xlvii. De vuelta por venganza
capítulo cuarenta y siete: devuelta por venganza.
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FIONA CONOCÍA NUEVA ROMA al derecho y al revés. Era su hogar, en el que creció y en el que planeaba quedarse por su seguridad. ¿Pero la Roma real? Dioses, ni, ella no tenía idea de adónde van. La frustraba el tiempo que le costaba a Hazel encontrar un camino, aunque debería ser así. Debía estar tan frustrada como Fiona. Estaban cerca de encontrar a Nico, pero también estaban cerca de llegar demasiado tarde.
—Lo siento.—siguió diciendo Hazel.—Es solo que hay... tanta tierra subterránea aquí, tantas capas que es abrumador. Es como estar en medio de una orquesta y tratar de concentrarse en un solo instrumento. Me estoy quedando sorda.
Como resultado, todos tuvieron un buen recorrido por Roma. Fiona quería detenerse y admirar todo; admirar sus raíces. Ella estaba en Roma; un lugar al que siempre había querido ir, para sentir el aura ancestral de sus ancestros. Pero en este momento, nada de eso importaba. Todo lo que le importaba era salvar a Nico y salvar a esta ciudad de la destrucción. Fiona no se dio cuenta de cuánto la había cambiado esta misión, probablemente para mejor. Pasó de pensar en nadie más que sus propias ambiciones, a posiblemente preocuparse demasiado.
—Nunca pensé que llegaría a ver Roma.—dijo Hazel mientras pasaban cafés y viejas fuentes.—Cuando estaba viva, quiero decir la primera vez, Mussolini estaba a cargo. Estábamos en guerra.
—¿Mussolini?—Leo frunció el ceño.—¿No era como el mejor amigo de Hitler?
Hazel lo miró fijamente.—¿Mejor amigo?
—No importa.
Fiona se cruzó de brazos y se volvió hacia Leo.—Mussolini y Hitler compartían intereses similares.
—¿Dominación mundial?
—Eh... supongo.
—Me encantaría ver la Fontana de Trevi.—dijo entonces Hazel.
—Hay una fuente en cada cuadra.—se quejó Leo.
—O los Pasos Españoles.—agregó Fiona.
—¿Por qué vendrías a Italia a ver la plaza de España?—Leo preguntó, mirando a Fiona como si le hubiera crecido una segunda cabeza.—Es como ir a China por comida mexicana, ¿no?
Fiona abrió la boca para replicar, pero él tenía razón. Al final, decidió responder con un breve:—No tienes remedio.
—Es lo que me han dicho.
Hazel se volvió hacia Frank y lo agarró de la mano, dejando atrás a Fiona y Leo.—Vamos. Creo que deberíamos ir por este camino.
Frank sonrió confundido a Fiona y Leo, como si no supiera si regodearse o agradecerles a los dos por su rápida discusión, pero alegremente dejó que Hazel lo arrastrara. Fiona compartió una mirada con Leo y suspiró. Caminaron penosamente.
Después de un rato, se detuvieron frente al Panteón.
Fiona lo reconoció por la réplica en casa: la sección principal con su gran techo abovedado y la entrada entre columnas romanas y la inscripción en la parte superior que se traducía a: Marcus Agrippa, el hijo de Lucius, tres veces cónsul, construyó esto.
—¿Latín para cálmate?—Leo especuló.
Fiona puso los ojos en blanco.—No.—le dijo y estaba a punto de explicar pero Hazel la interrumpió.
—Esta es nuestra mejor apuesta.—sonaba más segura que en todo el día.—Debe haber un pasadizo secreto en algún lugar adentro.
Los grupos de turistas se arremolinaban alrededor de los escalones. Los guías sostenían pancartas de colores con diferentes números y daban conferencias en docenas de idiomas. Fiona se giró para explicarle la historias del Panteón, pero de la nada, él se adelantó:
—Este es el Panteón. Originalmente fue construido por Marcus Agrippa como un templo para los dioses. Después de que se incendiara, el emperador Adriano lo reconstruyó y ha estado de pie durante dos mil años. Es uno de los edificios romanos mejor conservados en el mundo.
Fiona, Frank y Hazel lo miraron.
—¿Cómo lo supiste?—preguntó Fiona.
—Soy brillante por naturaleza.
