Pasado Presente

Sus sollozos lograron ser calmados hasta que pudo respirar con tranquilidad. Limpió sus cansados ojos de las lágrimas mientras oía al mayor hablar buscando consolarlo, mas no escuchaba nada de lo que decía por sus ánimos llevados a cero. Llegado a ese extremo, ya no quería saber nada de nadie, por lo menos por el resto del día. Al único que necesitaba prestarle su atención ahora era a sí mismo, debía de pensar mejor en lo que había hecho y lo que quería hacer, ya no podía seguir posponiendo sus problemas.

En cambio, tenía a Bull diciéndole palabras que ya había escuchado varias veces en su vida.

—Deberías de dejar el pasado atrás —Sandy escuchó sus palabras pensando que quizás era algo nuevo. No fue así y lo observó con indiferencia—. Si sigues queriendo lo que ya no volverá a ti, es mejor olvidarlo. Ahora estás con nosotros, estás conmigo—cada vez se acercaba más a Sandy—. Yo puedo hacer que te sientas mejor, puedo ayudarte a olvidar —lo tomó del mentón y lo obligó a mirarlo, deseaba tanto ser el dueño de sus labios, pero el menor no expresaba ese cariño como antes lo hacía.

—No —negó con la cabeza y se apartó viendo la desilusión aparecer en el más alto—. No puedo más con esto —intentaba mantener la calma, mas sentía que las ganas de llorar volvían y presionaba su pecho.

—¿Qué? —sonrió confundido aunque fuere clara la respuesta que no quería escuchar provenir del joven— ¿A que te refieres con eso?

—No puedo ser feliz sabiendo que mi vida aquí es un desastre. Me destroza más seguir así. No es suficiente esas felicidades momentáneas, quiero algo más —preocupado por el grupo de los tres motociclistas, miró al mayor a los ojos—. Sé que dije que los ayudaría y me gustaría, pero no disfruto de nada de esto. Buscaré otra forma de ayudarlos—notó como la furia comenzaba a nacer en el mayor, lo intimidaba—. Tengo que dejarlo todo, incluso lo que hago contigo. Solo mezclas todo este desorden en mi cabeza.

—No entiendo —resopló molesto, no quería entenderlo.

—Estamos a solos dos días para que esto se acabe. No sé que se hará después, pero yo quiero que dejemos de vernos de esta forma —temía de lo que el hombre haría y buscó disimuladamente algo a su alcance—. No quiero que vuelvas a tocarme.

La fingida risa lo desconcertó. En el momento que comenzaba a fingir tener el valor para enfrentarlo, escucharlo hizo que todo ese valor fingido decayera. No estaba siendo tomado en serio.

—Sandy, no voy a hacer nada de eso — su poca seriedad hacia sentir nada al moreno y lo irritaba demasiado.

—¡No te amo! —dijo lo que tenía guardado hace mucho tiempo elevando el volumen de su voz, logró que Bull dejara de dirigir sus ojos oscuros a su cuerpo— ¡Deja de mirarme así y deja de tratarme como tu novio porque no lo soy! Ni siquiera me gustas, no pensaba en ti cuando-

—¿Pensabas en Leon? —su pregunta hizo que mirara a otro lado avergonzado sintiendo que sus latidos adoloridos.

—Sí, pensaba en él —intentó volver a la firmeza con la que daba antes sus respuestas, pero su debilidad al hablar del de inolvidables ojos heterocromáticos era demasiada obvia. Su cabeza comenzaba a doler.

—¡Ese es el verdadero problema! Me he cansado de escuchar tu quejas por él. No deberías de quererlo, a quien deberías de querer es a mi —su paciencia se agotaba rápidamente, aún no aceptaba que era rechazado.

—No puedo quererte a ti como lo quiero a él. Deja de confundirme con algo más —sus ojos esmeraldas humedecidos se atrevieron a hacer contacto visual, la furia del enorme hombre lo intimidaba.

—Yo no estoy confundiendo nada, tú lo niegas. Sé que me deseas, por algo me buscabas a mi cada noche y no a Bibi, a Crow o a Spike —otra vez, se acercaba más haciendo que el joven tuviera que retroceder en la cama.

—Te he dicho que no. Tú eras el que insistías y te lo di, fue un error —sus ojos buscaban desesperados con que defenderse—. No lo habría hecho de saber que eras así —no encontró nada.

