xi. Liberar la muerte

capítulo once: liberar la muerte.
✿✼:*゚:༅。.。༅:*・゚゚・⭑

CUANDO FIONA SE DESPERTÓ, tenía frío. Estaba en un lugar oscuro, rocoso, un poco maloliente, como aguas turbias. El suelo bajo sus dedos era áspero como arena, pero no arena normal. Estaba oscuro, con pequeños guijarros brillantes. Escuchó el suave murmullo de un río, y cuando miró hacia arriba, vio a un hombre afroamericano de pie, esperando allí en un bote en la orilla del río.

No.

Los dedos de Fiona alcanzaron su collar. Al abrir el relicario, vio que la semilla del interior estaba arrugada y muerta. No, no, no, no.

—¡Bienvenida al inframundo, Fiona Midgrass!—el hombre de pie sobre el bote brilló de un cráneo humano a un humano. Tenía un acento británico, como uno de esos odiosos estereotipos.—¡Querida! Tengo la mejor y más importante introducción para ti al inframundo. Una hija de Plutón, ¡será un honor!

Fiona lo miró fijamente, con la boca abierta. ¿Qué? Esto... esto no tenía sentido. Había estado peleando y ganando, celebrando y hablando con Percy y luego, al momento siguiente, no podía respirar y luego... había muerto.

—No.—murmuró ella, asustada. Fiona negó con la cabeza vigorosamente.—N—No.

Caronte (ahora lo recordaba de los mitos) frunció el ceño.—¿Qué?

Fiona se puso de pie, temblando.—¡P-Pero...! ¡No hice...! ¡Le recé! ¡Como siempre lo hago! Le doy ofrendas, nunca.... no... ¿Por qué está enojada...?

Ella no entendía. ¿Qué había hecho ella para enojar a la esposa de Plutón? Le dio sus ofrendas y le rezó dos veces al día. Se aseguró de que nunca dejara de regar su semilla. Fiona se alejó de Caronte, sacudiendo la cabeza. Ella no estaba muerta. Ella no podía estar muerta. Ella no había logrado las cosas que quería. No estaba muerta...

La espalda de Fiona golpeó contra algo y dejó escapar un grito y se alejó arrastrando sus pies, dando vueltas. Sus manos estaban listas para un ataque, pero todo lo que vio fue a un hombre pálido que la observaba. Era alto, estaba envuelto en un lujoso traje negro y parecía que acababa de asistir a un funeral. Su cabello era largo y estaba oscuro, se parecía a alguien... Fiona se dio cuenta de que se parecía a Nico. Sus manos bajaron y su estómago se revolvió, era Plutón. Era su padre.

Detrás de ella, Caronte gritó sorprendido:—¡Mi señor!—se dejó caer en una profunda reverencia, pero Plutón le prestó poca atención. Su mirada estaba fija en Fiona con ojos tiernos que ella no esperaba.

—Hija mía, no tengas miedo.—le dijo.—Has luchado bien. Me enorgulleces. Y seguirás luchando, no te preocupes.

Plutón se hizo a un lado y Fiona frunció el ceño. Él asintió hacia el pasillo frente a ella. Una caverna con puertas abiertas que conducían a lo largo del corredor. Al final, Fiona vislumbró una luz. Volvió a sentir calor. —¿Qué... qué pasó?—preguntó ella, su voz se escuchaba mucho más baja que de costumbre. Se volvió hacia su padre, terriblemente confundida.—¿Qué...?

Plutón suspiró y dio un paso hacia ella. Fiona se tensó y retrocedió cuando él se acercó. Su padre se detuvo y frunció los labios.—La muerte fue capturada, Fiona.—le dijo.—Estoy seguro de que tú y tus hermanos lo sospechan y estoy aquí para decirte que tienen razón. Gea se está levantando y tiene su ejército de gigantes listos para vengarse de los dioses. Tú, Hazel, Frank Zhang y el chico Percy Jackson, deben detener el ejército que atacará en la Fiesta de la Fortuna.

Fiona odiaba cómo le temblaban las manos, al igual que las piernas. Se sentía enferma.—Pero... pero, ¿Cómo? ¿Estoy muera? La semilla... dejó de regarla.

—Por orden mía.—dijo su padre y Fiona se quedó boquiabierta.

