Capítulo 1

Dejar la ciudad justo en el último año de instituto fue el indicio de que mi vida comenzaría con ciertas controversias. Sobre todo porque no era un viaje de vacaciones familiares en una cabaña alejada de la ciudad o unos días de camping en medio de la naturaleza y sin señal o internet.

Aunque disfrutaba salir a caminar y leer un buen libro, no me gustaba que me obligaran a ir a un lugar en donde no conocía a nadie y solo hubiera adultos preguntándome: ¿Qué tienes pensado hacer con tu vida?

¿Cómo responder a una pregunta tan decisiva cuando solo tienes diecisiete años y no te decides por nada ya que te interesan demasiadas cosas?

—Heather, vas a amar el pueblo —dijo mi madre con tanta emoción, mirándome hacia atrás desde el asiento copiloto—. Y el instituto es más pequeño, pero debe haber muchos jovenes con los que harás amigos.

—Mis amigos están en la ciudad, mamá ¿Hay internet siquiera? —contesté hastiada y de repente se me ocurrió cómo provocarla—. Quizás me haga amiga de los Decksheimer.

—Ni lo intentes, Heather, ya lo hablamos —advirtió tajante.

Negó con la cabeza mirando hacia la ventana.

«Ya lo hablamos», esa frase decía cuando ella sola tomaba una decisión y luego me lo comunicaba.

—Los jovenes de ahora, lo único que les interesa es el internet —agregó papá queriendo cambiar el tema, observándome por el espejo retrovisor y yo desvié la mirada.

No, no me interesa el internet por las redes sociales, sino por lo que allí puedo investigar, leer para olvidarme de la realidad y dejar de estresarme con el futuro.

—La edad, cariño, la edad... —le contestó mamá resignada.

Como si la edad fuera el problema para no contribuir en las decisiones que ellos tomaban sin consultarme, sobre todo porque hasta el último momento dije que no quería venir.

¿Y a dónde íbamos? A Wyland, un pueblo rodeado de árboles y cerros con algunas historias antiguas, asesinatos sin resolver y en cuanto a las personas me los imaginaba como típicos chismosos de pueblo, sin embargo no era algo que a mí me importara demasiado ya que mi mente estaba centrada principalmente en el destino de este trayecto por la carretera. 

Mis padres hablaban un poco alto por sobre la música noventera en la radio y yo subía el volumen en mis audífonos escuchando teenegers de my chemical romance, aunque mi lista de reproducción era bastante bipolar y dependía de mi estado de ánimo. Con los dedos de la mano llevando el ritmo al chocar en mi rodilla, mamá me miraba de vez en cuando y podía predecir que me diría: No escuches tan fuerte esa música sin contenido que lo único que te hará es daño en los oídos.

¿Qué hice yo para ser tan fastidiada en esta vida?

Ocho horas de viaje con el trasero pegado al asiento, y no entendía por qué jamás había conocido a mis abuelos, no existía un lazo afectivo, solo lo conocía por fotos.

Sasha, mi madre; siempre me dijo que la relación con su familia no fue buena y este viaje lo hacíamos porque era momento de reconciliarse con él, y mi padre la había convencido, así que no me quedaba más que acatar.

Sentía mi boca seca por haber comido chatarra y cuando pregunté por agua, mi madre me ofreció la botella. No sé cuánto faltaba pero estaba que me dormía del aburrimiento y cedí a la pesadez de mi cuerpo para terminar por relajarme.

Mis papás eran jovenes ya que mamá me tuvo cuando era adolescente, actualmente los dos tenían más de treinta y tantos. No hablaban mucho del pasado, sabía que fue un amor prohibido por las familias al haberme tenido tan jovenes, pero según lo que yo sabía es que ellos escaparon juntos y por eso nunca más volvieron.

—Estamos llegando —informó papá. Interrumpiendo mi sueño, de la nada me había quedado dormida entre tantos pensamientos, sentía pesado el cuerpo del cansancio.

—¿Lo recuerdas? —le dijo mamá bostezando.

—¿Cómo olvidarlo? Han pasado años y este lugar no cambia. —Suspiró.

Bajé un poco la música de mi celular, desde la carretera nos introducimos en un callejón de ripio rodeado de robles, todos frondosos entre verdes y amarillentos por la primavera y a lo lejos en los cerros se observaban los pinos, el paisaje era hermoso pero seguía sin convencerme para permanecer aquí.

