xxiv. ¿Aviones o caníbales?
capítulo veinticuatro: ¿aviones o caníbales?
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CUANDO FRANK IRRUMPIÓ por las puertas de garaje, la casa estaba empezando a arder, Percy le gritó que entrara y el se zambulló en la parte de atrás del auto junto a Hazel, con Ella acurrucada del otro lado con la cabeza entre las alas, murmurando:—Oh, no. Oh, no. Oh, no.—Fiona se sentó en el asiento delantero del pasajero, agarrándose del asiento mientras Percy aceleraba el motor. Salieron disparados del garaje antes de que estuviera completamente abierto y giraron sobre el césped.
Los ogros corrieron para interceptarlos, pero Percy gritó a todo pulmón. Fiona observó cómo explotaba todo el sistema de riego. Un centenar de géiseres salieron disparados por los aires junto con los terrones de tierra, trozos de tubería y aspersores muy pesados. Fiona encontró un nuevo apodo para el chico: señor supremo de los sistemas de riego.
Yendo como a cuarenta por hora, golpearon al primer ogro y se desintegró con el impacto, Cuando los monstruos superaron su confusión, el cadilac estaba a medio kilómetro por la carretera. Balas de cañón en llamas estallaron sobre ellos. Al mirar atrás, Fiona vio que la casa de Frank se estaba incendiando y deseó haber podido detenerlo de alguna manera.
Atravesaron el bosque a toda velocidad y se dirigieron al norte.
—¡En tres kilómetros!—dijo Frank.—¡No te puedes perder!
Detrás de llos, más explosiones se escucharon, como si unas manos gigantes rasgaran la tela. El humo se elevó hacia el cielo.
—¿A qué velocidad puede correr los lestrigones?—preguntó Hazel.
—No lo averiguaremos.—murmuró Percy y giró bruscamente a la izquierda.
Las puertas del aeródromo aparecieron ante ellos, a solo unos cientos de metros de distancia. Un jet privado los estaba esperando en la pista, con las escaleras abajo.
¡Pam! La cabeza de Fiona golpeó el techo del auto cuando se toparon con un bache y salió volando.—¡Ay!—gritó cuando las ruedas tocaron el suelo y Percy pisó los frenos. Se desviaron hasta detenerse justo dentro de las puertas.
Salieron todos y Frank tensó un nuevo arco.—¡Suban al avión! ¡Vienen!
Los monstruos se acercaban a una velocidad alarmante. La primera línea de lestrigones salió disparada de bosque y corrió hacia ellos a quinientos metros de distancia... cuatrocientos... Percy, Fiona y Hazel lograron sacar a Ella del auto, pero tan pronto como vio el avión, ella comenzó a chillar.
—¡N—n—o!—ella gritó.—¡Vuelo con alas! ¡N-no aviones, no!
—Está bien.—prometió Hazel.—¡Te protegeremos!
Ella dejó escapar un gemido horrible y doloroso, como si la estuvieran quemando. Percy levantó las manos con exasperación.—¿Qué hacemos? ¡No podemos obligarla!
—No.—asintió Frank, pero se les estaba acabando el tiempo; los ogros estaban ahora a trecientos metros.
—Es demasiado valiosa para dejarla atrás.—dijo Hazel, antes de hacer una mueca ante sus propias palabras.—Dioses, lo siento, Ella. Sueno tan mal como Fineas. Eres un ser vivo, no un tesoro.
—Sin aviones. N-no, sin aviones.—la arpía estaba hiperventilando y Fiona se asustó, sin saber que hacer. Trató de calmarla y pareció funcionar por un segundo, pero no tenían un segundo. Necesitaban irse. Ahora.
Fue entonces cuando los ojos de Percy se iluminaron.—¡Tengo una idea! Ella, ¿puedes esconderte en el bosque? ¿Estarás a salvo de los ogros?
—Esconderse.—estuvo de acuerdo Ella.—A salvo. Esconderse es bueno para las arpías. Ella es rápida y pequeña. Y rápida.
—Está bien.—dijo Percy.—Solo quédate en esa área. Puedo enviar a un amigo para que te venga a buscar y te lleve al campamento Júpiter.
Frank sacó otra flecha y la colocó en el arco.—¿Un amigo?
