𝟬𝟯. THE FIREFLIES

CAPITULO TRES:
«LAS LUCIÉRNAGAS»

song: verbatim
━━ mother mother

PRIMAVERA ─ MARZO, HACE 5 AÑOS
detroit, michigan

Cuando Sebastian llego a la carretera, miro hacia atrás al menos unas diez veces, esperando ver un rostro a medio quemar escondido entre los árboles o algún infectado en el camino, una calidad de vida que nunca le ha gustado en lo absoluto.

Las ardillas charlan. E inclusive las aves cantan por encima de su cabeza. Pero no hay personas. Sebastian fuerza su mirada hacia delante y respira profundamente, escuchando las risas y el tamborilear continuo de los pasos. Todo es demasiado... pacífico. A bueno, a diferencia de lo que Sebastian suele estar acostumbrado.

Observa a Birdie caminar junto a Grace unos pasos más adelante y a ambas conversar animadamente. Una mochila marrón esta sobre la espalda de la mayor, con una escopeta pegada a su lado. La pequeña, al contrario, únicamente sostiene un arco y flecha, ya que la mayoría (si no es que todas) de sus cosas están con Sebastian, quien usa ambos hombros para llevar su mochila y solo uno para llevar la suya.

──Entonces, ah... ¿prefieres ser atacado por un oso o ser golpeado por un rayo? ──Grace pregunta, pasando por encima de un neumático solitario y mirando a Birdie a continuación.

La morena tarda un segundo en responder, reflexionando sobre su respuesta. Puede que solo tenga diez años, pero hay mucha perspicacia en su mirada. Sebastián logra imaginar de quien heredó eso.

──Uy, esta es buena. ¿Tengo un arma mientras el oso me ataca? ──Ella cuestionó como si fuera lo más natural del mundo.

──No. Sin armas. Solo tú y el oso.

──Entonces un rayo ──Ella mira hacia atrás, mirando a Sebastián, recordando que él también está allí──. ¿Podrías luchar contra un oso?

──En un buen día, tal vez ──responde, enogiéndose de hombros.

──¿Y tú, Grace?

──No ──Se burla ella instantáneamente, pateando una piedra lejos. El hombre la observa rodar y desaparecer en medio del bosque──. Un oso me destrozaría. Elegiría un rayo porque sería rápido.

──Okay, tengo uno ──Birdie juega con una piedra más pequeña, y al igual que la chica a su lado, la avienta a lo lejos──. ¿Prefieres que te rompan por la mitad o caer de un edificio muy alto?

──¿Ser partido por la mitad por que cosa? ──Preguntó Sebastián, inclinando la cabeza ligeramente hacia atrás y levantando las cejas por detrás del pasamontañas.

──No importa ──Aunque no puede ver su rostro, el mayor puede imaginar el giro de ojos de la castaña.

──Claro que importa, puede cambiar mi respuesta.

──Caer de un edificio ──Shepherd interrumpe, dando finalmente su respuesta──. Puede que el descenso sea una mierda, pero apuesto a que no sientes nada cuando llegas al suelo.

──Pero parecerías un insecto muerto y todo aplastado ──dice Birdie.

──No me importa mi apariencia. Estaré muerta.

Sebastián limpia la garganta.

──Mi turno, entonces.

──¡Ey no! Tienes que elegir uno, Ghost ──La chica exclama.

──El edificio ──habla lentamente, dirigiendo sus ojos a la carretera.

Una sombra en movimiento pasa a su derecha. Normalmente se acerca a ellos, pero es solo un corzo agachado entre las hierbas altas que salen del hormigón.

Un suspiro salió de sus labios mientras desviaba la mirada, solo para descubrir que Grace lo está mirando. Durante unos segundos, sus ojos parpadean entre Sebastian y el ciervo antes de que vuelva a enfocarse hacia adelante. Es solo por un momento, pero Grace nota lo alerta que se ha mantenido.

Hace unas horas, casi cayeron en una trampa de saqueadores y la preocupación por la seguridad de Birdie lo dejó en un claro estado de descontrol. La chica terminó sorprendiéndolo, demostrando ser más que capaz de defenderse y seguir sus órdenes. A decir verdad, Sebastian podría decir que estaba orgulloso de ella.

──¿Prefieres... ──comienza, ignorando el último evento y siguiendo adelante ──... cortarte todos los dedos o arrancarte los ojos?

──¿Qué uso para quitarme los ojos? ──Birdie pregunta.

──Faca.

──Creo que mis ojos ──Ella se estremece──. Quiero decir, prefiero deshacerme de dos cosas que de diez.

Ambos miran a Grace con expectativa. Una ráfaga helada de aire del norte se apodera de su cabello, por lo que sujeta los mechones rebeldes detrás de sus orejas. Se había cortado el pelo hace meses y ahora estaba creciendo de nuevo, sobresaliendo de la cola de caballo que había hecho.

