capítulo 3


Era de madrugada. Unas nueve horas habían pasado desde el anuncio del alfa y toda la manada se encontraba alerta y preparada para luchar. 

— ¿Se sabe algo de la manada del Hierro? —pregunté con un hilo de voz. El alfa posó su penetrante mirada en mí y frunció el ceño— No es por molestar, yo solo...

—Estoy esperando. Sé que la situación es desesperante y que toda la manada se encuentra alerta, sin embargo, yo avisaré de su llegada si es que la hacen —respondió con seriedad—. Vosotros podéis ir a descansar —dijo mirándonos a Adelaide, su hijo y a mí.

Definitivamente había juzgado mal; al contrario de mis deducciones el alfa era una persona seria, estricta y dedicada, pero no mala.

Adelaide y yo nos retiramos a su cuarto y, sin poder dormir, pasamos un buen rato conversando acerca de la manada que se supone atacaría esta noche. Por lo que entendí ambos alfas habían sido amigos de jóvenes y, debido al territorio, se convirtieron en enemigos de la noche a la mañana. Los lobos eran así con las tierras: sin ellas no serían nada así que las protegían con su vida.

No quise preguntarle por qué su hermano se había quedado junto al alfa, a la espera. Simplemente supuse que, como sucesor, hacerlo era su deber. No me dio tiempo a pensar mucho más ya que un estruendo resonó por todo el lugar y los gritos de los miembros de la manada se hicieron presentes en segundo: la manada del Hierro había llegado.

Bajé las escaleras a gran velocidad junto a Adelaide solo para encontrarnos con el salón vacío; ni el alfa ni su hijo se encontraban en él. 

—Iré a mirar por la casa —dijo mi nueva amiga. Podía ver el temor de que les hubiera pasado algo en su mirada, así que no me negué y asentí.

Mis pies se movieron solos hacia fuera, dejando que la fría noche me abrazara y la luna sonriera. Estaba asustada, no iba a negar lo evidente, pero quería ser útil como nuevo miembro. En todo lo que llevaba desde mi primera transformación jamás había estado en una pelea así.

Miré bien por los alrededores de la casa del alfa mientras los gritos y gruñidos se hacían más y más fuertes en mis oídos, claro indicador de que el ataque había comenzado. Pensé que el alfa ya habría llegado al centro del territorio así que decidí acercarme al resto de personas y ayudarles, pero unas garras acariciaron mi cuello y me estremecí en el sitio, congelada.

— ¿Hueles eso, Drew? —preguntó una voz rasposa detrás mía— Es sangre nueva en esta manada. No tiene casi nada de su olor.

Una nariz se apegó a mi cuello, oliendo mucho más de cerca y provocando que mi cuerpo diera un pequeño sobresalto por la frialdad de esta.

— ¿Y si la matamos primero? No parece muy... ágil —repitió la misma voz. Por su tono autoritario supuse que tenía algún puesto importante en la manada, aunque no el más alto; no era el alfa.

El agarre pasó de mi cuello a mi brazo y, con un rápido movimiento, sus garras arañaron mi piel haciéndome ahogar un chillido. Seguía quieta en el sitio y mi cabeza no paraba de buscar formas de liberarme de ellos.

Mi momento de suerte llegó cuando una voz llamó a ambos hombres. Aprovechando su distracción me dí la vuelta, torciendo el brazo de quien me sujetaba, y echando a correr hacia el centro del territorio en busca de mi nuevo alfa. 

Me esperaba algún desastre pero no encontrarme frente a frente con dos enormes lobos luchando solitarios uno contra otro. Enseguida pude deducir quién era mi alfa ya que era un enorme lobo cobrizo, sin embargo, me sorprendí al visualizar pequeñas manchas grises y el tono apagado de su pelaje; era más viejo que el lobo marrón que aún conservaba el brillo en su pelaje. No pude evitar sentir preocupación, pero ésta llegó a su máximo cuando los dos hombres que me seguían no me prestaron atención sino que se unieron a su alfa para luchar contra el mío.

Los primeros segundos dudé mucho sobre qué hacer: si me metía a ayudar al alfa quizá fuera una distracción para él y todo acabara peor, pero si no lo hacía él tenía todas las de perder. No dudé mucho más antes de sentir mis huesos re-colocarse y mis patas correr hacia mi nuevo jefe por inercia. Gruñí, colocándome delante de mi alfa que jadeaba demasiado en una señal protectora, claramente diciendo que antes de llegar a él deberían matarme a mí.

«Maldita sea, Gía, ¿estás loca? ¡Te van a matar en menos de lo que canta un gallo!» Me regañé.

Con gran velocidad el lobo cobrizo que reconocí como su hijo se colocó a mi lado y adoptó mi misma posición. Bien, tenía más posibilidades ahora, seamos sinceros.

