Capítulo 5. Lo que el dolor acarrea

Sobrevivir.

Esa era la palabra que había gobernado mi existencia entera desde el día en que nací. Sobrevivir no era una extensión de vivir, sino una especie de antítesis. Vivir significaba placer; sobrevivir, miedo.

Jamás me había percatado de qué tanto el miedo se había adueñado de mí, de mi libertad y liderado mi forma de pensar y ser. Mentía, tenía secretos y me guardaba las cosas por temor.

Ya no quería seguir temiendo, pero... ¿Qué otra opción nos quedaba a los débiles?

—¿Quién será el talentoso que le hará frente y matará a mi querida hija? —preguntó Cressa en voz alta.

El silencio se asentó en la arena, nadie se atrevía a siquiera respirar en su presencia. Ella no temía, no, ella era la que hacía a otros temer, incluyéndome.

El brujo incoloro que estaba peleando contra Azrael se quedó petrificado, viéndome a mí, a Azrael en mis brazos y luego a Cressa. No sabía qué hacer, si pelear contra mí o si declararse perdedor.

—Pero, mi señora...

—Pelearé —acoté, alzando la voz.

Las miradas se posaron sobre mí.

—¿Qué...?

—Pero quiero algo a cambio —volví a interrumpir al prohibido y abracé con fuerza a Azrael—. Quiero que lo atiendan. Estoy tomando su lugar, no su vida. Él no pagará por mi fracaso en caso de perder.

Cressa se mostró intrigada.

—¿Y si me niego a conceder tu petición? —inquirió.

Una sonrisa macabra se manifestó en mis labios.

—Me mataré —amenacé—. Y dudo que quieras perder esta mirada.

Confundidos murmullos se hicieron presentes en el lugar. Nadie sabía de qué hablábamos, solo ella y yo. Era algo entre nosotras, la confesión que me hizo de que yo era lo único que le quedaba del hombre que tanto amaba y que mi mirada era exactamente igual a la suya. Eso la obsesionaba, se aferraba con las uñas a cualquier atisbo de lo que alguna vez llegó a comprender como amor. Conocía muy bien esa sensación, pues yo, hasta hace tan solo unos días, sentía lo mismo por Elijah.

Lo busqué discretamente con la mirada. Estaba asomándose a la arena, viéndome fijamente con creciente odio. Era mutuo.

—Te concederé tu petición —cedió—. No perezcas, mi hija de ojos hermosos.

Así confirmé que me había entendido. Al final del día la crueldad era algo que se llevaba en la sangre.

Un par de brujos incoloros, entre ellos Sarina, entraron a la explanada a través de uno de los túneles. La bruja albina se aproximó a Azrael, se agachó a su costado y examinó su rostro con atención.

—Cúralo —ordené—. Hazle algo, y te mato yo misma.

Sarina no reaccionó a mi amenaza, simplemente me miró a los ojos y asintió con rigidez.

—Lo que ordene, bruja de ojos hermosos —siseó.

La observé con desconfianza, había algo en ella que...

—¡Pero, ama Cressa, no puedo pelear contra su hija! —el brujo, Soren, exclamó—. ¡Imagine si llegara a hacerle algún daño! Jamás me lo perdonaría.

—¿Dudas de la fortaleza de mi hija o, peor aún, de mi propio juicio? —cuestionó Cressa.

—¡Nunca!

—Yo conozco el potencial de Isobel y puedo asegurarles que, si quisiera, mataría a todos los presentes con el poder de una simple mirada. —Me observó con severidad—. A ella simplemente... le falta control.

No solo me faltaba control, me faltaba todo. Estaba mintiendo, yo no era poderosa, no era fuerte y definitivamente no era una amenaza. En cualquier caso, seguramente sería más peligrosa si trajera conmigo algo de tan mal gusto como una pistola humana.

—Claro, confío plenamente en su juicio, ama Cressa. —Soren hizo una reverencia.

—Demuéstralo —ordenó ella.

