05

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El teléfono pitaba mientras Kenna esperaba que Ledi contestara. Estaba sentada en una mesa desconocida en una sala desconocida, un conocido sentado frente a ella, esperando en silencio que terminara de usar el teléfono.

El sonido de la espera era desesperante. Normalmente no tardaba tanto en contestar, pero normalmente no le llamaba de un número desconocido. Sólo esperaba que levantaran el teléfono y pudiera avisar dónde estaba, al menos como medida de seguridad. Algo que no había hecho antes.

Kyri, frente a ella, veía el pergamino quemado por la runa que había usado para despertarla. El cómo la había encontrado o cómo había deducido que tenía que activar la runa era un misterio, pero se veía consternado por la situación en general. Al menos lo parecía cuando despertó de una pesadilla en un tren, porque en ese momento estaba tratando de recrear la runa, dibujando con los dedos desnudos sobre la mesa. Sus trazos no dejaban marca, su magia estaba en sus ojos, no en sus manos.

Finalmente, Ledi contestó la llamada.

— ¿Bueno? — se escuchó a sí misma hablar para que su amigo la reconociera. No fue él el que le respondió.

— ¿Kenna? ¿Dónde estás? ¿Estás bien? — preguntó una voz femenina por el altavoz. Esa era Nule. Sonaba sumamente preocupada, con la voz rota como si hubiera estado llorando.

— Estoy bien — contestó, tratando de sonar tranquilizadora —. Lamento no haber contestado sus mensajes, es una larga historia pero...

— ¿Qué tan larga puede ser? No ha pasado más de media hora. Cómo sea... — Kyri, que escuchaba la conversación a medias, levantó una ceja ante ese dato.

— ¿Media hora? Tardé al menos dos horas en descubrir cómo despertarte — habló sin pensarlo. Nule, a través de la línea escuchó al extraño.

— ¿Quién es ese? ¿De quién es este número? ¿Dos horas? Pero inicié el ritual hace...

— Lee tus libros: El ritual modifica el tiempo — se escuchó a Ledi a lo lejos. Bien, ahí estaba Ledi, quién debía contestar la llamada, acercándose para arrebatarle el teléfono a Nule. Un "oye" se escuchó mientras se lo quitaba —. Kenna, no te hemos visto en todo el día, ¿Estás bien?

— Sí, solo que...

— ¿Dónde estás? Tengo que contarte algo importante. ¿En tu casa? Voy en camino — Nule hablaba como tarabilla en el fondo.

— Será mejor que no hagas eso — contestó la rubia rápidamente. Casi pudo ver a sus amigos levantar sus cejas, juzgandola a través de la línea —. No estoy en casa, vine a Sogai.

"¡¿A Sogai?! ¿Qué diablos haces sola en Sogai?" escuchó a Nule siendo callada por Ledi.

— Estoy bien, no se preocupen. Solo que el primer tren sale hasta — volteó a ver al morocho, quién de nuevo se había distraído dibujando la runa, ahora en una libreta. Este tardó un segundo en captar la información que le pedía.

— A las seis de la mañana — murmuró.

— Las seis de la mañana — repitió, esperando con eso calmar a sus amigos. Nule no sonaba calmada, estaba murmurando cosas de un ritual y podía escuchar cómo pateaba cosas. Ledi asimiló la información en silencio.

— Kenna, ¿Enserio te pareció buena idea ir sóla allá? ¿Tienes siquiera dónde pasar la noche? — Kyri la volteó a ver. La de cabello cenizo se notaba temblorosa. Terminó de dibujar una runa inerte y decidió que era un buen momento para intervenir.

— Puedes quedarte aquí — Kenna volteó a verle —. De hecho, es mejor que lo hagas. No creo poder encontrarte un hotel que no hechice a sus huéspedes, además de que podrías perderte cuando vayas a la estación.

— Puedo cuidarme sola — murmuró la rubia, tapando la bocina del teléfono.

— ¿Quién es ese? — preguntaba Nule en el fondo.

