xix. Juego de oportunidades
capítulo diecinueve: juego de oportunidades.
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SI PERCY FUERA HONESTO, una biblioteca no habría sido su primera opción para visitar. Tenía dislexia y TDAH, era un desastre tratando de concentrarse y leer. ¿Todo un edificio lleno de libros? Eso sonaba tan divertido como una tortura china o que le extrajeran los dientes. Aunque, mientras corrían por el vestíbulo, Percy pensó que a Annabeth le gustaría este lugar. Era espacioso y bien iluminado, con grandes ventanas abovedadas. Libros y arquitectura, esa era definitivamente su...
Se congeló.
—¿Percy?—Fiona miró hacia atrás, con el ceño fruncido.—¿Qué ocurre?
Percy trató desesperadamente de concentrarse. ¿De dónde habían venido esos pensamientos? Arquitectura, libros... Annabeth lo había llevado a un lugar para mostrarle algo... arquitectura. Algo que ella le había enseñado. De vuelta en casa en... en...
El recuerdo se desvaneció. Percy golpeó el puño contra el costado de una estantería. Estaba muy enojado, muy frustrado con sus recuerdos perdidos, que quiso golpear otra estantería, pero una mano se posó en su brazo y vaciló. Envió escalofríos, unos que lo calmaron lo suficiente como para ver quien era.
Fiona arqueó una ceja en duda, preocupada, pero también como si dijera: no pierdas los estribos. No aquí, no ahora.—¿Percy?
Ella tenía razón, por supuesto. Tenía razón en muchas cosas, Percy lo había notado. Tenía una misión en la que concentrarse, una arpía que salvar y algo de información que obtener de un viejo estúpido.
—Estoy... estoy bien.—mintió, recuperando la sobriedad.—Solo me mareé un segundo. Busquemos una manera de llegar al techo.
Les tomó bastante tiempo, pero finalmente encontraron una escalera con acceso al techo. En lo alto de la puerta había una alarma, pero alguien ya la había desactivado. Fiona entró primero y Percy se apresuró a seguirla.
Afuera, Ella, la arpía, estaba acurrucada en un nido de libros debajo de un refugio de cartón improvisado. Percy y sus amigos avanzaron lentamente, tratando de no asustarla. Ella no les prestó atención, en vez de eso, se tocó las plumas y murmuró por lo bajo, como si estuviera practicando las líneas de una obra de teatro.
Percy se acercó a cinco metros y se arrodilló.—Hola. Siento haberte asustado. Mira, no tengo mucha comida, pero...—sacó un poco de la cecina macrobiótica de su bolsillo. Ella se abalanzó y lo arrebató de inmediato. Se acurrucó en su nido, oliendo la cecina, pero suspiró y la tiró.
—No... no de su mesa.—Ella dijo.—Ella no puede comer. Triste. Jerky sería bueno para las arpías.
—No de ... Oh, claro.—se dio cuenta Percy.—Eso es parte de la maldición. Solo puedes comer su comida.
—Tiene que haber una manera.—Hazel frunció el ceño.
—Fotosíntesis.—murmuró Ella.—Sustantivo. Biología. La síntesis de materiales orgánicos complejos. Era el mejor de los tiempos, el peor de los tiempos, era la era de sabiduría, era la era de la insensatez...
—¿Qué está diciendo?—Frank susurró.
Percy se quedó mirando el montón de libros a su alrededor. Todos parecían viejos y mohosos. Algunos tenían los precios escritos con rotulador en las cubiertas, como si la biblioteca se hubiera deshecho de ellos en una liquidación.—Ella está citando libros...
—Almanaque del agricultor, 1965.—dijo Ella.—Comienza a criar animales, veintiséis de enero.—continuó.
—Ella.—Percy dijo.—¿Has leído todo esto?
Ella parpadeó.—Más. Más abajo. Palabras. Las palabras calman a Ella. Palabras, palabras, palabras.
Percy tomó un libro al azar, una copia andrajosa de historias de carreras de caballos.—Ella, ¿recuerdas él, um, tercer párrafo de la página sesenta y dos——?
—Secretaría.—respondió al instante.—Enfrentó a dos en el Derby de Kentucky de 1973, terminó con un récord permanente de uno cincuenta y nueve y dos quintos.
Percy cerró el libro. Sus manos temblaban.—Palabra por palabra.
—Es increíble.—murmuró Hazel.
