Capitulo II "Derroche"
Con el juez muerto y una nueva adquisición para su nave, James dispone su partida.
– Soldados es hora de partir. Ustedes vayan al puerto para cargar las provisiones. La nueva y yo iremos por la recompensa.
Los soldados obedecieron a las órdenes de su capitán, y se pusieron en marcha. Dejándolos solos.
Mia confundida del porque James se desharía de sus hombres luego de atacar a un juez y quedar expuesto le pregunta.
– ¿Por qué les pides que se vallan? ¿Acaso no te das cuenta de lo que haz echo?
James comienza a alejarse de ella sin responder a sus preguntas, con las manos ahora resguardadas en los bolsillos de su traje. Al verlo que cada vez se alejaba más y más con cada paso que daba, Mia se pone en marcha, siguiéndolo aun empuñando el arma que le había aventado. Durante un tiempo caminaron por las calles como si nada hubiera pasado, mientras las personas se alejaban de él con miedo y terror.
Su andar ahuyentaba toda criatura viva que se atravesara en su camino. Mia no sabía cómo explicarlo exactamente lo que veía, pero si se lo hubieran preguntado en ese momento, hubiera dicho que la muerte en persona se deslizaba en su sombra. Era aterrador sin lugar a duda, pero a la vez tenía un sentimiento extraño hacia él, que evitaba que se alejara.
¿Era confianza? ¿interés? O ¿solo se sentía a salvo? Sinceramente ella no lo sabía, pero no podía alejarse, de eso estaba segura.
Luego de caminar durante media hora por las apestosas calles de las islas, llena de humedad, orina y desechos por doquier, llegaron a una casa. Que a diferencia de las demás en la zona, era peculiarmente grande, con una reja que la rodeaba a lo largo completamente dorada, separando a la propiedad del resto de las personas. El color de las paredes era blanco, y los marcos de las ventanas doradas, para colmo 2 enormes columnas de mármol talladas a mano sostenían el porche de la entrada principal.
James se detiene frente a las puertas de las enormes rejas doradas, para luego de caminar todo el recorrido sin enseñar sus manos, sacar la izquierda del bolsillo y presionar un botón no muy lejos de la puerta.
Por primera vez desde que la salvo de la orca, James le dirige la mirada, solo para decirle.
– Mia, no balancees el arma en tus manos, guárdala.
Mia encarando la orden de forma engreída le contesta.
– ¿Dónde quieres que la guarde exactamente? No tengo una guantera conmigo y tampoco me has dado una.
James, respondiendo a su tono, le señala una tienda enfrente a la casa.
– Antes me ofreciste dinero por salvarte, si era verdad, allí podrás encontrar una que te guste. Ve y cómprala, luego regresa, te estaré esperando adentro.
Al terminar de hablar, la puerta se abre de par en par, sin que nadie la tocara. Era como magia, pero nada más alejado de la realidad. Aquello que permitía que la puerta se abriera, era un pequeño motor ubicado a los lados de la reja. Sin más James se adentró en la propiedad siendo recibido por un mayordomo vestido con un traje blanco y un chaleco dorado, dejando a Mia completamente sola.
Mía pensaba que James estaba actuando de una manera muy confiada con ella, pues ahora estaba sola y sin supervisión. Podría escapar olvidándose de todo eso eh iniciar una nueva vida, quizás en otro país. Mientras más lo pensaba más difícil le resultaba hacerlo y antes de que se diera cuenta, ya había cruzado la calle eh entrado a la tienda. Mia se pregunta a si misma confundida, ¿Cómo podía divagar de tal manera? ¿Como para no darse cuenta de lo que había hecho? Eso ya le resultaba extraño en muchos sentidos.
Dándole un vistazo a la tienda denota lo completa que estaba, por un lado, había ropa diversa, por la otra armas y lo que más le llamo su atención fue el decorado hogareño. Cortinas de pieles de vaca, percheros de cuernos de alce y estantes de madera de roble, pintados con un barniz que la tornaba rojiza. Sumado esto al vivo color beige que pintaba las paredes, antes de chocar contra un recubrimiento de madera a la altura de la cintura, del mismo color de los estantes. Lo cual iba perfectamente a juego con su piso de madera de pino. El lugar le parecía agradable sin lugar a duda.
Como ya estaba allí y quería saber que ocurría con eso de la recompensa. Mía comienza a acercarse al mostrador, para consultar por una guantera para su nueva arma. En el trayecto, ve su reflejo en un espejo y nota su mediocre aspecto.
– ¡Oh por todos los dioses! Soy un asco. - se dijo a sí misma en voz alta, por el asombro al verse.
