Capítulo 4. Todo por él
Jamás en mi vida había corrido tan rápido.
Mis piernas se quejaban por el forzoso movimiento de mis músculos al dar zancadas y mis pulmones ardían con cada bocanada de aire frío que inhalaba por la nariz.
Sin embargo, la incomodidad no era más que algo absolutamente secundario, pues en mi mente se repetían tres palabras sin cesar:
«Salva a Azrael. Salva a Azrael. Salva a Azrael».
Una parte de mí se preguntaba qué podría yo, una bruja débil y herida, hacer para salvar a Azrael de otros brujos igual de poderosos que él. La lógica no daba de sí, pero la respuesta era más que simple: haría todo, hasta lo que estaba fuera de mis manos, con tal de salvarlo a él.
Estaba decidida, decidida a que, a partir de ahora, ningún otro ser querido mío moriría por mis errores o frente a mis ojos sin que yo pudiese mover ni un dedo. Iba a pelear y, sobre todo, iba a ganar.
—¡Isobel! —Elijah iba corriendo tras de mí y solo logró alcanzarme cuando llegué al pie de las largas escaleras de caracol y mis rodillas temblaban por el esfuerzo al subir cada escalón.
Me tomó del brazo y las yemas de sus dedos se tornaron negras.
—¡Suéltame! —bramé.
Elijah solo se aferró con más fuerza y esbozó una sonrisa macabra y burlona.
—¿En serio crees que te dejaré ir con Ascari? —inquirió—. Tengo órdenes de no perderte de mi vista.
Forcejee contra su agarre, pero era fútil. Él era, en casi cualquier ámbito, más fuerte que yo.
«Casi cualquier ámbito». Mis propias palabras me hicieron eco.
Entorné los ojos.
—¿Por qué me odias? —cuestioné.
—Ya sabes la razón —contestó—. Eres una mentirosa, Isobel Blanick, una farsa. Me usaste, solo fui tu marioneta.
—Te equivocas —aseguré, suavizando la expresión en mi rostro—. Yo... —Dudé, pero me atreví a dar un paso hacia él, quedando al filo del escalón, con nuestros rostros a escasos centímetros el uno del otro—. Yo sí sentía algo por ti.
La presión de Elijah sobre mi brazo disminuyó un poco y tampoco se apartaba. Sentía curiosidad, podía percibirla, al igual que ese ferviente deseo por mí.
Por suerte, él no podía percibir mis verdaderas intenciones.
Levanté mi mano libre y la acerqué lentamente a su rostro, acariciando su mejilla, viéndolo con una falsa adoración. Él no reaccionó a mi contacto, pero tampoco se retiró. Lo tenía cautivo.
Deslicé mi mano hacia atrás, enredé mechones de su cabello negro alrededor de mis dedos para luego tomarlo por la nuca de manera brusca y pegar nuestras frentes, agarrándolo desprevenido.
—Le temes a perder tu libertad, ¿no es así? —pregunté, invocando mi magia, dejando que su aroma permeara y que mis iris relumbraran—. ¿Quieres sucumbir a mi control una vez más? ¿Enamorarte tan perdidamente de mí que serías capaz de asesinar al aquelarre entero en mi nombre?
Podía ver el magenta de mis ojos reflejado en los suyos. Yo no era fuerte físicamente y mi magia tampoco era la más poderosa, pero sí poseía algo, un as bajo la manga... Mi Unikaia.
Un Unikaia capaz de enamorar a otros y controlarlos a base de enamoramiento y veneración. Lo que yo les pidiera, lo harían, sin embargo, era un arma de doble filo, pues cualquier otro podría aprovecharse de ese amor y dar órdenes en mi nombre, tal y como lo hizo Cressa para que Elijah matara a la madre Ágatha, mintiéndole con que ella era el único obstáculo que se interponía entre nosotros.
Pero ahora que comprendía la naturaleza de mi propio poder, lo usaría, pues era lo único que tenía a mi favor. Las brujas le temen al amor, sin percatarse de lo poderoso que puede llegar a ser por el simple hecho de todo lo que otros están dispuestos a arriesgar en el nombre de este. Elijah estaba petrificado. Esta era mi fortaleza, pero era su debilidad.