— Eso es discutible ahora mismo — murmuró. Los quejidos de Nule eran constantes y el morocho se aprovechó de ellos para hablar, aún con un tono de voz suave —. Ledi y la chica están preocupados por tí y, honestamente, encontrarte desmayada en un callejón de mala muerte no fue una visión tranquilizadora. Quédate aquí por la noche y mañana yo mismo te llevaré a la estación. O uno de los chicos, si te hace sentir más tranquila, sólo no te vayas a la mitad de la noche. Por favor.

Kenna lo observó un momento. Su orgullo le estaba doliendo tanto como su pecho en ese momento. Kyri, el mismo que había cortado lazos con ella sin muchas explicaciones, le estaba ofreciendo un techo para pasar la noche. La había seguido durante su ataque de pánico y cuidado hasta que despertó. Toda esa situación le causaba sentimientos contrariados, pero la realidad es que no tenía muchas opciones.

— ¿Kenna? ¿Sigues ahí? — escuchó a Ledi del otro lado de la línea.

— Si, eh — Kyri estaba escribiendo un "por favor" al lado de la runa —, si tengo dónde quedarme. No se preocupen por eso — "por favor no pregunten más, por favor no pregunten más".

— Kenna, ¿Estoy alucinando o estás con...? — empezó su amigo. Kenna asintió, incluso sabiendo que no la podían ver.

— Con Kyri, si — respondió. Ledi se quedó en silencio. Nule por otra parte debió de ponerse roja. "¡¿Kyri?! ¿Ese lector bastardo?" se escuchó y, al ver al morocho mirar hacia abajo, obviamente incómodo, hizo lo único que se le ocurrió —: Bueno, no se preocupen, estoy bien, les hablo cuando consiga prender mi teléfono.

Y colgó.

El silencio que siguió fue sepulcral. El lector simplemente mantuvo la cabeza baja, mordiendo su labio inferior mientras rayaba las orillas de la hoja. Kenna simplemente no tenía mucho que decir, por más que tuviera el teléfono de Kyri en la mano. La runa seguía ahí, casi calcada del pergamino, pero inerte por más que el lector la rozara. Incluso era mejor en un arte que no era el suyo.

Después de unos momentos, le alargó la mano con el teléfono. El chico finalmente levantó la cabeza, tomando el teléfono y poniéndolo al lado de la libreta.

— Gracias por permitirme llamarles — dijo la chica. Apenas se daba cuenta que el lector se había quitado gran parte de los brazaletes que llevaba en la calle —. Y por lo demás también — se obligó a agregar. El morocho seguía haciendo garabatos con la pluma.

— Es lo mínimo que puedo hacer — fue lo único que respondió. Kenna no sabía si era porque no quería hablar o porque, al igual que ella, no sabía qué más decir.

Realmente no tenía mucho que había despertado y lo único que había pasado en el intervalo entre ella recuperando la conciencia y la llamada fue que la ayudó a sentarse a la mesa de su estancia y le preguntó si tenía alguien a quién llamar. Le había mostrado su teléfono, descargado y, dado que ninguno tenía el cargador, le había cedido el suyo. Y hasta ahí, realmente no habían interactuado mucho, aunque era más de lo que se habría imaginado hace un año.

— Ese era Ledi, ¿huh? — lo escuchó. Dibujaba de nuevo la runa en una nueva hoja. Ella asintió —. Tenía tiempo que no escuchaba de él. ¿Cómo sigue su...? — señaló sus ojos, probablemente buscando la palabra correcta.

— ¿Su miopía? — pregunto y el morocho le dió la razón —. Bien, supongo. Aún le cuesta distinguir las visiones.

— ¿Nigromante?

— Profeta, su magia está en sus ojos — el lector torció los labios —. Va mejorando. Aún no se rinde con la medicina alternativa — Kyri la miró a los ojos y bajó la mirada inmediatamente. La miopía era una condición incurable y que un profeta, alguien que  literalmente usa los ojos físicos para cualquier manifestación mágica, la tuviera era, cuando menos, un problema.

