iv. Legado y semidiosa
capítulo cuatro: legado y semidiosa.
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ENTRAR A LA PRINCIPIA HIZO QUE LAS ambiciones y la naturaleza competitiva de Fiona Midgrass aumentaran. Era un lugar magnífico construido para la gloria de la pretura, hecho con presición con mosaicos brillantes y mármol pulido. Las paredes estaban cubiertas de tercipelo púrpura, como si estuvieran en la tienda de campaña más cara. El púrpura representaba la realeza y eso eran los pretores en el campamento. Eran realeza; su opinión era la definitiva. A lo largo de la pared de del fondo había una exhibición de estandartes y postes de madera tachonados con medallas de bronce. En el centro, había un pueso de exhibición vacío, y la verguenza mezclada con la ira nublaron la mente de Fiona. Por eso nunca llegaría a ser pretora, por los errores que su cohorte había cometido años atrás. (Eso, y por supuesto, otras cosas. Ya saben, su padre).
Pero aún así, no pudo evitar soñar cómo sería sentarse detrás de la larga mesa de madera que estaba repleta de pergaminos, cuadernos, tabletas, dagas y un gran tazón lleno de dulces de goma. Fiona solo había servido tres años a la legión. Le faltaban unos años más para jubilarse, exactamente, siete. Ella se convertiría en pretor en ese momento. Ella se ganaría ese asiento, tal como su madre le decía que lo haría.
Reyna caminó detrás de la mesa y se sentó en una de las dos sillas de respaldo alto, sus perros Argentum y Aurum (plata y oro) se movían a su costado. Fiona frunció el ceño ante el asiento vacío a su lado. Ese asiento pertenecía a Jason Grace. Todo se fue cuesta abajo una vez que Jason desapareció y los estaba afectando a todos.
Percy frunció el ceño profundamente hacia Reyna.—Nos conocemos.—comentó.—No recuerdo cuándo. Por favor, si puedes decirme algo——
—Lo primero es lo primero.—Reyna levantó una mano para silenciarlo.—Quiero escuchar tu historia. ¿Qué recuerdas? ¿Cómo llegaste aquí? Y no mientas, a mis perros no les gustan los mentirosos.
Argentum y Aurum gruñeron para enfatizar el punto.
Percy contó su historia —de principio a fin. Bueno, al menos lo que podía recordar—. Les dijo que se despertó solo en la Casa del Lobo, sin memoria. Entrenó con Lupa (lo normal), aprendiendo las costumbres de un guerrero romano hasta que ella decidió que estaba listo para venir al campamento.
—¿No recuerdas nada en absoluto?—preguntó Reyna una vez que el chico terminó su relato. El pensamiento pareció perturbarla profundamente.—¿Aún no recuerdas nada?
—Solo pedazos, piezas borrosas.—Percy miró a los perros. Fiona entrecerró los ojos. Estaba ocultando información, lo supo por la forma en que los perros de Reyna gruñían. Lo iban a atacar en cualquier momento.
Reyna hizo girar su daga.—La mayor parte de lo que estás describiendo es normal para los semidioses. A cierta edad, de una u otra forma, encontramos nuestro camino a la Casa del Lobo. Somos probados y entrenados. Si Lupa cree que somos dignos, nos envía al sur para que nos unamos a la legión. Pero nunca he oído hablar de alguien que haya perdido la memoria. ¿Cómo encontraste el Campamento Júpiter?
Le contó sobre los últimos tres días: las gorgonas que no morían, la anciana que resultó ser Juno y finalmente, conocer a Fiona, Hazel y Frank en el túnel. Fiona y Hazel lo llevaron hacia el Campamento. Hazel describió a Percy como heroico y valiente, lo que Fiona admitía era verdad, pero que jamás diría en voz alta. O mejor dicho, su orgullo no le dejaría decirlo.
Reyna estudió a Percy.—Eres viejo para ser un recluta. ¿Cuántos años tienes, dieciséis?
—Creo que si.—Percy dijo.
Una voz persistente en la nuca levantó la mano y declaró: ¡Dios mío, yo también acabo de cumplir dieciséis años! Lo cual fue realmente tonto e innecesario.
—Si pasaste tantos años solo, sin entrenamiento ni ayuda, deberías estar muerto. ¿Un hijo de Neptuno? Tendrías un aura poderosa que atraería a todo tipo de monstruos.
—Si.—Percy estuvo de acuerdo.—Me han dicho que apesto.
Fiona se negó a sonreir. ¿Así que también era sarcástico? Pero de nuevo, se abstuvo de sonreír. ¡Oh, detente, Fiona! ¡Deja de actuar como una colegiala! Él es guapo, ¿y qué? ¡No puedes confiar en él! ¡No sabes nada de él!