—Ojalá pudiera hacer eso.—agregó Fiona, siempre compitiendo-
—Ella es una gallina genial.—coincidió Frank.
Sin embargo, Percy se sintió incómodo. Estaba empezando a formarse una terrible idea de por qué Fineas quería atrapar a Ella, y no era porque lo arañó. Percy recordaba esa línea que recitó: un mestizo de los dioses más antiguos. Estaba seguro de que se trataba de él.—Ella.
—dijo.—Vamos a encontrar una manera de romper la maldición. ¿Te gustaría eso?
—Es imposible.—contestó.—Grabado en inglés por Perry Como, 1970.
—Nada es imposible.—le dijo Percy.—Ahora, mira, voy a decir su nombre. No tienes que huir. Vamos a salvarte de la maldición. Solo tenemos que encontrar la manera de vencer a... Fineas.
Esperó a que ella saliera volando, pero se limitó a negar con la cabeza.—¡N-n-no! No, Fineas. Es rápido. Demasiado rápido. Él quiere en-encadenar a Ella. Él lastima a Ella.
Trató de llegar a la herida de su espalda.—Frank.—Percy miró al hijo de Marte.—¿Tienes suministros de primeros auxilios?
—En eso.—sacó un termo lleno de néctar y le explicó su propiedad curativa a Ella. Cuando se deslizó más cerca, ella retrocedió y comenzó a chillar. Entones Fiona lo intentó y Ella dejó que le echara un poco de néctar en la espalda. La herida comenzó a cerrarse. Percy no había visto es lado de Fiona; este lado amable y cariñoso que tuvo cuidado de no lastimar a la arpía y cuando lo hizo, se disculpó rápidamente y le dijo que todo estaba bien. Era completamente opuesto al ceño fruncido que casi siempre tenía, las palabras agudas que brotaban de su lengua y la manera cerrada que proclamaba. Su rostro se volvió amable y Percy se perdió un poco al mirar el fruncimiento de sus labios mientras se concentraba.
Cuando terminó, sonrió cálidamente, una sonrisa que le llegaba por completamente a los ojos. Brillaban.—¿Ves?—ella dijo.—Así está mejor.
—Fineas es malo.—insistió Ella.—Y maleza. Y queso.
—Absolutamente.—estuvo de acuerdo Percy.—No dejaremos que te lastime de nuevo. Sin embargo, tenemos que averiguar cómo engañarlo. Ustedes, las arpías, deben conocerlo mejor que nadie. ¿Hay alguna forma de que podamos engañarlo?
—N—no.—ella volvió a negar con la cabeza.—Los trucos son para niños. 50 trucos para enseñar a tu perro, de Sophie Coolins, llama al número seis-tres-seis——
—Está bien, Ella.—Fiona dijo con voz tranquilizadora.—¿Pero Fineas tiene alguna debilidad?
—Ciego. Está ciego.
Frank rodó los ojos, pero Fiona simplemente continuó hablando pacientemente, lo cual era muy poco común en ella. O tal vez exactamente como ella y simplemente lo había ocultado.—Si, pero a demás de eso.
—Casualidad.—dijo Ella.—Juego de oportunidades. Dos a uno. Malas probabilidades. Igualar o retirarse.
El ánimo de Percy se elevó.—¿Quieres decir que es un jugador?
—Fineas ve cosas. Profecías. Destino. Cosas de Dios. No cosas pequeñas. Al azar. Emocionante. Y es ciego.
Frank frunció el ceño, frotándose la barbilla.—¿Alguna idea de lo que quiere decir?
Percy observó cómo la arpía se quitaba el vestido ade arpillera. Sintió una pena increíble por ella, pero también estaba comenzando a darse cuenta de lo inteligente que era.—Creo que lo entiendo.—dijo.—Fineas ve el futuro. Conoce toneladas de eventos importantes. Pero no puede ver cosas pequeñas, como sucesos aleatorios, juegos de azar espontáneos. Eso hace que jugar sea emocionante para él. Si lo tentamos a hacer una apuesta...
Hazel asintió lentamente.—Quieres decir que si pierde, tiene que decirnos donde está Tánatos. Pero, ¿qué tenemos para apostar? ¿A qué tipo de juego jugaremos?
—Algo simple, con mucho en juego.—murmuró Fiona, inclinándose hacia adelante en cuclillas, pensativa. Percy podía ver su mente marchar.—Algo con dos opciones: una vives, una mueres o algo así. Y el premio tiene que ser algo que quiera Fineas... como algo además de Ella. Eso está fuera de la mesa.
