xlii. La rendición de un cobarde

capítulo cuarenta y tres: la rendición de un cobarde.

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Y ASÍ, FIONA FUE CONDUCIDA A una enfermaría submarina por un grupo de peces-centauros. Ella los siguió a toda una ciudad de algas marinas; filas tan altas como edificios de apartamentos con templos estilos griego y anfiteatros en el fondo de mar. Mirando hacia arriba, su corazón se retorció al ver, muy arriba, una mancha blanca que podría ser el sol. ¿Habían estado aquí debajo durante la noche? Dioses, ¿todos estaban bien? ¿Percy estaba bien? Si hubieran navegado sin ellos, si todavía estuvieran buscando, o... o si el monstruo hubiera ganado.

Fiona no quería pensar en esa posibilidad, pero estaba en el océano y Percy no la había encontrado. No es que necesitara que la encontraran, ella podía cuidar de sí misma (¿podía? Su breve momento de pánico contra el monstruo podía argumentar lo contrario), pero él habría estado aquí abajo, respirando y buscándolos, hablando con las criaturas para dejarlos ir.

Fiona odiaba cojear. Ella rechazó la ayuda, cojeando detrás de los escoltas. A pesar de lo mucho que le dolía, también se negaba a mostrarlo. Ella no sería débil, incluso si reaciamente parecía serlo. Trató de buscar a Hazel, Leo o Frank y dónde podrían estar, pero no tuvo suerte. Se agachó debajo de la puerta de una pequeña casa con columnas y se encontró con un montón de hamacas de coral flotantes.

Eso no podía ser cómodo.

Pero Fiona fue conducida directamente a uno. Se deslizó torpemente hacia el, sentándose allí y esperando a que los escoltas se marcharan. Miró a su alrededor. Cortinas cubiertas de algas de colores que separaban los lechos de coral. Una concha marina estaba abierta y se usaba como armario a un extremo. Se parecía mucho a la Sirenita.

Estaba sorprendentemente sola. No habían otros heridos.... eh... ¿serían sirenas? ¿hipocampos? (Ella realmente no sabía lo que estaba pasando aquí).

Fiona echó una mirada amplia en busca de alguien y cuando estuvo segura de que estaba completamente sola, respiró hondo y se dobló, Las lágrimas le picaron los ojos y no pudo evitar dejar escapar un sollozo por el dolor que sentía y la vergüenza.

¿Qué había pasado? Se había quedado mirando a esa criatura mientras sus amigos peleaban y dejó que la tomara, como una cobarde. No intentó correr de nuevo... simplemente se arriesgó y eso fue todo. Entre lágrimas y sollozos, Fiona miró fijamente su rodilla dislocada, la correa aún sujeta, pero no sirvió de nada. Le gritó con los dientes apretados, frustrada.

Fiona se sentía como si fuera una jugadora de fútbol con una lesión que le impedía volver a jugar, toda su vida, su trabajo, todo por lo que ha trabajado, desechado debido a un evento desafortunado en el campo. Ella había perdido. ¿Y en ese momento que ella se congeló? Fiona nunca se había sentido más asustada. No podía respirar, no podía moverse, era como si hubiera mirado directamente a los ojos de Medusa y se hubiera convertido en piedra, para siempre con una expresión de horror.

Ella nunca había experimentado algo así antes. Siempre fue rápida para pensar, rápida para actuar, rápida en general... y ahora... no lo era, y no solo mentalmente.

―¿Estás bien?

Una voz suave susurró a través de las cortinas de algas. Los sollozos de Fiona cesaron de inmediato. Limpiando furiosamente las lágrimas, graznó:―¿Quién está ahí?

Apareció la cabeza, una tez mediterránea con ojos bonitos y pómulos marcados. Lo que siguió, fue una cola de pez. Se veía humano hacia arriba, pero había algo diferente. Eso fue hasta que Fiona vio las branquias en su cuello y las escamas alrededor de su nariz y pecho. Y sus ojos... eran de color púrpura como el coral.