Percy agitó la mano para decir: te lo contaré más tarde.—Ella, ¿te gustaría eso? ¿Te gustaría que mi amigo te lleve al campamento júpiter y te muestre nuestro hogar?
—Campamento.—murmuró Ella. Luego, en latín, dijo:—La hija de la sabiduría camina sola, la marca de Atenea arde en Roma.
Fiona frunció el ceño, vio el tic en la mandíbula de Percy ante las palabras. Hija de la sabiduría, Atenea, ¿No dijo que Annabeth era una hija de Atenea? Oh, Fiona no tenía tiempo para investigar demasiado sobre esto.—Um, cierto...—ella rápidamente intervino ante la expresión de su rostro.—Eso suena muy importante, pero hablaremos de eso más tarde. Está bien, Ella, estarás a salvo en el campamento. Habrá todos los libros y la comida que quieras.
—No aviones.—insistió.
—Nada de aviones.—prometió Fiona.
—Ella se esconderá ahora.—simplemente así, se había ido, una raya roja que desapareció en el bosque.
—La extrañaré.—Hazel dijo con tristeza.
Fiona también lo haría, lo cual era nuevo. ¿Quién pensaría que Fiona Midgrass extrañaría a una arpía, de todas las criaturas? La mirada de Fiona parpadeó hacia Percy, y todavía vio una mirada preocupada en su rostro.
Frank arrojó la carta de su abuela a Percy.—¡Muéstrale eso al piloto! ¡Muéstrale también tu carta de Reyna! Tenemos que despegar ahora.
Se apresuraron a subir al avión. Frank los siguió después de hacer estallar una bala de cañón que se dirigía directamente al avión con una flecha, lo que, una vez más, fue bastante impresionante de su parte, y se zambulló en el avión justo cuando las escaleras comenzaban a subir. El piloto entendió la situación, haciendo recibido ambas cartas. Presionó el acelerador y se precipitaron por la pista. Otra explosión ondeó a través de la pista detrás del avión, pero estalló en el aire.
Tan pronto como se sentó, Fiona vio a Frank hundir la cabeza entre sus manos y llorar.
El avión se inclinó hacia la izquierda, pero Fiona no se dio cuenta. Los sollozos de Frank hicieron que se le encogiera el estómago.
Por el intercomunicador, la voz del piloto dijo:—Senatus Populusque Romanus, mis amigos. Bienvenidos a bordo, Próxima parada: Anchorage, Alaska.
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¿Aviones o caníbales? Vamos, no hay competencia, en absoluto. La respuesta es obviamente caníbales.
Percy, con toda honestidad, preferiría conducir el cadilac de la abuela Zhang hasta Alaska con ogros lanzando bolas de fuego en lugar de sentarse en un lujoso Gulfstream. Pero Fiona se sentó a su lado, por lo que supuso que estaba bien. Había volado antes, eso lo sabía. Los detalles eran confusos, pero recordó volar en un pegaso llamado Blackjack y que realmente le gustaban las donas. Incluso había estado en un avión una o dos veces. Pero un hijo de Neptuno (Poseidón, lo que sea) no pertenecía al aire. Cada vez que el avión golpeaba un punto de turbulencia, el corazón de Percy se aceleraba y estaba seguro de que Júpiter (Zeus, lo que sea) los estaba abofeteando. Al final, se encontró extendiendo la mano y agarrando la mano de Fiona. Ella arqueó una ceja hacia él pero no lo soltó. En cambio, le dio un apretón como para decirle: está bien.
Hizo todo lo posible por concentrarse mientras Hazel y Frank hablaban. Hazel le estaba asegurando a Frank que había hecho todo lo posible por su abuela. Frank los había salvado de los lestrigones y los había sacado de Vancouver. Había sido increíblemente valiente. Frank mantuvo la cabeza gacha como si estuviera avergonzado de haber estado llorando, pero Percy no lo culpó. El pobre acababa de perder a su abuela y ser ver a su casa incendiarse, tenía todo el derecho de llorar por eso. En lo que a Percy respectaba, derramar algunas lágrimas no te hacía menos hombre, especialmente cuando acababas de defenderte de un ejército de ogros que querían comerte de desayuno.