—Es demasiado tarde para que digas que no —se abalanzó sobre el menor y lo tomó del cuello presionándolo contra la cama sin importarle los quejidos, no lo estaba ahorcando pero lo hacía sentir encerrado—. No actúes como si no me hubieras deseado como yo te deseo. Deberías de pertenecerme, no a los imbéciles que pagan por ti y menos al que tanto odias por abandonarte ¿Nunca te fijaste en mi?

—¡No caería por alguien como tú! ¡Suéltame! —agarró con ambas manos la muñeca del que tenía todas las posibilidades de estrangularlo, era capaz de hacerlo y no tenía la fuerza suficiente para sacárselo de encima.

—¿Qué era lo que buscabas entonces? —preguntó harto de los juegos que creaba el de pelo púrpura los cuales seguía para cumplir cada capricho.

—Estar contigo me distraía —admitió—, dejaba de pensar en lo que me hacía daño, pero ya no puedo seguir ignorándolo, por lo menos no de esta forma —la presión en su cuello fue disminuyendo hasta desaparecer. Aún así, Bull lo acorralaba—. Lo siento, no puedo —de nuevo, ese malestar en su pecho lo debilitaba, el malestar no lo dejaba pensar con completa claridad lo que decía o hacía.

—Quiero distraerte otra vez —no esperó a una respuesta. Casi desgarrando totalmente la ropa que el menor vestía con sus manos, liberó su pecho y cuello para comenzar a dejar marcas en este último. Escuchó sus quejas, mas no se detuvo.

—No quiero esto. Suéltame —su voz temblaba por el miedo que le generaba y asqueada por sentir su boca tocando su piel—. Por favor, Bull, detente —ni siquiera lo ordenaba, rogaba para que dejara de tocarlo, la sensación era placentera y eso mismo era lo que le desagradaba.

El mayor hizo oídos sordos, siguió con sus besos en el cuello y las traviesas caricias por debajo de la ropa pensando que ese era el favor que tanto pedía. Cuando comenzaba, Sandy no podía pararlo, estaba obligado a hacer lo que él quisiera. Lo intentaría porque sabía que no le gustaría y, si se negaba, la escopeta estaba apoyada contra la cama como cada noche para reafirmar que quien tenía el control allí era él y nadie más.

Por unos segundos, mientras pocos gemidos lograban escapar de sus labios provocados por las manos que tocaban su entrepierna por encima de la tela y apretaban ligeramente sus muslos y la boca que pasó la atención de su cuello al pecho, pensó en agarrar el arma y ser quien lo amenazara para que dejara de tocar su cuerpo sin permiso, pero la idea quedó descartada al instante al recordar todas las veces que intentó alzarla y no pudo por lo pesada que era.

También pensó en gritar, aunque pensó que no sería escuchado al estar en el cuarto piso y porque probablemente Bull lo mataría antes de que alguien llegara para ayudarlo. Si tan solo hubiera rechazado la idea de cambiar de habitación para más privacidad, quizás tendría más oportunidades para escapar de esa situación en una pieza. Pero así, Bull podía hacer lo que quisiera con él y cuanto tiempo quisiera. Parecía que aprovecharía eso al máximo.

En pocos minutos, lo tuvo con la respiración acelerada por las oleadas de placer que recién comenzaban. Su cuerpo temblaba ligeramente y sus mejillas estaban teñidas de rojo. Aun con esto, no estaba tan perdido en el momento como para no poner resistencia cuando el mayor se quiso deshacer de sus apretados pantalones que hacían muy notoria su erección. Más asco le daba por estar disfrutando de eso cuando, en primer lugar, nunca lo quiso.

Las manos blancas se deshicieron del cinturón y, cuando estaban por quitar la poca ropa que le quedaba, cerró sus piernas negándose a continuar. El de cabello azabache resopló furioso, odiaba tener que hacerlo pero lo forzó a abrir las piernas y se colocó entre ellas para que no volviera a unirlas.

Terminó de desvestirlo y tomó una pausa para admirar su afeminada figura quizás siendo esa la última vez que lo vería desnudo, vulnerable, delante de él. Era incontrolable la obsesión que tenía por él, amaba hacerlo suyo cada vez que tenía la oportunidad, por más que ahora estuviera complicando innecesariamente la situación cuando solo debía de entregarse como todas las veces que lo esperó en la cama con escasa o nada de ropa y listo para ser tomado por él.

