Prólogo
19 años antes...
—El amor está hecho para aquellos de corazón valiente y alma resiliente —recitó una joven chica. Se hallaba recostada en un claro en los límites del bosque de Witka, admirando a través de las frondosas copas de los árboles el firmamento teñido de anaranjado por el cálido atardecer.
—Por ende, las brujas somos los seres de corazones más cobardes y almas más débiles que han pisado este condenado planeta —completó.
Un chico se carcajeó a su costado y ella giró la cabeza para ver la sonrisa que se dibujó en sus labios. Se trataba de un humano tan joven como ella, no pasando de los dieciocho años; tenía pedazos de pasto atrapados entre sus mechones castaños oscuros y unos amables ojos celestes que la miraban con ternura.
—Lo que tú eres, Cressa, es una fatalista innata —puntualizó él.
Cressa Blanick imitó su sonrisa, contagiada por su divertimento. Se incorporó tras soltar una ahogada carcajada, sentándose de rodillas en la tierra y sintiendo como los insectos escalaban sus piernas. Estiró su dedo índice hacia una hormiga y esta se subió sin cavilar, recorriendo su el dorso de su mano.
—¿Eso crees? —inquirió entonces—. Porque yo sé que soy la antítesis de las brujas.
Su amigo también se sentó, dedicándole una discreta mirada de preocupación. Su nombre era Oliver Moore y fue el primer humano al que le confió su mayor secreto: que era una bruja.
Lo conoció hace poco menos de un año cuando lo salvó de un par de brujas que querían cazarlo. Lo tenían acorralado contra la puerta de su coche averiado en la carretera para salir del pueblo de Noxvade, a punto de asesinarlo para arrebatarle su alma y ofrendarla a Moira. Tuvo suerte de que Cressa estuviera ahí, llegando casi por arte del destino.
Cressa era conocida y temida en Witka por dos razones: la primera es que era la protegida de Ágatha Bellerose, la primera bruja madre del aquelarre, la líder; y, la segunda razón, era por su particular Unikaia, uno tan poderoso que la misma Trifecta le tenía cierto nivel de pavor. Por supuesto que un par de brujas novatas no le representaban problema alguno.
«Este humano es mío». Sentenció en aquel entonces, parándose entre ellas y el humano.
Oliver, aterrado, y como buen humano Tormentis, se encogió sobre sí mismo. Cressa supuso que su vulnerabilidad venía por ser víctima de algún tipo de abuso en su escuela, o tal vez los usuales problemas familiares en casa.
«¡Cressa Blanick!» Exclamó una de las jóvenes brujas, espantada. No eran más que niñas.
Le cedieron al humano sin protestar, pero había un dejo de enojo por verse forzadas a renunciar a su sencilla presa. Sin embargo, esa ira no significaba nada si el terror hacia una de las brujas más poderosas del aquelarre era mayor.
La verdad es que, en aquel entonces, y también en el presente, nunca tuvo intención alguna de dañar a Oliver Moore. Era la falla entre su especie, la única bruja que no sentía tentación alguna por devorar almas humanas. Era la excepción entre miles, pero ella consideraba este error una especie de don, una empatía natural por las vidas más débiles. Quería protegerlas.
«¿Cuál es tu nombre?» Preguntó al humano en cuanto las jóvenes brujas se marcharon.
«Oliver Moore». Le contestó, titubeante.
Cressa le sonrió con ligereza y también con un dejo de burla, colocando su único mechón albino entre los castaños rojizos detrás de su oreja para después cruzarse de brazos, y decir:
«Pues deja de temblar, Oliver, porque yo no voy a matarte».
Ese fortuito encuentro, ese simple acto de bondad por parte de ella, fue el inicio de una valerosa amistad; la más sincera y pura que jamás tuvo en sus casi dieciocho años de edad. También se convirtió en su más grande secreto, su capricho dado que las brujas tenían prohibido formar lazos afectivos profundos con humanos.
—No conozco muchas brujas, pero no me cabe duda de que eres la más valiente, Cressa —respondió Oliver, trayéndola de vuelta al presente al conectar sus miradas. Siempre la veía con esos ojos cerúleos plagados de adoración. Él la amaba, y ella lo sentía, pero...