(Aunque, Percy todavía no podía superar el hecho de que Frank era como un pariente lejano. ¿En qué lo convertiría eso? Frank sería su... ¿qué? ¿un sobrino mil veces lejano? Si, era demasiado raro para describir con palabras).
Frank se negó a explicar qué era el regalo de su familia, pero mientras volaban hacia el norte, les contó sobre su conversación con Marte la noche anterior. Explicó la profecía que Juno había emitido cuando era un bebé, sobre su vida atada a un trozo de leña y cómo le había pedido a Hazel que se lo guardara. Junto a Percy, Fiona se tensó y le apretó la mano con más fuerza. Pero logró decirle a Frank que estaba pasando por algo similar con su collar, contándole la historia de cómo su hermano Nico se lo regaló el día en que supo que era hija de Plutón.
Parte de la historia de Frank, Percy ya se había dado cuenta. Hazel y Frank obviamente habían compartido una experiencia loca cuando se desmayaron juntos y que habían hecho algún tipo de trato. También explicaba por qué, incluso ahora, por costumbre, Frank revisaba el bolsillo de su abrigo y por qué estaba tan nervioso alrededor del fuego. Aún así, Percy sintió una fuerte sensación de admiración, tanto para él como para Fiona. Ambos tenían sus vidas colgando de un hilo muy fino, listo para ser cortado en cualquier momento y, sin embargo, todavía estaban aquí, embarcándose en un misión sabiendo muy bien que podría terminar en sus muertes. Y para Fiona, lo más probable es que así fuera. No le gustó eso. Percy estaba decidido a asegurarse de que Tánatos no se la llevara al Inframundo. Él no permitiría que eso sucediera. Lucharía contra el dios si era necesario.
—Frank.—dijo.—Estoy orgulloso de ser pariente tuyo.
Las orejas de Frank se pusieron rojas. Con la cabeza baja, su corte de pelo militar formaba una flecha negra y afilada que apuntaba hacia abajo.—Juno tiene algún tipo de plan para nosotros, sobre la profecía de los ocho.
—Si.—se quejó Percy.—No me agradaba como Hera y no me agrada más como Juno.
Miró a Fiona a su lado, recordando la conversación de anoche. Ella le había dicho que no le importaba si era romano o griego, ella confiaba en él de todos modos. No sabía por qué eso significó tanto para él, pero lo había hecho. Quería contarle todo lo que pudiera recordar de su antigua vida, pero también estaba asustado, no estaba particularmente seguro.
Hazel estudió a Percy con sus luminiscentes ojos dorados y él se preguntó cómo podía estar tan tranquila. Como la más joven en esta misión, ella seguía la que los mantenía a todos unidos y los consolaba. Posiblemente también estaba volando directamente a su muerte y, sin embargo, no mostró ningún miedo. Hizo que Percy se sintiera un poco tono por tener miedo a las turbulencias de los aviones.
—Eres hijo de Poseidón, ¿no?—ella preguntó.—Eres un semidiós griego.
Con su mano libre, Percy agarró su collar de cuero, sin querer soltar la mano de Fiona. Hacía calor. Le hizo sentir menos miedo.—Empecé a recordar en Portland, después de la sangre de gorgona. Ha estado volviendo a mí lentamente desde entonces. Hay otro campamento, el Campamento Mestizo.
Con solo decir el nombre hizo que Percy se sintiera cálido por dentro, como la fogata en la noche. Los buenos recuerdos lo invadieron: el olor de las campos de fresas bajo el cálido sol de verano, los fuegos artificiales iluminando la playa el cuatro de julio, los sátiros tocando la flauta en la fogata nocturna y los terribles pastelitos azules hechos por su medio hermano y Annabeth en su cada en su decimosexto cumpleaños. De repente, se preguntó su a Fiona le gustaría: las fogatas, las fresas, la playa... miró para comprobar su expresión, pero vio que ella no lo estaba mirando. En cambio, sus ojos estaban fijos en el suelo.
—Otro campamento.—repitió Hazel.—¿Un campamento griego? Dioses, si Octavian se entera——
—Declararía la guerra.—dijo Frank.—Siempre está ha estado seguro de que los griegos han estado allí afuera, conspirando contra nosotros. Pensó que Percy era un espía.