Miré a mis espaldas, asegurándome de que Azrael estaba fuera de la explanada. Los brujos incoloros y Sarina ya se lo habían llevado en una camilla. No confiaba en ella, no confiaba en nadie, pero en estos momentos no me quedaba más que tener eso tan extraño, poco confiable y ambiguo como la esperanza.

Soren fijó sus ojos grises en mí, tenía una expresión hambrienta en su rostro, como un animal acechando a su presa, pero sus sentimientos decían algo muy diferente. Estaba temeroso de lastimarme y pagar una consecuencia.

El miedo te vuelve vulnerable y la vulnerabilidad te hace manipulable.

Una sonrisa apareció en mi rostro. Ya sabía cómo ganar esta batalla.

—¿Estás asustado? —provoqué, caminando a su alrededor, acechando al igual que él a mí.

Soren era un brujo que no podía pasar de los veinte años, era joven y amante de la atención que le daban por su buen aspecto. Tenía rasgos afilados y cabello negro, pero teñido de gris, a juego con sus iris.

Esto no iba a ser fácil, sería lo siguiente.

—Creo que la asustada es otra, mocosa —replicó. Incluso sus contestaciones parecían las de un adolescente.

—Tranquilo —añadí, deteniéndome—. No sufrirás daño alguno.

Esto enfureció aún más a Soren, quien se precipitó hacia mí con dos largas zancadas, invocando un orbe de luz blanca en su palma. Iba a deslumbrarme, atacarme y vencerme. Su estrategia siempre era la misma, pero su agilidad le daba ventaja.

Giré la cabeza, cubriéndome con un brazo y me aparté con un torpe movimiento de pies, casi tropezando con la falda del largo vestido que llevaba. Soren pasó rozándome, intentando golpear mi boca del estómago, lo que fácilmente podría haberme tumbado.

—¡¿Ahora quién tiene miedo?! —exclamó y se carcajeó con un tono maníaco. Extendió los brazos y murmuró unas palabras. Casi al instante, una cuchilla se manifestó en su mano derecha y otra en la izquierda.

«¿Es ambidiestro?» Pensé.

Rápidamente tomé la falda de mi vestido y arranqué el exceso de tela para no volver a tropezar. Aventé el retazo sobrante y coloqué las manos al frente. Tenía pocos hechizos en mi repertorio, pero solo necesitaba tenerlo muy cerca unos instantes para ganar.

Soren se precipitó hacia mí, blandiendo sus cuchillas. No era tan rápido con la derecha, ya que era naturalmente zurdo. Ahí estaba su debilidad.

—¡Laima! —grité, y la luz magenta se manifestó en mi mano. La dirigí hacia el lado derecho de su rostro y me acerqué.

Él evadió el resplandor y en el momento en que agarré su muñeca derecha, me cortó el brazo con su izquierda, rasgando el vestido y abriendo mi piel. Me tragué el ardor y me incliné hacia él. Por supuesto, me superaba en fuerza, y él lo sabía.

Volvió a blandir su daga y esta vez me hizo un corte superficial en el cuello y otro en el hombro. La sangre brotaba, pero la ignoraba, al igual que el dolor.

—¿Acaso no tienes algo más? —provocó.

Soren soltó la cuchilla que tenía en la mano derecha, a la cual yo me aferraba.

—Tú lo pediste —siseó y, tomándome por sorpresa, estiró el brazo y sus dedos rodearon mi cuello. Iba a estrangularme.

A pesar de la falta de aire, barrí su pie con el mío y lo hice trastabillar. Lo tomé del brazo y lo jale conmigo hacia el suelo. Caí sobre mi espalda y él encima de mí, quitándome el aire. Apenas estaba recuperándome cuando él se apartó y, con un rápido movimiento, me clavó la cuchilla en la mano derecha, empalándome en el suelo de la explanada.

Esta vez no pude evitar soltar un grito de agonía. Soren sonrió de manera desquiciada y, con su magia, atrajo la daga que había tirado hace unos instantes.

