disputa mental, tal como si su novio hubiese escuchado el ruido que hacía su mente al pensar en necedades, el susodicho habló sacando a Mingi de su predicamento.
-¿Dijiste algo bebé?
Escuchó decir a Yunho desde la cocina, haciendo que pegara un brinco en su lugar; se llevó una mano al pecho debido al susto, maldiciendo por lo bajo.
-N-no, no. Sólo ven rápido, tengo frío.
Dijo mientras se dignaba a buscar sus anteojos, encontrando los mismos sobre la mesa de noche. Mientras se acomodaba las gafas, advirtió la presencia del pelinegro nuevamente dentro de la habitación; su novio llevaba en una de sus manos la taza con lo que suponía era su jugo, sosteniendo en la otra su teléfono.
Sin decir nada Yunho le tendió el pocillo a Mingi, quien la recibió con un puchero al notar que el mayor parecía completamente absorto en lo que sea que mostraba la pantalla de su teléfono en vez de mostrar interés a su persona.
-¿Qué miras?
Cuestionó con curiosidad al inclinarse sobre su lugar, manteniendo las piernas cruzadas en la cama y la taza entre sus manos. Desde aquella posición a juzgar por los colores que se descubría en la pantalla del dispositivo, supuso que su novio estaría leyendo algún mensaje de Kakao.
-¿Hm?, ah... no es nada. Es Yoora que me escribió para decirme que el profesor de Termodinámica ayer mandó un aviso sobre lo del proyecto que tenemos que entregar.
Explicó Yunho aún sin mirarle a la cara, deslizando sus dedos rápidamente sobre la pantalla al escribir un par de mensajes.
-Hm...
Soltó aquel sonido de inconformidad mientras veía al pelinegro seguir leyendo y escribiendo. No es que fuera una persona celosa (quizá un poquito, pero nada serio), pero la tal Yoora siempre le había causado cierta incomodidad, algo que Yunho sabía pero era de las pocas cosas en las cuales no podía complacer a Mingi, pues la chica en cuestión, era la única amiga de Yunho fuera de su círculo de amistades, pero aún, era la persona que tantas veces le había sacado la 'pata del barro' a su novio en asignaciones de las materias y problemas con la universidad. Total que la chama era básicamente un ángel de la guarda para Yunho, de esos compañeros de clase que te ayudan por el simple hecho de realizar una buena acción sin esperar nada a cambio, y bueno, Mingi no era fanático de meterse la 'lengua en el bolsillo' si se presentaba alguna cuestión incómoda, pero entendía que compartir a su novio (en esta ocasión) era algo importante.
Distraído en medio de sus pensamientos, dejó que el pelinegro continuara en lo suyo mientras él, daba tiempo a que el azúcar del jugo que bebía le endulzara un poco su insipiente amargura; le costaba bastante, pero igual le era posible obligarse a sí mismo a empujar fuera de su sistema la presencia del pequeño y verdoso monstruo de la envidia.
Para Mingi era mera cuestión de orgullo todo el asunto de Yoora, porque él no se había permitido apegarse a ninguno de sus compañeros de clase, tampoco es como si lo necesitara de todas formas porque toda esa gente eran puros unos pajuos ególatras (sin ofender a nadie). En realidad, si precisaba de ayuda pedía consejo directamente de alguno de sus profesores y, cuando realizaba actividades grupales se mantenía al margen de la situación, pues no veía motivo alguno por el cual debía conseguir nuevas amistades cuando ya tenía seis mejores amigos y al mejor novio del mundo; era incluso ese tipo de persona que no le importaba sacar una calificación más baja por no haber atendido a la información que pasaron por un grupo en Kakao. En cambio, a Yunho si le encantaban los chats grupales, tanto así que el pelinegro podía pasarse hasta una hora mandando mensajes de cada pendejada que se le viniera a la mente por el teléfono. En fin, no es que él fuese odioso y Yunho el señor simpatía (mentira, si era más o menos así, pero por una buena razón), el meollo del asunto es que ambos, además de ser diferentes, estaban cursando carreras completamente distintas la una de la otra.
Verán, las carreras en humanidades y la ingeniería como tal, son dos mundos diferentes que, en la mayoría de los casos desmienten la ley que reza que los opuestos se atraen. Una manera muy práctica de explicar el asunto es a través de los hechos, mientras que Mingi podía darse el lujo de trabajar por su cuenta, a Yunho le exigían juntarse con otras personas, porque (y cito en palabras del pelinegro) –"Los ingenieros no trabajan solos."- y aunque nuestro protagonista no fuese un genio en sí, para Mingi todo el argumento guardaba coherencia con la realidad, es decir, después de haber acompañado a su novio tantas veces a clases había sido testigo de lo amistosos (y amistosos) que podían llegar a ser los estudiantes de ingeniería, inclusive siendo de especialidades distintas. Era semejante a imaginar la facultad de Ingeniería como algún tipo de plano relativo, un ambiente donde las bases del imperio se fundamentaban en la hermandad, en un nivel de compañerismo astral; la vaina a Mingi incluso le resultaba incómoda, porque él venía de un lugar donde la competitividad era el pan de cada día, donde el chocarse de hombros con alguna persona y desafiarse para sacar las mejores calificaciones era una tendencia necesaria, sustentada en principio de que el día de mañana cuando se sumiera a las profundidades de lúgubre campo laborar, debía sacar las garras delante de los suyos para imponer dominio, ganar respeto y quizá, un área de trabajo decente. Todavía, Yunho y sus compañeros se le antojaban como una manada que trabaja en equipo para cazar en función de conseguir provisiones suficiente al final del día; alimento de sobra para sustentar a todos por igual.
