xv. Gran pila de esquisto
capítulo quince: gran pila de esquisto
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HAZEL FUE SECUESTRADA POR LA HIERBA.
(¿Asustados? ¿Confundidos? ¿Horrorizados? Si, Fiona también sentía esas cosas).
Al escuchar que su hermana fue secuestrada de alguna manera por fantasmas de hierba o algo así (ya que Frank no pudo ver bien), ahora el chico estaba terriblemente avergonzado y sintiéndose horrible por sus habilidades de protección. Fiona le dijo que se callara y que lo mejor que podían hacer era buscarla. Girando su daga en su mano, Fiona comenzó a buscar a su hermana con Percy y Frank a cuestas.
—¿En qué dirección la viste ir?—le preguntó a Frank y él señaló hacia el oeste, por lo que se apresuraron a esa dirección. Trataron de mantenerse alejados de la hierba tanto como fuera posible, en caso de que la hierba también los secuestrara, lo cual significaba que tenían que avanzar escalando rocas. Fiona era bastante buena en eso, a menos que fuera una roca demasiado grande, por lo que tenía que pedir ayuda a Percy o Frank, lo que no ayudaba a su ego.
Fiona deseó que su hermana gritara o algo, solo para hacerles saber dónde estaba, porque la noche inquietantemente tranquila la estaba poniendo nerviosa. Trepó por una roca bastante grande y saltó a la que estaba debajo de ella.
Los demás la siguieron. Percy aterrizó sobre sus pies, sin hacer ruido mientras que Frank tropezó. Fiona impidió que se cayera, resistiendo el impulso de suspirar. A ella le agradaba Frank, si, pero a veces era exactamente como un bebé chino-canadiense regordete.
—¿Estás seguro de que se la llevaron por aquí?—Percy le preguntó a Frank y él asintió.
—Si, estoy seguro.
Luego, a la izquierda, escucharon gritos desafiantes, una voz que Fiona pudo reconocer como la de Hazel. ¡Sí! ¡Sí, te quiero! Pensó mientras inmediatamente comenzaba a dirigirse en esa dirección, saltando dentro y fuera de las rocas con Percy y Frank detrás de ella. Fiona preparó su daga. Los gritos continuaron, cada vez más cerca... vio a hermana de pie sobre una enorme roca con la espada desenvainada y gritando a una docena de pequeños bebés cupidos, excepto que no eran ni lindos ni angelicales.
Eran del tamaño de niños pequeños, si, con rollos de grasa de bebé, pero su piel tenía un tono verdoso, como si la clorofila corriera por sus venas. Tenían alas secas y quebradizas como hojas de maíz y mechones de pelo blanco como seda de maíz. Sus rostros estaban demacrados, picados con granos y sus ojos eran de un color verde sólido, con dientes que eran colmillos caninos.
(Eran unos bebés bastante feos, karpoi, recordó Fiona sin darle importancia).
Hazel estaba agarrando su spatha mientras gritaba:—¡Nunca! Si tengo que destruirlos a todos, lo haré. ¡Soy la hija de Plutón!
Los karpoi avanzaron y Frank preparó su arco con una flecha de punta dorada. Los feos y regordetes bebés se agarraron de las rocas, silbando como si estuvieran hirviendo, pero empezaron a trepar.
—Ahora vas a morir.—prometió uno de ellos.—¡Sentirás la ira del grano!
Woosh.
El karpoi se detuvo y miró la flecha dorada que acababa de atravesar su pecho. Luego se disolvió en pedazos de cereales.
Fiona se preparó para atacar. Con la daga en su mano, rodó por la hierba y levantó la hoja, apuñalado uno de los vientres regordetes del karpoi. Chilló mientras estallaba en una llama negra, disipándose en polvo que no se reformó. Se detuvo por un momento, mirando lo que acababa de hacer con la boca abierta. Su pugio nunca había hecho eso antes. Lo intentó de nuevo con el siguiente monstruo bebé gordo que se le acercó y volvió a pasar lo mismo. A Fiona se le cortó la respiración mientras sostenía su arma con asombro. A su alrededor, los karpoi estallaron en guerra.