—Vista.—murmuró Ella.—La vista es buena para los ciegos. La curación... no, no. Gea no hará eso con Fineas. Gea mantiene a Fineas ciego, dependiendo de Gea, sip.
Frank y Percy intercambiaron una mirada significativa.—La sangre de gorgona.—dijeron al mismo tiempo.
—¿Qué?—Hazel y Fiona preguntaron.
Frank sacó dos frascos de cerámica que había recuperado del pequeño tíber.—Ella es un genio.—dijo.—A menos que muramos.
—No te preocupes por eso.—Percy respondió.—Tengo un plan.
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Percy tenía un plan estúpido. Estúpido incluso para sus estándares, y estaba bastante segura de que eso es decir mucho. Era imprudente, pero esto era mucho más que imprudente. Este plan era estúpido y era perfecto. El viejo estaba justo donde lo habían dejado, en medio del estacionamiento de camiones. Estaba sentado en el banco de pícnic con las pantuflas de conejito puestas y comía un plato grasiento de shish kebab. Su maleza estaba a su lado, su bata de baño estaba manchada son salsa de barbacoa.
—¡Bienvenidos de nuevo!—habló alegremente.—Soy un aleteo de alitas nerviosas. ¿Me han comprado mi arpía?
—Ella está aquí.—dijo Percy.—Pero ella no es tuya.
Fineas chupó la grasa de sus dedos. Sus ojos lechosos se habían posado en un punto por encima de la cabeza de Percy.—Ya veo... bueno, en realidad, soy ciego, así que no veo. ¿Entonces has venido a matarme? Si es así, buena suerte completando tu misión.
—He venido a apostar.
Se congeló. Su boca se torció y Fineas dejó su shish kebab y se inclinó hacia Percy.—Una apuesta... qué interesante. ¿Información a cambio de la arpía? ¿El ganador se lo lleva todo?
—No.—dijo Percy.—La arpía no es parte de la apuesta.
El anciano se rio.—¿En serio? Tal vez no entiendas su valor.
—Ella es una persona. No está a la venta.
—¡Oh, por favor! Eres del campamento romano, ¿no? Roma fue construida sobre esclavitud. No te pongas así conmigo. Además, ella ni siquiera es humana. Es un monstruo. Un viento espíritu. Un sirviente de Júpiter.
Ella graznó. Llevarla al estacionamiento había sido un gran desafía, pero ahora comenzó a retroceder, murmurando:—Júpiter. Hidrógeno y helio. Sesenta y tres satélites. No secuaces. No.
Fiona pasó un brazo alrededor de las alas de Ella. Fiona y Hazel eran las únicas que podían tocar a la arpía sin causar muchos gritos y espasmos. Frank y Hazel se quedaron al lado de Percy, sosteniendo sus armas listas. Percy sacó los viales de cerámica.—Tengo una apuesta diferente. Tenemos dos frascos de sangre de gorgona. Uno mata, uno cura. Ambos se ven exactamente iguales. Incluso nosotros sabemos cuál es cuál. Si eliges el correcto, podría curar tu ceguera.
Fineas extendió sus manos ansiosamente.—Déjame sentirlos. Déjame olerlos.
Percy retiró los frascos con una ceja arqueada.—Ah, ah, ah.—lo reprendió.—No tan rápido. Primero acepta los términos.
—Términos.—Fineas estaba respirando superficialmente, ansioso por aceptar la oferta.—Profecía y vista... sería imposible. Podría ser dueño de esta ciudad. Construiría mi palacio aquí, rodeado de camiones de comida. ¡Podría capturar a esa arpía yo mismo!
—N-nooo.—gimió Ellla.—No, no, no.
Fineas dejó escapar una risa vil, que realmente no funcionó con sus pantuflas de conejo.—Muy bien, semidiós. ¿Cuáles son tus términos?
—Tienes la oportunidad de elegir un vial.—dijo Percy.—Sin descorchar, sin oler antes de decidir.
—¡Eso no es justo! Estoy ciego.