Eran esas pequeñísimas cosas las que hacían a Mingi sentirse ligeramente insatisfecho (por no decir otra cosa), y es que, tan pronto la envidia prosperaba en su jardín, se cercioraba de arrancarla de raíz porque sabía no debía sentir cosas tan atroces que implicaran a su pareja, no cuando este se merecía aquellos tratos simple y llanamente por ser él, Yunho; ese mismo tipo de persona que encontraba en todos lados dentro de la facultad de Ingeniería. No había que analizar mucho la situación para ver que a su novio, aquella carrera, le calzaba como anillo al dedo, siendo que el pelinegro era trabajador, humanitario, agradable, apuesto, inteligente, en fin... perfecto. Sin embargo, a todas estas... jamás podría olvidar el día que cayó a consciencia de todo esto, porque ese espantoso día había sido el mismo que había conocido a Yoora...
"Había sido un día de mierda, de esos en los que te sobran ganas de mandar al carajo a tus compañeros de clase por ser unos incompetentes e ingratos de la verga. El día de Mingi había sido tan horrible, que no sabía con exactitud cómo logró contener todas las brutalidades que querían salir de su boca, pero igual debía dar gracias por ello. De haber sido lo contrario probablemente hubiese reprobado la tan importantísima exposición a la cual su dichoso compañero se presentó sin haber leído siquiera el título del tema que debían defender juntos, y por supuesto la nota para esa precisa evaluación debía ser grupal.
-Ese imbécil...
Masculló mientras encajaba la llave en la cerradura de la puerta del apartamento, abriendo la misma tras girarla dos veces hacia la izquierda.
Al menos ese era su día libre, lo que significaba que podía relajarse en la tranquilidad de su cama y pasar la arrechera comiendo porquerías hasta que su novio llegase de clases. Sin embargo, ni bien puso un pie dentro del apartamento se percató de los dos pares de zapatos que reposaban a la entrada justo delante de él; frunció el ceño tan pronto distinguió que el par que acompañaba a los zapatos preferidos de su novio era demasiado pequeño como para ser de alguno de sus amigos, siquiera de un hombre.
No obstante, la vida no le dio tiempo a Mingi de ahondar en la situación cuando la risa de una chica le sacó de su estupor. Por un momento permaneció estático, pensando que quizá estaba escuchando e imaginando cosas donde no las había, pero nuevamente el sonido inescrutable de una risilla femenina le hizo dar un paso hacia atrás; no estaba tan iracundo como para que la furia que removía sus entrañas hubiera adormecido sus sentidos, no, estaba lo suficientemente cuerdo para distinguir que aquel sonido era real. Fue entonces cuando escuchó la voz amable y complaciente de su novio, el momento en el que una desagradable sensación se apoderó de su estómago.
-"¿Por qué hay una chica en nuestro apartamento?, Yunho no tiene amigas, no que yo sepa, ¿o sí?..."-
Se preguntó a sí mismo al tiempo que se retiraba los zapatos de forma silenciosa y se aseguraba de que la puerta estuviese cerrada; colgó las llaves en su lugar y dejó su bolso en el piso mientras escuchaba más de aquellos carcajeos que ya habían empezado a tocarle los nervios. De cierta forma le molestaba que los susodichos estuviesen tan inmersos en su mundo que ninguno hubiese sido capaz de atender a su llegada. Estaba seguro de que no había sido la persona más discreta al abrir la puerta. Todavía, respiró profundo antes de adoptar una posición neutral para afrontar lo que sea que le viniera encima de la mejor manera posible.
En dos pequeñas zancadas estuvo dentro de la sala de estar y fue cuando, finalmente, pudo posar sus ojos en la pequeña figura de la chica que acompañaba a Yunho.
Piel trigueña, ojos risueños, pestañas rizadas, labios rosados, cintura estrecha, hombros y clavículas pronunciados, piernas ligeramente delgadas y manos delicadas, todo envuelto en un vestido de cuadros azules y blancos que acentuaban la feminidad de la chica de cabello largo que, sin percatarse aún de su presencia, tenía la osadía de seguir riendo mientras tocaba afectuosamente el brazo del pelinegro.
No era como si se sintiese herido, no era como si estuviese a punto de tener un ataque de celos (mentira, estaba que le pinchaban y no salía sangre, tan celoso que de haber un medidor de aprensiones la vaina al acercase a Mingi, ahí mismito se hubiese descompuesto), pero igual le afectaba notar lo cómodo que Yunho parecía estar en torno a aquella muchacha cuyo nombre definitivamente desconocía.
-¡Oh, Mingi!, qué bueno que llegaste, quería presentarte a Yoora.
Dijo Yunho luciendo una de sus resplandecientes sonrisas, de esas que en otro momento hubiese hipnotizado a Mingi, más dadas las circunstancias, la euforia de su novio no hizo sino ocasionar que el alma se le cayera aparatosamente a los pies.
-"Yoora."-
Repitió en su mente, sintiendo el peso de aquel nombre como una carga forzosa, como algún tipo de información que su cerebro se negaba a procesar.
-Hola, sí... Mucho gusto, soy Mingi.
Logró decir tras unos segundos, reparando en que quizá había invertido demasiado tiempo en pensar en lo adorable que se veía aquella muchacha de alrededor de 1,58 metros de estatura al lado de su enorme y escultural novio; de no conocer al pelinegro, si se los hubiese topado a ambos en la calle hasta hubiera aceptado que hacían una bonita pareja.
-El gusto es mío. Yunho me ha hablado mucho de ti, estaba ansiosa por conocerte.
Escuchó decir a la chica mientras hacía gestos con sus manos, gestos que hicieron a su novio esbozar una sonrisa; porque su pareja se le postraba de frente con la bizarría de seguir viéndola a ella, y no a él.
-Oye, no hablo tanto así de Mingi.