Él le dedicó una sonrisa llena de afilados dientes. Pero no fue intimidante, sino bastante amable.―Soy Ethos.―saludó, tendiéndole la mano.

Fiona lo miró fijamente.―Eres una sirena.―fue todo lo que pudo decir.

Ethos hizo una mueca.―Más bien tritón. No me gustan las etiquetas. No necesariamente me llamo tritón o sirena. Solo... ya sabes... yo.―el tritón se acercó aún más. Fiona se puso rígida.―Tú debes ser Fiona Midgrass, ¿verdad?―ella asintió, todavía sin gustarle cómo Ethos la atrapó en un momento vulnerable.―Eso es algo desagradable que te pasó. Corredor con problemas de rodilla...

Ella le frunció el ceño.―Mo tengo un problema de rodilla.

―Sí, tienes un problema en la rodilla...―Ethos se cernía sobre su aparato ortopédico, frunciendo el ceño.―No pudo hacer mucho al respecto aparte de aliviar el dolor. Muchos de nosotros no tenemos rodillas humanas. Y además, yo soy más bien un médico espiritual.―hizo un gesto hacia su cabeza.―Los problemas de mente y tal.

Fiona odió cómo se le cayeron los hombros. Ese latido en su garganta volvió.―Así que... tú... ¿no puedes arreglar mi rodilla? ¿Voy a estar así para siempre? ¿Nunca podré volver a correr realmente rápido.

―Bueno, no con usa actitud.―Ethos volvió a hacer una mueca ante su ceño fruncido.―Lo siento. Quiero decir, solo, ya sabes... con un poco de terapia, ejercicios, probablemente podrías eventualmente. ¿Pero ahora mismo? No, lamentablemente.

El labio inferior de Fiona tembló. ¿Entonces soy inútil? Se dijo a sí misma, mirando su rodilla consternada.

―No eres inútil.―dijo Ethos, como si leyera su mente. Sus ojos se dispararon, sobresaltados.

―Si, soy como un sátiro, bueno, un fauno para ti, tengo una empatía maravillosa. ¿Por qué crees que tomé merpsicología?

(¿Mer―qué?)

―¿Por qué crees que eres inútil, Fiona?―le preguntó Ethos, inclinándose hacia adelante. No estaba particularmente sentado, sino simplemente flotando en el agua con la cola. Ella no necesitaba decir nada; sus emociones deben estar bastante a la vista (se maldijo por eso).―Hmm.―tarareó.―Ya veo. Expectativas abrumadoras de la familia, eso siempre funciona. Especialmente para ustedes, los romanos-

―Pensé que no te gustaban las etiquetas.

―Sarcasmos. Genial. Lo entiendo. Pero al final es solo un mecanismo de defensa.

―¿Puedes dejar de leer mis emociones?

Ethos le dedicó una sonrisa.―No puedo, lo siento. Simplemente... sucede. Lo sé, lo sé, a nadie le gusta sentirse vulnerable y expuesto. Pero a veces solo necesitan escuchar lo que necesitan escuchar.

―No necesito escuchar esto.

―¿Preferirías escucharlo de tu abuela?

Fiona se quedó en silencio, su furia iba en aumento. Apretó sus manos, sus uñas se clavaban en su palma. Ethos levantó una mano apaciguadora.―Ahora, lo último que quiero es ser agresivo. Pero siento que lo último que necesitas escuchar es eres un "cobarde", porque es muy degradante.

Ella se burló.―Sí... no es broma.

―Pero estás siendo una cobarde en este momento.

Fiona miró a Ethos, sorprendida.―¿Qué te pasa? Así no es como actúan los psicólogos.

―No soy psicólogo, soy merpsicólogo... y además, dije: no me gustan las etiquetas.

―Ni siquiera me conoces.

―No, no te conozco. Pero puedo leer tus emociones ahora mismo, así que...