Kyri abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero la cerró rápidamente y siguió dibujando. Las runas debían ser reproducidas en un orden específico, algo que él no hacía, pero sus trazos eran tan limpios que le causaba envidia. No podía permitirse sentirse así. No ahora, no de él.

Debería estar furiosa. Y, por las miradas y expresiones del chico, se hacía a la idea de que él también estaba expectante de que, de alguna manera, se continuara la discusión que había sido su última discusión.

Ninguno parecía muy dispuesto a seguirla, al parecer.

— Así que, estás en Sogai — soltó de la nada el pelonegro. Trazaba la runa una y otra vez, sin voltear a verla —. Llevo desde el atardecer pensando en qué te ha hecho venir aquí y...

— ¿Te parece que no debería estar aquí? — preguntó, un tanto a la defensiva. Kyri levantó la mirada y la posó sobre ella.

— Tienes derecho de estar en donde quieras, los dos sabemos que no tengo derecho a cuestionarlo, pero no me refiero a eso — contestó, soltando la pluma por fin —. Me refiero a que tú, Kenna Hart, no estarías pisando la misma ciudad que yo, mucho menos aceptando quedarte aquí en la noche, salvo que tuvieras una muy muy buena razón.

— ¿Ósea que el que tú estés en Sogai significa que yo no puedo estar aquí? — repitió la pregunta, sosteniendo la mirada. Violeta frente avellana.

— Ósea que evitas estar en lugares donde han están las personas que te han hecho daño.

— Esto no es cierto — la rubia arrugó la nariz y el morocho levantó una ceja. Otra habilidad que ella no tenía y le producía conflicto.

— ¿Segura? Porque recuerdo que me obligaste a rodear un río solo porque una chica que te caía mal estaba en el puente — soltó, como si nada.

— Claro que no. Ese puente era inestable.

— Y una vez llevaste a tus hermanos por los barrios peligrosos de Gara para no encontrarte a tu maestro.

— Ese maestro era un acosador y no iba a exponer a mis hermanos.

— Bien. ¿Has vuelto a Gara desde que cumpliste diecisiete? ¿Para ver a tus hermanos o algo? — Kenna apretó los puños bajo la mesa. Kyri debió notarlo con su intuición y siguió —. No es ataque y no es el punto. El punto es que estás aquí, conviviendo conmigo y es más o menos voluntario. ¿Por qué?

— No es como que me hubieras dejado muchas opciones. Decir que los hoteles hechizan a mitad de una llamada no es algo alentador — pronunció la chica, manteniendo la presión en sus manos.

— Es cierto. Además, no parece que tuvieras muchos planes más allá de desmayarte en la vía pública — sus dedos jugueteaban, sobre la mesa, a la espera de una respuesta que Kenna no estaba dando ni iba a dar en un futuro próximo, a juzgar por sus puños. El mayor suspiró —. ¿Algo que decir?

— No tengo que darte explicaciones a tí — fue lo único que contestó. Kyri rodó los ojos. Seriamente, ¿qué esperaba? ¿Comunicación? ¿Esa cosa que él había exigido cortar el momento en que su magia fue centrada hacia su tercer ojo?

— Bien — dijo, levantándose de la mesa, sus brazaletes resonando al chocar contra ellos —. Toma tu runa, espero compense la que quemé — y deslizó la libreta en dirección a la chica. Kenna suspiró. ¿Era enserio?

— Las runas tienen un orden específico al ser trazadas, no puedes simplemente dibujarla y esperar que funcione — murmuró, apretando los labios. En serio debía ser agradecida y lo sabía, pero también sabía que algo en él le estresaba. No sabía si había sido así antes de la ruptura, pero así era ahora y no lo podía evitar.