No soportaba cuando tenía esos ataques de rebeldía y lo miraba con desprecio, incluso con la oscuridad del dormitorio podía ver sus ojos verdes dirigiéndole toda esa profunda e intensa repulsión como si estuviera haciendo algo mal. Eso fue lo último para aniquilar la paciencia del más alto al que se le ocurrió que, como castigo, obligarlo a posicionarse sobre sus manos y rodillas para adentrarse en él moderadamente lento hasta estar completamente dentro sin utilizar lubricante o estimularlo.

Como si detectara las intensiones que el menor tuvo de golpearlo, rodeó su cuerpo con uno de sus brazos sujetándolo fuertemente para que no se moviera y tapó su boca para callar los gritos. Podía sentir como su mano era humedecida por las lágrimas mientras lo escuchaba sollozar y contraerse del dolor. Entendía que lloraba porque era él quien lo forzaba a tener sexo, pero prefería pensar que el llanto era por lo dolorosa que había sido la penetración, le recordaba a su primera vez juntos, por lo que fue compresivo y le dio tiempo a que se acostumbrara.

Siendo bruto con él quizás le daba a entender que había jugado con la persona equivocada.

Dejó pasar unos segundos y, cuando creyó que fue suficiente, empezó a mover sus caderas dando lentas y profundas embestidas escuchando sus quejidos. Ya le había dado demasiados descansos, no se detendría. En algún momento, el placer debería de sobrepasar el dolor, por lo que siguió sin culpa. Como pensó ocurrió, Sandy comenzó a sentirse mejor por la placentera sensación que le daba sentir el enorme miembro golpear su interior en aquel punto dulce que causaba gran excitación.

Era humillante como su cuerpo rogaba por más cuando en realidad quería que se alejara de él y lo dejara solo. Se estaba rindiendo ante las embestidas, las caricias sobre su hombría y los chupones que quedarían durante varias horas en su cuello.

Nuevamente, Bull estaba tomando todo lo que quería. Sus piernas y brazos temblaban sin poder soportar su propio peso y su poca fuerza aflacaba cada vez que arremetían contra él. Por lo menos, el motociclista se había dado cuenta de eso por lo que lo soltó, llevó ambas manos a sus cintura para tomarlas y tirar para apresurar las embestidas. El moreno mantuvo sus caderas en alto por no querer enfadarlo y recibir otro castigo, el resto de su cuerpo pudo descansar y acostarse. Sus manos atraparon la almohada y la mordió sin querer gemir más por su agresor. En su mente se repetía las razones para no perderse: estaba siendo forzado y, aunque no podía dejar de sentir el placer, no había deseado nada de eso.

Sus caderas eran presionadas contra las del de pelo azabache y parecía que las grandes manos no iban a soltarlo hasta cansarse. Era peor saber que pasaría más de media hora así por la experiencia que el mayor había adquirido por cada noche que estuvieron juntos, aunque hubiera sido con el menor teniendo a Leon en mente.

Intentó soportarlo, pero sintió que se desmayaría por sobreexigirse. Su cuerpo seguía siendo usado incluso cuando el más joven ya había llegado al orgasmo. Se sintió patético cuando sintió que estaba por eyacular por segunda vez por la mano que no dejaba de masturbarlo. Sus energías fueron agotadas aun sin que el mayor hubiera terminado.

Había perdido la noción del tiempo y se había rendido de retener sus gemidos que ahora salían de su boca sin control acompañados de insultos o mencionando el nombre del otro hombre una y otra vez. Este lo escuchaba como si fuese la más hermosa melodía que hubiera oído en su vida al saber que había ganado y logrado liberar al joven de esos tortuosos pensamientos aunque no sería permanente.

Al ladrón le hubiera encantado ver más esa parte descontrolada por la lujuria, pero al sentir que se aproximaba al orgasmo sus movimientos fueron más bruscos y veloces, suficientes para hacer que eyaculara por segunda vez. La última embestida empujó su cuerpo contra la cama, ahogó un grito mordiendo las sábanas y sintiendo como el enorme hombre abandonaba su interior dejándolo repleto con aquel líquido blanco.