―Si, bueno, eso no te da derecho a decirme esto y darme este consejo cuando nunca antes me habías conocido..

―Está bien.―asintió Ethos, reclinándose.―Buen punto. ¿Qué tal esto? Me preguntaste si podía arreglar tu rodilla. No puedo arreglar tu rodilla, solo tú puedes. Y estoy tratando de ayudarte a saber cómo.

(A Fiona siempre le disgustaron los psicólogos):

Antes de que Fiona pudiera preguntarle a Ethos qué quería decir, se abrió la puerta de la enfermería. Un cabello rizado se asomó y el estado de ánimo de Fiona mejoró de inmediato al ver a Hazel. Ella sonrió.―¡Fiona!―ella exclamó.―¡Ahí estás! ¡Nos están llevando de regreso al Argo!









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Fiona no creía que fuera realmente una buena persona. Era pequeña, de lengua afilada y distante, por lo que estaba bastante confundida de que tan pronto como saliera del agua con los demás, Piper se lanzara al agua tras ellos. Remó hacia ellos, plantando un beso en la mejilla de Leo (lo que lo sorprendió un poco) y arrojó sus brazos alrededor de Fiona para abrazarla.

Le tomó unos segundos antes de corresponder, sosteniéndola cerca.

―¿Me extrañaste?―Leo se rio.

Piper de repente estaba muy furiosa. Se apartó de Fiona y le dio un golpe en el hombro. Ella jadeó, sorprendida, hasta el punto de que ni siquiera estaba enojada.―¿Dónde estaban? ¿Cómo están vivos?

―Larga historia.―dijo Leo. Una canasta de picnic salió a la superficie junto a él por parte de Afros.―¿Quieres un bizcocho de chocolate?

Una vez que estuvieron a bordo (con Fiona muy molesta porque tuvo que pedir ayuda para volver a la cubierta con su rodilla), Percy inmediatamente, tan pronto como la vio, se apresuró hacia ella, todavía bastante cansado y la atrajo hacia él. Los otros les dieron un breve momento mientras Percy acunaba su cabeza, porque había estado muy preocupado. Pensó que la había perdido y aunque estaba más que exhausto, había pasado todo el tiempo buscándola en en el océano. Jason había estado en el aire, Piper había estado mirando su cuchillo, Fiona estaba tan conmovida que se derritió con el toque de Percy. Percy no se apartó de su lado excepto cuando tuvo que cambiarse, tomando algo de ropa seca de Annabeth. Las prendas le quedaban un poco grandes, considerando que Annabeth era mucho más alta, pero la rubia estaba desesperada por ayudar a su manera. Sorprendentemente, se habían hecho más cercana y Fiona ni siquiera se había dado cuenta de lo que había sucedido.

(Ella es realmente terrible para reconocer amistades, ¿no es así?)

Pero tan pronto como regresó a la cubierta para un desayuno de celebración (todos estaban allí excepto por el entrenador Hedge, quien se quejó que el ambiente se estaba volviendo demasiado acogedor para su gusto y bajó para hacer algunas abolladuras en el casco), Percy estaba allí para ayudarla, deslizando sus brazos alrededor de su cintura, abrazándola por detrás y poniendo su barbilla en la parte superior de su cabeza. Sam y Annabeth se pararon junto a ellos, compartiendo un bagel (o más bien, Sam picoteando el bagel de su hermana y ella solo dejándolo con una mirada molesta de vez en cuando).

Mientras Leo se ocupaba de sus controles, Hazel, Frank y Fiona recordaron la historia de los peces-centauros y su campo de entrenamiento. Fiona permaneció en silencio la mayor parte del tiempo, porque había estado atrapada en la enfermería de Ethos, y realmente no quería contar la historia de sus lloriqueos en el lecho de coral hasta que estuviera sola con Percy y pudiera simplemente abrazarlo y olvidar que alguna vez sucedió.

―Increíble.―dijo Jason.―Estos son realmente buenos brownies.

