C10: El Silencio del Acero

Todos los presentes me miraban con sorpresa, algunos con incredulidad, otros con desconfianza. Nunca antes alguien se había atrevido a desafiar a la princesa Min, y mucho menos a retarla a un duelo. Ella era conocida por su frialdad, por su capacidad para ser cruel durante los entrenamientos, y por la intimidante presencia que ejercía sobre todos. Mi desafío a la alfa había hecho que el aire se volviera tenso, denso, como si todo el castillo estuviera esperando a ver cómo reaccionaría.

—Mejor vaya a planear su boda, princesa —dijo Min, con la misma frialdad en su voz, sin inmutarse.

Mi corazón latía más rápido, pero logré mantener la calma. No podía dejar que el miedo o la ansiedad me dominaran. Miré a la princesa Min y, aunque el miedo al fracaso me recorría, me mantuve firme.

—¿Eso es un no? Princesa Min, creí que usted había aceptado entrenar a los alfas de Red —me acerqué un paso más lista para lo que fuera. No permitiría que mi orgullo se viera pisoteado tan fácilmente.

—A los alfas, no a usted.

—¿Solo porque soy omega? —Una sonrisa burlona apareció en mi rostro mientras tomaba una de las espadas que reposaban en el suelo. El acero era frío al contacto, pero eso solo me reafirmaba en mi decisión. La levanté con firmeza y apunté hacia ella—. Princesa Min, la reto a un duelo.

Los murmullos en la sala se intensificaron, y sentí como los presentes retrocedían, apartándose para no ser partícipes del enfrentamiento que había comenzado. Nadie, jamás, había tenido el valor de desafiarla de esa forma. Pero ahí estaba yo, retándola sin dudarlo.

Para mi sorpresa, Min no reaccionó con furia. En cambio, su postura se mantuvo impecable, su mirada vacía de emoción. Con un movimiento fluido, tomó otra espada y me la dirigió, aceptando el reto.

—Acepto.

Ambas estábamos preparadas, las espadas listas, el aire cargado de tensión. Nadie se movía, todos esperaban que alguna de nosotras diera el primer paso. Mis ojos no dejaban de observar sus movimientos, buscando cualquier indicio de vulnerabilidad. Pero no era fácil. Min era rápida, letal.

Fue ella quien rompió el silencio. Con una velocidad que no supe prever, su espada se deslizó hacia mí, un movimiento tan directo que no tuve tiempo de reaccionar. Mi cuerpo se movió por instinto: levanté mi espada para bloquearla, el choque de acero resonó en el aire, me atravesó los dedos con la vibración, pero logré mantenerme firme.

No me detuve. Aproveché el pequeño resquicio que había dejado y respondí con un contraataque, buscando ganar terreno. La lucha entre nosotras fue rápida, precisa. Usábamos una técnica de combate similar, nuestros movimientos parecían sincronizados, pero aunque pareciera que todo era una danza, la violencia del combate era palpable. Ninguna de las dos cedía, ambas luchábamos con todo lo que teníamos.

En ese momento, sentí una presión inmensa. Min estaba por atacarme nuevamente, pero algo dentro de mí me indicó que debía actuar rápidamente. Me lancé al suelo de rodillas, justo a tiempo para que su espada pasara por encima de mí, rozando mi cabello. Mi respiración se aceleró por un segundo, pero no dejé que eso me detuviera. Con un rápido movimiento, me levanté, y con la fuerza de mis brazos, desarmé a Min, haciendo que su espada volara de su mano.

La miré fijamente, mi respiración entrecortada, mi corazón palpitando en mis oídos. La tenía en la mira. La lucha había terminado.

—¿Entonces? —pregunté, mi voz temblando un poco por la adrenalina.

Min me observó en silencio, como si estuviera evaluando mi habilidad, y finalmente, se acercó a mí con pasos lentos, como si no estuviera impresionada en lo más mínimo.

—Muy buena técnica, princesa —dijo, casi sin mirarme, con un tono tan frío que me hizo sentir como si nada hubiera ocurrido. Pero su siguiente palabra me hizo tambalear—. Pero aún tienes cosas que mejorar.

—¿Cómo qué? —logré articular, aunque mis palabras salieron entrecortadas. No quería mostrar vulnerabilidad, pero en ese momento, no pude evitar sentirme un tanto desbordada por todo lo que acababa de suceder. Mi corazón, mi cuerpo, todo había estado a mil por hora.