Por un segundo, hubo silencio. Ella no sabía lo que estaba pasando por su mente. ¿Ira, traición, decepción? Tal vez todo. Su padre, su propio padre había ordenado que le quitaran la vida, que ella muriera. ¿Cómo pudo hacer eso? ¿Como podría, incluso un dios, un padre, hacerle eso a su hijo?—¿Tu qué?

—Para hacer que el Campamento Júpiter se dé cuenta de la situación.—explicó Plutón rápidamente, al ver la ira en su rostro.—Puedes caminar por ese corredor y volver a la vida, como Gea ha permitido que muchos monstruos peligrosos y mortales hagan lo mismo. Los monstruos ya no mueren y van al Tártaro, Fiona. Regresan. Tienes que detenerlo. Necesitas liberar a la Muerte para que los monstruos que mueran permanezcan muertos por más tiempo.

—No... no entiendo.—la mente de Fiona estaba acelerada, tan rápida que sentía que iba a explotar. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué sucedió? ¿Ella murió? ¡Ella murió! ¡Ella murió! ¿Y ahora no estaba muerta? ¿Tánatos fue capturado? ¿Gea... Tánatos... qué?

—Eres mi hija.—le dijo Plutón. A pesar de que su cuerpo temblaba, caminó directamente hacia ella, de modo que se paró cerca.—Tienes mi sangre corriendo por tus venas. Eres el legado de Victoria. Debes recordarles a aquellos que han escapado de la muerte gracias a Gea, que no le pertenece a ella. Me pertenecen a mí.

Fiona parpadeó, todavía negando con la cabeza.—Pero... pero... ¿Cómo? No estoy, no puedo... no sé controlar a los muertos——

Él solo sacudió la cabeza.—Eres mi hija.—le recordó.—Eres hija de todo lo que queda bajo tierra, las riquezas, los huesos, las almas, las sombras...—lo dijo como si fuera la respuesta. Fiona no lo vio como una respuesta. Con el ceño fruncido, no tenía la mentalidad para evitar que su padre acariciara su cabello y lo colocara detrás de su oreja.—Hazme sentir orgulloso.—le dijo y le dio un beso escalofriante en al frente.

Cuando volvió a abrir los ojos, él se había ido. Caronte también. Fiona estaba sola en la orilla del río Styx. Aún con una mezcla de confusión, Fiona miró hacia el corredor abierto. No sabía lo que acababa de pasar, o lo que se suponía que debía hacer. Nombres y palabras fluían a través de su mente como si fuera el mismo Styx; pensamientos y sueños que no conducían a ninguna parte, flotando perdidos y olvidados.

Pero sus pies se movieron. Fiona comenzó a caminar hacia las puertas abiertas y una vez que las pasó, continuó con su camino. Viajó hacia la luz, y pronto se volvió mucho más cercana de lo que había pensado originalmente. En cuestión de segundos, ella estaba rodeada por luz——

Los ojos de Fiona se abrieron y jadeó. Trató de sentarse, pero dejó escapar otro jadeo.—Whoa...—su visión se tunelizó y cayó hacia atrás. Antes de que pudiera tocar el suelo de nuevo, Hazel estaba allí para estabilizarla.

—Hey, hey.—Percy también estaba allí, con una mano en su hombro.—Tómalo con calma...

Fue entonces cuando Fiona se dio cuenta de que todos la miraban. Había un amplio círculo a su alrededor de campistas sorprendidos. Frank, Hazel, Percy y Nico rondaban a su alrededor. Nico lucía muy sombrío.

Uno de los médicos susurró:—De ninguna manera. Estaba muerta. Tiene que estar muerta.

Fiona los ignoró y sus débiles dedos rozaron la piel de su frente, donde aún estaba presente el frío de los labios de su padre.—Estaba muerta...—murmuró.—Yo... yo estaba... estaba en el río y papá...—sus dedos cayeron a su collar.—Yo...

Con la ayuda de Percy y Frank, se puso de pie. Fiona trató de dar sentidos a todos los pensamientos de su cabeza. Intentó recordar lo que su padre había dicho sobre la Muerte, los monstruos, Gea, el ejército de los gigantes y la fiesta de la Fortuna... pero su cerebro se sentía raro. Tropezó contra Percy y sus rodillas se doblaron.—Whoa...—fue atrapada de nuevo. Fiona odiaba estar tan indefensa. Pero ella había muertto. Ella había muerto.—Necesito...—su boca estaba seca.—Tenemos que...

—Tómalo con calma.—Percy dijo, impidiéndole caminar.—Fiona, acabas de morir y de regresar.