Piper frunció el ceño.―¿Ese es tu único comentario?

El chico parpadeó.―¿Qué? Escuché la historia. Centauros-pez. Gente del mar. Cartas del dios del río Tíber. Lo entiendo. Pero estos brownies...

―Lo sé.―asintió Frank con la boca llena.―Pruébalos con las conservas de durazno de Esther.

Fiona frunció el ceño.―Asqueroso...―dijo a coro con Annabeth.

Hazel levantó la mano, tomándose un momento.―Eso es increíblemente repugnante.

―Pásame el frasco, hombre.―Jason le tendió la mano y Frank se la entregó con entusiasmo.

Todas las chicas compartieron una mirada de total exasperación. Chicos.

Percy, por su parte, quería escuchar todos los detalles sobre el campamento acuático. Siguió volviendo al punto.―¿No querían conocerme?

Annabeth golpeó su brazo.—¡Vamos, cerebro de algas! Tenemos otras cosas de qué preocuparnos. 

Fiona le sonrió y le gustó la forma en que hizo un puchero. Para un semidiós tan serio, era bastante inteligente, aunque lo escondía siendo un niño.

—Ella tiene razón.—dijo Hazel.—Después de hoy, a Nico le quedan menos de dos días.—(y el estado de ánimo de Fiona volvió a decaer. Sintió que Percy la abrazaba con más fuerza y lo apreció).—Los peces-centauros dijeron que tenemos que rescatarlo. De alguna manera, es esencial en la misión.

Miró a su alrededor a la defensiva, como si esperara que alguien discutiera. Nadie lo hizo. Fiona colocó sus manos sobre los brazos de Percy, sintiéndose enferma de preocupación. ¿Y si no lo salvaban a tiempo? Nunca fueron cercanos, ella y Nico, pero dioses, él seguía siendo su hermano. Allí había un amor incondicional. Annabeth vio la expresión de su rostro y le apretó el hombro. Sam se comió el resto de su bagel.

—Nico debe tener información sobre las puertas de la muerte.—dijo Piper.—Lo salvaremos, Hazel, Fiona. Podemos llegar a tiempo. ¿Verdad. Leo?

—¿Qué?—Leo apartó los ojos de los controles.—Oh, sí. Deberíamos llegar al Mediterráneo mañana por la mañana. Luego pasar el resto del día navegando a Roma, o volando, si puedo arreglar el estabilizador para entonces...

—Lo harás, Leo. Ten fe en ti mismo.—dijo Fiona.

Todos quedaron sorprendidos por el cumplido. Percy la miró, como si dijera: ¿estás siendo amable con Leo? Pero el hijo de Hefesto solo le alzó el pulgar desde atrás, demasiado ocupado enfocándose en sus controles. ¿Qué? Se unieron... más o menos, en el océano. ¿Era eso un vínculo? ¡Fiona no sabía cómo funcionaban los amigos!

Jason ya no parecía tan feliz con los brownies y conservas de durazno. Se encontró con la mirada de Fiona, y los dos romanos compartieron un intercambio silencioso de en qué se iban a meter, y el riesgo de no volver nunca a casa si no ganaban a su campamento de su lado. Aunque, recientemente, Fiona ha visto que el yo romano disciplinado de Jason estaba comenzando a desmoronarse, mostrándole otro lado. Pasar tiempo con los griegos en su campamento hizo que él se abriera y eso la sorprendió... casi le dio envidia.

—Lo que nos pondrá en Roma en el último día posible para Nico.—murmuró el hijo de Júpiter.—Veinticuatro horas para encontrarlo, como máximo.

Percy apretó a Fiona, ya sea para consolarla o para calmar sus nervios, ella no estaba segura.—Y es solo una parte del problema. También está la Marca de Atenea.