Era un desastre de sudor, semen, saliva y lágrimas. Todavía, su cuerpo temblaba y mordía su labio inferior saboreando la poca sangre que brotó cuando se lastimó al morderse por querer callar sus gemidos. Su respiración pesada acompañaba a la del más fuerte que no dejaba de observarlo como su mejor pecado que volvería a repetir si pudiera.

Estaba exhausto y no pudo mantener sus ojos abiertos por más tiempo. Solo unos segundos bastaron para que terminara por desmayarse del cansancio.

Sabiendo que todos estarían despiertos a esa hora, Bull fue a la pequeña ducha y se apresuró en quedar limpio así Bibi no tendría sospechas de lo que acababa de hacer. Fue un horrible error dejarse llevar por su furia, pero ya lo había hecho.

Mientras terminaba de vestirse, observó que Sandy aun no despertaba y probablemente no lo haría por horas. Cuando despertara significaría un problema, podría contarle todo lo que sucedió y ella le creería hasta las que eran mentiras. Al instante tendría a los otros criminales persiguiéndolo para matarlo. Arruinaría todo, no quería morir por eso y no podía permitir que hablara.

Él era más fuerte y Sandy era liviano y estaba inconsciente, por lo que en ese momento podía deshacerse del joven sin que este se resistiera y nadie se daría cuenta hasta que pasara el tiempo sin su presencia. Debía de ocultarlo.

Cuatro pisos más abajo, el resto del grupo esperaba para realizar los planes del día en el cual, si todo salía bien, tendrían cubierta toda la deuda y podrían comenzar a dedicarse completamente a la buscar de Nita.

Penny esperaba pacientemente a sus invitados no deseados se fueran para así ser la última en salir luego de comprobar que nadie le robara nada; Bibi tomaba la mochila con todos los objetos que quedaban para vender, buscaba a Bull con la mirada y no lo encontraba; Spike ligeramente preocupado se acercó a Crow preguntando por Sandy, el antropomórfico no tenía ni la más mínima idea de donde exactamente estaba el joven, pero para calmar a Spike lo ayudaría a revisar el piso en el que estaban.

Caminaron por el pasillo que daba a unas pocas habitaciones en las que el pequeño cactus entró. No estaba en ninguna de esas y comenzaba a desesperarse.

—Hey, enano, tranquilo —puso una mano encima de la cabeza del menor para que dejara de moverse histéricamente—. Sabes que a Sandy no le gusta que entres a su habitación de la nada. Además, te faltan todas las habitaciones del segundo piso.

El más bajo dejó de llorar en silencio para correr lo más rápido que sus cortas piernas podían hacia las escaleras.

—¡No! —Crow lo detuvo tomándolo de su brazo por más que se clavara las espinas— ¡Agh, deja de moverte! —recibió la mirada asustada que el menor nunca había dirigido, tenía que calmarse antes de que Spike le tuviera miedo por nunca verlo así— Ya bajará. A mi tampoco me gusta que tarde, pero a veces necesita estar solo. ¡Completamente solo! Ningún cactus acompañándolo, ¿entiendes?

La tristeza volvió a invadir al joven cactus que asintió desanimado. Al antropomórfico no le agradaba verlo así y tuvo que inventar algo para verlo sonreír como antes.

—¿Te gustaría dormir conmigo esta noche? —preguntó de repente y, al instante, Spike reaccionó dándole un abrazo que correspondió adolorido— Auch, sí, muy bien… —retuvo insultos y suspiró aceptando el dolor— Será la última vez que estaremos, solo por eso te lo permito.

Sorprendido, Spike se separó y contó con sus regordetes dedos el tiempo que les quedaba. Contó las noches y molesto por la mentira del mayor mostró dos dedos al mayor.

—No, te dije bien —se arrodilló a su altura y tomó la mano del cactus con una mano y con la otro tomó el dedo del medio—. Tenemos la noche de hoy, mañana a la noche tengo que irme con Bull y Bibi a entregar el dinero —bajó el dedo y señaló el que quedaba en alto—. Solo una noche.

Otra vez, Spike miró entristecido al suelo pero volvió a Crow con una cariñosa sonrisa mientras entrelazó sus dedos. Lo escuchó soltar una corta y baja risa por la gracia que le daba lo inocente que era y lo tierno que se veía.