En el fondo esperaba cumplir los dieciocho años para regresar a la ciudad y poder estudiar.

Centré mi atención en la ventana al notar que el atardecer disminuía la luz solar impidiéndome ver con claridad, los árboles rozaban sus hojas con el viento y sonaban entre sí, entonces algo chocó en el vidrio con fuerza haciéndome saltar y alejándome del cristal. Un pájaro muerto cayó desde el cielo como si ya no tuviera fuerzas para volar, o en el peor de los casos muerto por algún cazador creyendo que era un gran deporte.

—Demonios —murmuré colocando mi mano en el pecho.

—Eso suele pasar aquí, los pajaritos a veces se caen de los árboles cuando están en el nido.

—Qué forma más suicida de caer, mamá —le respondí mirándola por el rabillo del ojo.

Miré hacia atrás y el pequeño pajarito quedó en el camino, al regresar la vista al costado de la ventana vi una silueta entre los troncos de los árboles, pensé en que podría ser el que mató el ave, a diferencia de mi madre yo desde hace tiempo perdí la fe en la humanidad, en efecto puedo jurar que vi a un hombre vestido de negro tratando de esconderse al notar mi mirada y lo seguí buscando en el ventanal de atrás, pero desapareció.

—Hemos llegado a casa —anunció papá.

Ellos se dieron una mirada cómplice y como si no lo pensaran dos veces abrieron la puerta para bajar del auto observando los alrededores. Hice lo mismo, cerré la puerta detrás de mí y el aroma de la naturaleza se hizo presente por todo el lugar, aunque había un olor muy peculiar que no logré descifrar de dónde venía, dulce y fresco como un perfume a flor, no obstante no divisé por ningún lado las flores, sino árboles y arbustos.

La casa del señor desconocido, mi abuelo, era de dos pisos y construida con madera dándole un aspecto bastante rústico, la chimenea estaba encendida y se oía la televisión fuerte, con eso ya percibía que tenía problemas de audición.

—¿Crees que nos reciba bien? —dudó mamá

—Tendremos que averiguarlo —respondió acercándose a ella y tomándole la mano para ir a la entrada.

Me quedé desde lejos al lado del auto, esperando a que tocaran la puerta. Tenía esa extraña sensación de que me observaban y de vez en cuando echaba un vistazo pero no veía nada.

—Heather, ven —me llamó mi padre y obedecí.

Tocaron al menos unas tres veces la puerta, pero la televisión se encontraba en un volumen demasiado alto, entonces papá comenzó a ver por la ventana, sin embargo la cortina lo dificultaba y la luz solar disminuyó casi en su totalidad, por lo que las luces automáticas que rodeaban la casa se encendieron apenas nos asomamos frente a la casa.

—¿No hay una puerta trasera? —dije algo ansiosa porque seguía teniendo un mal presentimiento.

Caminé al lado de la casa ignorando el tono de voz más alto de mi madre diciendo que abrieran la puerta, al asomarme por el costado la lampará se movía lentamente con el viento y cuando iba a regresar lo que vi me hizo dar unos pasos hacia atrás casi tropezándome con mis propios pies, llevé mis manos a la boca y nariz por las náuseas que me produjo advertir frente a mí un perro muerto colgando desde una soga y, un charco de sangre tenuemente absorbida por la tierra provocada por cada gota que caía del pobre animal.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, no soportaba ver esta clase de cosas con seres vivos indefensos y que muchas veces actuaban solo por instinto, a favor de los dueños, inclusive por alerta y defensa propia.

—¿Qué pasa? —dijo mi padre al sentir mis arcadas—. ¡Dios mío! ¡Sasha empuja la puerta! —gritó al darse cuenta del perro.

—¿Eh? —contestó confundida y le dio espacio a mi padre para que se abalanzara en contra de la puerta y al cuarto empujón logró abrirla provocando a que sonara retumbando en la pared.

—¿Me vas a decir que los perros también mueren así como las aves? —le dije a mamá sintiéndome dolida—. Sigo diciendo que no me atrae venir aquí. —Respiré profundo para que la sensación de asco se me quitara.

Mi madre miró al perro y fue como si se quedara en blanco, no vi una expresión de sorpresa a diferencia de la mía, aunque sí le dolía, no le impactaba.