Murmuró Yunho pareciendo apenado por la situación; se percató entonces de la mano que el pelinegro había llevado hasta su nuca para masajear la misma, gesto que Yunho sólo hacía cuando estaba nervioso.
-Me estás jodiendo, ¿verdad?... Literal te la pasas hablando de tu novio todo el tiempo siempre que estamos juntos y no tenemos una asignación pendiente.
Comentó la tal Yoora sin dejar de batir el aire con las manos, sonando a oídos de Mingi como algo... ¿molesta?
-Ay, tú si hablas feo de uno vale.
-Mira quién lo dice, el que se paró en medio de mi exposición para decir que había escrito mal una ecuación en la presentación.
-Bueno pero no se supone que tenemos que corregirnos para ser mejores.
-Serás pajuo, Yunho.
A decir verdad, Mingi no sabía apuntar con exactitud el momento en el que empezó a sentir que sobraba estando en presencia de aquel par; ambos lucían tan ensimismados en su conversación que incluso llegó a percibirse como un intruso entre las paredes de su propio hogar, espacio que se suponía era únicamente de él y de Yunho.
Si se lo preguntaban, toda la escena se le presentaba en un escenario foráneo. Aunque en el pasado hubiese visto a Yunho interactuar con las chamas de la primaria y el liceo, la conexión que advirtió entre la tonta (y adorable) Yoora y su novio le causaba piquiña. Era una vaina loca (que definitivamente no lo llevaba a la gloria), pues apreciaba aquello como si se hubiesen invertido las polaridades entre ellos y él fuera la partícula a repeler por la fuerza de atracción entre los otros dos.
-Como sea... me encantaría quedarme para seguir charlando, pero ya se me hace tarde.
Dijo Yoora derrochando simpatía al hablar; su amabilidad por alguna razón le seguía causando náuseas.
-Entonces, ¿quedamos así?, tú haces la investigación y yo el informe, ¿no?
Habló su novio al acompañar a la muchachita esa, a Yoora, hasta la puerta; ambos pasando a un lado de él como si fuera invisible.
-Sí, intentaré enviarte eso esta misma noche si puedo, de todas formas hoy no tengo que trabajar. Ah, de verdad fue un gusto conocerte Mingi, espero otro día podamos hablar con más calma. Y tú... señorito Yunho... pórtese bien.
Habló animadamente la muchacha mientras se terminaba de colocar los zapatos y su novio le abría la puerta, la jovencita despidiéndose de aquella forma tan particular, tendiéndole la mirada a su novio de una manera tan... cariñosa, que Mingi no supo ni cómo sentirse.
Para cuando reparó en lo que pasaba a su alrededor, Yunho ya había cerrado la puerta y volvía a su lado, plantando un beso en su mejilla antes de volver a la sala a recoger los cuadernos que estaban sobre la mesa.
-Lamento si te pareció algo molesta. Yoora es extrovertida, más bien alzada. Quizá en un principio no cae del todo bien, pero después de que la conoces te das cuenta que es una buena persona.
Escuchó decir a su novio mientras él permanecía estático en su lugar, con los ojos fijos en la puerta por la cual hacía sólo segundos había salido la susodicha. Ahora que lo pensaba, toda la sala del apartamento apestaba a perfume caro de 'Victoria Secret', cosa que le hizo fruncir el ceño, siendo aquella fragancia como un detonante para su cuerpo; las ganas arrebatadoras que tenía de reclamarle al pelinegro por traer a una mujer a su casa sin siquiera avisarle antes le estaban consumiendo.
-¿Cómo estuvo tu día bebé?
Comentó Yunho al terminar de recoger el desorden que había en la mesa, volviendo a su lado, viéndole con aquella sonrisa inocente de siempre.
-Bien, nada nuevo. Presenté mi exposición y ya.
Habló de manera cortante sin mirar al pelinegro a los ojos; detalles que no pasaron desapercibidos por el susodicho, más ninguno de los dos hizo un comentario al respecto.
-Yah... bueno, es casi hora de la cena, me pondré con eso, ¿hay algo que quieras en particular? Todavía hay comida de la que trajimos el fin de semana de casa de tus padres.
-Lo que sea está bien. Oye, Yunho...
Llamó la atención del mayor, quien había dejado de revisar el contenido del refrigerador para atender a su llamado.
-Ella... Yoora. Desde cuándo... ¿desde cuándo se conocen?, no recuerdo que me hayas hablado de ella, mucho menos haberla visto en tus clases.
Armándose de valor, logró dar el primer paso para confrontar a su novio tratando de exhibirse lo más compuesto posible. Inmediatamente el mayor esbozó una sonrisa y, retomando su labor anterior le contestó.
-Pues, nos conocimos el semestre pasado aunque realmente no hablábamos mucho en ese entonces porque ella estaba a otra sección. Ya sabes cómo es todo el asunto en Ingeniería mientras uno está en el básico... Total que ahorita vemos casi todas las materias juntos, y bueno, ahí hemos ido formando un grupito de estudio con otros chamos de la facultad que ya conoces, ¿por qué lo preguntas?
-"¡Qué dicha la mía, ven todas las materias juntos!, ¿y ahora qué?, ¿también va a dormir con nosotros en la cama?... no me jodas."-
Pensó Mingi tan pronto Yunho dio por culminada su explicación, habiendo dicho aquello con una calma impasible mientras sacaba algunos recipientes del refrigerador para ponerlos sobre el mesón.
-No, no es nada. Sólo es raro, es decir, una chica que estudie Ingeniería Mecánica.
Comentó en voz baja caminando con lentitud en dirección a la cocina, sintiendo inmediatamente la intensa mirada de Yunho postrarse sobre sí; sabía que su novio no era adivino, que no podía leer mentes, pero después de tantos años juntos conocía perfectamente a Yunho como para decir que el otro ya había dilucidado el porqué de su estado apático.
