capítulo 1


GÍA.

No se escuchaba ningún otro sonido aparte de mis jadeos. Mi mano apretaba mi pierna con fuerza para tratar de calmar el dolor, sin éxito. Unos minutos antes estaba siendo perseguida por un cazador y, con el fin de escapar con vida, decidí saltar por un precipicio y tratar de llegar al otro lado. Por si la caída no hubiera sido suficiente, el cazador había apretado el gatillo segundos antes, disparándome e hiriéndome en la pata que ahora era mi pierna.

Tras varios intentos de ponerme en pie, a la tercera fue la vencida. No podía dejar de preguntarme una y otra vez cómo había podido ser tan necia de saltar, así que sacudí la cabeza para alejar ese pensamiento y me transformé dolorosamente en mi loba. Debido al fuerte dolor que estaba sintiendo me fue imposible correr, por lo tanto me limité a caminar a paso lento y pausado.

Estuve caminando varias horas; ya había anochecido cuando, como un milagro del cielo, encontré un árbol que cubría gran parte de la hierba que se encontraba tras él. Me acerqué, emocionada, y me escondí bien antes de cerrar los ojos deseando que todo terminara lo antes posible.

Cuando desperté estaba todavía en mi forma lobuna. Agradecí mentalmente no tener que volver a pasar por ese doloroso proceso y me levanté del suelo, notando cómo mi pata comenzaba a dejar de sentirse como tal. Ese día caminé y caminé sin cesar, aullando en desesperación por algún lobo que me ayudara que nunca llegó. Mi peludo cuerpo no pudo más y, en contra de mis mandatos, mis huesos se re-colocaron de forma brusca y mucho más dolorosa. 

Sabía que nadie oiría mis aullidos de ayuda; no lo habían hecho antes y no lo iban a hacer ahora. Era algo que, con el tiempo, aprendí. Si no eras parte de una manada, como era mi caso, podías olvidarte de recibir cualquier ayuda que necesitaras. Toda mi vida supuse que se debía a nuestra parte humana, pero si observabas el comportamiento de un lobo normal y corriente era lo mismo.

Finalmente llegó el día en que me di cuenta de que quien me había disparado no era un simple cazador sino un cazador de licántropos (o hombres lobo, como queráis llamarlo). La herida comenzó a supurar y a escocer tanto que sentía cómo mis habilidades lobunas se iban alejando de mí. Me habían disparado con una bala de plata y, según lo que había escuchado, tenía cuatro días para encontrar una solución o mi parte lobuna moriría llevándome a mí consigo. 

El miedo se apoderó de mi cuerpo por completo: ¿cuánto había pasado desde que me dispararon? Efectivamente, tres días. Si no encontraba ayuda rápidamente estaba condenada a morir en completa agonía.

Mi padre me explicó de pequeña que, cuando tu lobo moría, tú morías con él debido a la lucha constante del cuerpo tratando de completarse con algo inexistente. Desgraciadamente lo primero en morir no era el corazón o el cerebro sino el estómago adaptado y, a continuación, el resto de los órganos más cercanos. Me contó que podías notar cómo luchaban por sobrevivir, por adaptarse al nuevo cambio en tu cuerpo. Era aterrador.

Corrí. Por primera vez en días y con la pierna completamente entumecida corrí como loca hasta que el sol se puso y continué corriendo como loca cuando la luna gritaba que siguiera adelante, que estaba cerca. Así fue: divisé luces a lo lejos y gritos de niños correteando por el lugar. El cuarto día estaba comenzando como un día normal para ellos y como un día crucial para mí. 

Me acerqué lo suficiente como para ser vista y escuchada y, tras soltar todo el aire que había retenido, comprobé que era una manada.

— ¡Ayuda! —grité haciendo que el silencio se instalara en el entorno— ¡Ayuda, por favor! —sollocé cayendo al suelo— Ayuda...

Cerré los ojos y dejé que las primeras lágrimas que había llorado en esos cuatro días llegaran al suelo de una manada desconocida. Era mi única oportunidad y lo sabía: si decidían ignorarme estaba muerta.

—Bala de plata —dijo un anciano colocándose detrás mía. Le miré a los ojos y su mirada me sonrió traspasándome un poco de su calor—. Ayudadme a llevarla al sanatorio.