──Dedos ──Shepherd decide después de un momento──. Probablemente podría vivir sin ellos.

──Y así puedes seguir mirando a Lauren con frecuencia ──Birdie tararea, con un poco de provocación en su tono de voz. Ella envuelve la punta de la trenza en la que esta peinado su cabello con el dedo.

Después del agitado día que habían tenido, varios hilos se soltaron frente a su rostro. Pero no era como si la trenza fuera perfecta antes. Aunque no lo pareciera, Sebastián dio su mayor esfuerzo para poder hacerla.

──¿Perdón? ──Grace cuestiona, medio ofendida──. ¿De dónde sacaste algo así, Birdie?

──Veo cómo la miras todo el tiempo, Grace ──Respondió a la chica──. Ella también te mira mucho. Principalmente a tu trasero.

Birdie se ríe y pasa por delante de Grace dando pequeños brinquitos. La rubia queda perpleja ante aquel comentario.

──¿No vas a decir nada al respecto? ──Ella le pregunta a Sebastian cuando el hombre se detiene a su lado.

El teniente la mira, un poco divertido de la situación. Sostiene las correas de la mochila con los pulgares.

──Podrías ser menos obvio ──Él sugirió, encogiéndose de hombros.

──¿En serio, teniente?

Sebastián se rió débilmente, retomando el paso. La mujer lo siguió, murmurando suavemente.

En el pueblo, el aire apesta lo suficiente como para que Sebastiam se detenga. Antes, era capaz de pasar directamente. Esta vez, un grupo de catorce o quince infectados parece estar atrapado en la calle principal entre una pared derrumbada y un poste telefónico caído. Tiene que decidir entre gastar munición o tiempo.

No tarda mucho en encontrar un pequeño edificio y los tres suben por la escalera de incendio oxidada. Desde la distancia segura del techo, Sebastian derriba a los infectados uno por uno con una precisión que apenas deja huella en el amplio stock de cartuchos. Con la ruta desobstruida, ahorró al menos una o dos horas de la preciosa luz del día para que pudieran regresar al campamento.

La niebla se disipa. El sol ámbar intenta mirar entre las nubes, pero el cielo quiere permanecer gris. Cuando llegan, el cansancio los ha ahogado. Birdie se durmió recargada sobre la espalda del sujeto, con la mejilla presionada contra la nuca del hombre. El alivio es espeso y palpable, tiene un sabor dulce en la lengua. La valla, el conejo, la cabaña mucho más acogedora; nada de eso es su hogar, pero aun así, llama su nombre en un aire de bienvenida.

Murray abre las puertas del campamento en el que están alojados, esta vez es en los alrededores de una antigua mansión. Hay varias habitaciones en la casa, pero no lo suficiente. Algunas personas necesitaban montar tiendas alrededor. La cocina tampoco era lo suficientemente buena, lo que hizo que Roger montara la suya propia en el exterior utilizando un fuego y partes rotas de una antigua cabaña.

Sebastian se alojó con Birdie en una cabaña de caza cercana. Prefería tener su propio espacio, lejos de los ojos curiosos. El lugar se usaba principalmente para dormir, ya que la mayoría de los días pasaban el tiempo fuera, cazando o entrenando.

Birdie se mueve, pero sus ojos permanecen cerrados incluso cuando entra en la cabaña, pisando lentamente las maderas que llenan el suelo. Está envuelto en la oscuridad. Apoya la linterna en la mesa mientras sus botas golpean el suelo.

La pone en la cama. Mientras lo hace, Grace tienta en busca del sofá y casi se ahoga cuando las yemas de los dedos desgastados rozan el tejido resatado. No agua helada, madera sólida o suelo fangoso, sino algo suave. Está a punto de hundirse, con los huesos desesperados por las almohadillas elásticas, cuando él vuelve al umbral del pasillo con una fea sábana de franela en las manos.

──Toma. Para que pases la noche.

Es difícil estar seguro de si lo agradece o no; su cerebro evoca las palabras, pero su voz no parece funcionar muy bien. Una cosa es segura: Grace acepta la sábana, la dobla con urgencia y luego se acuesta, enterrando la cara en el pliegue de la almohada y el brazo. Se quita las botas y deja que la oscuridad la lleve, rápida y pesada. Puede ser un coma o una muerte disfrazada de sueño, y Ghsot imagina que todavía entraría en esto sin problemas.

La deja con su espacio y se dirige a la mesa en la esquina de la habitación, donde se sienta y extiende todas sus armas. Sebastian también pesca una botella de licor que Don le dio anoche. Encendiendo la radio a un volumen bajo, pasa el resto de la noche, hasta que llega el sueño y lo dirige a la cama, limpiando cada uno de sus equipos y vigilando ambas chicas.