-Sí, la verdad si es algo extraño, sólo hay tres mujeres en nuestro curso, pero no sé... ¿acaso te molesta?
Ante la confrontación directa del pelinegro alzó la mirada encontrándose con los ojos que de forma acusatoria esperaban a por una explicación de su parte; sintiéndose más pequeño y cohibido de lo usual, pasó saliva por su garganta y se relamió los labios antes de hablar.
-Y-yo sólo... no entiendo por qué te trata de esa manera tan cariñosa si se supone que es solo tu compañera de clases, es decir, en qué momento se volvieron tan cercanos si nunca antes la mencionaste.
Confesó tratando de mantener su postura firme, notando como el mayor parecía adentrarse cada vez más en su estado de confusión.
-De qué hablas Mingi.
-Ay por favor, Yunho... la caraja se estaba colgando de tu brazo como si estuviese echándote los perros y tú no hacías más que reírte.
Habló esta vez más confiado, sacándose del pecho todo el disgusto que desde hacía rato venía apilando. Yunho, entonces, le miró incrédulo como si en ese instante le hubiese crecido un tercer brazo.
-Qué coño estás diciendo Mingi, ella no estaba haciendo eso, un hombre puede tener amigas cariñosas y eso no tiene que significar nada. Además ella misma te dijo de frente que lo único que hago es hablar de ti.
-Pero por qué, o sea, ¿¡por qué coño trajiste a una caraja que ni conozco a nuestro departamento sin avisarme y de paso dejas que te trate de esa manera delante de mí!?
Escupió las palabras como un dragón expulsando llamaradas de su boca, cegado por la sensación de cólera que se había terminado de manifestar en su interior.
Habían sido muy pocas las veces a lo largo de su vida en las cuales se atrevió a alzarle la voz al pelinegro de esa manera, muy pocas veces en las que habían terminado envueltos en una verdadera disputa, y cuando pasaba... realmente eran situaciones delicadas.
-Esto es increíble... tú me tienes que estar jodiendo Mingi, ¿de verdad me vas a venir con esta mierda?... es que no puedo creerlo. Sabes qué, jódete.
Tan pronto el mayor terminó de hablar le vio salir de la cocina en dirección a la puerta, observó como el otro se colocaba los zapatos con rabia y sin siquiera dedicarle una última mirada salió del apartamento tras tomar sus llaves y dar un gran portazo.
Aquel sonido fue lo único que le devolvió los piesa la tierra y, tal como cuando escuchas un trueno y te despiertas asustado enla noche en medio de una tormenta, Mingi sintió que aquel estruendo destruyó sumundo, reduciendo todo a escombros que se vieron esparramados delante de él. Lafuria que anteriormente había envenado su sistema ahora brillaba por suausencia, siendo reemplazada por un pánico inminente que posteriormente le dio la fuerza para ir corriendo tras el pelinegro segundos más tarde.
-¡Yunho!
Gritó tras cerrar la puerta del apartamento, desfilando hacia las escaleras del edificio para divisar al mayor al final de la estancia del primer piso.
Sin percatarse de que había olvidado colocarse los zapatos, siguió corriendo escaleras abajo como alma que lleva el diablo, con el corazón en la boca y los labios temblando; todo lo que había a su alrededor lo notaba difuso, lo único que podía ver con claridad a través de sus anteojos era la figura de su pareja a escasos metros delante de él. Finalmente logró alcanzar al pelinegro cuando este iba cruzando a mitad del estacionamiento de la residencia. Acto seguido, le tomó de la mano para detenerle, más, este se zafó de su agarre casi haciendo que cayera al suelo.
-No me toques, Mingi.
Gruñó Yunho al encararle; había tanto enfado en la mirada del susodicho, que aparte de causarle una mortal impresión, Mingi pudo jurar que tal emoción había erradicado por completo la gentileza que siempre portaba el rostro del pelinegro.
-No, Yunho. E-espera... por favor, espera.
Dijo al apoyar las manos en sus rodillas tratando de recuperar el aliento mientras veía al otro mecerse sobre sus pies, como si tratase de decidir si quedarse a escuchar lo que tenía para decir fuese una buena opción.
-¿Esperar qué?, ¿qué vuelvas a acusarme de andar ligando con otra caraja? Te he dejado pasar demasiadas vainas de este tipo, Mingi, pero esto fue la gota que derramó el vaso.
No puede ser que te pongas en este plan cada vez que hablo con una mujer.
Habló Yunho con cierto deje de cansancio en su voz; la mueca en la que se torció su boca denotaba cuánto mal le había hecho la escenita que le montó en el apartamento.
Aunque no fuese particularmente el mejor momento de todos, aunque hubiese deseado darse cuenta mucho antes de su aptitud tóxica para con Yunho, en ese preciso instante a Mingi le transitaron por la cabeza todos los desplantes y malos ratos que le había hecho pasar al pelinegro; como si de una película se tratase. Quizá no habían sido tantos como para acreditar a Mingi como un controlador de mierda, pero la evidencia sobraba a favor de Yunho quien, de forma segura podía defender su punto y expresar su descontento como bien le pareciera. Todavía, Mingi sentía un miedo irracional sazonado con culpa en su interior. No tenía idea de qué decir o hacer para mejorar la situación que había provocado entre los dos. Tampoco es como si hubiese querido desconfiar de Yunho, mucho menos decir o sugerir que el mayor hubiese estado practicando el arte de la infidelidad (de una manera muy liviana) a sus espaldas e inclusive en sus narices, pero se había dejado llevar por su malestar y había terminado por proyectar (como el propio imbécil) toda su amargura respecto al mundo sobre el pelinegro.
-L-lo siento...
