Capítulo 1 Ojos amarillos

-Evan, ¡hora de levantarse! ¡Venga o llegarás tarde al colegio!

El estruendo de la persiana al levantarse inundó la habitación. Evan refunfuñó y parpadeó varias veces para acostumbrarse a la luz del día. Se desperezó y se levantó de la cama. Notó el suelo frío a través de sus calcetines, así que se puso unas zapatillas. Caminó como un zombie hasta el baño y se miró en el espejo.

Evan era un chico de 11 años, de mediana estatura, aunque se repetía a sí mismo que aún tenía que dar el estirón. Su cabello parecía más bien un estropajo, con pelos saliendo en todas direcciones y nudos aquí y allá, pero ni mucho menos daba la sensación de que lo llevara deshecho, a él le quedaba bien. El color, negro azabache, contrastaba mucho con su pálido rostro, y sus ojos verdes no ayudaban demasiado a hacer que el chico pasara desapercibido, aquel que lo viera, ya no lo olvidaría. Era tan blanco que en ocasiones parecía enfermo, sobretodo en invierno cuando la nariz se le ponía roja y se le remarcaban las ojeras. Pero a pesar de su aspecto febril, no se consideraba feo, de hecho, tenía bastante éxito entre las chicas de su clase, aunque él no estaba muy interesado en ellas.

Aunque no le apeteciera, tuvo que lavarse los dientes y hacerse el pelo, o al menos intentarlo, hubiera sido más fácil peinar a un león con un mondadientes.

Bajó hasta la cocina y se bebió el vaso de leche caliente que ya esperaba humeante sobre la mesa. También tomó una tostada con un huevo frito por encima, su madre había cogido la costumbre de prepararle eso al ver un documental de hábitos saludables en la televisión. A él ya le cansaba tener que comer siempre huevo, aunque le gustaba, prefería cuando le dejaba disfrutar de un buen trozo de chocolate o de comerse unas cuantas galletas.

Al acabar, se puso la mochila y salió de casa sin despedirse. Estaba enfadado con su madre desde hacía dos días. Ella le había reñido por no haber hecho los deberes y lo había castigado sin salir con los amigos, ¡un sábado! ¡realmente alucinante!. Los sábados, Evan iba a jugar con sus amigos a Enjoystick's, una sala recreativa llena de billares y máquinas de videojuegos, incluso había una pequeña bolera. Siempre que iban juntaban todos los puntos que ganaban y los canjeaban por premios, cada semana le tocaba a uno elegir lo que quería y quedárselo, y justo esa semana le tocaba a Evan. Ya le había echado el ojo a una pelota que le hacía mucha ilusión tener, y ahora, por culpa de su madre, tendría que esperar como mínimo una semana más.

Evan cruzó el jardín hasta la puerta de la calle. Vivía en una preciosa casa, pintada en color vells y combinada con madera de distintas tonalidades, de tan solo dos alturas y desván. El jardín rodeaba toda la casa, recubierto de un césped perfectamente recortado.

Al llegar afuera, vio que ya lo estaba esperando Lucas, su mejor amigo. Llevaban yendo juntos a clase desde que tenían 3 años, pero no se habían hecho realmente amigos hasta que llegaron a cuarto, cuando les tocó hacer un trabajo de clase juntos y se dieron cuenta que tenían mucho en común. Bueno, sinceramente se dieron cuenta que a ambos les gustaba jugar a la consola, y desde entonces han sido inseparables.

Saludó a Lucas ,y sin mediar más palabra, ambos se pusieron a caminar hacia la escuela. Las calles se sentían desiertas bajo aquella leve luz del amanecer. La primavera acababa de llegar y las flores llenaban cada espacio de Sileneville. No había mucha variedad de colores en ellas, y un intenso rojo dominaba casi todo el pueblo, solo perturbado por la blancura de algunos claveles. Hacía poco que a Evan le dejaban ir solo a clase, ya que sus padres eran muy sobre protectores y temían que le pasara algo. Ir acompañado al colegio se había convertido en motivo de burla entre sus compañeros, que ya iban todos solos, y Evan tuvo que esforzarse por convencer a sus padres. Fue gracias a Lucas que pudo convencerlos de que le dejaran, ya que su amigo llevaba al menos 2 años yendo solo.

