C38: Tormenta Imminente
El sonido de las puertas del castillo siendo abiertas de manera brusca me sacó de mis pensamientos, arrancándome de esa quietud que había cubierto mi mente por completo. Me levanté de inmediato, el corazón acelerado, instintivamente alertada por el estrépito que nunca era una buena señal. Con el pecho agitado, corrí hacia el gran salón, preguntándome qué estaba pasando, aunque una vaga sensación de inquietud ya se había instalado en mi estómago.
Lo que vi al llegar no hizo más que alimentar mi creciente ansiedad. Loon, y el señor Lee, ingresaba al castillo, seguido por un hombre al que no reconocí en absoluto. Los tres parecían cansados, pero la tensión en sus rostros era inconfundible. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué se encontraba el señor Lee aquí, si se suponía que estaba en otra manada? Y ¿por qué Loon estaba dentro del castillo cuando estaba estrictamente prohibido?
— Reina Amber, necesitamos de su ayuda —dijo el desconocido, intentando acercarse.
Mi instinto me hizo retroceder casi al instante. El aroma del desconocido no era el de un alfa, pero debido a mi celo, no quería correr ningún riesgo. Era mejor no acercarme a nadie sin una razón clara.
— Perdona, es que... ¿Qué es lo que necesitan? —respondí, mientras tomaba un paso atrás, con la mirada fija en ellos.
Loon, quien me observaba con algo de preocupación, parece haber entendido lo que ocurría. Al ver que el extraño intentaba acercarse a mí, lo detuvo con un gesto, cortando la distancia entre ellos.
— No queremos incomodarte, pero realmente necesitamos tu ayuda, Amber —intervino el señor Lee, y su tono grave me heló la sangre—. La manada Hiraeth ha sido atacada por los humanos. Yo y mi amigo estábamos ahí cuando ocurrió —dijo señalando al hombre que lo acompañaba—. Tomaron toda la aldea y a nosotros junto con todos. Logramos escapar, pero están de camino hacia Red.
Las palabras del señor Lee golpearon como un puño en el estómago. El pánico se apoderó de mí, helando mis venas.
— ¡Loon, acompaña al señor Lee y a su amigo a su hogar! Yo me encargaré del resto —ordené sin pensarlo, mientras la urgencia me invadía. Necesitaba que se fueran de inmediato, pero mi mente ya estaba a mil por hora.
Loon asintió, y los tres salieron rápidamente del castillo. Mientras los veía alejarse, sentí la presión en mi pecho aumentar, como si la atmósfera se volviera más densa con cada segundo que pasaba. No podía quedarme sin hacer nada, no mientras mis territorios y mi gente corrían peligro.
De inmediato, me dirigí a la zona de entrenamiento. Necesitaba a Rye. No podía hacerlo sola, no con la situación tan grave.
— ¡Rye! —grité con fuerza al llegar. El sonido de mis pasos resonó en el gran salón vacío, seguido por la voz de mi hermano, quien al escuchar su nombre se giró rápidamente hacia mí.
— ¿Qué ocurre? —preguntó, al ver la expresión preocupada en mi rostro.
— Hiraeth fue atacada por los humanos y se encuentran de camino a Red —dije, mientras trataba de calmarme lo más posible.
— ¿Quién te dijo eso? —me preguntó, en un tono que mostraba un leve escepticismo.
— El señor Lee, acaba de llegar después de escapar de allí —respondí, mientras me acercaba a él, intentando no perder la compostura.
Rye me miró fijamente, pero vi el brillo de la preocupación en sus ojos. No era solo por la manada de Hiraeth, era también por su familia. Meráki estaba justo en medio, entre ambas manadas.
— Necesitamos hacer algo. Meráki está entre ambas manadas —dijo, claramente preocupado. Sentí cómo su rostro se endurecía al mencionar a su esposa e hija.
—Ve a Hiraeth, lleva contigo a los alfas y betas que puedan luchar. Aumentaremos la vigilancia en la zona norte, pero sin descuidar las otras áreas. Yo permaneceré aquí, preparando todo para cuando regreses con los heridos.