Uno de los empleados que se encontraba en la caja registradora, escucha lo que Mia dice y decide acercarse a ella con expectativas de realizar una buena venta.
– ¿Dígame señorita puedo ayudarla con alguna cosa? - le pregunta el agradable señor con una voz amistosa y amable.
– ¡Si! Necesito ropa. Rápido.
– ¡Oh, claro! No hay problema. Pase por aquí, por favor. - Contesta el anciano, haciéndose a un lado dándole paso a la señorita.
Guiándola por la tienda, el agradable anciano la condujo por los distintos estantes y percheros, mostrándoles toda la mercancía de su local en cuanto a vestimenta femenina. Pero nada resultaba de su agrado, más que un top de color negro, el cual no dudo en comprar. Aun así, le seguía faltando el resto de la prenda. Llegado un punto en el cual ya no quedaban estate por revisar y Mia seguía sin encontrar algo que le gustara. El señor muy apenado le confirma lo que creía.
– Señorita, tendrá que disculparme, pero esta es toda la ropa que tenemos en la tienda para damas. - le dice el vendedor decepcionado.
Mia se ríe sarcásticamente, y le contesta.
– Dice que esta es toda la ropa de dama, pero yo no soy una dama. Solo una mujer, que necesita algo cómodo que le permita moverme con agilidad y no entorpezca sus movimientos. Creo a ver visto lo que quiero, pero son en los estantes contrarios.
– Señorita, esa es ropa masculina.
– No me importa.
– Si usted así lo desea podemos echarle un vistazo.
– Me parece bien.
El señor la llevo por los estantes los cuales les había mencionado Mia. Allí encontró lo que quería, un pantalón de tela de gin color morados oscuros y una chaqueta roja carmesí, mismo color que su pelo. Lo que hacía juego a la perfección. Al verlos inmediatamente Mia se los señalo al señor.
– ¡Oh! con que esto es lo que desea. Está bien, el problema es que es muy ancho de hombros, y el pantalón creo que un talle pequeño podría funcionar.
– ¿No hay nada que pueda hacer con la chaqueta? - pregunta Mia preocupada. Esa chaqueta le gustaba y sería una lástima que no pudiera llevársela por la talla.
– Podría reducir el largo y con unas buenas costuras, creo que quedaría perfecto.
– Perfecto, haga eso y Dígame ¿Cuánto tardara?
– Creo que en una hora estará terminado.
– Okey. Una última pregunta ¿Tiene un baño donde pueda quitarme esta peste en lo que usted trabaja con mi ropa?
– Por supuesto. Es de mi hogar, pero permitiré que lo use. Tiene que pasar por aquel pasillo, a la derecha encontrara cuatro puertas, la segunda del lado izquierdo es el baño.
– De acuerdo, entonces se lo encargo.
– Muy bien señorita, en un momento estará todo listo.
Mia siguiendo las indicaciones del señor se condujo por el pasillo hasta el baño, el cual era muy bonito, sencillo, pero lindo. Rodeado de cerámicas blancas con un bordeado negro. Frente a la puerta, se hallaba la bañera de madera con una caldera a un costado, llena de brasas para poder calentar el agua. Perfecto para darse el baño que necesitaba. Estar atrapada en una celda por tanto tiempo, sin tener acceso a un baño en condiciones, arruino su belleza.
Mientras se llenaba la bañera Mia calentaba nuevas brasas para lanzar en ellas la ropa de prisionera. Que arda como el infierno y la vida que dejaría detrás, eso era su lo único que quería hacer ahora.
Con el cuerpo desnudo y el agua caliente, Mia se sumerge lentamente en ella hasta el cuello, quedado completamente relajada. Tras pasar unos cuantos minutos y que la suciedad se ablandara por el agua caliente, toma una de las esponjas, embadurnándola con jabón, comenzado a frotarse todo el cuerpo, con tal fuerza de no dejar ninguna marca atrás. El agua que antes era traslucida, ahora se enturbiaba poco a poco de un color negro, hasta el punto en que no podía verse los dedos de los pies. El frotarse tan fuerte comenzó a hacerle pequeños cortes a la piel, aun así, no pararía y eso solo lo empeoraba, pero para ella eso estaba bien, era lo que buscaba conseguir, que todo se fuera de su cuerpo. La sangre se deslizaba lentamente por su suave piel, hasta llegar al agua combinándose con la mugre y sus lágrimas que escapaban inevitablemente de sus ojos por el dolor. De todas maneras, ella siguió con una expresión seria y de desagrado, al recordar todo lo que paso antes de este día.
