40) La carta

Maureen no comprendía lo que había pasado, creía que todo había sido parte de un terrible sueño. Pasó varias horas en trance, intentando despertarse, viendo los periódicos y ver que todos sus amigos, hijos, y demás personas seguían con vida. Rectificar que Wings nunca salieron de la cárcel, pero no, todo se volvía algo terrible e irreal. Pero no, demoró tiempo en comprobar que nada era un sueño, y sí no hacía algo para resguardar su vida, se iba a volver loca.

Así que llegó lo más rápido que pudo a las oficinas de Scotland Yard, ella no era la única con una especie de crisis nerviosa, Jane también lo estaba. Se auto-engañaba diciendo que pensaría en el mejor plan del mundo para capturar a los Wings y lograr justicia, pero era una propia mentira que decía. No tenía ni un plan, así que se excusaba, diciendo que debía recoger la oficina, limpiar libros, ver otros casos. En fin, sabía que la bola gigantesca llamada Wings llegaría, y la aplastaría. Pero no estaba preparando un plan de emergencia.

—Jane—llegó a su oficina, y la miró leyendo antiguos reportes policiales.

—Oh, hola Maureen. ¿Ya efectuaste lo de tu renuncia?

—N-no, no quiero renunciar.

—¿Por qué?—dejó los papeles a un lado.

—Es que... me acaba de pasar la cosa más turbulenta, y absurda.

—¿Qué?

—Hoy, Ringo y Barbara habían ido para revisar los reportes financieros. Pero, automáticamente, Ringo se desmayó frente a mi sofá, yo llamé al doctor, pero no contestaba. Cuando volteé, Barbara ya no estaba en mi sala, y Ringo seguía en el suelo. Subí a mi habitación para buscarla, pero sólo encontré su cadáver, sin más, John Lennon apareció diciendo que yo había asesinado a Barbara, y planeaba hacer lo mismo con Ringo, además de que supuestamente lo acuchillé. Ringo me miró con odio, y prometió venganza, dijo y juro que me mataría. ¡Y tengo mucho miedo!

—Es claro que todo fue una trampa de esos tres, o cuatro. ¡Sólo querían algo para justificar tu maltrato!—Jane extendió los brazos.

—Pero Ringo lucía muy mal, dijo sus palabras con un odio total. Y creo que nunca podrá "perdonarme" lo que, según, hice.

—Es falso, ese enano narizón estaba confabulado con ellos.

—Jane—dijo Maureen con unas pequeñas lágrimas sobre sus ojos—. ¡Ayúdame! No quiero morir.

Corrió hasta ella y le dio un gran y fuerte abrazo, se sentía segura estrechándola y llorando plácidamente.

—Tranquila, no te harán nada. Me alegra que hayas tomado el juicio, y hayas decidido no irte—acariciaba su espalda—, así que no te preocupes. Nadie va a matarte.

—¿De verdad?

—Claro Mo', estaremos seguras tú y yo.

Jane sonreía cuando pasaba sus dedos sobre la larga cabellera de Maureen. Daba falsas promesas de protección de vida, mientras que en su mente...

"Ringo no te va a matar, porque yo te mataré primero."

(...)

Otro día nuevo surgía, los rayos de sol cruzaron las cortinas blancas de la mansión Ono-Lennon, con la acción anterior, John había permitido a Wings seguir en su gran casa. Fue un gran golpe el que recibió McCartney, pues se había despertado unas horas después.

—Eh... ¿Qué ocurre?

No podía tocarse la cabeza, pues estaba amarrado de pies y manos en la base de la cama, aquello lo sorprendió bastante. Linda estaba sentada a su lado.

—Linda, ¿qué es esto?, ¿qué pasó?

—Lo siento cariño, pero tuvimos que hacerlo. Estás muy mal, y podrías hacer terribles acciones que nos perjudiquen a todos.

—¿De qué hablas?

—Querías huir y entregarte a la policía.

—Ah—pestañeó con firmeza—, sí, sí, ya me acuerdo. ¡Debí hacerlo!, ¿dónde está Heather?

—Aquí.

Heather también estaba atada, pero en una silla.

—Dios, Linda esto es una locura—dijo Paul muy molesto—. ¡Suéltanos en este mismo instante!

—No, no lo permitiré. Ninguno de ustedes se va a mover hasta que estemos seguros de que no harán idioteces.

