XVIII.- Leo.
Capítulo XVIII
Leo.
Dos lestrigones habían acorralado a mi niña.
Calipso y yo lo notamos y salimos corriendo hacía Sammy.
Pero no fue necesario.
Sammy estaba distraída jugando, y un hombre, alto, con piel almendrada y oscura, se acercó a mi hija y la levantó.
Su cabello era oscuro, negro, y sus brazos fuertes.
—Hefesto... —susurré.
Con la presencia del dios, los lestrigones se marcharon.
Sammy abrazó a Hefesto, como si lo conociera.
Él se acercó a nosotros y sonrió.
—Hijo mío...
—Padre... ¿Ha pasado algo? ¿Se está cayendo el Olimpo... de nuevo?
—Los dioses no sólo se aparecen a sus hijos cuando necesitan un mandado, Leo —sus ojos se entristecieron— Aunque no lo creas, quería conocerla a ella —sonrió y besó la frente de Sammy, lo que hizo que ella estallara en risas— Tal vez no soy bueno con las personas, o los dioses, o... Todo aquello que respire; pero ella es especial. No sólo puede ver a través de la niebla... Es más que eso.
Calipso me miró preocupada, y yo traté de estar tranquilo, traté de calmarla... Pero mi cara era el vivo reflejo de la preocupación.
No, mi niña no.
—¿Entonces... qué es ella? —Preguntó Calipso.
—Tú eres hija de un titán, Calipso; Atlas. Eres una ninfa, aunque no inmortal, pues tu maldición está rota y decidiste quedarte con mi hijo. Leo, tú eres un semidios, hijo de Esperanza y mi hijo... —hizo una pausa, y cuando pronunció el nombre de mi madre, sentí formarse un nudo en mi garganta— Sammy no es una diosa, pero tampoco es un mortal, o un semidiós. Ella es algo más, algo nuevo —Sammy se había dormido en los brazos de mi padre.
La miré... Era sólo una niña.
—¿Los monstruos estarán tras ella? —Pregunté.
Hefesto sacó una cadena de bronce celestial, con un dije con la forma de su escudo; un martillo de herrería, y se lo colocó a Sammy. Luego recitó algún canto en griego, de lo cuál sólo entendí "bendición".
—Tiene la bendición de Hefesto, y mientras tenga este collar, los monstruos no la detectaran. No es igual con los semidioses. Oh, y por cierto... —sacó dos celulares y me los entregó— Un regalo, no se preocupen, no los detectarán.
Le entregó la niña a Calipso, y desapareció en una nube de humo, con olor a Azufre.
Okay, ¿qué acababa de pasar?
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