—Deja de ser pájaro de malagüero por favor, hija. Algo tiene que haber sucedido. —dijo queriendo sonar despreocupada.

—¡Por supuesto! —exclamé

—Silencio —dijo papá asomándose por la puerta y llamándonos—. Parece que no está, Sasha. 

Entramos a la casa y estaba oscura, solo la luzde la televisión alumbraba con el fuerte sonido que era molesto a los oídos, pese a que me llamó la atención lo que se transmitía, una grabación de una canción infantil conocida que llamada "Caballito blanco".

Busqué el control para bajar el volumen, pensando en por qué el abuelo tendría una grabación con esa canción infantil.

Es extraño.

Mis padres fueron a una de las habitaciones en el segundo piso y los escuché decir:

—Debe estar durmiendo ya que siempre a las 9:30 solía hacerlo —le contó mamá una vez arriba—. O quizás fue al pueblo de compras y dejó la televisión para dar a entender que hay alguien en casa.

—Puede ser. —respondió papá.

Avancé hacia la escalera y vi la cocina semi oscura en el trayecto, las cortinas estaban abiertas y dejaban ver al perro que aún seguía colgado, arrugué mis ojos porque el corazón se me apretujó, lo siguiente que escuché fue un grito desgarrador de mi madre y un gran estruendo en el suelo, alaridos que jamás había oído de ella. Mi piel se erizó y un escalofrío recorrió mi cuerpo imaginando al instante lo que estaba sucediendo.

Corrí escalera arriba y el aroma que apenas perceptible pude sentir a fuera impactaba ahora con más potencia en mi nariz. Una esencia a flor y, quisiera decir que era a lavanda pero parecía una mezcla de infusiones que una vez el olor se hacía costumbre podía ser agradable y finalmente terminaba identificando la lavanda por completo.

Llegué a la habitación y al instante di unos pasos hacia atrás chocando con la pared del pasillo antes de entrar, un señor mayor de aspecto afligido colgaba del cuello, si con el perro había quedado mal, con él fue perturbador.

Tantas veces vi videos sobre asesinatos, películas, o leía libros de este tipo, pero verlo frente a frente la percepción era muy distinta.

Tragué grueso.

Mi madre acongojada intentando bajar a mi abuelo de la soga y mi padre marcando en su celular para llamar a la policía con las manos temblorosas y a la vez rogando a Dios que le diera fuerzas.

Me acerqué a ella para sostenerla entre la desesperación y sus gritos de angustia que me partían el corazón.

—Mamá... no lo muevas —dije más alto abrazándola con fuerza por detrás—. Deja que la policía llegue e investigue qué sucedió.

—¡Se mató! ¿no te das cuenta? Esto es mi culpa por dejarlo solo tantos años —dijo refregando sus manos en el rostro y llevándolas hacia su cabello corto sin poder creerlo.

—¿Y ese olor? —pregunté.

—Esto tiene que ser una broma, alguien tiene que haberlo hecho —dijo papá antes de contestar—. ¿Hola? Si, ha ocurrido un accidente. —agregó para luego darle la dirección.

—¿Quién? Mamá. —Volví a exigirle respuesta.

—Ve abajo y no toques nada —advirtió

—¿Por qué no me dices de una buena vez qué está sucediendo?

—¡No sé! —gritó exasperada

—¡Mamá!

—Cállense, por favor —exigió mi padre y salió de la habitación para seguir hablando con la policía.

Miré a mi madre y como la vi tan afectada no insistí más en averiguar qué sabia de esto. Salí de la habitación impactada con todo lo que estaba sucediendo, apenas unos minutos de nuestra llegada y encontrarnos con esta tragedia, fue demasiado.

Un ave.

Un perro.

Mi abuelo.

¿Y todavía crees que no tiene lógica?

Comencé a observar a mi alrededor a medida que avanzaba por el pasillo de madera que sonaba en cada pisada y parecía hundirse, detallando en las paredes las fotografías antiguas del señor fallecido, cortando leña, posando orgulloso con un pescado y algunas con una mujer que suponía era su esposa por el parecido a mi madre, siempre destacando que habían vivido en este lugar llamado Wyland.