—P-pero, ¿yo por qué? Yo no hice nada—se quejó Heather.

—No—Linda la miró bruscamente—, pero no sé cuál es tu problema. Presiento que eres una enviada de Asher para joder.

—No. ¡Claro que no! Simplemente, creo que la salida más razonable para esto, sea que Paul se entregue. ¡Nada vamos a lograr!

—¡Ya cállate!—le dio una bofetada— Nadie se va a entregar, nadie irá a la policía. Si tu preciada "tía" Jane es tan buena como dice, bueno, podrá ganar esto sin problemas.

—Bueno, sigue haciendo que la mentira crezca, Eastman. ¡Sigue así! Sabes que nadie va a ganar. ¡Nadie!

El silencio siguió porque Linda ya no quiso responder, Paul estaba fatigado, harto, y desesperado. Pero Heather rompió el hielo nuevamente.

—Eh... ¿Puedo ir al baño?

—¿Qué? Que te jodan.

—No, no, de verdad. Por favor, déjame ir al baño. No voy a escapar, lo juro.

Linda desconfió, pero al ver que Heather ya casi se meaba encima, prefirió soltarla y dejarla ir, y vigiló que fuera directamente al baño.

Así es, Heather fue a dicho lugar, no mintió. Pero en sus bolsillos cargaba una pequeña hoja, y tuvo que escribir con su sangre de su dedo la siguiente carta:

Jane.

Esto está a punto de terminar, Paul está harto de todo. No quiere más competencia, no quiere más dolor. Él ya se iba a entregar, intentaré convencerlo, pero por favor, estén muy atentas. Sólo encárgate de que mis hermanos (sus hijos) se encuentren bien, pues es lo único que impide que vaya con las autoridades.

Heather.

Se limpió la sangre e impidió que siguiera saliendo. Sostuvo muy bien aquella carta, era pequeña, y podía pasar desapercibida en su puño. Bajó la palanca del baño, y miró con discreción si Linda se encontraba presente, ya no estaba.

Caminó sigilosamente hasta el portón principal, miró al cartero haciendo su respectivo trabajo, y no dejó esperar tiempo. Lo detuvo antes de que se fuera, y le dijo:

—A Jane Asher, en Scotland Yard.

—¿Qué?—dijo el confundido hombre.

—¡A Jane Asher de Scotland Yard! Por favor, le ruego que entregue está carta, es de vida o muerte.

Se la dio rápidamente, y regresó a la gran mansión de color blanco. El trabajador no sabía qué hacer, pero la última premisa lo hizo dudar demasiado, sería mejor que esa carta llegara a su respectivo destino.

(...)

Y sí, Jane Asher leía la carta con un poco de asco al ver la sangre seca. Se encontraba Maureen y May escuchando con atención esta información.

—Parece mentira, ¿de verdad Paul ya querría entregarse?—cuestionó Maureen escéptica.

—Lo dudo demasiado, McCartney no es de esos que se rinden de esa manera—dijo May.

—Lo sé, pero ¡Heather lo dijo! Eso debe darle puntos de verdad.

—Asher, por favor. Tu preciada sobrina es una cómplice más de los Wings. ¡Es claro que ella miente!

—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué ella puso que intentaría convencerlo? ¿Y por qué la sangre? Es claro que fue escrita de contrabando, en...—la olió— un baño.

—¿Y por qué el cartero la entregó?

—Exacto, lo hizo por un favor. La carta no contiene destinatario ni nada, fue Heather que le pidió que lo hiciera. Así que, por la situación en la que fue entregada, no cabe duda. Fue de contrabando, y con mucha precipitación.

—Tal vez, eso fue lo que Linda y Paul quieren que creas.

—May, por favor. Todo lo que dice en la carta es muy claro, pero tu problema es que... ¡Nunca piensas! Todo tiene sentido, Paul quería entregarse, Linda lo detuvo y especificó que era por los niños, ahí mismo lo dice Heather en su carta, así que Paul está incapacitado para salir, pues vendría a la policía. Y los niños son lo único que le importan.

—Tiene sentido—señaló Maureen.

May no creía en estas palabras, pero tuvo que hacerlo, pues los argumentos de Asher eran bastante convincentes. Sin más, suspiró y dio su dictamen final:

—Bien, si sus hijos son la única cosa que los hace mantenerse libres, debemos eliminarlos.

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