INVIERNO ─ ACTUALIDAD, FEBRERO 23, 15:00
boston, massachusetts

En el momento en que Sebastián estuvo de pie, con las manos levantadas en señal de rendición, los oficiales de FEDRA lo escoltaron dentro del confinamiento de la Zona de Cuarentena, donde los terrores de la mañana mueren en el exterior y solo queda el movimiento natural de una zona segura post apocalíptica.

Primero utilizaron un dispositivo para averiguar si Sebastian está infectado o no. Incluso dentro de ese confinamiento, los hombres y mujeres de FEDRA no bajan sus armas. Esto solo ocurre cuando la pantalla del detector brilla en color verde, señalando que Sebastian está limpio. No hay cordycerps en su cuerpo y puede vivir un día más, pero todavía se siente como si estuviera infectado con algo.

Algo que está corroyendo su mente en ese mismo instante.

──¿Qué pasó? ──Preguntó uno de los oficiales, el que Sebastián suponía que estaba al mando allí. Era un hombre alto y negro. No tenía pelo en la cabeza y su cara estaba completamente limpia de barba.

──Nuestro tren de suministros sufrió una emboscada ──Respondió Sebastián. Las palabras parecían ásperas en su garganta──. Todos los demás están muertos.

──¿Solo quedas tu?

──Sí...

──Sus identificaciones ──Pidió el oficial. Sebastian llevó la mano al bolsillo del pantalón y retiró la tarjeta con el número de identificación falsificado. Era ese trozo de plástico que les ayudaba a salir de las zonas de cuarentena──. Las identificaciones en su mano también.

Sebastián dudó por un momento. Se enfrentó al collar que todavía mantenía envuelto en su mano. La sangre que lo cubría. Tragando el seco, entregó el objeto al comandante.

El oficial se alejó, yendo a comprobar el número en el sistema. Otros dos hombres permanecieron cerca de ellos.

──¿Tu transporte era el que vino de Nueva York? ──Preguntó al comandante, de espaldas a Sebastián y comprobando el número en la ficha.

──Sí, señor ──Reeves respondió.

──¿Sabes quiénes fueron las personas que te atacaron?

──No, señor. Todos estaban con máscara ──Sebastián respondió──. Un cable de cobre derribó uno de los coches, luego un camión se estrelló contra el vehículo que conducía. Han surgido de todos los lados. Soltaron a los infectados...

Los dos oficiales cercanos a Sebastián se miraron entre sí. El comandante enderezó la postura y se volvió hacia él lentamente.

──Hemos escuchado algunas historias sobre estas personas. Suelen llamarlos "bateadores" en las radios, pero no sabemos quiénes son o cómo se llaman ──Explicó el oficial──. Personas disfrazadas atacando vehículos de FEDRA. Ha ocurrido desde hace algún tiempo, pero en otras zonas de cuarentena. Esta es la primera vez que sucede algo así aquí.

Vuelve a entregar la tarjeta a Sebastian, que la acepta y la guarda en el bolsillo, cerca de las identificaciones del ejército que pertenecían a Grace.

──Lo siento por tu gente, hijo ──dijo el hombre, apretando el hombro de Sebastián──. Pero ahora estás a salvo. Bienvenido a tu nuevo hogar.


Sebastián nunca trataría ese lugar como un hogar, ya que no lo era. No pertenecía a esa zona de cuarentena y si estaban pensando que se quedaría allí, todos estaban equivocados. Las cosas podrían haberse salido del control, pero él encontraría la manera de regresar a casa.

Después de retirarse, la orden dada por el comandante era que Sebastián debía lavarse y desechar el uniforme para que no hubiera ningún tipo de contaminación. En su ropa había sangre, tanto de infectados como de sus colegas muertos, aunque, más concretamente la de Grace.

Se sentía sucio. El sudor se pegó a su piel, las manchas de suciedad que subieron a medida que el polvo se levantaba y se mezclaba con el olor a pólvora, todo lo impregnaba. Pero Sebastian sabía que, incluso lavándose la piel con el máximo esfuerzo que podía hacer, no podía deshacerse de esa sensación que estaba arraigada en sus huesos.

El dolor, la ira, la pérdida... Todo intensificaba el peso sobre sus hombros. El dolor que sentía en el cuerpo no era nada comparado con el que estaba dentro de su mente, haciéndole recordar que había fracasado. Y al final fue el único que quedó. El único superviviente.

Las placas de identificación estaban frías contra su pecho mientras el agua de la ducha corría por su cuerpo. Sebastian apoyó ambas manos contra la pared de azulejos blancos, cerró los ojos y se centró sólo en los sonidos ambientales. Todavía no sabía qué iba a hacer o cómo saldría de Boston, ni siquiera tenía un plan en mente. Sin embargo, Reeves sabía que necesitaba hablar con las Luciérnagas lo antes posible.

