Capítulo 2

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Fuiste la forma más triste y bonita que tuvo la vida para decirme que no se puede tenerlo todo.

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Cuando era niña veía a mamá vestirse para salir de fiesta con sus amigas. Siempre olía a ese perfume dulzón que hasta la fecha todavía me marea, se colocaba sus tacones rojos altos, el cabello lo alborotaba para que sus rizos dorados resaltaran, doblaba el vestido para enseñar más pierna y dejaba dos besos en mis mejillas antes de salir por la puerta y no volver hasta la mañana siguiente.

Tenía tan solo siete años.

Y ahora, a mis veintisiete, ahí de pie frente al espejo con el vestido negro que me prestó en contra de mi voluntad, me veía igual a ella.

Nuestras actitudes eran diferentes en todos los sentidos, incluso mi cabello castaño contrastaba fuertemente con el suyo, pero las facciones eran tan parecidas, que la piel se me erizó de solo imaginarlo.

—¡Vamos por esas margaritas!—festejó apurando mis pasos hacia la salida.

No supe en que momento se desató el acelerado galopeo de mi corazón. Quizás fue ahí mismo, frente al espejo, o cuando entré al salón del hotel que estaba repleto de toda la familia que prefería evitar, aunque ahí, siendo arrastrada por mi madre, me fuera imposible. Los abrazos llovieron como una guerra completamente perdida en la que me estaba desangrando a mitad del campo de batalla y nadie se detenía a darme misericordia. Fueron tantos "¡Que grande estás!", "¿donde trabajas?", "¿aún sigues sin casarte?", "a tu edad yo ya tenía un par de niños. Mi hija, Diana, ya va por el tercero. ", que mis ganas de huir revivieron en un segundo, pero por suerte, Billy, el novio de mi madre, llegó al rescate.

—Déjenla en paz, por favor. La asfixian—saludó sonriendo, abriéndose paso mientras nos escoltaba a mi madre y a mí a una mesa en la esquina.

—¡Todos están muy contentos por verte!—festejo ella mientras comenzaba a revisar las pequeñas entradas que estaban sobre la mesa—. Tu abuelo no podía creer que fueras tú.

Y yo no podía creer que me había logrado convencer de entrar a ese agujero.

—Anda, toma esto, te vendrá bien—Billy me acercó una de las bebidas que estaban sobre la mesa y le agradecí con una sonrisa cálida.

No sabía mucho sobre él a pesar de que ya iba a cumplir cinco años con mi madre, jamás hablaba sobre su familia ni sacaba mucha conversación, pero extrañamente me entendía y se sentía bien no tener a alguien que me presionara para hablar. El silencio con Billy era preciado y eso era lo más cercano que había estado de un padre.

Aquella bebida dulzona fue lo suficientemente engañosa como para tenerme mareada después de tres, y no estar en mis cinco sentidos cuando Jenn pasó al centro del salón tomada de la mano de su prometido.

No, me equivocaba. Ese fue el momento en el que se me desbocó por completo el corazón.

Ese fue el momento en el que sentí que iba a morir.

Había cambiado el vestido blanco casual por uno rosa palo que brillaba en todos los pliegues de la tela. El cabello castaño lo llevaba acomodado en un moño perfecto y sus ojos verdes brillaban, más que cualquier otra mirada en el salón. Reconocí su felicidad e instantáneamente sentí un pinchazo de celos en el pecho.

¿Celos?

Casi me atraganté con el significado de eso.

Jamás había sentido celos por Jenn ni por nadie ahí sentado, pero quizás se debía a que llevaba a lado suyo a Santiago, con una corbata que hacía juego con su vestido y una sonrisa que combinaba bien con la de ella.

Sí, ese fue el momento en el que el alma me abandonó el cuerpo.

—¡Es un gusto que esté toda la familia reunida para un momento tan especial!—comenzó a hablar ella mientras yo me concentraba en un punto fijo detrás de ambos. Todos aplaudieron después de eso, incluso yo, que en esos momentos me sentía la peor persona del mundo por la tormenta de sentimientos que me invadían el pecho—. Mi prometido y yo estamos halagados con su presencia y esperamos que disfruten su estadía en el hotel por esta semana. Mis damas y yo hemos estado planeando una serie de actividades divertidas antes del gran día. Todos recibirán un itinerario, pero esta noche en especial abriremos con mi favorita: ¡Una búsqueda del tesoro!

La cuarta bebida que me pasó Billy la tomé como si fuera agua.