—¿Cómo?—Fiona se volvió hacia Nico.—¿Es algún poder de Plutón?

Nico negó con la cabeza.—Plutón nunca permite que la gente regrese de los muertos... hasta ahora, al parecer.—miró a Hazel, advirtiéndole que se quedara callada.

Algunas partes de la conversación comenzaron a volver lentamente a Fiona, para unirse y tener sentido.—Él... necesito hacer algo por él. Las gorgonas... monstruos... no se están muriendo...

Una voz atronadora retumbó por el campo: LA MUERTE PIERDE SU APOYO. ESTE ES SÓLO EL COMIENZO.

Los campistas sacaron sus armas. Hannibal trompeó nerviosamente. Scipio se encabritó, casi arrojando a Reyna al suelo.

—Conozco esa voz.—dijo Percy. No sonaba complacido.

En medio de la legión, una columna de fuego estalló en el aire. Fiona pensó que iba a morir de nuevo, pero pronto se desvaneció y todos retrocedieron cuando un enorme soldado salió de la explosión.

Tenía diez pies de altura, vestía camuflaje del desierto de las Fuerzas Canadienses. Fiona sabía que era un dios —no solo por su gran altura—, irradiaba confianza y poder. Su cabello negro estaba cortado en una cuña de punta plana, con una cara angulosa que era afilada y brutal, marcada con viejas cicatrices. Sus ojos estaban cubiertos con gafas infrarrojas que brillaban desde adentro. Llevaba un cinturón de seguridad con un arma en la mano, un cuchillo y varias granadas. En sus manos había un rifle M16 de gran tamaño.

Desde un lado de Fiona, Frank la soltó y dio un paso adelante, como si estuviera en trance. Las rodillas de Fiona se doblaron de nuevo, pero Percy agarró su brazo y lo puso sobre sus hombros, manteniéndola de pie. Fiona deseó que la hubiera dejado ir, porque se habría arrodillado con los demás frente al dios. Pero con Percy sosteniéndola, se vio obligada a cumplir su obstinado deseo de muerte de no respetar a los dioses como debería.

—Eso es bueno.—dijo el soldado.—Arrodillarse es bueno. Ha pasado mucho tiempo desde que visité el Campamento Júpiter.

Percy miró al dios.—Tú eres Ares.—dijo.—¿Qué quieres?

Un grito ahogado colectivo se elevó de doscientos campistas y un elefante. Fiona logró darle a Percy una mirada de: ¿Estás loco? Esperaba que le disparaban con esa pistola, pero Marte solo mostró sus dientes blancos y brillantes.

—Tienes agallas, semidiós.—dijo.—Ares es mi forma griega. Pero para estos seguidores, para los hijos de Roma, soy Marte, patrón del imperio, padre divino de Rómulo y Remo.

—Nos conocemos.—Percy frunció el ceño.—Nosotros... tuvimos una pelea...

El dios se rascó la barbilla, como si intentara recordar.—Lucho con mucha gente. Pero te aseguro que nunca has peleado conmigo siendo Marte. Si lo hubieras hecho, estarías muerto. Ahora, arrodíllate, como corresponde a un hijo de Roma, antes de que pruebes mi paciencia.

Fiona hizo algo mejor que arrodillarse. Ella cayó al suelo. A Percy claramente no le gustó, pero hizo lo mismo. Arrodillada, Fiona nunca había visto a Percy tan enojado, ni siquiera frente a Octavian. Claro, ella lo conocía desde hace cuánto, ¿un día? Se sentía como si fuera más tiempo, para ser honesta. Pero lo que ella estaba tratando de decir, era que él se veía aterrador cuando estaba enojado.

Marte escudriñó el suelo.—¡Romanos, prestadme sus oídos!—se rio fuertemente.—Siempre quise decir eso. Vengo del Olimpo con un mensaje. A Júpiter no le gusta que nos comuniquemos directamente con los mortales, especialmente hoy en día, pero ha permitido una excepción, ya que ustedes, los romanos, siempre han sido mi gente especial. Solo me permitió hablar durante unos minutos, así que escuchen.—señaló a Fiona.—Debería estar muerta, pero no lo está. Los monstruos con los que luchan ya no regresan al Tártaro cuando son asesinados. Algunos mortales que murieron hace mucho tiempo, ahora están caminando por la tierra de nuevo.—envió una mirada a Nico.—Tánatos ha sido encadenado.—anunció Marte.—Las Puertas de la Muerte han sido abiertas a la fuerza, y nadie las está vigilando, al menos no de manera imparcial. Gea está permitiendo que nuestros enemigos entren al mundo de los mortales. Sus hijos, los gigantes, están reuniendo ejército contra ustedes, ejércitos que no serán capaz de matar. Así que, a menos que la Muerte sea liberada para volver a sus deberes, serán invadidos. Deben encontrar a Tánatos y liberarlo de los gigantes. Solo él puede revertir la marea.—Marte miró a su alrededor y notó que todos seguían arrodillados.—Oh, pueden levantarse ahora. ¿Alguna pregunta?