—No te atreverías —masculló. No podía hacer nada, su maldición no funcionaba conmigo y, si intentaba lastimarme, Cressa lo castigaría otra vez. Estaba contra la espada y la pared.
Imité su misma sonrisa cruel de hace unos minutos.
—Tal vez sí sea una farsa como tú tanto lo afirmas, pero puedo asegurarte que mis crueles e indignas intenciones no lo son —aseguré y me agarré a su nuca con más fuerza—. Así que compórtate como un buen esclavo y llévame con Azrael Ascari.
(...)
Elijah obedeció sin lugar a objeciones. Me guió a través del aquelarre, encontrándome en el camino con brujos incoloros que se habían adueñado de Witka y lo utilizaban como si siempre hubiese sido su hogar. No había ni pizca de color, los árboles de bugambilias fueron quemados y el pasto arrancado. Era solo gris, blanco y negro, una escala deprimente.
Los brujos me observaban como si fuera una especie de atracción, se burlaban de mí, me señalaban e incluso aseguraban sin temor alguno que, si no fuese hija de Cressa, me habrían asesinado hace mucho. Yo los ignoraba, no reaccionaba a sus palabras y mantenía la mirada al frente, siguiendo a Elijah.
—Es aquí. —Él se detuvo en el centro del aquelarre, el lugar donde las brujas antes se reunían a socializar y donde había pasillos que conducían a cada rincón de Witka.
—¿Aquí? —pregunté.
Elijah me jaló hacia el centro, deteniéndose en un mal tallado círculo en el suelo de piedra volcánica, era casi imperceptible. Dio un par de zapatazos sobre este en un ritmo particular.
—No te muevas —advirtió.
Permanecí quieta dentro del círculo y esto demostró ser una buena decisión cuando el suelo bajo mis pies se desprendió del resto y comenzó a descender como si se tratara de un ascensor.
Fuimos engullidos momentáneamente por la oscuridad conforme bajamos, y cuando se hizo la luz, me torné boquiabierta.
Me recibió el rugido de un gran público, el resto de brujo incoloros que no estaban en el aquelarre estaban aquí abajo, eran decenas de ellos, sentados en gradas de piedra que daban a una explanada cuyo suelo estaba salpicado de sangre. Era una arena, el sitio donde ponían a pelear a los brujos de Witka para su entretenimiento.
La piedra en donde estábamos parados terminó de descender, dejándonos justo a la orilla de aquel coliseo. No podía concebir que esto existiera debajo del aquelarre.
—¿Lo construyeron ellos? —indagué en voz alta para hacerme oír a través del escándalo.
Elijah volvió a tomarme del antebrazo para jalarme entre el público. Se movía con extremo cuidado, pues aunque ya tenía control sobre su maldición, debía temer perderlo y asesinar a alguien por accidente. Cressa no lo mataría por ello, le haría algo mucho peor.
—Esto siempre estuvo aquí —respondió él—. ¿Acaso pensabas que las brujas de la antigüedad eran seres puros y benevolentes?
—Jamás he pensado tal estupidez —espeté, dejándome llevar por él.
Me condujo hacia una de las primeras filas de gradas de piedra. Amenazó a un par de brujos para que se quitaran y luego me empujó para que me sentara.
—Disfruta verlo morir en primera fila —masculló.
Me puse de pie de inmediato.
—¿Dónde está ahora? —pregunté.
—En un sitio a donde no podemos entrar —contestó—. Así que ni lo intentes.
—No me importa si tienes que matar a incoloros para entrar a ese dichoso sitio, te dije que me llevaras con él.
Elijah me miró con una ceja levantada.
—¿Ya no te importa manchar tu conciencia? —inquirió—. ¿O es que ya no sabes cómo defender tus ideales?
Estaba por replicar, pero fui interrumpida al escuchar la estridente voz de un brujo que se paseaba por la explanada.
—¡¿Quién está listo para presenciar la muerte del último Ascari?! —preguntó. Era un brujo mayor y portaba una túnica negra que se arrastraba por el suelo.