—Caca de centauro.—dijo Frank.—Escuchó a escondidas a un grupo de turistas.
Leo sonrió, sin siquiera negarlo.—Tal vez. Vamos. Vamos a buscar ese pasadizo secreto. Espero que este lugar tenga aire acondicionado.
—No va a tener aire acondicionado, Leo.—dijo Fiona.
(Y ella tenía razón, no fue así).
Cruzaron muy rápido. No hubo admisión, ni hubo filas. El grupo de semidioses se abrió paso entre los grupos de turistas y siguió caminando. El interior era impresionante, como esperaba Fiona. Los romanos tenían un sentido del estilo en su diseño y decoración, siempre lo han tenido. El piso de mármol estaba moldeado con cuadros y círculos y, a pesar de tener más de dos mil años, la rotonda circular de la enorme cámara se mantenía bastante bien. A Annabeth le hubiera encantado esto...
Fiona sintió bilis en la garganta. ¿Estaba bien? ¿Estaba viva todavía...? (no, por supuesto que tenía que estarlo).
En cambio, se centró en otra cosa. El asombro de dónde estaba parada. Ella exhaló una sonrisa, mirando hacia el techo.—En los viejos tiempos.—explicó.—Los hijos de Vulcano venían aquí en secreto para consagrar las armas de los semidioses. Aquí es donde se encantaba el oro imperial.
Leo arqueó una ceja con curiosidad.—Pero no estamos aquí por eso.
—No.—dijo Hazel.—Hay una entrada, un túnel que nos llevará hacia Nico. Puedo sentirlo cerca. No estoy segura de dónde.
Frank dejó escapar un gruñido.—Si este edificio tiene dos mil años, tiene sentido que pueda haber algún tipo de pasadizo secreto de la época romana.
Esto llamó la atención de Leo. Se subió las mangas desde la muñeca; mirando alrededor del interior del templo, como si escuchara algo. Fiona se preguntó si podía ver el funcionamiento interno del edificio como una radiografía. Pasó los dedos por algunas de las paredes, deteniéndose aquí y allá., hasta que finalmente llegó a un altar de mármol rojo con la estatua de la Virgen María en la parte superior.—Por allí.—dijo.
Marchando confiadamente hacia el, los demás los siguieron.
—El pasaje está por aquí.—dijo.—El lugar de descanso final de este tipo está al final en el camino. ¿Rafael, qué?
—Un pintor famoso, creo.—dijo Hazel.
Leo se encogió de hombros.—Espera...—miró a su alrededor para comprobar si estaban siendo observados. La mayoría de los grupos de turistas miraban boquiabiertos la cúpula, por lo que no estaban prestando atención...
Hasta que Fiona sintió un escalofrío en la espalda. Sus ojos se abrieron y se dio la vuelta.
—¿Qué es?—Frank preguntó, repentinamente nervioso.
Buscó entre la multitud, tratando de seguir el sentimiento de los muertos a su alrededor. Ese zumbido estaba en su oído, pero en una multitud tan grande de turistas, tenía problemas para encontrar la fuente. Su estómago se revolvió, intranquilo.
—Hágannos entrar.—le dio a Leo.—Rápido.
No necesitaba que se lo dijeran dos veces. Fiona siguió tratando de buscar esta amenaza mientras Leo trabajaba, su espalda contra la de él mientras los demás lo ocultaban. Fiona cerró los ojos, escuchando el contenido de su corazón. Se sentía muy parecida a Hazel en este momento, tratando de escuchar un instrumento singular en toda una orquesta.
Leo se deslizó por el costado de la tumba y pasó la mano por la parte posterior de una columna romana hasta la base.—Heh.—dijo viendo algo.—No es muy elegante, pero efectivo.
—¿Qué es?—preguntó Frank.
—La combinación de una cerradura.—dijo Leo. Palpó un poco más atrás de la columna.—La cara de la cerradura ha sido arrancada, probablemente destrozada en algún momento de los últimos siglos. Pero debería ser capaz de controlar el mecanismo interior, si puedo...
Puso su mano en el suelo de mármol, con el ceño fruncido por la concentración. Fiona siguió mirando a su alrededor, antes de de que su mirada se detuviera en un grupo de desagradables estadounidenses con chancletas y camisas de turistas. Se quejaron en voz alta del clima. Su escalofrío creció y respiró hondo. Entrecerró los ojos, ¿ella no pensaría...?