Sentí un fuerte golpe desde la habitación y me devolví, mi madre estaba en el suelo y un escalofrío me recorrió la espalda porque ver al señor en ese estado era horrible.

—¡Mamá! —grité corriendo hacia ella para levantar su cabeza.

Tomé su pulso apenas perceptible, el problema a la tiroides a veces le producía tanta fatiga que se combinaba con las altas de presión provocando desmayarse. Esto fue demasiado duro para ella.

—¡Papá! ¡Se desmayo! —lo llamé.

Escuché sus pasos corriendo por la escalera y unas luces azules y rojas se reflejaron en el techo de la habitación, la policía había llegado.

Mi padre se inclinó a tomarla en brazos, estábamos tan acostumbrados a esto que sabíamos cómo reaccionar, sin embargo que llegara la ambulancia también nos daba cierta tranquilidad.

Papá bajó con ella llevándola directo al automóvil de la ambulancia, y yo detrás de él.

Me quedé en la entrada de la casa, abrazándome a mí misma por el frio que sentí. Vi a dos policías y médicos forenses, identificándolos por sus uniformes.

Quería huir de aquí, vivir la sensación del asesinato no era igual que la ficción, no obstante aunque me sintiera así me atraía el tema de la investigación y justicia, la mente de un psicópata puede ser tan impredecible como también muy inteligente, hay quienes siguen patrones en sus víctimas y gracias a esos los policías pueden descifrar al asesino, pero no todo el tiempo lo hacen.

Era tan extraño que el perro haya estado en el mismo estado que el señor en la habitación, y que de bienvenida un pájaro muerto haya chocado en la ventana, no creo estar tan loca para haber visto una silueta.

¿El abuelo habrá matado al perro y luego se suicidó? Pero ¿Qué llevaría a una persona mayor a suicidarse? Y si él lo hubiera hecho ¿Qué sentido tenía matar a su perro que había sido su compañero fiel?

De repente se cortó la luz de todos los alrededores y eso me paralizó, mi miedo a la oscuridad me generaba una desesperación instantánea, el corazón me saltaba en la garganta y comencé a ahogarme. Las voces de los demás las escuchaba con los oídos embotados.

—¡Enciendan el generador! —Escuché decir a lo lejos.

—¿Heather? —Oí a papá—. Heather ¿Estás bien? —Alumbró con la linterna de su celular y di un salto cuando lo vi de frente— Respira, hija.

Las luces se encendieron y las voces se hicieron más nítidas cuando regresaron a sus labores de investigación. Mi padre me tomó del brazo para llevarme a la ambulancia, mientras a mamá la estaban tratando.

—Quédate aquí, iré a hablar con la policía.

Asentí, porque no me quedó de otra y me senté en la orilla de la ambulancia.

Sentí que me pusieron una manta en la espalda y salté un poco por lo inesperado, al verlo frente a mí, me percaté de un joven policía seguramente novato en el área del crimen, y en su mano tenía una libreta con un lápiz, ni siquiera se sorprendió a que yo me asustara ya que estaba escribiendo no sé qué si aún no hablábamos.

Dirigí mi mirada a la suya para ver en qué detallaba, entonces noté que eran mis botines negros estilo militar llenos de barro y a comparación de sus zapatos negros se distinguían perfectamente brillantes como recién lustrados, levantó una ceja al verme a los ojos expresando su incomodidad. Sus ojos eran claros, pero la luz tenue de la ambulancia no me dejaba verlos con claridad.

Miré el cierre de su pantalón e hice la misma expresión que él, me sentí tan divertida porque una buena forma de incomodar a alguien es haciéndole creer que algo en ellos, en su ropa o cuerpo, está sucio, desordenado y fuera de lugar.

Rápidamente se miró hacia abajo y luego regresó su mirada a la mía dándose cuenta de mi juego, con esa distracción calmé la sensación del pánico que estuve sintiendo por la oscuridad.

Me encantaba analizar a las personas, sorprenderme a mí misma cuando acertaba en ciertos aspectos. Según descifré que el policía se preocupaba por su forma de vestir y mantenerse limpio, porque su mirada al verme los zapatos fue como si me juzgara.  

—Oficial Decksheimer —dijo—. Izan Decksheimer ¿Cuál es tu nombre?

Joder.

¿En estas circunstancias podría ignorar la advertencia de mi madre sobre no involucrarme con los Decksheimer?

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