—Para ya —pidió ella, bajando la voz—. Para de sentir eso por mí, Oliver.
Oliver frunció ligeramente el ceño.
—¿Eso?
Cressa hizo un mohín.
—Ya sabes a qué me refiero, no te hagas el tonto.
Él se carcajeó, sacudiendo la cabeza.
—Sí, sí lo sé, pero me gusta jugar al tonto contigo —admitió, mirándola por el rabillo del ojo—. ¿Te gustaría que fuera más directo?
—Sabes que sí.
—Lo que sucede es que ya he sido directo sobre esto antes y el resultado no cambia.
Cressa se aferró al pasto debajo de ella con fuerza, casi arrancando las hierbas. Odiaba este tema.
—Que cambies el método no significa que el resultado vaya a cambiar también —replicó.
—Eso no lo sabes del todo.
La joven bruja peló los dientes.
—¿Por qué eres tan necio? —siseó.
Oliver volteó a verla y, antes de contestar, se arrimó hacia ella para acortar la poca distancia que los separaba.
—Porque nunca había sentido tanto amor por alguien —confesó. Era sincero y Cressa detestaba poder sentirlo.
Ella solo pudo apartar su mirada. No sentía lo mismo por Oliver, nunca lo hizo. A sus ojos, Oliver no era más que un buen amigo, su mejor y leal amigo, aquel con el que estaría dispuesta a escapar del maldito aquelarre, pero con quien jamás se vería capaz de desarrollar ningún tipo de atracción romántica. ¿Por qué? ¿Por qué no querría a un chico de tan buen corazón? La verdad es que no había una razón en concreto, simplemente no sentía lo mismo y no se perdonaría cometer la crueldad de reciprocar sentimientos que no se merecía.
—Lo que tú sientes no es amor, Oliver, solo es atracción —aseguró, aunque, en el fondo, sabía que era una vil mentira.
La expresión de tranquilidad en el rostro de su amigo se desvaneció lentamente, siendo ocultada por una palpable decepción que ella sentía como una punzada en el pecho y percibía en forma de olor a humedad y tierra mojada.
—Tal vez tengas razón —demeritó sus propias emociones.
Era mejor así, que comenzara a aceptar la realidad y su amistad.
Tras aquella incómoda conversación, se sumieron en el silencio, únicamente escuchando el zumbido de los insectos ocultos entre la maleza, el viento agitando las hojas y el distante fluir del agua de un riachuelo. Este era su lugar especial, secreto, oculto entre el mundo humano de él y el aquelarre de ella. Una bruja y un humano, una combinación fatal que no debía existir.
Tras un par de minutos más, Cressa emitió una larga exhalación y por fin se puso en pie, sacudiendo la tierra de su falda. Oliver no tardó en imitarla.
—¿Ya es hora? —preguntó él.
—Ya es hora —afirmó la bruja.
Oliver arrugó las cejas, tenso.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Oliver—. Sabes que podríamos escapar como lo hemos planeado.
Cressa negó con la cabeza. ¿Realmente esa era una opción? En unos meses cumpliría la mayoría de edad y se casaría con algún brujo del aquelarre debido a su gran potencial mágico y Unikaia. Esa misma noche le asignarían a su pareja y aunque ella no quería, la opción de fugarse no era viable. Moriría si lo hacía... moriría ante Nernox.
—Todavía no es lo suficientemente grave para que amerite escapar —aseveró.
—¿Entonces cuándo lo será?
La bruja se encogió de hombros, sintiendo el cálido viento de la primera colisionar contra su rostro y revolver su cabellera. Este era el inicio de un ciclo, un nuevo año, uno muy importante según las brujas.
—Lo sabré cuando suceda —se limitó a responder.
Oliver no batalló más contra ella, en su lugar, la estrechó entre sus brazos, dándole el abrazo más fuerte y cálido que pudo mientras le susurraba al oído:
—Suerte, Cressa.