Lo miré, viendo cómo la preocupación se reflejaba en su rostro. Podía sentir cómo su miedo se filtraba en cada gesto. No quería que se fuera, y aunque sabía que tenía que hacerlo, el peso de su preocupación me hacía sentir aún más vulnerable.
— No puedo ir y dejarte aquí. Sigues enferma y sabes que no es algo que podamos descuidar, considerando el invierno —dijo, como si estuviera leyendo mis pensamientos.
— Nana está aquí por cualquier cosa. Necesitas ir por tu familia. —Mi voz tembló, y sentí que un peso invisible me aplastaba el pecho.
Vi cómo su rostro se suavizaba, como si estuviera al borde de rendirse, pero en sus ojos brillaba el miedo de un hermano que sabía que su familia estaba en peligro. Sin más palabras, me abrazó con fuerza, sus manos firmes como si quisiera transferirme algo de su fuerza.
— Estaré bien, ¿sí? —dije, susurrando cerca de su oído.
Lo miré, sin poder decir nada. Asintió lentamente.
— Cuídate para que, cuando regrese, todo pueda volver a ser como antes —susurro, sus palabras llenas de miedo y esperanza al mismo tiempo.
Mi hermano sonrió débilmente antes de volverse y salir del castillo sin mirar atrás. Vi cómo se alejaba, y el temor comenzó a crecer en mi pecho con cada paso que daba. La calma que había rodeado el castillo durante estos meses se había esfumado, y ahora todo parecía irreal, como si un pesadilla fuera a atraparnos de un momento a otro.
El silencio se instaló en el castillo después de su partida, un silencio denso que me rodeaba como una capa pesada. Estaba sola, aunque sabía que mi gente estaba en movimiento, preparando todo para la batalla que se avecinaba.
Pero, en mi corazón, una pregunta empezó a rondar mis pensamientos. Una pregunta que me aterraba. ¿Qué pasaría si nunca hubiera encontrado a Rye?
El castillo quedaría completamente vacío. No tendría a nadie con quien compartir la carga. Mis pensamientos, tan oscuros, me hicieron dudar de mi propia fuerza, como si no fuera suficiente para enfrentar lo que estaba por venir. La idea de estar completamente sola, sin mis seres queridos a mi lado, me aterraba más de lo que quería admitir.
Unos pasos lentos en el pasillo me sacaron de mis pensamientos. Alarmada, busqué algo con lo que defenderme. Los jarrones estaban a mi alcance, pero no había espadas cerca. Sentí la adrenalina correr por mi cuerpo mientras me preparaba para enfrentar lo que fuera.
Cuando la figura apareció en el umbral, mis instintos me hicieron retroceder. Pero al reconocer la silueta, dejé de tensarme.
— Nana —dije, aliviada, mientras me dejaba caer contra el mueble, sintiendo cómo mi cuerpo se relajaba.
La anciana me miró y soltó una risa suave al verme regresando el jarrón al lugar donde lo había tomado.
— Me asustaste mucho —le confesé.
— Perdona, quería... pero vine a verte y hacerte algo de compañía —respondió con una sonrisa cálida que me hizo sentirme un poco más segura.
— Gracias, Nana. Me vendría bien un poco de compañía... No me gusta el silencio que se ha formado en el castillo.
— Creo que tú, Rye y su familia son quienes le dan vida a este lugar —me dijo con suavidad, como si leyera mi mente. La sonrisa que apareció en mi rostro no fue forzada, pero aún había una sombra de preocupación detrás de ella.
— Vamos a la cocina, hace frío, y si mal no recuerdo, tú estás enferma. Una bebida caliente te vendría bien —dijo, sugiriendo una distracción que necesitaba.
— ¿Puede ser aquella bebida que solías hacer cuando era pequeña? —pregunté, sonriendo levemente.
— Claro que sí, mi niña —respondió ella, mientras me tomaba de la mano.
— Gracias, Nana.
Tal vez necesitaba de una bebida caliente para calmar mi mente, para encontrar algo de paz en medio de la tormenta. Pero, dentro de mí, sabía que el verdadero frío aún estaba por llegar.
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