—Y yo no tengo tu sentido del olfato.—respondió Percy.—Puedes sostener los viales. Y te juro por el río Styx que se ven idénticos. Son exactamente lo que te dije: sangre de gorgona, un vial del lado izquierdo, un vial del lado derecho. Y juro que ninguno de nosotros sabe cuál es cuál.—volvió a mirar a Hazel y Fiona.—Uh, ustedes dos son nuestras expertas del inframundo. Con todas estas cosas raras que suceden con la muerte, ¿sigue siendo vinculante un juramento del río Styx?
—Si.—contestó Fiona, sin dudarlo. Hazel asintió.
—Romper tal voto... bueno, simplemente no lo hagas.—agregó.—Hay cosas peores que la muerte.
Fineas se atusó la barba.—Así que elijo qué vial beber. Tienes que beber el otro. ¿Juramos beber al mismo tiempo?
—Claro.
—El perdedor muere, obviamente. Ese tipo de veneno probablemente me impediría volver a la vida... al menos durante mucho tiempo. Mi esencia sería dispersada y degrada. Así que estoy arriesgando bastante.
—Pero si ganas.—presionó Percy.—Obtienes todo. Si muero, mis amigos jurarán dejarte en paz y no tomar venganza. Te devolverán la vista, algo que ni siquiera Gea te dará.
La expresión del anciano se agrió y Percy supo que había tocado un nervio. Fineas quería ver. Por mucho que Gea le había dado, le molestaba que lo mantuvieran en la oscuridad.—Si pierdo.—dijo.—Estaré muerto, sin poder darte información. ¿Cómo te ayuda eso?
Percy se alegró de haber hablado de eso con sus amigos antes de tiempo. Frank había sugerido la respuesta:—Escribe la ubicación de la guarida de Alcioneo antes de que mueras. Guardalo para ti, pero jura por el río Styx que es específico y exacto. También tienes que jurar que si pierdes y mueres, las arpías serán libradas de su maldición.
—Estas si son apuestas.—se quejó Fineas.—Te enfrentas a la muerte, Percy Jackson. ¿No sería más sencillo entregar a la arpía?
—No es una opción.
Fineas sonrió lentamente.—Así que estás empezando a entender su valor. Una vez que tenga mi vista, la capturaré yo mismo, ya sabes. Quienquiera que controle a esa arpía... bueno, una vez fui rey. Esta apuesta podría hacerme rey otra vez-
—Estás siendo presumido.—dijo Percy.—¿Tenemos un trato?
El anciano se golpeó la nariz pensativo.—No puedo prever el resultado. Es molesto cómo funciona eso. Una apuesta completamente inesperada... hace que el futuro se nuble. Pero pudo decir esto, Percy Jackson, un pequeño consejo gratuito. Si sobrevives hoy, no te va a gustar tu futuro. Se avecina un gran sacrificio y no tendrás el coraje de hacerlo. Eso te costará muy caro. Le costará muy caro al mundo. Podría ser más fácil si solo eliges el veneno.
La boca de Percy sabía cómo el té verde agrio de Iris. Quería pensar que el anciano solo se estaba burlando de él, asustándolo, pero algo le dijo que la predicción era cierta. Recordó la advertencia de Juno cuando eligió ir al Campamento Júpiter: sentirás dolor, miseria y pérdida más allá de lo que jamás hayas conocido. Pero es posible que tengas la oportunidad de salvar a tus viejos amigos y familiares.
Miró hacia atrás con aprensión. Frank, Hazel y Fiona estudiaron su rostro con preocupación. Les había asegurado que las probabilidades no eran tan malas como el cincuenta por ciento. Él tenía un plan. Por supuesto, el plan podía resultar contraproducente. Su probabilidad de supervivencia podría ser del cien por cien o cero. Él no había mencionado eso.
(Como dijo, un plan estúpidamente perfecto).
—¿Tenemos un trato?—preguntó de nuevo.
Fineas sonrió.—Juro por el río Styx cumplir sus términos, tal como los has descrito. Frank Zhang, eres descendiente de un Argonauta. Confío en tu palabra. Si gano, ¿tú y tus amigas Hazel y Fiona juran dejarme en paz y no buscar venganza?
Las manos de Frank estaba tan apretadas que Percy pensó que podría romper su lanza de oro, pero se las arregló para gruñor:—Lo juro por el río Styx.
—También lo juro.—dijo Hazel.
Fiona fue la última. Ella miró al anciano. Ella no quería jugar, en absoluto. Se encontró con la mirada de Percy, como pidiendo tranquilidad. El chico trató de dárselo con un simple movimiento de cabeza, pero tenía la sensación de que ella sabía lo peligroso que estaba haciendo. Sin embargo, al final, suspiró y asintió.—Lo juro.