Ella lo abrazó de regreso, muy en el fondo sintiendo la tentación de tomar su mano y rogarle que la llevara con él, que se fueran, pero eso sería como firmar su carta de suicidio. Los encontrarían fácilmente y ambos morirían como castigo.
—Gracias —le susurró en cambio.
Oliver hundió su rostro en la larga cabellera de Cressa y la olfateó, emitiendo una débil carcajada.
—Hueles a tierra —señaló.
Cressa también sonrió y lo apartó con un suave empujón.
—Ya vete, Moore.
—Te queda bien —aseguró él, guiñando un ojo de manera exagerada—. Muy natural.
Cressa lo vio marcharse, con un caminar tan envidiablemente desgarbado y despreocupado, para regresar a su mundo humano, a su libertad. Cuánto celaba eso, celaba que él pudiera escoger cómo llevar su vida y de quién enamorarse. Justamente esa era una de las razones por las cuales le enfadaba que la amara a ella, que hubiese escogido a una reprimida bruja entre millones de humanas. No era merecedora de un afecto tan puro.
Una vez se cercioró de que Oliver había regresado a Noxvade sano y salvo, Cressa emprendió su propio camino de regreso a Witka. El aquelarre se encontraba a tan solo unos veinte minutos de caminata, dándole más que suficiente tiempo para llegar, arreglarse y asistir a la ceremonia.
«Quiero que esta noche te veas más hermosa que nunca, mi querida Cressa», eso fue lo que le dijo la madre Ágatha en la mañana, cuando le obsequió un bellísimo vestido largo color azul marino, poco ostentoso, pero cuya belleza radicaba en su simpleza.
Aunque Cressa no lo admitía a viva voz, estaba consciente de que una de las razones por las cuales no escapaba de Witka era la madre Ágatha. El amor que le tenía era una de las pocas cosas que la mantenían atada al aquelarre para seguir el sendero de la rectitud. Era por ese amor que estaba segura de que no era como las demás brujas, que su corazón sí era valiente y su alma resiliente.
«Hasta que aparezca alguien a quien ames más», pensó, casi partiéndose de risa ante la mera idea. No creía enamorarse jamás.
Sin embargo, en un futuro, el destino le probaría exactamente lo contrario.
La ceremonia se llevó a cabo, Cressa se presentó pulcra y hermosa como Ágatha se lo pidió. Portaba aquel vestido azul marino que hacía maravillas con sus iris, que se iluminaban de un tono índigo al utilizar su magia. Desde que entró al santuario, no cabía duda de quién sería su pareja asignada. Se trataba de un brujo de clase alta, un poco más bajo que los Ascari, pero casi igual de poderoso.
—Normandi Krusein —lo presentó la madre Ágatha.
Era un brujo alto, de cabellera pelirroja y magia rojiza, pero a pesar de que apenas pasaba de la mayoría de edad, se veía demacrado, con un rostro que se asemejaba al de un hombre maduro por sus facciones duras y una barba incipiente.
A pesar de ello, Cressa sonrió con falsa cordialidad e inclinó la cabeza respetuosamente.
—Cressa Blanick —se presentó.
El brujo apenas se dignó a bajar la cabeza. La veía con cierto desdén, puesto que su familia tenía fama de subestimar a las brujas y alabar a los brujos. Una mujer valía casi lo mismo que un burro para él.
—Será una buena esposa —dijo a la madre Ágatha, sin dirigirse a Cressa directamente.
Cressa se aferró con fuerza a la falda del vestido, apenas aguantando la cólera, la indignación y, sobre todo, la humillación. La madre Ágatha debió sentirlo, pues la miró de reojo de manera incómoda.
—Es más que solo una buena esposa —aseguró la primera bruja, tratando de prevenir un conflicto.
Cressa no quería ocasionarle problemas, por lo que intentó relajarse y, con la misma sonrisa forzada de antes, anunció:
—Iré por una bebida. —Se retiró sin esperar respuesta.
Ya le habían asignado una pareja, no necesitaba quedarse más tiempo, solo tendría que regresar para terminar la ceremonia, la fiesta no era obligatoria, al menos no en su manual.