—¿Ya estás mejor? —el pequeño asintió lentamente— Bien —cuando el cuervo se levantó sus manos se separaron. Spike lo observó confundido hasta que su compañero extendió su mano que esperaba ser aceptada—. Volvamos con los demás.

Como un niño pequeño, la tomó sin dejar de sonreír y caminó al lado de Crow contento mientras volvían con sus amigos. Le gustaría que el antropomórfico se quedara por siempre con él, pero quedarse demasiado tiempo en un lugar estresaba al mayor por lo que, si quería seguir junto a él, tendría que acostumbrarse a ir a su ritmo.

—¡Bull! —gritó la bateadora al ver al mencionado bajar las escaleras— ¿Por qué tardaste? ¡Vamos tarde! —observó detrás del alto hombre sin ver a nadie más— ¿Y Sandy?

—Durmiendo, me dijo que hoy no quiere ayudarnos —respondió manteniéndose firme.

—Me lo esperaba, nos venía avisando varias veces antes… —suspiró sin darle demasiada importancia y volteó en dirección a la pirata— Uno de los nuestro va a quedarse ¿Estás bien con eso?

—Solo si Leon se queda —contestó Penny acercándose a ellos, Leon solo observaba sentado en el sillón.

—Bibi, no podemos dejarlo con ese chico —susurró a la asiática—. Si es necesario, yo me quedo para cuidarlo, pero no lo dejes con él. Sabes que no va a querer.

—¡Nada de eso, torito! —Penny interrumpió— La razón por la que dejo a Leon es porque no confío en ti. Y si me lo discuten, todos ustedes se van y ninguno de mis chicos los ayudará.

—Bien, Leon se queda. No nos molesta —contestó respetando a la pirata y observando fijamente a Bull—. El resto, tenemos que irnos ¿Piensan que el dinero se hace solo?

El motociclista no siguió insistiendo o sería demasiado obvias sus intensiones para la joven con la que desde antes había dado sospechas.

Siete de ellos se dirigieron a la puerta. Como siempre, Penny esperó a que todos salieran y, antes de irse, se acercó a Leon que comía las paletas de la bolsa que aún no acababa y buscaba en el sillón algo que se le había caído.

—Ahí tienes tu oportunidad, lagartija —le susurró.

—¿Eh? ¿Oportunidad de que? —la miró para volver a buscar en el sillón.

—¿No oíste? Te quedarás con Sandy. Aprovecha el tiempo y, si es que buscas algo más, todas las habitaciones están abiertas y sin llave, usa la que quieras —le guiñó un ojo—. He perdido las llaves hace días —rio de si misma y suspiró al calmarse— Te veo luego, nene —apresurada, siguió al resto.

La puerta principal se cerró y en el edificio solamente quedó Leon a cargo de cuidar a Sandy, algo que no creyó complicado.

Como dijo Penny, tenía la oportunidad para conversar con él y dejar en claro que no quería enemistarse, pero prefirió darse un tiempo al encontrar la pequeña consola portátil que se le había caído entre los cojines. Se quedó acostado ocupando la mayor parte del sillón. Haber descubierto cada vez más del menor en esos días lo desalentaba, sentía que lo odiaban a muerte y en parte entendía el por que.

No estaba listo para hablar con Sandy del problema que había entre ellos, pero lo haría en un par de horas, por ahora se prepararía mentalmente. Con prepararse mentalmente se refería a quedarse acostado en el sillón saboreando una paleta de uva a la vez que jugaba con la pequeña y antigua consola a la que aún le quedaban pilas, la había encontrado en uno de los dormitorios que exploró y su juego favorito era el de la nave que avanzaba y debía destruir montones de pixeles que no sabía que representaban.

Se pasó más tiempo del que quería jugando y cuando miró al reloj vio que habían sido más de cuatro horas jugando.

Dejó el juego y se levantó del sillón. Quería hablar con Sandy antes de que se hiciera más tarde, pero no lo había visto o escuchado. Se le hacía demasiado raro que aún no hubiera despertado conociendo que era de sueño inquieto, pesadillas o parálisis de sueños. Lo peor para alguien somnoliento.

Esperó unos minutos sentado, mas no puedo quedarse más de tres minutos haciendo nada y fue a buscarlo. Casi corriendo, se dirigió al segundo piso. En el primer dormitorio que revisó no lo encontró por lo que comenzó a pasar uno por uno. Acabó el segundo piso sin ver en ninguno a Sandy. Empezaba a preocuparse.