Llegado el tiempo acordado por el señor, Mia escucho como alguien tocaba la puerta del baño. Tomando su arma que había dejado en un costado de la bañera por si acaso. Después de todo tenia muchos enemigos a los cuales de seguro no les había echo mucha gracia que no muriera en la plaza, para luego preguntar al gatillar el arma.
– ¿Quién es?
Ni bien hace la pregunta, aquella dulce voz del anciano se hace presente.
– Soy yo, señorita. La ropa esta lista para que pueda probársela. Quiere que se la deje sobre la misita junto al lavabo.
– Por favor.
– Con permiso señorita.
Al abrir la puerta, lo primero que ve el señor al levantar un poco la mirada como para no verla a ella desnuda, es el brazo de Mia cubierto de cortes ensangrentados. El pobre señor preocupado ignora la intimidad de Mia y levanta la mirada por completo, viéndola a ella cubierta por todos lados de cortes.
– ¿Que paso? ¿Porque está sangrando? – le grita el hombre asustado.
Mia, tratando de tranquilizarlo sale de la bañera enseñándole los cortes que ya habían sanado y que la sangre que estaba viendo era solo los residuos.
– Mire señor, no tiene de que preocuparse, sano rápido. Creo que aplique mucha fuerza a la esponja, pero estoy bien.
– ¿Pero porque señorita? ¿Por qué se hace daño?
– Eso es algo que no le incumbe señor. - Le contesta Mia al bajar la cabeza y sujetarse el brazo.
El vendedor sabía que había tocado un tema sensible el cual le sería mejor eludir, antes de meterse en un problema mayor.
– Disculpe por eso señorita. Ya tiene la ropa lista, puede probársela con tranquilidad. La estaré esperando en la caja.
Mia espera a que el anciano se retire para así poder terminar de secarse y probarse la ropa. Cuando termina se para frente al espejo notando que el top le marcaba el pecho, justo lo que ella quería. Los arreglos que le hizo el anciano a la chaqueta la dejaron justo en su talla. El pantalón quedaba perfecto, pegado al cuerpo y lo sufrientemente ajustado como para poder moverse con total tranquilidad. Solo le faltaban elegir un par de botas negras y la guantera para el arma.
Saliendo del baño con todo en su lugar fue directo a la caja, donde el anciano le había dejado un par de botas. Mia confundida le dice al amable señor.
– Disculpe, pero yo no le he pedido ningún par de botas. Debió de confundirse. - aunque si pensaba comprar algo por el estilo.
– No, no lo hice, estas van por cuenta de la casa.
– ¡Oh gracias! Que amable.
– No se preocupe señorita. Y dígame, planea llevar el revolver siempre en su cintura o prefiere una guantera.
– Si justamente eso le iba a pedir. - le contesta Mia al apoya sobre el mostrador.
– Bien, déjeme ver el arma y veré que tenemos en el almacén.
– Esta bien. - saca mía el arma- Tenga, pero cuidado es pesada. - Le dice Mia al pasarle el revólver, pero no sin antes volver el martillo del arma a su poción base para evitar accidentes.
El anciano toma el arma con ambas manos sintiendo por completo el peso del revolver.
– Señorita, esta arma es muy antigua y tiene un acabado hermoso ¿Dónde la consiguió?
– Un amigo me la dio hace poco.
– Entiendo, y contésteme esta pregunta, su amigo ¿No será un oficial de alto rango del ejercito?
– No, no lo es. Es un comerciante, está por la ciudad por unos trabajos.
– De acuerdo, Iré a ver qué puedo hacer.
Finalizada la charla, el señor se retira por una pequeña puerta detrás de él. Mientras Mia quedaba sola en la caja esperando a que llegara, como no sabia cuanto tardaría en regresar comenzó a divagar por la tienda par ver el resto de las cosas que tenía a su alrededor, por si encontraba algo que le gustara. Y sorpresa, en la armería, tras una vitrina había colgado un revolver idéntico al suyo, pero de color completamente negro con decoraciones blancas. Eso sin duda llamo su atención y como el señor se estaba tardando, lo retiro ella misma para poder verlo mucho más de cerca. En sus manos pudo sentirlo perfectamente, el revolver estaba cargado y al igual que el suyo tenía el mismo peso, ni un gramo más ni un gramo menos. Pero al hacerlo, el ruido indiscutible de su arma martillándose se escucha a sus espaldas. Si bien solo la había escuchado 1 sola vez en toda su vida, le fue más que suficiente para poder reconocerlo y ahora estaban apuntándole a ella. Mia levanta ambas manos aun sosteniendo el revolver en una de ellas, y pregunta.