— Dije "espero". Las runas no son mi campo de trabajo — soltó el lector en respuesta, caminando fuera de esa pequeña estancia y a lo que Kenna creía ser la cocina. Suspiró. Podría probarlo, poniendo su dedo índice en la libreta en medio de la mesa, pero eso no demostraría más que una verdad que ella conocía de memoria. Aún así, la curiosidad se había posado sobre ella. Kenna no era buena trazando runas en el aire, por mucho que pudiera hacerlas en papel (aunque también le costara trabajo memorizar cada trazo), sabía que no era lo suyo. Tal vez Kyri también era mejor en eso y ella ni siquiera lo sabía.

La menor estiró su dedo lentamente, posicionándolo en el centro de la runa antes de tocar directamente la runa.

Nada.

Eso era un alivio.

— Sé que no te gusta la idea de estar aquí, pero me sentiría muy mal si te dejo sin alimento toda la noche — escuchó la voz de Kyri acercándose, así que levantó la mirada en dirección a la cocina —, así que necesito que me digas qué cosa te gustaría cenar, en caso de que tenga que salir a comprar algo. Ya sabes, una pequeña pipa de la paz... — el lector, que había aparecido frente a Kenna, se calló un segundo, con una expresión difícil de descifrar en su rostro. Algo de confusión con algo más que Kenna no distinguía. Otrora cosa que no distinguía era qué había causado esa expresión en primer lugar. El chico se lo dejó claro antes de que tuviera tiempo de preguntar —: ¿Así que no puedo esperar que funcione, eh?

Kenna bajó la mirada hacia la libreta, que seguía siendo presionada por su mano. La runa, que debía estar trazada de manera incorrecta, brillaba y quemaba la hoja en espera de ser liberada. Eso era una sorpresa para la chica, que se había pasado el primer semestre peleando contra esas runas en papel tratando de que quedaran bien, que se activaran de manera correcta. Y Kyri, que ni siquiera debía tener magia en las manos, podía dibujarlas de manera correcta a la primera. Era injusto.

Fue un acto impulsivo respuesta de un pensamiento intrusivo el que hizo que Kenna soltara la runa, lanzando la libreta en dirección a Kyri en el segundo, esperando que esta le afectara a él. Y, a juzgar por el hecho de que ella no sintió ese cosquilleo extraño que aparecía cada vez que una runa se activaba en ella, así había sido.

Después de unos segundos, Kyri pareció captar lo que había ocurrido unos segundos antes.

— ¿Activaste mi runa? — fue lo primero que preguntó.

— Así parece — contestó Kenna.

— ¿La activaste sobre mí? — fue su segunda pregunta.

— Sobre mí no fue — el morocho se talló los ojos en respuesta.

— ¿Para qué era, exactamente? — preguntó mientras realizaba dicha acción. La chica suspiró.

— Digamos que, por las siguientes seis horas, no serás capaz de dormir — Kyri la volteó a ver, sus ojos violeta mostrando algo entre asombro e indignación. Kenna inmediatamente se sintió culpable por haber hecho eso —. Lo siento, yo no...

— Está bien, supongo que es lo que me merezco — dijo con la conmoción aún en sus ojos. Parecía estar procesando el hecho de que estaba hechizado (y lo estaría por otras seis horas), así que Kenna lo dejó en silencio. Unos segundo después, volvió a hablar, mirándola fijamente —: Kenna, ¿estás maldita?

Kenna abrió los ojos, estupefacta. El desconcierto se hizo presente en su mirada y en sus manos, que parecieron quedarse congeladas por unos segundos. Todo en ella pareció quedarse congelado por unos segundos mientras Kyri asentía, observándola. "Eso pensé" fue lo que murmuró antes de volver a sentarse a la mesa.

— ¿Cómo...? — empezó Kenna.

— Te desmayaste en condiciones extrañas, la gente que te vió jura que le gritaste a una sombra antes de caer al suelo, tus amigos te llamaron después de un ritual asustados, llevas runas para evitar dormir con símbolos de protección en la bolsa... Es bastante obvio que algo no está bien contigo — soltó, en un tono que variaba entre la petulancia de su descubrimiento y la preocupación. La libreta, con una hoja quemada, seguía ahí —. Y estás aquí, conviviendo conmigo. Si fuera menos inteligente, pensaría que viniste a Sogai a buscarme — Kenna desvió la mirada —. ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué estás aquí?