Tuvo que ir a los siguientes pisos, le parecía imposible que Sandy se hubiera ido del edificio sin que nadie lo viera. Fueron demasiadas puertas las que abrió y en ninguna estaba. El hotel no era pequeño, contaba con ocho pisos que no lo vencieron frente a sus ganas de encontrar al otro adolescente. Terminado el sexto piso, se dirigió al séptimo donde puso escuchar una voz lamentándose casi inaudible. Guiándose por el sonido, lo llevó a subir al octavo piso. Allí, lo escuchaba con mayor claridad.

Se detuvo en la última habitación, su corazón se rompía de escucharlo llorar sabiendo que era él detrás de la puerta.

—¿Sandy? —llamó colocando una de sus manos sobre la puerta esperando una respuesta.

—¿Leon? —era la voz de quien desesperadamente buscaba la que escuchó del otro lado, intentando no romper nuevamente en llanto.

—¿Puedo pasar? —posó su mano encima del picaporte.

—No puedo salir —la respuesta lo sorprendió, no pudo creerla, pero al girar el picaporte no pudo abrirla.

Se sentía horrible, hace unas horas estuvo jugando despreocupadamente mientras que Sandy estuvo encerrado allí. Furioso, golpeó sus puños contra la puerta. No pensaba en nada más que sacarlo de ahí cuando lo escuchó sollozar, no perdería tiempo buscando la llave perdida cuando quería verlo a salvo y abrazarlo.

—Aléjate de la puerta, intentaré derribarla —exclamó y retrocedió unos pasos— Esto me va a doler —suspiró y se preparó mentalmente para el impacto.

Primer intento. Todo su cuerpo golpeó contra la puerta dejándolo adolorido, pero no se rendiría así de fácil. No podía detenerse hasta acabar con los sollozos del otro lado.

Segundo intento. La puerta aún no cedía como la puerta a ocho pasos debajo de él. Su cuerpo dolía, pero la energía le sobraba.

Tercer intento. Escuchó la madera quebrándose mientras alguien subía rápidamente las escaleras. Esta vez estaba decidido a no abandonarlo por nada y estar cuando lo necesitara, ahora era ese momento.

Cuarto intento. En lo que la puerta vieja y atacada por la humedad se abría dejándolo entrar, otra figura se ocultaba mientras la del otro joven se volvía visible.

Quejándose de no haber podido mantener el equilibrio y caer al suelo, se apoyó sobre sus rodillas adolorido. Le dio poca importancia a su dolor cuando sus ojos encontraron al más joven.

Allí, apoyado contra la pared entre la cama y un viejo mueble de madera, vio sus despeinados cabellos púrpuras con sus lindos ojos esmeraldas cansados de desprender cantidades de lágrimas mientras lo observaban apenados y cubría su boca con una mano intentando callar sus quejidos. Su cuerpo temblaba del frío del cual solo su ropa interior lo cubría. Eran notorias las marcas en su cuerpo, varias de ellas más que chupones o leves mordidas. Saber que lo habían golpeado lo enfurecía, pero lo que importaba ahora era calmar su llanto.

—Sandy… —se acercó a él y, apenas acortó un poco la distancia entre ellos, lo vio flexionar sus piernas y llevar sus manos para cubrir su cuerpo de la mirada del otro. Al instante actuó, se sacó su polera y se la ofreció— Tómala. No te miro —volteó a otro lado mientras tapaba sus ojos con una mano.

Cada cosa que hacía causaba que Sandy se arrepintiera de todo pensando en lo dulce que seguía siendo el chico que encontró hace años con su piel mostrando los huesos y buscando con desesperación algo que comer para él y su hermana menos. Mientras, por lo vulnerable que se mostraba en ese momento, Leon recordaba al inseguro chico que lo buscaba empapado en lágrimas queriendo su consuelo, sus abrazos y que lo protegiera.

El peso de la polera desapareció de su mano y ligeramente impaciente esperó resistiéndose a la tentación de abrir sus ojos.

—Listo —escuchó la voz entrecortada y volteó, sus ganas de abrazarlo aumentaron, aunque sabía que eso no le agradaría al menor por más que también lo deseara.