Murmuró como pudo, sintiendo su garganta cerrarse dolorosamente en un nudo que hizo hasta sus ojos cristalizarse.
-No, Mingi. De verdad... estoy harto de que estas cosas pasen entre nosotros. Llevamos toda una vida juntos y tú... solamente continúas y actúas como si no te importara y después me lo sacas en cara. Dime, ¿tan malo es hacer amistad con una mujer?... ¿Por qué tienes que hacerme sentir culpable por eso?
El desespero y el dolor en la voz de Yunho eran palpables, a esas alturas ni siquiera tenía que verle para saber lo afectado que estaba; tampoco es como que hubiese podido porque las gruesas lágrimas que se acumulaban en sus ojos le nublaban el panorama.
Y así, como si el cielo se hubiese puesto de acuerdo para incrementar su nivel de miseria, escuchó un trueno antes de sentir una ventisca y grandes gotas de lluvia empapando su cabeza y camisa; la ocurrencia de aquel fenómeno prevalecería por siempre como un misterio para ambos, pues a ninguno de los dos le importó lo suficiente determinar desde hacía cuánto el día se había ensombrecido. La lluvia solo seguía cayendo sobre ambos, empapándolos, cantando una tonada melancólica mientras Mingi buscaba la fuerza en su interior para volver a alzar la voz.
-¡Lo siento!, perdóname... p-por favor, Yunho...
Dijo de forma rápida pero sincera, incapaz de contener por más tiempo los sollozos que se apilaban uno tras otro en su garganta.
-No Mingi... ya no más.
Sentenció Yunho haciendo el amago de soltarse de la atadura invisible que les unía, esperando así poder retomar su camino.
-¡No!, ¡Yunho, no!
Se lanzó contra el pelinegro, abrazándole por la espalda sintiendo la tensión en el cuerpo del otro, aferrándose a este cada que el otro intentaba oponerse a él tratando de librarse de su sólido agarre.
-Min-Mingi, por favor ya-...
-¡N-no!... E-escúchame por favor... fui un imbécil. ¡No debí decir nada de eso!, no quise decir esas cosas realmente. No quiero... Y-yunho, por favor... n-no quiero...
Ni bien podía finalizar las oraciones, aquellas palabras que sorteaba su mente siendo demasiado dolorosas, demasiado pesadas como para su lengua elaborarlas; escuchaba sus propios sollozos por encima del ruido ensordecedor de la tormenta, seguía mojándose bajo aquella ducha fría, paradójicamente infernal; la cercanía de Yunho le mantenía tibio.
De un momento a otro sintió como el pelinegro volvía a moverse y siendo presa del pánico pretendió mantenerle en su lugar, más este aprovechó el impulso que tuvo para darse la vuelta y tomarle del rostro. No veía del todo bien debido a las lágrimas y las gotas de lluvia que se escurrían por el cristal de sus gafas, sabía la expresión del mayor se había ablandado, lo percibía por la manera como este enmarcaba sus mejillas entre sus palmas.
-¿Cuándo vas a dejar de ser tan inseguro Mingi?, qué es... ¿qué es lo que estoy haciendo mal que no terminas de entender que no estoy interesado en más nadie sino en ti?
Escuchó decir al mayor aún sonando derrotado, pero indudablemente más tranquilo, mientras, Mingi seguía temblando a razón del llanto y el frío que le recorría en largos espasmos.
-P-perdón... no has hecho nada malo, soy yo... y-yo... tuve un muy mal día y sé que esa no es una excusa válida, y yo... de verdad no supe cómo reaccionar cuando la vi a ella, no entiendes Yunho... e-es que ustedes dos se veían tan bien, tan cercanos, tan cómodos... nunca antes t-te vi así con una mujer, me dio mucho miedo...
Confesó entre hipidos, aferrando sus manos hechas puño a la camisa empapada de su novio; si el cielo podía permitirse aquel desahogo, él tampoco perdería la oportunidad.
-Pero Mingi... mi amor... cómo crees... no entiendo cómo te puede pasar por la cabeza que te voy a dejar por alguien más, peor aún, que me creas capaz de coquetear con una mujer delante tuyo.
Aunque ya no percibiera ni una pizca de molestia en el tono ni en las aptitudes de su novio, el temor irracional ya se había infundado en su interior dominando a su persona; seguía llorando a pesar de no saber dónde acababan sus lágrimas y dónde comenzaba la lluvia, seguía aferrándose a Yunho como si su vida dependiera de ello, porque realmente así lo era. Si ese momento marcaba el final entre ellos, al menos lucharía hasta caer rendido, lucharía a capa y espada aunque este no le correspondiera. Sin embargo, para su sorpresa... las cartas se tornaron a su favor nuevamente sobre la mesa. Mientras esperaba a que ocurriera lo peor, Yunho le sorprendió acurrucándole entre sus brazos con el mismo cariño que mitigó paulatinamente los efectos de su furor.
-Eres un idiota, Mingi... el más grande todos los idiotas, pero no puedo dejar de amarte... no-... no puedo dejar de perdonarte cuando viniste corriendo detrás de mí descalzo.
Murmuró Yunho tras depositar un beso en sus húmedos cabellos, haciendo que por algún motivo su llanto se intensificase. A los efectos de su aprensión perdió las palabras del pelinegro ser perdieron antes de llegar a su oídos, tan sólo en medio de sus desgarradores sollozos envolvió una vez más al mayor con los brazos, atrayéndole consigo con el mismo ímpetu que derramaba el cielo sobre ellos.