Cuando sus dedos estaban demasiado arrugados y el agua abrasadora casi quemando su piel, Sebastian cerró la ducha y respiró profundamente. Toda la suciedad se había ido, pero todavía se sentía asqueroso. Su mente no podía deshacerse de los flashes, de los recuerdos de esa lucha tan repentina. Fueron masacrados, acorralados, dejados totalmente sin posibilidad de contraatacar. Claramente había sido planeado y algo en la mente de Sebastián gritaba una respuesta clara a la pregunta que no salía de su mente: ¿quién había hecho eso?

Después de secar el cuerpo con una toalla peluda en un color amarillento, llevaba pantalones cargo negros y una camiseta gris. La ropa le fue entregada antes y el tamaño era adecuado para su cuerpo. Mientras se secaba los rizos húmedos en su cabeza, ahora libre de todo el hollín, Sebastián pensaba en qué hacer. Sabía que había un walkie talkie antes atado a su cinturón y que fue llevado al igual que su ropa, ahora necesitaba recuperarlo de los guardias.

Cuando sus coturnos estaban debidamente atrapados, dejó el baño y encontró a uno de los oficiales afuera. Era una mujer de pelo castaño oscuro. Tenía un flequillo un poco desordenado y las mechas atrapadas en una cola de caballo. La oficial era más baja que él, pero mantenía una mirada presuntuosa en su rostro.

──Sebastian Reeves, ¿verdad? ──Ella cuestionó, a lo que Sebastian asintió, aceptando el uniforme que le entregaba──Mi nombre es Talia Fletcher. Me encargaron acompañarte. Los demás están ocupados con... algunos problemas en la ciudad.

──¿Problemas? ──preguntó, acompañándola por el pasillo de la base. La "base" era en realidad un edificio cualquiera cerca de los muros de la Zona de Cuarentena. Era el más espacioso y el más seguro, teniendo en cuenta que todos los que servían a FEDRA deberían quedarse allí. Adaptaron todo el lugar para que se asemejara a una base, pero todavía había indicios que preservaban el estilo antiguo.

──Luciérnagas, como siempre ──Talia soltó un suspiro cansado──. Siempre son un gran problema. Un grupo de terroristas que dicen que quieren "cambiar el mundo". De hecho, lo único que hacen es destruir todo lo que tocan.

Sebastian se quedó en silencio sobre el tema en cuestión. No tenía nada que ver con las Luciérnagas. Lo que hacían o dejaban de hacer no le interesaba. Él y los demás habían dejado de interesarse por lo que le pasaba al mundo durante mucho tiempo. Esa pelea pertenecía a las Zonas de Cuarentena, no a ellos.

Pero Sebastian eligió abstenerse de cualquier comentario al respecto. No solo porque no le interesaba, sino también porque estaba cansado y al mismo tiempo lleno de cosas más importantes en su mente. Lo peor pasó, pero su cuerpo seguía zumbando, cobrando su precio. Su mente gritaba para que actuara, hiciera algo. No habría descanso hasta que Sebastián pudiera salir de esa Zona de Cuarentena y volver a casa.

──Quería saber cuándo voy a recuperar mis cosas ──Reeves comentó.

──¿Tus cosas? ──Preguntó a Talia, arqueando una ceja.

──Sí ──lo confirmó──. Traje conmigo identificaciones y una radio walkie talkie. Mi ropa ya debe haberse convertido en cenizas a esta hora, pero me imagino que el resto no. La radio y las identificaciones son importantes para mí.

──¿Por qué necesitas la radio? ──Preguntó, mirando hacia adelante.

──Necesito ponerme en contacto con mi gente en Nueva York ──Él afirmó.

──No necesitas la radio para esto, podemos hacerlo por ti ──respondió a Fletcher──. Vamos a advertirles que has sobrevivido. Es decir, que fue el único que sobrevivió. Si quieres hablar con alguien en privado, puedes usar uno de nuestros comunicadores. El comandante no debe encontrar un problema.

──No es solo por eso. Puede que no haya sido el único que ha sobrevivido al ataque. Si alguien más de mi personal está vivo, la radio será útil. Podré ponerme en contacto con él ──afirmó Sebastián, tratando de convencerla.

Talia lo miró cerca de las escaleras. Su mirada lo analizaba, buscando cualquier tono de mentira en su tono de voz o en la postura que presentaba Sebastian. El teniente conocía ese tipo de inspección, él mismo solía hacerlo cuando necesitaba tratar con otras personas. Solo esperaba que ella no se diera cuenta de lo tenso que estaba en ese momento.

──Voy a ver qué puedo hacer por ti al respecto ──dijo ella. Luego le abrió una puerta──. Ahora, ve a descansar. El comandante te dio el día libre para que puedas recuperarte. Mañana ya debería estar en servicio.

──No puedo esperar hasta mañana.

──Pero tendrá que hacerlo ──Ella afirmó.

──Estoy bien para el servicio ahora ──Insistió Sebastián.