—Es por eso que Juno me envió.—Percy dijo y luego corrigió su error rápidamente.—Uh, quiero decir, no para espiar. Creo que fue una especie de intercambio, bueno...—miró a la chica a su lado.—En realidad, Fiona lo sugirió, lo cual fue muy inteligente.—ella no le dio ninguna señal de que le gustara el cumplido Frunció el ceño para sí mismo. Bien...—Ella cree que su amigo, Jason... cree que lo enviaron a mi campamento. En mis sueños, vi a un semidiós que podría haber sido él. Estaba trabajando con otros semidioses en un buque de guerra volador. Creo que vendrán al Campamento Júpiter a ayudar.
Frank golpeó nerviosamente el respaldo de su asiento.—Marte dijo que Juno quiere unir a los griegos y los romanos para luchar contra Gea. Pero, por dios, los griegos y los romanos tienen una larga historia de mala sangre.
Hazel respiró hondo.—Probablemente es por que los dioses nos han mantenido separados tanto tiempo. Si un buque de guerra griego apareciera en el cielo sobre el campamento Júpiter y Reyna no supiera que va a ayudar...
—Si.—estuvo de acuerdo Percy.—Tenemos que tener cuidado de cómo explicamos esto cuando volvamos.
—Si es que volvemos.—murmuró Frank.
Percy asintió de mala gana.—Quiero decir, confío en ustedes. Espero que confíen en mi. Me siento... bueno, me siento cercano a ustedes como a cualquiera de mis viejos amigos en el Campamento Mestizo. Pero con los otros semidioses, en ambos campamentos, habrá mucha sospecha.
Hazel hizo algo que no esperaba. Ella se inclinó y lo besó en la mejilla. Fue totalmente un beso fraternal, pero Fiona frunció el ceño, la primera reacción que había obtenido Percy desde que nombró el Campamento Mestizo. No estaba seguro de por qué lo quería hacer sonreír. Estaba celosa. Estaba celosa y se ve tan bonita con la cara arrugada y...
—Por supuesto que confiamos en ti.—dijo Hazel.—Ahora somos una familia, ¿verdad, Frank, Fiona?
—Claro.—dijo Frank.—¿Me das un beso?
Hazel rio, pero había algo de tensión nerviosa en ella.
(Percy se abstuvo de preguntarle a Fiona lo mismo. Miren, ahora lo recuerda. Annabeth es una muy buena amiga y no tiene novia en casa, lo que significaba que no tiene por qué sentirse mal por sus sentimientos por ella, pero estaba seguro de que si le preguntaba eso, ella le daría un puñetazo en la cara. Percy necesitaría más confianza para eso. En este momento, la idea de que Fiona todavía esté sosteniendo su mano era suficiente para hacer que su estómago de un vuelvo: wow, oh dios mío, es linda, es bonita, tiene un cabello bonito...)
—De todos modos.—dijo Fiona, aclarándose la garganta. Ella todavía no había soltado su mano. Percy pensó que era algo bueno.—¿Qué hacemos ahora?
Percy respiró hondo. El tiempo se acababa. Era casi la mitad del veintitrés de junio y mañana era la fiesta de la fortuna.—Tengo que contactar un amigo para cumplir mi promesa con Ella.
—¿Cómo?—dijo Frank.—¿Con uno de esos mensajes de Iris?
—Sigue sin funcionar.—murmuró Percy con tristeza.—Lo intenté anoche en la casa de tu abuela. No tuve suerte. Tal vez sea porque mis recuerdos aún están confusos o los dioses no permiten una conexión. Espero poder contactar a mi amigo en mi sueños.
Otro golpe de turbulencia lo hizo agarrar su asiento. Fiona volvió a apretarle la mano, pero no lo miró. Wow, ¿gracias...? Abajo, las montañas cubiertas de nieve se abrían paso a través de las nubes.
—No estoy seguro de poder dormir.—dijo Percy.—Pero necesito intentarlo. No podemos dejar a Ella sola con esos ogros alrededor.
—Sí.—dijo Frank—Todavía tenemos horas de viaje. Toma el sofá, hombre.
Percy asintió. Se sentía afortunado de tener a Hazel, Frank y Fiona cuidándolo. Lo que les dijo era verdad, confiaba en ellos, mucho. En la extraña, aterradora y horrible experiencia de perder la memoria y ser arrancado de su antigua vida, Fiona, Hazel y Frank fueron un respiro de aire puro.