Se apresuró a salir del santuario por una de las puertas traseras, adentrándose en los jardines y luego en el bosque de Witka. Se apoyó contra un tronco y ocultó su rostro entre sus manos para soltar un grito ahogado. Lágrimas de frustración pura se escurrieron a lo largo de sus mejillas.
—¡Mierda! —bramó, golpeando el tronco con su puño, sin importarle el daño que se hacía en los nudillos.
No quería casarse con ese brujo, ni siquiera quería volver a verlo o escucharlo. No quería vivir bajo la sombra de alguien así, teniendo hijos con alguien que jamás sería capaz de apreciar, envejeciendo mientras criaba niños indeseados y sus talentos quedaban desperdiciados. Ella se marchitaría lentamente con una marca en su sangre llamada Krusein en lugar de Blanick.
Estaba por volver a maldecir y golpear cuando escuchó un graznido. Se sobresaltó, pero pronto identificó que provenía de un solitario cuervo posado sobre una rama. Cressa lo miró con curiosidad y, cuando este volvió a chillar, juró que quería decirle algo.
—¿Qué es? —preguntó en voz baja, apartándose del árbol para aproximarse al ave.
El cuervo graznó por tercera vez, pero la mirada de Cressa ahora estaba puesta sobre un orbe de luz blanca que levitaba entre los árboles. Tan silenciosa y tenue... magia.
«Magia incolora». Pensó.
Solo los brujos prohibidos, aquellos que se negaban a morir y venerar a Moira, poseían magia sin color, muestra de su laca de devoción hacia la muerte.
Cressa miró el santuario a sus espaldas, nadie se había percatado de esto, solo ella y el cuervo. Sabía que lo correcto sería regresar y notificar, pero no quería hacerlo, mucho menos cuando el orbe blanco se adentró más al bosque y ella, cegada por la curiosidad, lo siguió.
Sentía que eso era lo que debía hacer, probablemente era una trampa, pero... ¿Por qué no se sentía como una?
El orbe de luz se detuvo de súbito, estaban ocultos entre los espesos árboles. Cressa, extrañada, se aproximó a la magia blanca y la tocó con la punta del dedo, desvaneciendo la esfera incolora. Nada más sucedió.
—Qué impresionante —masculló para sí, sarcástica.
—¿Te decepcioné? —cuestionó una voz a sus espaldas.
Cressa se giró de un rápido movimiento y se tambaleó hacia atrás al toparse con el pálido rostro de un brujo. Era joven, de rasgos finos, cabello oscuro y unos ojos grises tan serenos, que era imposible no ser contagiada su tranquilidad. Era un brujo prohibido, no le cabía duda.
—¿Quién eres? —se apresuró a preguntar al mismo tiempo que se preparaba para invocar su magia en caso de ser necesario.
—¿Vienes del santuario? —preguntó él en cambio, sonaba muy calmo y seguro de sí. No tenía ni un poco de miedo, a diferencia de ella.
—Respóndeme —ordenó.
Él ladeó ligeramente la cabeza y se aproximó con pasos lentos, estirando un brazo hacia ella, pero deteniéndose a centímetros de su rostro.
—¿Puedo? —pidió.
Cressa se hallaba completamente extraviada. No pudo ni siquiera responder antes de que él rozara suavemente su mejilla con el dorso de su mano. La recorrió un escalofrío.
—Estabas llorando —señaló, había limpiado los rastros de lágrimas en su rostro—. ¿Por qué?
Cressa no contestó, en cambio, lo miró con extrañeza.
—¿Por eso me atrajiste hacia ti? —preguntó, retrocediendo.
El brujo sonrió serenamente, tenía una mirada tierna, pero su sonrisa era incluso más amable. Jamás pensó que vería tales emociones tan benevolentes en un brujo, mucho menos en uno prohibido.
—¿Estuvo mal? —inquirió de manera simpática.
Cressa retrocedió un paso más. Todavía no confiaba en él, no debía.
—No —respondió—. A menos que quieras hacerme daño.
—Por el contrario —aseguró—. Quiero ayudarte, Cressa Blanick.
Se tensó.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Ese es mi Unikaia.
Cressa no pudo evitar bufar.
—¿Saber nombres?