──Esta es una orden directa del comandante, no debe desobedecerla. Descansa, novato.

──No soy ningún novato. Soy el teniente de mi división.

──Aquí estás. Por eso necesita obedecer órdenes. Y, lo siento, pero ¿estás viendo tu división por aquí? Porque yo no ──dijo la mujer. Reeves tenso la mandíbula──. Es correcto que descanses un poco y te recuperes después de lo que sucedió. Debería aprovechar.

──Si me quedo dentro de esa habitación, me volveré loco ──Sebastian la miró directamente al pronunciar esas palabras──. No soy el tipo de persona que descansa después de una experiencia. Serví durante más de 20 años. Estoy más que acostumbrado a este tipo de situaciones.

──Acabas de perder a tus compañeros de equipo.

──Por eso no puedo parar ahora ──respondió──. Déjame ser útil. No te arrepentirás.

Sebastián hablaba en serio. Sus palabras estaban cargadas de una necesidad urgente. No quería ni deseaba quedarse quieto en ese lugar, mientras el mundo seguía fuera de ese edificio. Había prioridades en su lista.

Podía ver el conflicto en los ojos de Talia. Sus ojos iban y volvían, pensativos. Cuando suspiró y sacudió la cabeza ligeramente, se dio cuenta de que la mujer finalmente había tomado una decisión.

──Bien ──Reeves relajó sus hombros en el momento en que pronunció esas palabras──. Pero solo me acompañarás durante mi ronda. Voy a mostrar la ciudad, lo que solemos hacer y no te vas a alejar de mí.

──Está bien ──Asintió, pensando que era ridículo ser tratado como un niño, pero no estaría en desacuerdo. Todo lo que necesitaba era permiso para salir. Tiempo suficiente para conocer el lugar y recuperar su radio. Después de eso, Sebastian necesitaba encontrar a sus empleadores──. Como quieras.

──Viste el uniforme ──Ella le instruyó, pasando por él y yendo hacia las escaleras──. Y no olvides hacer todo lo que digo. Si sucede alguna mierda, le diré al comandante que me has obligado.

La Zona de Cuarentena de Boston era un espacio grande, pero Sebastian nunca vio más que la parte inicial de ella. Durante la época en que todavía estaban cerca, pero específicamente en Connecticut, hubo dos veces que dejaron mercancías en Boston. Después de eso, a medida que comenzaron a moverse y a alejarse aún más de esa parte del estado, no hubo más contacto.

Ohio era un lugar muy alejado, conocido por estar aislado. Parecía un gran lugar para quedarse después de que su penúltimo trabajo fuera un poco ventajoso, pero la comida comenzó a terminar y no había más misiones llegando. El invierno se instaló y la desesperación estaba a punto de empezar a crecer cuando la líder de los luciérnagas de Boston se puso en contacto. Marlene fue directa en relación con lo que quería. Ahora, todos han pagado el precio.

Mientras caminaba por el noroeste de la ciudad con Fletcher, él prestaba atención a todo lo que ella tenía que decir. Cada mísero detalle.

Sebastian miraba a todos lados, analizando a las personas que pasaban por él, notando las graffitis en las paredes que pertenecían a las Luciérnagas, los carteles de FEDRA. Leyó una palabra escrita en la pared con tinta roja. "Si estás perdido en la oscuridad, busca la luz". Ese era el eslogan de las Luciérnagas, algo que siempre decían durante las transmisiones de radio que, de vez en cuando, Sebastian escuchaba.

Las radios eran muy útiles en los campamentos. Algunos que tenían el privilegio de una estación de radio, podrían usarlo para la comunicación, transmitiendo información o usando para predicar lo que creían, como era el caso de las Luciérnagas o Jericos.

Algunos transeúntes saludaban a Talia mientras ella pasaba, otros simplemente miraban hacia ellos con cierta curiosidad y terminaban susurrando entre sí.

La vida post apocalíptica era en sí misma muy infeliz. Todo el conocimiento que las personas tienen de antes se convierte en solo recuerdos y viven de lo que tienen, solo utilizan lo que es necesario. Pero dentro de las zonas de cuarentena la vida parece aún peor, más miserable. Sebastian ve a algunas personas con ropa sucia, cosida y remendada. Los que pasan por él parecen asustados, viviendo siempre en el límite. No hay ninguna tranquilidad en la mirada, solo tristeza.

FEDRA oprime a esas personas más que a los infectados. En la plaza pública se ejecutan supuestos traidores. En una calle, un joven de diecisiete años es golpeado porque robó tarjetas. Todavía intenta defenderse, diciendo que lo hizo porque la familia se estaba muriendo de hambre. Una mujer interviene. Cabello castaño claro, mechones un poco cortos que golpean el cuello. Sebastian y Talia simplemente están pasando, desviándose de algunas personas que están viendo la escena.