Desde hacía unas semanas, a Lucas y a él les gustaba dar un rodeo para llegar a la escuela. El motivo no era otro que poder pasar por algunas callejuelas que les encantaban. Parecían de otra época, los balcones eran bajos y debido a la estrechez de las calles, casi podían tocarse unos con otros. Estaban llenas de enredaderas y plantas que colgaban desde las macetas de los balcones hasta llegar al suelo, creando una bonita postal en contraste con el tostado de la piedra que predominaba en Sileneville. Al cruzar por ahí, el olor de las flores se unía al omnipresente olor a humedad y te hacía viajar a lugares lejanos en tu imaginación.

Ese día no fue diferente. Sin necesidad de comentarlo entre ellos, los dos chicos giraron a la izquierda antes de llegar a la plaza del pueblo y se dejaron llevar calle abajo sobre el adoquinado pavimento. La inclinación de la calle hacía más costoso intentar caminar a un ritmo normal que dejarse llevar hacia abajo entre zancadas. Primero empezaron a caminar rápido, ambos se miraron de reojo y contuvieron la risa. Poco a poco fueron ganando velocidad, y casi sin darse cuenta,  se hallaban en una veloz carrera por la inclinada calle. Los dos corrían casi a la misma velocidad, pero Lucas era un poco más rápido, así que Evan hizo un sobreesfuerzo para conseguir alcanzar a su amigo, y lo consiguió. Se puso a su altura y lo adelantó, creyéndose el chico más rápido sobre la faz de la Tierra. Empezó a correr más y más rápido, más rápido de lo que había sido capaz de correr nunca. Si alguien lo hubiera visto en ese momento, habría pensado ver a una liebre de tamaño humano. Siguió corriendo hasta que se dio cuenta de que se había pasado de largo la calle por la que debían girar.

Fue frenando poco a poco hasta quedarse totalmente parado, y miró atrás en busca de Lucas, que ahora estaba muy lejos, justo frente a la entrada de la callejuela. Lucas hacía ademanes con los brazos y decía algo que, por la distancia, Evan no era capaz de entender. Supuso que le estaría pidiendo que volviera, que se había excedido, además seguramente tendría guardado algún comentario sarcástico que quitaría importancia a la increíble victoria que había tenido en la carrera.

Evan dio un paso al frente para volver junto a Lucas. Pero se sobresaltó y casi cae de bruces cuando un extraño sonido surgió por algún lugar a su derecha. Se giró a mirar y no fue capaz de ver nada, solo había un estrechísimo callejón completamente oscuro. "Mew". Otra vez ese sonido, esta vez mucho más nítido. Evan se quedó totalmente quieto, como si fuera a morir si se moviera un solo milímetro. "Mew". Ahora sí lo reconoció, era un maullido, debía haber un gato escondido por algún lugar cerca, pero no era capaz de encontrarlo con la mirada. Por alguna razón, decidió buscar al animal, pues no era muy habitual encontrar un felino en Sileneville. Los perros se habían apoderado de la ciudad y perseguían a cualquier gato que se atreviera a entrar en sus dominios.

"MEEEW". Esta vez sonó distinto, mucho más grave. Evan se asustó y dio un par de pasos atrás, sin dejar de buscar la ubicación del supuesto gato. De la oscuridad del callejón surgieron dos minúsculas luces de un potente y brillante amarillo, que Evan supuso que debían ser los ojos. Empezaron a acercarse lentamente hacia él, que se hallaba confuso, no sabía si quería salir corriendo o deseaba ver por fin a aquel gato.

"MEEEEEW". Un "maullido" realmente aterrador y ronco salió proferido de aquel gato que se acercaba. Evan se decidió por sentir miedo, e intentó correr, pero el terror se lo impidió, no fue capaz de dar un solo paso. Notó como su corazón empezó a bombear con intensidad, estaba aterrado. La silueta del gato empezó a tomar forma al salir progresivamente de la oscuridad, pero eso no era un gato. No, Evan nunca había visto gatos tan grandes como perros, como perros grandes. La silueta se acercó más y más, y a cada paso que daba crecía. Estaba alcanzando el tamaño de un poni, era realmente grande. Si seguía creciendo no iba a caber en el callejón. Los ojos, de amarillo intenso, ahora tenían el tamaño de dos pelotas de tenis. Fuese lo que fuese, no era algo que hubiera visto nunca, no parecía de este mundo. La silueta salió casi por completo de la oscuridad, y Evan pudo ver sus enormes fauces, con varias hileras de dientes que le recordaron a un documental de tiburones que había visto. Su piel era parecida a la de un lagarto, escamosa, de un color negro resplandeciente. Ante él, se hallaba una especie de reptil de más de dos metros, sus cuatro patas eran musculosas y sus garras, afiladas y largas como dagas. La visión de aquello era realmente aterradora.