Frank y Percy comenzaron a masacrar cualquier fuente de fibra que pudieran encontrar. Frank les disparaba flechas y todos se convertían en semillas. Percy desenvainó a Contracorrientes y partió a la mitad a otros y Hazel saltó de su roca para unirse a la pelea.
En cuestión de minutos, los Karpoi se habían reducido en semillas y cereales para el desayuno. Algunos de ellos comenzarona reformarse, todos excepto los que Fiona había asesinado. Se puso de pie, retrocediendo, sin aliento por la sorpresa de lo que acababa de hacer.
Percy sacó un encendedor de su bolsillo y encendió una llama, blandiéndolo hacia el grano que se estaba volviendo a formar.—Hazlo.—advirtió.—Y prenderé fuego a todo este campo. Quédense muertos. ¡Manténganse alejados de nosotros o los quemaré!
Frank hizo una mueca como si la llama lo aterrorizara. Fiona no entendió por qué, pero de todos modos, comenzó a gritarles a los granos.—¡Él lo hará!—señaló al chico a su lado.—¡Está loco!
Los restos de los karpoi fueron esparcidos por el viento. Frank trepó una roca y los vio alejarse.
Percy guardó su encendedor y le sonrió a Hazel.—Gracias por gritar. No te habríamos encontrado de otra manera. ¿Y, desde cuándo puedes hacer eso?—Percy se volvió hacia Fiona, sus ojos verde mar brillaban con un destello de asombro.—Simplemente los apuñalaste y se convirtieron en llamas negras. ¿Es eso un poder de los hijos de Plutón?
Fiona envainó su daga, sin saber si todavía esto le agradaba o no.—Um... no lo sabía hasta hoy, así que... no sé...—ansiosa por cambiar de tema, se volvió hacia Hazel.—¿Cómo mantuviste a raya a los karpoi durante tanto tiempo?
Ella señaló una roca.—Una gran pila de esquisto.
—¿Perdón?
—Chicos.—llamó Frank desde lo alto de la roca.—Necesitan ver esto.
Fiona, Hazel y Percy subieron para unirse a él. Tan pronto como Fiona vio lo que el chico estaba mirando, empujó la espada de Percy.—¡Percy, no hay luz! ¡Guarda tu espada!
—¡Esquisto!—tocó la punta de la espada y Contracorrientes se encogió hasta convertirse en un bolígrafo.
Debajo de ellos, un ejército estaba en movimiento.
El campo descendía a un barranco poco profundo, donde un camino rural serpenteaba de norte a sur. En el lado opuesto de la carretera, las colinas cubiertas de hierba se extendían hasta el horizonte, vacías de cualquier civilización, a excepción de una tienda de conveniencia a oscuras en la parte superior de la elevación más cercana.
Y toda aquella quebrada —hasta el borde—, estaba llena de monstruos, columna tras columna marchando hacia el sur, tantos y tan cercanos que Fiona se sorprendió de que no hubieran oído gritar a Hazel. Ella, Percy, Hazel y Frank se agazaparon contra la roca. Observaron con incredulidad cómo pasaban varias docenas de humanoides grandes y peludos, vestidos con armaduras andrajosas y pieles de animales. Las criaturas tenían seis brazos cada una, tres brotando de cada lado, por lo que parecían hombres de las cavernas que habían evolucionando a partir de insectos.
—Gegenees.—susurró Fiona, con los ojos muy abiertos.—Los nacidos de la tierra.
—¿Has luchado contra ellos?—preguntó Percy y ella negó con la cabeza.
—No, solo escuché de ellos en la clase de monstruos en el campamento.—murmuró.—Los nacidos de la tierra lucharon contra los Argonautas. Y las cosas detrás de ellos——
—Centauros.—dijo Percy.—Pero... eso no está bien. Los centauros son buenos tipos.