Miró a la chica a su lado y pensó que se veía realmente hermosa. Percy tomó el coraje que le quedaba y se estiró, apoyando la cabeza en su regazo y cerrando los ojos. Fiona se tensó, pero no lo empujó, lo cual era una buena señal entre todas las otras extrañas.
Percy dejó escapar un suspiro y soñó que caía de una montaña de hielo hacia un mar frío.
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Fiona y Hazel despertaron a Percy cuando llegaron a Alaska, la tierra más allá de los dioses (o lo que sea). Estaba orgulloso de sí mismo, feliz, contento... aunque debería estar triste, atrapado en Alaska, el territorio natal del gigante, sin contacto con sus viejos amigos justo cuando sus recuerdos estaban regresando, había visto al ejército de Políbotes a punto de invadir el Campamento Júpiter y que los gigantes planeaban usarlo a él y Fiona en algún tipo de sacrificio de sangre para despertar a Gea (no solo eso, sino que mañana por la noche sería la fiesta de la fortuna)... se sintió extrañamente fortalecido. Su sueño con Tyson le había levantado el ánimo. Recordó a Tyson, su hermano. Habían luchado juntos, celebrado victorias, compartido buenos momentos en el Campamento Mestizo. Recordó su hogar y eso le dio una nueva determinación para triunfar. Estaba luchando por los dos campamentos ahora, dos familias.
Juno le había robado la memoria y lo envió al Campamento Júpiter por una razón. Él entendía eso ahora. Todavía quería golpearla en su rostro piadoso, pero al menos entendía su razonamiento. Si los dos campamentos podían trabajar juntos, tenían la oportunidad de detener a sus enemigos. Por separado, ambos campamentos estarían condenados.
Habían otras razones por las que Percy quería salvar el Campamento Júpiter. Razones que no se atrevía a poner en palabras, todavía no, de todos modos. Pero... sus ojos se posaron en Fiona sentada a su lado, su cabello todavía lucía un desastre, pero era hermoso con sus ondas oscuras, sus labios se abrían en un suspiro silencioso mientras pensaba en su próximo plan para atacar... Percy pensó que podría haber un futuro para él y, con suerte, tal vez Fiona estaba allí. Universidad, cafés, suburbios, casas, niños... (Si, eso era pensar demasiado Jackson, basta).
Un taxi los llevó al centro de Anchorage y Percy le contó a Fiona, Hazel y Frank sobre sus sueños. Parecían ansiosos, pero no sorprendidos cuando les contó que el ejército de gigantes se acercaba al campamento mestizo.
Frank se atragantó cuando escuchó lo de Tyson.—¿Tienes un medio hermano que es un cíclope?
—Si.—sonrió Percy.—Lo que lo convierte en tu tatara-tatara-tatara——
—Por favor.—se tapó los oídos.—Suficiente.
—Mientras pueda llevar a Ella al campamento.—murmuró Hazel.—Estoy preocupada por Ella.
—Si.—agregó Fiona. Percy asintió. Todavía estaba pensando en la profecía que la arpía había recitado, sobre el ahogamiento del hijo de Neptuno y la marca de Atenea que ardía en Roma. No estaba seguro de lo que significaba la primera parte, pero empezaba a tener una idea de lo segundo. Trató de dejar la pregunta a un lado. Tenía que sobrevivir a esta misión primero.
El taxi giró en la autopista uno, que en realidad parecía más una calle pequeña, y luego los llevó hacia el norte, hacia el centro. Era el final de la tarde, pero el sol todavía estaba en lo alto del cielo.
Fiona apoyó la cabeza en el hombro de Percy y él se abstuvo de sonreír. Trató de actuar despreocupadamente, simplemente se relajó, dejándola observar el paisaje exterior con el ceño fruncido. Según Hazel, casi ninguno de los edificios era igual, pero señaló las características del paisaje: el vasto bosque que rodeaba la ciudad, las agua frías y grises de Cook Inlet trazando el borde norte de la ciudad, y las montañas Chugach que se elevaban grisáceas-azul en la distancia, cubierta de nieve incluso en junio.
