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Un deseo de cumpleaños.
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El tiempo parece avanzar demasiado rápido, cree que en cualquier momento se quedará sin el.
Agobiado, deja caer su cabeza sobre el escritorio lleno de libros, libretas, hojas y más hojas arrugadas que se mezclan con la basura del sacapuntas, la habitación es oscura, apenas el rayo de una pequeña lampara le hace diferenciar todo, observa el reloj mientras ese "tick tock" resuena en sus oídos incluso a través de los audífonos. No puede evitar dejar de sentir esa angustia creciendo cada vez más en su pecho. Después de despertar, en realidad las mañanas las siente vacía. Siente tanto amor por ella, pero no sabe que hacer, parece como si todo hubiese sido en vano. Últimamente había soñado mucho con ella, su madre no puede evitar sentirse culpable por no ser capaz de ayudarle, y él se siente culpable por hacerla sentir de esa manera.
Con desidia se levanta del escritorio y quita sus auriculares, aún con la pijama puesta, se coloca una sudadera gris encima para por fin bajar donde todos lo esperan ansiosos.
—¡Sorpresa!—les escucha gritar cuando pisa el ultimo escalón, este brinca del susto.
Al terminar de bajar completamente, observa a sus padres y abuelos alrededor del comedor, y al centro, se encuentra un pastel con las velas recién prendidas.
—¡Feliz legalidad, cariño!—menciono su mamá acercándose hasta él para tomar su mano.
—Wow. Gracias—murmuro con una expresión vaga—Lo había olvidado.
Mentira. Lo había esperado ansioso.
—Vamos Min. Pide un deseo y sopla las velas—le pidió su abuela con emoción.
El chico no tuvo el valor para negarse a tan dulce petición, con un sentimiento de mezcolanza, camino sin ánimos y tomó asiento frente a la tarta. Trago grueso, recargo los codos sobre la mesa, junto ambas manos.
Un deseo.
Sólo uno.
Cerró con fuerza sus ojos, estaba luchando contra sus lágrimas. La tristeza nubló sus facciones, pero nadie dijo nada, y cuando su cuerpo se relajó, sopló las velas del pastel causando que todos aplaudieran contentos.
—Muy bien. Comamos—hablo su padre tomando el cuchillo entre sus manos, pero Min lo interrumpió.
—Pueden hacerlo ustedes, yo...iré al hospital.
—¿Te sientes mal, Yoongi?—le pregunto su abuelo ganándose un fuerte zape por parte de su abuela—¡Vieja chupasangre! ¡¿Ahora qué?!—se quejó el viejito.
—¡Eres tan tonto, que tus células cerebrales están en la lista de especies en peligro de extinción!—le reclamó la anciana.
El abuelo estaba a punto de continuar con la pelea, sin embargo, la madre del joven lo interrumpió cuando tomó un paraguas. Jugo un poco con el entre sus manos mientras se acercaba aún con su delantal puesto. Tomo a su hijo de la mano y salieron de la casa para mayor privacidad.
—Está bien, ve con ella—le hablo la mujer sonriéndole, causando que el corazón del muchacho se contrajera—Pero al menos cúbrete de la lluvia, o tomarás un resfriado.
Los ojos del chico de pálida tez centellaron, los músculos de su mandíbula se tensaron. Acompañado de una sonrisa forzada, tomó la sombrilla.
—Hijo, lamentamos no poder hacer nada para ayudarte en esta situación, si yo pudiera...si tan solo yo...
—Mamá, estoy bien—le interrumpió el peli negro tomando sus dos manos para hacerla calmar un instante—El dolor es necesario para que la vida tome sentido y el se presenta de muchas maneras. Pero tu me enseñaste a soportarlo ¿No es así?
—Le agradezco a esa chica por devolver a mi hijo—espeto la mujer soltándose a llorar en ese momento—No vas a rendirte con ella, ¿Verdad, Yoongi?
—Mamá. Te amo—murmuró arrugando la nariz, evadiendo esa pregunta a toda costa—Los amo a los dos. A los cuatro. Sé que es difícil lidiar a veces, pero, ustedes jamás se rindieron conmigo. Lamento decirlo tan tarde.
La peli negro sonrió ampliamente acariciando su mejilla.
—Ve. Se hará tarde.
El chico hizo lo que dijo, llegó al hospital pero esta vez no visitaría a esa chica de dorados cabellos. Se dirigió a la Sala de Extracciones, ubicada en la planta baja del bloque D del mastodóntico complejo sanitario, para "donar sangre", como parte de un plan bien trazado de antemano.