──¡Ey! Ya ha devuelto la tarjeta, ya no necesita golpearlo ──El niño está caído y llorando cerca de sus pies. Usa los brazos para proteger la cabeza, mientras lloriquea. El oficial de FEDRA se detiene a unos pocos con el cacetete levantado y mira hacia ella con una mirada feroz.

──No te entrometas, Adams ──Dice, entre dientes──. Si no quieres ser la siguiente, es mejor alejarte.

──Es solo un chico, joder ──Ella exclama.

──No voy a avisar de nuevo, Riley. Sal de aquí, si no vas a rendir cuentas por él ──Advirtió al oficial, poniéndose aún más estresado.

Reeves observa a la mujer mirando al niño, claramente en conflicto sobre qué hacer. No puede ver claramente la cara de los dos desde donde está, caminando por la acera, pero se da cuenta de la forma en que se miran, como el joven pide ayuda solo con sus orbes suplicantes.

Luego, la mujer suspira y asiente una sola vez, girando en los talones y dando la espalda a la escena. Sebastian también desvía la mirada, escuchando solo los gritos del niño mientras se aleja.

──¿Siempre está agitado aquí por la mañana? ──Le pregunta a Talia, mientras los dos cruzan la calle.

──Suele ser peor ──Fletcher comenta. Después de eso, ella mira por encima del hombro hacia él que está justo detrás──. ¿No es así en su ZQ?

──Bueno, no siempre ──Sebastián miente. Desvía la mirada, observando los puestos de frutas──. Aquí parece ser peor.

──Es porque aquí tenemos a las Luciérnagas.

──Realmente no te gustan, ¿verdad?

──Ni un poco. Si los conocieras tan bien como yo los conozco, tampoco te gustarían ── afirma. Sebastian no responde──. Aquí ocurren los trabajos. Todos los que quieren tarjetas de alimentación necesitan trabajar en algo para poder recibir. Pero imagino que ya debes saber esto, teniendo en cuenta que los Zonas de Cuarentena suelen ser iguales en este sentido.

Talia apunta a un lugar donde se produce una quema de cuerpos. Hay un espacio para un fuego donde los trabajadores de la zona de cuarentena toman cuerpos en el cubo de un camión y los descartan en el fuego. El olor a quemado está por todas partes, las cenizas solo crecen en el cielo.

Para que el olor no les moleste mientras trabajan, las personas usan paños que cubren de la nariz hacia abajo y guantes en las manos para no correr el riesgo de quemaduras o cualquier infección.

La eliminación es de los infectados por el hongo. Los oficiales no se lo piensan dos veces al disparar a alguien que está infectado o usar otros métodos para contenerlos, como algunas toxinas que destruyen el hongo y su anfitrión, pero eran mucho más trabajo para hacer y no son tan viables.

Sebastián permaneció junto a Talia, siguiendo el resto de su ronda mientras hacía la suya. Estaba aprendiendo a conocer su entorno, pero también estaba buscando algún rostro familiar. Cualquiera que fuera una Luciérnaga o inclusive su propia líder, Marlene. Sin embargo, teniendo en cuenta que ella era un problema para FEDRA, la mujer debería estar muy bien escondida.

Aún así, había otras dos Luciérnagas que se pusieron en contacto hace años y podrían estar en algún lugar, posiblemente al acecha o escondidos. Reeves observó a su alrededor, buscando cualquier anormalidad. Sus ojos captan el de un hombre al otro lado de la calle, apoyado en la entrada de un callejón. Sebastian no lo reconoce, pero el hombre lo mira con una mirada impasible. Sus rasgos llamativos eran serios, enfocados. Al mirarlo de vuelta, Sebastián trató de tirar de su mente si lo reconocía desde algún lugar.

El cabello del hombre es oscuro y un poco ondulado. Hay rizos en las puntas, pero el ajuste no llega al cuello. Su cara es un poco delgada, su nariz puntiaguda y hay un bigote justo debajo de esta, junto con una barba sin hacer que está empezando a crecer. Lleva una camiseta xadrex roja y negra, pantalones vaqueros y botas marrones. Hay familiaridad en esos ojos, pero la memoria de Sebastián falla al intentar encontrarlo en sus recuerdos.

──Reeves, hora de regresar ──dice Talia, llamando su atención después de terminar su conversación con otro oficial que está cerca. Ella sostiene su propia arma en la mano, arreglando la correa alrededor del cuello.

──Medio temprano, ¿no crees? ──Preguntó, mirándola. Talia para cerca del medio hilo.

──Fue el tiempo suficiente. Ahora ya conoces la Zona de Cuarentena y sabes a dónde debes o no ir. Eso es lo máximo que hago por ti hoy ──ella respondió──. Ahora que has dado tu paseo... Si quieres orinar a alguien, tendrás que quedarte para otro día. Te dejaré en la base y pasaré a la inspección en el sur de la ciudad.