El aire olía a limpio, muy limpio. La ciudad en sí tenía un aspecto curtido por el clima, con tiendas cerradas, autos oxidados y complejos de apartamentos desgastados a lo largo de la carretera, pero aún así era hermoso. Lagos y grandes extensiones de bosques atravesaban el centro y el cielo del ártico era una increíble combinación de turquesa y oro.
Percy sintió que Fiona se tensaba y ella lo agarró del brazo para señalar por la ventana.—¿Esos son...?
—Hiperbóreos.—asintió Percy. Le sorprendió recordar ese nombre.—Gigantes del norte. Luché contra algunos cuando Kronos invadió Manhattan.
—Espera.—Frank frunció el ceño.—¿Cuándo quién hizo qué?
Los gigantes no eran perceptibles para los mortales, pero Percy podía verlos: docenas de hombres de color azul brillante, cada uno de diez metros de altura con cabello gris escarchado, vadeaban los bosques, pescaban en la bahía y cruzaban las montañas.—Larga historia. Pero estos tipos parecen... no sé, pacíficos.
—Por lo general, lo son.—dijo Hazel.—Los recuerdo. Están por todas partes de Alaska, son como osos.
—¿Osos?—Fiona se puso rígida una vez más, con los ojos muy abiertos. Percy arqueó una ceja y ella se puso roja, era linda. La hacía parecer una remolacha.—Yo... no soy fanática de los osos.
Percy estaba ansioso por comenzar algunas bromas coquetas.—¿La poderosa Fiona Midgrass tiene miedo a los osos?
Fiona lo miró con los ojos entrecerrados y le dio un ligero empujón.—Cállate.
—Los gigantes son invisibles para los mortales.—continuó Hazel.—Nunca me molestaron, aunque una vez uno casi me pisó por accidente.
Se detuvieron en la cuarta calle, pagaron al conductor y se apearon. Comparado con Vancouver, el centro de Anchorage era diminuto, más parecido a un campus universitario que a una ciudad, pero Hazel parecía asombrada.
—Es enorme.—respiró ella.—Ahí es donde solía estar el hotel Gitchell. Mi madre y yo nos quedamos allí durante nuestra primera semana en Alaska. Se movieron al Ayuntamiento, Solía estar allí.
Ella los condijo aturdida por unas pocas cuadras. Realmente no tenían un plan más allá de encontrar la forma más rápida de llegar al glaciar Hubbard, pero Percy olió algo cocinándose cerca, ¿salchichas tal vez? Se dio cuenta de que no había comido desde esa mañana en la casa de la abuela Zhang.
—Comida.—dijo.—Vamos.
Encontraron una cafetería justo al lado del la haya. Estaba rebosante de gente, pero se las arreglaron para conseguir una mesa en la ventana y leyeron los menús. Después de una lectura rápida. Frank dejó escapar un grito:—¡Desayuno de veinticuatro horas!
Percy lo miró con el ceño fruncido.—Amigo, es como hora de la cena.—(aunque, para ser honesto, Percy no estaba seguro al decir eso mientras miraba afuera. El sol estaba tan alto que podría haber sido mediodía).
—Me encanta el desayuno.—dijo Frank.—Comería solo desayunos si pudiera. Aunque estoy seguro de que la comida de aquí no es tan buena como la que hace Hazel.
Hazel le dio un codazo, pero su sonrisa era juguetona.
Verlos así hizo feliz a Percy. Esos dos definitivamente necesitaban estar juntos. Pero también lo hizo pensar un poco, porque cuando miró a Fiona a su lado, deseó que fueran ellos. En lugar de eso, ella solo miraba el menú con los ojos entrecerrados. Percy quería pasar tiempo a solas con ella, porque parecía ser el único momento en que podía lograr que ella se abriera y le hacía pensar que tal vez había un tipo de oportunidad.
—Saben.—él dijo.—El desayuno suena genial.
Pidieron platos enormes de huevos, panqueques y salchichas de reno, aunque parecía un poco preocupado por los renos.—¿Creen que está bien que nos comamos a Rudolph?—casi de inmediato, Fiona dejó de masticar y miró su plato consternada.
—Amigo.—dijo Percy.—Podría comer a Prancer y Blitzen también. Tengo hambre.