Evan dio otro paso atrás, se trastabilló y cayó, golpeándose el trasero contra el suelo. Por suerte la mochila salvó el golpetazo en la espalda. La criatura lo miró fijamente y rugió. Nada quedaba del inocente maullido del principio. Evan empezó a llorar, intentó gritar pero no era capaz de emitir ningún sonido más allá de gemidos. La criatura dio un paso adelante.

-¡EVAN!

Era Lucas, lo estaba llamando. Se había olvidado completamente de su amigo, que debía estar viéndolo todo.

-¡Lucas ayúdame por favor! ¡llama a alguien! ¡haz algo! - gritó Evan desesperado.

Lucas empezó a correr hacía él. "¿Por qué? ¿Por qué viene hacía aquí, es tan valiente?" pensó Evan. Se volvió para ver si la criatura se había acercado más. Pero donde instantes antes había un aterrador ser de gran tamaño, ahora no había nada, la criatura se había esfumado.

Lucas llegó hasta él, le tendió la mano y lo ayudó a levantarse. A Evan aún le temblaban las piernas. Al verlo así, Lucas le preguntó que le pasaba.

-N...no... ¿no lo has visto?.- preguntó Evan con voz entrecortada.

-¿Ver qué? ¿Cómo te tropezabas y caías de manera ridícula y luego pedías ayuda? Sí ¡lo he visto! Jajaja, ¡mira que eres patoso a veces! - dijo en tono burlón.

-Oye, aquí había algo, u...una criatura gigante, con muchos dientes y... - se dio cuenta de lo ridículo que sonaba, dicho en voz alta, resultaba difícil de creer hasta para él.

-Madre mía, ¡cuanta imaginación! Venga deja de hacer el tonto y vamos a clase, creo que hoy llegamos tarde. - dijo Lucas con repentina preocupación.

Tras meditar unos segundos, Evan decidió hacerle caso a su amigo. Lo que había pasado le resultaba realmente extraño, pero no estaba seguro de cuan real había sido. Lo que si iba a ser real era la zapatilla de su madre  cuando llegará con una notita a casa, meticulosamente escrita por la profesora, en la que pondría "Evan a vuelto a llegar tarde hoy, mire a ver que hace con él". Los dos chicos salieron corriendo hacia el colegio. Decidieron no tomar el rodeo y volvieron calle arriba hasta llegar a la plaza central. Llegados a ese punto, tan solo debían caminar 5 minutos en línea recta hasta llegar a la puerta de la escuela, pero eso sería en condiciones normales, ellos no debían parar de correr si querían llegar antes de que el portero cerrara la entrada.

Tras otro intenso sprint, lograron llegar justo a tiempo, segundos antes de que la profesora entrara a clase. Todos se rieron al ver lo acalorados que habían llegado los dos amigos. Incluyendo a Seila, su mejor amiga en común.

Aquel día las clases transcurrieron con total normalidad, fueron igual de aburridas que siempre, la profesora de química les comunicó la fecha de un examen y el Señor Seymour, que impartía clases de historia, les hinchó a deberes, como siempre. Durante todo el día, Evan estuvo ausente. No se quitaba de la cabeza lo que había visto, en ocasiones pensaba que tal vez se lo hubiera imaginado, pero cambiaba de opinión rápido al recordar lo reales que parecían aquellos dientes, y esa piel brillante.

Al sonar el timbre, todos salieron disparados, ya que se estaba haciendo muy aburrido escuchar a la profesora de geografía hablarles sobre países y capitales. Evan volvió a casa acompañado de Lucas. Durante todo el camino, estuvieron hablando sobre cosas graciosas que habían pasado en clase, como cuando a Rika le había explotado un bolígrafo en la boca mientras lo mordía y había acabado perdida de tinta. A pesar de que quería hablar sobre lo que había visto, sospechaba que Lucas lo volvería a tomar por mentiroso, así que decidió no sacar el tema.

Llegó a casa, dio un beso a su madre y fue a su habitación. Estaba tan absorto en sus pensamientos que hasta se le había olvidado que estaba enfadado con su madre. Ignoró la consola portátil, que descansaba sobre el escritorio, y se acostó en la cama, sobre el edredón. Lo último que le apetecía en ese momento era ponerse a hacer deberes.

Se puso a meditar y a sopesar de nuevo cual era la probabilidad de que se hubiera vuelto loco e imaginara cosas tan reales. Se quedó mirando a la pared, un póster de unos dragones se sostenía gracias a cinta adhesiva, porque su madre no quería que agujereara la pared con chinchetas. Junto a este, había otro de un basilisco de colores vivos que convertía en piedra a unos guerreros. A Evan le encantaba la mitología griega, sobretodo los seres sobrenaturales, pensaba que alguna vez habían tenido que existir si había tantas historias sobre ellos.