—Lo juro.—murmuró Ella.—No jures por la luna, la luna inconstante.
Fineas rio.—En ese caso, encuéntrame algo con lo que escribir. Comencemos.
Frank pidió prestado una servilleta y un bolígrafo a un vendedor de camiones de comida y Fineas escribió algo en él y se lo metió en el bolsillo, jurando que era la ubicación exacta de la guarida de Alcioneo que buscaban. Percy sacó su espada y barrió toda la comida de la mesa de pícnic. Fineas se sentó a un lado y Percy al otro.
El anciano extendió las manos.—Déjame sentir los viales.
Percy miró las colinas en la distancia. Imaginó el rostro de una mujer dormida y envió sus pensamientos al suelo debajo de él, con la esperanza de que la diosa estuviera escuchando. De acuerdo, Gea, pensó. Te estoy llamando. Dices que soy un peón valioso. Dices que tienes grandes planes para mí, y me vas a perdonar hasta que llegue al norte. ¿Quién es más valioso para ti, yo o este viejo? Porque uno de nosotros está a punto de morir.
Fineas curvó los dedos.—¿Estás perdiendo los nervios, Percy Jackson? Déjame tenerlos.
Percy le pasó los viales y el anciano comparó su peso. Pasó ambos dedos por las superficies de cerámica. Luego los colocó a ambos sobre la mesa y apoyó una mano sobre cada uno. Un temblor recorrió el suelo, un terremoto leve, lo suficientemente fuerte como para hacer castañetear los dientes de Percy. Ella arañó nerviosamente. El vial de la izquierda pareció temblar un poco más que el de la derecha.
Fineas sonrió, enloquecido. Cerró los dedos alrededor del vial de la izquierda.—Fuiste un tonto, Percy Jackson. Elijo este. Ahora, bebemos.
Percy tomó el vial de la derecha. Su estómago se retorcía, sus dientes castañeteaban. Pero respiró hondo. El anciano levantó su vial.—Un brindis por los hijos de Neptuno.
Ambos chocaron sus viales y bebieron.
Inmediatamente, Percy se dobló, con la garganta ardiendo. Su garganta sabía a gasolina, sus entrañas hervían.
—¡Oh, dioses!—Hazel exclamó detrás de él.
—¡Nop!—Ella lloró.—¡Nop, nop, nop!
La visión de Percy se volvió borrosa. Podía ver a Fineas sonriendo triunfalmente, sentándose más derecho y parpadeando con anticipación.—¡Si!—gritó.—En cualquier momento mi visión regresará.
—¡No!—Fiona hirvió con los dientes apretados.—No, ¡ganaste de la manera cobarde!
—De eso se trata el juego, querida.
Percy había elegido mal. Había sido un estúpido al correr ese riesgo. Sintió como si vidrios rotos estuvieran bajando a su estómago, hacia sus intestinos.
—¡Percy!—Frank agarró sus hombros.—¡Percy, no puedes morir!
—¡Déjalo vivir!—Fiona gritó, aunque Percy no sabía a quién.—¡Déjalo vivir, por favor, te lo ruego!
Se quedó sin aliento... y de repente, su visión se aclaró.
En el mismo momento, Fineas se encorvó como si le hubieran dado un puñetazo. Fiona dejó escapar un grito ahogado entre lágrimas, atónita.—¡Tú, no puedes!—el anciano se lamentó.—Gea, tú... tú...—se puso de pie, tambaleándose y se alejó de ela mesa, agarrándose el estómago.—¡Soy demasiado valioso!
De su boca salía vapor, el mismo vapor amarillo enfermizo que le salía de las orejas, de la barba, de los ojos ciegos.—¡Injusto!—él gritó.—¡Me engañaste!
—¡No te merecías esa victoria!—Fiona declaró.—¡Y así perderías!
Trató de sacar el trozo de papel del bolsillo de su túnica, pero sus manos se desmoronaron, sus dedos se convirtieron en arena.
Percy se levantó con paso firme. No se sentía curado de nada en particular. Su memoria no había regresado mágicamente. Pero el dolor se había detenido. Se paró sobre Fineas, que se desvanecía, luciendo tan lamentable como debería.—Nadie te engañó.—Percy escupió a su figura moribunda.—Hiciste tu elección libremente y te mantengo bajo juramento.