—¿Estás mejor? —lo vio asentir en silencio, no quería hablar si su voz se entrecortaba— ¿Puedes decirme que fue lo que pasó? —su voz fue baja mientras se acercaba a Sandy queriendo de una vez tener el permiso para abrazarlo.

Los ojos esmeraldas se clavaron en él. Justo cuando lograban tranquilizarse volvieron a entrar en pánico al ver una enorme silueta que los cubrió y se estremeció al escuchar la escopeta siendo cargada y el cañón apuntando al castaño.

—¡No! —lo mas rápido que pudo, se paró colocándose entre ambos hombres, roganba por que el mayor no apretara el gatillo— Por favor, Bull, no es necesario —su voz temblorosa no convenció al motociclista a bajar el arma.

—Apártate o les dispararé a ambos —su furia no apartaba la mirada del de ojos heterocromáticos parado detrás del menor.

—¿Así es como tratas a los tuyos? —Leon se atrevió a contestar.

—¡Cállate! ¡Todo hubiera seguido tal y como estaba de no ser por ti! —avanzó un paso, los jóvenes retrocedieron— Todos están esperando abajo, tenemos lo que necesitamos para pagar la deuda. Esta noche nos vamos, Sandy —sus ojos pasaron al de menor altura—. Nos esperan abajo.

—No iré contigo.

—No te lo estoy pidiendo —sin importar que pusiera resistencia, lo agarró bruscamente de su largo cabello púrpura y lo arrastró con él fuera del dormitorio. Sandy no podía liberarse solo del agarre y Leon no dudo en ayudarlo.

—¡Hey, suéltalo! —se abalanzó sobre la espalda de Bull intentando que lo soltara pero ni siquiera llegaba a su altura.

Escuchó los gruñidos del mayor que intentó sacárselo de encima, pero no lo alcanzaba con su única mano libre. Enfurecido de escuchar sus insultos y de que no soltara a su amigo, como no respondía a sus tironeos, tendría que responder a sus dientes.

Mordió su hombro, oyó sus gritos mientras seguía uniendo sus mandíbulas que arrancaban su piel, carne y saboreaban sangre. Colmó su paciencia obligándolo a liberar ambas manos tirando a Sandy al suelo. Por más que perdiera una parte de él en la boca del otro eso no le impedía golpearlo con su codo una y otra vez atacando a las costillas hasta que lo soltara.

No tenía tiempo para estrangularlo cuando el otro adolescente podría escaparse. Lo tomó del brazo y lo arrojó a la habitación de nuevo sin saber que la cerradura estaba rota.

La puerta fue cerrada con Leon adentro. Recuperó rápidamente el aire que le sacaron a golpes, su torso ardía del dolor y no podía permitirse descansos cuando Sandy aún estaba afuera con Bull. Escuchaba a ambos discutir, la voz del de pelo azabache lo callaba a gritos. Aún no comprendía por que se dejaba tratar así cuando podría usar sus poderes y herir al enorme hombre lo suficiente como para huir. Aquello de no defenderse le recordaba demasiado al Sandy de catorce años y en esos momentos le molestaba, de alguna forma haría que atacara.

—¡No les diré nada de lo que ocurrió, pero, por favor, deja de actuar como una bestia! —elevó el tono de su voz, mas parecía que el mayor no se esforzaba por tranquilizarse.

—¡Eso será lo que harás y no vas a quedarte aquí con él! Así que, subirás a la maldita motocicleta, pagaremos la deuda y nos iremos de este asqueroso lugar. Seguiremos el plan de Crow, si no dejamos de movernos, nadie nos encontrará.

—Yo no soy un criminal como ustedes, no me arrastres con tus problemas —vio la puerta volver a abrirse sigilosamente, pero no vie nada a sus ojos visibles salir cuando se cerró.

—Tú te acercaste a nosotros, eres cómplice —suspiró harto y volvió a tomarlo fuertemente de la muñeca—. No hagas que comiencen a sospechar de mi. Nos vam-¡Agh!

Al sentir tres cortes en su brazo descubierto soltó a Sandy. Resopló furioso soportando los cortes y tomó con ambas manos su escopeta al ver los shurikens clavados en la pared. Buscó al joven en la dirección que vinieron sus ataques, pero al voltearse otros shurikens se clavaron en su espalda arrebatándole un quejido de dolor.