Segundos después estábamos ambos con nuestras garras en los cuerpos de aquellos fieles seguidores de su alfa. Definitivamente el beta no estaba conmigo, pues noté que era bastante débil como para ser denominado omega. Eso no causó más que confusión en mí; en momentos como este el omega era, en palabras sencillas, el cebo.

Mi confusión no duró mucho más. Otro lobo mucho más grande se lanzó hacia mi alfa y en ese momento el omega con el que luchaba salió corriendo por su vida mientras que el beta trataba de librarse del hijo del alfa.

«¡Alfa!» Chillé. El vínculo mental entre la manada y yo había sido creado horas antes.

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. El hijo del alfa volteó rápidamente y no volvió a ser atacado por el beta de la manada del Hierro. Ambos corrimos hacia el alfa pero fue demasiado tarde; las garras de aquel lobo marrón comenzaron a arañar todo el cuerpo de nuestro alfa, que yacía en el suelo sin señal de vida.

Con un mordisco que fácilmente podría haber sido letal para cualquier otro lobo, lleno de rabia y de deseo de arrancarle el corazón, mordí las patas del gran lobo marrón haciendo que se apartara del cuerpo de mi alfa. Con un gesto de cabeza su hijo indicó que corrieran a llevarse el ahora humano cuerpo de su padre y así lo hicieron los miembros de la manada. 

Comencé a gruñir y a enseñarle los dientes al alfa de la manada del Hierro. Es cierto que no llevaba más de un día en esa manada pero aquel hombre me había acogido, me había salvado y me había dado un hogar donde ser una más de una gran familia; se merecía mi fidelidad, mi protección y todo lo que pudiera darle.

El gran lobo marrón comenzó a acercarse a mí con parsimonia, como si no tuviera prisa, y poco a poco se fue agachando para adoptar una posición igual de amenazante o más que la mía. Volví a gruñir a pesar del temor que se había instalado en todo mi cuerpo, pero el alfa de la manada del Hierro me siguió, lanzando un gruñido muchísimo más feroz y fuerte que el mío. Todos sus lobos pararon, expectantes, y el alfa simplemente me miró a los ojos con vehemencia.

Antes de que pudiera hacer nada tres lobos se lanzaron hacia mí. Me embistieron con fuerza haciendo que rodara por el suelo y uno de ellos se me colocó encima. Como pude y aprovechando mi posición mordí su cuello con todas mis fuerzas y sacudí la cabeza sin soltarle, lanzando su cuerpo ahora sin vida hacia un lado y levantándome. No me dio tiempo a ponerme en pie del todo ya que otro de los lobos me mordió una pata y el otro de ellos clavó con fuerza sus dientes en mi lomo haciendo que aullara de dolor.

«Estoy muerta». Pensé una y otra vez. Estaba muerta. No había forma de que me librara de ellos. 

Mi loba comenzó a lloriquear y a revolverse dentro de mí indicándome que siguiera, que peleara por mi vida, pero una punzada en el pecho hizo que se detuviera unos segundos solo para volver a revolverse con mucha más fuerza; mi mate había sido lastimado gravemente.

Mis dientes se clavaron en el lomo del lobo que mordía mis patas y aproveché que aflojó su agarre para liberarme, rodando por el suelo y soltándome por ende también del lobo que mordía mi cuerpo. Corrí lejos de allí con todas mis fuerzas en busca de mi mate, a quien no tardé demasiado en encontrar.

Estaba luchando contra una loba gris, pero en cuestión de segundos cayó al suelo y vi su cuerpo ser amenazado por un lobo negro que le miraba, arrogante y satisfecho. Adelaide, que se encontraba junto a él, tomó el control de la loba gris y comenzó a luchar contra ella con todas sus fuerzas. No tardé mucho más en reaccionar cuando vi que el lobo negro se acercaba al cuello de mi mate enseñando los colmillos. Mi cuerpo respondió solo; corrí hacia él y le embestí con fuerza. Él se levantó y me gruñó, pero yo comencé a gruñir con mucha más fiereza y a acercarme hacia él lentamente, ligeramente agachada indicando amenaza. Momentos después me lancé a sus patas y se las mordí con fuerza volviendo a tirarle al suelo y facilitándome así que mis patas arañaran su rostro con fuerza. El lobo negro se alejó como pudo y yo volteé para ver a mi mate.

Su cuerpo, ahora humano, yacía en el suelo inconsciente mientras su hermana terminaba con la loba gris. Un rugido que obviamente indicaba ''retirada'' hizo eco por todo el bosque y los lobos de la manada del Hierro se retiraron con prisa. Los que estaban vivos, claro.

Miré al cielo y seguidamente mi mirada se colocó fija en la luna. Comencé a aullar y el resto de la manada no tardó en unirse a mí.

Habíamos ganado, o al menos eso quería pensar.

nota de la autora: ¿queréis que el mate de Gía lo descubra o preferís que siga así?


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