—Debes haber estado en algún lugar antes de la Casa del Lobo.—Reyna comentó y Percy se encogió de hombros. Fiona recordó que Juno había dicho algo acerca de que él dormía, pero no pudo haber estado durmiendo durante tanto tiempo, ¿dieciséis años? No, eso tampoco tenía sentido. Reyna suspiró.—Bueno, los perros no te han comido, así que supongo que estás diciendo la verdad.
—Genial. La próxima vez, ¿puedo tomar el polígrafo?
Reyna se puso de pie. Pasó frente a las pancartas. Sus perros de metal la observaban ir y venir.—Incluso si acepto que no eres un enemigo.—comenzó.—No eres el típico recluta. La reina del Olimpo simplemente no aparece en el campamento, anunciando un nuevo semidiós. La última vez que un dios mayor nos visitó en persona...—ella negó con la cabeza.—Solo he escuchado leyendas de tales cosas. Y un hijo de Neptuno... eso no es un buen augurio, especialmente ahora.
—¿Qué hay de malo con Neptuno?—preguntó Percy.—¿Y qué quieres decir, especialmente ahora?
Fiona y Hazel le lanzaron miradas de advertencia, pero Reyna siguió caminando.—Has luchado contra las hermanas de Medusa, que no habían sido vistas en miles de años. Has agitado a nuestros Lares, que te llaman graecus. Y llevas símbolos extraños, esa polera, las cuentas de tú collar... ¿qué quieren decir?
Fiona se había estado preguntando eso mismo. Miró las cuentas. Había cuatro de ellas. Uno mostraba un tridente. Otro mostraba una miniatura del ¿vellocino de oro? El tercero tenía grabado el diseño de un laberinto y el último tenía la imagen de un edificio. Fiona pensaba que se parecía al Empire State y eso no le gustó. Los romanos siempre evitaban el este, era sinónimo de Grecia.
—No lo sé.—respondió finalmente el chico, un poco triste de no poder darles una respuesta. La dura mirada de Fiona se suavizó un poco, dándose cuenta de lo aterrador que debía ser todo eso para él. No tenía recuerdos y, sin embargo, parecía como si sintiera qué debía saber lo que significaba esto, pero no se le ocurría nada. Percy Jackson parecía angustiado porque no tenía una respuesta.
—¿Y tu espada?
¿Tenía una espada? Fiona arqueó una ceja, observándolo sacar un bolígrafo de su bolsillo. Solo un bolígrafo normal con tinta azul; pero luego lo destapó y de el brotó una reluciente espada de doble filo en forma de hoja de bronce. Se le cortó la respiración mientras los galgos ladraban con apresión.
—¿Qué es eso?—preguntó Hazel, sin aliento.—Nunca había visto una espada como esa.
—Yo si.—Reyna respondió sombriamente.—Es muy antiguo, un diseño griego. Solíamos tener algunas en la armería antes...—se detuvo.—El metal se llama bronce celestial. Es mortal para los monstruos, como el oro imperial, pero aún más raro.
Percy frunció el ceño.—¿Oro imperial?
Reyna desvainó su daga y le mostró su hoja dorada.—El metal fue consagrado en la antiguedad, en el Panteón de Roma. Su existencia fue un secreto celosamente guardado por los emperadores, una forma de que sus campeones mataran a los monstruos que amenazaban al imperio. Solíamos tener más armas como esta... pero ahora, bueno, nos las arreglamos. Yo uso esta daga. Fiona usa un diseño similar. Hazel tiene una spatha, una espada de caballería. La mayoría de los legionarios usan una espada más corta llamada gladius. Pero esa arma tuya no es romana en absoluto. Es otra señal de que no eres un típoco semidiós. Y tu brazo...
—¿Qué tiene?
Reyna levantó su propio antebrazo, mostrando sus tatuajes de legionario. Las letras SPQR, una espada cruzada y una antorcha —el símbolo de su madre, Bellona— y debajo, cuatro líneas paralelas para mostrar sus años de servicio.
Percy miró a Fiona y Hazel.—Todos los tenemos.—confirmó Hazel, y las chicas le mostraron sus brazos. Todos los miembros de pleno derecho de la legión los tenían.
—¿Por qué tienes dos?—Percy le preguntó a Fiona, señalando su brazo.
Fiona, de hecho, tenía dos símbolos. Primero, estaba el símbolo de su legado de Victoria: dos plumas con una corona de laurel de la Victoria en el medio. El segundo, era un glifo negro como una cruz con las puntas de curvadas hacia arriba con un punto en el medio: el símbolo de Plutón. Debajo de ellos, habían tres líneas.