—¿Quieres más? —preguntó, pasando la hoja por mi mejilla, abriendo mi piel—. Puedo matarte si así lo quieres.

—Me encantaría morir —admití—, pero hoy no me merezco ese premio.

Con mi mano libre me aferré a la nuca de él y pegué nuestras frentes. Rápidamente invoqué mi Unikaia, viendo cómo sus ojos se tornaban magenta como los míos. Una fragancia a agua de rosas se manifestó en el ambiente y podía sentir sus latidos acelerados.

—Tú me amas —dije.

—Yo te amo —repitió Soren y su cuerpo se tornó lánguido.

—Apártate —ordené.

Soren obedeció y, al ver la cuchilla en mi mano, se espantó.

—Yo te hice eso... —señaló con arrepentimiento.

—Olvídalo —dije y saqué la cuchilla de mi mano, mordiendo el interior de mi boca para aguantar el dolor. Estaba chorreando sangre y ardía como el demonio.

Me puse en pie, oyendo a los presentes confundidos por la forma en que Soren simplemente se paró y retrocedió. Ninguno conocía mi Unikaia, ni siquiera creo que Cressa lo comprendiera del todo.

—Tu lealtad está conmigo —dije a Soren en voz alta para que todos escucharan.

Soren no dudó en asentir, viendo con culpa la herida en mi mano.

—Por supuesto, mi amada.

La confusión del público se transformó en exclamaciones. Nadie comprendía nada.

—¡¿Qué clase de Unikaia es ese?! —gritó un brujo prohibido.

Miré a mi madre con el rabillo del ojo, se veía... orgullosa. Esto era a lo que se refería cuando decía que yo era mucho más poderosa que los presentes. Esto era lo que quería de mí, convertirme en un arma para su arsenal y una amenaza para sus enemigos.

«Hazle creer que eres suya». Pensé. Debía manipularla lenta y cuidadosamente, engañar a ese fastidioso Unikaia suyo.

Exhalé y vi la cuchilla manchada con mi sangre que todavía sostenía. Me volví hacia Soren y me encaminé hacia él con pasos lentos. Me dolía el cuerpo y sentía letargo, pero no le di oportunidad de mostrarse ni por asomo. Me quité la máscara que llevaba en la mitad del rostro y la tiré, enseñando a todos las marcas en mi cara. Se quedaron mudos y más extrañados que antes.

—Soren —llamé al brujo y le tendí la cuchilla—. Lo único que se interpone entre nosotros eres tú.

Soren se mostró consternado.

—¿Eso es verdad?

—Lo es —afirmé—. Por eso, debes acabar con tu vida.

Lágrimas se formaron en sus ojos, pero con una mano temblorosa, tomó la daga y asintió. Colocó la punta exactamente donde estaba el corazón.

—Por nuestro amor —dijo.

Asentí.

—Por nuestro amor.

—Suficiente —intervino Cressa antes de que la hoja atravesara su pecho. Lo detuve con un movimiento de mi mano y su miedo se disipó—. Es suficiente, mi querida Isobel. Has cumplido con la tarea.

—¿De qué estás hablando? —cuestioné.

—La fortaleza no se muestra escondida en tu alcoba, ahora todos saben de lo que eres capaz —anunció y se dio la vuelta para encarar al público—. Ella es mi hija, Isobel Blanick, y quien desee enfrentarla, ya sabe cómo pagará.

Se escucharon más murmullos que antes y se percibió una pesada tensión en el ambiente, dándole un aroma a plástico quemado. Era desagradable en todo el sentido de la palabra.

Pero Cressa tenía razón, pude demostrar de lo que era capaz, y aunque serviría como un débil escudo, todavía no era suficiente.

—Suelta la daga —susurré a Soren, quien me escuchó a la perfección—. Aún no puedes morir, debes protegerme para que nuestro amor prevalezca.