—Leer personas —respondió, entornando los ojos—. Una sola mirada y sé todo sobre cualquiera; nombre, historia, intenciones, emociones... Todo.
—Esa es una violación de la privacidad —refutó ella.
—Y por ello me disculpo —dijo él—. ¿Hay alguna manera en que pueda compensarte?
—Eres un brujo prohibido, compénsame muriendo y dejándome en paz —contestó, cortante.
El brujo esbozó una sonrisa con un dejo de burla. Cressa sentía que no solo la había leído como un libro abierto al inicio, sino que continuaba haciéndolo, incluso ahora.
—¿De verdad eso es lo que más deseas? —preguntó el prohibido.
No, por supuesto que eso no era lo que más deseaba.
—No —admitió—. Sería un desperdicio gastar mi deseo en alguien que no conozco y no me importa.
—Entonces te daré otra oportunidad —concedió él—. Dime qué es lo que más deseas, Cressa Blanick, y yo te lo daré.
Lo miró con incredulidad.
—¿Lo que sea?
—Lo que sea.
Cressa se cruzó de brazos, tomándose sus palabras como un mal chiste. A sus ojos, era un brujo prohibido extraviado y aburrido, tanto como para venir a fastidiarle la vida a cualquier bruja que se cruzara en su camino.
—En ese caso, deseo no casarme con Normandi Krusein.
El brujo prohibido, se mostró inesperadamente confundido, pero cuando estaba por replicar, fue interrumpido por la voz de la madre Ágatha.
—¡Cressa! —llamó la primera bruja desde la distancia.
Cressa maldijo a sus adentros y, cuando se volvió hacia donde estaba el brujo, se topó con que este se había desvanecido como si jamás hubiese existido. Frunció el ceño, considerando que tal vez había sido una especie de alucinación.
—¡Cressa! —Ágatha volvió a llamar.
La joven bruja miró a sus alrededores en busca del prohibido una vez más, pero al no encontrar ni un rastro de él, negó con la cabeza y caminó de regreso al santuario.
Lo que jamás pudo haber visto venir es que, tres días después, Normandi Krusein, su prometido, fue asesinado por un grupo de brujos prohibidos.
Tan pronto Cressa fue notificada, se excusó del estudio de la madre Ágatha y retornó a su habitación dentro de la Casa Mayor. Se encerró con llave y se aferró a su cabeza, incapaz de creerlo. Normandi estaba muerto, no tendría que casarse con él, ella lo había deseado y ese brujo prohibido...
—Cumpliste mi deseo —dijo en voz baja y una sonrisa de revoltosa satisfacción apareció en sus labios.
Se carcajeó y dio vueltas por su habitación, jubilosa, deteniéndose cuando, con su vista periférica, vio un frasco en cuyo interior resguardaba un orbe de luz blanca junto con una nota. Se apresuró hacia este, leyendo el trozo de papel con rapidez.
Dame la oportunidad de cumplir más deseos tuyos, Cressa Blanick.
-Kurt Russofin.
Cressa sintió el corazón acelerado y no pudo reprimir la amplia sonrisa que apareció en su rostro. La calidez que la invadió no tenía punto de comparación, una sensación tan ajena y extraña que la consumió de punta a punta. Le gustó que él hubiese hecho eso, le fascinó, y quería más de ello, más de él.
Se aferró al frasco con el orbe, lo abrió y, mientras este revoloteaba alrededor de su habitación, pidió un segundo deseo:
—Mi siguiente deseo... es que vuelvas a mí, Kurt Russofin.
¡Finalmente está aquí la secuela de Witka!
Muchísimas gracias por la paciencia, no voy a mentir, esté libro ha pasado por muchas cosas antes de poder ver la luz del día y ser publicado, pero realmente espero que haya valido la pena la espera 🖤
Por ahora no hay horario de publicación, aunque espero que en un futuro cercano pueda actualizar una vez a la semana. Ya veremos 👀
Una última aclaración: este libro está escrito en primera persona, solo para este tipo de flashbacks se cambiará a tercera para no generar confusiones con los puntos de vista.
¡Muchísimas gracias por leer!
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