Leon no pudo contener una risa que delató su posición y enseguida Bull se giró hacia él con la escopeta recargada. El enorme temor de que fuera a dispararle cuando la invisibilidad acabó fue demasiado para Sandy que tuvo que utilizar sus poderes contra el hombre armado, ya no se resistió a apedrearlo con los guijarros afilados que rasparon su piel y entraron en sus ojos oscuros sin dejarlo ver. Aún así, Bull no soltó el arma.

Antes de que se le ocurriera disparar a alguien, el castaño se acercó y tomó con ambas manos la escopeta. Su desventaja era demasiada pero aun así luchaba por tener el arma contra Bull que aún adolorido tenía la fuerza para no soltarla. No podía sacarte al joven de encima por lo que su lucha comenzó a ser para que el cañón de la escopeta apuntara al otro joven.

El de ojos heterocromáticos tuvo la misma idea y, sabiendo que no podría ganarle al motociclista en cuanto fuerza, hizo lo necesario para poner la boca del arma lejos de los tres para apretar el gatillo.

El disparo los aturdió. Leon sonrió sabiendo que el sonido o por lo menos las vibraciones había  sido escuchadas o sentidas por el asesino tóxico en el primer piso, aunque estaba más que seguro que más de uno lo había escuchado al ser tan potente.

Pudo ver en los ojos oscuros impactados por lo que acababa de hacer. De un segundo a otro, se llenaron de ira.

—¡Voy a matarte! —gritó rojo de furia y tiró de su arma para luego patearlo arrojándolo al suelo. Sus manos levemente temblando recargaron la escopeta, pero no pudo eliminar a quien acababa de delatarlo cuando fue nuevamente atacado por el más joven.

Toda esa pelea era por Sandy. Leon no dejaría que lo llevara y acababa de anunciar la hora de su muerte cuando disparó, no había forma de salir de allí sin que Bibi o Crow terminaran por descuartizarlo. Tampoco era correspondido por el joven somnoliento.

Ahí, se dio cuenta que su vida no valía más que la suya en ese momento, ya no significaba nada el obsesivo amor que le tenía, por lo que no le costó levantar la escopeta.

Los dos cañones se encontraron con los brillantes ojos esmeraldas que lo miraron con terror y no tembló al presionar del gatillo cuando sus piernas fueron pateadas a la altura de la rodilla por el otro joven moribundo por el cansancio de luchar contra él, perdió el equilibro al mismo tiempo que lo presionó.

Un segundo estruendo se escuchó en el edificio y los más rápidos se apresuraron en extinguir la distancia entre ellos y el octavo piso. El de oscuras plumas fue el primero en llegar encontrándose una pared maltratada por el disparo y manchada de rojo por el joven de cabello púrpura que empapaba lentamente la polera verde con su sangre mientras el castaño intentaba que se mantuviera despierto y no se moviera al no saber la gravedad del disparo. De su boca salían palabras que rogaban por que la persona que había considerado su ángel no fuera a abandonarlo ahora que estaban juntos. Sus ojos heterocromáticos por primera vez en toda su vida se acumulaban de lágrimas que sufrían la perdida de alguien que había sido tan valioso para él desde tan joven y que amaba aun cuando conocía todos sus errores, perdonaba cada uno de ellos.

Allí, solamente estaban ellos. Nadie más.

La asiática intentó que las emociones no la dejaran congelada y avanzó junto al antropomórfico hacia ambos jóvenes teniendo que apartar al mayor de ellos. No eran médicos, pero tantos años de experiencia en sus propias heridas los volvía los indicados entre todos los que allí se encontraban. Deseaban que fueran capaces de solucionar el problema antes de que menor perdiera demasiada sangre. Obligando a sus dudas a marcharse, gritaban a los demás todo lo que necesitaran para ayudar a Sandy.

Leon no fue capaz de reaccionar, nunca antes había quedado helado al conocer que podría perder a alguien que le importaba hasta ese día. Se sentía inútil viendo como la pirata y los robots respondían de inmediato a lo que pedían y él no era capaz de moverse. En ese momento, su mente comprendió apenas una pequeña porción de lo que Sandy había sufrido por él: con sus mejillas siendo recorridas por las gotas que salían de sus ojos, sin poder hacer nada para ayudar, solo le quedaba rogar por que todo terminara bien aunque el miedo de perderlo, de que fuera abandonado, estaba presente.

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