La rubia suspiró.

— Es una historia un poco larga.

— Me hechizaste para no dormir. Creo que ambos tenemos tiempo para hablar.

Kenna tomó aire. Iba a ser una noche larga, un poco contra su voluntad, un poco porque ella así lo había causado. Había ido a Sogai con la esperanza de encontrar a Kyri y que éste leyera su maldición, ¿no? El estar encerrada con ella en su apartamento por toda la noche no era su idea de cómo ocurriría, pero ya estaba ahí y no podía fingir que no estaba maldita. Había olvidado lo intuitivo que podía llegar a ser Kyri.

Entonces habló. Desde el primer sueño y cómo se abrió su tercer ojo a las pesadillas. Los monstruos, las muertes y, especialmente, el recuerdo. Ese cuento que su padre le contaba y que la mujer había opacado, cómo el suelo se quebraba bajo su pies y, especialmente, la mujer. Sus palabras, sus tres interacciones. Kyri la escuchaba en silencio, preguntando ocasionalmente por detalles mientras volvía a rayar su libreta con garabatos que Kenna no entendía. Las palabras de la doctora y, finalmente, su decisión de venir a Sogai.

— No venía a verte a tí, específicamente — afirmó, sin mirar al morocho a la cara —. Necesito una lectura, si, la habría aceptado de cualquiera, pero... — incluso sin verlo, pudo sentir una ceja levantándose con petulancia —, pero tú eres la única persona que realmente puede leerme sin que tenga que explicar cada sueño relacionado a mis memorias. Mis hermanos aún son muy jóvenes y mi padre-

— Está bien — habló Kyri, estirándose después de lo que sintió como una hora de hablar —. Te leeré las cartas, no necesito más palabras. Pero — empezó y Kenna levantó la mirada. Abrió y cerró la boca como un pez un par de veces antes de continuar —: es tarde, casi medianoche. Tendremos que posponerlo hasta después de que comas algo.

Kenna alzó las cejas, un tanto indignada —. ¿Te acabo de contar la cosa más importante y amenazante que me ha pasado y tú piensas en comida? — preguntó. Kyri ya estaba levantándose y poniéndose un abrigo, listo para salir.

— ¿Sabías que el estado del cuerpo afecta directamente la magia? Perdón, pero mi familia me enseñó a jamás realizar un acto de magia sin haberme alimentado correctamente antes. Espera aquí, una de las vecinas tiene un puesto de comida y me conoce. Tardaré apenas un minuto.

Abrió la puerta del departamento, una brisa fría colándose por la apertura y haciendo que Kenna recordase que no llevaba ni un abrigo cuando salió de su casa. Una mala decisión. Justo antes de salir, el lector se volteó a verla.

— Tranquila — le dijo —. Te ayudaré a resolver esto.

Y dejó a Kenna sóla en su apartamento. Desconocía todo ahí, incluso esa actitud de Kyri.

Una cena sencilla, comida callejera que sabía bastante bien para verse así. No es que Kenna fuera prejuiciosa, pero no le tenía mucha fé a un puré verde con manchas claras, además de que no tenía hambre. De no ser porque Kyri amenazó con no leerle las cartas a no ser que comiera, no lo habría hecho, pero le importaba esa lectura. Ya estaba ahí, ya le había contado de sus problemas y ahora tenía que recibir esa lectura.

Después de cenar en silencio, el lector la exilió de la mesa de trabajo con la excusa de que necesitaba adecuar el lugar, algo que definitivamente era mentira. Kenna había ido muchas veces a casa de Kyri y había visto a su padre hacer lecturas al momento sin necesidad de adecuaciones o cualquier cosa. Una excusa, supuso, para encontrar sus cartas o algo así.