Reyna se levantó inquieta. Se acercó al dios, seguida de Octavian.—Señor Marte.—comenzó Reyna.—Nos sentimos más que horados.

—Más que honrados.—repitió Octavian.—Mucho más que honra——

—¿Y bien?—espetó Marte.

—Bueno.—Reyna frunció los labios.—¿Tánatos es el dios de la muerte, el lugarteniente de Plutón?

—Sí.

—Y está diciendo que fue capturado por gigantes.

—Sí.

—¿Y por lo tanto la gente dejará de morir?

—No todos a la vez.—dijo Marte.—Pero las barreras entre la vida y la muerte seguirán debilitándose. Aquellos que sepan aprovechar esto lo explotarán. Los monstruos ya son más difíciles de matar. Pronto serán imposibles de matar. Algunos semidioses podrán encontrar su camino de regreso desde el inframundo, como la hija de Aliento de Muerte.

Fiona hizo una mueca.—¿Hija de Aliento de Muerte?

—Si no se controla.—continuó Marte.—Incluso los mortales encontrarán que es imposible morir. ¿Pueden imaginar un mundo en el que nadie muera nunca?

Octavian levantó una mano, como un niño en una clase.—Pero, ah, poderoso... todopoderoso Señor Marte, si no podemos morir, ¿no es algo bueno? Si podemos permanecer vivos indefinidamente——

—¡No seas tonto, muchacho!—gritó Marte.—¿Interminables masacres? ¿Carnicerías sin sentido? ¿Enemigos que se alzan una y otra vez y nunca pueden ser asesinados? ¿Eso es lo que quieres?

—Eres el dios de la guerra.—habló Percy.—¿No quieres una carnicería sin fin?

Incluso media viva, Fiona logró lanzarle una mirada de advertencia. Las gafas infrarrojas de Marte brillaron aún más.—Eres insolente, ¿no? Tal vez he luchado contigo antes. Puedo entender por qué querría matarte. Soy el dios de Roma, niño. Soy el oro del poderío militar usado para la causa justa. Protejo a las legiones. Estoy feliz de aplastar a mis enemigos bajo mis pies, pero no lucho sin razón. No quiero una guerra sin fin. Descubrirás esto. Me servirás.

—No es probable.—murmuró Percy.

(Oh, dioses, él de verdad tenía ganas de morir!).

Fiona esperó a que el dios lo derribara, pero una vez más, él solo sonrió como si fueran dos viejos amigos hablando basura.—¡Ordeno una misión!—luego anunció.—Irán al norte y encontraran a Tánatos en la tierra más allá de los dioses. Lo liberarán y desbastarán los planes de los gigantes. ¡Cuidado con Gea! Cuidado con su hijo, el gigante mayor.

Al lado de Frank, Hazel hizo un sonido chirriante.—¿La tierra más allá de los dioses?

Fiona sabía a qué se refería. Alaska. Y el gigante mayor... su padre le había advertido. Quería que ella fuera en esta misión. Él la llevó a su muerte, solo para traerla de regreso. Para traer a Ares aquí al Campamento Júpiter. Fona se sentía como un peón inútil.

Marte miró fijamente a Hazel, apretando su agarre en su M16.—Así es, Hazel Levesque. Sabes a lo que me refiero. ¡Todos aquí recuerdan la tierra donde la legión perdió su honor! Tal vez si la misión tienes éxito y regresan antes de la Fiesta de la Fortuna... tal vez entonces el honor será restaurado. Si no tienen éxito, no quedará ningún campamento al que regresar. Roma será invadida y su legado se perderá para siempre. Así que mi consejo es: no fracasen.

(Que gran consejo).

