C18: La Luna de Sangre
Tan pronto el cielo nocturno se estableció en Etéreo, los aldeanos comenzaron a salir de sus cabañas. Puedo recordar cómo la tranquilidad del momento fue reemplazada por las risas y voces alegres de las personas. Era la primera noche de luna llena del mes, y la cuenta regresiva comenzaba para ese evento tan anhelado y temido: la Luna de Sangre. Todos hablaban de ella, como si estuvieran esperando algo ominoso, algo inevitable. La tensión estaba en el aire, no sólo por la leyenda de la difunta omega luna de Red, sino por la sensación de que algo estaba a punto de suceder. De alguna manera, sentía que esa noche sería diferente.
Mientras todos celebraban con sus familias, me encontraba caminando entre las cabañas junto a los tres líderes. A pesar de la charla amena, mi mente no podía dejar de pensar en todo lo que estaba por venir. Ya había hecho planes, pero algo en mi interior me decía que quizás no estaba tan preparada como pensaba. Mis pasos se sentían pesados, como si el destino me estuviera esperando.
—Entonces, usted nos acompañará, ¿no es así? —preguntó el líder de la pareja.
Asentí, sin decir nada más. No era momento para dudas, pero la pregunta siguiente sí me hizo detenerme un momento.
—¿Y si algo llegara a pasarte, quién se quedaría a cargo de tu manada? —su tono era directo, casi como si estuviera esperando que tuviera una respuesta clara.
Me quedé en silencio. ¿Quién? La verdad es que no lo sabía. No podía dejar el reino en manos de mi hermano, no después de todo lo que había sucedido, pero tampoco tenía un heredero. Todo mi mundo parecía desmoronarse en mi mente mientras las palabras de él me atravesaban.
—No pensará dejarle todo el reino a su hermano... —insistió, esta vez con una mirada de desconfianza.
Suspiré, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros.
—Aunque él es el descendiente directo... lo que hizo es tomado como alta traición en nuestra manada —respondí, mirando a mis tíos que conversaban con su hijo. La situación no me permitía darme el lujo de ser débil.
—Tal vez mis tíos podrían gobernar Red si en algún momento llegara a ausentarme.
Ellos se miraron, sorprendidos, y entonces la pareja del alfa levantó una ceja.
—¿Ellos? Pero no pertenecen a la realeza.
Mi corazón palpitó fuerte. Mi madre nunca fue parte de la realeza, pero fue una gran reina. Sabía que mis tíos, aunque no formaran parte oficialmente, podrían ser una opción.
—Ni mi madre lo era, y aún así fue una gran reina —les respondí, tratando de mantenerme firme ante sus miradas. —No sé qué pudiera pasar, pero estoy segura de que mi manada puede salir adelante con la ayuda de los del castillo, en lo que llegan a escoger un nuevo líder.
Sentí la presión de cada palabra. No sabía qué haría en caso de que algo me sucediera, pero no podía darme el lujo de dejar que todo se viniera abajo. No cuando la manada más que nunca me necesitaba.
Finalmente, asintieron.
—Muy bien, reina Amber, cuenta con nuestro apoyo.
Una sensación de alivio recorrió mi cuerpo, pero apenas tuve tiempo para saborearlo. Me di la vuelta y fui hacia Loon, quien me observaba en silencio, como si supiera lo que estaba pasando en mi mente.
—¿Y qué te dijeron? —me preguntó en un tono tranquilo.
—Contamos con su ayuda —respondí, aunque todavía podía sentir el peso de lo que significaba. —Nunca pensé que lograría convencerlos.
Loon sonrió, quizás con un toque de burla.
—Si pudiste hacer que tu padre cancelara la boda, esto era pan comido para ti.
Sonreí, aunque mi mente aún estaba en las palabras que no había dicho. Pero no era momento para pensar en eso. Caminé hasta mis tíos y me uní a su conversación, intentando encontrar algo de consuelo en su compañía.
—Kris, ¿quieres dejar de crecer? —dije, abultando mi labio inferior mientras veía a mi primo, quien ahora me sacaba unos centímetros de altura.
El beta sonrió y me abrazó, y por un momento, me sentí como si todo fuera normal de nuevo. Estábamos juntos, riendo, compartiendo el momento. Pero al final de la noche, como siempre, fui la última en ingresar a la cabaña. Me cambié el vestido por el hanfu que mi tío me había mostrado el día anterior, con la esperanza de sentirme un poco más conectada con mi familia.
Salí al bosque sin rumbo fijo, como siempre lo hacía cuando necesitaba despejar mi mente. La calma del lugar me envolvía, como un abrazo cálido. El sonido de los grillos, el parpadeo de las luciérnagas, todo se combinaba para crear el ambiente perfecto para calmar mis pensamientos.
Pero, de repente, el silencio fue interrumpido por el sonido de espadas cayendo al suelo. El familiar crujir me heló la sangre. Sabía lo que significaba, pero no quería creerlo. Unos pasos suaves en la maleza. No me estaba equivocando, había algo allí. Mi cuerpo reaccionó, pero la sensación de vulnerabilidad me atravesó con fuerza. No tenía la espada de mi madre, y ahora me encontraba completamente desprotegida.
—Pero miren nada más, hoy es nuestro día de suerte, muchachos —dijo una voz burlona que hizo que mi corazón se acelerara.
Quise retroceder, huir, pero me encontré atrapada contra un árbol. No había escape, no podía moverme.
—No te asustes, preciosa, no te haremos nada... al menos no por ahora —dijo otra voz con una sonrisa maliciosa.
La situación era peor de lo que había imaginado. Me sentía rodeada, sin poder hacer nada. Pero, de repente, escuché otra voz, una que no me esperaba.
—Ella ha dicho que se larguen.
Mis ojos se abrieron al ver al desconocido. Un respiro de alivio, pero aún no estaba a salvo. Los tres hombres se voltearon hacia él, y aunque uno de ellos intentó burlarse, su mirada rápidamente cambió al notar algo en él.
En un parpadeo, me di cuenta de que la oportunidad era mía. Corrí, sin mirar atrás. No importaba cuánto tiempo hacía que no me sentía tan vulnerable, había algo en mí que me decía que debía correr, y así lo hice.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras los hombres de atrás gritaban, pero pronto todo quedó en silencio. Los tres habían sido distraídos por el extraño que apareció de la nada. Me detuve un momento, pero algo en el aire me hizo temer. No estaba sola. Un hombre más apareció, con su arco, y me disparó una flecha. Apenas pude esquivarla, pero me hizo tropezar y caer al suelo.
Cuando logré levantarme, sentí el frío metal de la daga acercándose a mi garganta. Empuje al hombre y deje salir a mi lobo, pero por la brusquedad del cambio pise al al caer y un fuerte dolor recorrió desde una de mis patas traseras. Y entonces lo vi, un lobo negro que apareció justo detrás del hombre. El recuerdo de la profecía me golpeó con fuerza. Luna Roja próxima, no podía ser una simple coincidencia. El lobo blanco y el lobo negro estaban juntos. La profecía estaba ocurriendo, y la sensación de pavor se apoderó de mí.
El hombre vio lo que estaba sucediendo y palideció, entendiendo la gravedad de la situación. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr.
Y yo, yo me quedé allí, con la sensación de que nada sería igual nunca más.
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