Hubo un clic, clic, clic detrás de ella y en el suelo junto a la pares una sección de mosaico de mármol se deslizó debajo de otra, revelando una abertura cuadrada oscura apenas lo suficiente como para pasar.
—Los romanos debieron haber sido pequeños.—murmuró Leo. Miró a Frank apreciativamente.—Tendrás que cambiarte a algo más delgado para pasar por aquí.
—¡Eso no es agradable!—reprendió Hazel.
Leo se quedó boquiabierto.—¿Qué? Solo estaba diciendo——
—No te preocupes por eso.—murmuró Frank.—Deberíamos ir a buscar a los demás antes de explorar. Eso es lo que dijo Piper.
—Están a la mitad de la ciudad.—le recordó Leo.—Además, uh, no estoy seguro de poder cerrar esta escotilla de nuevo. Los engranajes son bastante viejos.
—Genial.—se quejó.—¿Cómo sabemos que es seguro ahí abajo?
Hazel se arrodilló. Puso su mano sobre la abertura como si estuviera comprobando la temperatura.—No hay nada vivo... al menos no lo hay en varios cientos de pies. El túnel se inclina hacia abajo, luego se nivela y va hacia el sur, más o menos. No siento ninguna trampa...
—¿Cómo puedes saber eso?—preguntó Leo.
Ella se encogió de hombros.—Supongo que de la misma manera que puedes forzar cerraduras en columnas de mármol. Me alegro de que no te guste robar bancos.
—Oh... bóvedas de bancos.—los ojos de Leo se abrieron.—Nunca pensé en eso...
—Está bien.—Fiona levantó una mano hacia él.—Olvidemos que ella dijo algo. Mira, estoy de acuerdo contigo, Leo, todavía no son las tres. Al menos podemos explorar un poco, tratar de localizar la ubicación de Nico antes de contactar a los demás. Hazel puede ir primero, asegurarse de que el túnel esté estructuralmente en buenas condiciones. Debería más una vez que esté bajo tierra.
Frank frunció el ceño.—No podemos dejarla ir sola. Podría lastimarse.
—Frank.—dijo Hazel.—Puedo cuidarme sola. El subsuelo es mi especialidad. Es más seguro.
—A menos que Frank quiera convertirse en un topo.—sugirió Leo.—O un perrito de las praderas. Esas cosas son asombrosas.
—Cállate.—murmuró Frank.
—O un tejón.
La mandíbula de Frank se tensó.—Valdez, lo juro——
—Ustedes dos, tranquilos.—espetó Fiona. Ellos la escucharon, pareciendo niños regañados. Asintió hacia Hazel.—Ve. Te daremos diez minutos. Si no te escuchamos para entonces, te seguiremos. Evitaré que estos dos se maten mientras estás ahí abajo.
Leo se burló, haciendo una mueca ante sus palabras.
Hazel asintió. Fiona le deseó buena suerte y se dejó caer por el agujero. Fiona, Leo y Frank la bloquearon de la vista lo mejor que pudieron, de pie hombro con hombro, tratando de parecer indiferentes. Los grupos de turistas iban y venían. Algunos los miraban, curiosos por lo que estaban haciendo, pero siguieron adelante. Hazel no había regresado, y pronto, los únicos que quedaban eran ellos tres y los estadounidenses.
Y el escalofrío de Fiona había vuelto. Más intenso que nunca. La miraron a los ojos, y mientras Leo y Frank mantenían una pequeña charla entre ellos (lo que fue sorprendentemente cortés), Fiona de repente se quedó sin aliento y los agarró de los brazos.
—Son ellos.—susurró.—Están devuelta.
—¿Quienes?—preguntó Leo.—su mirada se fijó en los turistas, y sus hombros se hundieron.
Los chicos respondieron.
—Leo Valdez.—susurró uno con voz antigua y espeluznante.—Nos encontramos de nuevo.
Los cuatro turistas parpadearon y sus ojos se volvieron dorados.
—¡Eidolones!—gritó Frank.
—Adentro.—ordenó Fiona con urgencia.—Entren. ¡Abajo, vayan, vayan, vayan!