– Señor si es usted, deje el arma en el mostrador. Puede resultar herido y no quiero eso para usted.
Al terminar de hablar un disparo rosa su cabello continuo de las palabras del señor.
– Una bandida nunca podría haber conseguido un arma como esta. Dime, a quien se la robaste, piensas que no sabía de qué era tu vestimenta anterior.
– Si sabían quién era porque fue tan amable y no llamo a las autoridades.
– Porque no pensaba hacerlo. No hasta que vi el arma que llevabas con mis propios ojos y pude sentirlo con mis manos. No quería creerlo, pero mis sospechas al final resultaron ciertas.
– De que habla, anciano. No lo estoy entendiendo.
– No te hagas la tonta conmigo, este revolver solo se les entregaba a los generales del reino de Rish, solo y únicamente a ellos, para colmo con un diseño único para cada uno. Para tu suerte yo reconozco al dueño de esta arma.
– ¿A sí? ¿Quién es el dueño? - Pregunta Mia intrigada, aunque temerosa que el viejo titubeara y disparara por error.
– Era del general James Wahit, el más grande hombre de todo el reino. Fue traicionado hace muchos años atrás, por aquellos que se hacían llamar sus compañeros. Su navío se perdió ese día al igual que aquellos que lo habían traicionado. Nunca más se supo nada de él, pero si tú tienes el arma, eso quiere decir que está vivo. Después de tantos años realmente está vivo.
– ¿Cómo sabes tanto de James?
– Porque yo fui quien se aseguró de que la emboscada se llevara a cabo.
– Entonces tu eres peor que yo, no eres mas que una alimaña.
– ¿Que sabe una delincuente sobre la guerra? James Wahit era una potencial amenaza para todos. No solo para sus enemigos, teníamos que asegurarnos que acabara. Pero algo salió mal, algo salió terriblemente mal.
– Tienes razón, no se mucho sobre eso.... – Aún así yo nunca traicionaría a uno de los míos. - Le contesta Mia enojada.
Para luego darse la vuelta y mirarlo fijamente a los ojos. De un rápido movimiento de su brazo, queda apuntado el cañón de su nueva adquisición al brazo del anciano. En ese momento lo único en lo que pensaba era en lo mucho que pasó a despreciar al anciano, para no arrepentirse luego de apretar el gatillo.
Al jalar el gatillo, el martillo del arma se liberó impactando en la bala, provocando que la pólvora dentro explote y de una fuerte explosión disparara la bala. Recorriendo todo el largo del cañón en espiral, hasta finalmente impactar en el brazo del anciano. Quien al recibir el disparo soltó el arma de Mia, comenzado a retorcerse en el suelo del dolor.
Mia no espero ni un solo segundo más luego de efectuar el disparo. Caminando lentamente mientras martillaba nuevamente el arma, se acercó a donde el viejo se encontraba revolcándose. Solo para agacharse, tomar su otra arma y finalmente decirle al moribundo.
– La traición solo trae consigo la desgracia para el perpetrador. Y tanto tú como aquellos que murieron, consiguen el mismo inevitable destino.
Tras estas palabras, Mia se pone de pie para decir unas últimas palabras, mientras apuntaba con el cañón de su revolver blanco al pecho del viejo.
– Sabes, creo que me llevare un par de cosas de tu local. De todas maneras, no las necesitas al lugar al que irás.
El viejo estira su brazo tratando de sujetarla, mientras con su último aliento le contesta.
– No eres más que una niña miserable, que no sabe en lo que se está metiendo.
– Quizás. Pero yo estoy viva, y tú ya no.
Al terminar su frase final, Mia jala nuevamente del gatillo, disparando una bala en el corazón del anciano. El disparo no solo acabo con su vida en un instante, sino que también destrozo por completo el corazón salpicando sangre a todos lados incluyendo a Mia.
– ¡Qué asco! Ahora tendré que limpiarme de nuevo.
Enfadada, Mia toma una de las prendas que estaba en el mostrador y comienza a frotarlo por su cuerpo, quitándose la sangre de encima. Para cuando termino, ya había pasado mucho tiempo, por lo que tenía que darse prisa. Tomando uno de los pares de guantes que vio de reojo y dos guanteras del almacén, cruzo la calle rumbo a la mansión.
La escena por la que tuvo que pasar, le había dejado un mal sabor de boca, pero gracias a ello, ahora tenia mas dudas que antes ¿Quién era James realmente? y si era cierto lo que el señor de dijo. Realmente podía confiar en él, sea como sea, esto era una incógnita, que iba a resolver ese mismo día.
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