Annabeth no estaba contenta con el cambio de tema. Apoyó la mano en la mochila que, según se dio cuenta Fiona, no había soltado desde Charleston. Abrió la mochila y sacó un fino disco de bronce del diámetro de una rosquilla.—Este es el mapa que encontré en Fort Summer. Es...—se detuvo abruptamente, mirando la superficie en estado de shock.—¡Está en blanco!

Percy soltó a Fiona y lo tomó, examinando ambos lados.—¿No era así antes?

—¡No! Lo estaba mirando en mi habitación y...—Annabeth murmuró entre dientes, tal vez una maldición de algún tipo en griego.—Debe ser la Marca de Atenea. Solo puedo verla cuando estoy sola. No se mostrará a otros semidioses.

Sam parecía, por una vez, muy preocupado. Miró a su media hermana mayor, sin saber qué decir. Fiona se dio cuenta de que estaba asustado por ella.

Frank retrocedió como si el disco fuera a explotar. Tenía un bigote de naranja y una miga de brownie. Fiona tomó una servilleta y se la entregó.—¿Qué tenía?—preguntó nerviosamente mientras se limpiaba las migas y el juego.—¿Y cuál es la Marca de Atenea? Todavía no lo entiendo.

Annabeth recuperó el disco de Percy. Lo giró hacia el sol, entrecerrando los ojos, pero permaneció en blanco.—El mapa era difícil de leer, pero mostraba una parada en el río Tíber en Roma. Creo que ahí es donde comienza mi misión... el camino que debo tomar para seguir la marca.

—Tal vez ahí es donde conocer al dios del río Tibernius.—dijo Piper.—Pero, ¿Qué es la marca?

—La moneda.—murmuró.

—¿Qué moneda?—preguntó Percy.

Annabeth rebuscó en su bolsillo y sacó un dracma de plata, una moneda griega.—Llevo esto desde que vi a mi madre en el Grand Central. Es una moneda ateniense.

Percy pareció un poco ofendido porque no le dijo, pero no duró mucho, reemplazado por una intensa preocupación cuando tomó la moneda de su mejor amiga y la inspeccionó. Fiona lo miró, envolviendo un brazo suave alrededor de él para colocar su mano en su espalda. Pasaron la moneda alrededor y cada semidiós echó un vistazo.

—Un búho.—señaló Leo.—Bueno, eso tiene sentido. ¿Supongo que la rama es una rama de olivo? ¿Pero qué es esta inscripción, AΘE, área de efecto?

—Es alfa, theta y épsilon.—explicó Sam, señalándolos. Se dio cuenta de lo incómoda que parecía Annabeth hablando de eso y se hizo cargo. Fiona supuso que él también sabía bastante al respecto, ya que también era hijo de Atenea.—En griego significa que los atenienses... o supongo que podrías leerlo como los hijos de Atenea. Es una especie de lema ateniense... bastante nacionalista, diría yo. Ya sabes, como SPQR para los romanos.

Fiona pasó un dedo sobre su tatuaje, pensativa.

Annabeth asintió hacia su hermano.—De todos modos.—dijo.—La marca de Atenea es un búho, como ese. Aparece en rojo fuego. Lo he visto en mis sueños. Luego, dos veces en Fort Summer...—les dijo lo que había sucedió. Sucedió: la voz, las arañas, la marca quemándola. Fiona se dio cuenta de que le resultaba difícil hablar de ello.

Percy apoyó una mano en su hombro.—Debería haber estado ahí para ti.

—Pero ese es el punto.—dijo Annabeth.—Nadie puede estar allí para mi. Cuando llegue a Roma, tendré que actuar por mi cuenta. De lo contrario, la marca no aparecerá. Tendré que seguirla hasta... hasta el origen.

Fiona encontró su mirada. Ambas eran bastante similares en muchos aspectos, mientras que Fiona quería decirle que quería ayudar en todo lo que pudiera sin interferir, sabía que no querría escuchar algo tonto frente a los demás. Tendría que decírselo más tarde, o tal vez ni siquiera decírselo, solo hacer un sacrificio de comida a su abuela esta noche y esperar a que ella la escuchara.