Cuando la dejó volver a sentarse había una vela a cada lado y cuatro flores en la mesa: Una retama amarilla, un trilio blanco, una radiata y un narciso. Kyri ya estaba sentado en ella, su mazo de cartas frente a él. La rubia se sentó yel morocho la miró unos momentos antes de hablar.

— ¿Te han leído alguna vez? — preguntó.

— Tu padre, pero fue hace mucho — respondió. Kyri comenzó a barajar frente a ella.

— ¿Recuerdas algo de lo que te dijo? — Kenna trató de hacer memoria, pero realmente no recordaba más que las circunstancias en las que había pasado.

— Fue después de que cumpliera trece y Aruna abriera su tercer ojo. Madre me mandó con tu padre para que viera si había algo mal conmigo — Kyri se mordía el labio mientras barajaba. Kenna sabía que tenía que prestar atención a las cartas, no a las reacciones del lector, pero le parecía inevitable —, pero no recuerdo nada de lo que dijo.

— ¿Y lo que viste en las cartas? — la chica negó y el lector siguió su empresa sin decir nada. Después de unos minutos, puso la baraja en el centro de la mesa, en el espacio entre las flores.

— Kenna Hart, del linaje de lectores Hart, tu destino no está sellado ni escrito en piedra, pero he de leerte lo que los astros para tí planean — recitó, finalmente viéndola a los ojos. Tal vez eran las velas, pero por primera vez Kenna notó lo anormales que eran sus ojos violetas —. ¿Qué es lo que tu corazón inquieta y a lo que tu alma miedo genera?

— La maldición que ha caído sobre mí — incluso si pensaba que el interrogatorio previo era sumamente ridículo, era un protocolo, uno que Kenna necesitaba seguir para conseguir resultados. Kyri asintió y volvió a barajar, esta vez sobre la mesa, las cartas. Su reverso era violeta también y ese mazo se le hacía conocido. Tal vez el padre de Kyri se lo había dado tras la ceremonia, no lo sabía.

Finalmente, el mazo se mostró como un abanico frente a ella, y el lector recitó las palabras. La mano derecha de la escritora tomó tres de manera arbitraria, y las entregó de nuevo al lector, que las encima a las flores.

Kyri suspiró —. ¿Sabes que, una vez veas lo que hay abajo, no vas a poder ignorarlo? — Kenna asintió. El morocho, si bien se veía un tanto reticente a seguir, lo hizo. Tomó aire y recitó un canto, muy bajo y muy dulce que hizo que a Kenna se le erizara la piel.

Era la misma nana que su padre tarareaba cuando era pequeña.

Ahora que su tercer ojo estaba "abierto", podía ver lo que hacía esa melodía tan inocente, y es que en la frente de Kyri había una pequeña marca violeta, igual que sus ojos, brillando mientras el jóven pasaba su mano por las cartas elegidas. Se preguntaba si había una mancha así en su frente también.

— La primer carta es tu pasado — dijo, con una voz casi calmante, levantando la carta con delicadeza y poniéndola al lado de la retama — ¿Puedes verla?

— Si, puedo verla — murmuró, viendo el dibujo de una daga atravesando un ojo, una leyenda escrita en un idioma que no entendía a lo largo de los bordes. Kyri la observó en silencio unos segundos antes de decir qué significaba.

— La traición ha sido parte de tu vida desde tu infancia, ¿No es cierto? — habló. Kenna se mantuvo callada, pensando en la hipocresía de esa oración —. Y aún así no lo mostraste, no decías ni mostrabas tu dolor, al menos no de una manera típica — su tercer ojo brillaba cuando empujó la retama sube la carta y fuera de esta, cambiando la imagen en esta. Esta vez era la colina en la que estaba su casa, pequeña y lejana bajo lo que parecía ser el mismo ojo, llorando —. Te alejaste de todo aquello que te vió crecer y de todo aquél que te maltrató. Cambiaste el día que te fuiste, tu magia...