Ella miró fijamente las almas y extendió su mano. Con un puño apretado, los mantuvo retorciéndose en su lugar, luchando contra sus poderes mientras los demás comenzaban a bajar por el pasadizo secreto. Apretando los dientes, retrocedió más y más cerca del agujero hasta que sus tobillos estuvieron justo en el borde.
Apretando más los dientes, tiró de la mano y les dijo:—Quédense.—con la mejor y poderosa voz que tuvo. Parecía funcionar, aunque no estaba segura por cuánto tiempo. Con esto hecho, se giró hacia el agujero y saltó a través de el.
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La escotilla se cerró tras ellos, bloqueando a sus perseguidores. También se cortó la luz, pero los tres estaban bien con eso. Leo les dio un poco de ella con un chasquido de sus dedos, encendiendo su dedo como una vela en un pastel de cumpleaños. Detrás de ellos, arriba, los eidolones estaban en la entrada, cada vez más furiosos por segundos. Fiona podía sentirlo.
Enfrente se extendía un túnel de piedra de techo bajo. Tal como había predicho Hazel, se inclinaba hacia abajo, luego se estabilizaba y se dirigía hacia el sur. Comenzaron a buscar a Hazel, avanzando. Leo abrió el camino, Fiona estaba atrapada en el medio y Frank estaba en la parte trasera. Fiona tenía miedo de que los espíritus abandonaran los cuerpos y los siguieran por el aire, pero esperaba que no fuera así. Ella no quería manifestarlo en la realidad, por lo que se concentró en cualquier otra cosa.
Después de unos treinta metros, doblaron en una esquina y encontraron a Hazel. A la luz de su espada dorada, estaba examinando una puerta. Estaba tan absorta que no los notó hasta que Leo dijo:—Hola.
Hazel giró, tratando de balancear su spatha. Leo chilló y chocó contra Fiona, quien tosió, no particularmente feliz.—¡¿Qué están haciendo aquí?!
Leo tragó saliva.—Lo siento. Nos encontramos con algunos turistas enojados.—explicó lo que había sucedió.
Hazel pronto siseó de frustración.—Eidolones.—ella frunció el ceño a Fiona.—Pensé que les habías hecho prometer que se mantendrían alejados.
Fiona se dio cuenta. Su mano golpeó su frente.—Oh... soy una idiota. Les hice prometer que se mantendrían fuera de la nave y no poseerían a ninguno de nosotros. Pero si nos siguieron y usaron otros cuerpos para atacarnos, bueno, técnicamente no están rompiendo su juramento. Oh, las calderas de Plutón...
—Genial.—murmuró Leo.—Eidolones que también son abogados. Ahora realmente quiero matarlos.
—Está bien, olvídenlos por ahora.—dijo Hazel.—Esta puerta me está dando ataques. Leo, ¿puedes probar tu habilidad con la cerradura?
Leo se hizo crujir los nudillos.—Hazte a un lado para el maestro, por favor.
Fiona puso los ojos en blanco.
El hijo de Hefesto estudió la puerta. Todo estaba revestido de oro imperial con una esfera mecánica de tamaño de una bola de boliche incrustada en el centro. En su superficie había una dispersión de diferentes símbolos, números y letras. Leo frunció el ceño, luego sus ojos se agrandaron.
—Estas son letras griegas.—soltó sorprendido.
—Bueno.—Fiona se encogió de hombros, tratando de hacer un cuestionario ella misma.—Muchos romanos hablaban griego.
—Supongo.—dijo.—Pero esta mano de obra... sin ofender a los tipos del Campamento Júpiter, pero esto es demasiado complicado para ser romano.
Fiona arqueó una ceja.—¿Disculpa?
Frank se burló.—Vaya, a ustedes los griegos les encanta complicar las cosas.
—Oye.—protestó Leo.—Todo lo que digo es que esta maquinaria es delicada, sofisticada. Me recuerda a...—se detuvo, tratando de recordar.—Es... un tipo de bloqueo más avanzado.—decidió.—Alinea los símbolos en los diferentes anillos en el orden correcto, y eso abre la puerta.
—¿Pero cuál es el orden correcto?—preguntó Hazel.
—Buena pregunta. Esferas griegas... astronomía, geometría...—sus ojos se abrieron de nuevo.—Oh, de ninguna manera. Me pregunto... ¿Cuál es el valor de pi?