Soren soltó el arma y esta repiqueteó al colisionar contra el suelo. Me miró con adoración e inclinó la cabeza.

—Haré lo que sea necesario —aseveró.

Tener a un brujo prohibido enamorado de mí al punto de la obsesión no era mi plan ideal, pero era otra defensa, alguien que con gusto moriría por mí sin que siquiera se lo ordenara.

—Has ganado, Isobel —informó Cressa, volviendo a llamar mi atención.

—No he ganado nada —dije—. No hasta que vea a Azrael sano y salvo.

—Por supuesto —concedió—. Ordenaré que te lleven a él si ese es tu deseo.

—Lo es.

Cressa desvió su mirada de mí y la dirigió hacia el otro extremo de la arena donde Elijah estaba. Me miraba casi con asco, pues si había algo que odiaba de mí más que cualquier otra cosa, era mi Unikaia. Sin embargo, a pesar del repudio que me tuviera, no podía negarse a las órdenes de Cressa y se dio la media vuelta para venir hacia mí.

Yo no lo quería cerca, no quería ni verlo, y Cressa lo sabía. Esa era su mejor arma contra mí y la había estado utilizando desde el principio.

«Bien jugado, maldita bruja».

(...)

En cuanto salí de la arena, Elijah me guió hacia la enfermería donde tenían a Azrael, lo seguí con premura. Necesitaba ver que estaba bien, que estaba seguro... Que viviría.

Me apresuré hacia las puertas, empujando a Elijah para que se apartara de mi camino. Las abrí de un aparatoso empujón y lo vi.

Estaba a salvo, recostado en una cama, todavía inconsciente, con vendas cubriendo su torso y gasas en su rostro. Se veía demasiado pálido y débil, pero mejoraría con el tiempo, yo sabía que lo haría.

Me acerqué, tragándome el nudo que se formó en mi garganta, y me incliné hacia él. Con las yemas de mis dedos aparté los mechones de cabello pegados a su rostro para después acariciar su mejilla.

«Perdóname», dije a mis adentros, deseando que nuestra conexión le transmitiera de alguna manera mis intenciones. «Perdóname por involucrarte en todo esto».

Por supuesto, él no contestó. Volví a acariciar su mejilla y luego me aparté, dándome la vuelta para ver a Sarina.

—¿Cuándo despertará? —pregunté, y vi que Elijah se había detenido al pie de la cama de Azrael, cruzándose de brazos.

Sarina se dio la vuelta y vi que tenía un bisturí entre sus dedos.

—Pronto —aseguró y me apartó para acercarse a Azrael.

La miré con desconfianza. Algo en ella no estaba bien, algo era... turbio.

—¿Qué haces con eso? —interrogué, señalando la herramienta quirúrgica en su mano.

Sarina ni siquiera volteó a verme y su expresión tampoco cambió, simplemente lo colocó contra el cuello de Azrael, y dijo:

—Asesinarlo.

Reaccioné de inmediato y la aparté de un empujón antes de que le cortara la yugular. Sarina soltó un grito desesperado y se abalanzó hacia mí, me enterró el bisturí en el brazo y yo grité de dolor cuando lo sacó de un tirón.

Elijah dio un paso hacia delante, a punto de interferir, pero yo me adelanté y, al mismo tiempo que retenía a Sarina rodeándola con mis brazos, grité:

—¡No la toques!

Él retrocedió, extrañado. ¿Qué razón tendría yo para no querer muerta a la bruja que intentó asesinar a mi esposo y luego a mí? La respuesta era simple, quería explicaciones.

—¡Ya basta, Sarina! —ordené.

Sarina continuó forcejeando al mismo tiempo que emitía un torbellino de emociones. Entre enojo, tristeza, manía y desesperación, no sabía qué interpretar.

—¡Merece morir! —bramó.

—¡¿Por qué?! —grité de regreso.

—¡Porque él asesinó a mi hija!

Se van revelando un par de cosas... 👀

¡Muchísimas gracias por leer!

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