Capítulo 11
Es que ya no sé cómo verte y no sentir.
-Ross.
Esa noche tampoco pude dormir.
Después de pasar el día mirando películas románticas con Kathleen tomé las notas que había escrito en el celular y avancé todo lo que pude con el artículo, hasta que sentí el corazón en la garganta y unas horribles ganas de llorar que no me habían abandonado desde que llegué a ese lugar.
Una vez leí por ahí que uno no llora por lo que le pasa en el momento sino por todas las heridas que viene arrastrando del pasado. Y quizás tenían razón. Quizás yo no estaba triste solo porque seguro ya me vendría la regla, sino por sentía que los fantasmas de mi pasado se incrustaban con las uñas a mis tobillos y por más que caminara con fuerza, no podía deshacerme de ellos.
La ansiedad me estaba consumiendo y si bien sentía que el articulo iba por buen camino, también era consciente de que me estaba ahogando.
Habían sido días tan casados... y las estúpidas películas románticas no habían ayudado para nada.
Guardé el archivo, cerré la computadora y tomé una botella de tequila de esas que estaban en el minibar de la habitación y seguro costaban un riñón. Le di un trago y me acerqué a la ventana, pero la brisa fresca no fue suficiente para calmar mis ansias de un poco de libertad.
—¿Vas a salir?—preguntó Kathleen como si no tuviera toda la noche clavada en el celular mensajeando con Álvaro.
—Ocupo aire—Y soledad. Y libertad. Y ponerme a miles de kilometros de este lugar.
—¿Quieres que te acompañe?
—No te preocupes, sigue en lo tuyo. Vuelvo en un rato.
—Segura.
—Sí, segura.
No entendí qué fue lo último que dijo, solo salí al pasillo del hotel y antes de darme cuenta ya estaba caminando hacia la orilla del mar. Era de madrugada, solo Dios sabía qué hora era y la marea había subido tanto que de solo quedarme sentada en una de las sillas de playa que estaban clavadas al suelo, podía sentir el agua de las olas llegando a mis pies.
Le di un trago al tequila y cerré los ojos sintiendo el líquido ardiente bajarme por la garganta y la brisa fresca de la noche liberándome de las penas que me estaban atormentando.
Yo solo quiero saber a quién diablos se le ocurrió inventar el amor. Por favor, es ridículo.
Hay gente que se pasa toda la vida pensando "cuando conozca al tipo correcto me casaré con él, usaré un vestido hermoso, tendremos una casa grande, tres perros, dos hijos, los dos trabajaremos, aportaremos dinero de ambos lados, nada nos faltará y seremos eternamente felices".
Pero, ¿Y si yo ya había encontrado al correcto?
¿Y si nada de eso se dio y ahora no quería conocer a nadie más?
¿Qué hacía ahora con tanto amor que me había quedado por dar?
—¿Puedo sentarme?
No ocupé abrir los ojos para que el pesado suspiro que salió de mi boca le hiciera ver lo poco oportuno que era.
—¿Qué quieres, Santiago?
No respondió y algo me decía que estaba sentándose junto a mí (cosa que yo no había aceptado), quitándose los zapatos y metiendo los pies en el mar.
—¿Has sacado cuenta de la cantidad de problemas en la que nos podríamos meter si saben que estamos aquí solos? Suficiente riesgo corrimos en la mañana.
—Son las dos de la madrugada, todos están dormidos menos Kathleen y Álvaro que se están desnudando frente al teléfono, aquí está tan oscuro que no nos distinguimos y no sucederá nada. Somos amigos, ¿no?
Una punzada me atacó el pecho.
—Sí, amigos—le di un largo trago al tequila.
Cuando finalmente me decidí por abrir los ojos y voltear a verlo lo encontré con el cabello despeinado, la playera desabotonada y los pies descalzos, tal y como me lo había imaginado. También tenía una chispa de melancolía en los ojos y una tristeza extraña que no supe descifrar.
—¿Estás bien?—pregunté frunciendo el ceño.
Él me volteé a ver con una sonrisa cansada, como si estuviera exhausto de ese gesto.
—Lo estoy.
—¿Quieres?—le tendí la botella. Ya me sentía un poco mareada.
No pensé que la tomara, pero para mi sorpresa la aceptó y le dio un largo trago.
Creo que después de esos dos años los dos éramos tan diferentes que no quedaba rastro de los jóvenes que se habían amado.
Aunque yo aún tenía una espinita y el alcohol ya me estaba poniendo sincera:
—Sabes, a veces pienso que nunca te terminé de conocer.
Voltee la vista al mar para no tener que verle los ojos.
—¿Por qué dices eso?
—Siento que antes te ponías una máscara para ocultar muchas cosas de mí. Jamás fuiste del todo honesto.
Quizás a la mañana siguiente me arrepentiría de todo eso, pero lo necesitaba. Por Dios que necesitaba decirle todo lo que me había estado tragando en ese tiempo.
Esta vez fue su turno de suspirar. Antes de contestar tomó la botella de tequila que estaba en mis manos para darle un trago, pero durante el gesto nuestros dedos se rozaron una milésima de segunda, tan corta y tan potente, que mi corazón dio un vuelco y su calor se quedó ahí instalado un poco más.
—Soy todo menos perfecto, Vale. Tengo un ejército de fantasmas que no me dejan dormir y nunca quise que vieras mi lado malo.
Reí por lo ridículo que me sonó eso.
Despegué la vista del mar y lo volteé a ver con una ceja alzada.