—Ella es un legado y una semidiós.—explicó Reyna.—Su madre es hija de Victoria, diosa de la victoria, mientras que su padre es Plutón, dios del Inframundo.
Percy se rascó la frente, confundido.—Espera, ¿entonces eres como una semidiós-semidiós? ¿O como tres mitades de dios?
Fiona no lo había pensado de esa forma; ella frunció el ceño tratando de averiguarlo también. Pero antes de que pudiera hacerlo, Reyna continuó hablando, señalando los brazos de Percy.—Entonces, nunca has sido miembro de la legión.—dijo.—Estas marcas no se pueden quitar. Pensé que tal vez...—pronto negó con la cabeza, como si descartara una idea.
Hazel se inclinó hacia adelante.—Si ha sobrevivido solo todo este tiempo, tal vez haya visto a Jason.—se volvió hacia Percy.—¿Alguna vez has conocido a un semidiós como nosotros antes? Un tipo con una polera púpura con marcas en el brazo——
—Hazel.—la voz de Reyna sonó más profunda. Fiona frunció los labios ante la mención de su pretor desaparecido. Jason Grace siempre fue amable con ella, a diferencia de muchos otros. Casi lo consideraba un amigo.—Percy tiene suficiente de qué preocuparse.
Percy tocó la punta de su espada y la hoja se encogió hasta convertirse en un bolígrafo. Fiona quería algo genial como eso. Ella quería un arma como esa. Podría hablar con los hijos de Vulcano en las forjas y decirles que le hicieran una.—No he visto a nadie como ustedes antes. ¿Quién es Jason?
Reyna le dio a Hazel una mirada irritada.—Él es... él era mi colega.—hizo una seña hacia le segunda silla vacía. Fiona la miró con tristeza.—Normalmente, la legión cuenta con dos pretores electos. Jason Grace, hijo de Júpiter, fue nuestro pretor hasta que desapareció en octubre pasado.
—¿Ha estado desaparecido por ocho meses y no lo han reemplazado?
—Él no está muerto.—dijo Fiona demasiado rápido. Pero no quería pensar que quizás su amigo—pretor—buen—compañero—de—la—quinta—cohorte—y—legionario, estaba muerto.—No nos hemos rendido.
Reyna hizo una mueca. Todos sabían que Jason era más que un colega para ella.—Las elecciones solo ocurren de dos maneras.—dijo.—O la legión elige a alguien después de un gran éxito en el campo de batalla —y no hemos tenido ninguna batalla importante—, o realizamos una votación en la noche del veinticuatro de julio, en la Fiesta de la Fortuna. Eso es en dos días.
Percy frunció el ceño.—¿Tienen una fiesta para el atún?
Fiona lo miró fijamente. ¿Hablaba en serio?—Fortuna.—corrigió ella con rigidez.—La diosa de la suerte, ya sabes, en caso de que creas que es la diosa del atún o lo que sea.—ante la mirada en el rostro de Percy, Fiona se preguntó si de verdad había pensado eso.—De todos modos, lo que sea que suceda en el día de la fiesta puede afectar todo el resto del año. Ella puede darle al campamento buena suerte... o mala suerte...—una vez más, su mirada se dirigió al estandarte vacío. Esta vez, Reyna y Hazel se unieron a ella, todos ellas hervían de humiilación y odio.
—La fiesta de la fortuna...—Percy se puso pálido de repente.—Las gorgonas mencionaron eso. También lo hizo Juno. Dijeron que el campamento iba a ser atacado ese día, algo sobre una gran diosa llamada Gea y un ejército... y la muerte desatada. ¿Me estás diciendo que ese día es esta semana?
El estómago de Fiona se revolvió una vez más. Compartió una mirada inquietante con Hazel. Nerviosa, sus dedos alcanzaron su collar, recorriendo el colgante de calavera. Los dedos de Reyna se apretaron alrededor de su daga.—No dirás nada de eso fuera de esta habitación.—ordenó.—No permitiré sembrar más pánico en el campamento.
—Así que es verdad.—Percy dijo.—¿Sabes lo que va a pasar? ¿Podemos detenerlo?
Reyna frunció los labios.—Hemos hablado suficiente por ahora. Hazel, Fiona, llévenlo al Templo Hill. Encuentren a Octavian, no...—sus ojos brillaron hacia Fiona.—No lo ataques. En el camino pueden responder las preguntas sobre Percy. Cuéntenle sobre la legión.
—Si, Reyna.—Hazel respondió y Fiona solo asintió.
—Buena suerte con el augurio, Percy Jackson.—Reyna le dijo al hijo de Neptuno.—Si Octavian te deja vivir, tal vez podamos hablar... sobre tu pasado.
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