Frank tomó la moneda de Leo. Miró el búho.—La perdición de los gigantes es dorada y pálida, ganada con dolor de una cárcel tejida.—miró a Annabeth.—¿Qué es... esta cosa en el origen?

—Es una estatua.—dijo Fiona con un asentimiento de Annabeth. Así es como ella ayudará.—Una estatua de Atenea, la estatua de Atenea.—Jason estuvo de acuerdo con ella y Piper frunció el ceño.

—¿Dijiste que no sabías?—ella le dijo.

—No lo sé.—él respondió.—Pero cuanto más lo pienso... solo hay un artefacto que podría encajar en la leyenda.—se volvió hacia Annabeth.—Lo siento. Debí decirte todo lo que escuché, mucho antes. Pero, sinceramente, estaba asustado. Si esta leyenda es cierta...

—Lo sé.—dijo Annabeth.—Lo descubrí, Jason. No ye culpo. Pero si logramos salvar la estatua, griegos y romanos juntos... ¿No lo ves? Podría curar la grieta.

Percy levantó las manos por algo de tiempo.—Esperen, ¿Qué estatua?

—La Atenea Pártenos.—explicó Fiona.—La estatua que robaron los romanos, supuestamente.—agregó.—Es la estatua griega más famosa de todos los tiempos: aparentemente de doce metros de altura, cubierta de marfil y oro...—miró a Annabeth para asegurarse de que estaba en lo cierto. Ella asintió.—Si, estaba en medio de Partenón de Atenas.

El buque se quedó en silencio.

Hasta que Leo suspiró y habló.—Esta bien, te creo. ¿Qué le pasó?

—Bueno.—Fiona se cruzó de brazos.—Técnicamente desapareció, pero——

Leo la interrumpió.—¿Cómo es que una estatua de dos metros de altura en medio de Partenón simplemente desaparece?

Fiona le frunció el ceño.—Déjame terminar, Valdez.

Levantó las manos como diciendo: Oh, lo siento, mamá. Ella entrecerró los ojos.—La historia es, bueno, en realidad es uno de los misterios más grandes de la historia. Algunos creen que se fundió por su oro o que fue destruida por invasores. Atenas fuera saqueada varias veces por los persas... los romanos...

—Lo que está diciendo es que hay una leyenda en el Campamento Júpiter donde los romanos se la llevaron.—continuó Jason por ella.—Para quebrar el espíritu de los griegos, los romanos se llevaron el Atenea Pártenos cuando tomaron la ciudad de Atenas. Lo escondieron en un santuario subterráneo en Roma. Los semidioses romanos juraron que nunca vería la luz del día. Literalmente robaron Atenea, por lo que ya no puede ser el símbolo de poder militar griego. Se convirtió en Minerva, una diosa mucho más dócil.

—Y los hijos de Atenea han estado buscando la estatua desde entonces.—dijo Annabeth.—La mayoría no conoce la leyenda, pero en cada generación la diosa elige a unos pocos. Les dan una moneda como la mía. Siguen la marca de Atenea... una especie de rastro mágico que los une a la estatua... con la esperanza de encontrar el lugar de descanso de Atenea Pártenos y recuperar la estatua.

Percy pareció un poco sorprendido de ver a los tres hablar tan suavemente como un equipo. Annabeth y Fiona se llevaban bastante bien, pero no fue difícil darse cuenta de lo sospechosa que estaba Annabeth de Jason recientemente.—Entonces, si nosotros, me refiero a ti, encontramos la estatua...—dijo.—... ¿Qué haríamos con ella? ¿Podríamos siquiera moverla?

—No estoy segura.—dijo Annabeth honestamente.—Pero, si pudiéramos salvarlo de alguna manera, podría unir a los dos campamentos. Podría curar a mi madre del odio que tiene, desgarrando sus dos aspectos. Y tal vez... tal vez la estatua tenga algún tipo de poder que podría ayudarnos contra los gigantes.