──Eres un poco elocuente para un sargento ──Sebastian cruzó los brazos frente a su pecho, elevando su postura. La mirada presuntuosa de Talia se ha intensificado.

──Algunos dirían que soy inconsecuente, pero elocuente también sirve ──dijo. Dándole la espalda y luego, Fletcher comenzó a caminar de vuelta a la base──. Dijiste que eras teniente de tu división. ¿Asumió este puesto antes o después de la pandemia?

──Antes ──Él respondió, siguiéndola una vez más──. Me quedé con él cuando me uní a FEDRA. Era la misma gente.

──Entonces estabas muy cerca de tus compañeros de equipo ──la mujer se dio cuenta──. ¿Nunca quisiste ser capitán?

──No me gusta liderar ──Sebastian respondió.

──Pero tampoco parece ser el tipo de persona a la que le gusta seguir órdenes ──Talia comentó──. Y de todos modos, estoy seguro de que tenías que liderar antes. El teniente es el segundo al mando.

──Pero la mayor parte de la responsabilidad es del capitán, no del teniente.

──Entonces, ¿es por eso? ¿No quería la responsabilidad? ──Fletcher cuestionó. Ella lo miró por encima del hombro brevemente.

──También ──Sebastián se movió la cabeza de un lado a otro.

──Eres un poco enigmático. ¿Es así con todos? ──Preguntó a la mujer.

──De vez en cuando, sí ──Asintió, sin querer darle más información. Todo lo que ella sabía era suficiente. Talia eligió dejar morir el tema, avanzando como si no tuviera nada más que decir, sin embargo, dentro de su mente, Sebastián pensaba lo contrario.

Cuando la conversación entre ellos terminó, Sebastián miró hacia atrás, al punto exacto donde vio a ese hombre hace unos minutos. Sólo para encontrar el lugar completamente vacío, sin ninguna señal de dónde podría haber ido.

──Toma, es tuyo por una hora ──Talia extendió la radio en dirección a Sebastián, quien estaba sentado en la cama que ahora era suya con la cabeza baja. Al levantarse, se encontró con los ojos de la mujer y el walkie talkie justo delante de él──. Cuando termines, baja y entrégalo a Janson. Mi tiempo de ser tu niñera se acabó por hoy, necesito salir.

Sebastian se dio cuenta de que ella también le entregaba el collar de Grace, las identificaciones que una vez pertenecieron a su mejor amiga.

──Gracias ──agradeció, aceptando los objetos. Talia había salido hace varios minutos y ahora regresaba, manteniendo su estado de ánimo actual.

──No olvides devolver la radio ──recordó, una vez más──, teniente.

Ella arqueó una ceja para él, una pequeña sonrisa llena de presunción en sus labios. Sebastián la observó girar en los talones y irse. Tan pronto como la puerta golpeó, dejándolo solo en la habitación de los soldados de FEDRA, Reeves se enfrentó a la radio en sus manos.

Una sensación de preocupación creció en su ser. Había miedo de recibir una noticia aún peor o el silencio. Cualquiera de los dos sería maléfico en ese momento. Sebastian sólo quería saber si Birdie estaba segura, viva y bien.

Él presionó el botón rojo y acercó la radio a los labios.

──Aquí el teniente Reeves, ¿alguien me escucha? ──dijo, haciendo la primera llamada. Sebastian esperó en silencio, escuchando la estática. Luego lo intentó una vez más──. Habla el teniente Sebastian Reeves, ¿alguien está escuchando?

Sebastian esperó un momento más. Su pierna comenzó a temblar a medida que crecía la ansiedad. La sacudió hacia arriba y hacia abajo rápidamente, golpeando con la suela de los botas en el suelo de cemento varias veces. El silencio lo estaba matando lentamente.

Intentó ponerse en contacto por tercera vez, diciendo esas mismas palabras. Reeves se tragó el seco, pensando en miles de posibilidades, en miles de eventos que podrían estar sucediendo en el campamento para que Birdie no pudiera asistir.

Alguien los atacó, todo era una trampa, un plan para acabar con el campamento. Birdie estaba muerta, Roger y Lauren también deberían estarlo. No pudieron defenderse, no debe haber quedado a nadie. Nadie debe ser él, Sebastián. Ahora hay horas de distancia. Estaban indefensos. Sebastián falló con ella, él falló y-

──¿Hola? ¿Ghost? ¿Eres tu? Por favor, di que sí ──la voz de Birdie sonó suplicante al otro lado de la línea, pero también estaba baja. La chica estaba casi susurrando las palabras. Sebastián abrió los ojos.

──Birdie, soy yo ──Se apresuró a responder. Sebastián cerró los ojos con fuerza, sintiendo alivio──. Es bueno escuchar tu voz, chica.