— Yo no tenía magia cuando dejé Gara — interrumpió. Kyri separó la mirada de la carta un momento.

— Bueno, la carta dice que la tenías, pero cambió el día que te fuiste, casi como... — se calló y negó —. ¿Puedes ver las runas? — Kenna se sorprendió ante la pregunta. Por mucho que viera la carta, no veía nada remotamente similar a una runa.

— No hay runas ahí — dijo y Kyri asintió, poniendo la flor sobre la carta y dejándola ahí antes de seguir con lo siguiente.

— La segunda carta es tu presente — la volteó y acomodó junto al trilio. La imagen mostraba una luna menguante boca abajo, el fondo completamente oscuro. Tenía la idea de que había algo más que no podía ver, pero el forzar la mirada hizo que su frente ardiera. — ¿Qué es lo que ves?

— Una luna, las puntas están en tu dirección — contestó y Kyri asintió.

— Estás perdida — soltó. Kenna trató de no reírse.

— ¿Literal o metafóricamente? — preguntó, a sabiendas de que estaba en una ciudad desconocida. Kyri rodó los ojos ante esa actitud.

— Tu magia no tiene dirección y, al parecer, se la pasa vagando tu cuerpo sin asentarse en ningún lado — ni siquiera debía sorprenderle que Kyri pudiera leer eso de una luna vacía, pero era lo que más le impactaba, más allá de sus palabras —, es como si nunca hubieras realizado tu ceremonia.

— La realicé en la fecha adecuada — murmuró, pero el morocho no dijo nada, solamente pasó el trilio sobre la carta. Esta vez, Kenna la vió directamente blanca. Kyri volteó a verla, un tanto consternado, antes de hablar.

— Los puentes pueden significar muchas cosas, pero este me dice que estás en una transición. A juzgar por la fase de la luna, es una transición peligrosa que podría terminar mal. Y las estrellas... Los astros son símbolos de estabilidad, pero tus estrellas están cayendo y-

— No veo nada de eso — la chica volvió a interrumpir, esta vez con un dato que aportaba a la conversación. El lector levantó la mirada, claramente preocupado, alternando entre Kenna y la carta.

— ¿Qué ves, entonces?

— Nada. Está vacía — los ojos violetas de Kyri brillaron ante esta respuesta, su tercer ojo parpadeando por primera vez. Negó y jaló la carta hacia sí mismo, observándola en silencio.

— Hay algo interfiriendo con tu magia, Kenna Hart — susurró —, es un poder del que las runas no te están protegiendo de manera adecuada y que seguramente saboteó tu ceremonia. Un poder antiguo.

— ¿La maldición por la que estoy aquí? — preguntó y el morocho negó. Su tercer ojo brillaba con intensidad ahora mientras leía esa carta que ella no podía ver.

— Yo conozco ese puente — fue lo único que dijo antes de volver a acomodar la carta y poner el trilio sobre esta. Tomó aire antes de posar la mano sobre la tercera carta, aquella que era el futuro. Kenna también estaba nerviosa. Esa carta sería aquella que definiría qué maldición la seguía y, con suerte, qué debía hacer para evitar que lograra consumirla.

Kyri la giró. Un segundo y Kenna sintió su corazón en la garganta, lágrimas en los ojos y nauseas, todo al mismo tiempo. La expresión de Kyri tampoco era una de confort, sus ojos llenos de incredulidad ante aquella imagen que presentaba la carta.

— La mujer de mis sueños — murmuró Kenna.

— La Tanda Amara — murmuró Kyri al mismo tiempo. Ambos jóvenes se voltearon a ver, con sorpresa en los ojos, ambos con la idea de que algo no estaba bien ahí.

En ese momento una de las dos velas se tambaleó y cayó sobre las cartas y las flores. Ambos se levantaron al instante, Kenna congelada sin saber exactamente qué hacer, Kyri sacando rápidamente una runa de un hueco en la pared, y colocándolo directamente sobre el fuego. Una runa de extinción, fallida al parecer, pues las llamas la rechazaban.