De seguro en ese momento se veían como los protagonistas de algún BL, más lucir como el protagonista de alguna película o drama romántico era lo que menos le pasaba a Mingi por la cabeza en aquel instante; lo único que tenía presente tanto en la mente como en el corazón, era el alivio de que Yunho no hubiese decidido dejarle. Y es que, el otro estaba en todo su derecho de hacerlo, todavía, había optado por permanecer a su lado, se había quedado con él a pesar de todos los fallos que el pesado pudo haber cometido. Quizá ninguno de los dos lo tomó en consideración dada la ocasión, más era un hecho que se estaban escogiendo para seguir siendo el pilar de lo otro, para seguir trabajándose en función de mejorar y ser, de forma auténtica, las personas que decían amar.
-P-perdóname, de verdad... te juro que no volverá a pasar, por favor quédate conmigo, yuyu...
Sabía que se veía y sonaba patético, que estaba rogando por algo que no merecía, pero si tenía que sembrarse de rodillas sobre el asqueroso y encharcado pavimento del estacionamiento de la residencia lo haría mil veces con tal de demostrar a Yunho cuán arrepentido estaba de haber actuado de manera injustificada; lo haría con tal de que Yunho se quedase a su lado porque en su vida, nada valía tanto la pena luchar como la presencia de aquel hermoso pelinegro.
Tan ofuscado y temeroso como estaba no se dio cuenta de cuando el mayor le llamó, sino hasta que este le alzó el rostro para besarle en los labios. Sus anteojos estorbaban debido al ángulo del beso, pero pudo jurar que aquella húmeda y casi tosca presión contra su boca fue todo lo que bastó para que el alma le volviera al cuerpo, inclusive sus sollozos habían menguado hasta convertirse en hipidos que esporádicamente salían de sus labios.
Ya para cuando el mayor se apartó colocando cierta distancia para verle a los ojos, la peor parte de la tormenta había pasado, y así como empezaba a vislumbrar el sol entre las nubes, notó la sonrisa que se asomó por las comisuras de los labios del mayor.
-No me voy a ir a ningún lado, Mingi... ven, vamos a casa, ¿sí?... hace mucho frío y estás temblando.
Murmuró Yunho al tomarle por los brazos para liberarse lentamente de su agarre, llevándole de la mano de nuevo hasta el apartamento.
No hizo falta dar testimonio de ello en voz alta para saber que tras aquel acontecimiento, ambos habían hecho un pacto silencioso para dejar que la lluvia de esa tarde lavara de ellos toda culpa, pena y molestia que aún asumieran atadas a sus cuerpos. Ninguno era tan tonto como para desaprovechar tal bendición, ninguno era tan tonto como para no abrir los ojos y ver más allá de sus narices, perdonarse y seguir adelante como tantas veces habían hecho juntos, siempre juntos."
Aunque hubiesen pasado casi dos años de ese incidente, aquel recuerdo seguía fresco en su mente, tan palpable que con tan sólo cerrar los ojos podía constatar, concebiría el sabor de la lluvia en los labios de Yunho, las caricias sobre su piel desnuda cuando el mayor, tan intrépido, le desvistió a mitad de la sala entre intensos besos de camino a la regadera donde con fervor reclamó su cuerpo una vez más, llenándole como nunca antes hasta borrar todo atisbo de duda que pudiera retozar en su mente hasta firmar con fuego en sus entrañas; estaba seguro que de no haber sido por la pasión que les arrebató el juicio habrían terminado por pescar un resfriado. Suprimiendo las minucias que suponía un respiro, más importante que ello era el hecho de que tras haber hecho el amor con Yunho aquel día, a su ser aquel acto le bastó para forjar una promesa, un voto de confianza sin fecha de caducidad para con Yunho y nadie más.
Sin lugar a dudas aquella pelea había sido un punto de inflexión en su relación con el mayor, había sacado a relucir su peor lado pero por una buena razón. Suspiró entonces tras dar un último sorbo al jugo que había en la taza, relamiéndose los labios al tiempo que decidía si continuar reflexionado en el pretérito valía realmente la pena.
Esa dichosa pelea les había servido para mejorar y trabajar aspectos que ni Yunho ni él sabían que debían pulir, les colmó con tantas sonrisas y lágrimas, que pensar a profundidad en la raíz de la disyuntiva le resultaba absurdo, el haber dudado de Yunho le parecía absurdo, el estar celoso de una persona como Yoora había sido completamente absurdo; pero quién era Mingi hacía dos años atrás sino un chico introvertido saturado de responsabilidades, cargando el peso de la dependencia emocional que nunca antes había tenido la decencia de afrontar. Si lo pensaba ahora con la cabeza fría, había sido cuestión de tiempo para que algo así pasara entre ellos, pues durante toda su vida habían sido sólo Yunho y él, él y Yunho –de nuevo, el orden de los factores no altera el producto.- y el que viniera una intrusa a jugárselas con su novio, con su todo... en fin, aunque hubiese deseado que los acontecimientos desplegaran de otra manera, el pasado resultaba inalterable y dentro de todo, le gustaba que así fuera porque de no haber ocurrido aquella cadena de eventos desafortunados quizá siguiera dando vueltas en torno a la toxicidad, contaminando la buena voluntad de Yunho. No le agradaba del todo la idea, pero debía dar gracias a Yoora por el hecho de haber llegado en el momento exacto, siendo el empujón que le faltaba para dar un buen y merecido cambio. Es decir, quién sabe, quizá si no hubiera discutido con Yunho ese día ni siquiera estaría donde se encontraba ahora, disfrutando de su tacita de jugo de naranja cada mañana en compañía de su adorado pelinegro.
-¿Mingi?... ¡Tierra llamando a Mingi!
Escuchó decir a su novio, haciéndole parpadear repetidas veces al retornar a la realidad; sabría Dios cuánto tiempo había pasado recapacitando, peor aún, cuánto tiempo había pasado el otro hablándole y él ahí pensando en 'pajaritos preñados'.
-Bebé, a dónde te habías ido.