Fiona lo miró fijamente y le dio el resto de su salchicha de reno, que él comió como si fuera Kronos comiéndose a sus hijos.
(Dioses, esa fue una extraña analogía).
Entre bocados de panqueques de arándanos, Hazel dibujó una "x" en su servilleta.—Así que, esto estoy pensando: estamos aquí.—tocó la "x".—Anchorage.
—Parece la cara de una gaviota.—dijo Percy.—Y nosotros somos el ojo.
Hazel lo miró fijamente.—Es un mapa, Percy. Anchorage está en la parte superior de esta franja de océano, Cook Inlet. Hay una gran península de tierra debajo de nosotros, y mi antigua ciudad natal, Seward, está en la parte superior de la península, aquí.—dibujó otra "x" en la base de la garganta de la gaviota.—Ese es el pueblo más cercano al glaciar de Hubbars. Podríamos dar de vuelta por mar, supongo, pero llevaría una eternidad. No tenemos esa cantidad de tiempo.
Frank comió su último Rudolph.—Pero la tierra es más peligrosa.—dijo.—Tierra significa Gea.
Hazel asintió.—Sin embargo, no veo que tengamos muchas opciones. Podríamos haberle pedido al piloto que nos llevara, pero no sé... su avión podría ser demasiado grande para el pequeño aeropuerto de Seward, Y si alquilamos otro avión...
—No más aviones.—dijo Percy.—Por favor.
Hazel levantó las manos en un gesto de paz.—Está bien. Hay un tren que va de aquí a Seward. Podríamos tomar uno esta noche, solo que toma un par de horas.—trazó una línea entre las dos "x".
—Acabas de cortarle la cabeza a la gaviota.—señaló Percy y Fiona le dirigió una mirada que decía: eres un idiota.
Hazel estuvo de acuerdo con ella, suspirando.—Es la línea del tren. Mira, desde Seward, el glaciar Hubbard está aquí abajo en alguna parte.—golpeó la esquina inferior derecha de su servilleta.—Ahí es donde está Alcioneo.
—¿Pero no estás segura de cuán lejos?—preguntó Fiona y su hermana frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Estoy bastante segura de que solo es accesible por barco o avión.
—Barco.—Percy dijo inmediatamente.
—Bien.—Hazel respondió.—No debería estar demasiado lejos de Seward. Si podemos llegar a Seward a salvo.
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La estación no estaba lejos. Llegaron justo a tiempo para comprar boletos para el último tren hacia el sur. Mientras sus amigos subían a bordo, Percy dijo:—Estaré con ustedes en un segundo.—y volvió corriendo a la estación. Pasó frente a la tienda de regalos y hasta el teléfono público. Nunca había usado una de esas cosas. Eran antigüedades extrañas para él, como el tocadiscos de su madre o las cintas de casete de Frank Sinatra de Quirón (Dioses, ni siquiera lo hagan comenzar con lo que recuerda sobre eso). No estaba seguro de cuántas monedas necesitaría, o incluso si podría hacer la llamada, suponiendo que recordaba el número correctamente.
Sally Jackson. Pensó.
Ese era el nombre de su mamá. Y... y tenía un padrastro también, no el malo, uno bueno llamado Paul Blowfish... no, Blofis. Ese es. ¿Qué pensaban que le pasó a Percy? ¿Tal vez ya habían realizado un servicio conmemorativo. Por lo que podía imaginar, había perdido siete meses de su vida, Claro, la mayor parte había sido durante el año escolar, pero aún así... no estaba bien-
Cogió el teléfono y marcó un número de Nueva York, el del apartamento de su madre.
Mensaje de voz. Percy debió imaginarlo. Sería como media noche en Nueva York. No reconocerían este número. Escuchar la voz de Paul en la grabación golpeó a Percy en el estómago con tanta fuerza que apenas podía hablar.—Mamá.—logró decir,—Hey, estoy vivo. Hera me puso a dormir por un rato y luego se llevó mi memoria y...—su voz vaciló. ¿Cómo podría explicar esto?—De todos modos, estoy bien. Lo siento. Estoy en una misión.—hizo una mueca. No debería haber dicho eso. Su madre lo sabía todo acerca de las misiones y ahora estaría preocupada.—Llegaré a casa. Lo prometo. Te amo.