Lo cierto es que tras acabar allí, preguntó por la Unidad de Trasplantes y subió al primer piso siguiendo las indicaciones de una enfermera que iba pasando. Una vez arriba, todo fue muy rápido, la señorita que lo atendió escuchó su petición «Me gustaría donar mis órganos» y le extendió protocolariamente un folleto con la información para hacerse la tarjeta de donante.
—Claro, si—respondió la mujer tomando unos papeles.
—Mi corazón.—habló interrumpiendo abruptamente la acción de la contraria—¿Cómo puedo saber si soy apto para donarle mi corazón?
—Encontrar un donante de corazón puede ser difícil. El corazón debe ser donado por alguien que esté clínicamente muerto, pero que permanezca con soporte vital. Además, debe estar en condición normal, sin enfermedades y ser lo más compatible posible con su tipo de sangre y tejido para reducir la probabilidad de que su cuerpo lo vaya a rechazar. ¿Se hará un chequeo para ver si es apto?
El tiempo siguió pasando.
Un latido. Una vida. Piensa que incluso siendo un tonto, incluso si duda en muchas cosas, incluso si tiene muchas preocupaciones, incluso si vive atado a la tristeza, incluso si lastima a las personas que ama, piensa que estará bien.
Camina por ese largo pasillo de hospital hasta salir de él. Automáticamente la lluvia le da la bienvenida cubriéndolo como si fuese una fina manta de seda, pero no se molesta en cubrirse de ella, observa hacia el frente, sigue caminando, y sin estar en pleno uso de sus facultades mentales, se tumba en medio de la solitaria calle.
Las luces del semáforo le alumbran el rostro, la lluvia lo termina de empapar por completo, es ahí donde saca su teléfono y teclea ese número que ahora se sabe de memoria. Ni siquiera pasa un minuto cuando logra escuchar su voz del otro lado diciendo un simple: "Hola" que hace revolcar a su corazón.
—¿Qué hago? No creo poder ir a verte hoy—hablo el peli negro.
—Está bien. Deberías disfrutar este día con tu familia. Puedes visitarme mañana—le responde la chica.
Y Yoongi sabe que lo más probable es que este sonriendo en ese momento. Así que guarda silencio un segundo tratando de componerse.
—Bae...—la nombro en apenas un susurro audible.
—¿Si, Min?
—Te veías hermosa—le responde cuando una lágrima se desliza por su sien.
—¿Eh?
—Esa noche, mirando por la ventana. Esa noche, en el tren donde coincidimos por primera vez. Te veías hermosa.
—Min...
—Estabas ahí como una antorcha, yo era una luciérnaga sin luz, estaba tan cansado que no podía ni dormir, deseando siempre ser lo suficientemente bueno para mi.
Ella se mantuvo callada un momento.
—Min...¿Estás bien?
—Bae Jun Seo. Es más fácil odiar que amar—le dijo.
—¿Qué? Yoongi, ¿De que estás hablando?...—murmuró ganando toda su atención.
—¿Podrías reservarme tú próxima vida?
—¿Mi próxima vida? ¿Porque te la reservaría a ti?—le respondió juguetona.
—Porque en esta...creo que nunca estuvimos destinados. Por eso te odio—dijo tomándola por sorpresa, la confusión no tardó en aparecer—Voy a decir que te odio, JunSeo.
—¿Me odias?
—Reservaré mi próxima vida para ti, porque en está te odio—continúo tragándose el nudo de su garganta—En la próxima, no sé...
—Si quieres una reservación. Debes prometerme que me encontrarás, o de lo contrario...
—Lo haré—le interrumpió a la chica seguro de si—Tenlo por seguro, que lo haré. Sabes que tengo un código de ética muy fuerte respecto a mis promesas.
—¿Por qué esto suena como una despedida?—susurro la castaña.
Min soltó una risa ronca.
—Bae. Pregúntame una vez más.
—Min. ¿Qué sucede? De verdad estás preocupándome.—le cuestiono y pudo identificar lo ansiosa que ya estaba.
—Sólo, pregúntame una vez más.
—¿Qué es lo que más deseas, Min Yoongi?
—Lo que más deseo JunSeo. Es que...vivas
Y sin más, cuelga el teléfono. Se levanta de la calle con algo de trabajo y entra a la primera farmacia que ve.
Había tomado una decisión.
Una decisión que destrozaría a su padre, que le acuchillaría el corazón a su madre y posiblemente les provocaría un infarto a sus abuelos.
La decisión de ir contra el destino.
Desapareciendo.
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