Frank hizo un sonido ahogado.—Eso no es lo que nos enseñaron en el campamento. Los centauros están locos, siempre se emborrachan y matan héroes.
Fiona frunció el ceño al ver la cara de Percy mientras observaba a los jinetes pasar a medio galope. Eran humanos de cintura para arriba y palominos de cintura para abajo, vestidos con armaduras bárbaras de cuero y bronce, tenían un aspecto aterrador sosteniendo sus lanzas y hondas. Al principio, Fiona pensó que llevaban cascos vikingos. Luego, se dio cuenta de que tenían cuernos reales que sobresalían de su cabello desgreñado.
—¿Se supone que deben tener cuernos?—preguntó Hazel nerviosamente.
—Tal vez son una raza especial.—dijo Frank.—No les preguntemos, ¿de acuerdo?
Percy miró más abajo en el camino y su rostro se aflojó.—Dios... cíclope.
Efectivamente, detrás de los centauros con cuernos avanzaba pesadamente un batallón de ogros tuertos, tanto machos como hembras, cada unos de de unos tres metros de altura y con armaduras improvisadas con metal de desguace. Seis de los monstruos estaban unidos como bueyes, tirando de una torre de asedio de dos pisos equipada con una ballesta de escorpión gigante.
Percy presionó los lados de su cabeza, luciendo bastante enfermo.—Cíclopes. Centauros. Esto está mal. Todo mal.
Se tambaleó hacia un lado y Fiona rápidamente lo agarró de un brazo, frunciendo el ceño con preocupación. Algo estaba pasando con él, algo malo. Parecía pálido y enfermizo a la luz de la luna, como si sus recuerdos estuvieran tratando de regresar, revolviendo su mente en el proceso.
Miró a los demás.—Tenemos que llevarlo al bote de nuevo. Eso lo hará sentir mejor.
—No discuto.—dijo Frank.—Hay demasiados de ellos. El campamento... tenemos que advertir el campamento.
—Ellos lo saben.—se quejó Percy.—Reyna lo sabe.
La miraba de Fiona parpadeó hacia el ejército de monstruos y sintió un nudo en la garganta. No había forma de que la legión pudiera luchar contra tantos. Si solo estaban a unas cientas de millas al norte del Campamento Júpiter, su misión ya estaba condenada. Nunca podrían llegar a Alaska y regresar a tiempo.
—Vamos...—instó, envolviendo el brazo de Percy sobre su hombro como él lo había hecho con ella la noche anterior.—Vamos a...
Fiona vaciló al ver al gigante.
Apareciendo sobre la cresta, el gigante era más alto que la torre de asedio, treinta pies, al menos, con piernas escamosas de reptil como un dragón de Komodo de cintura para abajo y una armadura verde azulada de cintura para arriba. Su coraza estaba tallada como filas de monstruos hambrientos, con la boca abierta como pidiendo comida. Su rostro era humano, pero su cabello era como una manta de algas, salvaje y verde. Mientras giraba la cabeza de un lado a otro, serpientes caían de sus rastas; víboras. Estaba armado con un enorme tridente y una red. A Fiona se le encogió el estómago y sintió que el corazón se le subía a la garganta.
—¿Quién es él?—la voz de Frank sonaba temblorosa.—Ese no es...
—No es Alcioneo.—Hazel habló débilmente.—Creo que es uno de sus hermanos. El que mencionó Terminus. El espíritu del grano también lo mencionó. Ese es Polibotes.
Fiona no sabía cómo es que Hazel lo sabía exactamente, pero no lo cuestionó. Ella le creyó.
Pero ella sabía que debían irse.
Su escondite en la cima de la roca estaría a la vista de él si decidiera mirar en su dirección. Pero tuvo la sensación de que algo importante estaba a punto de suceder, por lo que ayudó a Percy a arrastrarse un poco más por el esquisto. Los demás lo siguieron observando.