Comentó Yunho con una sonrisa aún con el teléfono en su mano.
Sonrió al reconocer el nombre de Yoora en la pantalla y, sintiéndose tan mingón como cuando acababa de despertar se relamió los labios antes de dejar la taza sobre la mesa de noche y aproximarse al mayor.
Con una de sus manos le quitó el teléfono, descartando el dispositivo a un lado de la taza para segundos más tarde treparse al regazo del pelinegro.
-Más tarde sigues hablando con Yoora, ahora es mi turno de tener tu atención.
Murmuró al robar un beso de los labios ajenos. Acto seguido, acomodó sus anteojos sobre el puente de su nariz, de modo que estos no le estorbasen.
-Mi bebé anda muy necesitado el día de hoy, qué... ¿estás celoso de Yoora otra vez?
Cuestionó Yunho al tiempo que repartía cálidos besos sobre la piel ajena, trazando en cosquillas un camino que partía desde el mentón hasta el cuello de Mingi.
El mencionado sabía que su pareja sólo le hacía esas preguntas para molestarle, y en aquel instante no tenía pero ni el ápice de interés en dejar que algo tan insignificante como eso le fastidiara; si le hubiera sido insuficiente el tiempo de reflexión en el pasado, aquella mañana había proporcionado lo que restaba en cuanto ese dichoso asunto se trataba. Tan temprano a esa hora, había dado con el punto de partida para terminar de exponer que, efectivamente, todo lo que tenía que ver con Yoora lo había superado.
Sin poder evitarlo un suspiro escapó de sus labios, más la pregunta de Yunho se mantuvo sin contestar. No quería pensar en un respuesta, no cuando aquellos labios le perfilaban como si de un cincel en las más hábiles manos de un escultor se tratase; concebía a Yunho tan cerca que si presionaba un poco más de seguro su alma acabaría por colisionar con la ajena.
-Mi amor, estás temblando... ¿te sientes bien?
Murmuró Yunho sonando algo preocupado. Inmediatamente buscó la mirada del pelinegro y le sonrió para tranquilizarle antes de juntar sus frentes. Recién entonces fue consciente del ligero temblor en su cuerpo, pero sabía aquello no era nada que Yunho no pudiera arreglar.
-Es que tengo frío y es por tu culpa, por andar hablando ahí con Yoora en vez de darme calorcito.
Afirmó con un puchero adornando sus labios, mueca que fue prontamente besada por el pelinegro quien, rápidamente atendió a sus exigencias, envolviéndolos a ambos con la manta que hacía rato había quedado olvidada a orillas de la cama.
-¿Mejor?... Ahora tienes toda mi atención, princesa.
Tan pronto las palabras ajenas llegaron a sus oídos, las mejillas de Mingi se vieron salpicadas por un intenso rubor; Yunho sólo le llamaba de esa forma cuando quería complacerle, cuando quería hacerle saber que sólo se enfocaría en él y para él. Eran ocasiones tan especiales en las que Yunho empleaba aquel mote que cada vez que ocurría, Mingi no sabía si desvanecerse del placer o la vergüenza, porque en definitiva aquel apodo surtía un efecto letal en todo su organismo.
-T-tú princesa está molesta porque le mandas stickers de perritos a otros, sobre todo a Yoora.
Comentó contra el cuello ajeno, lugar que prontamente le sirvió de escondite. Hablaba de aquella tontería como si fuese lo más importante del mundo, sólo con el pretexto de desviar la atención de su pareja.
A los efectos de su testimonio sintió la corta risa que estremeció el cuerpo del mayor, aquel alegre y estrepitoso sonido le removió cada fibra por dentro, más se mordió los labios para evitar contagiarse con la gozo del otro, queriendo aún que su argumento se sintiera como algo válido.
-Quizá, pero... yo a mi princesa le mando stickers más bonitos, también le doy cosas mejores.
Murmuró el pelinegro al besar sobre el ángulo de su hombro y cuello, el cual había quedado a merced del susodicho, haciéndole temblar a Mingi en el proceso al sentir aquellas candentes almohadillas en forma de corazón aventurarse sobre la piel que su camisa no alcanzaba a cubrir. Tanto en las palabras como las acciones del mayor había una sugerencia implícita que no quería pasar por alto, por ese motivo volvió a descubrir su rostro y, sosteniendo el del pelinegro entre sus manos se inclinó para besarle con todas las ganas que venía acumulando desde que había despertado.
Sin dar tregua al pelinegro, con su lengua empujó suavemente contra los labios ajenos, lamiendo la sinuosidad que dibujaban estos; en sus papilas todavía sentía el sabor del jugo de naranja, más este se desdibujaba ante la poderosa estela mentolada que ostentaba los belfos contrarios. Tras aburrirse de su tarea, amansó el labio inferior de su novio entre los propios, chupando con la ternura de un tímido amante que explora por primera vez las virtudes de otra boca. Así, inmerso en su labor, sus brazos se cruzaron en torno al cuello del pelinegro, mientras sus caderas se empujaban de forma provocativa de atrás hacia adelante. En todo el rato, su novio le correspondió con caricias que fue dejando desde los costados de su cuerpo, pasando por sus muslos hasta sostener con firmeza sus nalgas, arrebatándole un gemido. Su pareja siendo siempre tan atento y receptivo a sus necesidades, correspondiendo a sus besos de forma pausada, tan paciente. Yunho siempre le permitía explorar los caminos que poseía aunque estos ya los hubiese mapeado a lo largo y ancho, en toda su complejidad bien fuera con las manos, los labios e incluso la lengua; Mingi se sabía a Yunho de memoria.
-Y-yuyu... todavía tengo frío...
-Tsk... cómo va a ser eso posible princesa. Déjame arreglarlo entonces.