Un hombre me tomó en brazos sin dificultad y siguió al anciano a paso rápido hacia una pequeña cabaña. Asumí que era el sanador. En todas las manadas de lobos que había conocido había al menos uno que se encargaba de cuidar a todos y cada uno de los integrantes de ésta.

—Avisaré al alfa, señor —dijo el hombre que me había llevado tras dejarme sobre la cama de madera. El anciano asintió y, sin previo aviso, comenzó a hurgar en mi herida provocando así mis gritos.

—Te va a doler, muchacha —comenzó—, pero es necesario para extraer la bala.

Asentí y cerré los ojos. El sudor que empapaba mi frente y mi cuerpo desnudo pronto se volvió frío. Había perdido la noción del tiempo y del dolor para cuando el anciano introdujo unas grandes pinzas en la herida tras haber rajado mi piel para obtener mejor acceso. 

La bala salió. El anciano sonrió y la colocó sobre la palma de mi mano, que se cerró sobre ella. Había una tradición de guardar los objetos mortales a los que sobrevivías para poder mostrarlos luego al resto y dar esperanzas. Una estupidez, en mi opinión. No me dio tiempo a pensar mucho más cuando, tras agradecer al anciano, mis ojos se cerraron solos.


Desperté cuando noté una gran presión en mi pierna que me hizo incorporarme, alerta, solo para encontrarme al sanador vendando mi herida abierta.

—Qué bueno que despertaste —Sonrió hacia mí con calidez.

—Muchísimas gracias, señor —dije tomando su mano y agachando la cabeza en agradecimiento. Noté cómo me emocionaba y mis ojos se llenaban de lágrimas.

—No te pongas así, muchacha, levanta la cabeza —pidió—. Yo solo hice mi trabajo. Además, tú hiciste tu parte; ya estás casi curada.

—Perdone, señor —dijo un hombre entrando y dirigiéndose al anciano—, el alfa quiere ver a la chica.

El sanador asintió hacia mí, tranquilizante, y me levanté de la cama dándome cuenta de que mi cuerpo estaba tapado por unas ropas viejas. Caminé detrás de aquel hombre que vino a buscarme y aproveché para escanear mis alrededores. Todo tenía un aspecto bastante rural, las casas eran pequeñas y había mucho bosque para correr y cazar, sin embargo una gran casa de madera ocupaba gran parte del área habitable.

Tras unos golpes en la puerta por parte de mi acompañante una señora abrió la puerta y nos guió hacia donde se encontraba el alfa. 

—Señor, traigo a la chica —dijo mi acompañante agachando la cabeza ante el hombre que se encontraba sentado tras el escritorio. Copié su gesto, agachando mi cabeza un poco más en señal de respeto y agradecimiento.

—Puedes irte —indicó el alfa al hombre. Su voz era grave y rasposa, aunque yo la habría descrito mejor como ''vieja''—. Siéntate —me dijo. Hice lo que me pidió, sentándome frente a él— ¿Quién eres?

—Soy Gía —me presenté. Sus ojos inspeccionaron todo mi rostro.

— ¿De dónde vienes?

—No tengo manada —respondí, adelantando su primera pregunta—, así que no vengo de ningún lado. He pasado toda mi vida vagando por el bosque así que tampoco tengo territorio exacto.

—Si no tienes manada entonces no podrías tener territorio ni aunque lo quisieras, joven —dijo. Había estado analizándome desde que entré así que no me sorprendió que supiera que era una loba joven—. Sabes que tienes que pagarnos de alguna manera, ¿cierto?

—Sí, señor. Estoy a su completa disposición.

—Antes que nada, ambos sabemos que no servirás de mucho si eres una loba solitaria. Tendrás que ganarte mi respeto y mi aprobación. Si consigues hacer eso, joven —Hizo una pausa—, entonces consideraré tu deuda saldada*

Barajé mis opciones durante unos segundos antes de extenderle mi mano al alfa, que sonrió satisfecho.

—Acepto.


nota de autora: ¡hola! si sois viejos lectores probablemente no visteis esta notita, pero quería dejar una pregunta para los nuevos ^^

¿cómo os imagináis a nuestra protagonista, Gía? tanto en personalidad como en físico.

¡muchas gracias por elegir leer mi novela! significa mucho para mí, de verdad ♡

*deuda saldada: es una expresión utilizada para indicar que la deuda ha sido cobrada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top