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Momentos.
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Lo que le da sentido a la vida...son los momentos.
Momentos que para gran parte del mundo son una mierda cualquiera, pero que para mi, lo eran prácticamente todo. Porque la suma de cada pequeño momento eran el resultado de mi efímera felicidad.
Felicidad que terminaba cuando me despedía de él y ponía un pie en mi solitaria casa.

—Señorita Kyun, llegó temprano hoy —mencionó la ama de llaves de mamá al verme dejar la mochila sobre el piso

—Dime In Na cuando estemos solo las dos—mencioné sonriendo—Por favor MiRi—le contesté amablemente de camino a la cocina ganándome un asentimiento por parte suya—¿Dónde está ella?

—En la piscina—respondió—Dijo que la dejara sola, que me llamaría cuando necesitara algo, ¿Tienes hambre mi niña? Puedo prepararte lo que tú quieras

Sabía porque lo hacía.
Conocía a MiRi desde los trece años cuando comenzó a trabajar con nosotros, una señora de la tercera edad que de alguna manera había soportado a mis padres por los próximos cuatro años gracias a mi, (o al menos eso ella decía) era la única persona en esta casa que me prestaba atención suficiente y a pesar de ser la "esclava" de mi madre, quien no tenía tacto para pedir las cosas, al contrario las exigía, curaba las múltiples heridas que mis progenitores causaban en mi. 

En realidad no todo siempre fue así con mi mamá, cuando era una niña solíamos jugar, tener tardes de películas, ir de compras. Quién siempre estaba ausente, era papá.
A veces me preguntaba, ¿Cómo es que ellos dos terminaron juntos? ¿Realmente en sus fríos corazones había espacio para que aunque sea una pequeña flama del amor entrara y derritiera aquel hielo?
Pero no, no había forma, definitivamente eran unos completos alextimicos.

—No hace falta, es tu tiempo libre —respondí sonriente sacando agua del refrigerador—Iré a mi habitación, estoy cansada

Tomé la botella y caminé hacia el pasillo.

—Estas en casa—se escuchó a mis espaldas haciéndome detener—¿Qué tal estuvo tu día?

Gire sobre mis pies topándome de frente a mamá en bata y con una toalla enredada en el cabello.

—Fue igual que todos los demás—respondí posando la mirada en mis pantuflas—Indiferentes—susurré

El silencio inundó el salón por un corto periodo de tiempo. Estaba consiente de que ella ya no sabía que más decir, cómo hablarme, al parecer era complicado.

—Bueno...disfruta tú tarde—di media vuelta esta vez dispuesta a salir de ahí

—Iremos a cenar esta noche a casa de los Lee—soltó antes de que diese otro paso, la miré por encima del hombro—Conocerás a su hijo y, bueno, necesitaba decirte que...

—No digas nada más—la interrumpí—Estaré lista

Dije por último.
Entre a mi habitación recargándome en la puerta al momento de cerrar.
Mi respiración era acelerada, lágrimas amenazaban con salir una vez más.
Ahogue un gritó y aventé la botella de agua, dejándome caer al piso derrotada.
Estaba enojada, triste, encerrada. Y la mezcla de esas emociones me asfixiaba.
Contuve la respiración un momento para tranquilizarme...al final, terminaría haciendo lo que ellos querían y comprimiendo mis sentimientos.
Una vez más.

—Nos alegra que hayan aceptado nuestra invitación—habló el señor Lee antes de llevar un bocado a su boca

—Fue inesperada, pero nosotros con gusto—respondió esta vez mamá, se le veía incómoda, nerviosa

Estaba ocultando algo.

—In Na creció mucho desde la última vez que la vimos—continuó la señora Lee está vez—Corto su pelo también, es muy bonita y...

—Y demasiado inteligente—Interrumpió mi padre causando sorpresa en mi—Se mantiene en el primer lugar del instituto

—¡Eso es grandioso!—exclamo—Mi Tae es muy bueno, más que en los deportes

Grandioso era ver cómo actuaban.
Cómo si nosotros dos, el tema de conversación, no estuviésemos presentes. Era gracioso ver a papá fingir que sentía orgullo hacia mi, pues sus golpes demostraban lo contrario.
Grandioso era estar aquí fingiendo que éramos la familia más perfecta del mundo.

—¿Has pensado que estudiarás In Na?—preguntó la señora Lee sacándome de mis pensamientos

Deje los cubiertos sobre la mesa y limpie mi boca
Con la servilleta.

—Bueno, yo...

—No hará falta—interrumpió su esposo—Cuando ellos dos se casen no necesitará trabajar

Y me calló como balde de agua helada en la cabeza.
¿Matrimonio? ¿Compromiso? ¿De que rayos estaban hablando?

—¿Qué?—articule inaudible para no hacer un escándalo.

—Creí que ya lo sabías—contestó al ver la expresión en mi rostro.

—In Na, íbamos a hablarlo contigo, pero...

—No hacía falta—interrumpió mi padre—No es algo que debe elegir, no es como si tuviese la opción de no hacerlo.

Miré al chico al frente mío. Estaba callado, incomodó por la situación, entonces me miró por un efímero momento antes de retirar la mirada.
No había nada malo en el, era guapo, inteligente, de buena familia, por lo escuchado sabía que poseía un buen sentido del humor, demasiado extrovertido para mi gusto.
Pero no había nada que amara de él.

Odiaba que tomaran decisiones de mi vida sin consultármelo primero.
Acaso... ¿Era mucho pedir que me tomaran en cuenta?
Era mi vida.
Mía
Mía
Mía
Mía
Mía...y de nadie más.
No importaba que fuese un asco total, quería tomar mis propias decisiones por una puta vez.

Estaba agotada, la cabeza me dolía, me encontraba cansada de  fingir que todo, ¡Qué todo estaba bien! Porque no era así.
Nada estaba bien para mi. Nada nunca lo estuvo.

—In Na—se escuchó—¿Estás bien querida?—me miró preocupada.

Me levanté del comedor con brusquedad causando que la silla cayera al suelo.
Miré a mi alrededor.
Mamá no se atrevía ni a mirarme, en el rostro de mi padre no encontraba más que furia y decepción, como si estuviese aguantando las ganas de levantarse y obligarme a sentarme nuevamente a golpes.
Los señores Lee estaban preocupados por mi reacción. Taeyong, de él no podía descifrar su sentir.

Sin decir nada salí corriendo de la casa ignorando los gritos que llamaban mi nombre.
Corrí, corrí y seguí corriendo sin detenerme, y conforme iba corriendo gritaba fuertemente.

Corría y gritaba mientras observaba cómo todo mi mundo terminaba de derrumbarse.