Sentenció el pelinegro con fingida irritación segundos antes de recorrer con su lengua desde la base de su cuello hasta su mandíbula, chupando después el lóbulo de su oreja con suavidad.
-A-ahmm... Yuyu...
Gimió tan pronto sintió al mayor aprisionar su cuerpo; aquellas manos sosteniéndole con tal firmeza, con tal seguridad, que le hacían apreciarse a sí mismo como el tesoro más valioso sobre la faz de la tierra.
Para el momento entre una y otra cosa, el frío ya no era más la razón de los espasmos en el cuerpo de Mingi, sino el delirante placer que Yunho le estaba haciendo sentir y, siendo un amante tan sensible quiso devolverle el favor a su novio, más tan pronto deslizó su mano entre sus cuerpos, el otro le detuvo, sosteniendo dicha mano entre sus finos dedos antes de plantar un beso en el dorso de la misma.
-Me temo, mi princesa... que no puedo permitir que esto llegue a mayores. Al menos no por ahora.
Comentó el pelinegro sonando bastante seguro de su testimonio, aunque a juzgar por el brillo de sus preciosas pupilas dilatadas el otro estaría luchando por contener las ganas que tenía de saltar sobre Mingi.
-¿Qué?... ¿por qué no?
Cuestionó en algo similar a un sensual ronroneo, empujando sus caderas contra las ajenas para descubrir en su paso la erección que todavía se mantenía en progreso entre las piernas del mayor.
-Porque ya son pasadas las once y le dije a tu mamá que sí iríamos a almorzar. Además, conozco muy bien a cierta personita que después de coger lo que quiere es dormir.
Tras escuchar aquello soltó un chillido y se dejó caer a un costado de la cama, derrotado al saber que no importaba lo que hiciera no podría ganarle esa batalla al pelinegro.
-¡Por qué calientas la comida si no te la vas a comer, Yunho!
Exclamó tratando de sonar más dramático de lo usual, en un ligero arrebato que le hizo sacudirse en la cama, teniendo de música de fondo el adorable carcajeo de su novio; bueno saber que al menos su desdicha era motivo de júbilo para el mayor.
-Tú fuiste quien dijo que tenía frío.
Se defendió Yunho, como quien se lava las manos de toda culpa al sugerir que otra persona inocente cometió sus fechorías.
-Chamo pero tú nojombre, ¿y ahora?... tantas formas que tenías de quitarme el frío y entonces te pones en plan ahí todo seductor, no que "mi princesa y tal", y ahora yo me tengo que quedar con las ganas. Qué irá a decir tu suegra cuando sepa cuán descuidado me tienes.
Dramatizó al llevarse una mano a la cien y otra al pecho, escuchando nuevamente como su novio se reía con todo el cuerpo, de tal manera que hasta la cama se sacudía con ellos.
-¡B-basta! Dios mío, ¡sí eres dramático!... Además, mi suegra sabe que yo sí te complazco.
Reiteró el pelinegro al recobrar la compostura, paseando una mano por sus cabellos mientras una boba sonrisa seguía adornando sus labios.
-Si pues, espero que me recompenses esta noche cuando estemos de regreso.
-Ah, puedes estar seguro de eso bebé.
Comentó Yunho al picarle un ojito haciéndole sonrojar. Acto seguido, tomó una de las almohadas para lanzársela al pelinegro, con el propósito de que este no advirtiera cuán sonrojado y afectado le había dejado su comentario.
-Yah, bebé... no te molestes conmigo. Anda a bañarte que se hace tarde, ¿sí?
Murmuró Yunho contra la almohada antes de hacerla a un lado, buscando una vez más su mirada.
-Hm, ¿y si nos bañamos juntos?
Intentó una vez más, insinuándose al mayor al pasar una mano por el brazo de este antes de incorporarse nuevamente en la cama.
-Ambos sabemos cómo va a terminar eso, Mingi.
-Tsk... no eres divertido.
Murmuró antes de levantarse de la cama y colocarse de pie, siendo atraído por Yunho de regreso a su posición inicial, luego de que este tirase con cuidado de su mano. Al instante se vio envuelto por unos largos y reconfortantes brazos mientras recibía besos por sobre sus hombros.
-No te enojes conmigo, bebé.
Pidió Yunho con cierto deje de ternura colgando de su voz haciendo que a Mingi se le derritiera el corazón. En ese momento se acomodó como pudo para alcanzar los labios del pelinegro y dejar en estos un casto beso.
-No lo estoy. Además... quizá... quién sabe si nos dé tiempo y podamos hacer algo estando en mi casa.
Sugirió tras plantar otro besito en los labios del pelinegro, obteniendo rápidamente una respuesta negativa.
-Ah no, nada de eso. No voy a seguir profanando la casa de mis suegros.
Rodó los ojos ante la respuesta de su novio mientras volvía a ponerse de pie.
-No sé, no vi que pusieras resistencia el mes pasado cuando nos quedamos a dormir allá y te hice una mamada bajo las sábanas de mi cama, en mi cuarto.
Comentó como quien no quiere la cosa, ya habiendo emprendido su caminata hasta el cuarto de baño, corriendo para cerrar la puerta y no ser alcanzado por un la ira fingida de su novio.
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¿Se acuerdan cuando les mencioné que los capítulos de este fic iban a ser largos? Bueno, este capítulo realmente tiene cuatro partes pero voy a publicarlas de a poco, porque son más de 40 mil palabras, ah.
Espero estén disfrutando del desarrollo de la historia tanto como yo. Ya en las próximas partes se irán complicando un poco las cosas, pero todo pasa por una razón.
Les deseo un feliz fin de semana, cuídense, tomen mucha agua.
Nos leemos a la próxima ⋌༼ •̀ ⌂ •́ ༽⋋
♥Ingenierodepeluche
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