Cuando el gigante se acercó, una mujer cíclope rompió las filas para volver corriendo a hablar con él. Era enorme y fea, como realmente fea, y quienquiera que le dijo que la cota de malla con cadena le quedaba bonito, no sabía de lo que estaban hablando. Era grande, pero al lado del gigante, parecía una niña.
Señaló la tienda de conveniencia cerrada en la cima de la colina y murmuró algo sobre la comida. El gigante espetó una respuesta, como si estuviera molesto. La cíclope hembra ladró una orden a sus parientes y tres de ellos la siguieron colina arriba. Cuando estaban en medio camino a la tienda, una luz abrasadora convirtió la noche en día.
Fiona parpadeó, cegada. Debajo de ella, el ejército enemigo se disolvió en caos, gritando de dolor e indignación.
—¡Muy bonita!—los cíclopes chillaron.—¡Quema nuestro ojo!
La tienda de la colina estaba encerrada en un arcoíris, más cerca y más brillante de lo que Fiona había visto. La luz estaba anclada en la tienda, disparándose hacia los cielos y bañando al ejército con un brillo caleidoscópico. La mujer cíclope levantó su garrote y se lanzó contra la tienda. Cuando golpeó el arcoíris, todo su cuerpo comenzó a humear. Ella gimió de dolor y dejó caer su garrote, retirándose con múltiples ampollas en los brazos y la cara.
—¡Horrible diosa!—ella bramó a la tienda.—¡Danos bocadillos!
Los otros monstruos se volvieron locos, atacando la tienda solo para regresar corriendo cuando el arcoíris los quemaba. Otros lanzaban lo que encontraban: rocas, lanzas, espadas e incluso piezas de sus armaduras y todo se quemaba en llamas de hermosos colores de los que Venus estaría orgullosa.
Finalmente, el líder gigante pareció darse cuenta de que sus tropas estaban tirando sus armas en perfecto estado.—¡Deténganse!—gritó, y con cierta dificultad, logró empujar a sus tropas y llegó a la tienda rodeada de luz.
—¡Diosa!—él gritó.—¡Sal y ríndete!
No hubo respuesta. El arcoíris continuó brillando.
El gigante levantó su tridente y su red.—¡Soy Polibotes! ¡Arrodíllate ante mí para que pueda destruirte rápidamente!
Un diminuto objeto oscuro salió volando por la ventana y aterrizó a los pies del gigante.
Polibotes gritó:—¡Granada!
Se cubrió la cara y sus tropas tocaron el suelo. Pero la cosa no explotó. Polibotes frunció el ceño antes de agacharse con cautela y recogerlo. Rugió indignado.—¡¿Un muffin de chocolate?! ¡¿Te atreves a insultarme con un muffin de chocolate?!—arrojó el pastel a la tienda y se evaporó a la luz.
Los monstruos se pusieron de pie. Algunos de ellos murmuraron palabras de hambre.—¿Muffin de chocolate? ¿Dónde muffin de chocolate?
—Vamos a atacar.—dijo la mujer cíclope.—Tengo hambre. ¡Mis hijos quieren bocadillos!
—¡No!—Polibotes se burló de ella.—Ya llegamos tarde. Alcioneo nos quiere en el campamento dentro de cuatro días. Ustedes, cíclopes, se mueven con una lentitud inexcusable. ¡No tenemos tiempo para diosas menores! —gritó ese último comentario a la tienda y se enojó aún más cuando no recibió respuesta.
La mujer cíclope gruñó.—El campamento, sí. ¡Venganza! Los naranjas y morados destruyeron mi hogar. ¡Ahora Ma Gasket destruirá el suyo! ¿Me escuchas, Leo? ¿Jason? ¿Piper? ¡Vengo a aniquilarlos!
Los otros cíclopes gritaron en señal de aprobación, el resto de los monstruos se unieron, pero a Fiona no le importaba en ese momento. Todo su cuerpo se puso rígido ante el nombre de Jason. Se volvió a sus amigos.—Jason.—susurró.—Ella luchó contra Jason. ¡Él podría estar vivo!
Frank asintió.—¿Esos otros nombres significan algo para ti?