Min se acercó, y antes de que pudiera reaccionar, me colocó una mano firme en el hombro y, con un solo movimiento, me empujó al suelo, dejándome sentada. Todo sucedió tan rápido que apenas pude defenderme.

—Te falta equilibrio —comentó en voz baja, como si fuera una simple observación. Pero a mí me dolió. No tanto por la caída, sino por la forma en que lo dijo. Me miró un momento más y, sin esperar respuesta, se giró para hablar con su manada, dejándome en el suelo, confundida.

Antes de que pudiera reaccionar, una voz grave me sobresaltó.

—¡Min Taemoon! ¿Qué fue lo que hiciste? —La voz de la reina resonó en el aire, alarmante, llena de furia. Sentí cómo la tensión aumentaba en el ambiente. Mi corazón latía con rapidez, y mi rostro se tornó nervioso ante la reprimenda.

Min se mantuvo inmóvil, su rostro inexpresivo, mientras su madre la regañaba. Yo, por mi parte, apenas entendía lo que decían, ya que ambas hablaban en coreano, un idioma que no conocía. Lo único que entendí era la preocupación en la voz de la reina, aunque mi situación no mejoraba.

Finalmente, cuando la discusión terminó, la reina se acercó a mí. Con una mano firme, me levantó del suelo, y aunque estaba visiblemente preocupada, su expresión se suavizó un poco.

—¿No te hizo nada? —me preguntó con un tono que mostraba algo de preocupación.

—No se preocupe, estoy bien —respondí, tratando de calmarla. No quería preocupar a nadie más por algo tan pequeño.

—Qué bueno —dijo, sonriendo ligeramente. Sin embargo, su rostro se volvió serio de nuevo—. Ya veré qué castigo tendré que poner a mi hija.

Sentí un pinchazo de culpa. No quería que la reina castigara a Min, no después de que yo la hubiera desafiado. Pero, antes de que pudiera decir algo, me adelanté.

—Reina Min, la princesa no debe recibir ningún castigo... Yo fui quien la reto —dije con firmeza, aunque mi voz estaba un poco temblorosa. No quería que ella sufriera por algo que era mi culpa.

La reina me miró sorprendida, pero asintió.

—Oh... Aun así, no debió ser tan ruda contigo —comentó, relajándose un poco.

—Reina, estoy en perfectas condiciones para pelear, no he sufrido ninguna lesión —agregué, tratando de tranquilizarla aún más.

—Dejemos este tema de lado —respondió la reina, volviendo a su tono autoritario—. Acompáñame, tienes que probarte el hanbok para tu boda.

Con una ligera sensación de incomodidad, la seguí hasta el salón donde las betas me esperaban para hacer los ajustes al vestido. Mientras las betas trabajaban en el vestido, yo me mantenía en silencio, observando mi reflejo en el espejo, pero mi mente estaba en otro lugar. ¿Cómo era posible que a pesar de todo lo que estaba sucediendo, mi corazón siguiera desbordado de incertidumbre y confusión?

La reina Min continuaban conversando animadamente, pero yo no podía evitar sumergirme en mis propios pensamientos. ¿Por qué me sentía tan alterada por la presencia de Min? ¿Qué era lo que me estaba ocurriendo? Cada vez me resultaba más difícil entender mis propios sentimientos.

Cuando las betas terminaron, ya era de noche. No me había dado cuenta del tiempo, pero el día había pasado entre las pruebas del vestido y mis pensamientos.

Esa noche, después de la cena con la familia Min, salí al aire libre para despejar mi mente. La vista del cielo estrellado y el suave canto de los grillos creaban una paz que mi alma necesitaba. Cerré los ojos por un momento, dejándome llevar por la tranquilidad del lugar.

De repente, un aroma familiar llegó hasta mí, y, al abrir los ojos, vi a Taemoon sentada cerca de una cabaña. Su presencia parecía inevitable. Dudosa, me acerqué a ella y, al llegar, hice una reverencia.

—Princesa Min, quería disculparme por lo de la mañana. No era mi intención causarle problemas.

Ella me miró sin una pizca de emoción en el rostro.

—Descuida, no fue para tanto —respondió con su tono habitual, tan frío como siempre.

La mirada de Min me dejó inquieta, pero no supe qué más decir. Simplemente asentí y regresé al castillo. Mi mente seguía llena de preguntas, de dudas que no sabía cómo responder. Sólo sabía que, dentro de pocos días, mi vida cambiaría por completo. Y eso, sin lugar a dudas, me aterraba.

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