Entonces se dio cuenta de algo, no había probado a buscar en Internet, "ahí hay información sobre absolutamente todo" pensó. Bajó corriendo las escaleras y se escabulló por el pasillo intentando que su madre, que estaba en la cocina, no se diera cuenta. Entró intentando no hacer ruido al despacho de su padre. Estaba todo lleno de papeles por encima de su mesa y estanterías llenas de libros de todo tipo se habían apropiado de las paredes, ocupando casi toda la habitación. Los libros trataban de casi todos los temas que pudieras imaginar, desde economía, geografía, química, física, historia... hasta mitología griega. De hecho, Evan se había hecho aficionado gracias a los libros de su padre, que estaban llenos de ilustraciones.

Se sentó frente al ordenador de sobremesa y se puso a buscar por internet. Empezó buscando "animales con grandes dientes", nada parecido, "animales con escamas", tan solo reptiles y peces... decidió buscar "seres mitológicos", no encontró nada que no supiera ya. Desesperado, buscó "gatos que se transforman". Encontró una página que contenía mucha información sobre magia y algo llamado "alquimia". Nunca había escuchado esa palabra así que decidió leer más sobre el tema. Resultó ser un tipo de magia que se usaba en la antigüedad para transformar objetos en otros totalmente distintos. No, después de todo, no era la información que estaba buscando.

Volvió a la habitación decepcionado, esta vez sin preocuparse de que su madre lo viera. Fue a acostarse de nuevo en la cama cuando de repente se percató de que había algo sobre el colchón. Lo que fuera aquella cosa, estaba envuelta en seda roja y tenía forma circular, como si se tratara de una pelota, algo más pequeña que un balón de fútbol. No pudo evitar pensar en su madre arrepentida por el castigo que le había impuesto, comprándole la pelota que tanto quería para pedirle perdón. Se acercó curioso deseando que fuera lo que él pensaba. Pegado a la seda había un rectángulo de papel blanco, con algo escrito. Evan lo despegó y lo leyó con interés.

"Espero que te sea de ayuda Evan Shayton"

-¿Qué diablos? - murmuró Evan para sí.

Para empezar, estaba claro que su madre no había dejado eso ahí, puesto que ella no olvidaría el apellido de su hijo, el que había heredado de su padre, "Scott", ¿quién entonces le iba a enviar una especie de regalo?. "Tal vez se hayan equivocado" pensó. Cogió el regalo y decidió abrirlo antes de informar a su madre.

Mientras lo sostenía entre las manos, una voz aguda salió de dentro de aquella tela.

-¡Oye! ¡No me aprietes tanto que me haces daño!

Evan dio un salto, dejando caer el objeto sobre la cama. Casi se muere del susto.

-Te digo que tengas cuidado y me tiras por ahí... - volvió a decir esa voz aguda.

-¿Qui... quién me habla? - preguntó Evan totalmente alucinado.

-Pues quien va a ser, yo, tu acompañante.

Al mismo tiempo que lo decía, el objeto se elevaba en el aire, desprendiéndose de su envoltorio de seda. No era un objeto, era un ser vivo. Su aspecto no le recordaba a nada que hubiera visto antes. Tenía forma de bola, recubierta de un pelaje corto marrón oscuro, muy perfilada. Tenía dos ojos de color azul cielo, tan grandes que ocupaban la mitad de su "cara". Sobre sus impresionantes ojos resaltaban dos líneas de pelo de un intenso rosa chicle que simulaban una cejas. Por más que Evan lo miraba, no era capaz de encontrarle una boca a ese extraño ser.

A pesar de su asombro, Evan no estaba asustado, como lo había estado por la mañana. Esa criatura no daba miedo, parecía inofensiva.

-¿QUÉ? Me ha tocado un amo muy joven, ¡que fastidio! - dijo la bola de pelo con ojos.

-...

-Vaya, parece que hayas visto a un fantasma, ¿qué te pasa? - preguntó.

Evan no cabía en sí de su asombro, quería responder pero no sabía cómo comportarse ante esa cosa.

-¿Te ha comido la lengua, el gato? - dijo con tono burlón.

Algo en la entonación del individuo le hizo pensar que sabía algo sobre el gato que se transforma. Así que decidió que era hora de hacer unas cuantas preguntas.

-¿Tú qué eres? - preguntó Evan con decisión.

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