──Ghost... También es bueno escuchar la tuya ──ella parecía tan aliviada como él──. ¿Estás bien? León dijo que tú y los demás murieron en Boston, que no volverían. ¿Qué pasó?

──¿Grace esta contigo, Sebastian? ──Una segunda voz le preguntó. Lauren. También estaba hablando como Birdie, bajito. Pero parecía preocupada.

──Fuimos atacados en Boston. Los otros... murieron. Todos ellos. Solo yo sobreviví ──Había tanto pesar en su tono de voz. Sebastian tuvo que parpadear un par de veces, centrándose en un punto en la pared──. Lo siento, Lauren. Lo intenté... intenté salvarla. Lo juro...

Sebastián baja la cabeza y pasa la mano libre por la cara. Suelta un suspiro tembloroso, mientras hay un período silencioso en el otro lado. Cuando la radio cobra vida una vez más, es Birdie quien habla con él.

──¿Dónde estás ahora, Sebastian? ──Ella preguntó──. Tienes que volver.

──Todavía estoy en Boston, en la Zona de Cuarentena. Todavía... todavía no sé cómo salir de aquí.

──Tienes que volver lo antes posible. León se apoderó del lugar. Está controlando el campamento ──dijo la chica, manteniendo el susurro. Sebastian escuchó a Lauren lloreando en el fondo, definitivamente estaba llorando──. Hoy han llegado algunos chicos muy extraños aquí y se están ocupando del campamento. Cualquiera que desobedeza a León morirá ──Hay una pausa hasta que Birdie dice──. Y él está detrás de mí.

El cuerpo de Sebastian se tensa, su postura cambia. Levanta la cabeza, mirando a un punto lejano de nuevo, mientras se pone de pie.

──¿Qué quiere contigo?

──No lo dijo ──Birdie respondió──. Pero lo escuché decir que me quería, así que me escapé y me escondí. Lauren me está ayudando, pero Leon sólo se está enfadando más. Tengo miedo, Ghost.

Las palabras de la chica hicieron que Sebastian fuera aún más tenso, pero necesitaba mantener el control.

──Mantén la calma, no te desesperes. Vamos a arreglar esto, voy a resolver esta situación ──él respondió──. Permanece oculta, mantente alejada de su alcance. No importa lo que pase, Birdie, tienes que mantener la calma. No quería que fuera así, pero... necesitas usar todo lo que te enseñé ahora, ¿entiendes? Estás sola, no puedo ayudarte mucho desde donde estoy, pero haré todo lo posible para salir de aquí lo antes posible. Mientras tanto, necesitas mantenerte viva. Ustedes dos lo necesitan. ¿Lo entiendes?

──Entiendo ──ella respondió, un poco aprensiva. Luego escuchó un poco de movimiento en el otro lado──. Tengo que irme, creo que alguien viene, Lauren fue a sostenerlos un poco para que pueda esconderme. Voy a las tuberías.

──Ten cuidado. Intentaré encontrar a las Luciérnagas y encontrar una manera de volver a Ohio. Me pongo en contacto contigo cuando estés fuera de aquí, ¿de acuerdo?

──Está bien ──Podría imaginarla asentándose al otro lado de la calle──. Sebastian...

──¿Qué sucede, niña? ──Su pregunta salió suavemente. Sebastian apoyó una mano contra la pared y esperó su respuesta.

──No mueras, por favor ──Birdie rogó.

──Lo prometo, no lo haré.

La radio se quedó en completo silencio después de eso. Sebastian cerró el puño alrededor del aparato. Su apretón era tan fuerte que los nudos de los dedos se volvieron blancos. Dio un solo puñetazo contra la pared de ladrillos, descontando su frustración en ella. El dolor surgió, pero a Sebastián ni siquiera le importó. En comparación con todos los hematomas que tenía en su cuerpo, esa herida no era nada.

Demostrando lo que Sebastián ya consideraba la verdad, León era el traidor. Reeves no sabía por qué. No podía imaginar lo que llevó a su hermano mayor a tanta locura, pero tampoco quería saberlo. A Sebastián no le importaban los motivos de León. Solo tenía una sola certeza, su hermano lo pagaría. Por la traición y, si se atreve a tocar a Birdie, Reeves no respondería por sus actos.

Ninguna respuesta en el mundo le daría consuelo, sólo la necesidad de poner a León a seis palmos bajo la tierra. Pagaría por lo que hizo. Pero antes de eso, Sebastian necesitaba dejar Boston. Su tiempo era corto, muy corto. Cada segundo que pasaba allí era un segundo menos de lo que tenía Birdie. Se podía encontrar en cualquier momento.

Sebastian guardó la radio con él, mientras se recomponía. Alarcó los hombros, cerró y abrió las manos al lado del cuerpo. Lleno de ambiciones, con una decisión tomada, tenía una misión ahora: encontrar a las Luciérnagas y cobrar por la deuda que tenían.

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