—Esto podría cambiarlo todo.—estuvo de acuerdo Piper, parecía bastante asombrada por la valentía y la responsabilidad de Annabeth.—Podría acabar con miles de años de hostilidad. Podría ser la clave para derrotar a Gea. Pero si no podemos ayudarte...

No necesitaba terminar la oración, todo lo estaban pensando. ¿Era posible salvar la estatua?

Annabeth cuadró los hombros. Fiona sabía que estaba aterrorizada por dentro, pero hizo un gran trabajo al no demostrarlo.—Tengo que tener éxito.—dijo simplemente, aunque el tema estaba lejos de ser simple.—El riesgo vale la pena.

Fiona no pudo evitar preguntarse qué pasaría si tuvieran éxito. Si detuvieran la rivalidad entre los romanos y griegos... podría volver a casa, podría visitar a Percy sin ningún problema, visitar a sus conocidos amigos... Percy podría venir y quedarse en Nueva Roma, ir a la universidad como él quería... tal vez si las cosas iban bien, podrían alquilar una casa juntos, tal vez comprar una, él podría conocer a su madre, podrían cenar juntos, vivir una vida doméstica sin la preocupación de los monstruos...

Parecía demasiado bueno para ser verdad, pero ella lo deseaba tanto.

¿Pero valía la pena la vida de Annabeth?

Fiona se sorprendió de que hubiera llegado a querer tanto a la rubia en tan poco tiempo. Dioses, ella ha cambiado.

Hazel se retorció el pelo, pensativa.—No me gusta la idea de que arriesgues tu vida sola, pero tienes razón. Vimos lo que la recuperación del estandarte del águila dorada hizo por la legión romana. Si esta estatua es el símbolo más poderoso de Atenea jamás creado...

—Podría patear traseritos.—ofreció Leo.

Fiona le frunció el ceño. Hazel arqueó una ceja.—Esa no es la forma en que lo pondría, pero si.

Percy frotó los hombros de Fiona, tratando de calmar sus nervios. Su defecto fatal era la lealtad, Fiona se dio cuenta desde el principio, al no poder estar allí para su mejor amiga, debió sentirse inútil.—Excepto... Ningún hijo de Atenea lo ha encontrado jamás. Annabeth, ¿Qué hay ahí abajo? ¿Qué lo protege? ¿Si tiene que ver con arañas...?

—Ganando a través del dolor de una cárcel tejida.—recordó Frank.—¿Tejida, como telarañas?

El rostro de Annabeth se puso blanco, se veía peor que los fantasmas de los prados Asfódelos. Fiona tenía la sensación de que sabía exactamente de lo que le esperaba, o al menos lo sospechaba. Estaba tratando de contener una ola de pánico y terror.

—Nos ocuparemos de eso cuando lleguemos a Roma.—dijo Fiona con fuerza. Annabeth la miró, la apreciación brillaba en sus ojos grises.

Piper asintió.—Va a funcionar.—agregó, poniendo algo de encanto en sus palabras para calmar a Annabeth.—Annabeth también va a patear traseritos. Ya verán.

—Si.—dijo Percy.—Aprendí hacer mucho tiempo que no hay que apostar contra Annabeth.

Annabeth los miró a ambos con gratitud. Fiona sonrió.

A juzgar por los desayunos a medio comer de todos, todavía estaban bastante inquietos. Leo estaba allí, sin embargo, para sacudirlos. Presionó un botón y una fuerte ráfaga de vapor salió de la boca de Festus, haciendo que todos saltaran.

—¡Bien!—él declaró.—Buena reunión para subir el ánimo, pero todavía hay un montón de cosas que arreglar en este buque antes de que lleguemos al Mediterráneo. ¡Preséntate al comandante supremo Leo para obtener tu lista de tareas súper divertidas.

Sam aplaudió con entusiasmo.—¡Oh! ¡Quiero diseñar uno! ¡Dame los de ingeniería!

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