Una nueva ola de aplausos inundó el salón, y de nuevo les seguí, como si con ello espantara todo lo que me estaba abrumando.

Cuando Jenn continuó el discurso busqué desesperadamente el punto perdido que se había vuelto mi lugar seguro en la pared detrás de ellos, pero justo en el camino terminé encontrándome los ojos de Santiago cómo si una parte de mi subconsciente hubiera traicionado mis sentidos.

Lo miré y me miró.

El aire se fue de mis pulmones y cada fragmento de cordura que quedaba en mí, se rompió en miles de pedazos. Solo podía pensar en la última vez que le miré en casa después de la discusión. Nuestra casa. Y cómo si fuera cosa de nada los recuerdos comenzaron a golpearme el pecho como bombas de autodestrucción.

Una vez le había amado en más de un sentido, con el corazón, el alma y el cuerpo. Le había amado tanto que hubiera sido sencillo dar mi vida por la suya, dedicarle todos los poemas del mundo, cantarle alguna que otra canción al odio y sucumbir ante el lento pecado de llamarme suya.

Le había amado tanto que su partida me llevó al infierno.

Él simplemente se marchó una tarde cualquiera, ¿y qué hacía yo si de a poco todo comenzaba a perder su aroma?, ¿si una mañana desperté y no estaba haciendo el desayuno?, ¿si llegaba cansada del trabajo y ya no estaba para recibirme?

¿Qué hacía yo si nuestros planes murieron con su despedida?

¿Si se fue sin llevarme?

¿Si se olvidó de amarme?

Morir. Solo morir.

Y ahí, frente a él, la oscuridad volvió a proclamarme.

Me levanté del asiento en medio del tumulto de risas y celebraciones. Lo mareada se me fue de golpe y solo pude pensar en salir a tomar aire fresco. Los pies me anduvieron solos hacia la salida, y antes de darme cuenta ya estaba corriendo por el pasillo del hotel que me llevaba a los jardines.

Desaté los cordones de los tacones y caminé hacia la playa como si la noche no pintara de negro el mar. Las olas rompían contra la arena con un sonido refrescante que comenzó a calmar el dolor que ahogaba mi pecho. Pronto fui consciente de que no podía respirar con normalidad. El aire ardía mientras bajaba y solo me tumbe en la arena completamente rendida.

El celular vibraba con unas cuantas llamadas de mi madre, seguro preguntándose en donde carajo me había metido, pero me limité a ignorarlo.

Frente a mí la oscuridad del mar parecía infinita.

—¡¿Por qué carajo me afecta tanto?!—rugí harta de sentirme morir sabiendo que él estaba cerca.

Habían pasado dos años. ¡Dos malditos años!

Me había acostado con unos cuantos hombres, tuve citas para tirar a montones, rompí corazones como si diera la talla para ello y él... él se iba a casar con Jenn.

—¿Cuando diablos va a dejar de doler?

Una enorme cosa peluda se abalanzó sobre mi, como si esa fuera justamente mi respuesta divina.

El perro hizo que mi espalda chocara con la arena mientras comenzaba a dejar su baba por toda mi cara, como si yo fuera uno de sus juguetes favoritos.

—¡Max!

¿Max?

Alejé de a poco al animal para verlo en medio de aquella oscuridad y si en su momento sentí que ya no quedaba nada de mí, con el simple hecho de ver esos pequeños ojos marrones, algo adentro volvió a su lugar.

—Hola, Maxito—saludé estirando los brazos para que se abalanzara hacia mí con más ganas. El perro obedeció como siempre hacia conmigo. Estaba más gordo y más peludo, pero olía a casa. Olía a mi hogar.

Y fue así como casi olvidé la voz gruesa que le llamaba.

—¡Max, suéltala!—él dió un tirón de su collar para apartar el perro de mí, mientras la enorme bola de pelos protestaba—. Lo lamento mucho, él no suele ser así, pero...

Su voz se fue apagando de a poco mientras descubría que la chica en la oscuridad era yo.

No dijo nada.

No podía pronunciar mi nombre, ni yo el suyo.

Nos hice un favor a los dos, tomé la valentía de repuesto que guardaba en un costado de mi corazón y me puse de pie, mirando al perro con nostalgia.

—No pasa nada, ya me iba—sonreí suavemente recurriendo a la mujer fría que me había vuelto después de él y di media vuelta buscando desaparecer de ahí, meterme debajo de la sábana de la cama y llorar hasta que el vuelo...

—Espera.

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