— Actívala, Kenna — dijo, nervioso, el lector al ver que no funcionaba.

— Es defectuosa, no va a funcionar.

— Por favor, hazlo — y es que el chico se estaba quemando la mano, sujetando la runa en el lugar. Kenna suspiró y se acercó, sin muchas esperanzas. Las llamas se extendían por la mesa y, al ver cerca la mano de Kenna, Kyri la jaló a la runa, independientemente del fuego.

Las llamas cesaron de quemar al instante y disminuyeron en segundos. El dolor en el brazo del lector, por otra parte, se hacía notable en su rostro. Sin saber ni ser capaz de conjurar ninguna runa para ayudarle, Kenna atravesó la estancia en dirección a esa puerta que era la cocina. Tomó una toalla y la mojó, volvió con Kyri, que se había dejado caer en el suelo y la colocó en su brazo izquierdo.

— ¿Qué fue eso? — preguntó la chica mientras el lector trataba de manejar el dolor.

— Tu maldición — respondió y ambos se quedaron en silencio unos minutos. Kenna era capaz de sentir el dolor del chico, fuera por sus quejidos o por las imágenes del fuego quemando su brazo. Pero al menos lo sentía y al menos podía mover el brazo, eso era bueno.

Después de diez minutos en silencio, sentados en el suelo el uno junto al otro, Kyri retiró la toalla de su brazo. Kenna esperaba una cicatriz o una quemadura en este, pero ambos se sorprendieron al ver su extremidad en perfecto estado, sin ninguna herida o memoria del incidente.

— ¿Cómo...? — empezó Kenna, impactada.

— Como dije, es tu maldición — respondió el morocho, levantándose con dificultad del suelo. Kenna lo imitó y ambos se encontraron con la mesa, una gran quemadura en esta, pero la radiata impecable, justo en el medio de la mesa.

— Lamento eso — habló Kenna, preocupada por el estado de la mesa. El lector, por otro lado, tomó la flor roja y la contempló en su perfección.

— Lamento si esto te trae malos recuerdos, ¿pero recuerdas ese cuento que tu padre nos contó justo antes de su accidente? — preguntó el morocho, su voz monótona y sin siquiera voltear a ver a Kenna.

No, no eso.

— La historia de los Dragones Gemelos y su tierra más allá de la nuestra, Xeroba, la tierra de los muertos con mil maravillas — siguió el morocho sin esperar la respuesta de Kenna —. Hay una pagoda que une nuestros mundos y un puente por el que caminan los viajeros que quieren entrar a Xeroba, pero en ese puente hay una guardiana, la mujer que apareció en la carta.

— ¿La mujer que aparece en mis sueños? — preguntó Kenna, Kyri asintió.

— Esa mujer es la Tanda Amara, la guardiana de la tierra de la muerte — la chica se erizó ante esa afirmación. Kyri finalmente levantó la mirada hacia la escritora, la radiata en su mano quemada —. No sé cómo, no sé porqué, pero te ha elegido, Kenna.

— ¿Me ha elegido? — repitió, dudosa. El lector asintió —, ¿pero para qué me ha elegido?

En respuesta, Kyri señaló la mesa.

Esa quemadura que hace unos momentos era amorfa se había transformado en una imagen grabada a fuego. Aquel puente que antes no era capaz de ver en la carta de su presente se mostraba frente a ella, grabado con intensidad y mirando fijamente a Kenna. Estrellas cayendo, un abismo cruzado por ese sencillo puente, y una sombra, la misma sombra que Kenna había visto antes de desmayarse en Sogai.

— No sé qué significa, Kenna, pero me hago una idea — murmuró el lector. Kenna se hacía la misma idea, esa última frase que dijo su padre antes de morir, esa última frase de ese último cuento que había bloqueado por tres años ya.

"Entre sueños y profecías, una chica que a su muerte camina".

Un mensaje llegó al teléfono de Ledi a las tres de la mañana en punto.

"Te veo en la mañana para desayunar".

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