—Yo te admiraba—la honestidad me estaba haciendo cosquillas en la lengua—. Tú para mí estabas tan alto que incluso tus defectos me enamoraban. Lo quería todo, desde las noches que llegabas estresado del trabajo hasta los domingos que eran solo nuestros. Te juro que para mí no había nadie más perfecto que tú e incluso ahorita, con lo idiota que me has demostrado que eres, aún hay una parte de mí que te defiende y disfraza todo lo malo.
La tristeza se intensificó en sus ojos.
—Siempre he estado roto, Vale.
—¿Y quien no?
Bajó el rostro.
—Es a lo que voy—seguí hablando—. Si hubieras sido honesto conmigo yo te hubiera reparado como tú me sanaste a mí. Aplicó antes y aplica ahora, que puedo ver que hay algo que te duele, pero decides fingir que estás bien.
Mis palabras le dolieron, lo supe porque se concentró en las olas negras que golpeaban contra sus pies.
—No sé qué te hice esta mañana... pero lo lamento. Estábamos muy bien hasta que decidiste correrme.
Fruncí el ceño, ¿eso lo tenía así?
—No hiciste nada... solo que no es una situación fácil.
Nada de esto lo era.
—Lo sé, por eso te invité a la ciudad. Álvaro me dijo que si hacíamos las pases quizás esto se vuelva más sencillo.
Necesitaba golpear a Álvaro.
—Es una situación complicada. Digo... te vas a casar con mi prima—quité el tequila de sus manos para darle un trago, y aunque mi movimiento se miró brusco, intenté por todos los medios no tocarlo.
—Por eso mismo. Habrá fiestas familiares, Vale. Cumpleaños, navidades y todo eso lo pasaremos en completa incomodidad si no arreglamos esto.
Eso era tan real que la sola idea de verlo cada navidad era una bofetada en el rostro.
—Tranquilo, sabes que no me gusta estar con mi familia ni pasar fiestas con ellos. Nada de eso será un problema.
—Aun así creo que debemos hablar.
—No hay nada de qué hablar, Santiago. Lo que se ocupaba decir se dijo hace dos años y si no fue fácil en ese entonces, no veo por qué debería serlo ahora.
—Solo discutimos, Valentina. Jamás tuvimos una conversación madura.
No llores. No llores. No llores.
Las lágrimas se estaban amontonando en mis ojos y tuve que atascarme las uñas en las palmas de las manos para contenerlas.
—¿Qué quieres hablar?
—No me fui porque ya no te amara.
Una risa amarga me salió por la boca.
—¿Y crees que ahora es tiempo de decirlo?
—No, no lo es.
—No entiendo a donde diablos quieres llegar—me estaba enojando para no llorar—. Te fuiste de la casa porque ya no me amabas. Tú lo dijiste, y ni siquiera me diste tiempo a procesarlo. Simplemente tomaste tus cosas, tomaste a Max y te largaste.
—Yo te estaba haciendo mucho daño, Valentina—en sus ojos la tristeza se estaba convirtiendo en un agujero negro y profundo—. Me estaba ahogando en mis demonios y te estaba arrastrando a ti conmigo. Todos los días llorabas, discutíamos, era un ciclo que no tenía fin. Y entre todo eso tú te merecías a alguien mejor, alguien que te hiciera feliz.
—Eso es ridículo.
—¿Crees que no me dolió irme?
—¡Es ridículo!—las lágrimas se me estaban amontonando en los ojos pero me reusaba a dejarlas salir—. Cuando amas a alguien no deseas que esté con alguien más. Solo cambias y mejoras para darle un buen amor, pero tú fuiste cobarde y elegiste irte en lugar de luchar.
—Todos los días fueron una guerra conmigo mismo por volver contigo.
—¿Y por qué no lo hiciste?—la rabia me estaba consumiendo. El dolor era desgarrador—. Porque eres un cobarde y no me amabas como yo te amaba a ti.
Sus manos se pusieron en mis hombros con fuerza y su rostro se acercó tanto al mío que el tequila se robó la poca cordura que me quedaba.
—No he amado a nadie cómo te he amado a ti, ni siquiera a mí mismo. Y por no confiar en mí mismo fue que me fuí, porque...—estábamos muy cerca y su aliento sabía dulce contra mi rostro—, no soportaba pensar que estar conmigo te hacía daño.
Nuestras frentes chocaron y se quedaron ahí fingiendo que aquello no era un pecado.
—Tú me reparabas.
—Todos los días te hacía llorar.
—Lo sé.
Algo dentro de mí dolía tanto que aquella cercanía se sentía delirantemente masoquista.
—Te juro que ya no soy ese hombre.
Miré sus ojos una última vez y así como aquella mañana que los encontré míos, en ese momento no hubo chispa alguna que me dijera que me pertenecían.
—Ya no me sirve de nada.
Y era cierto.
Sí él era mejor, si él era más maduro, si él ya no hacía el daño que me hizo, no era algo que me incumbiera o me diera alguna clase de beneficio, porque él decidió cambiar por Jenn no por mí.
Por más que eso doliera.
—Adiós, Santiago. No debemos estar haciendo esto.
E igual que esa mañana, me fui dejándolo solo.
~•~
Hola, quería lector.
Espero que estes disfrutando tu lectura 😊
¿Qué te está pareciendo la historia de estos dos?
¿Alguna opinión sobre Santiago?
¿Sobre Valentina?
Vamos a mitad de la historia y esto me está encantando🤭
¡Un abrazo enorme!
Katt.
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