Frank frunció el ceño.—¿Qué tipo de tarta?
—Se refiere al número.—corrigió Hazel.—Lo aprendí en clase de matemáticas una vez——
—Son 3, 1415...—respondió Fiona, estirando las manos para expresar cómo seguía. Los demás la miraron. Ella frunció el ceño.—¿Estás realmente sorprendidos de que sepa esto?
Leo negó con la cabeza.—Nop. Sorprendentemente, no lo estoy. Gracias. La esfera solo tiene cinco anillos, así que eso debería ser suficiente si no me equivoco.
—¿Y si lo haces?—Frank se cruzó de brazos.
—Bueno, entonces, Leo se cae, hace boom. ¡Vamos a averiguarlo!
Giró los anillos, comenzando por el exterior y avanzando hacia adentro. Una vez que terminó, no pasó nada. Leo maldijo.—Soy estúpido. Pi se expandiría hacia afuera, porque es infinito.—luego invirtió el orden de los números, comenzando por el centro y trabajando hacia el borde. Cuando alineó el último anillo, algo dentro de la esfera hizo clic. La puerta se abrió. Leo les sonrió.—Así, buena gente, es como hacemos las cosas en el mundo de Leo. ¡Adelante!
—Odio el mundo de Leo.—murmuró Frank y las chicas rieron.
Por la mirada en el rostro de Leo, Fiona supo que lo que residía dentro era fantástico para su mente ansiosa e incesante. La fragua era bastante grande teniendo en cuenta que estaban bajo tierra, con mesas de trabajo cubiertas de bronce a lo largo de las paredes. Las cestas de antiguas herramientas para trabajar el metal llamaron la atención de Fiona y se quedó asombrada, no sabía cómo funcionaban las fraguas, pero podía apreciar cómo parecía que no se había tocado en miles de años. Estas herramientas, los bancos de trabajo y todas las piezas de metal y creaciones quedaron tal como se usaron por última vez. Era una fragua congelada por el tiempo.
Miró a la izquierda y casi saltó. Flaqueando en la entrada habían dos maniquíes blindadas, como espantapájaros esqueléticos hechos de tubos de bronce, equipados con armaduras, escudos y espadas romanas.
—Amigo.—Leo se acercó a uno.—Estos serían geniales si funcionaran.
—Espera.—Frank se alejó de ellos.—Esas cosas van a cobrar vida y atacarnos, ¿no?
—No me sorprendería.—murmuró Fiona a Hazel. Ella asintió, estando de acuerdo.
Leo se rio.—No es una posibilidad. No están completos.—dio unos golpecitos en el cuello del maniquí más cercano, donde unos hilos de cobre sueltos brotaban de debajo del peto.—Miren, el cableado de la cabeza se ha desconectado. Y aquí, en el codo, el sistema de poleas para esta articulación está desalineado. Supongo que los romanos estaban tratando de duplicar un diseño griego, pero no tenían la habilidad.
Fiona arqueó una ceja, desconcertada.—Oh, wow, lamento mucho que los romanos no fueran lo suficientemente buenos para ser complicados.
Leo puso los ojos en blanco.
—O delicados.—agregó Frank.—O sofisticados.
—Hey, yo digo lo que veo.—Leo sacudió la cabeza del maniquí como si estuviera de acuerdo con él. Fiona se burló.—Aún así, es un intento bastante impresionante. He oído leyendas de que los romanos confiscaron los escritos de Arquímedes, pero...
—¿Arquímedes?—Hazel parecía desconcertada.—¿No era un antiguo matemático o algo así?
Leo se rio.—Era mucho más que eso. ¡Era solo el hijo de Hefesto más famoso que jamás haya existido!
Frank se rascó la oreja.—He oído su nombre antes, pero, ¿Cómo puedes estar seguro de que este maniquí era su diseño?
—¡Tiene que serlo!—dijo Leo.—Miren, he leído sobre Arquímedes. Es un héroe para la cabina nueve. El tipo era griego, ¿verdad? Vivía en una de las colonias griegas en el sur de Italia, antes de que Roma se hiciera enorme y tomara el control. Finalmente, los romanos se mudaron y destruyeron la ciudad. El general romano quería perdonar a Arquímedes, porque era muy valioso, algo así como el Einstein del mundo antiguo, pero un estúpido romano lo mató.
