〘 13 〙

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Aquel que fue capaz de...
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Toque, volví a tocar, y seguí tocando.
Golpeaba la puerta con fuerza, pidiendo, suplicando que por favor abriera la maldita puerta. Sabía que estaba en casa, estaba completamente segura de que sólo estaba ignorándome, pero no me iría, no lo haría.

Lo había dejado ir una vez, ¿Podría hacerlo una segunda?

—¡Hoseok!—exclame nuevamente—¡Se que estás ahí adentro!

Pero nada. Ni un solo ruido a excepción de los ladridos de Goo, ladridos que cesaron seguramente al acariciarle o alimentarle.

—¡Bien! ¡No es necesario salir!—continue tumbándome derrotada con lentitud en el suelo, recargando mi espalda en la puerta—Pero escúchame por favor, solo eso pido.

Nuevamente, el silencio fue la única respuesta que obtuve.

—Yo...lo siento, ¿De acuerdo?—susurre cerrando los ojos—Siempre estoy sola; Quiero decir...no me gusta estar sola.

Comencé pegando mi cabeza a la madera vieja, mientras envolvía mi delgado cuerpo con mis brazos. Ya no sabía que más hacer.

—No sé, quizás solo fui acostumbrándome —pasé un mechón de cabello detrás de mi oreja—Me he acostumbrado a estar encerrada en mi habitación. No me gustan las reuniones a las que mis padres me obligan a ir, no me gusta la gente, tampoco tengo amigos.

Tomé una larga bocanada de aire, para poder deshacerme del nudo que poco a poco comenzaba a formarse en mi garganta y luego continúe.

—Cada vez que llegó de la escuela, la casa es solitaria, nadie me espera, muchas veces quise hablar de como me sentía, pero nadie escuchaba, jamás presumo mis notas porque no hay nadie con quien hacerlo—solté desesperada con lágrimas acumulándose en los ojos.

Voltee levemente la cabeza, pegando mi oído a la puerta, con la esperanza de escuchar siquiera un ruido, aunque esté fuese sutil.

—Hoseok...no quiero volver—dije por fin sin retener más las lágrimas—No quiero—repetí negando repetidas veces.

—No tienes que hacerlo entonces...—se escuchó al otro lado de la puerta causando cierto alivio en mi.

Abrí los ojos nuevamente.

—Si tengo—contesté sintiéndome verdaderamente estúpida—Se que me tratan como una mierda, pero son mis padres. Yo...temo amarlos.

—¡Claro que los amas In Na!—exclamo con la tan linda voz que lo caracterizaba—Nunca podrás dejarlos de querer, aún si ellos no corresponden con la misma intensidad.

—Por primera vez sentí felicidad y él hecho de pensar que me será arrebatada, me está matando—sorbí la nariz—Pero no la merezco porque he sido una niña mala, sumisa, que siempre termina haciendo lo que los demás quieren que haga sin poder decir que no.

—Eso es mentira—susurró burlón, él estaba riendo y no había algo que podía amar más que su risa—La chica que yo conocí es muy diferente.

—Solo lo dices para hacerme sentir mejor—susurré de vuelta.

—Me salvaste de aquel callejón, sin importarte lo que podría pasarte o lo pudieron haberte hecho y ni siquiera me conocías; In Na—susurró—Quisiera tener la habilidad de poder hacer que, aunque sea por unos segundos, puedas verte como yo te veo...siento que así los malos pensamientos que ahora tienes sobre ti misma, se reducirían drásticamente

Dicen que amar es enamorarse de la misma persona todos los días. Pero...

«Qué es amar exactamente?»
Me pregunté.
¿Que es el amor? ¿Porque las personas se enamoran? Y si dicen hacerlo...¿Por que se separan?

"La union de un hombre y una mujer es algo hermoso"
"El quererte casar es un simbolo de union que debería durar como mínimo toda una vida"

Cuando era niña, solía cerrar la puerta y esconderme bajo la cama. Mientras papá le gritaba a mamá desde la cocina.
Una pregunta aparecía en mi cabeza:  ¿Por qué?
Solía imaginar que todo se acabaría y al día siguiente volverían a ser felices. Meses después, entendí que quizás es mejor dejar a alguien. Porque amar es muy difícil y complicado. El amor te hace vulnerable y te arrastra a la locura. Te sofoca y te destruye, hasta que solo quedan rastros de polvo sobre ti.
El amor te acaba.

Después de eso, acostumbraba salir al jardín trasero de la casa, cuando las cosas se tornaban difíciles para mi, me recostaba y observaba el brillante y extenso cielo azul.
Solía extender mi mano, esperando que alguien la tomara. Sin embargo nadie lo hacía.
En cierto punto empecé a mirar más al suelo. Y dejé de elevar mi mano.

Ahí, sentada en el frío pavimento, acompañada de la fresca brisa de la noche y el cantar de los grillos. Levante la vista al cielo azul y con lentitud extendí mi mano, como si pudiese tocarlo, alcanzarlo.
Lágrimas amenazaban con salir de mis ojos. Sin siquiera percatarme, sin notarlo, sin sentirlo, sin darme cuenta, la puerta fue abierta. Y justo cuando comenzaba a descenderla...

Él la sostuvo.
Por primera vez, alguien estuvo ahí, para sostener mi mano.

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