«¿El último Ascari? Eso significa...»
Los brujos interrumpieron mis pensamientos cuando rugieron con emoción. ¿Qué clase de infierno era este?
—¡En ese caso, denle un fuerte aplauso a nuestro guerrero del día: Soren Chukren! —exclamó.
A través de una puerta en un extremo de la explanada, entró un brujo en extremo pálido y vestido con un formal traje. Era un prohibido por sus iris plateados y sus movimientos con una confianza desbordante, regocijándose en las alabanzas de sus pares.
Me tensé, acercándome tanto como pude a la orilla para ver la arena. Si Azrael peleaba contra otros y vivía en las mismas deplorables condiciones que Vera, entonces él...
—¡Y ahora, su futura presa, el último Ascari! —presentó aquel brujo de la túnica.
Otra puerta se abrió y pasaron largos instantes hasta que una silueta se vislumbró. Apenas pude reprimir un sollozo al verlo.
Azrael iba cojeando hacia la arena, con un grillete en el tobillo derecho. Todavía llevaba puesta la misma camisa negra que usó en el funeral de Ágatha, pero estaba hecha jirones y estaba sucia de sangre y tierra. Tenía golpes en su piel pálida y enfermiza, con sangre seca en su cabellera rubia ceniza. Tenía varias cicatrices en el rostro y sus ojos estaban nublados. Parecía moribundo, a punto de colapsar en su mismo lugar.
«Todo indica que él será el perdedor». Recordé las palabras de Vera.
Sería así, realmente iban a matarlo. No había forma de que pudiera defenderse en ese estado. Era imposible.
—¿Esto es lo que querías ver? —preguntó Elijah, disfrutando del espectáculo con el mismo sadismo que los demás.
Me aferré con fuerza a la falda de mi vestido. Tenía que hacer algo y mi mente estaba corriendo a toda velocidad pensando en un plan, una solución, cualquier cosa para salvarlo.
—¡Que comience la pelea! —anunció el brujo prohibido de la túnica.
Se escuchó un campanazo que marcaba el inicio de la batalla. El brujo presentador retrocedió, saliendo de la arena mientras Azrael y el tal Soren se enfrentaban cara a cara.
Azrael apenas podía moverse, se veía demasiado débil y agotado. Parecía que estaba a punto de rendirse.
«No», pensé.
Soren se abalanzó hacia Azrael, lo deslumbró con su magia blanca y luego lo golpeó en el estómago, haciéndolo caer de rodillas por el impacto.
«No».
Azrael tosió desesperadamente tratando de recuperar el aliento, con sangre goteando por la comisura de sus labios.
«No».
El público aplaudió, elogiando al incoloro que se acercó nuevamente a Azrael, le dio una patada en el pecho para hacerlo caer de espalda y luego lo golpeó más en el suelo. Ni siquiera necesitaba su magia para enfrentarse a él.
«¡No!»
Azrael se retorcía y gemía de dolor, tratando de ponerse de pie, pero siendo derribado en cada intento. Soren lo pateó y golpeó sin parar hasta que se derrumbó completamente en el suelo, inconsciente. Solo por nuestra conexión matrimonial sabía que aún estaba vivo, pero estaba en su límite.
—¡Ya basta! —grité, pero mis gritos se perdieron entre el escándalo del público—. ¡Detente!
—Es inútil —se burló Elijah.
Lo ignoré. Por supuesto que era inútil, pero el único plan que tenía en mente era casi tan estúpido e irracional como esto.
«¿De qué te ha servido ser racional?» Pensé. No me había servido de nada sobrepensar, no me servía de nada planificar, no ahora.
Me asomé hacia abajo, a la explanada, viendo los túneles por donde habían entrado Azrael y Soren. Traté de armar un mapa en mi mente, calculando dónde estaban las entradas a esos paisajes subterráneos. Después vi al brujo presentador de la túnica y todo encajó.
«Lo tengo».
Me eché a correr tan pronto me percaté de ello. Elijah me llamó e intentó seguirme, pero por fortuna, no podía moverse tan rápido con la gente del público, temeroso de tocarlos y matarlos.