Fiona suspiró.—Ahí va de nuevo.—murmuró Hazel.—Estúpido y romano no siempre van juntos, Leo.
—¿Cómo sabes todo eso de todos modos?—gruñó Frank.—¿Hay un guía turístico español por aquí?
—No, hombre.—Leo negó con la cabeza.—No puedes ser un semidios que le gusta construir cosas y no saber nada de Arquímedes. El tipo era realmente un élite. Calculó el valor de pi. Hizo todas esas cosas matemáticas que todavía usamos en ingeniería. Inventó un tornillo hidráulico que podía mover el agua a través de las tuberías.
—Tan increíble.—murmuró Fiona con sarcasmo.—Tornillos hidráulicos.
—También construyó un rayo de la muerte hecho de espejos que podía quemar las naves enemigas,—dijo Leo, con los ojos en blanco por la molestia,—¿Es suficiente para ti?
—Vi algo sobre eso en la televisión.—admitió Frank.—Demostraron que no funcionan.
—Eso es porque los mortales modernos no saben cómo usar el bronce celestial.—Leo agitó su dedo delgado hacia ellos.—Esa era la clave. Arquímedes también inventó una enorme garra que podía girar sobre una grúa y sacar barcos enemigos de agua.
Fiona entrecerró los ojos con recelo.—No sé si creer esto...
Leo solo se encogió de hombros para decir, bueno, te lo pierdes.—De todos modos, todos sus inventos no fueron suficientes. Los romanos destruyeron su ciudad, Arquímedes fue asesinado. Según las leyendas, el general romano era un gran admirador de su trabajo, por lo que allanó el taller de Arquímedes y se llevó un montón de recuerdos a Roma. Desaparecieron en la historia, excepto que...—Leo agitó las manos hacia el mecanismo de metal de las mesas.—Aquí están.
—¿Pelotas de baloncesto de metal?—Hazel frunció el ceño.
Leo la miró, sorprendido. Parecía como si las cosas se hubieran vuelto personales.—No. Chicos, Arquímedes construyó esferas. Los romanos no pudieron descifrarlas. Pensaron que solo servían para decir la hora o seguir las constelaciones, porque estaban cubiertas de imágenes de estrellas y planetas. Pero eso es como encontrar un rifle y pensar que
—Leo, los romanos eran ingenieros de primer nivel.—dijo Fiona, un poco molesta porque estaba diciendo que eran estúpidos por no reconocer el trabajo de Arquímedes.—Construyeron acueductos, caminos——
—Armas de asedio.—añadió Frank amablemente.—Saneamiento público.
—Si.—Fiona chasqueó los dedos.—No olvides eso.
—Sí, está bien.—dijo Leo.—Pero Arquímedes era único en su clase Su esfera podía hacer todo tipo de cosas, solo que nadie está seguro...—sus ojos brillaron con una idea. Frank saltó cuando la punta de su nariz estalló en llamas. Leo se puso rojo y rápidamente lo apagó.
Fiona estaba sintiendo ese escalofrío otra vez. Ella frunció el ceño, mirando alrededor del taller. Se perdió las divagaciones sorpresas y asombro de Leo por lo que que estaba encontrando, mostrándoles un viejo pergamino. Su mano se deslizó hasta su pugio y agarró la empuñadora con fuerza.
Trató de escuchar, pero con Leo hablando y hablando, Fiona no pudo precisar si era la sensación de estar bajo tierra con un montón de mecanismos antiguos, o si las almas los habían seguido.
Demasiado tarde.
En la mesa junto a ella, uno de los orbes hizo clic y zumbó. Una hilera de patas larguiruchas se extendía desde su ecuador y el orbe se erguía. Tres cables enormes salieron disparados de la puntas y golpearon a Fiona, Hazel y Frank con una descarga eléctrica que los derribó. Fiona se derrumbó en el suelo y perdió el conocimiento.
+5 COMENTARIOS PARA PRÓXIMO CAPÍTULO :)
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1. ¡ya casi estamos en el final del libro! estoy muy emocionada:-). 2. ¿por qué ya casi no comentan?): me esfuerzo mucho por traerles un capítulo </3
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