El rey ciego gimió en agonía. Percy frunció el ceño, observándolo girar en círculos, gritando antes de desintegrarse lentamente hasta que no quedó nada más que una bata de baño vieja y manchada y un par de pantuflas de conejo. Percy respiró hondo y se sobresaltó porque no sentía ningún remordimiento por el hombre. Fiona tenía razón. No merecía ninguna victoria, y así perdió. Recibió la muerte de un cobarde.
—Eso.—habló Frank.—Son los despojos de guerra más repugnantes de la historia.
La voz de una mujer habló en la mente de Percy. Una apuesta, Percy Jackson, dijo el susurro somnoliento, enviando escalofríos por su espalda. Y, sin embargo, había un indicio de admiración a regañadientes. Me obligaste a elegir y eres más importante para mis planes que ese viejo ciego. Tú y Fiona Midrgass son mis peones importantes en este juego de ajedrez. Pero no apresures tu muerte. Los peones están hechos para morir. Cuando llegue tu muerte, te prometo que será mucho más dolorosa que la sangre de gorgona.
Fiona pateó la bata. No había nada debajo, ninguna señal de que Fineas estuviera tratando de volver a formarse. Percy la miró con el estómago retorcido por lo que Gea acababa de decir. Ella lo miro con algo que era una mezcla entre la ira y asombro. Pensó que ella iba a darle un puñetazo en la cara, pero luego hizo algo muy poco habitual de ella: saltó hacia él y lo abrazó.
Percy se tambaleó un poco hacia atrás, sorprendido de sentir sus brazos alrededor de su cintura con fuerza y de que hundiera su rostro en su pecho. Podía sentir sus mejillas enrojecer, y torpemente sostuvo su cuerpo también, dándole palmaditas en la espalda. Se encontró con las miradas de Hazle y Frank, preguntándoles: la chica bonita me está abrazando, ¿qué hago?
Hazel le sonrió mientras que Frank parecía muy sorprendido de que Fiona mostrara afecto.
Ella se apartó rápidamente y luego le dio un puñetazo. Percy sostuvo su hombro, sorprendido una vez más. Fiona también tenía su rostro brillando de rojo.—¡¿Eres un idiota?!—preguntó ferozmente.—Podrías haber muerto, ¿qué sucede contigo. ¿Quieres morir o algo asó? ¡Dioses, el coral nubla tus sentidos!
(Percy creía que eso era lo más cercano a un: me alegro de que no estés muerto que iba a conseguir de Fiona, así que lo tomó). Hazel se ganó al lado de Fiona y sacudió la cabeza hacia Percy, asombrada.—Esa fue la cosa más valiente que he visto. O la más estúpida.
Frank se burló con incredulidad.—Percy, ¿cómo lo supiste? Estabas tan seguro de que elegiría el veneno.
—Gea.—habló.—Ella quiere que llegue hasta Alaska. No estoy seguro de lo que piensa.—no mencionó a Fiona, porque no quería que tuviera otra cosa sobre sus hombros. Había tenido un par de días difíciles.—Cree que puede usarme como parte de su plan. Influyó en Fineas para que eligiera el vial equivocado.
Frank miró horrorizado los restos del anciano.—¿Gea mataría a su propio sirviente antes que a ti? ¿Eso es lo a lo que estabas apostando?
—Planes.—Ella murmuró.—Planes y complots. La dama bajo tierra. Grandes planes para Percy. Cecina macrobática para Ella.
Percy le entregó toda la bolsa de cecina y ella chilló de alegría.—Nop, nop, nop.—cantó para sí misma y Fiona le sonrió.—Fineas no. Comida y palabras para Ella, sí.
Percy se agachó sobre la bata y sacó la nota del anciano del bolsillo, decía: GLACIAR HUBBARD.
(¿Todo ese riego por dos palabras? Por dos maldi——)
—Sé donde está esto.—Hazel le quitó el papel de los dedos, con el rostro ceniciento.—Es bastante famoso. Pero tenemos un largo, largo camino por recorrer.
En los árboles alrededor de los estacionamientos, las otras arpías finalmente superaron su sorpresa. Graznaron de emoción y volaron hacia los camiones de comida, atravesando ventanas de servicio y asaltando las cocinas. Plumas y buena comida volaban por todas partes.
—Será mejor que regresemos al bote.—dijo Percy.—Nos estamos quedando sin tiempo.
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