Capítulo 7
La castaña caminó velozmente por los pasillos, rogando internamente porque nadie la siguiera. Sentía sus ojos arder, en su pecho le pinchó algo curioso, un dolor insoportable que cada vez crecía más. Lejos de ponerla felíz, haber tenido relaciones con Meliodas sólo le había recordado una de las razones por las que lo amaba; nadie la tocaba como él, y no de una forma sexual, no, mucho más allá, contacto de almas, como si sólo el rubio pudiera llevarla a un lugar lejano mientras intimaban. Ni siquiera ella lo comprendía, sólo están segura de que sus sentimientos por el hijo mayor del Rey demonio eran los mismos de hace 3000 años, pero no, se había asegurado de que el sufrimiento se detendría, ni pensar en perdonarlo, ni pensar en volver a sus brazos, ni pensar en un futuro donde pudieran estar juntos.
Meliodas había hecho su elección hace muchos años, y ella la estaba haciendo ahí, mientras trotaba, y retenía con sus manos aquellas lágrimas que amenazaban con salir.
Dobló una esquina y se arrecostó a la pared, miró sus temblorosas manos, para luego cerrarlas en un puño.
...
El entrenamiento había terminado, otra vez Meliodas había arrasado y vencido a todos fácilmente. Segundos después de que el rubio decidiera que había sido suficiente por aquel día, una castaña salió disparada, sin mirar atrás.
Ella quería alejarse, por eso corrió con todas sus fuerzas por el bosque, mas contra él no había muchas oportunidades, y antes de notarlo ya estaba pisándole los talones.
—Aurora —La retuvo con fuerza, ella se negaba a mirarlo a los ojos.
—Déjame en paz piojoso —Trató de zafarse, pero él lo impidió.
De un brusco movimiento la giró para que lo encarara, cuando estuvieron frente a frente, llevó dos dedos a su mentón y con suavidad lo elevó, haciendo que el verde y violeta chocaron. Como si de magia se tratase, algo en su interior se revolvió, una corriente eléctrica los azotó con fuerza, indescriptible y maravilloso lo que pasa a cuando sus ojos se encontraban.
Querían que ese momento fuera eterno.... Pero la realidad los golpeó con una abrumadora fuerza cuando sintieron el cantar de un pájaro, el tiempo no se detenía, ni siquiera para ellos.
—¿Por qué tienes que hacerte la dura? —Cuestionó embobado con aquellas gemas violetas.
—N-no me hago la dura —se mordió la lengua al notar que balbuceaba, no quería mostrarle lo mucho que le gustaba, pero cuando aquella esmeraldas la observaban con ese brillo... Era como si fuera hechizada.
—Aurora por favor —enredó sus manos en su cintura atrayéndola hacía él —, no sé cuántas veces lo he intentado, pero, no me pienso rendir, tu me lo enseñaste.
—No te dije que me persiguieras —Intentó alejarse con todas fuerzas fingiendo enojo, hasta que sintió unas altas carcajadas por parte de su compañero —¿Qué es tan gracioso? —alzó la vista para observarlo, y se quedó anonada, en los labios del rubio había una sonrisa sincera, no coqueta, no juguetona, no arrogante, no, está sonrisa era auténtica y hermosa.
—Me dijiste que persiguiera mis sueños Aurora —Se acercó hasta besar su frente, presionó sus labios con dulzura, unos segundos fueron suficiente para que la castaña se derritiera en sus brazos, ella sintió sus pies flaquear y tuvo que aferrarse con fuerza al pecho de su contrario —Y tu eres mi sueño, pequeña revoltosa.
Aquello rompió la coraza de su corazón en mil pedazos, el muro que había construido por miedo a que él le hiciera daño, acababa de caer, había subestimado a Meliodas, demasiado. Todo lo que quería el demonio lo conseguía, inclusive el amor de aquella simple chica.
Quería responderle, de verdad que quería, pero en ese momento su lengua se trabó y no sabía que argumentos utilizar. Había temido tanto ese día, pero a la vez, lo había anhelado tanto.
—No me destruyas —Fué lo único que le dijo tras unos minutos para esconder su cabeza en el pecho de él.
—Mi pequeña tormenta —acomodó su barbilla en la coronilla de ella —eres lo único bueno que me ha pasado en la vida. ¿Qué clase de idiota sería si destruyera con mis manos lo más preciado de este podrido mundo?
—Serías Meliodas —Respondió con gracia para llevar una mano a su mejilla —Mi piojoso.
...
—Sigues siendo Meliodas —una lágrima cayó sobre sus palmas blancas —Sigues siendo el piojoso del que me enamoré, pero ya no, ya no más amor mío. Jamás te olvidaré, jamás lo haré, pero no merezco esto, no merezco tu inseguridad, tu traición y tus dudas, y tú, tú no mereces mi amor.
Susurró con una sonrisa mientras lloraba a cántaros, y como el berrinche de una niña pequeña, terminó cuando decidió seguir caminando, alejándose aún más.
—Tu sigues siendo mi pequeña revoltosa —del otro lado de la pared Meliodas dijo con paciencia, frustración y nostalgia, había escuchado todo, desde su desgarrador llanto hasta sus palabras tan llenas de verdad —, la Aurora de la que me enamoré esta ahí, sigues siendo ella, y ahora, estas huyendo a un lugar al que ya no puedo perseguirte, porque ya no tengo el derecho de hacerlo.
Palabras del autor:
Me duele, me duele escribir esto ;-;
Hola, tengo justificación por haber estado pérdida tanto tiempo. Estaba en exámenes, todo el mes de septiembre tuve pruebas, pero ahora ya estoy libre, y espero poder terminar está historia en octubre.
¿Ustedes que dicen?
Recordar que está historia es una colaboración.
Nos vemos pronto.
~Sora~
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