Octavian, de la alguna manera, logró inclinarse aún más.—Um, Señor Marte, solo una pequeña cosa. ¡Una misión requiere una profecía, un poema místico para guiarnos! Solíamos obtenerlos de los libros sibilinos, pero ahora le toca al augur reconocer la voluntad de los dioses. Entonces, si me dejara ir a buscar unos setenta animales de peluches y posiblemente un cuchillo——

—¿Tú eres el augur?—interrumpió el dios.

—S-sí, mi señor.

Marte sacó un pergamino de su cinturón.—¿Alguien tiene un bolígrafo?—preguntó y los legionarios solo lo miraron. Marte suspiró.—¿Doscientos romanos y nadie tiene un bolígrafo? ¡No importa!—se colgó su M16 a la espalda y sacó una granada. Fiona jadeó. Muchos de los romanos gritaros. Luego, la granada de convirtió en un bolígrafo y Marte comenzó a escribir.

Frank miró a Percy con los ojos muy abiertos. Él articuló:—¿Tu espada puede transformarse en una granada?

Percy frunció el ceño y respondió:—No. Cállate.

—¡Ahí!—Marte terminó de escribir y le arrojó el pergamino a Octavian.—Una profecía. Puedes agregarla a tus libros, grabarla en tu piso, lo que sea.

Octavian leyó el pergamino.—Esto dice: Vayan a Alaska. Encuentren a Tánatos y libérenlo. Vuelvan antes de la puesta de sol del veinticuatro de junio o mueran.

—Si.—dijo Marte.—¿No está claro?

—Bueno, mi señor... por lo general, las profecías no son claras. Están envueltas en acertijos. Riman y...

Marte casualmente sacó otra granada de su cinturón.—¿Sí?

—¡La profecía está clara!—Octavian chilló.—¡Una búsqueda!

—Buena respuesta.—Marte golpeó la granada con su barbilla.—Ahora, ¿qué más? Había algo más... oh, si.—se volvió hacia Frank.—Ven aquí, chico.

Frank parecía querer hacer cualquier cosa menos eso, pero caminó hacia adelante y Marte sonrió.—Buen trabajo en los juegos de guerra, chico. ¿Quién es el árbitro de este juego?—preguntó y Reyna levantó la mano.—¿Viste esa jugada, árbitro?—exigió Marte.—Fue mi hijo, el primero en cruzar la pared, ganó el juego para su equipo. A menos que estés ciega, esa fue una jugada MVP. No está ciega, ¿verdad?

Reyna parecía que estaba tratando de tragarse un ratón.—No, señor Marte.

—Entonces, asegúrate de que obtenga la corona mural.—exigió Marte.—¡Mi hijo aquí!—le gritó a la legión en caso de que alguien no lo escuchara.—El hijo de Emily Zhang. Ella era una buena soldado. Una buena mujer. Este chico, Frank, demostró sus habilidades esta noche. Feliz cumpleaños atrasado, chico. Es hora de que tengas un arma de un hombre de verdad.

Le arrojó a Frank su M16. Fiona de repente temió que el enorme rifle de asalto lo aplastara, pero el arma cambió en el aire, volviéndose más pequeña y delgada. Cuando Frank la atrapó, era una lanza. Tenía una asta de oro imperial y una punta de hueso blanco, parpadeando con una luz fantasmal.

—La punta es un diente de dragón.—dijo Marte.—Todavía no has aprendido a usar los talentos de tu madre, ¿verdad? Bueno, esa lanza te dará un respiro hasta que lo hagas. Tiene tres cargas, así que úsala sabiamente. Ahora, mi hijo, Frank Zhang liderará la búsqueda para liberar a Tánatos, a menos que haya alguna objeción.

Nadie dijo una palabra.

—Debes llevar a tres compañeros.—continuó Marte.—No dos. Tres. Uno de ellos tiene que ser este niño.—señaló a Percy.—Va a aprender algo de respeto por Marte o morirá en el intento. En cuanto al segundo, será la hija de Aliento de Muerte.—su dedo aterrizó en Fiona, y ella lo miró fijamente, alarmada.—Plutón exigió que ella esté en la búsqueda. La tercera, no importa. Elige a quien quieras. Tengan uno de esos debates del senado, todos ustedes son buenos en eso.

La imagen del dios parpadeó. Un relámpago crujió en el cielo.

—Esa es mi señal.—dijo el dios.—Hasta la próxima, romanos. ¡No me decepcionen!

El dios estalló en llamas, y luego se fue, dejando el campamento en silencio atónito.

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