Fiona negó con la cabeza. No conocía a ningún Leo o Piper en el campamento. Percy todavía se veía aturdido y enfermo, así que si los nombres significaban algo para él, no podía demostrarlo. Fiona estaba preocupada, y presionó el dorso de su mano contra sus mejillas sudorosas, tenía fiebre. Tenían que sacarlo de aquí.
Pero Fiona no pudo evitar sentarse allí y reflexionar sobre lo que el cíclope había dicho sobre los naranjas y morados. El púrpura era el color del Campamento Júpiter, pero el naranja... Percy había llegado con una polera naranja andrajosa. Eso no podía ser una coincidencia. Esperaba que fuera una, pero como había aprendido en todos sus años en el campamento, las coincidencias nunca eran coincidencias.
Debajo de ellos, el ejército comenzó a marchar hacia el sur nuevamente, pero Polibotes se mantuvo a un lado, frunciendo el ceño y olfateando el aire.—Dios del mar.—murmuró y para horror de Fiona, se volvió en su dirección.—Huelo a dios del mar.
Ella jadeó y rápidamente presionó a Percy contra la roca. Él se estremeció en su agarre, su cuello estaba cubierto de sudor. La mujer cíclope gruñó:—¡Por supuesto que hueles a dios del mar! ¡El mar está justo allí!
—Más que eso.—insistió Polibotes.—Nací para destruir a Neptuno. Puedo sentir...—sacudió la cabeza y algunas serpientes cayeron de su cabello.
—¿Marchamos u olfateamos el aire?—la cíclope gruñó.—¡Yo no recibo muffins, tú no obtienes el dios del mar!
Polibotes gruñó.—Muy bien. ¡Marchen! ¡Marchen!—echó un último vistazo a la tienda revestida de arcoíris y luego se pasó los dedos por el pelo. Sacó tres serpientes que parecían más grandes que las demás, con marcas blancas alrededor del cuello.—¡Un regalo, diosa! ¡Mi nombre, Polibotes, significa: muchos para alimentar! Aquí hay algunas bocas hambrientas para ti. Ve si tu tienda tiene muchos clientes con estos centinelas afuera.
Se rio maliciosamente y arrojó las serpientes a la hierba alta de la ladera. Luego se marchó hacia el sur, sus enormes piernas escamosas sacudían la tierra bajo sus pies. Gradualmente, la última columna de monstruos pasó sobre las colinas y desapareció. Una vez que se fueron, el arcoíris se apagó como un foco de luz. Fiona, Hazel, Percy y Frank se quedaron quietos en la oscuridad, mirando al otro lado de la calle a la tienda.
—Eso fue diferente.—murmuró Frank.
Pero Fiona estaba concentrada en Percy, quien se estremeció violentamente. Ella sabía que él necesitaba de su ayuda, o descansar, o lo que sea que haga que los hijos de Neptuno se sientan mejor. ¿Un vaso de agua? Ver ese ejército parecía haber desencadenado algo, una especie de recuerdo, uno que lo dejó conmocionado. Tenían que llevarlo de vuelta al bote. Sin embargo, la enorme extensión de pradera que se extendía entre ellos y la playa la hizo dudar. Fiona tenía la sensación de que los karpoi no se alejarían para siempre, y no le gustaba la idea de que los cuatro regresaran al bote en medio de la noche.
—Vamos a la tienda.—dijo.—Si hay una diosa dentro, tal vez pueda ayudarnos.
—Excepto que un montón de serpientes están protegiendo la colina ahora.—Frank habló.—Y ese arcoíris podría volver.
Los tres miraron a Percy, que estaba temblando como si tuviera un caso grave de hipotermia. Fiona apretó los dientes y fijó su apoyo en él.—Tenemos que intentar.
—Ella tiene razón, Frank.—Hazel estuvo de acuerdo y él asintió con gravedad.
—Bueno... cualquier diosa que le tire un muffin a un gigante no puede ser del todo mala. Vamos.
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