Dejó el teléfono, mirándolo, como si esperara que volviera a sonar. Sonó el silbato del tren y el conductor gritó:—¡Todos a bordo!
Percy corrió. Llegó justo cuando estaban subiendo los escalones y encontró a Fiona esperándolo. Ella lo miró, preocupada.—¿Está bien?—ella preguntó.
—Si.—gruñó.—Solo... hice una llamada.
Ella frunció los labios, pareciendo entender. Ella no pidió detalles. En cambio, Fiona simplemente se puso de puntillas y tiró de Percy para abrazarlo. Percy no se sintió estúpido por derramar algunas lágrimas, pero se sintió expuesto, desconfiado de las demás personas en el tren. Pero con Fiona allí, sus manos acariciando suavemente su cabello mientras él escondía su rostro en su hombro (encorvado, porque era tan baja que la podía esconder en su bolsillo), no importaba. Todo lo que importaba eran sus palabras suaves, no violentas, destinadas solo a él.
—Vamos a regresar.—prometió Fiona.—Regresaremos y encontrarás el camino de regreso a ellos. Te lo prometo. Te ayudaré.
Percy aspiró el ligero olor a granada y se encontró creyéndole. Si pudiera, se quedaría así para siempre, solo en su abrazo, relajándose sin ninguna misión peligrosa, sin recuerdos perdidos, sin un ejército de gigantes, solo él y ella, ella y él, juntos. Recordó a un dios diciéndole que su defecto fatal era la lealtad, y en ese momento, definitivamente lo creía, porque Percy ya sentía que caería en el Tártaro por Fiona si tenía que hacerlo.
Después de eso, se encontraron con los demás, treparon a la parte superior del doble piso y se deslizaron en sus asientos. Frank y Hazel sabían que Percy estaba molesto, pero tampoco lo cuestionaron, lo que lo alegró. Pronto, se dirigieron hacia el sur a la largo de la costa, viendo pasar el paisaje. Percy trató de pensar en la misión, pero era un chico con TDAH, así que estar en un tren era un lugar terrible para concentrarse.
Mientras tanto, Frank estudiaba un mapa de Alaska que había encontrado en el bolsillo del asiento. Localizó el glaciar Hubbard, que parecía desalentadoramente lejos de Sewaed. Siguió pasando el dedo por la costa, frunciendo el ceño.
—¿Qué estás pensando?—preguntó Percy.
—Solo... posibilidades.—murmuró Frank.
Percy no sabía qué quería decir con eso, pero lo dejó pasar. Después de aproximadamente una hora, Percy comenzó a relajarse. Compraron chocolate caliente en el vagón restaurante (y si, le dieron leche sin lactosa a Frank), los asientos eran cálidos y cómodos, Fiona estaba sentada a su lado (lo cual era una ventaja adicional) y él pensó en tomar una siesta.
Pero habló demasiado pronto. Una sombra pasó por encima y los turistas murmuraron emocionado cuando comenzaron a tomar fotografías.
—¡Águila!
—¿Águila?
—Gran águila.
—Eso no es un águila.—respiró Fiona, con los ojos muy abiertos.
Percy levantó la vista justo a tiempo para ver a la criatura. Definitivamente era más grande que un águila, con un elegante cuerpo negro del tamaño de un labrador retriever. Su envergadura era al menos de diez metros de ancho.
—¡Hay otro!—Frank señaló.—Olviden eso. Tres, cuatro, está bien, estamos en problemas.
Las criaturas dieron vueltas alrededor del tren como buitres, deleitando a los turistas. Percy no estaba encantado. Los monstruos tenían ojos rojos brillante, picos afilados y garras feroces. Buscó su pluma en su bolsillo.—Esas cosas parecen familiares...
—Seattle.—dijo Hazel.—Las amazonas tenían una en una jaula. Son...
Varias cosas sucedieron a la vez. Los frenos de emergencia chirriaron y todos salieron volando hacia adelante. Los turistas gritaban y caían por los pasillos, Percy era muy, muy valiente y trató de hacer todo lo posible para asegurarse de que Fiona no saliera lastimada, pero al estar concentrado en cubrirla con su cuerpo, no vio a los monstruos abalanzarse hacia abajo, rompiendo el techo de vidrio del vagón, y todo el tren caer de los rieles.
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