Me escabullí y me dirigí hacia donde estaba el brujo prohibido que hacía de presentador, platicando con otros. Cerca de él había una puerta, una entrada a la arena a la que solo él podía acceder. Aproveché el escándalo y la pelea como distracción para escabullirme al interior del túnel.
El corazón me retumbaba en el pecho, estaba aterrada por la vida de Azrael e incluso por la mía, pues lo que estaba a punto de hacer iba en contra de casi todos mis principios de supervivencia.
Vi la luz de la arena al final del corredor y di largas zancadas, levantando la falda de mi vestido para no tropezar. Llegué a la explanada y, en cuanto salí, escuché exclamaciones de confusión por parte del público e incluso el contrincante de Azrael detuvo su golpiza para voltear a verme.
Los ignoré a todos y corrí hacia Azrael, que yacía en el suelo. Me dejé caer de rodillas y me aferré a su rostro. Estaba inconsciente, pero al acercar mi cara a la suya, pude oír su débil respiración y sentir con mis dedos el pulso en su cuello.
—Gracias a Moira... —susurré, aferrándome a él con fuerza y con lágrimas en mis ojos—. Azrael —susurré a su oído con urgencia—. ¡Azrael! ¿Puedes oírme?
No obtuve contestación, ni siquiera un quejido o una reacción física involuntaria. Mordí el interior de mi boca y estaba por tratar de ponerme en pie con él cuando sentí una mano apretar mi hombro.
—¡¿Y tú quién demonios eres?! —Era el contrincante de Azrael, colérico por la interrupción.
De inmediato me alejé con todo y Azrael, abrazándolo contra mi pecho y protegiéndolo con mi propio cuerpo. Tensé la mandíbula y levanté el rostro para confrontar al brujo prohibido.
—La esposa de Azrael Ascari —contesté con firmeza y lo miré con repudio—. Y la que te matará si te atreves a tocarlo una vez más.
El brujo retrocedió y se echó a reír. El público no tardó en imitarlo.
—¿Tú? Nadie me dijo nada sobre pelear contra la enclenque esposa de este imbécil —espetó.
Estaba a punto de replicar, pero fui interrumpida por una exclamación cercana:
—¡Es ella! —El brujo presentador había aparecido en la arena junto con un par de Weritas. Venían a sacarme de allí.
Me abracé al cuerpo de Azrael con un brazo y utilicé la otra mano para señalarlos. Usaría todos mis trucos, cada fracción de mi magia si era necesario, pero salvaría a Azrael, lo sacaría de esta maldita arena y...
—¡Es suficiente! —Una voz fuerte se hizo presente en la arena, callando al público entero y dejándonos a todos en silencio.
La reconocí fácilmente, era Cressa, utilizando un hechizo para aumentar el volumen de su voz y hacerse oír sobre el escándalo. La busqué con la mirada y la encontré en la primera fila de las gradas, con sus severos ojos puestos sobre mí. No había expresión en ellos, no sabía si estaba enfadada o si sentía satisfacción de verme en esta vulnerable situación.
—Isobel —me llamó.
Tragué saliva con dificultad. Estaba asustada. Todos los ojos estaban puestos sobre mí.
—¿Qué? —respondí con tanta seguridad como pude reunir, pero había un traicionero temblor en mi voz.
Cressa me señaló.
—¿Lo amas? —preguntó, refiriéndose a Azrael.
El público estaba en silencio, expectante ante las órdenes de su líder, del momento en que tendría que matarme. No sabía qué pretendía con esto, no confiaba en nada que saliera de su boca, así que no respondí, al menos no a su pregunta.
—No lo quiero muerto —fue mi respuesta.
Cressa sonrió. No sabía qué quería decir con eso. No entendía nada.
—Entonces pelearás en su lugar —sentenció—. Si pierdes... Ambos morirán.
Se viene algo de acción en el siguiente capítulo, aunque no olvidemos que Isobel no es precisamente la más fuerte... 😈
¡Muchísimas gracias por leer! 🖤
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